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Tema: J. M. de Prada: "Cuando lleguen los bárbaros"

  1. #21
    Avatar de raolbo
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    Re: J. M. de Prada: "Cuando lleguen los bárbaros"

    Cita Iniciado por Kontrapoder Ver mensaje
    Me ha gustado este artículo de Prada. No por el autor del que trata, pues desconozco su obra, sino porque creo positivo reconocer virtudes en el enemigo e intentar convertirlo. Esto lo practicaban Chesterton, que dialogaba caballerosamente con escritores muy poco cristianos, y José Antonio, que tenía palabras amables para muchos oponentes. Creo que esa actitud está en la mejor tradición del intelectual contrarrevolucionario. A veces se consigue más con un poquito de miel que con un jarro de hiel. Es muy positivo que Juan Manuel tienda puentes con intelectuales de izquierdas e intente llevarlos por la buena senda o, en otras palabras, convertirlos. Espero que Juan Manuel no deje de cultivar esta línea.
    ___________



    Juan Manuel de Prada - Raros como yo
    Leer con niños


    Santiago Alba Rico, que fuera guionista de «La bola de cristal», es un marxista curiosamente chestertoniano


    Santiago Alba Rico ha tenido una larga carrera como guionista, ensayista y conferenciante

    Juan Manuel de Prada 27/09/2016 19:29h - Actualizado: 28/09/2016 18:43h.

    Hace ya muchos años, cuando yo todavía era un niño de apenas trece años, coincidí en Valladolid con un joven una década mayor que yo que quiso poner a prueba –con mucha socarronería– mis conocimientos de heráldica. Como yo andaba por entonces empachado de lecturas artúricas, logré apabullar a mi interlocutor, cuyas facciones fueron poniéndose sinoples, con su jaspeado de gules, a medida que avanzaba mi perorata. Algún tiempo después sabría que aquel joven se llamaba Santiago Alba Rico; y que pronto sería guionista de «La bola de cristal», el mítico programa infantil, donde se dedicó –en colaboración con su gran amigo Carlos Fernández Liria– a convertir los episodios de «Los electroduendes» en «fábulas de marxismo satírico para niños». Yo siempre he fantaseado con la idea de que Alba Rico se decidió a introducir marxismo en sus guiones infantiles por vengarse retrospectivamente de aquel niño heráldico y repelente que le dejó la cabeza como una hormigonera (y envuelta en un lambrequín).

    Con el tiempo, Santiago Alba Rico se convertiría en uno de los más genuinos malditos de nuestra época, un excéntrico tanto geográfico como ideológico. Biznieto de Santiago Alba, el político zamorano que llegara a ser ministro con Alfonso XIII y presidente de las Cortes republicanas, Alba Rico formaría con Fernández Liria una suerte de «chesterbelloc» marxista de cuya pluma brotarían –además de los mencionados guiones de «La bola de cristal»– dos libros que alcanzarían gran difusión allá por los años ochenta: «Dejar de pensar» (1986), una sarcástica y gamberra diatriba contra la posmodernidad y el felipismo; y «Volver a pensar» (1989), donde se atrevían a polemizar con algunos santones del (languideciente) panorama filosófico español. Poco después, Alba Rico pondría tierra de por medio, instalándose en Egipto y después en Túnez, con un intermedio en Portugal; aunque no sabemos cuál fue la razón última de este extrañamiento, suponemos que lo guiaba el impulso de romper muchas ataduras, tanto familiares como generacionales, y tal vez un anhelo de búsqueda personal que, a la postre, nos depararía a un defensor acérrimo de los vínculos humanos.

    Ingenio y delicadeza

    Precisamente la médula de su pensamiento se halla en el análisis y execración del capitalismo, que Alba Rico presenta como un voraz Rabelais o inescrupuloso espíritu hegeliano, capaz de destruir cuanto halla a su paso, muy especialmente el tejido de vínculos políticos y afectos humanos que constituyen nuestro último refugio. Siendo un pensador de raigambre marxista, en Alba Rico alienta un chestertoniano cada vez menos reprimido; y de esta rara amalgama brota una escritura que desarma al lector.

    Pero, sin duda, lo que más sorprende en Alba Rico es su muy personal estilo, lleno de ingenio y delicadeza, de observaciones agudas y razonamientos paradójicos, de un amor absorto a las palabras y a las liturgias pequeñas de la vida. Tal vez donde estas virtudes brillan con mayor alborozo sea en «Leer con niños» (2007), su obra más divulgada, un raro y cautivador ensayo que podría considerarse una incitante invitación a la natalidad.

    No es, sin embargo, «Leer con niños» un ensayo orgánico, sino una aventura de la escritura, escrita desde el amor y el dolor, la exultación y la rabia; en ella conviven muchos géneros distintos, desde el cuento infantil hasta el panfleto político; y esto envuelve el libro con el perfume de los espectáculos callejeros que mezclan el teatro de guiñol y el auto sacramental. Cada frase está traspasada por una luz de domingo que es patrimonio del auténtico poeta; de tal modo que lo que empieza siendo una diatriba contra el capitalismo acaba convirtiéndose en una oda enamorada a los libros y a los niños. Hay algo en este pensador marxista de tradicional «malgré lui».

    Alba Rico posee un encanto único, que le permite exponer sus ideas como si fueran aventuras y sus aventuras como si fuesen ideas. Por eso, aunque es un escritor que no renuncia al discurso propio de la izquierda revolucionaria, nunca resulta doctrinario, ni enfanga su refinada prosa en torpes consignas o lugares comunes y archisabidos, lo que tal vez pueda enfadar al fariseísmo de cierta izquierda. En los últimos años, de hecho, Alba Rico ha sido víctima de desquiciadas campañas difamatorias, alentadas desde sectores izquierdistas que discrepan de sus polémicos puntos de vista sobre el mundo árabe (que tan bien conoce) y las guerras en Oriente Próximo. Nosotros, que también discrepamos en este punto (como en otros) con el autor, no podemos dejar de aplaudir su arrojo contra las arrogancias propias de la izquierda, sin hacer concesiones a la derecha. Un auténtico maldito nunca debe cejar en su vocación de marginalidad; tampoco desmayar en su irritación contra los suyos.

    Chesterton nos presentaba en «La esfera y la cruz» a dos contendientes, un creyente y un ateo, que no conseguían batirse a duelo en defensa de sus convicciones, porque el régimen vigente, muy tolerante y moderadito, se lo impedía. A mí, si fuese personaje en esta novela de Chesterton, me gustaría batirme con Santiago Alba Rico. Creo que ambos acabaríamos borrachos en alguna taberna errante, hablando de Dios y, por supuesto, de heráldica (pues nunca hay que dejar de ser como niños).

    FUENTE: Leer con niños
    Yo tampoco conozco la obra de Santiago Alba Rico, lo único que recuerdo de él es que en algunos sitios de la extrema izquierda antisionista le acusaban de apoyar las intervenciones de la OTAN en las "primaveras árabes". No sé si será del todo cierto, ya sabemos que en la izquierda suele haber muchísmo sectarismo.

    Por mi parte, también aplaudo a de Prada por tratar caballerosamente a los enemigos que lo merecen. Coincido con que hay que hablar con la gente de la izquierda. No es que se coincida mucho con ellos y que no estén errados, pero bien es verdad que no menos que con los derechistas, con los que siempre se tiende a hablar más y a considerar, aunque sea inconscientemente, más afines (las inercias, ya se sabe).
    Última edición por raolbo; 12/10/2016 a las 20:35
    Kontrapoder dio el Víctor.

  2. #22
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    Re: J. M. de Prada: "Cuando lleguen los bárbaros"

    Cita Iniciado por Leolfredo Ver mensaje
    Se me presenta un poco flojo este señor al quedarse en el hecho nacional. Y es que, yendo más allá, y siguiendo la misma lógica, tampoco aceptaría que toda España invadiera el pequeño valle del que soy originario. Ni que lo invadiera la comarca vecina.

    Es una cuestión de puro sentido común. Todo movimiento de población de unas dimensiones relativas capaces de distorsionar los equilibrios sociales establecidos en un ámbito han de ser mirados siempre con precaución.

    Por ejemplo, hasta cierto punto veo con comprensión cierta reacción que pudiera haber en su día en regiones españolas prósperas económicamente que acogieron en poco tiempo importantes flujos de población procedentes del éxodo rural de otras regiones empobrecidas.

    Otra cosa es que luego ideologías desleales utilizaran la circunstancia para buscar el cisma.
    Refloto el tema después de bastante tiempo ya que acabo de encontrar un artículo en el Confidencial donde precisamente se habla de cómo cuando Franco se intentó poner freno al problema migratorio del éxodo rural.

    Saludos en Xto:

    Cuando Madrid prohibió la entrada a andaluces y extremeños

    Un decreto gubernamental de 1957 vetó a los jornaleros que intentaban asentarse en los suburbios. Dos meses después, arrancó la gran liberalización de suelo. De los proletarios a los propietarios

    Obras en Carabanchel en 1957. (Juan Miguel Pando Barrero/Fototeca Nacional)



    CARLOS PRIETO

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    TIEMPO DE LECTURA9 min



    17.09.2017 – 05:00 H.

    Lo publicó el diario ‘Pueblo’ el 12 de julio de 1957: “Cada día 3.000 familias vienen a Madrid sin haber sido contratadas previamente”. Otros titulares de la época: “El éxodo de millares de campesinos hacia los grandes centros fabriles es ininterrumpida”. “La urbanización espontánea: un barrio extremeño surge en las afueras de Madrid”. Era lo que algunos malintencionados calificarían hoy de “invasión de inmigrantes”, salvo que los que venían a buscar trabajo y se asentaban como podían en los suburbios de Madrid no eran sirios, sino españoles.
    La revista ‘Semana’ lo calificó de “influencia inmensurable de personas que llegan a la capital sin trabajo ni vivienda fijos” en un reportaje que empezaba así: “Ya somos dos millones de habitantes en este Madrid inefable. ¿Y ahora qué hacemos? Es de temer que no haremos otra cosa que resignarnos... Constituimos una urbe que comienza a ser ‘monstruo’, por lo que no es de extrañar que sus problemas sean monstruosos… Los que llegan, ¿a qué vienen? Esta es una pregunta legítima de todo ciudadano que viene padeciendo año tras años las crecientes dificultades de la urbe”. En dicho artículo se aseguraba que los ‘intrusos’ venían de ciudades como Córdoba, Ciudad Real o Badajoz. Una turbamulta de “braceros” andaluces y extremeños con ganas de, según 'Semana', vivir de la picaresca: “Una de las consecuencias de ese chabolismo alimentado por las corrientes migratorias de provincias es la de sacrificar al habitante ‘clásico’ de la urbe a la hora de repartir viviendas. Se repite el caso de facilitar vivienda al de la chabola antes que al ‘realquilado’ de años y años”.
    Teatro Clara Eugenia: el edificio más nazi de España está en un parque perdido de Madrid

    CARLOS PRIETOLa sede de la Orquesta de la CAM tiene un misterioso pasado vinculado a Albert Speer, el arquitecto de Hitler. A vueltas con la influencia del nacionalsocialismo en tiempos de Franco
    ¿La solución al problema del chabolismo? Vetar la entrada en la capital de todo aquel que no tuviera una vivienda. O el fin de la libre circulación de españoles… por España.

    En efecto, el franquismo tomó una medida drástica para frenar el éxodo rural hacia la capital: prohibir la entrada en Madrid. El 21 de septiembre de 1957, hace ahora 60 años, el BOE publicó un decreto de Presidencia del Gobierno para frenar los “asentamientos clandestinos” en la capital: “La afluencia constante a Madrid de familias procedentes de otras capitales y pueblos de la nación carentes, por lo general, de medios económicos, sin profesión determinada ni domicilio en que recogerse, lleva consigo una sistemática construcción de chabolas, cuevas y edificaciones similares en el extrarradio de la población, ocupando terrenos lindantes con importantes vías de comunicación e incluidos en planes urbanísticos aprobados o en proyecto”, arrancaba el texto del Gobierno.
    Personas no gratas

    “El decreto prohibió la entrada en Madrid de las familias que no contasen con vivienda (y en las estaciones de ferrocarril, la policía devolvía al lugar de origen a quien no tuviese domicilio) al tiempo que se aprobó otro, dictando normas para impedir el asentamiento clandestino, derribando chabolas y devolviendo a sus habitantes a su lugar de origen”, cuenta Carlos Sambricio en ‘Madrid, vivienda y urbanismo: 1900-1960'.
    Cada día 3.000 familias vienen a Madrid sin haber sido contratadas previamente
    El decreto anti jornaleros, cocinado en el consejo de ministros del 23 de agosto de 1957, convirtió la entrada en Madrid en un infierno burocrático. Artículo primero: “A partir de la publicación de este Decreto en el Boletín Oficial del Estado, toda persona o familia que pretenda trasladar su residencia a la capital de la Nación dará cuenta al Gobernador Civil de la provincia por conducto del Alcalde de su residencia, de que dispone para su alojamiento en Madrid de la vivienda adecuada. Los Gobernadores de las distintas provincias comunicarán al de Madrid estos desplazamientos, con la indicación de los futuros domicilios, para su debida comprobación”.
    Artículo segundo: “A partir de la publicación del presente Decreto, las empresas de toda clase, industriales, comerciales o agrícolas, se abstendrán de contratar productores que no acrediten su residencia en Madrid con anterioridad a la fecha del mismo”.
    En las estaciones de ferrocarril, la policía devolvía al lugar de origen a quien no tuviese domicilioEl decreto llamaba a “proceder al inmediato derribo de las cuevas, chabolas, barracas y construcciones similares realizadas sin licencia, en el extrarradio de Madrid, y para iniciar seguidamente los expedientes de expropiación”. A su vez, se instaba a los ministerios de Gobernación, Trabajo y Vivienda a “organizar un Servicio de Vigilancia en el extrarradio de Madrid”.
    Dos días después de publicarse el decreto, ‘ABC’ abrió su edición con un artículo de opinión de Adolfo Prego -‘La ciudad razonable’- en el que se pedía que Madrid dejara de crecer: “Los urbanistas de todo el mundo se encuentran conformes en un punto: la utilidad de limitar el crecimiento de las ciudades… Ninguna voz autorizada reclama la creación de ciudades monstruosas. Por el contrario: acá y allá se levantan gritos de alarma contra las urbes gigantes… Hay algo en Madrid que no conviene a la felicidad del ciudadano. Antes, los funcionarios de Estado esperaban el traslado a Madrid como una liberación. Ahora, hay menos aspirantes, e incluso abundan los casos de clara resistencia al cambio de residencia. Frecuentemente tropieza uno con viejos conocidos que vienen a Madrid. Lo pasan muy bien durante tres o cuatro o cinco días, pero a continuación toman el tren con un suspiro de alivio. Vuelven a la normalidad, a la salud”.
    La burbuja ya está aquí

    Lo que no sabía Adolfo Prego es que el decreto anti jornaleros no iba a frenar la expansión de Madrid, sino más bien lo contrario: la capital estaba a las puertas de un boom inmobiliario y demográfico sin precedentes gracias a la irrupción de un agente que había estado al margen de la construcción de viviendas durante el primer franquismo: el sector privado. En efecto, la crisis de los jornaleros andaluces y extremeños -con su correspondiente alarma social- dio pie a la madre de todas las liberalizaciones de suelo.
    “El Estado buscaba desembarazarse de la carga financiera que suponía la construcción, buscando definir los mecanismos para conceder beneficios a un sector, con vista a atraer así al capital privado. En un momento en que -como señaló la prensa de la época ‘en un núcleo suburbial de reciente formación se vuelcan las zonas en paro más destacadas de la nación’- el problema era cómo incentivar una iniciativa privada no interesada en un suelo no rentable por la escasa capacidad adquisitiva de la emigración”, escribe Carlos Sambricio.
    Obreros en Carabanchel en 1957 (Juan Miguel Pando Barrero/Fototeca Nacional)
    1957 fue un año bisagra clave para el franquismo. Aunque aún faltaban dos años para que se aprobara el Plan de Estabilización, el salto de la autarquía a la liberalización empezó a hacerse realidad. “Hagamos un país de propietarios, no de proletarios”, dicen que dijo José Luis Arrasetras ser nombrado ministro de Vivienda en febrero de 1957. Arrese acababa de dar el pistoletazo de salida (sin saberlo) a la era de las burbujas inmobiliarias. El Estado, acuciado por el éxodo rural e incapaz de ejecutar una planificación ordenada de Madrid, se abrió de par en par a la intervención privada sobre el urbanismo de la capital.
    “Para la dictadura, la generalización del acceso a la vivienda de protección oficial en alquiler, podía suponer la aparición de múltiples focos de conflicto político en la interlocución directa entre inquilinos y Estado. En consecuencia, la política de vivienda intentó deshacerse de este tipo de problemas mediante la generalización de la vivienda en propiedad. Esto es precisamente lo que acabó por decantar la línea política del periodo, bien recogida en la célebre declaración del entonces ministro de la Vivienda: ‘España: un país de propietarios, no de proletarios’. Según el texto de esta cita, la propiedad de vivienda era un medio de moralización y sujeción de las clases trabajadoras, sospechosas de desafección y en pleno proceso de mutación social y subjetiva. La propiedad se convirtió, por lo tanto, en el criterio rector de las políticas públicas”, cuentan Isidro López y Emmanuel Rodríguez en el ensayo ‘Fin de ciclo’.
    El traspaso de las competencias para construir viviendas -del Estado a la iniciativa privada- se oficializó el 13 de noviembre de 1957, con la aprobación en el Pleno de las Cortes del Plan de Urgencia Social de Madrid, que apostó por la construcción de 60.000 viviendas en dos años (al final se construirían más de 80.000, según la prensa). “Si durante años fue la Comisaría de Ordenación Urbana quien fijó las pautas del crecimiento, a partir de 1959 serán las grandes inmobiliarias quienes definan y marquen el futuro urbano”, escribe Sambricio.
    A partir de entonces, se construyó masivamente vivienda de protección oficial, pero no era el Estado, sino un emergente sector privado El Plan de Urgencia Social, que se ampliaría a todo el país en 1958, fue la fórmula elegida para absorber a la mano de obra inmigrante en las grandes ciudades. El Estado lo apostó todo a la vivienda subvencionada, sí, salvo que los beneficiados directos de dichas ayudas públicas no serían los inquilinos, sino los promotores.
    "Salió reforzada la fórmula de la subvención pública de los operadores privados. A partir de entonces, se construyó masivamente vivienda de protección oficial, pero no era el Estado, sino un emergente sector privado quien se encargaba de su ejecución. La política de vivienda del franquismo mostraba aquí el mismo carácter de clase que las políticas fiscales, claramente regresivas, que cargaron sobre el trabajo desde los más leves costes de las recesiones hasta las grandes ampliaciones del sector público. Con ello, se renunció también a liberar una mayor parte de la renta de las clases trabajadoras con destino al consumo de masas, para destinarla al pago de la vivienda: una política del todo congruente con la debilidad del fordismo hispano y con su naciente vocación inmobiliaria. La subvención directa supuso un espectacular impulso para el sector de la construcción... Precisamente en esta época, la promoción inmobiliaria y la expansión del crédito a la construcción permitieron la acumulación de inmensas fortunas y la formación de un pujante grupo de grandes empresas que tienen continuidad hasta la actualidad”, zanja 'Fin de ciclo'.
    ¿Acabó el Plan de Urgencia Social con el chabolismo en Madrid? No, pero quizá no era esa su principal finalidad...

    https://www.elconfidencial.com/cultu...nismo_1444108/


    «¿Cómo no vamos a ser católicos? Pues ¿no nos decimos titulares del alma nacional española, que ha dado precisamente al catolicismo lo más entrañable de ella: su salvación histórica y su imperio? La historia de la fe católica en Occidente, su esplendor y sus fatigas, se ha realizado con alma misma de España; es la historia de España.»
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  3. #23
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    Re: J. M. de Prada: "Cuando lleguen los bárbaros"

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Cita Iniciado por Leolfredo Ver mensaje

    Es evidente que un hispanoamericano de orden y como Dios manda estaría, a mi modo de ver, antes de cualquier otro extranjero del mundo a la cola para adquirir nuestra nacionalidad. Pero eso no es de por sí suficiente. Ni mucho menos justificación de una inmigración masiva.

    La misma Monarquía Católica se cuidó muy mucho de evitar este tipo de movimientos masivos. En realidad fueron muy pocos los peninsulares que embarcaron y se asentaron en Indias en los primeros dos siglos desde la incorporación de aquellos territorios a la Corona. Incluso procuraron que los pueblos o repúblicas de indios quedaran libres de dicho impacto.
    Y efectivamente así era, creo recordar que Carlos V prohibió en 1528 la venida de indios a la península incluso bajo su propia voluntad para combatir su esclavización. El marqués de Pombal igualmente llegó a prohibir la importación de esclavos al Portugal metropolitano en 1761.

    Saludos en Xto.
    «¿Cómo no vamos a ser católicos? Pues ¿no nos decimos titulares del alma nacional española, que ha dado precisamente al catolicismo lo más entrañable de ella: su salvación histórica y su imperio? La historia de la fe católica en Occidente, su esplendor y sus fatigas, se ha realizado con alma misma de España; es la historia de España.»
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