Me disculpo por entrecomillar varios mensajes a la vez; me pareció preferible esto a escribirlos en respuestas separadas y, además, oportuno en vista de mi tesitura, pues en unos días me marcho a Europa y se me hará más difícil intervenir con la calidad que, aunque no me caracteriza, desearía poseer, y en ocasiones logro detentar. Eso sí, estaré en Dinamarca; de pronto se me ocurre reunirme con Asplund (tengo entendido que es holmiense) en la maravillosa, diversa y enriquecida urbe multicolor de Malmö, pero primero pretendo no morir en Möllevången por la noche. Pensándolo bien, mejor me quedo del lado danés del estrecho.

Cita Iniciado por Kontrapoder Ver mensaje
Celebro que nos pongamos de acuerdo en algunas cosas.

Counter-Currents tiene artículos interesantes, pero el trasfondo es completamente pagano. Hay otras páginas que intentan limitar los aspectos anticristianos, como por ejemplo la llamada Ortosphere, pero al final enseñan la patita de una u otra manera.

Guénon y Evola no se oponen a la Iglesia porque esté feminizada. En su época la Iglesia sigue siendo viril. Se oponen a la Iglesia porque son gnósticos. Guénon, en concreto, fue obispo de la Iglesia Gnóstica y fue iniciado en una logia masónica española. Precisamente una de estas doctrinas gnósticas considera que lo ideal es la persona hermafrodita, que trasciende lo masculino y lo femenino. Guénon y Evola consideran que todas las religiones vienen de una "Tradición Primordial", por lo que todas son igualmente válidas. Según esta teoría, el islam y el hinduismo serían tan válidos como el cristianismo, puesto que todas proceden del mismo tronco; incluso el islam sería preferible al cristianismo, por haber desarrollado más la parte esotérica. Como ve, o como verá si profundiza en el tema, las teorías de Guénon y sus amigos parecen más bien un preludio de la Iglesia posconciliar y de lo peor del mundo moderno.

El carlismo, que yo sepa, nunca se ha definido como derechista. Y siempre ha renegado de los conservadores --por considerarlos parte de la Revolución-- y del liberalismo económico. Otra cosa es que, según la teoría política actual, se clasifique al carlismo dentro de la derecha.

Gracias a usted por su amable respuesta.
A diferencia de nuestra «disputa» previa, no puedo coincidir en su calificación del trasfondo de Counter-Currents como «completamente pagano»; es, sobre todas cosas, una imprenta contracorriente y, por ende, profunda e indudablemente heterodoxa y sincretista. Con esto no quiero decir que Counter-Currents sea L’Osservatore Romano, pero sí tiene elementos cristianos. Prueba de este sincretismo al que me refiero es su lista de autores distribuidos; podrá ver que se extiende desde los neopaganos de la Nueva Derecha ―de Benoist, Bowden y Faye― hasta Ludovici, Dugin y Codreanu. ¡Son raros y ya está! Ahora, por ser raros no dejan de ser interesantes.

Guénon se convirtió al islam por razones curiosas y un tanto confusas, pues él sufría de una obcecación; a su modo de ver, la iniciación y «realización metafísica» era de suma importancia al negar los «degradados» sacramentos cristianos. Según he leído, hubiese querido convertirse al hinduismo, pero esto, por supuesto, le fue imposible al no pertenecer a una casta. Esto se puede comprobar al observar que siguió escribiendo sobre el vedānta después de su iniciación y que, junto a Schuon, creía en esa tradición primordial o philosophia perennis ​a la que usted se refiere. En cuanto al italiano, he traducido un fragmento de mi copia inglesa de su Rebelión contra el mundo moderno; la traducción es, con todos sus errores y descuidos, íntegramente mía.

A efectos prácticos, la cristiandad «convirtió» al hombre occidental solo de manera superficial; constituía su «fe» en el sentido más abstracto mientras su vida real seguía obedeciendo las formas más o menos materiales de la otra tradición de acción, y después, durante el Medievo, un carácter que estaba esencialmente formado por el espíritu norario. En teoría, el mundo occidental aceptó la cristiandad por motivos prácticos, pero se mantuvo como pagano; el hecho de que Europa pudiese incorporar tantos motivos que estaban conectados con la perspectiva de vida judía y levantina siempre ha sido causa de sorpresa entre historiadores. Así, el resultado fue una especie de hibridismo. Incluso en la versión católica, atenuada y romanizada, la fe cristiana representaba un obstáculo que privó al hombre occidental de la posibilidad de integrar su forma auténtica e irreprimible por medio de un concepto y en una relación con lo Sagrado que le fuese agradable.

Con toda franqueza, no sé si profundizaré en este tema; me interesa más ampliar mis conocimientos de doctrina cristiana e historia prerevolucionaria. También me es necesario recibir instrucción en el pensamiento dieciochesco; no hay alternativa en vista de mi inquietud por elaborar una refutación sobria y concisa cuando el tiempo lo permita y, sobre todo, mi prosa mejore, pues en este momento es una monstruosidad que ni de lejos de aproxima al ideal del barroquismo.

Nuestro desacuerdo, sospecho yo, lo causa cierta ambigüedad en cuanto a lo que es la derecha. La derecha no es ni el PP nuestro, ni la CDU alemana, ni ningún partido «centroderecha»; a esto se le llama izquierda castrada. La derecha es tradición; la izquierda, su destrucción. Traeré, para cerrar, al austríaco que mencioné, Erik von Kuehnelt-Leddihn, y su definición de la derecha. La traducción, una vez más, es mía.

La derecha debe ser identificada con la libertad personal, con la ausencia de visiones utópicas cuya materialización ―incluso si fuese posible― necesitaría tremendos esfuerzos colectivos; está a favor de formas de vida libres y orgánicas. Esto, en turno, presupone un respeto por la tradición.

No hay razón, amigo Kontrapoder, de agradecer mi amabilidad; aquí no somos señores de izquierdas, y solo a ellos se les excusa la áspera grosería que, con célebres excepciones, les caracteriza a causa de su tendencia a caer en el infantilismo y puerilidad desprovista de la ternura de la niñez. No por esto dejo de estar agradecido; muchas gracias.

Cita Iniciado por Valmadian Ver mensaje
El caso británico es paradigmático sobre lo contradictorio que puede resultar en muchas ocasiones. Así esa islamización de las Islas que habla el tal YORCH como paso previo de la islamización de Europa y que Mexispano ha puesto en nuestro conocimiento, podría muy bien no tener nada que ver con el proceso que se sigue en el continente. Olvidamos que los británicos tienen su Commonwealth, o "comunidad de naciones", de la que están tan orgullosos como la gallina con sus pollos, y creemos que dicha comunidad se circunscribe a los países con minorías WASP, pero eso no es exacto. Dicha comunidad engloba a todos los Estados actuales que en su día formaron parte del Imperio. Recientemente adquirí en un establecimiento almoneda unos prismáticos "vintage", en su cuerpo o montura se especifica lo siguiente: "Empire Made", ya que están fabricados en Hong-Kong.

La peculiaridad del fenómeno la podemos ver en ciertos aspectos de la economía británica: la marca de coches Jaguar pertenece al grupo industrial hindú TATA. La archifamosísima marca Rolls Royce tiene capital mayoritariamente saudí. La otra gran marca automovilística, Rover fue vendida íntegramente a China -hay que recordar que Hong-Kong se reintegró a China hace pocos años-, bajo otra denominación. Los famosos almacenes Harrod's son propiedad del empresario egipcio Mohamed Al-Fayed, padre del famoso "novio" que tenía Diana de Gales cuando sufrieron el accidente automovilístico en París, conocido como Dody Al-Fayed, pero de nombre completo Emad El-Din Mohamed Abdel Moneim Fayed. Y los ejemplos pueden extenderse hasta el aburrimiento.

Para muchos británicos pues, no parece que nada de esto sea un problema, sencillamente siguen teniendo "Empire" y lo sienten en casa. Hay que suponer que la mayoría de esta gente será "leal súbdita de Su Majestad" y, a su vez, "Her Majestic" se sentirá sumamente halagada teniendo a sus súbditos de los confines de la Commonwealth entre sus leales fieles. Por tanto, que hoy Londres podamos conocerlo en tono de guasa como Londonistán a causa de sus gentes y su "flamante" y recién estrenado alcalde, se enmarcaría dentro de este sincretismo tan inglés. Pero, en mi opinión, este peculiar fenómeno no resulta extrapolable al continente, donde el proceso sigue unas directrices muy diferentes. Estoy convencido que las consecuencias van a ser muy distintas según de qué países estemos hablando.
Créame usted, estimado Valmadian​, que la situación británica ―específicamente en lo que se refiere a la concepción e identidad nacional del Reino Unido― cambió mucho en el siglo pasado. Yo llevo una relación bastante cercana con el Reino Unido (con Inglaterra en particular), pues en mi país me crie en el entorno de un colegio británico y, aunque veraneaba en Cataluña, siempre pasaba unas semanas en los home counties​. Lo que quiero decir con esto es que conozco a los británicos y entiendo, hasta donde puede un muchacho de mi edad, su percepción propia como nación y antiguo imperio.

En Gran Bretaña, la Mancomunidad de Naciones existe solamente en el plano legal; el inglés (o, en efecto, escocés, galés o norirlandés) promedio solo la recuerda cada cuatro años debido a los Juegos de la Mancomunidad, aunque en Londres (en particular en Earl’s Court o Hammersmith) no es inaudito oír alguna crítica de los «australianos borrachos» que utilizan la capital inglesa como base de operaciones para explorar el continente con sus visas de movilidad juvenil (Tier 5 o Youth Mobility​), pero los taiwaneses (es decir, individuos con ninguna conexión a la Mancomunidad) también tienen acceso a este sistema. Sin embargo, sí existe un vínculo muy cercano con los reinos de la Mancomunidad y, en especial, los antiguos dominios poblados en su mayoría por anglosajones (Australia, Canadá y Nueva Zelanda). Estos mismos se sintieron traicionados al entrar el Reino Unido en lo que era la Comunidad Económica Europea, pues supuso circunstancias muy difíciles; Nueva Zelanda, por ejemplo, entró en crisis económica debido a la perdida de gran parte del comercio con Gran Bretaña, y muchos emprendieron marcha hacia el vecino fornido, Australia.

Los ejemplos de negocios y grandes firmas en manos de nacionales de antiguas colonias son simplemente muestras de la nefasta incursión de estos señores en Europa; lo vemos en Francia con la dominación china de los viñedos y en Portugal con Isabel dos Santos. Es más, el caso de Mohamed al-Fayed se puede usar para evidenciar una falta de proximidad poscolonial; al-Fayed vendió Harrods y se marchó a Ginebra, pues le fue negada la nacionalidad británica en dos ocasiones en menos de diez años.

Yo tuve un profesor de historia escocés en mi país; recuerdo nuestras conversaciones sobre la «insularidad» británica y, en efecto, me confesó que «el mundo» para su abuelo y su padre no era Europa, sino «Durban, Singapur y El Cairo», pero ya para él (este señor tenía unos treinta años) y sus contemporáneos esto era una concepción anticuada y Europa se veía más cercana. Pasó algo muy curioso en aquella isla; la misma destrucción repentina del Imperio que provocó las desesperadas caminatas nocturnas de Enoch Powell había desembocado en una crisis de identidad algo similar (aunque posiblemente más marcada) que la del Desastre del 98 en España. Se recurrió al europeísmo como ungüento.

El patriotismo británico en contra del europeísmo no lleva un tono imperial con respecto a los musulmanes, pues fueron estos mismos los que criticaron y reprendieron el atropello de Rotherham, y ven a la Unión Europea y a sus partidarios como artifices principales de las políticas de diversidad. Este movimiento, aunque sí está en favor de una cercanía con los antiguos dominios anglosajones que mencioné, es sumamente inglés en su perspectiva. Es por esto que vemos a los pensadores ilustres (Sir Roger Scruton, por ejemplo) en las filas de Vote Leave y a los laboristas en las de Britain Stronger in Europe​.

¡Ya no extiendo más hablando de esto! En fin, es un tema interesantísimo; un día de estos abriré un hilo sobre el curioso pueblo británico, aunque sospecho la pérfida Albión no es objeto de la zalamería de mis contertulios.

Cita Iniciado por Valmadian Ver mensaje
Creo que el discurso se desvía en sus término Kontra, la cuestión no es si es negra en una sociedad blanca, ni de si hay que expulsarla a ella o a toda aquella persona que no se ajuste a la doctrina alemana del "ius sangunis", porque cuidado también con la contraria, la francesa del "ius solis" que está vaciando de contenido histórico y étnico a muchas sociedades muy tradicionales hasta hace poco y convirtiéndolas en poco menos que irreconocibles. La cuestión es, y basta con repasar los mensajes que abrieron el hilo para recordar los motivos, que ella se mostró absolutamente intolerante con un grupo de individuos que se manifestaban a su modo, pero sin meterse con nadie, según puede leerse, y es que ella misma por su forma de expresarse da a entender de que no dudaría en expulsarlos de Suecia si estuviese en su mano el hacerlo.

En tu misma línea argumental supongo que no estarás en contra de toda clase de mestizaje en España con magrebíes, inmigrantes subsaharianos, chinos, gentes procedentes de otras partes del mundo y, por supuesto, pues muy nuestros son, los gitanos. Supongo que tampoco verás objeción alguna en los procesos de aculturación correspondientes , todo lo cual hará que hablar en un futuro no muy lejano de cultura española sea un eufemismo.

No es necesario expulsar a nadie, pero hay dos aspectos a considerar por parte de aquellos que conforman cualquier tipo de minoría. La primera es aquello de "allá donde vayas haz lo que vieres", es decir, "adaptate" y la segunda, es que a nadie se le obliga a vivir en un sitio concreto. Mientras la persona que no acaba de estar integrada no dispone de suficiente autonomía personal -por ejemplo, a causa de la edad-, tendrá que soportar una situación que le disguste, pero una vez lograda esa autonomía, lo adecuado es marcharse. Que esa mujer de color, junto con otros racialmente similares, pretenda cambiar la sociedad sueca es un absurdo. O cambia ella, o se tendrá que ir, todo lo contrario será una fuente permanente de tensiones, tanto personales, como sociales.
Valmadian, sé que esto lo escribió para el amigo Kontrapoder, pero igual haré una pequeña intervención. ¿Por qué no podemos utilizar la doctrina del ​ius sanguinis? Los extranjeros verdaderamente ajustados y adaptados a nuestras normas podrían solicitar la nacionalidad después; es en esto que España debería seguir los pasos del vecino principado del norte. También, ¿por qué no es necesario expulsar a nadie? A mí me parece que existen ciertas personas que sí lo merecen; pocas personas que se rehúsan a integrarse se marcharán por cuenta propia. Nuestro gran problema es la cantidad de «minorías» que hemos admitido; ningún país ha caído a causa de cinco tibetanos, pero en Europa se ha permitido algo que constituye un error garrafal: la formación de diásporas. Un economista inglés, Sir Paul Collier, trata esto en su libro Éxodo​. En otras palabras, se les ha permitido mantenerse como extranjeros por generaciones. Imagínese usted que esos cinco tibetanos hubiesen arribado a España en el 1980. ¡Hoy sus hijos y nietos serían españoles ligeramente achinados! Ahora, compare esta situación con la actual; verá solo guetos y «zonas vibrantes» (eufemismo de barrios peligrosos).

Un saludo.