LA DERECHA FELPUDO
por Juan Manuel de Prada


(ABC, 19 de marzo de 2016)


“No se puede arriesgar la unidad del partido por mojigaterías”, advirtió el portavoz pepero en la Asamblea de Madrid a los diputados autonómicos que alegaban escrúpulos de conciencia ante una votación sobre los vientres del alquiler. Es la voz de la derecha felpudo, en la que el mundialismo se limpia los zapatos de cazcarrias antes de entrar como un elefante en una cacharrería en nuestra casa, que es la patria de muros si un tiempo fuertes ya desmoronados. Es la derecha escupidera, puesta en un rincón de la casa en ruinas, para que el mundialismo pueda hacer puntería sobre ella lanzándole sus esputos y gargajos, que a los principios (o a su frágil y maltrecha supervivencia) llama mojigaterías porque nunca los tuvo; y que sólo profesa la mojigatería del acomplejado, la mojigatería del miramelindo que suplica que le perdonen la vida y le asignen un puesto en un consejo de administración, cuando llegue la edad de jubilarse.

Es la derecha (¡homologada con otras derechas del pudridero europeo, oiga!) que acata los mandatos de la plutocracia sin rechistar, la derecha que se come tan ricamente las zurrapas de Draghi y de Lagarde y, mientras se relame, aniquila a las clases medias y llama eufemísticamente a los sueldos de miseria y al empleo basura “recuperación de la economía”. Es la derecha encargada de pastorear a los conservadores conservaduros, asegurándoles que nadie tocará sus ahorros en el banco y su chalecito en la playa si les votan, pues sólo ellos podrán salvarlos de las garras del populismo que viene dispuesto a arramblar lo que pille. Es la derecha mamporrera de los “progresistas paralizados” (según acuñación jocosa de Gómez Dávila), encargada de consolidar las “conquistas” de los progresistas más dinámicos y de refrendar todas sus leyes. Es la derecha que se ríe de sus votantes “mojigatos”, a los que torea con cinismo y socarronería, sabiendo que sus votos están cautivos, porque alguien les va siempre con la tabarra clerical y eunucoide del mal menor. Es la derecha que ha conseguido –con mucha mayor eficacia y discreción que la izquierda también entregada al mundialismo, pero demasiado chillona y aspaventera—convertir a los españoles fieles a las tradiciones honestas y laboriosas de sus mayores en una papilla humanoide y pancista sin fe ni esperanza ni caridad que, por hacerse la moderna o la modorra, comulga con las ruedas de molino de la memoria histórica, la ideología de género, el aborto y lo que te rondaré morena. Es la derecha a la que el mundialismo ha encargado la misión de cambiar la opinión de las gentes, para poder pervertir más fácilmente sus costumbres, según el método patentado por Rousseau; la derecha entregada a la rapiña y el latrocinio; la derecha que desprecia la justicia social y el bien común; la derecha que con su falta de principios (¡mojigaterías!) prepara el camino y allana las sendas para el triunfo rampante de la izquierda. Porque la gente, por muy embotada y corrompida que esté, siempre preferirá el original al sucedáneo.


Esta derecha felpudo es la que encarna la alguacilesa Cifuentes, que en su afán de que el mundialismo le pase la mano por el lomo como a un gozquecillo quiere dejar de ser la “progresista paralizada” que le han asignado en el reparto de papeles y convertirse en avanzadilla de una nueva generación de progres derechosos y campeones de los derechos de bragueta. Alguien dijo –y no lo dijo retóricamente-- que prefería la bala marxista a la palmadita derechoide; y ante esta derecha felpudo, ante esta derecha escupidera que se deja rebozar de cazcarrias y gargajos a cambio de que le perdonen la vida la frase vuelve a cobrar una vigencia sobrecogedora.













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