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Tema: Dos formas contrarias de interpretar los Principios de 18 julio: Fal Conde vs. Franco

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    Dos formas contrarias de interpretar los Principios de 18 julio: Fal Conde vs. Franco

    Fuente: “Franco. ¿No era normal? Uno de sus hechos injustificable: la persecución a los carlistas”. Tomás Echeverría. Gráficas Arpema. Pº. Marqués de Zafra, 5. Madrid. Páginas 118-127



    SE CONVOCA A FAL CONDE PARA LA PRIMERA REUNIÓN DEL CONSEJO NACIONAL DE F.E.T. Y DE LAS J.O.N.S.


    Falange Española Tradicionalista
    y de las J.O.N.S.

    Secretario Político

    Núm. 6314

    De orden del Jefe Nacional de Falange Española Tradicionalista y de las JONS, Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos, se le convoca a la reunión del Consejo Nacional de dicha Organización el día 2 de diciembre próximo, a las 12 horas, en la ciudad de Burgos y en el edificio de la Diputación provincial.

    Dios guarde a V. muchos años.

    Salamanca, 20 de noviembre de 1937.
    II Año Triunfal
    Por el Secretario del Secretariado
    Político
    (firma ilegible)
    Firmado: J. Miranda
    Saludo a Franco
    Arriba España
    Excm. Sr. Manuel Fal Conde.- San Sebastián
    Consejero Nacional


    * * *


    CARTA DE FAL CONDE A FRANCO PIDIÉNDOLE QUE LE «RELEVE DE IR» A DICHO CONSEJO NACIONAL


    Sevilla, 28 de noviembre de 1937

    Excelencia:

    Las circunstancias en que me ha colocado la grave enfermedad de mi mujer (gracias a Dios muy mejorada) reteniéndome hasta hace poco fuera de España, han sido causa de que, desde la última vez que tuve el gusto de saludarlo en Salamanca, no haya podido volver a hacerlo, como hubiera deseado.

    Vi en la prensa mi designación para formar parte del Consejo de F.E.T. y de las J.O.N.S, y he de agradecer ante todo a V.E. el que se acordase de mí para este cargo.

    Desde entonces, nada he vuelto a saber sobre tal nombramiento, hasta que llega a mi poder la citación para la reunión que el día 2 del próximo mes de diciembre ha de tener lugar en Burgos y en vista de ello le dirijo esta carta, cuyo objeto es rogarle encarecidamente me releve de ir a dicho Consejo Nacional.

    Personalmente tuve el honor de exponerle mi falta de vocación y convicción para actividades políticas de esta índole; y con referencia a la generalidad de las mismas, le dejé formulada la súplica de que no se me pidiese en ellas la colaboración que deseo seguir prestando al Movimiento en cualesquiera otras y con particular satisfacción a las órdenes de V.E.

    Para ocupar el puesto que ahora se me señala tendría, además, que violentar la posición clara y diáfana que como Jefe Delegado de la Comunión Tradicionalista, adopté durante la preparación del Movimiento y la conducta concordante con ella que imprimí a su organización y trabajos, después.

    En efecto: de acuerdo con nuestra constante doctrina, yo pedí que, triunfante aquél, el Poder dictatorial que se constituyera, y cuyas características y estructuras quedaron planeadas, declarase disueltos todos los partidos políticos, incluso aquellos que hubiesen colaborado al mismo, esto es, incluyéndonos a nosotros, en cuanto nos veíamos obligados a actuar como partido en un medio creado por el liberalismo. Tengo a su disposición las cartas y documentos cruzados con los Generales Sanjurjo y Mola, a este respecto, por si no hubiera podido obtener, como le solicité, sus informaciones del archivo del segundo de dichos Generales.

    Providencialmente, las circunstancias han ofrecido coyuntura única para la incorporación de todo nuestro pueblo, sin distingos ni diferencias, al nuevo orden de un Estado Nacional a través de nuestras concepciones representativas, forales y corporativas, esto es, por el cauce de sus preocupaciones ordinarias de profesión y vida, realmente sentidas, integradas en una idea nacional y ennoblecidas por ellas.

    Porque no hemos llegado al Poder tras una lucha política de partidos que pudiera justificar la supervivencia de uno de éstos, sino a través de una guerra, en cuya filas combatientes se han fundido como en ningunas otras los jóvenes de todas las sanas procedencias, el Ejército y las milicias, brindando el instrumento adecuado y el ejemplar, para mantener y aumentar el sentimiento y la tensión nacionales.

    Firmemente convencido de que España, dado lo avanzado del mal, no tendría salvación sino con la guerra, a prepararla de acuerdo con prestigiosos Jefes militares y en constante contacto con el Ejército, dediqué casi exclusivamente mis esfuerzos desde que fui honrado con la dirección de la Comunión en España, reorganizando el Requeté e intensificando su formación y preparación esencialmente militar, sin que verdaderamente creyese que, triunfantes en la lucha, nos fuese luego necesario el partido político a cuya concepción me siento realmente extraño.

    Es más: tan firme ha sido mi criterio y tan consecuente con él mi conducta, que apenas pudo verse que el Movimiento se convertía en una guerra, dejé, de acuerdo con el Rey [Nota mía. Se refiere, naturalmente, al Rey Legítimo Alfonso Carlos], en suspenso todos los organismos y actividades políticas de la Comunión y la monté en puro instrumento y servicio de aquélla, convencido de que nada mejor para abreviarla, mantener la tensión espiritual de la retaguardia y asegurar la fecundidad de la victoria, que solidarizar a todos con el frente.

    Yo le ruego que no vea en mi deseado apartamiento de estos asuntos, una resistencia a la unificación basada en un minúsculo espíritu partidista; ni siquiera la reacción natural ante la absorción de que se está haciendo objeto al Tradicionalismo y a sus Requetés o ante los atropellos y violencias registrados en todas partes, de los que tengo a su disposición numerosos datos.

    Lo que me separa es una cuestión sustancial de concepción y de sistema político, que juzgo inadecuado a las circunstancias actuales de España, que se han fomentado con una propaganda de retaguardia y en el que veo la raíz de todos los males y desviaciones. A saber: La idea del partido como medio de unión nacional, base del Estado o inspiración de Gobierno, la cual entiendo contraria a nuestra doctrina tradicionalista, a nuestros antecedentes y a nuestro mismo temperamento racial.

    Nada más disociante para un pueblo que el partido político, cuya condición extraña a todo orden natural, fue denunciada insistentemente por nuestros pensadores y particularmente por Mella y Pradera. Aún siendo único, divide a los nacionales según pertenezcan o no al mismo, y si se crea y fomenta desde el Poder, cae en lo contrario a una verdadera selección de valores y capacidades. Habrá podido ser en algún caso, totalmente distinto al nuestro, instrumento de conquista y defensa del Estado, pero no lo será del orden y gobierno permanente de la Nación, cuyas representaciones naturales se ahogan o desfiguran por el mismo. La verdad política que durante cien años hemos profesado y que encierra no sólo la fórmula única de nuestra salud nacional, sino la mejor aportación que podemos ofrecer a la del mundo, nos dice que entre el Estado y la sociedad organizada no hay intermediarios; y que las relaciones del Poder con la última, se traducen directamente en la autoridad que manda y vigila, recogida por el pueblo en forma de obediencia y limitada por los poderes sociales, y en la representación que, para hacerlos reconocer, estimula la acción de aquél si fuese preciso y pedir en nombre de las necesidades generales y el bien común, ésta organiza y aquél consagra y reconoce.

    Aparte de todo esto, está la incondicional adhesión a la persona de V.E., que me complazco en reiterarla con más fuerza que nunca, seguro de que se hará cargo de mi situación, accediendo a lo que le pido y deseoso de mostrársela en cualquier otra cosa en que crea que puedo servir a España y el glorioso Movimiento que legítimamente y con tal alta dignidad acaudilla V.E.

    Con este motivo queda una vez más a sus órdenes,
    M. FAL.


    * * *


    CARTA-CONTESTACIÓN DE FRANCO

    El Jefe
    del
    Estado Español

    Sr. D. Manuel Fal Conde

    Sevilla

    Distinguido amigo:

    Hubiera sido más claro que cuanto usted me plantea en su carta, fechada en Sevilla el 28 de noviembre pero recibida aquí el primero de diciembre a las seis de la tarde, eso es, horas antes de la jura del Consejo de Falange Española Tradicionalista, me lo hubiera expuesto a raíz del nombramiento dándose así margen adecuado para mi respuesta.

    Con las observaciones de doctrina que usted hace, yo no puedo estar conforme; acaso tampoco lo estuvieran Mella y Pradera, los pensadores tradicionalistas que usted alude. Las representaciones naturales de la Nación no se ahogan ni se desfiguran por otra del Partido único. Cuando aquéllos claman contra el partido único se refieren al supuesto liberal de pluralidad de partidos que admite el absurdo de una conciencia nacional en estado permanente de contienda y división; nunca podrían dirigirse a nuestro sistema político que significa precisamente la separación de aquéllos en un régimen nacional de unidad.

    No tiene por otra parte valor sus protestas de adhesión incondicional a mi persona si a mi primer llamamiento se permite discutir, exactamente como se haría en el anterior régimen liberal definitivamente abolido con la sangre de los requetés, de los falangistas, y de los soldados; de las mejores juventudes de España. Soy yo el que con responsabilidad ante Dios y la Historia señala a cada uno el puesto que debe ocupar.

    Espero que su sentimiento de español habrá de estremecerse cuando piense que su ausencia de aquel puesto que le señalé, sólo ha servido para que los rojos lo aireasen en su propaganda contra España, y cuando sepa, además, que su carta era conocida por ellos a las pocas horas de enviármela a mí, y que aquella decisión suya de no asistir, antes que yo lo conociera, la publicara ya “La Vanguardia” de Barcelona.

    Espero también que cuando conozcan estos hechos algunas personas próximas a usted, su sentimiento español cortará la ufanía con que hablan en corrillos de su carta.

    De usted atto.
    F. FRANCO

    Burgos, 9 de diciembre de 1937
    II Año Triunfal.

    * * *


    CARTA-RÉPLICA DE FAL CONDE

    Excelencia:

    Le agradezco su carta del 9 que un enlace me entregó el 17, y que, tan pronto encuentro medio de enviar ésta en forma adecuada, contesta en deber de gratitud y acatamiento.

    Además, la presente y las anteriores atenciones de V.E. me autorizan a dar explicación y descargo de actos míos, que en absoluto fuera de mi ánimo y de mi previsión, hayan causado a V.E. el disgusto que refleja su carta.

    Más lejos aún, si cabe, estaban en mi atención cualesquiera derivaciones que pudieran sobrevivir del hecho de mi ausencia del Consejo. Guardé con el mayor cuidado mi pensamiento y mi carta –sólo conocida por una poquísimas personas y prudentes, que necesitaba hacer intervenir– creo tan fuera de posibilidad que, nada menos que los rojos, la conocieran, que no concibo sobre el particular cosa de mayor alcance que la noticia y comentarios a mi ausencia del acto de la jura, emitidos por Radio Barcelona –según me informaron– y eso, desprendido, claramente, de las mismas informaciones de nuestras Radios y Agencias.

    Con el mayor dolor cubrí la actualidad de unos días, en la prensa y Radio rojas, cuando mi destierro, mientras me esforzaba en desmentir falsos supuestos y declarar reiteradamente a las Agencias mi adhesión a V.E. ¿Qué extraño que otra vez vuelva a servir de ocasión y pretexto a la insidia y la desvergüenza de los enemigos de España?

    Otra cosa que no sea el malintencionado comentario al hecho público de mi ausencia de la jura, no se concibe, ni podría pasar sin la conveniente depuración, desde el momento en que aparezca la más remota sospecha de tolerancia o negligencia en algo que implicara aun remota complicidad con las propagandas antiespañolas.

    Bien me doy cuenta de que mi decisión de ser relevado del cargo de Consejero determinó en el juicio de V.E., el de mi personal desafección. Con todo el fervor de mis convicciones religiosas, con toda la consecuencia de un carlista y con toda la claridad de quien jamás sirvió ni la falsedad ni la confusión de la ideas, estoy en el derecho y en el deber de consignar aquí que me debo, con lealtad de la más grave conciencia, a la autoridad primero y a la persona, después, de V.E.

    Lealtad a la que no desdice mi discrepancia con el método de política acordado, ni empequeñece, sino antes al contrario asegura y fortalece, mi desprendimiento en punto a cargos, honores y prerrogativas.

    Aquí no se trata de la fuerza política que cada cual aportó a un esfuerzo colectivo. Quien tiene la legitimidad de la autoridad por título de Caudillaje y la ejerce en trance heroico de la Patria, no necesita de esos concursos, que por venir manchados por el virus del opinionismo, son rémora y no auxilio. Mas si importara saber qué piensa cada cual y cuántos piensa como cada uno, puedo asegurarle que esa mi declarada lealtad es la misma que le profesan y sellan con su sangre tantos Requetés y aun sin especificar, tantos españoles, cansados del combate de la política, como fortalecidos por el de las armas; tantos españoles que ansían la paz del espíritu, bajo la autoridad que gobierna con la Ley y encalma las pasiones que dividen y embriagan.

    En España no hay otra unidad que esa y de manera inequívoca está representada por V.E. Otro intento de unidad, bajo ideologías concertadas, y menos si las determina la más cuantitativa opinión popular –siempre trabada en torpes aficiones, movidas por fatal inercia del pasado liberal y tornadiza según el viento del egoísmo– ni tiene capacidad asociante, ni virtud de pacificación.

    El ensayo que verificaron adolece, a mi pobre entender, de un error inicial. El de la interposición del organismo de voluntad y no de naturaleza, partido, entre la autoridad y la sociedad, cuyos organismos naturales o no llegan a aparecer o viven desfigurados.

    Cuando nuestros pensadores clamaban contra los partidos –adjuntas unas citas demostrativas– lo hacían contra el sistema que los admitía, y denunciaban antes su gravedad como interpuestos entre los dos seres naturales, Estado y Nación, que la división accidental que entre los mismos existía. El corte horizontal dado al vínculo jurídico, necesario para el gobierno y el bien común, lo mismo es corte dado por un sistema que admite la pluralidad de organizaciones políticas, que el que se dé por aquél otro sistema que confiere a uno sólo organismo de esa naturaleza la dirección del Estado.

    Es cuestión fundamental, pues, que es cuestión de régimen. Cuando antes del Movimiento previmos, y no se nos dirá que vanamente, esta cuestión, tuvimos buen cuidado de consignar que pedíamos la disolución de todos los partidos políticos, incluidos los que hubieran colaborado. Para más clara percepción de la importancia que dimos al tema, adjuntas van copias de las notas cruzadas con el General Mola.

    Quiere esto decir que pedíamos nuestra propia disolución como partido. Lo habíamos sido durante el que los admitía, ansiamos dejar de serlo bajo el régimen de base social y orgánica.

    Yo creo ver en este punto la clave de la paz interna y del acierto para el porvenir.

    El claro propósito y las rectas intenciones de V.E. están encontrando en España una sola rémora: la política, dicha en el sentido del morbo opinionista disolvente y enervador.

    Echar las bases de una reconstrucción social y orgánica es la obra del día. Mas no un replanteo de sólo alcance burocrático concebido desde arriba, sino una orientación y un cauce que despierte y enfoque la agrupación de las clases.

    Para este cometido inicial hace falta un instrumento. Ese tiene que ser el de mayor eficacia. La mayor eficacia está en razón del apoliticismo. Ningún otro como el Ejército, que hoy tiene en su mano la mayor suma de individualidades de fuente social; quiero decir, hoy no hay familia, ni asociación natural española, ni interés legítimo de clases que no tenga sus hombres, y con ellos sus mejores afanes, en las filas heroicas del Ejército y las Milicias que a este respecto lo son también.

    Cuando se aspira a la determinación de las clases y a la fijación de los cuerpos, hay que mirar que en la bancarrota nacional una clase se ha recompuesto a sí misma y un cuerpo se ha purificado: el Ejército. Sea esa clase, ya organizada, y sea ese Cuerpo el que tome sobre sí la tarea patriótica.

    Pues bien, quien sirvió ese designio de apoliticismo y sigue profesándolo con la corroboración que le ofrece la experiencia, sólo ha pedido que se le deje apartado de actividad política.

    Cumplí ese designio con la representación del principio monárquico legitimista, que aún dejada en suspenso toda inspiración momentánea ante la primordial necesidad de salvación patria, constituye para mí un deber de servicio, que si no tuviera en el más crudo materialismo otra conceptuación que la romántica y sentimental, ya sería respetable, tanto más que cuanto sólo estriba en sacrificios y renunciaciones.

    Con esta representación movilicé las fuerzas del Requeté a virtud de orden de nuestro Señor [Nota mía. Se refiere al Rey Legítimo Alfonso Carlos] de acudir a la obediencia del Ejército y con suspensión de toda aspiración partidista. Esa representación, con todo el arrastre de lealtades carlistas, tan firmes en servirlas, como tenaces fueron en resistir a las contrarias, está puesta por entero, sin sombra alguna de recelo, a la orden de V.E. Y el merecimiento es mayor cuanto mayor pueda apreciarse que es su desilusión ante la hegemonía de otras tendencias; ante las persecuciones que las últimas consecuencias al menudo de la política les hace sufrir en los pueblos; ante la desaparición de los signos y emblemas juramentados con la sangre.

    Pero el “no importa” sigue sonando cada vez que de reverenciar y amar al Caudillo se trata.

    La generalidad viene sirviendo con la mayor lealtad en la unificación y soy el primero en fomentar que cada uno ocupe su puesto de obediencia. La singularidad de mis circunstancias fue la que me llevó a pedir a V.E. en agosto que se me dejara a un lado en la labor política. De ahí a la deslealtad hay un abismo.

    Por lo que pueda valer: le aseguro que para cuanto conduzca a la obra nacional me tiene dispuesto en mi habitual ejercicio a la renuncia de honores y recompensas.

    Por eso vuelvo a repetir con la verdad del alma: a la orden de V.E.
    M. FAL

    Sevilla, 20 de diciembre de 1937.

    Segundo Año Triunfal.



    Citas adjuntas a la anterior carta

    DE DON JUAN VÁZQUEZ DE MELLA

    Las clases sociales y el régimen de Partidos

    «Unas Cortes verdaderas tienen que ser un espejo de la Sociedad y, por lo tanto, hay que reproducir exactamente sus elementos y sus intereses colectivos; y una sociedad no es la agregación de átomos humanos sin vínculos ni jerarquía… Las clases son naturales; los partidos son artificiales. Si se suprime una la Nación queda destrozada mutilada. Si se los suprime todos queda aniquilada».

    (Artículo publicado en el «ABC» del 3 de enero de 1925)


    «Las clases sociales en España no tienen derecho a la existencia, porque está superpuestos los partidos sobre esas bases; el industrial, el comerciante, el agricultor, el abogado, el médico, el aristócrata, si no pertenece a algunas de esas agrupaciones, no desempeñarán ninguno de los cargos públicos, ni podrán pasar por las alturas del mando (…) ¡Ah!, si las clases sociales estuvieran representadas en el Parlamento en vez de los Partidos, no se daría el tristísimo espectáculo que estamos presenciando, y que precisamente es una de las causas del descrédito del régimen parlamentario.»

    (Discurso den el Congreso el 27 de febrero de 1908 en que se expone la representación por clases. Discursos Parlamentarios II – 292 Y 293)


    «Esas clases es preciso que vuelvan a la vida pública y que sobre ellas se funde la verdadera representación. Pero, ¿quién lo impide? ¿quién lo niega? ¡Ah! son los partidos políticos, son los partidos que han reemplazado a las clases, que las han sustituido.»

    (Discursos Parlamentarios III – Pág. 158)


    Las dos soberanías


    «Vosotros no admitís más que una sola soberanía, la famosa soberanía inmanente, que está vinculada siempre en un Cuerpo, el electoral más o menos extenso; nosotros negamos esa soberanía porque admitimos dos que difieren substancialmente, la soberanía social y la soberanía política. La soberanía social en todos sus órganos fundados en la familia, los complementarios como el Municipio, la comarca, la región; y los derivativos como la escuela y la Universidad, que deben tener la autarquía propia para dirigir su vida, forman esta escalada ascendente que termina en una gran variedad, y al llegar a esa variedad surge una necesidad común de orden y dirección; pero sólo de dirección del conjunto de los elementos inmediatamente componentes del todo nacional, que son las regiones y las clases, y eso es lo que origina la soberanía propiamente política del Estado, complemento de la soberanía social.

    Vosotros afirmáis la unificación de la soberanía, para vosotros no existe más que una, la política; para nosotros existe, además, la soberanía social, constriñendo, limitando la invasión de la soberanía política. De aquí la oposición radical, infranqueable entre estos dos sistemas, el representativo-social y el parlamentario-político

    (Discurso en el Congreso el 27 de febrero de 1908. Discursos parlamentarios II – Pág. 296).


    «Esa unificación de la soberanía es la causa y cimiento del régimen parlamentario, y la diferenciación de las dos el verdadero régimen representativo. Si no existe más que una sola soberanía, que emana de la muchedumbre y llega a la cumbre del Estado, del Estado descenderá en forma de una inmensa jerarquía de delegados y funcionarios. Y si existe una soberanía social que emerge de la familia y que, como una escala gradual de necesidades produce el Municipio y, por otra escala análoga, engendra, por la federación de los Municipios, la comarca, y después, por la federación de éstas, la región; esa soberanía social limitará la soberanía política, que sólo existe como una necesidad colectiva de orden y de dirección para todo lo que es común, pero para nada más que para lo que es común y de conjunto.

    Entonces sucederá que, en frente de la soberanía puramente política, estará la jerarquía social; ya no actuará la jerarquía de delegados y de funcionarios, que descienden desde la cumbre hasta los últimos límites sociales. Habrá una jerarquía ascendente de personas colectivas enlazadas por clases y categorías distintas que, saliendo de la familia, se levantarán hasta el Estado, que no tendrá a su cargo más que la dirección del conjunto.»

    (Política General – Tomo II, Pág. 298)


    Los Partidos permanentes y generales

    «Por eso, señores, la teoría de los partidos permanentes y totales es contraria a la naturaleza humana, y como consecuencia lógica, a la naturaleza de la sociedad. A la naturaleza humana porque el hombre concreto y real no es un «universal» cuya ciencia específica pueda ser representada prescindiendo de todas las actitudes y condicionales sociales en que vive. Sobre ese aspecto común que le da una naturaleza repetida con atributos idénticos en todos los hombres, está, a manera de adiciones que completan al hombre actual, todo lo que suponen las “seis clases” de que la Nación se compone, porque será comerciante, industrial, obrero, agricultor, propietario; desempeñará cualquiera de las profesiones facultativas o científicas; será artista, sacerdote, aristócrata o militar o varias cosas a un tiempo, pero hombre «solo» y abstracto no lo será en ninguna parte. Y como la representación exclusiva de las “ideas políticas” prescinde de todo esto, porque no están vinculadas las opiniones en las clases y puedan tener los miembros de varias de éstas las mismas opiniones, y como además las opiniones son de suyo variables, resulta lógicamente que por un lado no están representados los intereses sociales en los partidos que prescinden de ellos, y por otro que no pueden ser definitivos y permanentes porque no lo son las vagas e inconstantes teorías que pretenden expresar.»

    (Discursos parlamentarios – Tomo II, Pág. 337)


    DE DON VÍCTOR PRADERA

    «Que la multitud carece de capacidad para representar al organismo social se infiere de lo que anteriormente quedó sentado. La multitud no es más que la materia inorgánica de la sociedad, común a muy diversas y de muy distinto género; basta enunciarlo para que se la excluya como medio de representación, ya que éste debe afectar a lo propio y peculiar de la cosa representada. Que tampoco pueden representar al cuerpo social los partidos políticos, se deduce tanto de lo que acaba de exponerse acerca de su incapacidad radical para ser base de representación en la soberanía, como que el partido político –según se dijo– es algo efímero y circunstancial, cuya desaparición ninguna relación tiene con la vida de la sociedad ni con los caracteres de su personalidad inmutable e inconfundible. Y excluidos así la multitud y los partidos, y recordando que en el análisis que se hizo de la composición social aparecieron como elementos sociales las clases y los cuerpos, hay que concluir que la sociedad –como organismo– no puede ser representada sino por unas y por otras. Y como su condición de agrupaciones sociales o entidades colectivas reclama que su representación sea referida a personalidades físicas, la última conclusión que de todo ello se desprende es que la sociedad como cuerpo, como organismo político, se integra con los representantes de los cuerpos y clases sociales.»

    (Estado Nuevo – Pág. 276)
    Última edición por Martin Ant; 20/05/2014 a las 14:24

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