El bastión del Movimiento nacional: Navarra toma las armas
Parecía que contemporáneamente no era posible un espectáculo como el que ofreció Navarra al instante de su alzamiento. Los que los presenciaron me cuentan que tenía una emoción grandiosa e indescriptible.
Navarra, por José María Salaverría
Caras y caretas (Buenos Aires), 16 de enero de 1937
Navarra fue la clave. No en vano es el único territorio del Estado español –junto con el municipio de Valladolid– y uno de los pocos del mundo condecorado con la más alta distinción militar del país, la Orden Laureada de San Fernando en este caso. La distinción refleja el agradecimiento eterno del Glorioso Movimiento a la Comunidad Foral. Navarra era el único lugar de España donde el triunfo de los facciosos era seguro al 100%. Y el territorio del antiguo Reyno, a modo de dique, impedía toda posibilidad de contacto entre la zona cantábrica y la zona levantina de la República.
"Cueste lo que cueste - se ha de conseguir - que las boinas rojas - entren en Madrid" decía la nueva versión del Oriamendi, el himno carlista, que se difundió en 1936 (la antigua decía "que venga el Rey de España a la Corte de Madrid"). Las boinas rojas eran los requetés, los combatientes de la Tradición, que abundaban en Navarra como en ninguna otra parte de España, hasta el punto que se les considera generalmente como el único apoyo popular real que tuvo el Alzamiento Nacional. Franco correspondió, además de con una condecoración, permitiendo un grado de autogobierno de la Diputación Foral insólito en la España ultra-compacta de Movimiento nacional.
Sobre todo en la mitad norte de su país, los navarros eran vascos por su habla y sus costumbres, y vivían en un paisaje muy parecido al de sus vecinos del oeste del Bidasoa. Pero mientras que la ría de Bilbao era un hervidero de actividad, y los valles guipuzcoanos estaban bien surtidos de industrias especializadas,
Navarra carecía de chimeneas industriales. Como consecuencia, su población no se había multiplicado como la de Bizcaia y Gipuzkoa, y los inmigrantes eran muy escasos en Navarra: en realidad, era tierra de emigración.
Navarra era un mundo antiguo lleno de tesoros amenazados por el mundo moderno. “Difícilmente se encontrará, no sólo en España, sino en Europa, u
n país más armónico, más equilibrado social y económicamente”. Esta armonía era visible en un paisaje rico y variado, que se desplegaba desde las tierras del olivo y la vid de la Ribera hasta las alturas pirenaicas de Roncal y Salazar, pasando por “los idílicos valles del Baztán y las Cinco Villas”. Desde hacía más de un siglo, se había inculcado a muchos de sus habitantes la idea de que ellos eran los guardianes de la Tradición, del mundo orgánico y jerarquizado colocado bajo la mano de Dios y del Rey. Tres o cuatro veces durante el siglo anterior, los navarros habían formado el grueso del ejército carlista, y habían peleado contra los liberales con entusiasmo, aunque con poco éxito en el balance final. Una de sus espinas principales eran que nunca habían tomado Bilbao, un fuerte bastión liberal.
En 1936 la idea general era la misma: la Arcadia rural en armas se aprestaba a dar su merecido a toda escoria republicana que pululaba por España, ocupando su capital, el nido de víboras que siempre había sido Madrid, otra secular obsesión del carlismo. Desde el comienzo, la propaganda enfatizó el carácter familiar de los requetés: aquí no había milicias de partidos,
sino una raza (entiendase linaje) asentada en un marco geográfico muy concreto que tomaba las armas, unida por vínculos familiares más que políticos. Las fotografías y los carteles mostraban dos o tres generaciones de requetés (combatientes carlistas) caminando juntos hacia el frente de batalla; el abuelo, ya bastante sarmentoso, tal vez había peleado de joven en la última guerra civil de 1872-76, sesenta años atrás.
Otra característica del uniforme de los requetés llamaba la atención: un parche de tela en el pecho con la leyenda "Detente bala - el corazón de Jesús está conmigo". Era una pequeña parte de la gran cantidad de parafernalia religiosa de los combatientes carlistas.
Navarra era el epicentro de la España católica, un territorio que se extendía en una ancha franja aproximadamente desde León a Gerona, coincidente con un ratio de habitantes por sacerdote inferior a 400. Esta proporción solía ser inferior en la Navarra rural, donde no eran raros los pueblos con 30 o 40 familias y un sacerdote titular, que podía así ejercer una considerable y minuciosa influencia social y política sobre sus parroquianos.
Navarra en su conjunto votaba a las derechas. En 1936 el 70% de sus votos fueron al Bloque derechista, pero un 20% votó al Frente Popular y cerca de un 10% al Partido Nacionalista Vasco. Aunque
había núcleos de votantes de izquierda en la capital Pamplona/Iruña, estaban sobre todo en la ribera del Ebro, en el sur del territorio foral, donde la imagen de arcadia rural-carlista de pequeños pueblos con pequeñas propiedades y verdes prados era sustituida por otra de grandes localidades, grandes propietarios, regadíos en una tierra seca y un alto porcentaje de la población jornalera y sin tierras. Estos fueron los que aportaron casi el 40% de los aproximadamente 3.000 fusilados en Navarra, cerca ya del 1% de la población, una cifra enorme si se tiene en cuenta que fue pura y fría limpieza política. Y parece ser que también una especie de ritual: los fusilamientos se avivaban con ocasión de festividades religiosas, como Santiago o la Ascensión, llegada de heridos y muertos desde el frente o conquista de poblaciones importantes por las fuerzas del Movimiento .
Por encima de su cultura, paisaje y religiosidad particular,
Navarra tenía una insólita capacidad de autoorganización, que hacía poco o ningún caso de las directrices del gobierno central. Esto funcionó a plena marcha durante la guerra civil, cuando el Territorio Foral funcionó como una gran cantera de soldados para el EN, con la particularidad de ir ya bien encuadrados primero en la Brigadas Navarras, luego Divisiones y por último en un Cuerpo de Ejército. El porcentaje de la población navarra que pasó por el ejército fue al parecer el mayor de toda España, más de un 14%, que indica una militarización completa. El porcentaje de bajas sufridas también fue muy alto.
El soldado navarro fue considerado el mejor de todo el EN. Manuel Aznar, ex-director de El Sol y el escritor militar oficial de los nacionalistas, investigó el asunto y llegó a la conclusión de que en los soldados navarros confluían una serie de características que los hacían soldados de excelencia:
un entorno social, moral y ecológico basado en la disciplina, los sanos valores familiares, el patriotismo vivo, la religiosidad profunda pero no afectada, una buena alimentación, un vivir decoroso y fortaleza física. Sugiere Aznar si no sería este el objetivo a alcanzar por los españoles en conjunto. Tan excelentes cualidades, unidas a un buen mando bajo el general Solchaga y su plantel de coroneles, las hacían fanáticamente invencibles.
El “Estado” Navarro funcionó como tal durante toda la guerra y después, con sus sólidas instituciones tratando de tú a tú a las de Burgos y Salamanca. Siempre que no se tratara de ninguna muestra de independencia militar, como la abortada creación de la Real Academia Militar de Requetés, el gobierno central nacionalista dejaba hacer, pues no había ningún afán separatista en la virtual independencia navarra sino al revés: era una especie de SuperEspaña, resumen en sus 10.000 km2 y 400.000 habitantes de todas las cualidades de cuidados paisajes, religiosidad, patriotismo y disciplina que se querían extender a todo el país.
La Diputación Foral y la Junta Central Carlista de Guerra de Navarra actuaron como un gobierno autónomo completo, con sus pseudoministerios, control financiero, delegaciones y departamentos que alcanzaban hasta la más nimia actividad del antiguo Reyno. La Diputación Foral de Álava actuó en un sentido parecido, avanzando incluso durante algunos meses entre 1937 y 1938 hacia una especie de totalitarismo carlista que incluyó la colocación de altavoces en las calles de Vitoria retransmitiendo consignas, que la población debía seguir en posición de respeto.
La Junta de Guerra Carlista navarra se disolvió para integrarse en el nuevo partido único, como Delegación Navarra de FET y de las JONS. El tradicionalismo nunca renunció a unificar las cuatro provincias vasconavarras bajo un “cuasi-estado” corporativo y foral, la versión carlista de la Euskalerria del Partido Nacionalista Vasco. Se celebraron reuniones entre las cuatro diputaciones (las de Vizcaya y Guipúzcoa perdieron sus privilegios por un decreto de junio de 1937 que castigaba así su alianza con los rojos), algunas ceremonias de hermandad y otras conexiones de tipo técnico, llegando incluso a crearse una Delegación Extraordinaria de FET para Navarra, Álava, Guipúzcoa y Vizcaya. Por fin, en junio de 1938 el Gobierno de Salamanca prohibió una gran concentración tradicionalista en Bilbao, supuestamente para celebrar el aniversario de la liberación de la ciudad, y se abortó todo aquel sueño de crear una organización más o menos fascista - tradicionalista de lo que hoy se conoce como Hegoalde, las cuatro provincias españolas de Euskalerria.
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