La viñeta del mes: jugando a las bolitas.
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La viñeta del mes: jugando a las bolitas.
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La viñeta del mes: más ciegos que un ciego.
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Un leproso con smarthphone.
Fue avistado conversando a plena sonrisa a través de su dispositivo de última generación. El individuo, que practica habitualmente la mendicidad en los alrededores de la catedral de Barcelona, se hallaba de servicio en el momento de la escena, sentado en el suelo con su cuenco para pedir limosna. Otro hombre que pasaba por allí -un turista- sacó a su vez su propio smartphone del bolsillo para fotografiar el incidente y -suponemos- colgarlo inmediatamente en Instagram. Parecía muy indignado…
¿Acaso no se da cuenta usted, señor, de que las nuevas tecnologías nos hacen a todos más iguales y más libres? ¿Es que se molesta usted porque un mendigo leproso se incorpore como miembro de pleno derecho a la sociedad de la información? Pues actualícese y váyase acostumbrando, porque esto “es lo moderno, ya no hay marcha atrás, es una cita con el futuro a la que nadie puede faltar”.
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La viñeta del mes: los cabecicubos.
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Cuánto más conectado, más desconectado.
Así es como funciona la gran paradoja de las comunicaciones electrónicas, que aumentan la cercanía con gente distante y la distancia con gente cercana físicamente…
Imágenes utilizadas en una campaña del Centro de Investigaciones Psicológicas en Shenyang (China), divulgada en abril de 2015. Autor: Donghai Liu.
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Criar un niño digital.
Compartimos hoy un artículo de Nicholas Carr recibido de los compañeros de Ediciones El Salmón, incluido en el libro La pesadilla tecnológica, de inminente publicación. Cuidado, que corta…
Suelo recibir con bastante regularidad correos electrónicos y mensajes de padres muy preocupados por no estar a la altura del que se ha convertido en el reto fundamental a la hora de criar a tus hijos en los tiempos modernos: asegurar que los niños se adapten bien al entorno digital. Estos padres temen —y con razón— que sus vástagos se encuentren en desventaja en un medio virtual en el que, cada vez más, vivimos, trabajamos, amamos y competimos por pequeñas migajas de atención que, en su conjunto, llegan a determinar en nuestros días el éxito o el fracaso. Si no se adaptan bien al mundo virtual —según el punto de vista de estas madres y padres— sus hijos acabarán condenados al ostracismo, tendrán pocos amigos y aún menos followers. «¿Podemos seguir diciendo que estamos vivos —me escribió una madre joven algo apurada— si nadie lee las actualizaciones de nuestros estados?». La respuesta, por supuesto, es que no. En un mundo superpoblado de información y de mensajes instantáneos, la ausencia de estímulos interactivos, aunque sea durante muy poco tiempo, puede derivar en un estado de reflexión y pasividad difícil de distinguir de la inexistencia. A un nivel más práctico, carecer de habilidades online restringirá inevitablemente a largo plazo las perspectivas laborales de una persona joven. En el mejor de los casos, estará destinado a pasar sus días en algún tipo de trabajo manual, posiblemente trabajando al aire libre y con un acceso muy limitado a las pantallas. En el peor, tendrá que encontrar un puesto subalterno en el mundo académico.
Afortunadamente, criar a lo que yo denomino como «el niño digital» no es tan difícil. Después de todo, un niño recién nacido lleva una existencia de puro presente, inmerso en un «flujo» constante de estímulos y alertas. Mientras que el niño permanezca expuesto a las corrientes cruzadas del flujo de mensajes desde el mismo momento del parto —la conexión con el útero se sustituirá inmediatamente por la conexión wifi— la adaptación al mundo virtual probablemente se dé sin problemas y de forma satisfactoria. Las dificultades a la hora de adaptarse sólo se presentarán en el momento en que la conciencia del niño se vea afectada por la sensación de que el tiempo consiste en algo más que el momento presente. Por lo tanto, la tarea más urgente que deben asumir los padres es asegurar que el niño digital se encuentre, en todo momento, en un entorno en el que tenga a su alcance suficientes dispositivos conectados a la red.
También resulta fundamental impedir que el niño genere un excedente cognitivo. Su balance mental debe permanecer en un equilibrio perfecto, en el que cada impulso sináptico se corresponda inmediatamente con una tarea bien definida, a ser posible si se trata de la manipulación de símbolos en una pantalla de ordenador con el fin de producir contenidos de forma colaborativa. Si permitimos que los ciclos cognitivos se desperdicien, el niño puede caer en una especie de «estado de ensueño» introspectivo, al margen del flujo de la corriente digital. Por tanto, conviene asegurarse de que tu iPhone esté bien abastecido de aplicaciones adaptadas para niños, lo que a su vez proveerá de una copia de seguridad muy útil en caso de que tu hijo rompa, pierda o se vea separado de algún modo de sus propios dispositivos online. Se deberá prescindir, en la medida de lo posible, de los libros impresos, ya que también tienden a propiciar un estado de ensoñación introspectiva; aunque se permiten dispositivos multitarea que incluyan aplicaciones de lectura, como el iPad de Apple.
El mundo exterior entraña otro tipo de problemas para el niño digital, ya que la naturaleza, en el pasado, cosechó la reputación de inspirar estados introspectivos e incluso contemplativos en los jóvenes, que siempre resultan muy fácil de impresionar. (Algunos psicólogos defienden incluso que el solo hecho de observar el mundo desde una ventana puede ser peligroso para la salud mental del niño digital). A veces resulta prácticamente imposible mantener a un chiquillo alejado de la interacción con el mundo natural. En momentos así, lo más importante es asegurar que salimos pertrechados con dispositivos electrónicos móviles, como reproductores de música, smartphone, juegos, con el fin de no interrumpir la corriente digital. Si no puedes acompañar físicamente a tus hijos en sus excursiones al mundo natural, es aconsejable enviarles mensajes de texto cada pocos minutos para asegurarte de que permanezcan conectados y a salvo.
Los retos que plantea mantener a tu hijo inmerso en un entorno digital pueden ser difíciles, pero recuerda: la Historia está de tu parte. El mundo digital se hace omnipresente con el paso de los días. Además, es importante recordar que uno de los mayores placeres de la crianza moderna es documentar los momentos más especiales de tu criatura a través de mensajes, tuits, entradas, fotografías y vídeos de YouTube. El niño digital representa una fuente inagotable de contenidos para los padres y madres digitales.
Navegar a través de la corriente de mensajes en tiempo real es una aventura que tu hijo y tú podéis disfrutar juntos. Todo momento es único, porque cada momento está desconectado tanto del que lo precedía como del que vendrá después. El mundo digital es un estado de renovación constante. Así, la alegría de la infancia se vuelve perpetua.
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La viñeta del mes: Navidad con los nietos.
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La viñeta del mes: la muerte de la literatura.
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Bajada de pantalones.
Los smartphones han penetrado tan profundo en nuestras vidas que no nos despegamos de ellos ni tan siquiera en los momentos más íntimos. Con una mano tecleamos sobre la pantalla táctil… y con la otra utilizamos el papel higiénico. Para el anuncio publicitario que mostramos arriba este nivel enfermizo de dependencia al móvil es tan solo una anécdota simpática, idónea para promocionar su aplicación descargable.
El sometimiento al poder de la pantalla continúa, y nosotras y nosotros nos bajamos los pantalones.
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¿Por qué los menores de seis años no deben jugar con pantallas?
Compartimos un esclarecedor artículo del neuropsicólogo Álvaro Bilbao, publicado originalmente en La Vanguardia.
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Hay tres razones que me hacen defender que los niños menores de seis años no deben entrar en contacto con los dispositivos tecnológicos.
1. A nivel psicológico hay una razón muy importante por la que no deberíamos usar los dispositivos en situaciones cotidianas, como para distraerlo mientras le damos la comida, le vestimos o esperamos en el pediatra. La razón es que el cerebro aprende por asociación y si usamos el móvil para ahorrarle al niño el esfuerzo de esperar o de comer por sí mismo lo que conseguiremos es que su cerebro haga una asociación nada beneficiosa entre esfuerzo y distracción. Y cuando se tenga que esforzar por prestar atención a la profesora, por leer un texto que le puede parecer aburrido o por estar sentado hasta que acabe la clase la respuesta más lógica y natural para él será distraerse. Porque sus padres le enseñaron que cada vez que se debía esforzar se podía distraer con otra cosa.
2. Otra razón es que tenemos un circuito en una región cerebral denominada núcleo caudado, que es la que decide qué estímulos nos gustan más y cuales no merecen nuestra atención, y ordena nuestras preferencias en función de aspectos como la intensidad de los estímulos y el grado de gratificación inmediata que recibimos. Y si tenemos un niño cuyo núcleo caudado se acostumbra desde muy pequeñito a estímulos visualmente intensos y cambiantes como los de las tabletas, en los que todo hace ruiditos, en los que en cuanto te aburres basta con desplazar el dedo para cambiar, lo que va a ocurrir es que cuando llegue a clase y vea a su profesor le va a parecer poco dinámico y luminoso, la pizarra demasiado oscura y un libro demasiado lento, y su cerebro decidirá que no es suficientemente importante como para prestarle atención. Además los niños acostumbrados a estímulos intensos prefieren jugar con el dispositivo que con los amigos o hermanos.
3. Cuando un niño juega a un dispositivo o ve vídeos o fotos en el móvil activa un circuito poco eficaz para darnos la felicidad. Cada vez que vemos una foto nueva, que matamos un marcianito o hacemos un regate en el videojuego recibimos una recompensa en forma de descarga de dopamina. Pero esa recompensa dura muy poco y eso hace que tengamos que repetir la conducta una y otra vez, llegando a ser adictiva. Otro tipo de comportamientos como estar en contacto con los padres, manipular objetos con las manos, el juego libre o simbólico, o tener pequeñas responsabilidades como poner la mesa activan circuitos cerebrales distintos que ofrecen un sentimiento más duradero como es la satisfacción, que además favorece el autorrefuerzo (la capacidad del niño de sentirse bien sin que nadie o nada se lo diga).
Estas tres razones pueden explicar los estudios que demuestran que una mayor exposición a las pantallas está asociada a una mayor prevalencia de problemas de autocontrol (porque no saben ser pacientes ni esforzarse), de déficit de atención (porque no saben esperar y los estímulos normales les aburren más que a otros niños), mayores niveles de depresión infantil (porque dependen de estímulos que provocan pequeñas recompensas pero ninguna satisfacción) y mayor fracaso escolar (no pueden aprender aquello que no les interesa ni atienden).
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Advertencia del jefe de diseño de Apple a todos los usuarios de smartphones.
Entrevistado por el New Yorker a principios de octubre de 2017, Jony Ive, jefe de diseño de la compañía Apple, asumió que al igual que ocurre con cualquier otra herramienta, se puede hacer un uso bueno o un uso malo del móvil.
Ante esto, el editor David Reminck le preguntó: “¿Cómo se está usando mal? ¿Qué es el mal uso de un iPhone?”
A lo que Ive contestó escuetamente: “Creo que usarlo constantemente“.
Más simple que el mecanismo de un botijo. Y sin embargo se da la paradoja, bien prevista y planificada por los desarrolladores de las apps y los dispositivos táctiles, de que todo el diseño de un smarphone está pensado, precisamente, para que no podamos dejar de usarlo en ningún momento.
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Lotófagos.
Artículo de Juan María Martínez Otero, autor de Tsunami digital, Hijos surferos.
En su retorno a Ítaca, uno de las pruebas que debe superar Ulises es el tránsito por la isla de los lotófagos. Los habitantes de esta misteriosa isla se alimentan de ciertos lotos, con unas propiedades amnésicas, que les hacen olvidar su identidad: quiénes son, de dónde vienen, a dónde van. Quien come los lotos experimenta una sensación de felicidad y ligereza, pero al precio de renunciar a sus raíces y a su destino. A los pocos días de llegar, Ulises constata con sorpresa las nefastas consecuencias de la dieta de la isla: los hombres de su tripulación se han convertido en lotófagos, y renuncian a continuar su viaje de regreso a casa.
Tras varios años de estudio sobre los riesgos que los adolescentes afrontan frente a las nuevas tecnologías, y tras más de sesenta charlas en colegios, asociaciones e institutos, he llegado a la conclusión de que el principal peligro de Internet y las tecnologías digitales es el mismo que afrontó Ulises en la isla de los lotófagos: la distracción, la amnesia, el olvido. Y si este riesgo nos acecha a todos los usuarios de la Red, los adolescentes son quizá el público más expuesto. Por su menor capacidad de resistencia, su menor madurez y su menor criterio. Pensemos qué ofrece a los marineros la isla de los lotófagos: despreocupación, entretenimiento, placer. Exactamente lo que tantas veces buscan los jóvenes –y no tan jóvenes- en Youtube, Instagram o Twitter. Las nuevas tecnologías nos ofrecen de modo fácil mil maneras de evasión, ya sea en forma de entretenimiento, información, comunicación con otras personas… Pero, ¿a qué precio?, debemos preguntarnos. Tantas veces, al precio que pagaron los compañeros de Ulises: el de olvidar nuestra identidad, nuestra proveniencia, nuestro destino.
Este precio, además, lo pagamos a todos los niveles. A nivel superficial y diario, cuando abrimos Internet para hacer algo concreto, y lo cerramos media hora después sin haber hecho aquello que inicialmente nos propusimos. ¿No les ha pasado nunca? ¿No es esto ser pequeños lotófagos digitales? Pero el precio no acaba ahí, en esa calderilla de tiempo desperdiciado. El precio también se paga en billetes grandes, a nivel profundo y existencial. Un uso intemperante de Internet mina la capacidad de concentración; empeora el rendimiento escolar o profesional; debilita las relaciones personales. En la Red todo es rápido, fácil, fugaz. Pero hay muchas cosas que valen la pena que requieren tiempo, trabajo, constancia: precisamente esos hábitos que el uso de Internet desincentiva. Es más, todas las cosas grandes que uno puede heredar o conquistar en la vida –nuestras raíces y nuestro destino-, han requerido o requieren esa combinación de tiempo, energía y paciencia.
¿Es Internet una buena escuela de estas actitudes? La respuesta nos la da una mirada sincera y sin optimismos ingenuos a una amplia mayoría de adolescentes y jóvenes de hoy: no son capaces de leer media hora seguida sin interrupción; de mantener una conversación sin mirar constantemente el móvil; o de visitar un museo o contemplar una puesta de sol sin hacer fotos compulsivamente con su teléfono móvil. No han leído a Cervantes ni a Delibes, les aburre John Ford, no distinguen a Mozart de Beethoven. Ah, y tampoco quieren cambiar el mundo. No tienen tiempo para eso, tienen que twittear y ver videos de risa en Youtube. Quizá alguno, leyendo estas reflexiones, me tildará de apocalíptico tecnológico, o de pájaro de mal agüero digital. “Estos jóvenes tienen otra sensibilidad, leerán otras cosas, construirán otras cosmovisiones”, sostienen. A quien así piense, le invito a leer detenidamente una de las más brillantes distopías de la primera mitad del siglo XX, Un mundo feliz, de Aldous Huxley, que describe muy bien qué sensibilidad estamos desarrollando. Si Orwell o Bradbury temieron un futuro oscuro donde estuviera prohibido pensar y los libros se quemasen, Huxley, más certero, imaginó una sociedad donde no hiciera falta prohibir o quemar libros, porque ya nadie quisiera leerlos. Temió el advenimiento del reino de los lotófagos: una sociedad adolescente, irrelevante, banal y autosatisfecha. Una sociedad sin raíces ni proyectos; sin sufrimiento, pero sin sentido; divertida, pero intrascendente. Para no olvidarse nada, Huxley también imaginó lotos: el soma, una droga que los hombres del futuro consumen para olvidar su tristeza y su vacío existencial. Seamos realistas: en gran parte, ese futuro temido por Huxley ha llegado. Los lotófagos ya están aquí. ¿Volver a Ítaca? ¿Con lo bien que estamos aquí?
No pretendo con estas líneas negar las maravillosas oportunidades que Internet y las tecnologías digitales nos ofrecen. Pero olvidar que dichas herramientas tienen sus riesgos, especialmente para los adolescentes, me parece una ingenuidad. Debemos, por lo tanto, defendernos de la fuerza atractiva de Internet, luchando cada día contra la distracción permanente y contra la amnesia de los grandes ideales, que su uso tan a menudo produce. Ignorar estos riesgos, y no prevenir a los más jóvenes frente los mismos, implica abandonarles a la fuerza todopoderosa de las industrias del entretenimiento y de la disgregación. Tengamos el valor de defendernos y de defenderles, como hizo Ulises. No podemos defraudarles, abandonándoles en la isla digital de los lotófagos.
https://saldelamaquina.wordpress.com/2018/09/04/2850/.
Las viñetas del mes: nuevas generaciones.
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Una disculpa y una reflexión sobre el uso de imágenes.
“En la Era de la Imagen, el derecho a salvaguardar la propia imagen no existe”. Así podría formularse una falacia digital ampliamente asumida que hoy nos toca desmontar como inesperados copartícipes del problema.
En un mundo donde todas llevamos una cámara de fotos y de vídeo integrada en el smartphone, corremos el riesgo de dar por hechas muchas cosas. Por ejemplo, que todas somos periodistas en potencia y que por tanto absolutamente todo a nuestro alrededor es susceptible de ser fotografiado, filmado… y difundido.
Hasta que la realidad nos obliga a poner los pies en el suelo. No; no todo puede difundirse. Entre los pocos derechos que todavía nos permiten conservar está el de salvaguardar la propia imagen personal del ojo público.
Recientemente una persona se puso en contacto con nosotros para pedirnos la retirada de una imagen en la que aparecía retratada (una escena colectiva captada durante un viaje en transporte público). Teníamos el consentimiento del autor para utilizarla… pero no el de la/s persona/s fotografiada/s. Y es que en la Era de la Imagen la saturación visual a la que estamos sometidas, con cientos de millones de fotografías circulando libremente por todo Internet, puede llevarnos a pasar por alto que detrás de cada rostro ‘anónimo’ hay una persona real con vida, nombre y apellidos.
En efecto, la ley española ampara el derecho de toda persona a que su imagen no sea captada o divulgada -en una forma que resulte claramente identificable– sin su consentimiento. La única excepción son los personajes de proyección pública retratados en el transcurso de un acto público o en espacios abiertos al público, así como personas que aparezcan accesoriamente en una foto sobre un suceso o acontecimiento público de actualidad. Nosotros, como muchas y muchos de nuestros lectores, no lo sabíamos. Hasta que una persona quedó afectada y nos hizo caer del guindo.
Uno de los frentes en los que venimos luchando desde el principio en Sal de la Máquina es, precisamente, el de la protección de la intimidad de las personas, habitualmente pisoteada por gobiernos y corporaciones. Pero en este tema, como en muchos otros aspectos que afectan a nuestra libertad y al resto de nuestros derechos, todos somos en gran medida copartícipes. Evidentemente la imagen mencionada fue retirada y borrada de inmediato, y nos pusimos a revisar con lupa los próximos contenidos pendientes de publicación para evitar incurrir en el mismo error en lo sucesivo.
Al igual que lo hicimos en privado, reiteramos también públicamente nuestras disculpas a la persona afectada y le agradecemos que nos haya dado el necesario toque de atención, que nos motivará para ser aún más escrupulosos en la plasmación práctica del discurso que sostenemos.
En el otro platillo de esta delicada balanza quedan, por su parte, todas aquellas personas que utilizan la fotografía como medio de expresión de sus ideas y su visión del mundo. ¿Cómo plasmar, por ejemplo, una determinada realidad social a través de una imagen sin afectar al derecho de cada persona a mantener su intimidad? ¿Cómo conjugar la irrenunciable espontaneidad de algunas de las tomas realizadas con la necesidad de solicitar la autorización a cada una de las personas retratadas? Ciertamente, las salidas a estos dilemas aparentemente irresolubles no son muchas, pero existen. Y es aquí donde la mente creativa de cada autor/autora y de cada divulgador/divulgadora debe exprimir sus capacidades para hallar una solución de compromiso suficientemente aceptable desde todos los puntos de vista.
No nos queda más remedio que quebrar otro más de los muchos espejismos de la Máquina.
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