En torno a este núcleo familiar -formado por la esposa, el suegro Alexión, el hermano Timón, los hijos que sobrevivieron, quizá el sobrino Sexto, que había de ser preceptor de Marco Aurelio- constituyose una especia de Academia libre, en parte dispersa, pues los que no podían asistir personalmente enviaban sus consultas y para ellos Plutarco redactaba sus lecciones. Un pasaje de un escrito probablemente apócrifo, pero con toda certeza debido a la pluma de alguno de sus discípulos, nos ilustra acerca de la idea que Plutarco, en el umbral de su vejez, pudo abrigar de su propósito y de la realización lograda:
“Hay que tener presente -dice- que la actividad política no consiste puramente en ejercer magistraturas, ser embajador, vociferar en la asamblea y agitarse en la tribuna perorando o redactando decretos, todo lo que el vulgo cree que es hacer política, como cree que filosofan los que discuten desde la cátedra y explican cursos enfrascados en los libros: la política y la filosofía continuas, que se manifiestan diariamente en obras y en actos, les son ajenas… Sócrates filosofaba sin poner bancos, ni sentarse en un sillón, ni fijar un horario de trabajo o de paseo a sus discípulos, sino incluso bromeando con ellos, si la ocasión lo pedía, bebiendo con ellos y saliendo a campaña con algunos y haciendo con ellos sus compras en el mercado, y por último, aun preso y al beber el veneno: siendo el primero que demostró que la vida admite filosofía en cualquier hora y lugar, en cualquier estado de ánimo y sencillamente en cualquier coyuntura. Del mismo modo se ha de concebir la política… El que realmente se interesa por el bien común y ama a sus semejantes, patriota, solícito y de espíritu civil, aunque jamás revista la clámide, siempre es político, por el hecho de impulsar a los capaces, dar la mano a quienes lo han menester, asistir a los que deliberan, disuadir la de los malévolos, sostener el esfuerzo de los bien intencionados, dar a conocer claramente que toma parte en los negocios de la república, no de paso o porque determinado interés o una convocatoria le llevan, por su preeminencia, a la junta o al senado, pero en realidad yendo a aquélla o a éste, si se decide a ir, por mero pasatiempo, como a un espectáculo o a un concierto, antes bien, aunque no asista personalmente, por el hecho de estar allí con su pensamiento y seguir lo que allí se hace, adhiriéndose a unas cosas y desaprobando otras”.
Fuente: "Alejandro y César". Plutarco. Ed. Salvat, 1970, págs. 13 y 14 (prólogo de Carles Riba).
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