Búsqueda avanzada de temas en el foro

Resultados 1 al 3 de 3
Honores1Víctor
  • 1 Mensaje de Martin Ant

Tema: Entrevista a Gustave Thibon (ABC, 1976)

  1. #1
    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
    Fecha de ingreso
    07 nov, 12
    Mensajes
    2,714
    Post Thanks / Like

    Entrevista a Gustave Thibon (ABC, 1976)

    (Fuente: ABC, 5 de Diciembre de 1976, páginas 130, 131, 133 y 135).

    Visto en: HEMEROTECA ABC.




    Diálogos con la Cultura



    Gustave Thibon nace en 1903, en Saint-Marcel, pueblecito situado en Ardèche, departamento de la región Rhône-Alpes, en el sureste francés. De la escuela primaria pasa a trabajar en la granja de su padre. A los veintitrés años, alterna las faenas agrícolas con un apasionado estudio de la filosofía, matemáticas, psicología y biología. La lectura atenta de Santo Tomás le conduce a la fe. Su modo de expresión es, preferentemente, el aforismo. Pensador penetrante, en su agudeza y hondura se mezclan el «sentido común» y la belleza, todo ello reflejado en libros como «La Sciencie du Caractere» (1933), «Diagnostics, essai de physiologie social» (1942), «L´Echelle de Jacob» (1942), «Destin de L´Homme» (1942) y «Retour au réal. Nouveaux diagnostics» (1943).

    Entre las obras suyas traducidas al castellano, destacan: «El pan de cada día», «Sobre el amor humano» y «Nuestra mirada ciega ante la luz» –las tres publicadas por Ediciones Rialp–, así como «La crisis moderna del amor», que acaba de aparecer en Editorial Fontanella. En Francia, su último volumen titulado «Equilibrio y armonía», en sólo tres semanas ha alcanzado la venta de diez mil ejemplares.

    José Julio Perlado, habitual colaborador de nuestras páginas, y que en el curso de sus tareas periodísticas ha tenido ocasión de dialogar con personalidades tan relevantes en el mundo de la cultura como Igor Strawinski, Gabriel Marcel, François Mauriac, Gian Carlos Menotti, Federico Fellini, Diego Fabbri, Jean Guitton, etc., ha mantenido en exclusiva para ABC la entrevista con Gustave Thibon que ofrecemos hoy a nuestros lectores.




    CON GUSTAVE THIBON, BAJO LA LUZ

    Por José Julio Perlado



    Nunca pensé que tuviera tal estatura. Como un campesino singular –largas piernas, torso amplio, alta cabeza, tono levemente tostado–, los ojos de Gustave Thibon se alzan al cielo, y en el cielo no hay sol ni luna, sino una luz extraña, luz de capital, tubo fluorescente cruzando el techo de esta habitación donde hablamos.

    Thibon tiene actualmente sesenta y tres años. Arruga los ojos ante esa luz de un sol artificial y sin nubes, ausente amanecer y atardecer, una luz sin campo ni naturaleza, horizonte de hierro y maderas, arco-iris de cuadros en paredes, bruma de cigarrillos.

    Ha venido a Madrid para pronunciar una conferencia en la Fundación General Mediterránea. A sus años, este original pensador de nuestro tiempo, conserva un vicio que alienta en él, andar, caminar, recorrer senderos. Cada día del año, su paseo se alarga hasta seis, siete, diez kilómetros. A veces –me confiesa– llega, sin prisas y a buen paso, hasta los veinte. El aire se abre ante su rostro, lo colorea y lo transforma. Mientras tanto, corazón y mente marchan también en latidos y cerebro: es la inteligencia y la sensibilidad avanzando kilómetros de historia, curvas del pasado, llanuras de libros, y ese «rumiar» de pensamientos vertidos luego en obras.

    Y sentados ahora los dos en un rincón confortable de Madrid, he aquí que empezamos a andar, Thibon y yo, al suave paso de ese manso caballo invisible, al que llamamos «diálogo».


    LIBERTAD Y MUNDO ACTUAL

    – ¿Qué puede decirme sobre la libertad del hombre en el mundo contemporáneo?

    – Bien. En primer lugar, yo creo que el mundo actual ha perdido a la vez, el orden y la libertad. Puesto que es el orden auténtico el que asegura la libertad, y la misma libertad reclama un orden para que ella pueda ejercerse: todo esto, por la excelente razón de que, si se establece un desorden absoluto ninguna libertad es posible, la libertad no puede exteriorizarse. Existen, por ejemplo, libertades elementales, como la de desplazarse, pero ante una huelga de ferrocarriles o del servicio aéreo quedan cortadas. La libertad del hombre no es una libertad absoluta, sino una libertad enmarcada en un orden. Libertad y orden son, pues, dos realidades complementarias, y no opuestas.

    Enciende un pitillo, y lo deja reposar en el centro de los labios. Mi interés se centra ahora en el «diagnóstico del mundo de hoy» que Thibon guarda en su mente.

    – Diría –responde Thibon– que se constata perfectamente por una parte el desorden, y por otra, la anarquía. La anarquía en todos los dominios: la anarquía en política, la anarquía en las costumbres, la anarquía económica, etc. La gran tentación es el totalitarismo: impone el orden, pero mata la libertad. Es como reemplazar un miembro haciendo una prótesis. Por ello estoy inquieto. Si la libertad no acepta el orden, la disciplina, la solidaridad, terminará tal como acaba un miembro que está enfermo, por ejemplo, con una gangrena en una pierna, donde el único remedio llega a ser la amputación; y tras la amputación, la prótesis: sustitución con medidas artificiales. Tal ocurre en la mayoría de los países del Este.

    »Por otro lado, la tiranía siempre ha aparecido más o menos tras períodos de anarquía. Y es por ello por lo que los revolucionarios deben pensar que, una vez conseguido su propósito, la revolución suele transformarse en la negación misma de los principios que la han inspirado; es decir, por un suplemento de autoridad y por un suplemento de tiranía. Esto se ha podido comprobar con los romanos: en cuanto las costumbres se volvieron decadentes, cayó en su destrucción; igualmente, tras la Revolución francesa, la llegada de Napoleón, o ante la descomposición de la República de Weimar que haría más tarde surgir a Hitler, como en la descomposición de la República italiana que luego traería a Mussolini, o en la descomposición del gobierno zarista en Rusia, que abriría camino para la aparición de Stalin.

    Gustave Thibon alterna sus jornadas con numerosas conferencias por el mundo entero: aire limpio de la naturaleza, y aires compactos de las nubes gigantes.

    – ¿Cuál es la felicidad en el campo? ¿Cómo el hombre es feliz en la ciudad?

    – En el primer lugar el hombre es un animal que forma parte del cosmos y que sufre los influjos naturales, y al que incontestablemente la vida en las grandes ciudades le es necesaria quizá, de ella le es muy difícil evadirse, pero en gran parte constituye una vida antinatural: el hombre en la ciudad no está directamente influido por las estaciones, no contempla la naturaleza, no recibe entonces esa especial sabiduría que la naturaleza inspira… Los hombres de ciudad viven siempre apresurados, quieren ir muy deprisa, quieren resolver todos los problemas de modo extremadamente rápido, quieren recetas para solucionarlo todo…; esto es el aspecto mecánico de la civilización urbana.

    »Por el contrario, en la naturaleza, se reciben lecciones de paciencia: se siembra el trigo en otoño y se recoge en el verano… y no hay medio alguno para hacerlo de otra forma. No se puede detener el «procesus». En la ciudad se olvida esa ley, tan bien expresada en el proverbio oriental: «No se puede empujar las hojas tirando desde abajo». Y, desgraciadamente, tampoco se empuja a los hombres tirándolos desde abajo. Además, en las grandes ciudades existe la polución, la promiscuidad, el apretado almacenamiento de seres…, en fin, hay mil cosas que son perjudiciales y que no son posibles más que en las enormes aglomeraciones.

    El rostro de Thibon, su semblante de singular astucia y penetración, se abre ahora en comparaciones y ejemplos: ilustraciones de su hondo «sentido común».

    – Yo vivo en un pueblecito –prosigue–. Bien. Cuando se vive en un pueblecito, se sabe muy bien que la vida en ese pequeño pueblo no es precisamente idílica, aquello no es el paraíso terrestre; existen los celos, los rencores… Conozco a uno de mis vecinos que sabe mucho mejor que yo mis idas y venidas; cuando yo paseo con una mujer, se cuentan mil historias en el pueblo; yo no voy a empezar a discernir sobre mis visitas masculinas o femeninas…, pero muchos no ven jamás las visitas masculinas, sólo espían las femeninas… Porque entre los campesinos, a un hombre que se da un paseo con una mujer ya se le considera extremadamente sospechoso. Se vive, pues, a veces en una atmósfera tal, que incluso se podría llegar a suspirar por ser habitante de una gran ciudad.

    »Pero, aparte de esto, al menos unos y otros nos conocemos; se habla mal del prójimo quizá, pero a ese prójimo se le conoce; al mismo tiempo, existe una solidaridad, esa solidaridad que es necesaria en las pequeñas comunidades…; los unos a los otros no pueden ignorarse: si un campesino está enfermo, alguien del pueblo le auxilia, se mantiene un lazo humano que permanece siempre, que puede respirarse… Y esto hace que ciertos excesos, que tienen lugar en las ciudades, no tengan cabida en un pequeño pueblo; por ejemplo, el «gangsterismo», la prostitución, etc., es la ventaja de las pequeñas comunidades, en contraste con las grandes ciudades donde los hombres se aprietan y aprisionan unos junto a otros y todo parece estar permitido, porque se hunden en el anonimato. En el campo, no: aún queda esa relación humana, el lazo humano… Creo, por todo esto, que es muy importante «ventilar» el aire de la sociedad: cuando los hombres están excesivamente cerca, excesivamente aprisionados los unos contra otros, no se mejoran. Creo que fue Santo Domingo el que dijo que «el grano aprisionado no se conserva». A no ser, que al grano se le airee.


    AMOR HUMANO, ABORTO Y DIVORCIO

    Juntos hojeamos un antiguo libro suyo, de excelente contenido y de presencia vigente: «Sobre el amor humano».

    – La culpa de que los vínculos del amor humano sean hoy atacados por el divorcio, el aborto, la crisis de algunas familias, la posición de padres e hijos, tiene en gran parte una base en lo que acabo de decir: en ese anonimato de la civilización urbana. Afecta al amor y afecta a la moral; y ello, porque se han corrompido las costumbres.

    »Fijémonos de nuevo en un pueblecito: actualmente, no posee mayor moralidad que hace años, los hombres no se han ido haciendo mejores, el pecado original lógicamente continúa pesando… Pero sin embargo la moral, en los pueblecitos, no ha atacado a las instituciones; la moral prosigue dentro de las costumbres…; por ejemplo, en mi pequeño pueblo, no existe prácticamente el divorcio. En Saint-Marcel, sólo he conocido un caso de divorcio en cuarenta años. Lo que no quiere decir que los esposos se entiendan perfectamente bien, pero sí es un hecho incuestionable que no ha prevalecido el divorcio. Las costumbres prohíben el divorcio. Las sanas costumbres siguen haciendo que exista una continuidad en la sociedad, el divorcio es despreciado; es posible que algunos esposos discutan, se entiendan mal…; pero ello se supera y se soporta bien: se supera, porque hay una regla que se impone sobre el hombre, y esto es muy importante en este medio social.

    »En otros medios sociales, como el de las grandes urbes, esto parece quedar disuelto y a ello favorece el anonimato de las grandes capitales, donde da la impresión de que se puede hacer lo que se quiera. Y todo ello plantea un problema casi insoluble: porque la intervención del Estado no puede remediar las debilidades individuales: es lo que decía Cicerón hace ya mil años: «¿Qué pueden las buenas leyes sin las buenas costumbres?». Se prohíbe el aborto, por ejemplo: eso no impide que haya miles de casos de aborto en Francia por año… Lo que sería necesario restaurar son las buenas costumbres; las leyes vendrían después. ¡Las leyes pueden ayudar! Prohibiendo el divorcio puede ser que no se facilite demasiado divorciar: es incuestionable que habría personas que no se divorciarían…, pero que si se les proporciona excesivas facilidades sí lo harían: en fin, lo esencial son las costumbres. El Estado, por sí mismo, no es un moralizador. El Estado puede ayudar a la moral a través de las instituciones, pero no puede crearla desde el interior. Después de la guerra de 1914, el Estado ha promulgado leyes en favor de la familia, contra el divorcio…, y aún lo ha hecho todo más difícil; después han existido leyes contra el aborto, que no han servido prácticamente para nada; lo que queda realmente es el medio humano, donde las gentes se conocen unas a otras, y donde hay cosas que se pueden hacer y cosas que no se hacen, y es esto lo que ha ido desapareciendo en las grandes concentraciones urbanas. Por ello yo doy una enorme importancia al problema de las costumbres y de su moralidad en nuestro siglo.


    EL DESTINO DEL HOMBRE

    Este incisivo «filósofo campesino» –como alguien le bautizó y Thibon aceptó gratamente–, ha ido publicando sus libros sembrados de aforismos. En un pequeño volumen –«Destin de L´Homme»–, puede leerse:

    «No se escapa a Dios. Una sola alternativa: llegar a Dios (por el ascetismo y el amor), o “jugar” a ser Dios. El diablo y sus víctimas están ligadas a Él, no por el acercamiento vivo como en los santos, sino de una manera servil y muerta, igual que lo está el copista respecto a un texto que transcribe sin comprender… No se escapa a Dios».

    Ante la aguda observación que este hombre aplica sobre el mundo, me intriga conocer cuánto optimismo o pesimismo guarda en su espíritu:

    – Yo no sé realmente si soy optimista o pesimista ante el futuro, porque ello depende del grado que se aborde, depende del nivel del optimismo y del nivel del pesimismo. Según el nivel inferior, el nivel psicológico y social, soy pesimista: temo mucho que lleguemos a la catástrofe. Si por el contrario tomamos el nivel más alto, el nivel divino, el nivel superior, el nivel de la vida eterna, entonces yo sí soy realmente optimista, por la sencilla y gran razón de que el bien es infinito, puesto que proviene de Dios, y el mal es limitado, puesto que proviene del hombre, y el hombre es limitado. Por tanto, es el bien el que triunfará al fin; pero, ¿a través de qué pruebas? No sé nada. En cualquier caso, pienso que si el hombre no despliega un gran panorama de libertad, de moralidad, de solidaridad, de justicia, etc., entonces la libertad puede quedar comprometida muy gravemente, y precisamente a causa de los abusos de la libertad, tal como estamos viendo en Occidente. Creo que nos quedaremos privados de libertad, si de ella hacemos mal empleo.

    »Entonces: ¿pesimista u optimista?; eso nada quiere decir, puesto que el mundo es una mezcla del bien y del mal; fue Chesterton el que dijo que ante un mundo donde se mezcla el bien y el mal, el optimista es alguien que, situado ante una botella medio llena y a la vez medio vacía, sonríe porque la botella aún está medio llena; y el pesimista, en cambio, llora, porque la botella está ya medio vacía. Y, sin embargo, es la misma botella. O como decía Bernanos: para ser pesimista u optimista a un nivel muy bajo, hace falta ser tonto: el optimista –decía–, es un imbécil alegre, y el pesimista es un imbécil triste. Por ello yo únicamente creo que, al fin, el bien triunfará.

    »De todos modos, predecir el porvenir es bien difícil. En otras épocas de la historia, la perspectiva era infinitamente más fácil de hacer, porque únicamente era necesario referirse a otros ejemplos del pasado; pero en el mundo actual poseemos algo desconocido, que jamás ha existido, así como enormes posibilidades que se ofrecen al hombre: el desarrollo económico, y más aún, el desarrollo técnico, que permiten al hombre realizar cosas que hasta ahora no le habían sido permitidas. En el pasado, cuando el hombre cometía locuras, la fuerza de las cosas le atrapaba inmediatamente; por ejemplo, no era posible en la Edad Media hacer demasiadas locuras económicas; era necesario vivir, había poco que comer, no se podía hacer el loco indefinidamente…; ¿qué campesino podía permitirse no sembrar o no hacer la recolección? Moría de hambre si no lo hacía…, no podía abandonar los animales o las plantas…, no era posible que hiciera huelgas en la agricultura…, si se hacía una huelga en aquellos tiempos podía uno quedarse sin pan para todo el año… Mientras ahora, en el mundo mecánico, si se hace una huelga, al final de ella vuelven a encontrarse en el mismo sitio las mismas máquinas… El mundo moderno puede entonces permitirse muchas más locuras, y esas locuras pueden ir mucho más lejos cada vez.

    »Entonces, ¿es que el mundo actual hará disminuir su potencial económico y su potencial técnico? No sabemos nada, por la sencilla razón de que tal potencia jamás ha existido antes en la historia, al menos en la historia que conocemos. Por tanto, estamos antes una enorme, extraordinaria incógnita: por ello, la ausencia de referencias en el pasado, da a las previsiones sobre el porvenir un aspecto extremadamente incierto… Pero, en todo caso, he de decir que se hace necesario un incremento del progreso moral para compensar el progreso técnico. La evolución material de una ciudad pide un suplemento de almas, y ese suplemento de almas no es la técnica quien lo creará; ha de ser el propio hombre, a través de la vida interior. Los optimistas de nivel bajo, piensan que el progreso técnico y económico suscitan automáticamente el progreso moral. Eso no es cierto. No lo suscita, sino que lo exige. Es un poco diferente, ¿no es verdad?

    »Si no logramos una convergencia entre el progreso moral y el progreso técnico, caeremos bajo el peso del progreso técnico, y la bomba atómica puede destruir a la humanidad cualquier día. La postura de Calígula que decía: «desearía que los seres humanos no tuvieran cabeza» –en su afán de cortarles el cuello–, mostraba que el poder de matar en el Imperio Romano era muy limitado. Calígula podía asesinar a una serie de personas entre sus cortesanos, pero no tenía la posibilidad ilimitada del espionaje, del control policíaco, que en el siglo XX podemos comprobar. ¿Por qué dura el régimen soviético desde hace tantos años? Porque puede usar de un enorme aparato policíaco, de inmensos medios de propaganda…; todo lo que está ocurriendo en cualquier lugar del país se puede conocer rápidamente… Hoy existen, pues, entre nosotros, posibilidades de implantar una fuerte tiranía; es por esto que se hace cada vez más necesario un gran progreso moral.


    VERDADES DE LA VIDA Y DE LA MUERTE

    – ¿A qué grandes verdades se acoge el hombre de hoy? ¿A qué grandes verdades se acerca y de cuáles se aleja nuestra sociedad?

    – Actualmente se comprueba una gran angustia en esas gigantescas ciudades modernas. Pensemos un segundo en la muerte. En una sociedad rural se está mucho más familiarizado con la muerte; por ejemplo, los ciclos de la naturaleza –sin que hablemos ahora de religión–, esos mismos ciclos de la naturaleza demuestran que la vida y la muerte son fenómenos conectados entre sí. Uno sabe que va a tener que morir, pero no se «vive» prácticamente la muerte en la ciudad; incluso se la intenta suprimir, se la intenta ocultar. Se ha llegado a tal grado, que los hombres olvidan la única perspectiva sobre la cual no hay equivocación posible: que todos y cada uno hemos de morir. Como dice muy bien Pascal: «Ante este problema, los hombres no han encontrado otra solución que la de no pensar en él». Y como dice Bossuet: «se sabe que se morirá pero no se cree en ello». Yo creo que la meditación sobre la muerte es lo más esencial de la filosofía; Sócrates decía que la filosofía es el aprendizaje de la muerte. Se me dirá que todo esto son ideas tristes; no son ideas tristes, porque si para algunos la muerte es la nada, entonces no es necesario ningún aprendizaje: para caer en la nada no hace falta ninguna práctica. Pero para otros, la muerte no está concebida como la nada, sino como el paso a un mundo superior: entonces, tener un aprendizaje de la muerte quiere decir ir aprendiendo los valores que sobrepasan la vida y la muerte y que encontraremos en la eternidad.

    »Algo similar podría decirse sobre el tema de Dios. En la sociedad actual, que parece estar hecha únicamente para el placer, para el bienestar, en esa sociedad en la que se cree que se va a poder llegar a construir el paraíso terrestre y que todos los hombres políticos así lo prometen, el problema de Dios parece que no se plantea, y existe incuestionablemente una extensión en un cierto ateísmo, no tanto proclamado, pero sí vivido.


    LA JUVENTUD ACTUAL

    – ¿Cómo ve usted a la juventud de hoy?

    – Existen muchas juventudes como existen muchas clases de vejez. Hay viejos que a los sesenta años están acabados, y otros que a los ochenta siguen jóvenes; para la juventud es lo mismo: hay hombres que nacen jóvenes y continúan jóvenes, y hay otros que nacen jóvenes pero no continúan; es una cuestión que afecta al estado de alma. Respecto a la juventud en el sentido cronológico, también existe indudablemente una gran variedad: actualmente hay jóvenes con ideas revolucionarias, otros con ideas conservadoras, muchos que quieren transformar la sociedad y muchos que quieren aprovecharse de ella. Sólo puedo hablar de los jóvenes que yo conozco, que vienen a verme o que me escriben: a todos ellos los encuentro mucho más interesados por los problemas profundos, por los problemas religiosos, que a los de la generación precedente. Los temas religiosos los plantean en profundidad, precisamente porque ellos no viven en un ambiente religioso y la religión para ellos no es un fenómeno social: viven rodeados de un clima de ateísmo práctico, y plantean los problemas religiosos de modo personal, con enorme agudeza y profundidad; estoy seguro de que actualmente hay un gran renacimiento religioso en la juventud que, sin embargo, a veces corre el riesgo de desviarse y caer en sectas e «iluminaciones»… Cada vez que publico un libro, muchos jóvenes vienen a verme para hablarme del tema de Dios; del retorno a Dios, de los valores espirituales, del sentido del misterio, etc. Comprueban que el mundo invisible es muchas veces más real que el mundo visible. Ante todo esto, pienso que la Iglesia faltaría gravemente a su deber si no ve que lo que es necesario que diga son palabras que se refieran a la eternidad.

    »Añadiría cómo está demostrado que, cuando el sujeto –el hombre–, desciende hasta lo más hondo, encuentra siempre al objeto. Por ejemplo, en el plano de la mística todos los autores místicos de todas las épocas y de todas las religiones, sin conocerse entre sí, viviendo en civilizaciones y culturas completamente diferentes, ante la experiencia de Dios y la experiencia del misterio, siempre han dicho las mismas cosas. Célebres textos de Tao señalan cuestiones similares a las que plantea San Juan de la Cruz, y uno y otro han ignorado su mutua existencia. Esta experiencia es la misma en los enamorados: en el amor humano, los grandes enamorados de todas las épocas han dicho y escrito prácticamente las mismas cosas, siempre a condición de llegar a lo más profundo; muchos ejemplos de ello pueden encontrarse en los griegos, en Dante cuando habla con Beatriz, en Goethe, en Maeterlinck…; es la misma imagen del amor que se encuentra en el interior de todos los hombres.


    LA DESATENCIÓN DE LOS HOMBRES

    – Finalmente, si tuviera que escoger una característica de nuestra época que revelara aquello que aún le falta al hombre por conseguir, ¿cuál elegiría?

    – A mí me parece que la gran tentación del hombre actual, o mejor dicho, uno de los hechos que se comprueban en el hombre de hoy, es la falta de atención, la desatención. Muy corrientemente, en la vida moderna parece que no hay tiempo de «prestar atención»; únicamente se presta atención a las cuestiones de la vida material…, el hombre está solicitado por mil distracciones, por mil informaciones que le llegan de todas partes… El hombre está continuamente tentado para «distraerse»; etimológicamente, «distraer», quiere decir «tirar desde fuera» y «tirar de los lados». Habría que decir que toda nuestra virtud estaría en la «atención»; estamos en un mundo de disipación; Emerson lo decía ya: «El único bien está en la «concentración» y el único mal en la «disipación»».

    »La sociedad es la que favorece el egoísmo; pensar en los otros, prestar atención a los otros, parece que se hace extremadamente difícil…; no se tiene tiempo. No hay más que fijarse en esas grandes aglomeraciones, en las comunicaciones, en el “Metro”. ¿Cómo prestar atención al prójimo? ¿Cómo descubrir tras un rostro, un alma? Esto es bien difícil en la existencia anónima que vivimos.

    »En el fondo, es la tentación de la nada, puesto que la desatención es la nada. Se llega a la muerte sin haber vivido, sin haber contemplado. Se está muerto antes de morir, puesto que la muerte física es la continuación de la muerte moral; hay gentes que mueren físicamente y que en ese momento no pierden gran cosa, puesto que ya estaban muertos desde hace tiempo. Tolstoi decía que había muchas gentes que vivían en estado de cadáveres, rodeados de confort. Hay muchos que olvidan que ya están muertos, quizá no se olvidan que uno es mortal, pero sí que uno ya está muerto. Y cuando uno olvida que el hombre es mortal, es que ya está realmente muerto.

    Gustave Thibon, este hondo filósofo campesino, vuelve a alzar la mirada y sus ojos se arrugan un instante ante esa luz extraña, artificial, luz de neón. Al volver a mirarme, esa serenidad suya trae otra luz, una luz interior.

    José Julio Perlado
    Pious dio el Víctor.

  2. #2
    Avatar de ALACRAN
    ALACRAN está desconectado "inasequibles al desaliento"
    Fecha de ingreso
    11 nov, 06
    Mensajes
    5,163
    Post Thanks / Like

    Re: Entrevista a Gustave Thibon (ABC, 1976)

    ...


    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  3. #3
    Avatar de ALACRAN
    ALACRAN está desconectado "inasequibles al desaliento"
    Fecha de ingreso
    11 nov, 06
    Mensajes
    5,163
    Post Thanks / Like

    Re: Entrevista a Gustave Thibon (ABC, 1976)

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Gustavo Thibon sobre la “unidad de destino”

    Revista FUERZA NUEVA, nº 120, 26-Abr-1969

    LA UNIDAD DE DESTINO

    Gustavo Thibon

    Creemos que en la vida de las sociedades como en la de los individuos, hay un cierto número de leyes inmutables. La unidad de destino es la primera de estas leyes: allí donde desaparece, las agrupaciones humanas llegan a ser la proa de la esclerosis y de la anarquía. Sin duda, las leyes que registran la vida social no se imponen de una manera tan inmediata y tan brutal como las de la vida orgánica: una colectividad en la que los miembros no están ligados entre sí por la unidad de destino sucumbe menos rápidamente que un cuerpo privado de aire, pero su asfixia, con ser más lenta, no es menos segura.

    ¿Qué es la unidad de destino?

    El destino del individuo es la unión de los acontecimientos que afectan a la existencia de este individuo. Se puede decir, incluso, que hay unidad de destino entre dos o más hombres repartiendo espiritual o materialmente la misma existencia, los que están sumidos en los mismos riesgos o persiguen los mismos intereses.

    Pero estas indicaciones quedan muy vagas y se prestan a equívocos. Nos parece capital distinguir entre dos formas muy diferentes de la unidad de destino.

    A) LA UNIÓN DE PARECERES

    Hay, en un sentido, unidad de destino entre un campesino de la Provenza y uno de la Picardía, entre un obrero metalúrgico de las factorías Fiat y uno de las Renault, entre un marinero que trabaja en un barco que navega por el Pacífico y uno ocupado en una línea mediterránea, etc. Todos estos hombres aparecen en la misma clase social, hacen los mismos trabajos y tienen poco más o menos el mismo género de vida. Sus destinos se parecen. Es, sobre esta unidad de pareceres sobre las que se apoyan ciertos movimientos sociales como las ligas obreras o patronales y, sobre todo, la ideología de clase.

    B) LA UNIDAD DE INTERDEPENDENCIA O DE SOLIDARIDAD RECÍPROCA

    Por común que sea su destino, los hombres de los que nos ocupamos quedan profundamente separados los unos de los otros. Tanto el campesino ve su cosecha destruida por inundación como el obrero de Fiat es víctima de una catástrofe, como el marinero del Pacífico se hunde con su barco, el campesino provenzal, el obrero metalúrgico y el marinero que navega por el Mediterráneo, no estarán nunca directamente afectados. Tomemos, por el contrario, dos campesinos asociados que explotan la misma granja, o el conductor y el mecánico de un mismo tren, o dos marineros a bordo de un mismo barco, estos hombres no viven más que el uno como el otro, viven el uno para el otro: su destino no es solamente parecido, es solidario.

    Más que eso, esta solidaridad de destino no implica necesariamente su parecido: el grumete y el capitán a bordo del mismo barco, el obrero y el patrón de una empresa, el súbdito y el príncipe en un Estado bien constituido, ocupan situaciones sociales muy diferentes y no viven de la misma forma; sin embargo están íntimamente dependientes el uno y el otro: grumete y capitán, obrero y patrón, súbdito y príncipe padecerán o morirán juntos si la nave zozobra, si la empresa se hunde o si la nación sufre reveses.

    Esta unidad de destino entre seres que, a través de su diversidad de situación, quedan enteramente dependientes los unos de los otros, confiere a las agrupaciones humanas su carácter orgánico. Así, en un cuerpo que vive, los órganos más diversos por su naturaleza y por su función viven, se desarrollan, sufren y mueren juntos.

    El ejemplo tipo de tal comunidad es la de la familia, en la que la estructura misma implica, entre los diferentes seres que la componen, un ritmo de cambios casi tan íntimos y tan continuos como entre los miembros de un mismo cuerpo. La familia constituye la comunidad orgánica por excelencia. Es, por otra parte, significativo constatar que toda forma de sociedad queda sana y viable en la medida que se parece a la familia: no es casual que la palabra patrón derive de la palabra padre, que al rey se le llame padre del pueblo y que a la Iglesia se la llame madre de los fieles (la comunión de los santos en el seno de la Iglesia es la forma más alta de la unidad de destino…) De pasada notamos que, mucho más que los lazos de sangre, es la interdependencia de destino lo que hace la unidad familiar. La experiencia prueba que los lazos de parentesco más estrechos no son suficientes para mantener unidos a los seres que viven alejados los unos de los otros y que no practican la inter-ayuda cotidiana. La vieja sirviente que ha vivido siempre en la casa y que ha educado a los niños está siempre más cerca de nosotros que un pariente lejano. Más vale tener un amigo cerca que un pariente lejano, dicen los campesinos.

    Esta segunda forma de la unidad de destino nos parece infinitamente más importante y más fecunda que la primera. Es el principio vital, el alma de las sociedades. Igual que el corazón de Pedro está más unido al cerebro de Pedro que al corazón de Pablo, de la misma forma, el niño está más cerca de su padre y de su madre que de los otros niños, el grumete está más cerca del capitán que manda el barco donde él trabaja que de los grumetes de otros barcos, el campesino de tal pueblo está más cerca del herrero de su pueblo que de los campesinos de otra región, etc.

    En resumen, la verdad común de destino puede incluir la semejanza de los destinados (hay, como hemos visto, unidad de destino entre los obreros de una mismo factoría y los campesinos de un mismo pueblo), pero no la exige; exige, por el contrario, la solidaridad orgánica la existencia de lazos vitales entre los hombres.

    La prueba más palpable de la importancia vital de esta comunidad de interdependencia reside en el hecho de que, por todas partes donde tiende a abolirse, las sociedades no tardan en dislocarse. Las monarquías y los regímenes feudales se hundieron desde que los monarcas y los señores no han vivido con el pueblo y para el pueblo; el patrón que no comparte los intereses de los obreros llega a ser diferente u odiado; los jefes militares que viven lejos de sus soldados agotan el entusiasmo y la disciplina de los ejércitos, etc. El absentismo que, en todos los dominios, ha causado tan grandes estragos no es otra cosa que el rehúso de la unidad de destino. Desde que los hombres no se sienten más dependientes los unos de los otros en el seno de la unidad que los sobrepasa (familia, empresa, nación, Iglesia, etc.) se agrupan en fracciones inorgánicas que se devoran recíprocamente.

    La comunidad de destino es el barómetro de la vitalidad y de la estabilidad de las sociedades.

    Beneficios de la comunidad de destino

    La comunidad de destino presenta numerosas ventajas psicológicas que influyen favorablemente sobre la vida social.

    Por lo pronto favorece el amor, que es el alma de toda unidad social. Está claro que nosotros amamos más fácilmente al ser que vive a nuestro lado y que comparte nuestras alegrías y nuestras tristezas que a un extranjero. La solidaridad crea un clima favorable para la simpatía. Para limitarnos a un solo ejemplo, cuántos franceses que, por su clase social o sus funciones, viven ajenos y casi impermeable los unos a los otros, han tendido a conocerse y a amarse en la vida común de las trincheras en el 1914-18 y en los campos de prisioneros durante la última guerra.

    Enseguida -y estas dos realidades no hacen nada más que una- neutraliza el egoísmo, lo doblega al servicio del bien común, llega a hacer un factor de unión de un estado de ánimo que, tomado en sí mismo, es un agente universal de separación. La interdependencia, en efecto, crea casi automáticamente la inter-ayuda. Los comerciantes de nuestros pequeños burgos de antaño, en los que la prosperidad dependía únicamente de la clientela de los campesinos del lugar, sabían, para cuidar el porvenir, consentir largos créditos a las familias honestas y necesitadas. Los días de granizo, los he visto escrutar el cielo con más angustia que a los cultivadores; no ignoraban que su importe de trabajos estaba supeditado al capricho de los elementos. El empleado de correos o el profesor, por el contrario, sin ser moralmente inferiores a los comerciantes, veían caer el granizo con indiferencia: su paga mensual, su “standard de vida” no estaban afectados. Cuando La Fontaine escribe: “Si tu vecino acaba de morir, Es sobre ti sobre quién cae la carga…”, estos versos presuponen la existencia de destinados solidarios. En el límite, cada uno de los dos hermanos siameses no tiene necesidad de lecciones de moral para amar a su prójimo como a él mismo.


    -Un estado social es sano en la medida que tiende a disminuir la tensión entre el interés y el deber; es malsano en la medida que tiende a agravarlo

    A los que por inquietud de elevación y de pureza moral pretendieran lo contrario, nosotros responderíamos: ¿prefieren la nada a la imperfección? La supresión de la comunidad de destino, creando una situación donde la inter-ayuda y la inquietud del prójimo no son posibles más que bajo la forma de un desinterés heroico, constituye lo peor de los lazos sociales, pues ella (la comunidad) conduce de hecho a librar a las masas humanas, que no se componen de héroes ni de santos, a todos los remolinos de un egoísmo sin contrapié.

    El sentimiento de la comunidad de destino permite también al individuo pasarse en el tiempo y en el espacio: lo inclina hacia empresas a largo plazo que son como gérmenes de eternidad en la vida de las sociedades. Obras como la construcción de catedrales, donde la elaboración milenaria de la liturgia implicaba una continuidad viviente entre los individuos en el espacio y las generaciones en el tiempo; en épocas en que esta continuidad se abolió, los hombres dispersan sus esfuerzos y no producen más que obras de corto aliento, sin lazo y sin unidad.


    Condiciones de la comunidad de destino

    LA JERARQUÍA Y LA DIVERSIDAD DE LOS ORGANISMOS SOCIALES constituyen una de las bases de la comunidad de destino. Tomemos nuestra comparación biológica. Los órganos de un cuerpo no son iguales entre ellos; algunos tienen “privilegios”: el cerebro, por ejemplo, descansa más que el estómago, y éste más que el corazón o los pulmones y son precisamente estas “desigualdades” las que convergen hacia un punto común, creando la unidad del organismo. Lo mismo es para un cuerpo “social”: su idea está fundada sobre la desigualdad y la jerarquía de las funciones; ha habido épocas, como la Edad Media, donde las diferencias sociales habían sido llevadas a su suprema expansión y los hombres han vivido más profundamente su comunidad de destino. La alegría de un pueblo en el nacimiento de un niño real, la participación de todas las profesiones, de todas las clases, en la construcción de una catedral o la salida para una Cruzada atestiguan bastante esta unanimidad social.

    Ha quedado demasiado olvidado en nuestro siglo XX, de vulgaridad igualitaria, que las desigualdades y los privilegios no son apenas nada para provocar choques o revolucionar a los miembros inferiores de la jerarquía. Mientras que la unidad persiste la desigualdad no es hiriente. En las épocas sanas del feudalismo, el siervo doblegado de la gleba no estaba envidioso del señor que, sin trabajar con sus manos, defendía todo el feudo con la espada: que el corazón que late sin descanso no necesita el descanso nocturno del cerebro. He conocido aún algunos viejos aldeanos que hablaban con un acento de arrogancia personal de la nobleza y del lujo del señor del lugar. Es que esta nobleza y este lujo estaban en el seno de algo que les pertenecía; allí participaban en el alma de esta realidad viviente que era la comunidad aldeana.

    La necesidad nace, por otra parte, de la ruptura de la unidad de destino. Allí donde hay unión no puede haber necesidad, pues todo se hace con el prójimo y es la mejor manera de triunfar. La necesidad nace y se agranda a medida que el lazo vital se relaja y que el individuo, alejado de estas fuentes, reduce el universo a sí mismo.

    La unidad de destino no tiene nada que ver con el igualitarismo; es, si cabe, su antídoto. Allí donde existe verdaderamente la disciplina social más cerrada no engendra la revuelta. Los viejos servidores de la antigüedad obedecían más estrictamente que los empleados de casa actuales, pero había unidad de destino entre ellos y entre sus amos, formaban parte de la casa que los guardaba hasta la muerte. Incluso en el ejército: los poderes de los oficiales sobre los soldados son infinitamente más intensos en tiempo de guerra, porque los jefes comparten la suerte de sus hombres, mientras que en tiempo de paz, por relajada que sea la disciplina, no existe ninguna igualdad entre el destino del soldado, civil trasplantado al cuartel, y el oficial que lo manda. Es en tiempo de paz relajada cuando el antimilitarismo florece más.

    La existencia de pequeños grupos humanos relativamente estables en el tiempo y en el espacio nos parece ser una condición no menos esencial que la comunidad de destino. Pero la comunidad de destino no trae sus frutos más que cuando realmente el sentimiento de “nosotros” está en el ánimo de todos. La comunidad de destino está en realidad viva en la familia, también entre los miembros de la tripulación de un mismo barco, entre los trabajadores de una pequeña empresa, y entre los habitantes de un mismo pueblo.

    Mucho menos lo está entre los innumerables navegantes de una gran compañía de navegación que entre los miembros de una enorme empresa anónima, que entre los habitantes de una región… De ahí la importancia de las células sociales de base: sería necesario que la sociedad fuera construida de tal suerte que ella sola se pudiera elevar, de pequeño grupo en pequeño grupo, hasta la formación de la jerarquía, sin que ningún grado de contacto humano se perdiera. Las pequeñas comunidades naturales donde los hombres se sienten responsables los unos con los otros al provecho de un funcionariado capitalista o estático mina las vertientes sociales por la base. La comunidad de destino viva está ligada a la existencia de un prójimo: es necesario que el hombre pueda ver y tocar a sus semejantes para que pueda ser solidario con ellos. (…)

    Gustavo THIBON

    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

Información de tema

Usuarios viendo este tema

Actualmente hay 1 usuarios viendo este tema. (0 miembros y 1 visitantes)

Temas similares

  1. Personalismo (Gustave Thibon)
    Por Martin Ant en el foro Política y Sociedad
    Respuestas: 0
    Último mensaje: 17/03/2014, 20:49
  2. La crisis moderna del amor (Gustave Thibon)
    Por Martin Ant en el foro Religión
    Respuestas: 0
    Último mensaje: 18/11/2013, 20:03
  3. Orden social, cultura y amor en Gustave Thibon
    Por Hyeronimus en el foro Política y Sociedad
    Respuestas: 0
    Último mensaje: 04/10/2012, 19:19
  4. Gustave Thibon... el agua clara
    Por Hyeronimus en el foro Cultura general
    Respuestas: 0
    Último mensaje: 20/09/2012, 14:07
  5. Entrevista completa a Josep Pla. A FONDO (1976)
    Por Juan del Águila en el foro Catalunya
    Respuestas: 0
    Último mensaje: 07/02/2009, 00:18

Permisos de publicación

  • No puedes crear nuevos temas
  • No puedes responder temas
  • No puedes subir archivos adjuntos
  • No puedes editar tus mensajes
  •