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Tema: La mente colmena y la muerte de la religión

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  1. #1
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    Re: La mente colmena y la muerte de la religión

    Una vida libre de tecnologías de la información y la comunicación (TIC)

    15 diciembre, 2016 de Tania

    Tendréis que pasar cerca de las sirenas que encantan a cuantos hombres se les acercan. ¡Loco será quién se detenga a escuchar sus cánticos pues nunca festejaran su mujer y sus hijos su regreso al hogar! Las sirenas les encantarán con sus frescas voces. Pasa sin detenerte después de taponar con blanda cera las orejas de tus compañeros, ¡qué ni uno solo las oiga!. Tu solo podrás oírlas si quieres , pero con los pies y las manos atados y en pie sobre la carlinga , hazte amarrar al mástil para saborear el placer de oír su canción.
    La Odisea.



    Va siendo necesario empezar a crear espacios y relaciones libres de móviles, redes sociales, “me gustas”, fotos e internet. Ello quizá suponga estigmatizar el uso de TIC como si de consumo de heroína en público se tratara. Al igual que hay casas okupas que ponen aquello de “espacio libre de drogas” habrá que crear “espacios libres de TIC”. Bien, eso hay que ponerlo sobre la mesa. Empezar a exigir a las amistades que cuando estén con nosotros no miren el móvil ni contesten mensajes. Explicar a la gente que eso es una falta de cortesía y de educación. Sí, que son unos maleducados (o bien educados en el capitalismo actual). Hay que volver a las buenas costumbres de la soledad reflexiva y la compañía enriquecedora que estos dispositivos y redes nos han robado. Nos han robado la convivencia y sin convivencia no hay nada. Es la muerte del yo y del colectivo, la muerte de la psique y de la comunidad.

    Como ratones en una jaula, adictos a un nuevo fármaco o droga en experimentación, así estamos.

    Las necesidades que suplen son reales, son evolutivas: la necesidad de aceptación del grupo, de estatus, de reconocimiento y de comunicarnos con el otro. Pero al igual que la llamada de teléfono no puede sustituir al hablar cara a cara, el mensaje de WhatsApp no puede sustituir a la capacidad de concretar una cita hablando. No estamos adaptados para este tipo de comunicación que crea enfrentamientos artificiales de las maneras más tontas y malos entendidos. Son, pues, herramientas que crean conflictos en lugar de solucionarlos.

    Hay que empezar a decir con valentía “No, no tengo facebook”, “No, no tengo WhatsApp” e incluso los más atrevidos y revolucionarios “No, no tengo teléfono móvil” o “No, no tengo internet en casa, solamente en el trabajo”. Porque de eso se trata, si hay que usarlos en el trabajo, se usan durante el horario laboral, pero, ¿cómo es posible que hayamos dejado entrar a la empresa en casa y en nuestras relaciones sociales? Esto es una revolución pendiente. Un proceso de descolonización y de desintoxicación en toda regla, con su respectivo combate y síndrome de abstinencia. Prepárate para atarte al mástil, como Ulises frente a las sirenas. Y que no te seduzcan ni las grandes compañías de telecomunicaciones ni las falsas alternativas que pretenden usar el móvil para todo, incluso para la “autogestión”, la “participación” y la “transparencia”. Alguna sirena que otra pensará: “Sí, sí, rebeláos, organizad hasta vuestra propia moneda alternativa virtual, vuestras asambleas, vuestros espacios comunales. Eso sí, el móvil con internet usadlo, usadlo mucho”.

    Prepárate para la incomprensión.

    Yo, me declaro en guerra, en primer lugar conmigo misma, con la mujer adulta de 36 años adicta a estas tecnologías y que ha perdido la capacidad de vivir sin ellas, como hizo hasta los 20 años de edad. ¿Cómo es posible que nos hayan engañado tanto? ¿Es que acaso antes la vida no existía? ¿Es que acaso antes no éramos capaces de quedar un grupo de amigos para vernos? Claro que sí, nos llamábamos unos a otros y hablábamos para citarnos a una hora y en un lugar. Cada tecnología te roba algo que antes eras capaz de hacer sin ella. Y cuando digo “roba” es que hay una parte de tu cerebro, de tu forma de pensar y sentir, de tu corazón y pensamiento, que ya no usas o, peor aún, usas de una forma diferente. Lo que no se usa se atrofia. Así que sí, te estás convirtiendo en un robot y ni siquiera te has dado cuenta. Adiós, ser humano. Bienvenida, pequeña máquina estandarizada conectada en red.

    FUENTE [comentarios igualmente muy interesantes]: Una vida libre de tecnologías de la información y la comunicación (TIC) | Las Interferencias
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    «Eso de Alemania no solamente no es fascismo sino que es antifascismo; es la contrafigura del fascismo. El hitlerismo es la última consecuencia de la democracia. Una expresión turbulenta del romanticismo alemán; en cambio, Mussolini es el clasicismo, con sus jerarquías, sus escuelas y, por encima de todo, la razón.»
    José Antonio, Diario La Rambla, 13 de agosto de 1934.

  2. #2
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    Re: La mente colmena y la muerte de la religión

    Rusia y Estados Unidos entorpecen la prohibición de los robots asesinos

    Las delegaciones de las dos mayores potencias militares muestran reticencias acerca de la creación de un grupo de expertos gubernamentales para establecer la hoja de ruta que impida el desarrollo y despliegue de los sistemas letales autónomos.

    15 diciembre 2016, 00:35



    José Bautista
    redaccion@lamarea.com

    GINEBRA// Los dos países más pesados del tablero geopolítico, EEUU y Rusia, no tienen prisa por prohibir las armas capaces de matar sin tutela humana. Este miércoles se celebró el encuentro informal y de carácter técnico que debía decidir las fechas, financiación y forma en que los estados firmantes de la Convención sobre Ciertas Armas Convencionales sentarán las bases legales acerca de las armas autónomas letales, coloquialmente conocidas como robots asesinos. Faltan dos días para que acabe la cita y, de momento, sigue el vaivén de delegaciones, reuniones y debates.



    Al inicio de la semana, los 123 países ratificantes de la Convención -incluida España- mostraron sus posturas oficiales acerca de esta polémica tecnología militar y su futura situación legal, fuera del limbo actual a falta de regulación y prohibición internacional. Ningún país reconoce abiertamente haber utilizado robots armados y autónomos sobre el campo de batalla, pero las potencias con posiciones más ambiguas son al mismo tiempo las más punteras en materia de tecnología militar: Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido y Francia, además de Israel, Corea del Sur e India. Washington sí ha desplegado sistemas armados capaces de operar de forma autónoma en Afganistán y Pakistán -no está probado que los haya programado para matar sin autorización humana-, mientras que Israel habría desarrollado una aeronave autónoma capaz de localizar y estrellarse contra su objetivo.

    Las organizaciones bajo el paraguas de la Campaña para detener los robots asesinos (Campaing to Stop Killer Robots) y otras instituciones independientes abogan por la prohibición absoluta de estos sistemas de matar, que debe consumarse en un Grupo de Expertos Gubernamentales (GEE) que construya la base jurídica y conceptual necesaria. La mayoría de las delegaciones se muestra a favor de este primer paso, pero a las potencias mencionadas se suma un pequeño grupo de países que prefieren posponer el debate o, a lo sumo, crear un GEE descafeinado.

    Durante la discusión sobre el borrador del texto, financiación, rango y calendario para el GEE, Estados Unidos presentó enmiendas y Egipto mostró reticencias, mientras que Rusia se mostró desde el principio reacia a esta idea. China acepta crear el GEE, pero le resta ambición y no quiere prisas. Reino Unido le quita peso y ve innecesario crear nuevas normas para unas armas que “quizás nunca existan”.

    “Es más fácil parar algo antes de que pase que tratar de lidiar con las consecuencias posteriores”, dijo a La Marea Jody William, galardonada con el Nobel de la Paz por su lucha para la prohibición de minas antipersona y bombas de racimo, quien además forma parte de la Campaña para detener los robots asesinos. Una fuente diplomática conocedora del plan de Rusia explica que Moscú está tratando de construir una idea propia sobre los robots asesinos de acuerdo a sus propios académicos y expertos. La lista de 19 países totalmente opuestos al desarrollo de robots asesinos creció en la tercera jornada de esta semana -se unieron Argentina, Panamá y Perú, 13 latinos en total-, y hubo intervenciones directas de Cuba y Nicaragua para definir un calendario concreto en el acto.

    Este jueves los corrillos y reuniones bilaterales seguirán dando forma al acuerdo final, mientras la agenda oficial trata de, entre otros temas, prohibir el uso de ciertas bombas en zonas con alta densidad poblacional. En paralelo, por cuarto día consecutivo, más de treinta representantes de organizaciones independientes y centros de investigación seguirán informando a las delegaciones sobre los riesgos éticos, jurídicos y técnicos de las armas autónomas.

    Este viernes las delegaciones publicarán el documento consensuado que pondrá fin a la Quinta Conferencia de Examen de la Convención sobre Ciertas Armas Convencionales, nombre oficial de la cita.

    La Marea
    puede cubrir este evento desde Ginebra gracias a las personas suscritas a este medio 100% propiedad de sus lectores y trabajadores. Súmate a este proyecto y recibe su revista mensual. Más información aquí.

    FUENTE: Rusia y Estados Unidos entorpecen la prohibición de los robots asesinos | lamarea.com
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    «Eso de Alemania no solamente no es fascismo sino que es antifascismo; es la contrafigura del fascismo. El hitlerismo es la última consecuencia de la democracia. Una expresión turbulenta del romanticismo alemán; en cambio, Mussolini es el clasicismo, con sus jerarquías, sus escuelas y, por encima de todo, la razón.»
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  3. #3
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    Re: La mente colmena y la muerte de la religión

    Interesante artículo sobre las redes sociales y cómo han propiciado la transformación de Internet en algo parecido a la telebasura, solo que personalizada. Ruego a los lectores que se abstraigan de las menciones a Trump o al cuestionable término de "posverdad". Este autor iraní ya hablaba así de Internet mucho antes de que Trump se presentase a las elecciones; las críticas que formula son muy acertadas y coinciden con lo que mismo vengo comentando desde hace años. No es un cantamañanas que se haya cabreado con Internet porque haya salido Trump. El artículo menciona a Neil Postman, un sociólogo ya fallecido cuya lectura recomiendo (aquí podeis encontrar fragmentos de alguna de sus obras).
    __________________



    Las redes sociales se han vuelto una mala versión de la tele que nos impide pensar

    Internet cambió mucho en los seis años que pasé en la cárcel. Ahora los contenidos se basan en las emociones, no en la crítica. Están diseñados para entretenernos, no para que nos cuestionemos nada.


    Hossein Derakhshan, 20/12/2016

    Si le digo que las redes sociales ayudaron a Donald Trump durante las elecciones, puede que le vengan a la mente las noticias falsas de Facebook. Pero incluso aunque Facebook arreglara los algoritmos que promueven las historias falsas, hay otro factor en juego: la televisión tiene el predominio absoluto sobre otros medios de comunicación en las noticias que aparecen en redes sociales.

    Llevo advirtiendo de esto desde noviembre de 2014, cuando fui liberado tras seis años de encarcelamiento en Teherán (Irán), un castigo que me fue impuesto por mi activismo en línea en Irán. Antes de ingresar en la cárcel, escribía mucho sobre sobre lo que ahora llamo la web abierta: un concepto descentralizado, enfocado en el formato texto y repleto de enlaces a materiales fuentes y un rico contexto. La web abierta fomentaba la diversidad de opiniones. Estaba relacionada con el mundo de los libros.

    Entonces me desconecté durante seis años. Pero cuando salí de la cárcel y volví conectarme a internet, me encontré un mundo muy distinto. Facebook y Twitter habían reemplazado a los blogs y convertido internet en una especie de televisión: centralizado y enfocado en imágenes, con contenidos incrustados en fotos y sin enlaces.


    Crédito: Sarah Mazzetti.


    Al igual que la tele, ahora internet nos entretiene e incluso potencia nuestros ideales y hábitos, incluso más que en su día lo hacía la caja tonta. Más que pensar, internet nos hace sentir, y nos reconforta más de lo que estimula nuestra autocrítica. El resultado es una sociedad profundamente fragmentada, impulsada por emociones y radicalizada por la falta de contacto y de refutaciones externas. Por eso el Diccionario Oxford seleccionó el término "posverdad" como la palabra del año 2016. Este adjetivo "se refiere a circunstancias en las que los hechos objetivos son menos influyentes a la hora de dar forma a la opinión pública que las apelaciones a las emociones".

    Neil Postman proporcionó algunas pistas sobre esto en su revelador libro de 1985, Amusing Ourselves to Death: Public Discourse in the Age of Show Business (Entreteniéndonos hasta la muerte: El discurso público en la era del mundo del espectáculo). Este académico experto en medios de comunicacion de la Universidad de Nueva York (EEUU) ya observó entonces cómo la televisión transformaba el discurso público en un intercambio de emociones volátiles que los encuestadores confunden regularmente con opiniones. Uno de los resultados más terroríficos de esta transición, escribió Postman, es que la televisión acababa convirtiendo todas las noticias en desinformación.

    "La desinformación no significa informaciones falsas, sino informaciones engañosas. Son informaciones fuera de lugar, irrelevantes, fragmentadas o superficiales... Informaciones que generan la ilusión de conocer algo pero que de hecho le aleja a uno del conocimiento.... El problema no es que la televisión nos presente temas entretenidos sino que todos los temas son presentados como entretenidos".

    Y, como argumentó Postman, cuando las noticias se construyen como forma de entretenimiento, inevitablemente pierden su función para una democracia sana. El experto continúa:

    "Esto es mucho más grave que solo ser privados de informaciones auténticas. Estoy diciendo que estamos perdiendo nuestra comprensión de lo que significa estar bien informados. La ignorancia siempre es corregible. Pero, ¿qué haremos si confundimos la ignorancia con el conocimiento?".

    El problema con el internet actual, con menos textos e hipertextos (enriquecidos con hipervínculos), no solo es que comparta muchos de los males de la televisión sino además introduce otros males nuevos. La diferencia entre la televisión tradicional y la forma de televisión que se ha reencarnado como redes sociales es que este última es un medio personalizado. La televisión tradicional aún conlleva cierto elemento de sorpresa. Lo que se ve en las noticias televisivas aún es definido por profesionales humanos, y aunque ha de resultar entretenido para justificar su cara producción, aún tiene probabilidades de hacer que nos cuestionemos algunas de nuestras opiniones (es decir, emociones).

    Las redes sociales, en cambio, emplean algoritmos para fomentar la comodidad y la complaciencia, puesto que su modelo de negocio al completo está construido para maximizar el tiempo que pasen los usuarios en ellas. ¿A quién le gustaría quedarse en un espacio donde todos parezcan mostrar actitudes negativas, antipáticas y de desaprobación? El resultado es una proliferación de emociones, una radicalización de esas emociones y una sociedad fragmentada. Esto es muchísimo más peligroso para la idea de una democracia fundada sobre la noción de la participación informada.

    ¿Qué se puede hacer ahora? Desde luego, el alza de Trump no se explica solo por una tecnología o un argumento centrado en los medios de comunicación. El fenómeno tiene raíces en más aspectos; los medios y la tecnología no crean nada, sólo tergiversan, desvían e interrumpen. Sin la creciente desigualdad, la menguante clase media y los empleos amenazados por la globalización no habría ni Trump, ni Berlusconi, ni Brexit. Pero tenemos que dejar de pensar que cualquier evolución de la tecnología es inevitable y natural y por tanto beneficiosa. Para empezar, necesitamos que haya más textos que vídeos para seguir siendo animales racionales. La tipografía, como describe Postman, es mucho más capaz de comunicar mensajes complejos que provoquen la reflexión. Esto significa que deberíamos escribir y leer más, hacer más hipervínculos, ver menos television y menos vídeos, y pasar menos tiempo en Facebook, Instagram y YouTube.

    Si no podemos resistirnos, y si los algoritmos no nos ofrecen opiniones diferentes o contrarias, deberíamos buscarlas activamente. Podemos seguir a personas o páginas que no aparezcan en nuestras sugerencias. También podemos confundir sus algoritmos al darle un "Me gusta" a lo que nos disgusta, para que disponer de flujo de informaciones más diverso. Podemos instar a las redes sociales para que divulguen algunas características de sus algoritmos para hacerlos personalizables. Y debemos empezar a reaccionar a los contenidos con la mente y no con el corazón. Lo que necesitamos no son botones de Me gusta/No me gusta, sino opciones de Estoy de acuerdo/No estoy de acuerdo o Confío/Sospecho.

    Nuestros hábitos y emociones nos están matando a nosotros y a nuestro planeta. Resistámonos a su atractivo letal.

    *Hossein Derakshan es autor, analista de medios y artista de interpretación iraní-canadiense que vive en Teharán (Irán). Puede encontrar su último proyecto, una exploración de la intersección del arte escénico y el periodismo en @talkingtagsart

    FUENTE: Las redes sociales se han vuelto una mala versión de la tele que nos impide pensar - MIT Technology Review
    Última edición por Kontrapoder; 21/12/2016 a las 22:41
    raolbo y Pious dieron el Víctor.
    «Eso de Alemania no solamente no es fascismo sino que es antifascismo; es la contrafigura del fascismo. El hitlerismo es la última consecuencia de la democracia. Una expresión turbulenta del romanticismo alemán; en cambio, Mussolini es el clasicismo, con sus jerarquías, sus escuelas y, por encima de todo, la razón.»
    José Antonio, Diario La Rambla, 13 de agosto de 1934.

  4. #4
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    Re: La mente colmena y la muerte de la religión

    ‘Phono sapiens’, enganchados al móvil

    Javier SalasMás de 10 min.

    En 2007, Steve Jobs deslumbró al mundo con un aparato llamado iPhone. Una década después, los teléfonos inteligentes se han propagado por el globo. Más de un cuarto de la población mundial se conecta a Internet a través del móvil. La existencia del ‘Phono sapiens’ es un hecho. Algunos han empezado a “desintoxicarse”. Muchos no pueden dejarlo.

    Sábado 24 de diciembre de 2016

    DE PRONTO, la pequeña mano de mi hija, que aún no había cumplido dos años, golpeó con rabia mi teléfono. No recuerdo si tecleaba un e-mail de trabajo o un tuit irrelevante, pero no noté que se acercaba con sus pasos inseguros hasta que le dio un manotazo al móvil, mirándolo con furia. Había hecho una torre con piezas de madera y ese cacharro se interponía entre su creación y el aplauso de su padre. En ese instante, me atravesó un sentimiento de culpa, de bochorno. ¿Cómo he sido capaz? ¿En qué momento he perdido el norte? Desde entonces, me propuse hacer dieta de smartphone estando en familia, una dieta que he observado con el rigor que imaginan. Seguramente, casi cualquiera de los 2.000 millones de usuarios de móviles que hay en el planeta puede contar una anécdota similar, donde la víctima de la falta de atención sea uno mismo o su pareja, un padre, los colegas de clase o hasta el jefe.

    Hace poco, la revista médica ‘The lancet’ definió la ‘whatsappitis’: una dolencia en muñecas y pulgares

    Nos llegan noticias de países que instalan señales luminosas en el suelo para evitar los atropellos y las caídas a los andenes de los usuarios de móviles que andan mirando hacia la pantallita. Problemas de cuello por doblarlo hacia el aparato e incluso una nueva dolencia en muñecas y pulgares, reseñada en la revista médica The Lancet como whatsappitis. Otros trabajos muestran que cada vez ejercitamos menos la memoria, que los jóvenes están perdiendo atención, que ya no sabemos orientarnos porque nos dejamos en manos de Google Maps. Que nos llevamos el aparato a la cama y, con sus luces, torturamos al cerebro perjudicando el ciclo natural del sueño. Pero, más allá de las noticias, ¿estamos enganchados al móvil? ¿Son solo problemas personales puntuales o nos está afectando como sociedad?

    Hablar de un adicto al móvil es un asunto muy controvertido. En la última versión del reconocido DSM (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales), de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, no se ha admitido como trastorno la adicción a Internet, menos aún la del teléfono inteligente, a pesar de que existen profesionales que lo diagnostican y lo tratan.

    2.000 millones de usuarios en el mundo están conectados a Internet a través del teléfono móvil

    “Todavía no podemos hablar de adicción, que se limita a las sustancias químicas, con la única excepción del juego con apuestas”, puntualiza Enrique Echeburúa, catedrático de Psicología Clínica de la Universidad del País Vasco. Algunos especialistas sortean este problema terminológico hablando de uso abusivo, que se definiría por la pérdida del control sobre la conducta, con consecuencias indeseadas graves. “Para mí, esa es la prueba del algodón de un problema de carácter psicopatológico”, resume Echeburúa, que es de quienes creen que es “indudable” que hay un uso inadecuado que a veces reclama que intervengan los especialistas. Reconoce que no hay suficiente investigación en este campo como para hablar de porcentajes de población afectada, ya que los estudios hasta ahora no abarcan grandes muestras ni cuentan con definiciones consensuadas del problema. “Empezamos a ver abuso tanto en adultos como en jóvenes, pero nos centramos más en estos porque preocupa que no tienen un desarrollo cerebral, emocional y vital completo”. “Con una vida inestable, en formación, hay más riesgo”, señala el catedrático.

    Los estudios que tratan de identificar la gravedad y el tamaño del problema hablan de cuadros de ansiedad en estudiantes que pasan horas y horas atrapados por la atención del cacharro. De adolescentes con síntomas depresivos cuando se les veta el acceso a su mundo digital. De jóvenes que abandonan sus estudios y cuya dependencia psicológica hacia el aparato provoca deterioro familiar. De problemas de agresión, fobia, trastornos del sueño, soledad y aislamiento social. En la revista pediátrica JAMA, de la Asociación Médica de EE UU, se publicó hace poco un estudio que alertaba de los trastornos de sueño que provoca el hábito de casi todos los adolescentes de dormir junto al móvil sin desconectar: insomnio, trastornos alimenticios, bajas defensas. Muchos de estos estudios se hacen en Asia, donde la tecnología tiene una presencia más intensa. Como en España, que está a la cabeza en cuota de penetración de smartphones en el mundo: gracias a la predisposición de la gente y a una política comercial muy favorable, casi 9 de cada 10 móviles españoles son inteligentes. Y en España se ha realizado alguno de los estudios sobre este problema, como el publicado este verano y centrado en alumnos de la ESO de Barcelona, que atribuía uso problemático de Internet al 13,6% de la muestra y al 2,4% respecto del smartphone. En este trabajo participó Xavier Carbonell, de la Universitat Ramon Llull, especialista en este asunto, pero muy escéptico sobre la prisa que tenemos por señalar adicciones. “Es imposible ser adicto a un aparato, solo a una conducta, como el juego patológico: lo que pasa con los smartphones es que la conducta es más accesible y así el refuerzo se produce antes”, asegura Carbonell. Y desarrolla una metáfora para explicarse: “Puedes consumir heroína por la nariz o en vena. Si te la pinchas, el refuerzo es más intenso, pero el problema no está en la jeringa”. Muchos de los casos graves que se están encontrando en las consultas tienen que ver con jóvenes que se pinchan apuestas online con el móvil. Carbonell es crítico con el papel desempeñado por los medios en la difusión de supuestas adicciones. Pero sí reconoce que hay que tomar “medidas higiénicas y de psicoeducación” para aprender a usar bien los móviles dentro de unas pautas saludables. Y señala una paradoja importante: la misma sociedad que reprocha el exceso de pantallas es la que nos empuja a usarlas. Y cita una vivencia que le contó un alumno: “Cuando estoy con mi madre, me echa en cara que pase todo el rato atendiendo el móvil. Cuando estoy fuera de casa, enseguida se alarma si tardo en responder a sus mensajes”.

    El grado de empatía entre universitarios ha caído por la pérdida del contacto cara a cara

    Conviene recurrir a la psicología social para dar contexto. Cada nueva tecnología, desde la imprenta hasta la televisión, ha generado un rechazo previo que tiende a considerar un trastorno el cambio de hábitos que genera. Es gracioso observar ahora que ya se empezaba a agitar el miedo de la adicción a los móviles (incluso en estudios científicos) hace una década, cuando los rocosos Nokia solo servían para mandar SMS. ¿Quién se cree que aquellos ladrillos pudieran crear adicción? Hasta Sócrates consideraba la escritura un hábito malsano porque debilitaba la memoria y el pensamiento. El Quijote se reía de los trastornos que podía provocar el exceso de lectura, del mismo modo que la serie británica Black Mirror nos advierte de las distopías que podrían estar descargándose desde nuestros dispositivos. Pero también es cierto que, a lo largo de la historia, muy pocas veces hemos estado tan apegados a un objeto. Concentra innumerables fuentes de ocio, de placer, de obligaciones laborales y sociales. Es una versión reducida de nosotros, de nuestras relaciones y aspiraciones. Proyectamos tal atención sobre el aparato que llegamos a sentir que vibra en nuestro bolsillo. Varios estudios han analizado cómo respondemos a la privación del móvil: cuando se nos encomienda una tarea y el móvil está recibiendo notificaciones sin que podamos consultarlas, somos incapaces de concentrarnos en condiciones por culpa de la ansiedad que nos provoca, e incluso se han descrito síntomas de hiperactividad. Es normal, dado que el 90% no nos separamos del dispositivo más de un metro en todo el día. El tic de nuestra era es desbloquear el móvil sin motivo: lo hacemos entre 80 y 150 veces al día, cada muy pocos minutos. En los semáforos, ya nadie se hurga la nariz: miramos el móvil para ver si hay alguna novedad desde la anterior parada. No hace falta que nos implanten un chip, como en las pelis futuristas, porque somos cíborgs baratos: ya nos encargamos nosotros de no separarnos del chip sin necesidad de intervención para clavarlo bajo la piel.

    El tic de nuestra era es desbloquear el móvil: lo hacemos de 80 a 150 veces al día

    Poco después del manotazo de mi hija, The New York Times publicó un revelador artículo de Sherry Turkle, investigadora del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT): era un alivio saber que hay especialistas dedicados a analizar cómo está afectando el abuso de móviles en aspectos menos tangibles que un episodio de ansiedad, pero quizá más permanentes. El artículo de Turkle era un resumen de su último libro, En defensa de la conversación, que acaba de publicarse (disponible en España en febrero de 2017, editado por Ático de los Libros) y que es una llamada de atención tras tres décadas empleadas en conocer cómo nos afecta la tecnología, reseñando investigaciones propias y ajenas: “El más inquietante para mí es el estudio que mostraba una caída del 40% en la empatía entre los estudiantes universitarios en los últimos 20 años, medida con pruebas psicológicas estándar; una disminución que sus autores atribuían a que tienen menos contacto directo cara a cara los unos con los otros”, escribe Turkle. En el libro se plantea la importancia de ese contacto entre los humanos para desarrollarnos en plenitud, algo esencial en el crecimiento de los menores. En sus trabajos, la investigadora del MIT descubre que los chavales que más tiempo dedican a sus móviles han perdido capacidad de empatizar porque no reconocen los matices en la cara de una persona: los sentimientos nos hacen mostrar en el rostro una riqueza de expresiones que algunos adolescentes ya no saben descifrar. La buena noticia es que estos mismos jóvenes recuperan esa capacidad innata después de un campamento sin móviles. Ya sabemos lo malo que es para el desarrollo de los niños crecer sin que se les hable a la cara, sin escuchar permanentemente voces que les apelan, que les llenan el cerebro de expresiones faciales y orales. Y también relata cómo está perjudicando a las relaciones personales, acostumbrados a mantener conversaciones de baja intensidad mientras toqueteamos el smartphone, por culpa del multitasking. El silencio incómodo que obligaba a pensar qué decir a un desconocido está a punto de desaparecer para siempre de nuestras vidas: basta con sacar el móvil. Según Turkle, vivimos en un tiempo paradójico: “Tratamos a las máquinas casi como si fueran humanas y desarrollamos hábitos que nos hacen tratar a los seres humanos casi como máquinas. Regularmente ponemos a las personas en pausa en medio de una conversación con el fin de revisar nuestros teléfonos. Y cuando charlamos con individuos que no nos prestan atención, es una especie de preparación para hablar con máquinas que no comprenden. Como la gente nos da menos, hablar con las máquinas no parece tanta pérdida”.

    Según el CIS, el 90% de los españoles usan este dispositivo que ha cambiado la vida cotidiana del país para el 46% de los encuestados. El año pasado se convirtió por fin en el principal modo de acceso a Internet en España. Y generalmente lo hacemos por medio de las 30 aplicaciones que tenemos de media en nuestros smart*phones, según el último informe de la Fundación Telefónica.

    ¿Qué hacen estas apps por nosotros y qué nos obligan a hacer? Al margen del beneficio que obtienen de nuestros datos, la economía de la atención diseña estas herramientas para reclamar nuestro tiempo con trucos de tragaperras. Cada vez que miramos el móvil se está produciendo un fenómeno muy conocido en psicología denominado refuerzo intermitente. “Hay experimentos en ratas que nos muestran cómo funciona. Si cada vez que aprietan una palanquita reciben comida, se produce el refuerzo de ese comportamiento. Así, cada vez que se encuentren una palanca, se sentirán impelidas a presionarla de manera automática, sin capacidad para modificar el comportamiento”, explica Helena Matute, catedrática de Psicología Experimental de la Universidad de Deusto. “Si se introduce el azar y no sabemos exactamente qué sorpresa vamos a recibir, el refuerzo es mucho mayor. Eso engancha todavía más. Es lo que sucede con las tragaperras”. Y es exactamente el principio en el que se basa el vicio del móvil: cada vez que lo miramos hay algo. Puede ser bueno (un me gusta) o mejor (que te haya pedido amistad alguien que te interesa). Cada vez que entramos en una app estamos tirando de la palanca para ver qué nos toca: un e-mail de trabajo, un chiste simpático en Twitter, una foto de la persona que nos atrae en Snapchat. Como dicen los especialistas, ya no se trata de ganar, sino de seguir en la “zona de la máquina”, una especie de vórtice que nos atrapa en un bucle hipnótico sin fin. Así es como nos enganchamos al móvil, con el mismo truco que activa la ludopatía: incluso con el sonido de las notificaciones, como antaño las máquinas de juego, que son un condicionamiento digno del perro de Pávlov.

    “El ‘smartphone’ ha desdibujado la frontera entre ocio y trabajo”


    “Es comida basura tecnológica”, resume Tristan Harris, un extrabajador de Google embarcado en la misión de romper el círculo vicioso de la economía de la atención. Harris ha lanzado la iniciativa Tiempo Bien Empleado (Time Well Spent) para que los desarrolladores de aplicaciones dejen de “aprovechar las vulnerabilidades psicológicas de la gente”. ¿Cuántas veces cogemos el móvil para hacer una cosa útil y cuando lo soltamos ha pasado media hora y no hemos hecho lo que íbamos a realizar? Cada vez que tiramos de la palanca en Facebook perdemos 20 minutos, pero las monedas caen en la bandeja de Mark Zuckerberg. Esa es precisamente la función primordial de todas las aplicaciones, retenernos en contra de nuestra voluntad para ganar dinero, y Harris niega que se trate de una responsabilidad personal, cuando “hay mil personas al otro lado dedicadas a quebrarnos la voluntad”. Su objetivo: que los programadores firmen una especie de juramento hipocrático que les obligue a dejar de usar trucos de psicología para manipular a la gente.

    Hacemos muchas cosas con el móvil, pero este también nos obliga a realizar muchas más. La tecnología nunca es neutra”, resume Amparo Lasén, socióloga de la Universidad Complutense que trabaja en cómo las nuevas tecnologías influyen en los afectos y las relaciones. “Se ha generado un apego porque lo necesitamos. Si nos genera ansiedad dejarlo en casa es porque nuestra madre nos puede llamar o porque es fundamental para nuestro trabajo”, añade. Hay un reproche social por estar todo el día conectados, pero es bastante común recibir un e-mail de trabajo a las diez de la noche de un domingo. Y lo que es peor: un 25% de los españoles reconocen usar WhatsApp para cuestiones laborales, según un CIS reciente. Con la doble confirmación azul de esta aplicación es más difícil ignorar una ocurrencia extemporánea del jefe. “Mucho del estrés extremo, del que provoca incluso muertes por trabajo, está causado por los móviles”, advierte Carbonell. La oleada de suicidios provocados por la presión empresarial ha obligado a plantear el “derecho a la desconexión digital” en la contestada reforma laboral francesa. Además, en muchas empresas es fundamental que los trabajadores sean habilidosos en redes sociales o que cuenten con una legión de seguidores para vampirizarla. Según Lasén, “se ha desdibujado por completo la frontera entre ocio y trabajo”. Y el móvil es el pasapurés en el que se prepara esa papilla.

    Nueve de cada diez españoles con 'smartphone' no se alejan de sus teléfonos más de un metro en todo el día


    Eric Schmidt, de Google, expresó su propia preocupación al señalar que ya ni en los aviones podía leer tranquilo porque ahora tienen wifi. “*Schmidt hizo este comentario al mismo tiempo que promocionaba su libro, que celebra, incluso en su subtítulo, cómo la tecnología va a remodelar a la gente”, critica Turkle. Las ideas de Harris de respetar el tiempo y la atención de los usuarios no cuajaron en las plantas nobles del buscador cuando se las planteó a sus jefes. Por eso, Turkle insiste en su libro: “Ten presente el poder de tu teléfono. No es un accesorio. Es un dispositivo psicológicamente poderoso que cambia no solo lo que haces, sino quién eres”. Hace una década, Steve Jobs aseguró que ese aparato que blandía, el iPhone, iba a cambiarnos para siempre. Pienso en que tenía mucha razón mientras consulto la app de la guardería para saber si mi hija ha dormido siesta. Cuando no la duerme es más probable que se ponga como una fiera. Es importante que lo mire.

    FUENTE: 'Phono sapiens', enganchados al móvil | Documentos | EL PAÃS Semanal
    Última edición por Kontrapoder; 26/12/2016 a las 01:09
    raolbo y Pious dieron el Víctor.
    «Eso de Alemania no solamente no es fascismo sino que es antifascismo; es la contrafigura del fascismo. El hitlerismo es la última consecuencia de la democracia. Una expresión turbulenta del romanticismo alemán; en cambio, Mussolini es el clasicismo, con sus jerarquías, sus escuelas y, por encima de todo, la razón.»
    José Antonio, Diario La Rambla, 13 de agosto de 1934.

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