El clero y la patria


O de cómo el sacerdocio no exime de sensatez en la contribución al bien común temporal



«La gracia no suprime la naturaleza, sino que la perfecciona».


—Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I, q. 1, a. 8, ad 2.



«Los sacerdotes, a los que a menudo se ha visto después tan servilmente sometidos en los asuntos civiles al soberano temporal, cualquiera que fuese, y ser sus más audaces aduladores a poco que aquél haya hecho signo de favorecer a la Iglesia, formaban entonces [antes de la Revolución francesa] uno de los cuerpos más independientes de la nación, y el único cuyas libertades particulares se hubo de respetar. [...]


Por otro lado, muchos eclesiásticos eran nobles de sangre, y trasladaban a la Iglesia la altivez e indocilidad de la gente de su condición. [...]


Con todo, era la propiedad territorial lo que más contribuía a imbuir en los sacerdotes las ideas, las necesidades, los sentimientos y, con frecuencia, las pasiones del ciudadano. He tenido la paciencia de leer la mayoría de los informes y de los debates que nos han dejado los antiguos Estados Provinciales, y en particular los del Languedoc —donde el clero tomaba parte más aún que en otros lugares en los detalles de la administración pública—, así como las actas de las asambleas provinciales celebradas en 1779 y 1787; y, al proyectar en dicha lectura las ideas de mi época, me producía asombro comprobar que obispos y abades, muchos de ellos tan eminentes por su santidad como por su saber, realizaban informes acerca de la construcción de un camino o de un canal, trataban la materia con profundo conocimiento de causa, discutían con ciencia y arte infinitos sobre los medios para aumentar la producción agrícola, aseguraban el bienestar de los habitantes y hacían prosperar la industria, siempre al mismo nivel, y a menudo superior, de todos los laicos que con ellos se ocupaban de los mismos asuntos.


Me atrevo a pensar, en contra de una opinión harto generalizada y muy sólidamente establecida, que los pueblos que privan al clero católico de toda participación en la propiedad territorial y transforman todas sus rentas en salarios no hacen más que servir los intereses de la Santa Sede y los de los príncipes temporales, privándose así ellos mismos de un vigoroso elemento de libertad.»


—Tocqueville, El Antiguo Régimen y la Revolución, cap. XI.



«El clero reside en España; además, es el único gran propietario que vive en medio de las gentes. [...] La residencia permanente de los sacerdotes entre las gentes, aquella restitución habitual de los frutos a los lugares de donde se han extraído, deben otorgar una influencia en la que los ausentes, los nobles, no pueden tomar parte. Si el español escucha a su sacerdote como su superior en iluminación, lo quiere como un igual en el amor de la patria


—Stendhal, Vida de Napoleón.





«Y hoy vemos que muchos, hablando de la fe, corren el riesgo de hacer un cántico tal de la gracia tumbativa que, implícitamente, suponga el desaliño de la naturaleza. [...] En una ocasión, don Juan Navarrete, primer arzobispo que fue de Hermosillo advirtió a sus seminaristas: "Es verdad que el sacerdocio imprime carácter al hombre, pero no le quita lo bruto. Así que tengan mucho cuidado, hijitos."»


—El brigante, La fe no elimina la necedad.

...y con el mazo dando.


Firmus et Rusticus