Liberalismo, escuela austríaca y catolicismo liberal.
Entrevista a Daniel Marín Arribas
Daniel Marín Arribas es docente universitario y economista profesional en ejercicio. Colabora en diversos medios de comunicación y es miembro de AEDOS (Asociación para el Estudio de la Doctrina Social de la Iglesia). Es Máster en Escuela Austriaca de Economía, en Doctrina Social de la Iglesia y en Psicología, además de Técnico Superior en Control de Gestión por el Colegio de Economistas de Madrid.
Gran conocedor de la Escuela de Salamanca y del pensamiento liberal, ha escrito varios libros y artículos de su especialidad.
En la presente entrevista conversaremos acerca de la ideología liberal, la Escuela Austríaca de economía y el liberalismo católico para,
Que no te la cuenten...
P. Javier Olivera Ravasi, SE
https://www.youtube.com/watch?v=4uTE6Bfi_Bg
viernes, 26 de octubre de 2012
Principios del liberalismo.
Primeramente, definamos en pocas palabras el liberalismo, cuyo ejemplo histórico más típico es el protestantismo. El liberalismo pretende liberar al hombre de toda restricción no querida o aceptada por él mismo.
Primera liberación: la que libera a la inteligencia de toda verdad objetiva impuesta. La verdad debe ser aceptada diferentemente según los individuos o los grupos de individuos; por tanto, debe ser necesariamente repartida. La verdad se hace y se busca sin fin. Nadie puede pretender tenerla exclu*sivamente y en su totalidad. Es de imaginar cómo se opone eso a Nuestro Señor Jesucristo y a su Iglesia.
Segunda liberación: la de la Fe que nos impone dogmas, formulados de manera definitiva y a los cuales la inteligencia y la voluntad deben someterse. Los dogmas, según el liberal, deben ser pasados por la criba de la razón y de la ciencia, y eso de modo permanente, dados los progresos científicos. Resulta, pues, imposible admitir una verdad revelada definida de una vez para siempre. Se advertirá la oposición de este principio a la revelación de Nuestro Señor y a su autoridad divina.
Por último, tercera liberación: la de la ley. La ley, según el liberal, limita la libertad y le impone una coacción, primero, moral, y luego, física. La ley y sus restricciones salen al paso de la dignidad humana y de la conciencia. La conciencia es la ley suprema. El liberal confunde libertad con licen*cia. Nuestro Señor Jesucristo es la Ley viviente; vemos, pues, cuán honda es la oposición del liberal a Nuestro Señor.
Consecuencias del liberalismo.
Los principios liberales tienen por consecuencia la destrucción de la filosofía del ser y el rechazo de toda definición de los seres para encerrarse en el nominalismo o en el existencialismo y el evolu*cionismo. Todo está sujeto a mutación, a cambio.
Una segunda consecuencia, igualmente grave —si no más— es la negación de lo sobrenatural; por lo tanto, del pecado original, de la justificación por la gracia, del verdadero motivo de la Encarnación, del Sacrificio de la Cruz, de la Iglesia, del sacerdocio.
Toda la obra realizada por Nuestro Señor se falsea y ello se traduce en una visión protestante de la Liturgia del Sacrificio de la Misa y de los Sacramentos, que ya no tienen por objeto la aplicación de la Redención a las almas, a cada alma, con el fin de comunicarle la gracia de la vida divina y prepararla para la vida eterna por la pertenencia al cuerpo místico de Nuestro Señor, sino que en lo sucesi*vo tienen por centro y motivo la pertenencia a una comunidad humana de carácter religioso. Toda la reforma litúrgica se resiente de esa orientación.
Otra consecuencia: la negación de toda autoridad personal, participación en la autoridad de Dios. La dignidad humana exige que el hombre no esté sometido sino a lo que él consiente. Como una auto*ridad resulta indispensable para la vida de la sociedad, el hombre no admitirá más que la autoridad aceptada por una mayoría, porque representa la delegación de la autoridad de los individuos más numerosos en una persona o en un grupo determinado, dado que siempre la autoridad no es más que delegada.
Ahora bien: esos principios y sus consecuencias, que exigen la libertad de pensamiento, la libertad de enseñanza, la libertad de conciencia, la libertad de elegir su religión; esas falsas libertades que suponen la laicidad del Estado, la separación de Iglesia y Estado, han sido constantemente condena*das, a partir del Concilio de Trento, por los sucesores de Pedro y, en primer término, por el propio Concilio de Trento.
Condenación del liberalismo por al Magisterio de la Iglesia.
La oposición de la Iglesia al liberalismo protestante provocó el Concilio de Trento, lo cual explica la notable importancia que tuvo ese Concilio dogmático en lo referente a la lucha contra los errores liberales, a la defensa de la verdad, de la Fe, y en particular a la codificación de la Liturgia del Sacrificio de la Misa y de los Sacramentos mediante las definiciones relativas a la justificación por la gracia.
Enumeraremos algunos documentos entre los más importantes, que han completado y confirmado la doctrina del Concilio de Trento:
— La Bula “Auctorem fidei” de Pío VI contra el Concilio de Pistoia.
— La Encíclica “Mirari vos” de Gregorio XVI contra Lamennais.
— La Encíclica “Quanta cura” y el “Syllabus” de Pío IX.
— La Encíclica “Immortale Dei” de León XIII, que condena el derecho nuevo.
— Las Actas de San Pío X contra Le Sillon y el modernismo, en especial el decreto “Lamentabili” y el juramento antimodernista.
— La Encíclica “Divini Redemptoris” del Papa Pío XI contra el comunismo.
— La Encíclica “Humani generis” del Papa Pío XII.
Por lo tanto, el liberalismo y el catolicismo liberal siempre han sido condenados por los sucesores de Pedro en nombre del Evangelio y de la Tradición apostólica. Esa conclusión evidente tiene pri*mordial importancia para determinar nuestra actitud y manifestar nuestra unión indefectible al magis*terio de la Iglesia y a los sucesores de Pedro. Nadie más que nosotros tiene hoy mayor adhesión al sucesor de Pedro cuando se hace vocero de las tradiciones apostólicas y de las enseñanzas de todos sus predecesores.
Porque en la definición misma del sucesor de Pedro está guardar el depósito y transmitirlo fiel*mente. Sobre ese punto el Papa Pío IX proclama en Pastor AEternus: “En efecto, el Espíritu Santo no ha sido prometido a los sucesores de Pedro para permitirles publicar, según sus revelaciones, una doc*trina nueva, sino para custodiar estrictamente y exponer fielmente con su asistencia las revelaciones transmitidas por los Apóstoles, es decir, el depósito de la Fe”.
Influencia del liberalismo en el Concilio Vaticano II.
Llegamos ahora a la cuestión que nos preocupa: ¿Cómo explicar que en nombre del Concilio Vaticano II se pueda presentar oposición a tradiciones seculares y apostólicas, poniendo de esa forma en tela de juicio al propio sacerdocio católico y su acción esencial, el santo Sacrificio de la Misa?
Un grave y trágico equívoco pesa sobre el Concilio Vaticano II, presentado por los Papas mismos en términos que favorecieron ese equívoco: Concilio del aggiornamento, de la “actualización” de la Iglesia, Concilio pastoral, no dogmático, como acaba de decir el Papa hace apenas un mes. Esa pre*sentación, en la situación de la Iglesia y del mundo en 1962, ofrecía enormes peligros a los cuales el Concilio no consiguió escapar. Resultó fácil traducir esas palabras de modo tal que los errores libera*les se infiltraran en gran medida en el Concilio. Una minoría liberal entre los Padres conciliares, y sobre todo entre los Cardenales, tuvo gran actividad, se organizó en alto grado y encontró gran apoyo en una pléyade de teólogos modernistas y en numerosos secretariados. Pensemos en la enorme producción de impresos del IDOC, subvencionada por las Conferencias Episcopales alemana y holandesa.
Tuvieron la astucia de pedir inmediatamente la adaptación al hombre moderno, es decir, el hombre que quiere liberarse de todo, de presentar a la Iglesia como inadaptada, impotente, de echarle la culpa a los predecesores. Se mostró a la Iglesia tan culpable de las desuniones de otrora como los protestantes y los ortodoxos. La Iglesia debía pedir perdón a los protestantes presentes. La Iglesia de la Tradición era culpable por sus riquezas, por su triunfalismo; los Padres del Concilio se sentían culpa*bles de estar fuera del mundo, de no ser del mundo; sus insignias episcopales, y muy pronto sus sota*nas, ya les causaban sonrojo.
Ese ambiente de liberación enseguida invadió todos los terrenos y se reflejó en el espíritu de colegialidad, que disimulaba la vergüenza que provoca ejercer una autoridad personal, tan contraria al espí*ritu del hombre moderno —léase el hombre liberal—. Los Papas y los Obispos ejercerán su autori*dad colegiadamente en los sínodos, en las conferencias episcopales, en los consejos presbiterales. En último término, la Iglesia debe abrirse a los principios del hombre moderno. También la Liturgia debía liberalizarse, adaptarse, someterse a las experimentaciones de las conferencias episcopales.
La libertad religiosa, el ecumenismo, la investigación teológica, la revisión del derecho canónico, atenuarán el triunfalismo de una Iglesia que se proclamaba única arca de salvación. La verdad se encuentra repartida en todas las religiones; una investigación común hará progresar a la comunidad religiosa universal en torno de la Iglesia. Los protestantes en Ginebra —Marsaudon en su libro “L’oecuménisme vu par un franc-maçon”—, los liberales como Fesquet, triunfan. ¡Por fin terminará la era de los estados católicos! ¡El derecho común para todas las religiones! ¡“La Iglesia libre en el Estado libre”, según la fórmula de Lamennais! ¡La Iglesia adaptada al mundo moderno! ¡El derecho público de la Iglesia y todos los documentos citados anteriormente se vuelven piezas de museo pro*pias de épocas perimidas! Leed al comienzo del esquema sobre “La Iglesia en el mundo” la descrip*ción de los tiempos modernos en transformación, leed las conclusiones: son del más puro liberalismo. Leed el esquema sobre “La libertad religiosa” y comparadlo con la encíclica “Mirari vos” de Gregorio XVI, con “Quanta cura” de Pío IX, y podréis comprobar la contradicción casi palabra por palabra. Decir que las ideas liberales no han influido sobre el Concilio Vaticano II equivale a negar la evidencia. La crítica interna y la crítica externa lo prueban con creces.
Influencias del liberalismo en las reformas y orientaciones conciliares.
Si pasamos del “Concilio” a las “reformas” y a las “orientaciones”, las pruebas son contundentes. Ahora bien: observemos que en las cartas de Roma que nos piden un acto de pública sumisión, las tres cosas se presentan indisolublemente unidas. Se equivocan torpemente los que afirman que se trata de una mala interpretación del Concilio, como si el Concilio en sí mismo fuera perfecto y no pudiera ser interpretado a través de sus reformas y orientaciones. Las reformas y las orientaciones oficiales posconciliares manifiestan más palpablemente que cualquier otro escrito la interpretación oficial y deseada del Concilio.
No tenemos necesidad de extendernos: los hechos hablan por sí solos, y por desgracia, con triste elocuencia. ¿Qué queda en pie de la Iglesia preconciliar? ¿Dónde no ha operado la autodemolición? Catequesis, seminarios, congregaciones religiosas, Liturgia de la Misa y de los Sacramentos, consti*tución de la Iglesia, concepto del sacerdocio: las concepciones liberales lo han devastado todo y han llevado a la Iglesia más allá de las concepciones del protestantismo, para estupefacción de los protes*tantes y reprobación de los ortodoxos.
Una de las comprobaciones más espantosas de la aplicación de esos principios liberales es la aper*tura a todos los errores, y en particular al más monstruoso jamás surgido del espíritu de Satanás: el comunismo. El comunismo hizo su entrada oficial en el Vaticano, y su revolución mundial se ve sin*gularmente facilitada por la pasividad oficial de la Iglesia, más aún, por apoyos frecuentes a la revo*lución, a pesar de las desesperadas advertencias de los Cardenales que han sufrido los zarpazos comu*nistas.
La negación de este Concilio pastoral a condenar oficialmente el comunismo bastaría por sí sola para cubrirlo de vergüenza ante toda la historia, cuando se piensa en las decenas de millones de már*tires, en los individuos despersonalizados científicamente en los hospitales psiquiátricos para servir de cobayos a todos los experimentos. Y el Concilio pastoral, que reunió a 2.350 Obispos, ha guardado silencio, a pesar de las 450 firmas de Padres que pedían esa condena, firmas que yo mismo llevé a Monseñor Felici, secretario del Concilio acompañado por Monseñor Sigaud, Obispo de Diamantina.
¿Hay que seguir con el análisis para llegar a la conclusión? Me parece que bastan estas líneas para que podamos negarnos a seguir a este Concilio, sus reformas, sus orientaciones, en todo lo que tienen de liberalismo y de neomodernismo.
Querernos responder a la objeción —no faltará quien nos la haga— referente a la obediencia, a la jurisdicción de aquéllos que quieren imponernos esa orientación liberal. Respondemos: en la Iglesia, el derecho y la jurisdicción están al servicio de la Fe, finalidad primera de la Iglesia. No hay ningún derecho, ninguna jurisdicción que pueda imponernos una disminución de nuestra Fe.
Aceptamos esa jurisdicción y ese derecho cuando están al servicio de la Fe. Pero, ¿quién puede juzgarlo? La Tradición, la Fe enseñada desde hace dos mil años. Todo fiel puede y debe oponerse a quienquiera que en la Iglesia pretenda afectar su fe, la fe de la Iglesia de siempre, basada en el Catecismo de su infancia.
Defender su fe es el primer deber de todo cristiano, con mayor razón de todo sacerdote y de todo obispo. En el caso de todo orden que comporte un peligro de corrupción de la Fe y de las costumbres, la “desobediencia” es un deber grave. Como estimamos que nuestra fe se halla en peligro merced a las reformas y las orientaciones posconciliares, tenemos el deber de “desobedecer” y conservar la Tradición. El más grande servicio que podemos prestar a la Iglesia Católica, al sucesor de Pedro, a la salvación de todas las almas y de la nuestra, es rechazar la Iglesia reformada y liberal, porque cree*mos en Nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, que no es liberal ni reformable.
Una última objeción: este Concilio es un Concilio como los otros. Por su ecumenicidad y su con*vocación, sí lo es; por su objeto —y eso es esencial— no lo es. Un Concilio no dogmático puede no ser infalible; lo es sólo cuando recoge verdades dogmáticas tradicionales.
¿Cómo justificáis vuestra actitud con respecto al Papa?
Somos los más ardientes defensores de su autoridad como sucesor de Pedro, pero regulamos nues*tra conducta de acuerdo con las palabras de Pío IX ya citadas. Aplaudimos al Papa vocero de la Tradición y fiel a la transmisión del depósito de la Fe. Aceptamos las innovaciones que están confor*mes con la Tradición y la Fe. No nos sentimos sujetos por obediencia a innovaciones que van en con*tra de la Tradición y amenazan nuestra Fe. En ese caso, nos colocamos a favor de los documentos pon*tificios citados anteriormente. No vemos, en conciencia, cómo un católico fiel, sacerdote u obispo, puede tener otra actitud frente a la dolorosa crisis por la que atraviesa la Iglesia. “Nihil innovetur nisi quod traditum est”, que no se innove nada sino que se transmita la Tradición. ¡Que Jesús y María nos ayudan a permanecer fieles a nuestros compromisos episcopales! “No digáis que es verdad lo que es falso, no digáis que es bueno lo que es malo”. Eso es lo que se nos dijo en nuestra consagración.
Contamos, pues, con el auxilio de vuestras oraciones y de vuestra generosidad para proseguir, a pesar de las pruebas, esta formación sacerdotal indispensable para la vida de la Iglesia. No es la Iglesia ni el sucesor de Pedro los que nos atacan, sino hombres de Iglesia imbuidos de errores libera*les, que ocupan cargos elevados dentro de la Iglesia y aprovechan su poder para hacer desaparecer el pasado de la Iglesia e instaurar una nueva Iglesia que no tiene nada de católica.
Así pues, es menester que salvemos a la verdadera Iglesia y al sucesor de Pedro de ese ataque satá*nico que hace pensar en las profecías del Apocalipsis. Oremos sin cesar a la Virgen María, a San José, a los Santos Angeles Custodios y a San Pío X, para que vengan en nuestro auxilio, a fin de que la Fe católica triunfe sobre los errores. Permanezcamos unidos en esa Fe, evitemos la polémica, amémonos los unos a los otros, reguemos por los que nos persiguen y devolvamos bien por mal.
Y que Dios os bendiga.
Mons. Marcel Lefebvre, Arzobispo. Carta a los Amigos y Benefactores N° 9, octubre de 1975, publicada en “Un Obispo Habla”.
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Fuente:
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domingo, 11 de agosto de 2013
Hacia el ideal masónico.
Conferencia pronunciada por Mons. Marcel Lefebvre el 21 de noviembre de 1986 en el Priorato de la Fraternidad San Pío X, Buenos Aires, sobre la situación de la Iglesia tras la reunión ecuménica de Asís.
Estoy contento de tener esta oportunidad de hablarles nuevamente, desgraciadamente, en este tiempo, muchas cosas han sucedido y nada ha mejorado.
Trataré de explicar la situación actual para saber qué hacer como verdaderos hijos de la Iglesia Católica.
Les hablaré, rápidamente, de lo que parece ser el complot urdido contra la Iglesia, en contra de Nuestro Señor Jesucristo, de Dios Padre y, luego, cómo fue posible que esos autores -de los cuales el principal es el mismo Satanás- hayan logrado introducirse en la Iglesia y servirse de sus hombres para concretar sus planes.
Nos encontramos, sin duda, en una situación trágica, por lo tanto debemos tomar resoluciones firmes; somos los herederos de Dios que vivimos en esta época, en esta situación de la Iglesia en la que el mismo Papa está comprometido en el camino de la Revolución, por eso hemos de obrar en consecuencia, para defender a todo precio la Fe católica y la Santa Iglesia.
Ustedes conocen el libro de Sardá y Salvany: “El liberalismo es pecado”, este libro fue escrito ya hace casi un siglo y aprobado por San Pío X, aprobado por la Santa Sede. EL LIBERALISMO ES PECADO. ¿Y qué es ese pecado de liberalismo? Es la Revolución del hombre en contra de Dios; el deseo de independencia: el hombre quiso liberarse de Dios, o la libertad del hombre que quiso alejarse de Dios.
¿De qué hizo la libertad el hombre? ¿Para qué la hizo? Hizo la libertad de pecar, de ser libre para poder pecar, para obrar según su conciencia: libertad de conciencia, libertad de prensa, libertad de pensamiento...
Antes de producirse esto el hombre dependía de Dios y sentía esa dependencia de la Autoridad Suprema, la Verdad perfecta, la Ley misma [...] ahora festejan la independencia, los países festejan su independencia, no sería nada si se tratara de una independencia de orden político o de un hecho simplemente histórico, lo hacen festejando la de Dios.
Podríamos preguntarnos ¿qué es ese liberalismo, cuál es su definición? Y diremos que el LIBERALISMO es una religión; una que quiere reemplazar a la Católica; que tiene sus propios sacerdotes: los dirigentes de la Masonería. Ellos son sus sagrados pontífices, ellos enseñaron esta religión en sus logias y desde allí dirigen la operación de destrucción de la Iglesia y de la Cristiandad.
Esa religión-liberal tiene su culto, laico, el de la Diosa Razón, que fuera adorada en la Catedral de París en la Revolución Francesa. El culto a la libertad; ese culto que hace estatuas que reemplazan a las -de la Santísima Virgen María y a la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo.
Esta nueva religión tiene su calendario, sus gestas laicas reemplazando a las de Dios con sus mitos: el hombre, la razón, la libertad. El hombre es tratado como todopoderoso, como centro de la Creación, sin deberle nada a Dios.
Y tiene también su decálogo reemplazando al de Nuestro Señor, este es el de los derechos del hombre. No más derechos para Dios. No más obligaciones para el hombre, sino los derechos para poder pecar, para elegir lo que quiera, para que todos respeten su conciencia. Jesús en cambio, no dijo eso a sus apóstoles cuando les enseñó a predicar: “quien crea, y se convierta, se salvará, quien no crea se condenará”. No les dijo que cada uno siguiera su conciencia, les dijo que enseñaran la Verdad y por esto ellos murieron mártires de la Verdad. No para que cada uno obrara según su conciencia, no para que les dijeran “hagan lo que quieran”, y sin embargo, por desgracia… ese es el espíritu que domina hoy aún en el interior de la Iglesia católica.
Esta religión de liberalismo tiene también su política su organización: LA DEMOCRACIA; el poder ya no procede de Dios sino del hombre, es él quien hace la ley. La democracia se transforma rápidamente en socialismo y en comunismo; la mayor parte de las naciones que son democráticas se encuentran en esta situación, dirigidas por un poder socialista.
Más aún, se llega a la supresión de la propiedad privada, de la iniciativa privada [...] de ahora en más todo está en función del Estado, todo queda esclavizado: peor en los países comunistas donde esto se realiza por el imperio de la fuerza [...].
Todo esto procede de esta religión liberal; ella tiene, además, sus fuerzas, Sin duda ustedes lo saben mejor que yo, ya que no estoy enterado de los asuntos secretos de las bandas, pero es un hecho que tienen poder más o menos oculto, en las finanzas. Qué o quién, no se sabe, pero tienen todo el dinero del mundo y dominan las finanzas en todos los sectores de las ciudades; ese poder enorme que puede tranquilamente aniquilar una nación suprimiéndole los créditos -tienen el ejemplo aquí en los países de América- y a cambio de esos créditos exigen que, en estos países, se aplique la religión liberal.
Tienen así una fuerza asombrosa y un poder indudablemente diabólico.
Tienen también sus medios de comunicación que están todos en manos de la masonería. En Europa ya no existen periódicos católicos (a excepción de “Present” de Jean Madiran), no los hay ni en Italia ni en Francia ni en Suiza, todos están en manos de los poderes internacionales [...]
Ahora, finalmente, están en camino de instalar una Superreligión; tienen ustedes conocimiento de la reunión realizada en Asís el 27 de octubre pasado, pues bien, no se trata de ésta como punto de partida de tal instalación sino de una que la precediera realizada el 29 de septiembre. Yo mismo no lo sabía, para enterarme tuve que viajar a Roma en octubre pasado. Es decir, un mes antes de la reunión de Asís que presidiera Juan Pablo II, se realizó otra reunión, también allí, presidida por el príncipe Felipe de Edimburgo, esposo de la reina de Inglaterra, en la cual se hallaban las cinco grandes religiones de la tierra, dentro de la misma Basílica. Salió esto en varios diarios italianos; allí figura el discurso pronunciado por el citado príncipe en aquella ocasión, dijo él: “Así se obtiene la gracia de tener unidas aquí las cinco grandes religiones de la tierra, al fin ya no hay tapujos, al fin se acaba una sola y única verdad religiosa y al fin se suprime el escándalo cristiano de aquel hombre que vivió hace 20 siglos y pretendió decir de sí mismo: soy el camino, la verdad y la vida”. Y bien, ¿es o no una declaración contra Nuestro Señor Jesucristo?
Esto sucedió un mes antes en el mismo lugar en el que se realizaría el encuentro del Papa.
Podríamos decir que Roma no sabía de aquel encuentro, sin embargo bien que lo sabía. Así, ante el príncipe de Edimburgo, los jefes de las religiones y el Superior General de los Franciscanos, una bailarina hindú danzó a favor de la naturaleza, puesto que el encuentro era -justamente- en defensa de la naturaleza. El padre Superior dudó un momento ante esta realización de la danza pagana dentro de la Basílica y ante el altar de San Francisco y se remitió a Roma; y dicen los diarios que Roma un poco después respondió que “no tiene importancia”, “que se haga”.
Esto no es más que una etapa para llegar a la formación de esa SUPER RELIGIÓN; ya saben que el Papa fue invitado para el año próximo a Japón para la realización de lo que se llamará el parlamento de las religiones. Esto no es más que la religión del liberalismo, esa religión que instala su voluntad, que instala su programa para reemplazar el de la verdadera religión católica, eso es algo abominable.
Tiene también, esta religión del liberalismo, sus condecoraciones. El mismo presidente Alfonsín salió en los diarios de Europa recibiendo de un grupo de judíos una condecoración de la libertad religiosa, por propender a la realización de las ideas liberales. Esa misma condecoración la recibió el cardenal Bea, aquel que insistió durante el Concilio para introducir la “libertad religiosa”, la libertad no de Dios sino de los derechos del hombre, de manos de la misma secta.
Es toda una organización, un verdadero complot, meditado, pensado punto por punto para destruir toda la cristiandad. Lo dijo bien S.S. León XIII, que el fin que interesaba a estas asociaciones era destruir las instituciones cristianas y particularmente, una contra la cual se encaminan: la familia. Cada vez hay menos matrimonios en todo el mundo, inclusive en las mismas legislaciones se sostiene la unión libre; en muchos países son menores los impuestos a los concubinos que para quienes sostienen y tienen un verdadero matrimonio. Es el desorden completo.
Y ahora llegamos al momento principal, es el golpe maestro pensado por Satanás; introducir en la Iglesia esta falsa religión, sirviéndose de sus hombres -sobre todo los episcopados- para establecer la revolución liberal. Aquí mismo en Argentina, tienen un ejemplo: lo supe al llegar, algunos obispos hicieron un esfuerzo en contra del divorcio declarando, acerca de los diputados que habían votado la ley favorablemente, que no podrían recibir la Comunión, pues bien, se los ha obligado a retractarse. ¿Qué hacían esos obispos? No hacían más que aplicar lo que está indicado en el Derecho Canónico.
Podrían preguntarse cuál es el espíritu que domina en Roma para que sea Roma quien obligue a los obispos a desdecirse. Es una situación verdaderamente asombrosa., inverosímil. Esa infiltración en el seno de la Iglesia se realizó sobre todo después del Concilio Vaticano II; el mismo Cardenal Ratzinger en su libro “Teoría del principio teológico”, dice claramente que luego de los años sesenta hubo algo que cambió en el seno de la Iglesia católica, reconociendo ahora, principios que le son ajenos, que vienen de 1789, de la Revolución Francesa. Esto dice abiertamente; inclusive, que el Vaticano II fue el golpe final, que a partir de él no se nombran más que obispos favorables a la revolución liberal. Vean por ejemplo en Chile, Brasil, Alemania, Suiza, Francia, Italia, todos esos obispos son liberales, pro-socialistas y hasta marxistas.
La revolución estaba instalada fuera y en contra de la Iglesia; ahora, por medio de sus hombres, se halla adentro y asistimos a su crucifixión. Ella sufre una verdadera pasión. Lo dijo el mismo Paulo VI, que asistimos a la autodemolición de la Iglesia. ¿Qué quería decir? La destrucción por los mismos hombres de la Iglesia [ ...].
Es clarísimo como en Francia, Mitterrand pudo llegar al gobierno gracias a los obispos que entusiasmaron a los fieles para votarlo, para votar al socialismo. En cuanto fue nombrado presidente atacó con todas sus fuerzas las escuelas católicas, para estatizarlas, y no fueron los obispos quienes presentaron oposición, sino los fieles, que en número de dos millones llegaron a París para protestar contra la enseñanza libre. Los obispos no hicieron nada.
Podríamos citar cantidad de ejemplos, libros inclusive, aquí mismo ustedes conocen los editados por el Sr. Gorostiaga, libros que han denunciado esa revolución estatal de la Iglesia [...]. Pero todas estas denuncias, todas esas protestas no han cambiado en nada la situación.
Ustedes deben tener en cuenta el encuentro de Asís del Papa, para nosotros, que tratamos de permanecer un dos a la Iglesia ya la Tradición, es indignante. Yo mismo le escribí a ocho cardenales para que por el amor de Dios, trataran de impedir que el Papa realizara el escándalo de Asís, ubicándose a un mismo nivel con las falsas religiones inventadas por el diablo, eso no es más que un horror y una abominación, y nosotros renegaríamos de nuestra fe católica si no nos indignáramos ante este nuevo escándalo. Ni siquiera un cardenal levantó la voz en contra; sólo uno me respondió: “Yo no puedo hacer nada ya no me queda nada que hacer, que el Papa haga lo que quiera”.
El Cardenal Arzobispo de Burdeos, Monseñor González, cuando yo estaba en España a comienzos de este mes, publicó un artículo en que sostenía que el “encuentro” era una cosa muy buena. Esto es enceguecimiento, como dice la Escritura: “Tienen ojos y no ven”.
Ante esto nos encontramos. Debemos, entonces, reagruparnos, como verdaderos católicos, en torno a los altares. Altares católicos y no esas mesas de comunión. Altares del verdadero Sacrificio, junto a los verdaderos sacerdotes, verdaderos obispos, verdadera doctrina, verdadera Religión, para asistir a la verdadera Misa católica.
Es el altar el tesoro de la Iglesia. El sacrificio de Nuestro Señor es lo más hermoso, lo más grande, lo más sublime que Él nos dejara. Debemos reencontrarnos ahí, en esos altares, para reconstruir la Cristiandad.
Todas las gracias proceden de la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo. Gracias que han hecho muchos mártires por Dios, que le han dado a la Cristiandad el espíritu misionero. Si queremos entonces, decía, reconstruir la Cristiandad, debemos Adorarle en esos altares y para tenerlos, necesitamos sacerdotes [...].
Debemos hacer familias cristianas, es a través de ellas de donde proceden las vocaciones. Familias numerosas, unidas, donde se reza en común, donde se dan ejemplos, donde reina la modestia y las virtudes cristianas [...].
Nosotros queremos volver a proclamar a Nuestro Señor como Rey; no queremos otro Rey más que Él. El Reino Universal, no solamente en nuestras familias sino también en nuestras ciudades; el Reino de Nuestro Señor como fue predicado durante siglos. Que podamos decir: “Más vale morir que traicionarlo”.
Gracias por vuestra atención ¡Viva Cristo Rey!
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lunes, 16 de julio de 2012
O catolicismo o liberalismo: No es posible la conciliación
“La última proposición condenada en el Syllabus dice lo siguiente:
El Romano Pontífice puede y debe reconciliarse y transigir con el progreso, con el liberalismo, y la civilización moderna.
Condenada esa proposición como errónea, resulta verdadera la contraria, o sea que el Romano Pontífice ni puede ni debe reconciliarse, ni transigir con el progreso, con el liberalismo y con la civilización moderna. El catolicismo, pues, del que el Papa es el jefe y cabeza, no puede reconciliarse con el liberalismo; son incompatibles. Esta condenación solemne es ya suficiente prueba para todo católico; empero, a mayor abundancia, citaremos lo que más hace al caso de la Alocución y del Breve que dijimos.
El 17 de septiembre de 1861 después del decreto relativo a la canonización de los veintitrés mártires franciscanos del Japón, dijo Pío IX lo siguiente:
En estos tiempos de confusión y desorden, no es raro ver a cristianos, a católicos –también los hay en el clero- que tienen siempre las palabras de término medio, conciliación, y transacción. Pues bien, yo no titubeo en declararlo: estos hombres están en un error, y no los tengo por los enemigos menos peligrosos de la Iglesia…Así como no es posible la conciliación entre Dios y Belial, tampoco lo es entre la Iglesia y los que meditan su perdición. Sin duda es menester que nuestra fuerza vaya acompañada de prudencia, pero no es menester igualmente, que una falta de prudencia nos lleve a pactar con la impiedad…No, seamos firmes: nada de conciliación; nada de transacción vedada e imposible.
El Breve que hemos prometido citar, es el que el mismo Pío IX dirigió al presidente y socios del Círculo de San Ambrosio de Milán en 6 de marzo de 1873, donde dice lo siguiente:
Si bien los hijos del siglo son más astutos que los hijos de la luz, serían sin embargo menos nocivos sus fraudes y violencias, si muchos que se dicen católicos no les tendiesen una mano amiga. Porque no faltan personas que, como para conservarse en amistad con ellos, se esfuerzan en establecer estrecha sociedad entre la luz y las tinieblas, y mancomunidad entre la justicia y la iniquidad, por medio de doctrinas que llaman católico-liberales, las cuales basadas sobre principios perniciosísimos adulan a la potestad civil que invade las cosas espirituales, y arrastran los ánimos a someterse, o a lo menos, a tolerar las más inicuas leyes, como si no estuviese escrito: ninguno puede servir a dos señores. Estos son mucho más peligrosos y funestos que los enemigos declarados, ya porque sin ser notados, y quizá sin advertirlo ellos mismos, secundan las tentativas de los malos, ya también porque se muestran con apariencias de probidad y sana doctrina, que alucina a los imprudentes amadores de conciliación, y trae a engaño a los honrados, que se opondrían al error manifiesto.
(…) Yo, haciendo mías las palabras de Pío IX, y aplicándolas a nuestra actual situación, concluyo este apartado diciendo: Nos hallamos en días de confusión y desorden, y en estos días se han presentado hombres cristianos, católicos –también un sacerdote- lanzando a los cuatro vientos palabras de término medio, de transigencia, de conciliación. Pues bien, yo tampoco titubeo en declararlo: esos hombres están en un error, y no los tengo por los enemigos menos peligrosos de la Iglesia. No es posible la conciliación entre Jesucristo y el diablo, entre la Iglesia y sus enemigos, entre catolicismo y liberalismo. No; seamos firmes: nada de conciliación; nada de transacción vedada e imposible. O catolicismo o liberalismo. No es posible la conciliación.”
San Ezequiel Moreno, Pasto, Colombia, 29 de octubre de 1897.
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Fuente:
https://statveritasblog.blogspot.com...smo-no-es.html
Título: Liberalismo – Blasfemia
Autor: S.E. Mons. Richard Nelson Williamson
Original en inglés: Liberalism – Blasphemy
Traducción: Dinoscopus.org
El liberalismo, ¿será tan horrendo como se dice? Tal o cual persona está acusada de ser un “liberal”, y sin embargo muchos de los que se ven acusados de serlo, niegan rotundamente que la etiqueta pueda ser aplicada a ellos. ¿Quién tiene la razón? ¿Los acusadores o el acusado? Siendo el “liberalismo” una palabra que designa el error de los tiempos modernos que engloba todo, y que es responsable de arrastrar innumerables almas a las llamas del Infierno, merece ciertamente una atención suplementaria.
En realidad, la libertad designa lo de que yo estoy libre (de tal o cual impedimento; por ejemplo estoy libre de una cadena que me impediría caminar), o bien ella designa lo que yo estoy libre para hacer (eligiendo tal o cual meta, por ejemplo caminar hasta el pueblo o hasta el precipicio). De estos dos aspectos de la libertad, la libertad negativa de impedimento (por ejemplo, libre de una cadena que me impide caminar) viene, a la vez, antes de la meta positiva en cuanto al tiempo (caminar hasta el precipicio), pero después, en cuanto a la importancia (o a la gravedad). Pues estar libre de impedimento (sin cadena) viene antes en cuanto al tiempo dado que si estoy impedido de caminar (por la cadena) para alcanzar un objetivo (el pueblo o el precipicio), tal objetivo es evidentemente imposible de alcanzar. Por otro lado, en cuanto a la importancia (o a la gravedad), la libertad de impedimento (sin cadena) viene después de la libertad de elección porque el valor de una voluntad no impedida dependerá del valor de la meta (pueblo o precipicio) elegida, y por la cual habré utilizado esta libertad-de, que en si es solo negativa. Así, el tener un cuchillo me libera de encontrarme desarmado: si yo utilizo el estar armado para cortar la comida para comer, esta libertad es buena; in cambio si yo utilizo el estar armado para cortar en pedazos a mi abuela, esta libertad se hace mortífera.
Mons. Richard Nelson Williamson
Ahora bien, lo que hace el liberalismo es darle a la libertad de impedimento (sin cadena), un –o el- valor supremo en sí misma (a esa libertad), independientemente de la libertad para elegir, sea para la buena meta (pueblo) sea para la mala (precipicio). Así, los liberales independizan la libertad de impedimento (sin cadena) de la meta buena o mala, del bien y del mal. Pero la diferencia entre el bien y el mal es una parte esencial de la creación de Dios, prevista desde la fruta prohibida del Paraíso Terrenal hasta el fin del mundo, para que el hombre haga su elección entre el Cielo y el Infierno. Y, a causa de ello, anteponer la libertad de impedimento a la ley de Dios es anteponer el hombre a Dios.
Dado que el liberalismo implica así la negación implícita de la ley moral de Dios, del bien y del mal, el liberalismo hace implícitamente la guerra a Dios, colocando al “derecho” humano para elegir, antes del derecho divino a dar mandamientos. Ahora bien, tal como lo decía el Arzobispo Lefebvre, existen 36 variedades diferentes de liberales, y entre ellas sin duda no todas pretenden hacerle la guerra a Dios. Pero la guerra a Dios sigue siendo la conclusión lógica de los liberales que dan el valor supremo a la libertad, y es la razón por la cual, para muchos de ellos, todo está permitido. Habiendo degradado y destronado a Dios y a sus reglas, entonces la adoración de la libertad viene a ser para los liberales su religión de sustitución, una religión sin reglas, a no ser su propia voluntad.
Más aún, siendo una religión de sustitución, debe desembarazarse de la verdadera religión que le bloquea el camino, de tal manera que los liberales se vuelven naturalmente “cruzados” en contra de la orden de Dios en todos los rincones de su creación: matrimonio libre de género, familia libre de hijos, Estados libres de autoridades, vidas libres de moral, y así sucesivamente. Tal guerra contra la realidad de Dios es una locura total y, sin embargo, los liberales, aparentemente tan buenos para los hombres que están “liberando”, pueden ser de hecho tremendamente crueles contra cualquiera que sea un obstáculo en medio del camino de su cruzada. Está en la lógica de su religión de sustitución que ellos no se sienten obligados a observar ningún miramiento en pisotear a los anti-liberales, porque estos no merecen ninguna piedad.
Durante 20 siglos, la Iglesia Católica ha condenado tamaña locura. Sin embargo, aprovechando el Vaticano II, la Iglesia oficial le ha abierto la puerta, declarando por ejemplo (“Dignitatis Humanæ”) que cada Estado debe proteger la “libertad-de” una coacción civil religiosa de sus ciudadanos en lugar de su “libertad-para” practicar la verdadera religión. Y ahora, los dirigentes de cierta Fraternidad católica quieren ponerla bajo la autoridad de los Romanos del Vaticano II. Para la verdadera religión, tal acción es, como el Arzobispo Lefebvre la llamó, la “Operación Suicidio”. Es normal, en este sentido que el liberalismo es intrínsecamente suicida.
Kyrie eleison.
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Fuente:
Comentarios Eleison CCLXXXIX (289 – 26 de enero de 2013): Liberalismo – Blasfemia | Biblia y Tradición (wordpress.com)
El liberalismo: «pecado ambiental»
C. Carrión
Publicado Por: CIRCULO TRADICIONALISTA GASPAR DE RODAS - MEDELLIN
febrero 12, 2021
El 4 de febrero de 1888 se produjo lo que muchos historiadores tildan como la primera huelga ecologista de la historia. Los habitantes de Riotinto (Huelva) protestaron por la contaminación aérea que produjo la quema de cobre en las minas cercanas, así como por los bajísimos salarios que pagaba la empresa británica a la cual la arruinada I república española le vendió aquellos predios.
No se hace mención de esta efemérides como algo loable, sino como una consecuencia directa de las decisiones económicas, sociales y políticas que se tomaron en la península a partir de la ascensión de la usurpadora. En pocas palabras, el liberalismo trajo consigo el desequilibrio y el desorden en todos los aspectos, y dio origen a uno de los más graves: el desequilibrio ambiental que comenzó a pasar factura con la contaminación, bastante perjudicial para las poblaciones. La ruptura del equilibrio dado por Dios a su creación afecta a los hombres, especialmente a los más vulnerables que son quienes sufren las consecuencias directas. Beben en arroyos contaminados, respiran aires tóxicos y luego sufren enfermedades terribles.
Y es que el pecado ambiental que menciona el papa Francisco, en realidad, no existe. Es sólo un producto de ese discurso modernista que idolatra a la naturaleza, pone a la creación por encima del creador y solo sirve para encubrir el verdadero problema: cuando destruyes el ambiente, te destruyes a ti mismo y a tu prójimo; y, si vamos a temas doctrinales, te portas como un pésimo administrador de la obra de Dios. ¿Quién destruye el ambiente y atenta, de esta manera, contra su prójimo y contra sí mismo? Aquel que, guiado por el deshumanizante lema liberal business are business, sobreexplota el patrimonio ambiental para satisfacer sus ambiciones materiales. Y está bien ser un empresario, pero está mal ejercer como tal forjando su imperio individual pasando por encima del bien común.
Pero el tema no da para un solo artículo, así que se debe concluir dejando claro que: primero, idolatrar a la naturaleza es un desvarío de quienes no ven la realidad del problema y, por ende, jamás serán capaces de proponer soluciones. Y, segundo, que esas soluciones pasan por reconocer que, desde finales del siglo XVIII, ingleses y franceses nos vendieron la idea de ser como dioses. He ahí el asunto.
Adrián Esteban Hincapié Arango, Circulo Tradicionalista Gaspar de Rodas
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Fuente:
https://periodicolaesperanza.com/archivos/3538
domingo, 26 de octubre de 2014
Cristo Rey - P. Leonardo Castellani
Hoy celebramos la fiesta de Cristo Rey, fiesta de primera clase. Cristo delante de Pilatos afirmó tres veces que Él era Rey, en el mismo sentido que lo entendía Pilatos. “Luego en definitiva ¿Tú eres Rey? – Tú lo has dicho; o sea “estás en lo cierto”. Es cierto que le dijo: “Mi Reino no es de aquí”; pero no dijo: “mi Reino no está aquí”. Usó el adverbio “hinc” que indica movimiento y no existe en castellano: existe en alemán. Ese adverbio “hinc” significaba tres cosas juntas: “Mi reino no procede de este mundo; mi Reino está en este mundo; mi Reino va deste mundo al otro Reino”.
Es un “pobre Rey” aparentemente, que hoy día no reina mucho, puesto que si reinara, el mundo andaría mejor. Una gran parte del mundo ni siquiera lo conoce; otra parte lo conoce y reniega dél, como los judíos: “Nolumus Hunc regnare super nos” – no queremos que Éste reine sobre nosotros; finalmente otra parte lo reconoce en las palabras y lo niega prácticamente en los hechos; que somos los cristianos cobardes. Pero hay esto que también notó Cristo: que si a un Rey se le sublevan los vasallos, no deja de ser Rey mientras conserve el poder de castigarlos y avasallarlos de nuevo. Si no tiene ese poder, es otra cosa. Y así hoy los herejes modernistas admiten que Cristo es Rey “en cierto sentido”, pero niegan la Segunda Venida de Cristo. Entonces sí, sería un pobre Rey. Los modernistas, o cambian enteramente el sentido de la Parusía, convirtiéndola en OTRA COSA (como Teilhard de Chardin) o bien dicen que vendrá dentro de 18 millones de años – que es como decir “nunca”.
Pio XI instituyó la fiesta de Cristo Rey contra el “Liberalismo”; justamente el Liberalismo es una especie de cobardía. El liberalismo niega la Reyecía de Cristo, su poder de derecho sobre la sociedad humana. Esta actual herejía cristiana es complicada, tiene como tres secciones, Liberalismo económico, Liberalismo político y Liberalismo religioso; y parecería que no son tan malos, y que el Liberalismo económico no tiene nada que ver con la religión, es un sistema económico; pero no es así, porque ese sistema se basa en la idea teológica herética de que “el hombre es naturalmente bueno, es la sociedad la que lo hace malo”; por tanto, dando libertad omnímoda a todo hombre (y en lo económico, al contrario, al comercio y al capital), el hombre se vuelve automáticamente buenito, bueno, más bueno, buenísimo y santo. Niega pues la elevación del hombre al estado sobrenatural, la caída del hombre, y la necesidad de la redención del hombre. Nada menos. Y con eso niega la Reyecía de Cristo…
El liberalismo eliminó la Reyecía de Cristo diciendo una cosa inocente: que la religión era un asunto privado, que por tano las naciones debían respetar todas las religiones y que la Iglesia no debía meterse en camisa de once varas – o sea en asuntos públicos. El gran filósofo alemán Josef Pieper observa que si hacemos a Dios un asunto privado (un asunto del interior de la conciencia de cada uno), por el mismo caso hacemos Dios al Estado y a Jesucristo y al Padre Eterno lo convertimos en subdioses. En efecto, el Estado es un asunto público, y por tanto, la religión es inferior y debe someterse a él, puesto que lo público es muy superior a lo privado, y lo privado debe sometérsele. En efecto, la Historia mostró pronto que el “laicismo liberal”, - era en realidad verdadera hostilidad; y acaba por deificar, divinizar al Estado; lo cual pronto se organizó en sistema filosófico monstruoso e idolátrico: la “estatolatría”, el sistema de Hegel y de Carlos Marx.
No tengo tiempo de hablar sobre la otra herejía que niega la Reyecía de Cristo quizás más radicalmente; el modernismo que nació del liberalismo; y es la herejía novísima, que está luchando ahora en el seno del Concilio Ecuménico. Debo decir algo sobre los malos soldados del Rey Cristo, es decir, los cristianos cobardes. Nada aborrece tanto a un Rey como la cobardía en sus soldados; si sus soldados son cobardes, el Rey está listo.
No hacen honor al Rey Cristo los cristianos que tienen una especie de complejo de inferioridad de ser cristianos. ¿Qué cristiano será un un católico Ministro de Educación que entrega la Universidad Argentina a los comunistas por ejemplo? ¿O dos gobernantes católicos que van a buscar justamente a un escritor ateo y blasfemo, enemigo de Cristo, para ponerlo de Director de la Biblioteca Nacional (J.L. Borges), y así mostrarse magnánimos? Si ese escritor anticristiano fuese el más competente, más apto que cualquier católico, podría quizás justificarse la cosa diciendo: “No hay que mirar la religión, hay que mirar la competencia”. Pero de hecho se dio el caso que el elegido era incompetente, poco competente, menos competente que muchos otros: la única ventaja que le sacaba a los otros era el ser impío. Un profesor de La Plata me dijo: “El ser izquierdista paga dividendos; porque al izquierdista lo ayudan los izquierdistas y los ayudan los católicos, por “magnanimidad”. Lo católicos reservan sus iras y sus ganas de luchar para sus hermanos en religión”.
No tanto como eso: aquí en la Argentina será cobardía, pero es más bien una buena dosis de bobería. Una señora me preguntó: “¿Cómo es posible que Fulano, que es católico y dueño de la revista Tal y Cual haya puesto de director a un izquierdista, que le está arruinando la revista?” Yo le dije: “Señora, los católicos ponen en altos puestos a los izquierdistas, aunque sean incompetentes, para ¡convertirlos!”.
No en balde el pecado de San Pedro fue la cobardía. Cristo reprendió de “cobardes” a los Apóstoles durante la Tempestead; y sintió tanto la cobardía de San Pedro que le obligó a arrepentirse públicamente. “Pedro – le dijo con ironía - ¿me amas tú más que todos estotros?”, porque Pedro antes del pecado había dicho “¡Aunque todos éstos te abandonen, yo no te abandonaré!” Pedro se guardó muy bien de repetir su bravata y decir: “Sí, te amo más que todos éstos!”, aunque puede que entonces fuese verdad. Dijo humildemente: “Señor, Tú lo sabes todo; Tú sabes que yo te amo…” – punto.
Para que Cristo sea realmente Rey, por lo menos en nosotros, hemos de vencer el miedo, la cobardía, la pusilanimidad; no ser “hombres para poco”, como decía Santa Teresa, y ¡pobre de aquél a quien ella se lo aplicaba! ¿Y cómo podemos vencer al miedo? ¡El miedo es un gigante!
“¿Os olvidasteis que Yo estaba con vosotros?”
Leonardo Castellani Th. D - Domingueras Prédicas - Ed. Jauja - 1997 - Págs- 327-332.
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Fuente:
https://www.ncsanjuanbautista.com.ar...astellani.html
lunes, 17 de junio de 2019
MAS SOBRE EL LIBERALISMO - Por el P. Leonardo Castellani
El liberalismo del siglo pasado enarboló la bandera de la libertad y arruinó las libertades que son la única verdadera libertad que existe.
Existe una falsa libertad fomentada por el liberalismo; la cual es a la verdadera libertad lo que la demagogia y el democratismo son a la democracia; el filosofismo a la filosofía; la sofística a la sofía; y la superstición y la herejía, a la religión. Es decir, es peor que ignorancia, es peor que mentira, es confusión.
El liberalismo no merece en la Argentina ni mucha investigación ni mucha discusión, casi es de mal gusto y casi da asco tocarlo; aquí fue brutalmente importado y no ha tenido ni doctrina, ni inteligencia, ni siquiera buena fe, no ha producido ninguna obra maestra en ningún género. No interesa tanto conocer su esencia como librarnos de su existencia.
Buscar la esencia de una cosa es hacer su definición. Yo hice tres definiciones europeas del liberalismo, cada una más exacta; y al final, una sencilla definición argentina.
Primera definición: El liberalismo es un movimiento económico, político y religioso, que se propone la libertad como ideal absoluto de la humanidad. Y por tanto, ideal absoluto de hombres y naciones.
No sirve porque pivota sobre la palabra libertad que es ambigua. Si a la palabra libertad no se añade para qué, es una palabra sin sentido. Y hoy en día, por obra del liberalismo, la más asquerosamente ambigua que existe.
Un socialista, el judío alemán Bernstein, dijo: “Poco importa hacia dónde vamos, lo que importa es el movimiento, porque la libertad es un movimiento…” Es una bobada filosófica: la libertad no es un movimiento, sino un poder moverse. Y en el poder moverse lo que importa es el hacia dónde. Lo que determina el movimiento —dicen los filósofos— y lo hace chico-grande, bueno-malo, tal o cual, es el término dónde, pues todo movimiento tiene dos términos: desde y dónde.
Libertad no tiene sentido alguno si no se añade para qué; y sin eso es mejor no hablar. La libertad del nacionalista, con una fórmula acuñada en América Latina, es: “Libertad para todo y para todos, menos para el mal y los criminales.”
El liberalismo proclamando libertad destruyó en el mundo la libertad, y trajo lo que ellos llaman totalitarismo. Es la ambigüedad filosófica del estandarte enarbolada en el siglo pasado. Pero, esa ambigüedad era sólo del estandarte, no de los que lo llevaban. Los que lo llevaban sabían bien lo que querían: querían libertad de comercio, o sea libertad para el Gran Dinero, a fin de llegar al poder del Gran Dinero o sea el actual Capitalismo ; para eso querían gobiernos débiles o parlamentarios, división de poderes, sufragio universal y todo lo demás, y después, el cristianismo liberal y, hoy día, el modernismo.
Leonardo Castellani - "Sentencias y aforismos políticos" - Ed. del Grupo Patria Grande 1981 - Pags.25, 26.
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Fuente:
https://www.ncsanjuanbautista.com.ar...-por-el-p.html
De un ortodoxo
jueves, 12 de noviembre de 2020
El Liberalismo - I
El liberalismo que describiremos en las páginas siguientes no es, digámoslo desde el principio, un nihilismo manifiesto; es más bien un nihilismo pasivo o, mejor aún, el caldo de cultivo neutral de las etapas más avanzadas del nihilismo. Aquellos que han seguido nuestra discusión anterior sobre la imposibilidad de la "neutralidad" espiritual o intelectual en este mundo comprenderán de inmediato por qué hemos clasificado como nihilista un punto de vista que, aunque no es directamente responsable de ningún fenómeno nihilista sorprendente, ha sido un requisito previo indispensable por su apariencia. La defensa incompetente por parte del liberalismo de una herencia en la que nunca ha creído plenamente, ha sido una de las causas más potentes del horno del nihilismo.
La civilización humanista liberal que, en Europa Occidental, fue la última forma del Viejo Orden que fue efectivamente destruida en esa Gran Guerra y las Revoluciones de la segunda década de este siglo y que continúa existiendo, aunque de una manera aún más atenuada forma "democrática" - en el mundo libre de hoy, puede caracterizarse principalmente por su actitud hacia la verdad. Ésta no es una actitud de abierta hostilidad ni siquiera de deliberada despreocupación, porque sus sinceros apologistas sin duda tienen un respeto genuino por lo que consideran la verdad; más bien, es una actitud en la que la verdad, a pesar de ciertas apariencias, ya no ocupa el centro de atención. La verdad en la que profesa creer (aparte, por supuesto, del hecho científico) no es, para ellos, una moneda espiritual o intelectual de circulación corriente, sino un capital sobrante ocioso e infructuoso de una época anterior. El liberal todavía habla, al menos en ocasiones formales, de "verdades eternas", de "fe", de "dignidad humana", de la "alta vocación" del hombre o de su "espíritu insaciable", incluso de "civilización cristiana"; pero está bastante claro que estas palabras ya no significan lo que alguna vez significaron. Ningún liberal las toma con toda seriedad; de hecho, son metáforas, ornamentos del lenguaje que pretenden evocar una respuesta emocional, no intelectual, una respuesta condicionada en gran medida por el uso prolongado, del recuerdo de una época en la que tales palabras tenían un efecto positivo y serio.
Padre Seraphim Rose
Fuente: Nihilism. The Root of the Revolution of the Modern Age
Traductor: Yerko Isasmendi
Notas:
1) Voluntad de Poder, p.377
2) Ver, por ejemplo, las observaciones de Bakunin sobre Louis Napoleon en G. P. Maximoff, ed., The Political Philosophy of Bakunin, Glencoe, Illinois, The Free Press, 1953, p. 252.
3) San Juan XVIII, 37
4) Voluntad de Poder, p.8
5) Ibid., p.22
Nadie hoy que se enorgullezca de su "sofisticación" - es decir, muy pocos en las instituciones académicas, en el gobierno, en la ciencia, en los círculos intelectuales humanistas, nadie que desee o profese estar al tanto de los "tiempos" - cree o puede creer plenamente en la verdad absoluta, o más particularmente en la Verdad Cristiana. Sin embargo, se ha conservado el nombre de verdad, al igual que los nombres de las verdades que los hombres alguna vez consideraron absolutas, y pocos en cualquier posición de autoridad o influencia vacilarían en usarlas, incluso cuando se dan cuenta de que sus significados han cambiado. La verdad, en una palabra, ha sido "reinterpretada"; las viejas formas se han vaciado y se les ha dado un contenido nuevo, cuasi-nihilista. Esto puede verse fácilmente mediante un breve examen de varias de las áreas principales en las que la verdad ha sido "reinterpretada".
En el orden teológico, la primera verdad es, por supuesto, Dios. Omnipotente y omnipresente Creador de todo, revelado a la fe y a la experiencia de los fieles (y no contradecido por la razón de quienes no niegan la fe), Dios es el fin supremo de toda la creación y Él mismo, a diferencia de Su creación, encuentra Su En sí mismo, todo lo creado está en relación con Él y depende de Él. El único que no depende de nada fuera de Él. Él ha creado el mundo para que pueda vivir en el disfrute de Él, y todo en el mundo está orientado hacia este fin, pero sin embargo los hombres pueden perderse por un mal uso de su libertad.
La mentalidad moderna no puede tolerar tal Dios. Él es demasiado íntimo - demasiado "personal", incluso demasiado "humano" - y demasiado absoluto, demasiado intransigente en sus demandas de nosotros; y Él se da a conocer sólo a través de una fe humilde, un hecho destinado a alienar a la orgullosa inteligencia moderna. Es evidente que el hombre moderno requiere un "nuevo dios", un dios más estrechamente modelado según el modelo de preocupaciones modernas tan centrales como la ciencia y los negocios; de hecho, esto ha sido de importancia para el pensamiento moderno proporcionar tal dios. Esta intención ya está clara en Descartes, se materializa en el Deísmo de la Ilustración, desarrollado hasta su fin en el idealismo alemán: el nuevo dios no es un Ser sino una idea, no revelada a la fe y a la humildad sino construida por las orgullosas mentes que todavía siente la necesidad de una "explicación" cuando ha perdido su deseo de salvación. Este es el dios muerto de los filósofos que solo necesitan una "primera causa" para completar sus sistemas, así como de los "pensadores positivos" y otros sofistas religiosos que inventan un dios porque lo "necesitan" y luego piensan en "usarlo" a su voluntad. Ya sean "deístas", "idealistas", "panteístas" o "inmanentistas", todos los dioses modernos son la misma construcción mental, fabricada por almas muertas por la pérdida de la fe en el Dios verdadero. Los argumentos ateos contra tal dios son tan irrefutables como irrelevantes; porque tal dios es, de hecho, lo mismo que ningún dios en absoluto. Sin interés en el hombre, impotente para actuar en el mundo (excepto para inspirar un "optimismo" mundano), es un dios considerablemente más débil que los hombres que lo inventaron. Sobre tal base, no hace falta decirlo, no se puede construir nada seguro; y es con razón que los liberales, aunque generalmente profesan la fe en esta deidad, en realidad construyen su visión del mundo sobre la base más obvia, aunque apenas más estable, del Hombre. El ateísmo nihilista es la formulación explícita de lo que ya estaba, no meramente implícito, sino realmente presente en una forma confusa, en el liberalismo.
Las implicaciones éticas de la creencia en tal dios son precisamente las mismas que las del ateísmo; este acuerdo interior, sin embargo, se disfraza de nuevo exteriormente detrás de una nube de metáforas. En el orden cristiano, toda actividad en esta vida es vista y juzgada a la luz de la vida del mundo futuro, la vida más allá de la muerte que no tendrá fin. El incrédulo no puede tener idea de lo que esta vida significa para el cristiano creyente; para la mayoría de la gente de hoy, la vida futura, como Dios, se ha convertido en una mera idea y, por lo tanto, cuesta tan poco dolor y esfuerzo negarla como afirmarla. Para el cristiano creyente, la vida futura es una alegría inconcebible, una alegría que supera la alegría que conoce en esta vida a través de la comunión con Dios en la oración, en la liturgia, en el sacramento; porque entonces Dios será todo en todos y no habrá disminuición de este gozo, que de hecho será infinitamente mejorado. El verdadero creyente tiene el consuelo de un anticipo de la vida eterna. El creyente en el dios moderno, que no tiene tal gusto previo y, por lo tanto, no tiene la noción del gozo cristiano, no puede creer en la vida futura de la misma manera; de hecho, si fuera honesto consigo mismo, tendría que admitir que no puede creer en ello en absoluto.
Hay dos formas primarias de tal incredulidad que pasa por creencia liberal: la protestante y la humanista. La visión protestante liberal de la vida futura, compartida, lamentablemente, por un número creciente que profesa ser católico o incluso ortodoxo, es, como sus opiniones sobre todo lo perteneciente al mundo espiritual, una mínima profesión de fe que enmascara una fe real en nada. La vida futura se ha convertido en un inframundo sombrío en la concepción popular de la misma, un lugar para tomar el "merecido descanso" después de una vida de trabajo duro. Nadie tiene una idea muy clara de este reino, porque no corresponde a ninguna realidad; es más bien una proyección emocional, un consuelo para aquellos que prefieren no enfrentar las implicaciones de su incredulidad real.
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Fuente:
https://www.padreseraphimrose.com/20...beralismo.html
La bancarrota del liberalismo y El catolicismo liberal. Doctrina del padre Ramière sobre el liberalismo.
(Por Francesc Mª Manresa i Lamarca. Artículo publicado en la revista Cristiandad, enero de 2021) –
Entre los años 1874 y 1875, publicó el padre Henri Ramière dos opúsculos sobre el liberalismo, como complemento y epílogo de su obra La soberanía social de Jesucristo. Bajo el título de La bancarrota del liberalismo y El catolicismo liberal, quiso el padre Ramière poner de manifiesto el gravísimo error del liberalismo, la falsedad de sus principios, el engaño de sus medios y el horror de sus consecuencias. Este artículo pretende resumir lo esencial de sus ideas.
¿Qué se entiende por liberalismo?
Es enseñanza común en la doctrina cristiana que a la soberbia pertenece no querer someterse a superior ninguno y especialmente no querer sujetarse a Dios y es también conocido en estas páginas que a la doctrina liberal pertenece la afirmación de la completa independencia de la libertad humana y la negación de toda autoridad superior al hombre en lo intelectual, en lo religioso y en lo político. De tal modo, podemos decir que, si en el orden moral la soberbia es vicio capital, esto es, padre de muchos otros vicios, socialmente el liberalismo es también principio de otros errores y muy especialmente de aquellos que han sido engendrados en la modernidad
Decimos que el liberalismo es un error capital en lo social porque, no solo por sí mismo es perpetrador de muchos males, sino porque andando bajo su dirección se llegan a errores aún más graves. En el plano teórico no se presenta el liberalismo como un destructor de sociedades o un sistema ateo aniquilador de la idea de Dios, no obstante, estudiadas sus consecuencias es fácil darse cuenta, por ejemplo, de que no hay revolución liberal sin terror ni ateísmo imperante sin previo destierro de Dios; porque verdad es que los pueblos que se han dejado seducir por la mentira del liberalismo, se ven obligados a beber todo el cáliz de sus consecuencias. He aquí a qué nos enfrentamos cuando hablamos de liberalismo.
Para reconocerlo, debemos entender que la gradación del liberalismo es variada: desde el liberalismo radical hasta el catolicismo liberal, pasando por un amplio espectro de liberalismos moderados. Si bien en todos ellos se proclaman sus principios, los distinguen de algún modo la modulación de sus consecuencias; en el primero, la sincera y violenta lógica de sus principios puesta en acto sin disimulo ni duda; y en los moderados, el intento de concordar las consecuencias de la verdad con los principios del error
El catolicismo liberal
En el último grado de liberalismo, no se advierte tanto una doctrina como una actitud, como una tendencia y disposición de ánimo ante el cual la afirmación de los derechos soberanos de Jesucristo es siempre inoportuna desde el momento que choca y desagrada. Los católicos liberales son en todo caso víctimas infelices de sus ilusiones, porque a pesar de la rectitud de sus intenciones, hacen penetrar más profundamente el veneno de sus errores, esa pestem perniciosissimam a la que se refería el beato Pío IX
Ciertamente el catolicismo liberal más que una doctrina es una ilusión práctica, seductora de rectas inteligencias y corazones generosos, fundada sobre sofismas y afirmaciones equívocas; siempre alerta a no profesar ni la doctrina católica opuesta al liberalismo, ni la doctrina liberal opuesta al catolicismo.
No hay que pensar sin embargo que la actitud del católico liberal no es beligerante, porque lo es ciertamente y muy especialmente con aquellos que a priori deberían ser sus aliados. Entre sus equívocos embaucadores, la mayor parte son condenas a aquellos que, según ellos, turban la paz con sus opiniones, a los que solo desean la libertad para sí pero no para los demás, a aquellos que condenan al liberalismo desde la religión o a aquellos que denigran el lema de “la Iglesia libre en el Estado libre”. No hay nada que inquiete más a un católico liberal que la doctrina tradicional de la Iglesia, mucho más que las injusticias, que los abusos o las consecuencias mortíferas de todo grado de liberalismo.
No hay peor quimera que la de pretender la conciliación el dogma cristiano de la soberanía social de Jesucristo con el error liberal de la negación de esta soberanía. […] Así es en fin el liberalismo católico: quimérico en su fin, anticatólico en su proceder y desastroso en sus efectos.
Las mentiras del liberalismo
En el liberalismo hay una primera mentira constitutiva: la libertad, que consiste en poder hacer lo que no daña a los otros dentro de los límites determinados por la ley4; pero esta ley no es la del Creador sino la expresión de la voluntad general5. Es decir, si en la facultad de poder obrar libremente el bien está la facultad de poder obrar el mal, establecida una ley desasida de la ley divina no se reivindica la facultad del hombre de poder obrar mal, sino su derecho a hacerlo. Renegando de la autoridad de Dios, en un absurdo funesto por el cual se reconoce a un Dios creador del hombre mientras se niega la obligación de obedecerlo, el liberalismo inocula el germen del ateísmo y el del anticristianismo. ¿Quién, negando la autoridad divina, declarando su independencia respecto de ella, soportará el dogma de la autoridad real de Jesucristo sobre la familia humana?Peor aún, porque esta familia humana no estará ya formada por hombres sino por brutos, pues siendo incapaz de descubrir su dignidad sublime y la realidad de su abatimiento por el pecado, ignorará de plano su destino celestial. Así, siendo incapaz de dar rescate a ese hombre bruto, conviene creer que éste “ha nacido bueno y naturalmente inclinado a la verdad y a la justicia”; entonces la sociedad que necesitamos ya no es aquella que preserva al hombre de las perversas inclinaciones que provienen de su caída y favorece el desarrollo de sus facultades superiores, sino la que lo devuelve a su feliz estado original.
Bancarrota intelectual
Una mirada sincera sobre la sociedad que ha “construido” el liberalismo -que es la nuestra-, una mirada por encima del aturdimiento de su opulencia, una mirada desengañada de sus ilusiones, podrá ver cómo a este imperio irresistible sobre los ánimos y naciones todas, Dios le hace expiar su victoria con un doble castigo: con los desastres que acarrea a los pueblos sometidos a su yugo, y con las contradicciones en las que necesariamente cae en su desenvolvimiento por razón de los errores que lleva ocultos bajo hipócritas fórmulas.
En el liberalismo hay una doble rebelión: una intelectual y una social. La primera pretende sustraer la razón humana a la supremacía de la verdad divina y la segunda no quiere reconocer ninguna autoridad emanada de Dios.En el origen se pretendía dar alas a la razón sacudiéndole el yugo de la fe; por la razón debíamos llegar a las más altas esferas, a los más elevados conocimientos, a la contemplación misma de lo verdadero, lo bello y lo bueno, huyendo necesariamente de todo espiritualismo exagerado. Las verdades serán las mismas, se nos decía, pero la manifestación será diferente; esta vez será del todo científica. Pero no es esto lo que ha sucedido: en lugar de la razón ultra-espiritualista que se nos prometía, hemos tenido la negación de Dios, del alma, y hasta de la misma razón, porque el liberalismo traza una línea arbitraria sobre la pendiente que lleva de las altas cumbres de la vedad al precipicio del error, y luego dice a las inteligencias y a las naciones: hasta aquí descenderéis, pero no proseguiréis. ¿Quién detendrá esa razón en caída libre? ¿una nueva línea cada vez más baja? He ahí la desgracia del liberalismo: ha embrutecido la razón. Ha pretendido liberarlo de los misterios de la verdad revelada y ella se ha empecinado en no creer siquiera en los filosóficos, porque el orgullo humano no se contenta más del Dios de la razón que del Dios del evangelio. Y si hay que admitir solamente lo que se comprende, hay que suprimir todo misterio y todo problema insoluble, y con ellos deberán suprimirse también las bases de la moral y de la sociedad, las aspiraciones naturales del corazón humano y hasta la filosofía y la misma razón.
En fin, aquellos que quisieron erigir la filosofía como la ciencia racional por excelencia, verían hoy a su hija negada como ciencia porque ésta solo es reconocida en las relaciones de los números y en las leyes de la materia. Tales son los hijos del liberalismo: devoran a sus padres. Y si hallamos perdida a la razón, limitada la ciencia, ¡qué no podemos decir de la literatura y de las artes! Apenas una mirada a la historia nos convencerá que las bellas artes no pueden florecer sino en una sociedad en que reinen los nobles sentimientos y las sublimes inspiraciones, cuyo manantial ha suprimido el liberalismo. Solo excepciones nos rescatan del escenario tétrico que hoy nos presenta el mundo “de la cultura”, como la Sagrada Familia barcelonesa, obra de un genio rebosante de fe.
El estado, como representante de la soberanía popular y principio de todo, se ha arrogado también el papel de educador del hombre, ha definido un nuevo atributo para sí mismo, éste es el de docente: la enseñanza como servicio público, expresión que tiene más de doscientos años ¡y aún hoy sigue vigente! En manos del estado liberal y postliberal, este “servicio público” no es más que un instrumento de degradación de las almas, a pesar de las mejores intenciones de los que toman parte en ella. Lo cual se efectúa de muchas maneras: primero destruyendo en las almas el amor a la verdad, después haciendo imposible su educación moral y finalmente ciñendo a todo el país con la barrera tiránica, que impide toda instrucción seria y todo progreso real.
¿Qué queda finalmente para una sociedad a la que han sustraído el yugo de la fe, han embrutecido su razón, han envilecido la ciencia y han dominado por la educación? Solo queda la esclavitud de su pensamiento. Ahí hallaremos el papel fundamental del periodismo, el único arte que ha creado el liberalismo. Si somos libre pensadores, dispongámonos a recibir con la boca abierta la doctrina que cada mañana nos remiten sobre tan graves cuestiones unos fulanos que hacen el negocio de pensar por nosotros. ¡Ay del que no lea periódicos!
El liberalismo político
Quienes acusan a la Iglesia de haber intervenido en política condenando el liberalismo yerran en tres cosas: la primera, negando al hombre los fundamentos de la realidad, la de su propia realidad actual y trascendente; la segunda, ignorando la dimensión religiosa de su doctrina que niega a Dios su soberanía social, el orden dispuesto por Dios en la comunidad humana; y por último acusando a la Iglesia de algo que no ha hecho, puesto que la Iglesia respeta la libertad plural de la verdadera política.
La clave de la práctica política del liberalismo está en la negación de la autoridad de Dios. Contra ella nace un concepto de libertad que se opone a la autoridad, queda suprimida toda noción del deber e invita a tomar el lugar de la autoridad al despotismo.
Si el dogma fundamental de la política liberal es que la sociedad debe subsistir y gobernarse por sí misma sin apoyarse en ningún poder superior; si la potestad de mando ha de derivarse del libre consentimiento de aquellos a quienes está encaminada, resulta del todo dependiente de su capricho. Si la autoridad es la determinación de la voluntad general desasida de toda ley y autoridad divina, queda también roto el principio de unidad que en ella se funda; y quitado de en medio el principio de unidad, a la armonía le sucede el desorden y el cuerpo cae en la disolución… de modo que para hacer cumplir las leyes no queda otra que recurrir sucesivamente a la fuerza bruta. La anarquía primero y después el despotismo son los frutos que necesariamente produce, en virtud de su principio, la negación de la autoridad de Dios.
Conclusión
No hay duda de que el padre Ramière conocía con profundidad lo que escribía y veía sus consecuencias ya en la sociedad de su tiempo, pero es difícil que su imaginación fuera capaz de adivinar el modo en que se desarrollaría aquello que intuía y más difícil sería describir la perplejidad que le producirían las consecuencias funestas de los errores que denunciaba, las mismas que hoy copan nuestros parlamentos, nuestros escenarios, nuestros periódicos, nuestras aulas y nuestros pensamientos. El funesto veneno del liberalismo ha inficionado una sociedad entera, una sociedad que apura con diabólico orgullo y no poca amargura el cáliz de sus consecuencias.
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sábado, 14 de noviembre de 2020
El Liberalismo - II
Tal "cielo" es el fruto de la unión de la terminología cristiana con la mundanalidad ordinaria, y no convence a nadie que se dé cuenta de que es imposible llegar a un compromiso en tales asuntos fundamentales; ni el verdadero cristiano ortodoxo ni el nihilista consecuente se dejan seducir por ella. Pero el compromiso del humanismo es, en todo caso, menos convincente. Aquí apenas existe la pretensión de que la idea corresponda a la realidad; todo se convierte en metáfora y retórica. El humanista ya no habla del cielo en absoluto, al menos en serio; pero sí se permite hablar de lo "eterno", preferiblemente en forma de figura retórica resonante: "verdades eternas", "espíritu eterno de los hombres". Uno puede preguntarse con justicia si la palabra tiene algún significado en tales frases. En el estoicismo humanista, lo "eterno" se ha reducido a un contenido tan tenue y frágil que resulta prácticamente indistinguible del nihilismo materialista y determinista que intenta, con alguna justificación, seguramente, destruirlo.
En cualquier caso, en el del liberal "cristiano" o en el aún más liberal humanista, la incapacidad de creer en la vida eterna tiene su raíz en el mismo hecho: creen sólo en este mundo, no tienen experiencia ni conocimiento ni fe en el otro mundo, y sobre todo, creen en un "dios" que no es lo suficientemente poderoso como para resucitar a los hombres de entre los muertos.
Detrás de su retórica, el protestante sofisticado y el humanista son muy conscientes de que no hay lugar para el cielo, ni para la eternidad, en su universo; su sensibilidad completamente liberal, de nuevo, no mira a una fuente trascendente, sino inmanente, de su doctrina ética, y su inteligencia ágil es incluso capaz de convertir este faute de mieux en una apología positiva. Desde este punto de vista, es tanto "realismo" como "coraje" vivir sin esperanza de gozo eterno ni miedo al dolor eterno; para alguien dotado de la visión liberal de las cosas, no es necesario creer en el cielo o el infierno para llevar una "buena vida" en este mundo. Tal es la ceguera total de la mentalidad liberal al significado de la muerte.
Si no hay inmortalidad, cree el liberal, todavía se puede llevar una vida civilizada; "si no hay inmortalidad" -es la lógica mucho más profunda de Ivan Karamazov en la novela de Dostoievski- "todas las cosas son lícitas". El estoicismo humanista es posible para ciertos individuos durante un cierto tiempo: hasta que, es decir, las implicaciones completas de la negación de la inmortalidad golpean a su puerta. El Liberal vive en un paraíso de los tontos que debe derrumbarse ante la verdad de las cosas. Si la muerte es, como creen tanto el liberal como el nihilista, la extinción del individuo, entonces este mundo y todo lo que hay en él -el amor, la bondad, la santidad, todo- son como nada, nada de lo que el hombre pueda hacer tiene una consecuencia última y plena, el horror de la vida se oculta al hombre sólo por la fuerza de su voluntad de engañarse a sí mismo; y ya que "todas las cosas son lícitas", ninguna esperanza o miedo de otro mundo retiene a los hombres de experimentos monstruosos y sueños suicidas. Las palabras de Nietzsche son la verdad y la profecía del nuevo mundo que resulta de esta visión: «De todo lo que antes se consideraba cierto, no se debe acreditar ni una sola palabra. Todo lo que antes se despreciaba como profano, prohibido, despreciable y fatal, todas estas flores ahora florecen en los senderos más encantadores de la verdad»[1].
La ceguera del liberal es un antecedente directo de la moral nihilista, y más concretamente de la bolchevique; porque esta última es sólo una aplicación consistente y sistemática de la incredulidad liberal. Es la ironía suprema de la visión liberal que es precisamente cuando su intención más profunda se habrá realizado en el mundo, y todos los hombres habrán sido "liberados" del yugo de normas trascendentes, cuando incluso la pretensión de creer en el otro mundo se haya desvanecido, es precisamente entonces cuando la vida como la conoce o desea el Liberal se habrá vuelto imposible; porque el "hombre nuevo" que produce la incredulidad sólo puede ver en el Liberalismo mismo la última de las "ilusiones" que el Liberalismo quiso disipar.
También en el orden cristiano la política se basaba en la verdad absoluta. Ya hemos visto, en el capítulo anterior, que la principal forma providencial que adoptó el gobierno en unión con la Verdad Cristiana fue el Imperio Cristiano Ortodoxo, en el que la soberanía recaía en un Monarca, y la autoridad procedía de él hacia abajo a través de una estructura social jerárquica. Veremos en el próximo capítulo, por otro lado, cómo una política que rechaza la Verdad Cristiana debe reconocer al "pueblo" como soberano y entender que la autoridad procede de abajo hacia arriba, en una sociedad formalmente "igualitaria". Está claro que uno es la inversión perfecta del otro; porque se oponen en sus concepciones tanto del origen como del fin del gobierno. La Monarquía Cristiana Ortodoxa es un gobierno establecido divinamente y dirigido, en última instancia, al otro mundo, un gobierno con la enseñanza de la Verdad Cristiana y la salvación de las almas como su propósito más profundo; El gobierno nihilista, cuyo nombre más apropiado, como veremos, es Anarquía, es el gobierno establecido por los hombres y dirigido únicamente a este mundo, un gobierno que no tiene más objetivo que la felicidad terrenal.
La visión liberal del gobierno, como podría sospecharse, es un intento de compromiso entre estas dos ideas irreconciliables. En el siglo XIX, este compromiso tomó la forma de "monarquías constitucionales", un intento, nuevamente, de unir una forma antigua con un contenido nuevo; hoy los principales representantes de la idea liberal son las "repúblicas" y las "democracias" de Europa Occidental y de América, la mayoría de las cuales conservan un equilibrio bastante precario entre las fuerzas de la autoridad y la Revolución, mientras profesan creer en ambas.
Por supuesto, es imposible creer en ambas con la misma sinceridad y fervor, y de hecho nadie lo ha hecho nunca. Los monarcas constitucionales como Luis Felipe pensaban hacerlo profesando gobernar "por la gracia de Dios y la voluntad del pueblo", una fórmula cuyos dos términos se anulan mutuamente, un hecho tan evidente para el anarquista [2] como para el monárquico.
Ahora bien, un gobierno es seguro en la medida en que tiene a Dios por fundamento y a Su Voluntad como guía; pero esto, seguramente, no es una descripción del gobierno liberal. En el punto de vista liberal, es el pueblo quien gobierna, y no Dios; Dios mismo es un "monarca constitucional" cuya autoridad ha sido totalmente delegada al pueblo, y cuya función es enteramente ceremonial. El liberal cree en Dios con el mismo fervor retórico con el que cree en el cielo. El gobierno erigido sobre tal fe es muy poco diferente, en principio, de un gobierno erigido sobre la total incredulidad, y cualquiera que sea su actual residuo de estabilidad, apunta claramente en la dirección de la anarquía.
Un gobierno debe gobernar por la Gracia de Dios o por la voluntad del pueblo, debe creer en la autoridad o en la Revolución; sobre estos temas, el compromiso es posible sólo en apariencia y sólo por un tiempo. La Revolución, como la incredulidad que siempre la ha acompañado, no puede detenerse a medias; es una fuerza que, una vez despierta, no descansará hasta terminar en un Reino totalitario de este mundo. La historia de los dos últimos siglos nos lo ha demostrado. Apaciguar la Revolución y ofrecerle concesiones, como siempre han hecho los liberales, demostrando así que no tienen una verdad con la que oponerse a ella, es quizás posponer, pero no impedir, la consecución de su fin. Y oponerse a la Revolución radical con una Revolución propia, ya sea "conservadora", "no violenta" o "espiritual", no es simplemente revelar la ignorancia del alcance total y la naturaleza de la Revolución de nuestro tiempo, sino que admitir también el primer principio de esa Revolución: que la vieja verdad ya no es verdadera y que una nueva verdad debe ocupar su lugar. Nuestro próximo capítulo desarrollará este punto definiendo más de cerca el objetivo de la Revolución.
En la cosmovisión liberal, por lo tanto, en su teología, su ética, su política y en otras áreas que no hemos examinado tan bién, la verdad se ha debilitado, suavizado, comprometido; en todas las esferas la verdad que alguna vez fue absoluta se ha vuelto menos cierta, si no del todo "relativa". Ahora bien, es posible —y esto equivale de hecho a una definición de empresa liberal— conservar durante un tiempo los frutos de un sistema y una verdad de la que se duda o se es escéptico; pero no se puede construir nada positivo sobre tal incertidumbre, ni sobre el intento de hacerla intelectualmente respetable en las diversas doctrinas relativistas que ya hemos examinado. No hay ni puede haber una apología filosófica para el liberalismo; sus apologías, cuando no son simplemente retóricas, son emocionales y pragmáticas. Pero el hecho más sorprendente sobre el liberal, para cualquier observador relativamente imparcial, no es tanto la insuficiencia de su doctrina como su propio aparente olvido de esta insuficiencia.
Este hecho, que es comprensiblemente irritante para los críticos bien intencionados del liberalismo, sólo tiene una explicación plausible. El liberal no se ve perturbado ni siquiera por las deficiencias y contradicciones fundamentales de su propia filosofía porque su interés principal está en otra parte. Si no le preocupa fundar el orden político y social en la Verdad Divina, si es indiferente a la realidad del Cielo y el Infierno, si concibe a Dios como una mera idea de un vago poder impersonal, es porque está más interesado en los fines mundanos, y porque todo lo demás es vago o abstracto para él. El liberal puede estar interesado en la cultura, el aprendizaje, los negocios o simplemente en la comodidad; pero en cada una de sus búsquedas la dimensión de lo absoluto simplemente está ausente. No puede, o no quiere, pensar en términos de fines, de cosas últimas. La sed de la verdad absoluta se ha desvanecido; ha sido absorbido por la mundanalidad.
En el universo liberal, por supuesto, la verdad —es decir, el aprendizaje— es bastante compatible con la mundanalidad; pero la verdad es más que aprender. «Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz»[3]. Nadie ha buscado correctamente la verdad que no haya encontrado al final de esta búsqueda, ya sea para aceptarlo o rechazarlo, a nuestro Señor Jesucristo, «el Camino, la Verdad y la Vida», Verdad que se opone al mundo y es un oprobio para toda la mundanalidad. El Liberal, que piensa que su universo está seguro contra esta Verdad, es el "hombre rico" de la parábola, sobrecargado por sus intereses e ideas mundanas, no dispuesto a renunciar a ellos por la humildad, la pobreza y la bajeza que son las marcas del genuino buscador de la verdad.
Nietzsche ha dado una segunda definición de nihilismo, o más bien un comentario sobre la definición "no hay verdad"; y es decir, "no hay respuesta a la pregunta: '¿por qué?'"[4]. El nihilismo significa entonces que las preguntas últimas no tienen respuestas, es decir, no tienen respuestas positivas; y el nihilista es el que acepta el "no" implícito que supuestamente da el universo como respuesta a estas preguntas. Pero hay dos formas de aceptar esta respuesta. Está el camino extremo donde se explicita y amplifica en los programas de Revolución y destrucción; esto es el nihilismo propiamente dicho, nihilismo activo, porque - en palabras de Nietzsche - «El nihilismo es ... no solo la creencia de que todo merece perecer; sino que uno realmente pone el hombro en el arado; uno destruye»[5]. Pero también hay un camino "moderado", que es el del nihilismo pasivo o implícito que hemos examinado aquí, el nihilismo del liberal, del humanista, del agnóstico que, coincidiendo en que "no hay verdad", ya no formula las últimas preguntas. El nihilismo activo presupone este nihilismo de escepticismo e incredulidad.
Los regímenes totalitarios nihilistas de este siglo han emprendido, como parte integral de sus programas, la despiadada "reeducación" de sus pueblos. Pocos sujetos a este proceso durante algún tiempo han escapado por completo a su influencia; en un paisaje donde A es una pesadilla, el sentido de la realidad y la verdad de uno inevitablemente se altera. Una "reeducación" más sutil, bastante humana en sus medios pero sin embargo nihilista en sus consecuencias, se ha practicado durante algún tiempo en el mundo libre, y en ninguna parte con más persistencia o eficacia que en su centro intelectual, el mundo académico. Aquí la coerción externa es reemplazada por la persuasión interna; reina un escepticismo mortal, escondido detrás de los restos de una "herencia cristiana" en la que pocos creen, y menos aún con profunda convicción. La profunda responsabilidad que alguna vez tuvo el erudito, la comunicación de la verdad, ha sido renegada; y la pretendida "humildad" que busca ocultar este hecho detrás de sofisticadas charlas sobre "los límites del conocimiento humano", no es más que otra máscara del nihilismo que el académico liberal comparte con los extremistas de nuestros días. Jóvenes que, hasta que sean "reeducados" en el entorno académico, todavía tengan sed de verdad, se les enseñe en lugar de la verdad la "historia de las ideas", o su interés se desvía hacia estudios "comparativos" y el relativismo omnipresente y el escepticismo inculcado en estos estudios es suficiente para matar en casi todos la sed natural de verdad.
El mundo académico, y estas palabras no se pronuncian con ligereza ni facilidad, se ha convertido hoy, en gran parte, en una fuente de corrupción. Es corruptor escuchar o leer las palabras de hombres que no creen en la verdad. Es aún más corrupto recibir, en lugar de la verdad, más conocimientos y erudición que, si se presentan como fines en sí mismos, no son más que parodias de la verdad a la que estaban destinados a servir, no más que una fachada detrás de la cual no hay sustancia. Es, trágicamente, corruptor incluso estar expuesto a la virtud primaria que aún le queda al mundo académico, la integridad del mejor de sus representantes, si esta integridad sirve, no a la verdad, sino a la erudición escéptica, y así seduce a todos los hombres tanto más efectivamente al evangelio del subjetivismo y la incredulidad que oculta esta erudición. Es corruptor, finalmente, simplemente vivir y trabajar en una atmósfera totalmente impregnada de una falsa concepción de la verdad, donde la Verdad Cristiana es vista como irrelevante para las preocupaciones académicas centrales, donde incluso aquellos que todavía creen en esta Verdad sólo pueden hacer oír su voz esporádicamente escuchado por encima del escepticismo promovido por el sistema académico. El mal, por supuesto, reside principalmente en el sistema mismo, que se basa en la falsedad, y sólo incidentalmente en los muchos profesores a quienes este sistema permite y anima a predicarlo.
El Liberal, el hombre mundano, es el hombre que ha perdido la fe; y la pérdida de la fe perfecta es el principio del fin del orden erigido sobre esa fe. Los que buscan preservar el prestigio de la verdad sin creer en ella ofrecen el arma más poderosa a todos sus enemigos; una fe meramente metafórica es suicida. El radical ataca la doctrina liberal en todos los puntos, y el velo de la retórica no protege contra el fuerte empuje de su afilada hoja. El Liberal, ante este ataque persistente, cede punto tras punto, obligado a admitir la verdad de los cargos que se le imputan sin poder contrarrestar esta verdad negativa y crítica con ninguna verdad positiva propia; hasta que, después de una transición larga y generalmente gradual, de repente se despierta para descubrir que el Viejo Orden, indefenso y aparentemente indefendible, ha sido derrocado, y que una nueva, más "realista" y más brutal verdad ha salido a la cancha.
El liberalismo es la primera etapa de la dialéctica nihilista, tanto porque su propia fe está vacía, como porque este vacío llama a ser una reacción aún más nihilista, una reacción que, irónicamente, proclama aún más fuerte que el liberalismo su "amor por la verdad, "mientras lleva a la humanidad un paso más allá en el camino del error. Esta reacción es la segunda etapa de la dialéctica nihilista: el realismo.
Parte I
Padre Seraphim Rose
Fuente: Nihilism. The Root of the Revolution of the Modern Age
Traductor: Yerko Isasmendi
Notas:
1) Voluntad de Poder, p.377
2) Ver, por ejemplo, las observaciones de Bakunin sobre Louis Napoleon en G. P. Maximoff, ed., The Political Philosophy of Bakunin, Glencoe, Illinois, The Free Press, 1953, p. 252.
3) San Juan XVIII, 37
4) Voluntad de Poder, p.8
5) Ibid., p.22
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Fuente:
https://www.padreseraphimrose.com/20...alismo-ii.html
"El liberalismo sigue siendo pecado". Entrevista Daniel Marín Arribas
https://www.youtube.com/watch?v=6SMhhP8dFac
El Liberalismo es pecado - San Ezequiel Moreno Díaz.
https://www.youtube.com/watch?v=g-Xa550Hj0Q&t=3s
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