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Tema: Fal Conde y la Real Academia de Alféreces del Requeté

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    Fal Conde y la Real Academia de Alféreces del Requeté

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 19 de Febrero de 1970, página 8.



    UN DOCUMENTO HISTÓRICO


    ORGANICÉ LA REAL ACADEMIA DE ALFÉRECES DEL REQUETÉ POR ENCARGO DE MOLA

    DÁVILA, QUE LA CALIFICÓ DE GOLPE DE ESTADO, ME OBLIGÓ A CRUZAR LA FRONTERA

    HUBIERA PODIDO REGRESAR CON SÓLO ACEPTAR LA UNIFICACIÓN, PERO ME NEGUÉ, COMO SE NEGÓ DON JAVIER

    Cuando Hedilla también se negó, experimenté el consuelo de un honroso paralelismo


    Escribe Manuel FAL CONDE




    EL PENSAMIENTO NAVARRO, en su número del sábado 7, y en la acertadísima sección “Leído para ustedes”, me invita cariñosamente a rectificar la noticia errónea de “Arriba” sobre mi destierro a Portugal. Accedo gustosamente para que quede comprobada la afirmación del batallador diario carlista de que yo no huí de la quema. Entiende por “quema” la unificación “manu militari” que se proyectaba.

    De lo que siempre he huido es de estos tres enemigos del alma del político honrado: vividor de la política, escalador de cargos y ¡adulador de los que mandan!

    La biografía de “Arriba” es la de Pyresa. Tiene un gran “mérito”. Yo se lo reconozco al redactor de una biografía –o así– de Manuel Hedilla sin dedicarle ni el más moderado adjetivo. Ni que fue siempre –repito, siempre– un español ejemplarísimo, de altos ideales y conducta heroica, pese a la noticia de que “juzgado por un Tribunal Militar fue condenado a dos penas de muerte”, para que quepa, siquiera en hipótesis, la apreciación del caso de error judicial. O bien que el delincuente político es, en unas circunstancias, vituperable, como en otras, digno de encomio.

    Y tampoco informa Pyresa –y ya eso no tiene nada que ver con el consejo de guerra y sí mucho con el consejo de caridad cristiana– que Hedilla, que en lo político era españolísimo ferviente, en lo privado era de religiosidad y conducta de asceta.

    La biografía termina con este triste colofón: “Manuel Hedilla Larrey falleció a primera hora de esta mañana”.

    Los diarios del sur en que vemos la información de Pyresa, porque no tenemos “Arriba”, no le dedican el adverbio de “edificantemente”. Ni siquiera el de “cristianamente”. Tampoco el R.I.P.

    Ya después, en la información del sepelio en Denia, recogen parcamente, con pinzas, algunas frases que implican alabanzas de sus amigos. Y eso porque a ENEMIGO QUE SE ENTIERRA, LINOTIPIA DE PLATA.


    LA REAL ACADEMIA DE REQUETÉS

    El puente de plata es para mí. Sobre el Tajo: “Mientras que Fal Conde se exilió en Portugal, Hedilla fue condenado a dos penas de muerte.”

    ¡Y tan de plata es el puente que me tiende la Agencia Pyresa! Ya es romper una lanza en mi honor. Primero, porque durante un largo cuarto de siglo ha estado prohibido por Información y Turismo dar mi nombre. Ni en asuntos familiares o profesionales. Policías a la puerta de la casa, de la casa y bufete, vigilancia postal y muy minuciosa excepción al Fuero de los españoles. En segundo lugar, porque silencia que a mí también me rondó el consejo de guerra. No al tiempo que los que condenaron a Hedilla, por lo que va mal el adverbio de tiempo “mientras”, sino cuatro meses antes y por orden de autoridad.

    Porque se me imputó haber querido dar un golpe de Estado, por lo que sobra el pronombre reflexivo “se”. O sea: de pies en polvorosa, nada.

    El motivo fue la creación de la Academia de Alféreces del Requeté.

    ¿No se perseguiría, como finalidad hacia la unificación, decapitar a la Comunión?

    Un día en Pamplona, Mola me preguntó el secreto –y tan secreto que lo habíamos llevado– de la preparación de los oficiales del Requeté. (Nuestros cuadros de los primeros Tercios eran ejemplares. Causaron asombro).

    Le expliqué los cursos de oficiales en Italia.

    Le impresionó hondamente.

    Me encargó que hiciera otro tanto en España, pues que nos faltaban mandos para los contingentes de voluntarios que se nos presentaban –la Loma de los Requetés del Alto del León, mandados los que habían de ser Tercio de Abárzuza por el Pater, demuestra este aserto–. Le ofrecí hacerlo y le pedí dos jefes militares para la Academia.

    Me destinó en el Boletín a mis órdenes al teniente coronel de Estado Mayor don Pedro Ortega, de los de la defensa de Oviedo, y al comandante de Artillería don Hermenegildo Tomé, profesor de la Academia de Segovia. Ellos, con Enrique Barrau que me traje de Sevilla –el verdadero creador de los Requetés del Sur–, redactaron en Toledo el Reglamento.

    Buscábamos un edificio adecuado, de desear en Trujillo.

    Se preparó para la prensa la convocatoria. Escasos de material de escritorio, utilizamos las galeradas del diario, nuestro diario, “El Alcázar”, para enviarlas a toda la prensa. Una de ellas fue a Salamanca a la consulta final, al Generalísimo.


    OBEDIENCIA Y PUNTO EN BOCA

    Para más eficacia y descentralización, habíamos dividido la Junta Nacional en tres comisiones: la de Guerra, con mi presidencia en Toledo; la administrativa en Burgos, con Valiente, Lamamié y Sáenz Díez; y la de política en Salamanca, al lado del Jefe del Estado, con Rodezno, Esteban Bilbao –aunque éste, todavía no repuesto de su crisis espiritual, solía estar en Estella junto a una hermana monja– y Arauz de Robles.

    A éste mandamos las galeradas, y cuando por teléfono me dijo que el ayudante del Jefe del Estado, señor Franco Salgado, le había dicho que S. E. lo consideraba no sólo aprobable sino plausible, se circuló a toda la Prensa, que la dio a conocer al público.

    Su fecha, 8 de diciembre de 1936.

    Un membrete de Comunión Tradicionalista. Jefatura Delegada. REAL ACADEMIA DE OFICIALES DE REQUETÉS DE SAN JAVIER. DECRETO.

    Me llamó Rodezno a Salamanca. Acudí en el acto.

    Me recibió Dávila: “¿Usted –me preguntó– puede dar decretos? Porque éste que usted publica en la Prensa hay quien lo califica de golpe de Estado”.

    – “En los asuntos de la Comunión, desde luego, como el más modesto alcalde en los expedientes municipales”. “Y es Academia de oficiales de lises, no de estrellas”.

    – “¿Pero el uso del calificativo «Real»?”

    – “Claro que yo no dicto reales decretos, sino decretos de régimen. Y el «Real» va referido a la Academia, y está titulada de San Francisco Javier. Pero además, hace pocos días, el día tres, usted ha presidido conmigo en la catedral de Burgos la solemne misa por nuestro Príncipe Regente Don Francisco Javier. ¿Dónde está el golpe de Estado?”

    Cambió la actitud del general y pasó a la persuasión de que había ocurrido algo muy desagradable, y que me convenía que yo me marchara de España por una temporada. De lo contrario, ya me lo avisaba, se me formaría consejo de guerra.

    Reaccioné con la mayor indignación.

    – Escoja –me repetía–, el consejo o la expatriación.

    – Yo no escojo. Escoja usted, y póngamelo por escrito.

    – Escrito no. Márchese a Portugal. Diga el dinero que necesita y la documentación que quiera.

    – Yo no quiero de ustedes dinero. Me llevaré, por unos primeros días, el coche que la junta de generales me dio.

    (¿Cómo, si no, podía irme? Bien pronto lo devolví).

    Salí de España el 22 de diciembre por la frontera de Caya.

    Regresé el 10 de agosto por avión a Salamanca, llamado por Franco mediante su cuñado, mi inolvidable amigo y carlista ejemplar don Alfonso Jaraiz.

    Esa temporada de expatriación que imponía Dávila, en vez de plazo prescriptivo del “golpe de Estado de la Real Academia”, ¿no sería plazo eliminatorio previo a alguna medida política a la que yo pudiera ser óbice?


    LA COMUNIÓN, UNIDÍSIMA CON EL PRÍNCIPE REGENTE Y EL JEFE DELEGADO

    La Junta Nacional de la Comunión, en el acta levantada seguidamente de mi entrevista con el general Dávila, se solidarizó conmigo.

    Yo, tan pronto llegué a Lisboa, puse carta a Don Javier pidiéndole me relevara del cargo para evitar perjuicio a la Comunión si, contra lo que creíamos, había habido culpa en mí.

    El Príncipe Regente, en su carta de 24 de diciembre, lejos de relevarme, se solidariza conmigo, y me dice entre otras cosas: “Has cumplido tu deber hermosamente y heroicamente, y la persecución es el signo de Dios… Expondremos al general con toda claridad nuestras razones y nuestra total identificación con tu conducta… Creo que este acto habrá de ser histórico y base de nuestro porvenir en esta lucha contra el enemigo exterior, que es el comunismo anárquico internacional, y el enemigo interno, que es la masonería”.

    En la carta de 31 del mismo mes dice: “El hecho que te ocurrió es de una gravedad excepcional porque claramente va contra toda nuestra organización tradicionalista”.

    Su carta a la Junta Nacional del día de Reyes de 1937, carta trascendental, toda autógrafa como las antes mencionadas, y de diez páginas tamaño folio, empieza así:

    “A la Junta Nacional Carlista de Guerra. Mis queridos amigos: Ante la orden superior comunicada verbalmente a mi Jefe Delegado por el general Dávila el 20 de diciembre para que abandonara cuanto antes el territorio español, orden que fue cumplida sin pérdida de tiempo por aquél, dando una nueva y magnífica muestra de su alto patriotismo, Yo, como Príncipe Regente y Caudillo de la Comunión Tradicionalista… me creo en la obligación de conciencia de escribiros la presenta carta”.

    Todo el largo y prolijo documento denota la implicación abnegadísima y celosa del Señor en la Causa de España, su colaboración resuelta a la Cruzada, su dolor por la ausencia de España pues no se le permitía entrar, y su asistencia plena y decidida a su Jefe Delegado, al que dedica la mayor parte del documento con alabanzas y encomios para mí abrumadores.

    En otra carta a la Junta, de 6 de marzo, les encarga que se presenten al Jefe del Estado y le lleven carta suya de protesta por mi destierro y petición de levantamiento.


    CORRESPONDENCIA ENTRE EL REGENTE Y EL GENERALÍSIMO

    La carta del Príncipe al Jefe del Estado empezaba así: “Profundo dolor me causó el destierro de mi representante en España, señor Fal Conde, y de manera especial la noticia de que su proceder había merecido calificativos durísimos que imputaban delito contra la Patria, a quien en todo momento, tanto y tan abnegadamente la ha servido y representa dignamente a los españoles meritísimos encuadrados en los Requetés”.

    A esa carta del Príncipe contestó Franco con fecha 30 de abril, o sea, a los diez días del decreto de unificación; y después de los actos unificacionistas y con fecha 5 de mayo, pero enviadas juntas las dos cartas, la de Don Javier de 30 de abril enviada con Olazábal en la que protestaba de la unificación.

    En las dos, el Jefe del Estado reconoce que mi estancia en Portugal es obligada –¿qué se había creído Pyresa?– y que no puede todavía acceder a la petición del Regente de permitirme el regreso: “LA REINTEGRACIÓN DEL SEÑOR FAL CONDE A SUS ACTIVIDADES”.

    La unidad de todos los españoles; la necesidad de encerrar en sus corazones lo que sientan y no sea común; el servicio de España sin plazos ni reservas, que puedan poner en interinidad al Estado: éstos han sido los motivos del decreto de unificación.

    En frase muy explícita reconoce el amor a España y a la Tradición de S.A.


    UN HONROSO PARALELISMO

    Siempre he creído que fui desterrado a Portugal para remover un obstáculo. Los emisarios que me enviaron invitándome a aceptar el proyecto de unificación –nombrar los representantes de la Comunión en el secretariado de FET, y a cambio mi regreso a la Patria– y que volvieron frustrados; como los que, vía Irún, habían ido a pedir igual claudicación a Don Javier, encontraron en el Señor igual repulsa.

    Cuando Hedilla, de cerca, en plena vorágine de las manifestaciones “populares”, se negó a aceptar la unificación, experimenté el consuelo de un honroso paralelismo. Y con esa unión en lo que tenían de común nuestros ideales y por semejanza en la persecución, le he profesado cordial simpatía. Apenas comunicados. Nada relacionados. Pero únase que sus segundas nupcias fueron con una hija de mi queridísimo amigo, muchos años jefe regional carlista del Reino de Valencia, don Fernando Rojas, Marqués de Algorfa.

    Mi telegrama de pésame a su compañera en tribulaciones y merecimientos doña María del Carmen Rojas Dasí fue el siguiente: “Viuda, hijos Hedilla Larrey. Denia. El amor desinteresado a España nos situó posiciones gemelas máximo sacrificio. Siempre admiré querido amigo comportamiento heroico que ahora España agradecerá. De corazón muy sentido pésame. Manuel Fal Conde”.
    Última edición por Martin Ant; 12/12/2017 a las 19:34
    Kontrapoder dio el Víctor.

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