Visto en: FUNDACIÓN IGNACIO LARRAMENDI
Fuente: Koinós: El pensamiento político de Rafael Gambra. Miguel Ayuso. Páginas 40 -44.
Se inicia entonces una tercera fase de lo que hemos llamado la lucha de Rafael Gambra. Esta va a producirse en el interior del carlismo, pese a que siempre se mantuviera leal respecto a su continuidad legal, esto es, a lo establecido por don Alfonso Carlos en su testamento político, la Regencia en don Javier de Borbón-Parma y la jefatura de don Manuel Fal Conde. (…) Sin embargo, ya en 1939 consideró [Rafael Gambra] que la interpretación de la Regencia decretada por el carlismo oficial era desviada y había de resultar letal para el futuro de la causa [42]. Hoy cree que los hechos posteriores le dieron desgraciadamente la razón.
Y es que, en opinión de don Luis Hernando de Larramendi, autor como es sabido del documento de la Regencia, la tal debería ser medio de continuidad monárquica, a modo de prolongación legal del reinado de don Alfonso Carlos, al no haberse resuelto durante su vida la difícil cuestión sucesoria. Por lo mismo, se dice en el Decreto que el Regente habrá de resolver la cuestión «sin más tardanza que la necesaria» y «sin perjuicio de los derechos que él mismo pueda tener» [43]. (…).
(…)
Mientras tanto, Fal Conde y sus colaboradores más cercanos, casi todos de progenie integrista [47], forjaban la interpretación de la Regencia criticada por Gambra. Para ellos, la ausencia de príncipe que asumiera los derechos del carlismo era una suerte, calificada a menudo de «providencial», porque la Regencia habría de ser –según ellos– el instrumento, no sólo de continuidad dinástica, sino de instauración de la monarquía. La Regencia, así, debería mantenerse indefinidamente para que agrupase a todos los monárquicos de cualquier signo y, una vez proclamada en España, proveer bajo su presidencia a designar al príncipe de mejor derecho. Entonces, unas Cortes auténticamente representativas, tradicionales, reconocerían y proclamarían al nuevo Rey.
Teoría que, en opinión de Gambra, contradice lo que siempre fue la monarquía hereditaria, en la que la sucesión se realiza automáticamente sin que hayan de mediar ni Regencias ni Cortes. Y que, además, no podía sino acarrear la ruina del carlismo, por cuanto esa Regencia jamás podría triunfar, ya que si algo atrae de la monarquía es su continuidad establecida, nunca la provisionalidad y el problematismo de una tal Regencia. Con todo, si por un imposible llegara a establecerse, desembocaría sin duda en don Juan de Borbón como príncipe más notorio y conocido. Finalmente, sería inevitable el surgimiento de soluciones al margen (o en su contra) de esa Regencia indefinida, como sucedió con el grupo de Estoril, el octavismo, etc. Sin contar con la interrupción durante años, fomentada inexorablemente por la solución indefinida, de toda gestión para resolver la cuestión dinástica, y precisamente los años decisivos para un eventual triunfo de la Causa por ser los subsiguientes al triunfo en una guerra donde sólo los requetés combatieron como tales monárquicos [48].
Por su parte, Gambra y su grupo de amigos, (…) hicieron lo posible por promover la [candidatura] del propio don Javier y que se iniciasen los trámites para que aceptase la sucesión. A ese efecto, Polo escribió el libro [¿Quién es el Rey?], y procuraron que la censura, tras largos intentos, autorizara su publicación con algunas mutilaciones. Pero la Editorial Tradicionalista, sin embargo, no lo publicó hasta bastante años después, en 1949, fallecido ya su autor, cuando la experiencia comenzaba a demostrar –como ellos habían previsto– que la Regencia «como vía de instauración monárquica», lejos de imponerse, estaba desmembrando y disolviendo el carlismo. Se publicó, además, sin el prólogo, redactado por Gambra, explicativo de su circunstancia y razón de ser [49]. A partir de esa publicación se empezó ya una política encaminada a que don Javier aceptase él mismo la sucesión, pero se habían perdido diez años decisivos para las posibilidades que, a raíz de la guerra, hubiera tenido el carlismo.
[42] Cfr. su carta de 1941 a don Manuel Fal Conde, en Manuel de Santa Cruz, Apuntes y documentos…, tomo 3 (1941), Sevilla, 1979, págs. 40 y ss.
[43] Cfr. su opinión de 1940, en Manuel de Santa Cruz, Apuntes y documentos…, tomo 2 (1940), Madrid, 1979, págs. 26 y ss.
[47] Gambra, en su opúsculo Melchor Ferrer y la «Historia del tradicionalismo español», Sevilla, 1979, s. p., ha tipificado muy agudamente las distintas actitudes que han convivido en el seno del carlismo: integrismo, carlismo vergonzante y carlismo genuino. Escribe después que «estas actitudes dentro del carlismo se han mantenido –como escisiones a veces o como tendencias– hasta nuestros días». «Fal Conde supo, en los años que precedieron a la guerra de liberación, aunar todas las voluntades en un solo carlismo ortodoxo y combativo. Fue la suya una acción providencial para España y para la historia misma del carlismo, por más que esas tendencias y fisuras rebrotaran pronto por motivaciones diversas».
[48] En años posteriores vemos a Gambra dirigiéndose tenazmente al equipo directivo de la Comunión Tradicionalista en la insistencia de las ideas resumidas en el texto. Cfr., por ejemplo, Manuel de Santa Cruz, Apuntes y documentos…, cit., tomo 5 (1943), Madrid, 1980, págs. 114 y ss., y tomo 8 (1946), Sevilla, 1981, págs. 115 y ss.
[49] Cfr. Manuel de Santa Cruz, Apuntes y documentos…, cit. Tomo 11 (1949), Sevilla, 1982, págs. 155 y ss.
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