Revista FUERZA NUEVA, nº 120, 26-4-1969
Abstracción de la victoria
Casi nos da miedo, en la sociedad actual (1969) hablar de la Victoria de 1939…, pues tememos se nos tache de “triunfalistas”. Ya se sabe que, en España, el eterno “modelo extranjero” se aplica profusamente para criticar las lamentables imperfecciones españolas… “En tal país existe…”, “en tal país se hace…”, son conocidas frases de carácter político, “snobistas” y estereotipadas, comparativas de nuestros defectos nacionales respecto a las virtudes extranjeras…
Y nosotros, ingenuos, seguimos tal sistema elogiador de los foráneo y, así, recordamos cómo, por ejemplo, nada más, norteamericanos y franceses siguen celebrando cada año, triunfalmente, sus sendas victorias militares y políticas sobre ingleses y monárquicos en el siglo XVIII… Pero, a la vista de unas conmemoraciones tan lejanas en el tiempo, osamos preguntar a nuestros sabihondos “snobs” políticos si tales países no estarán cayendo inadvertidamente en un retrógrado triunfalismo inmovilista, impropio de finales del siglo XX. Con rapidez, se nos contesta airadamente que estamos disparatando, que no sabemos lo que decimos, que somos unos gamberros políticos.
Sin embargo, esos mismos que así juzgan y condenan nuestra ingenuidad, después, ante la gozosa conmemoración en España de una jovencita Victoria de tan sólo 30 añitos de edad -una niña comparada con las otras dos señoras americana y francesa de casi 200 años de vida, alifafes y achaques aparte-, inexplicablemente pierden los nervios, se contradicen con lo elogiado del Extranjero y, con teatrales desgarramientos de democráticas vestiduras, califican tal patriótica acción con las típicas y tópicas frases de su pintoresco dialecto político: “es inmovilismo”, “triunfalismo trasnochado”, “impropio de la nueva mentalidad postconciliar y dialogante”… ¿En qué quedamos, pues? En una espantosa confusión.
Pero no queremos hablar ahora de los éxitos extranjeros ni de nuestros indígenas panegiristas de aquéllos, sino de nuestra Victoria y su circunstancia, de nuestro propio éxito militar y político -no económico ni técnico, muy importantes-, al que nuestros “snobistas” le quieren encorsetar un absurdo complejo de inferioridad, ocultarle a los ojos de las visitas cual pariente pobre y cateto del que se avergonzasen, aunque todo se lo deban a él.
Hemos leído un artículo de José Martínez Emperador titulado “Trascendencia del 1 de Abril”, y publicado ese mismo día de la Victoria por “Arriba”. Consta de once párrafos muy claros e interesantes. Y estamos totalmente de acuerdo con seis de ellos, pero tenemos reparos -con toda modestia y respeto- respecto a cinco restantes.
Comenzando por el párrafo que más nos ha llamado la atención, dice Martínez que “la injusticia perduraría si la efemérides que hoy conmemoramos nos fuese presentada como el sometimiento de un grupo por otro, como la anulación sistemática e impecable de todo cuanto representaba la facción reducida”. Es sorprendente. Todos, o casi todos, sabemos qué representaba la “facción reducida” por la victoria nacional: un “frente popular” marxista, causante de buena parte del millón de muertos y de irreparables daños. ¿De dónde puede ser “injusta” su anulación sistemática e implacable?
Hablando del 1 de abril, dice Martínez que “da por finalizada la más cruenta guerra civil de que recuerda nuestra Historia”. En el actual contraste de pareceres, unos hablamos de Cruzada y otros de guerra civil. Si se escoge este último calificador, ¿qué se dice, conscientemente o no? Que “aquello” fue el enfrentamiento de dos facciones -las dos Españas- con idénticos derechos, razones y buenas intenciones, obteniendo la Victoria la que tuvo más suerte.
“El 1 de abril -sigue Martínez- no puede ser excluyente del bagaje positivo de ambos sectores contendientes, sino que debe constituir la síntesis depurada de unas ideas permanentes”, añadiendo que “nuestra mentalidad política no puede sustraerse de todas y cada una de las corrientes ideológicas que han tenido arraigo en el país”. Por último, refiriéndose a José Antonio dice que “el Fundador marca la impronta para una inicial reconciliación y un posterior ensamblaje de las dos Españas en pugna, originarias tantas discordias civiles”.
En otros tiempos -posteriores desde luego a 1939-, leímos, oímos, vivimos, prendimos y creímos que había renacido España y muerto la anti-España, que el Movimiento Nacional era la síntesis de la sana Tradición y de la sana Revolución, habiendo quedado atrás la derecha capitalista y la izquierda marxista. Para nosotros, la síntesis eterna era la estrecha colaboración patriótica entre la Falange y el Requeté, antes en la Cruzada y después en la paz. Pero estábamos equivocados. No debemos excluir el bagaje positivo (?) de los partidos liberales y marxistas, no debemos dar de lado a aquellas corrientes ideológicas, debemos reconciliarnos y ensamblarnos hasta conseguir una perfecta síntesis de los dos bandos: nosotros y el comunismo, estrechamente unidos… ¿Cabe mayor despropósito?
Se ha dicho muchas veces que la guerra terminó para todos. De acuerdo. Se ha dicho también que la Victoria lo fue para todos. De acuerdo también. Pero en tanto en cuanto que dicha “propiedad común” se refiere a toda clase de beneficios obtenidos por la paz, pero antes por la victoria queremos decir, ya que hoy día sólo se habla de aquélla y apenas nada de ésta. Pero todo ello en cuanto españoles sin más. Con lo que no estamos ni estaremos nunca de acuerdo es con esa maniobra de querer hacer partícipes en la gloria de esa victoria a unos sectores, bandos, facciones, partidos e ideologías marxistas cuyo triunfo hubiera significado la derrota de la verdadera España, la inexistencia de libertades, indultos y prescripciones de delitos de cualquier clase.
Se quiere hacer una abstracción de la Victoria del 1 de abril de 1939. Ahora (1969), a los treinta años, se pretende hacer ver a las nuevas generaciones que España nació nuevamente gracias al esfuerzo y al sacrificio de todos los españoles que participaron en aquella cruentísima guerra, fuesen del bando que fuesen... Pero la Victoria no fue una abstracción, sino la obra personal y concreto de una sanísima parte del Ejército español -ya que la otra, porcentajes aparte, estuvo con la “facción roja”-, de la Falange y del Requeté, mientras que sus oponentes no estaban con España, no deseaban “una España mejor” como ahora están diciendo por ahí, sino su destrucción al servicio de una disciplina internacional, cuya prueba irrefutable era su grito de guerra: “¡Viva Rusia! ¡Muera España!”
La Victoria para todos los españoles. Y todos sus frutos. Y todos los que se puedan conseguir en esta santa paz, que algunos pretenden destruir. Pero “ius suum quique”. A cada uno su derecho, sin tergiversar la Historia trastocando los papeles de los protagonistas de la misma.
Sabemos que, a estas alturas, no es conveniente hablar de “vencedores y vencidos”, porque la guerra y sus consecuencias políticas y legales han terminado para los segundos -no queremos ahora hablar de las consecuencias íntimas y particulares de cada uno de nosotros. Sólo queremos recordar a los precipitados que la reciente disposición oficial prescribiendo los delitos marxistas -no puede tratarse de otros- se refiere a los cometidos con anterioridad al 1 de abril de 1939, no con posterioridad.
Si ello es así, si los “vencedores” están cediendo por una gran caridad política, en pasadas posturas “triunfalistas”, externas, simbólicas, sintetizadoras de toda una época especial ya pasada a la Historia con su amarguras y nostalgias muy recónditas, pero cuya continuación pudiera humillar y desasosegar a los “vencidos”, tal tremenda y quizá nunca agradecida generosidad deseamos sinceramente sirva al ensamblamiento y reconciliación no de ideologías irreconciliables en esencia sino de todos los españoles.
Que Dios no quiera sirvan para erróneas interpretaciones políticas o para interesados anhelos partidistas a los que son tan dados los españoles, ni para que, en fin, los antaño “vencidos” crean que hogaño les llega en nuestro pendular país, la revancha tanto tiempo soñada -¡treinta años!- para erigirse, a su vez, en vencedores de los vencedores…
Arturo ROMERO
|
Marcadores