Búsqueda avanzada de temas en el foro

Resultados 1 al 20 de 25

Tema: El Cardenal Segura y la defensa de la unidad católica española (1952)

Vista híbrida

  1. #1
    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
    Fecha de ingreso
    07 nov, 12
    Mensajes
    2,714
    Post Thanks / Like

    El Cardenal Segura y la defensa de la unidad católica española (1952)

    No he podido hacerme, por ahora, con el artículo publicado en la revista América. Tan pronto como pueda conseguirlo, s. D. q., lo colgaré en el hilo.

    Los documentos están recogidos en estricto orden cronológico de redacción, a excepción del primer documento, que sirve como texto introductorio a los demás.
    Última edición por Martin Ant; 29/04/2018 a las 19:25

  2. #2
    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
    Fecha de ingreso
    07 nov, 12
    Mensajes
    2,714
    Post Thanks / Like

    Re: El Cardenal Segura y la defensa de la unidad católica española (1952)

    Fuente: Boletín Oficial Eclesiástico del Arzobispado de Sevilla, Número 1631, 1 de Diciembre de 1952, páginas 720 a 722.


    Bibliografía Diocesana


    «POR LA UNIDAD CATÓLICA DE ESPAÑA»

    Cartas Pastorales del Emmo. Sr. Cardenal Segura y Sáenz, Arzobispo de Sevilla, en defensa del sagrado tesoro de la fe


    La benemérita Editorial EDELCE ha sacado a luz el precioso tomo de los diversos documentos pastorales de Su Emcia. Rvdma., sobre la propaganda protestante en España, que han sobrepasado las fronteras y los mares y que se ven reclamados desde ambos Continentes. Ya publicará nuestro Boletín su Nota bibliográfica, pero no queremos demorar una noticia que responde a las preguntas de nuestros lectores. Nos limitamos hoy a publicar el breve Prólogo con que los Editores presentan su logrado empeño. Reza así:


    Hijo del Hombre –decía el Señor al profeta Ezequiel– (Ezeq. XXXIII, 7 y 2), habla a los hijos de tu pueblo… advierte que te he hecho atalaya de Israel… Si la atalaya ve que viene la espada del enemigo y no toca la trompeta y el pueblo no se guarda y llega el enemigo y los mata, el pueblo se perdió por su maldad y descuido; pero yo cobraré su sangre de las manos de la atalaya.

    Propio es de todos los pastores que velan sobre su grey, mirando al cielo y al suelo, oír ese loquere imperioso de la Escritura que pone en sus manos, para defensa del ganado y espanto del lobo carnicero, la espada de dos filos de la palabra de Dios. Lo comentaba así uno de los grandes pastores y estilistas de la Iglesia de España que tocó en su siglo, con viriles acentos, la trompeta de Ezequiel: «Loquere, dice, habla. Mándale el Señor a Ezequiel que hable, porque le ha hecho Pastor; que hable, porque le ha hecho Predicador; que hable, porque no puede avisar sin hablar, ni mejorar sin exhortar, ni persuadir sin decir. Loquere, dice, habla, ladra, que no sólo eres Pastor, sino perro de Israel: Vae canes muti! (Isaías, 56, 10), ¡Ay de ti, si siendo perro no ladras! Loquere: sanam doctrinam, dice San Pablo (A Tito, II, 1): Habla verdades a tu pueblo, pues eres Ministro especial del pueblo» (Ven. Palafox. Carta Pastoral IX).

    En la Casa del Padre son muchas las moradas y hay también entre los Pastores de su aprisco quienes tienen especial llamamiento para ser atalayas y trompetas. Es la vocación de Jeremías: Te constituyo como una ciudad fuerte y como una columna de hierro y un muro de bronce contra toda la tierra; contra los reyes de Judá y sus príncipes y sacerdotes, y la gente del país, los cuales te harán guerra; mas no prevalecerán, pues contigo estoy Yo, dice el Señor, para librarte (Jerem. 1, 18 y 19).

    Es la vocación de Isaías: Clama, no ceses; alza tu voz como trompeta y declara a mi pueblo sus maldades y a la casa de Jacob sus pecados (Isaías 18, 1).

    Doble vocación de defensa y ataque, en la línea de fuego (la Iglesia no es fuerza pasiva y Evangelio sin gloria), que canta, como tema de toda la sinfonía pastoral, en las breves, claras, luminosas páginas de este opúsculo, uno de tantos clarinazos que, desde la atalaya del Arzobispado de Burgos o de Toledo, primero, desde la de Sevilla después, lanza cuando lo juzga su deber y se lo pide el Espíritu, el Eminentísimo Purpurado, del que decía no ha mucho un gran diario extranjero, espantado por tanta resonancia: «El Cardenal Segura ha llegado a constituir un problema mundial». Ya lo declaraba el texto citado: Muro de bronce contra toda la tierra… Clarín que tiene la expansividad, no sólo del verbo profético, sino de la palabra apostólica: In omnem terram exivit sonus eorum… El sonido de su voz se ha propagado por toda la tierra; y sus palabras hasta los confines del mundo…

    ¡No! No pensaba el Eminentísimo predicador, y lo dice sencillamente, que su palabra correría el mundo de uno a otro continente, llegaría a la Cámara de los Lores y a los diarios neoyorquinos, levantaría apasionados comentarios entre propios y extraños. Habló a su pueblo, una vez más, a la porción que le ha sido confiada, teniendo en cuenta, como siempre, la admonición de su maestro San Pablo: Predica la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, arguye, enseña, exhorta con toda paciencia y doctrina; pues vendrá un tiempo en que no sufrirán la sana doctrina, antes, deseosos de novedades, se amontonarán maestros conforme a sus pasiones y apartarán los oídos de la verdad para volverlos a las fábulas. Pero tú vela en todo, soporta los trabajos, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio. (2.ª a Timoteo, IV, 2-5).

    Pero porque tiene tanta fuerza la semilla del Evangelio, porque la palabra de Dios es viva, eficaz y penetrante, y corre como la chispa por el rastrojo, han corrido la Tierra los documentos que no pensaba[n] salir del Boletín Oficial de la Archidiócesis de Sevilla y de su ámbito natural. Agotados todos sus ejemplares, es tan insistente el ruego de cuantos ansían conocerlos, beber su doctrina y conservarla que ha parecido oportuno (opportune, importune, que diría también el Apóstol) entrelazar bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario (voz de alerta y arma de la Cristiandad, hoy en Lourdes y en Fátima, como ayer en Hungría y en Lepanto) este ramillete de pastorales: varas de nardos, rectas como la justicia, blancas y perfumadas como la pureza de la doctrina, con que gustaron en todo tiempo los confesores de la fe de adornar los altares de la que es Reina y Señora de la Iglesia militante, triunfadora de todos sus enemigos…

    Otros verán la espina donde vemos la flor. Durus est hic sermo, decían los mismos Apóstoles cuando les costaba devorar el pan recio de la Doctrina de Cristo. Dura es esta palabra y ¿quién puede oírla? Él les preguntó después: ¿También vosotros queréis retiraros? Mas Simón Pedro respondió por todos, como responden a la severidad de la enseñanza los discípulos fieles: Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna… – EDELCE.

  3. #3
    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
    Fecha de ingreso
    07 nov, 12
    Mensajes
    2,714
    Post Thanks / Like

    Re: El Cardenal Segura y la defensa de la unidad católica española (1952)

    Fuente: ABC, 12 de Febrero de 1952, páginas 15 y 16.


    EL GOBIERNO ESPAÑOL LAMENTA LAS PALABRAS DE TRUMAN Y RECHAZA CUANTO PUEDAN TENER DE INTENTO DE INJERENCIA EN NUESTROS ASUNTOS


    Una nota del Gabinete diplomático del ministerio de Asuntos Exteriores afirma, además, que la conducta española en cuanto a libertad religiosa se basa en el respeto a la conciencia nacional



    DE VEINTIOCHO MILLONES DE HABITANTES, APENAS 20.000 PRACTICAN EL PROTESTANTISMO, Y ESTOS DISPONEN DE CERCA DE 200 CAPILLAS EN LAS QUE EJERCEN EL CULTO NUMEROSOS PASTORES


    No se puede permitir –dice también el documento– que al amparo de presiones extranjeras, agentes de fuera traten de romper la unidad católica del país




    La Oficina de Información Diplomática ha hecho entrega a la Prensa de la siguiente nota:


    “A juzgar por las manifestaciones del ex embajador en España, Sr. Stanton Griffis, después de entrevistarse con el presidente Truman, la declaración hecha por éste de que no siente simpatía por el régimen español pretende explicarse porque disgusta al presidente la supuesta intolerancia española con las confesiones disidentes.

    ”Luego de lamentar las palabras presidenciales y rechazar cuanto en ellas pudiese interpretarse como un intento de injerencias de un Gobierno extranjero en los asuntos privativos de nuestro propio país, la Oficina de Información Diplomática del ministerio de Asuntos Exteriores se cree en el caso de recordar que la conducta del Gobierno español en materia de libertad religiosa se atiene escrupulosamente al principio de mantenimiento de la unidad católica de nuestra Patria y al criterio de tolerancia del ejercicio privado del culto disidente.

    ”Esta actitud política viene impuesta por las razones siguientes:

    ”A) Por el respeto que el Gobierno debe a la conciencia religiosa nacional, pues, en efecto, de un total de veintiocho millones de habitantes, el número de los que pertenecen a las iglesias disidentes apenas alcanza la cifra de veinte mil, lo que no representa ni el uno por mil de la población.

    ”B) Por la observancia de los preceptos establecidos en la ley fundamental de la Nación, el Fuero de los Españoles, el cual en su artículo sexto –que, por cierto, no difiere sustancialmente del artículo 11 de la Constitución de la Monarquía española de 1876, vigente hasta 1931– establece que:


    ””La profesión y práctica de la Religión Católica, que es la del Estado español, gozará de protección oficial.

    ””Nadie será molestado por sus creencias religiosas, ni el ejercicio privado de su culto. No se permitirán otras ceremonias ni manifestaciones externas que las de la Religión Católica”.



    ”Esta ley fue no sólo aprobada en Cortes, sino refrendada por plebiscito nacional en el Referéndum celebrado el día 6 de julio de 1947.

    ”C) Por la fidelidad debida a lo pactado con la Santa Sede, pues el artículo primero del Concordato de 1851 establece que “la Religión Católica, Apostólica, Romana, con exclusión de cualquier otro culto, continúa siendo la única de la nación española”.

    ”Este artículo se encuentra en vigor a virtud de lo dispuesto en el artículo 9.º del Convenio con la Santa Sede de 7 de junio de 1941.

    ”En cuanto a la tolerancia de las confesiones disidentes, la que el Gobierno viene observando es la misma que tradicionalmente se ha seguido durante el tiempo de vigencia, tanto de la Constitución del 76 como del Concordato del 51. Los 20.000 protestantes que residen en España, la mitad de los cuales son extranjeros, cuentan con cerca de doscientas capillas donde ejercer su culto, y un número de pastores en proporción superior al que guardan entre sí el clero y la población católica; pueden celebrar matrimonios con arreglo a su rito y tener para su enterramiento cementerio propio.

    ”Ahora bien, si el Gobierno español practica la tolerancia establecida en sus leyes, no puede, en cambio, permitir que al amparo de presiones extranjeras de ningún género, determinados agentes de propaganda, casi siempre venidos también de fuera, las vulneren, tratando de romper por medios muchas veces reprobables, la unidad católica del país, inestimable herencia de nuestros mayores.

    ”Si al abrigo de unas relaciones amistosas con los demás países los gobernantes de alguno de ellos hubieran concebido la esperanza de prevalerse de esa amistad para fomentar en nuestro país la disidencia religiosa, incurren en un error que la nación nunca aceptaría y de cuyas consecuencias serían ellos los únicos culpables”.

  4. #4
    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
    Fecha de ingreso
    07 nov, 12
    Mensajes
    2,714
    Post Thanks / Like

    Re: El Cardenal Segura y la defensa de la unidad católica española (1952)

    Fuente: Boletín Oficial Eclesiástico del Arzobispado de Sevilla, Número 1617, 15 de Marzo de 1952, páginas 174 a 182.



    CARTA PASTORAL DE SU EMCIA. REVERENDÍSIMA PARA LA SANTA CUARESMA



    Sobre el testimonio del Apóstol San Pedro (I Petr. 5, 9): “Al cual resistidle firmes en la fe”


    EL CARDENAL ARZOBISPO DE SEVILLA
    AL CLERO Y FIELES DEL ARZOBISPADO



    Venerables Hermanos y muy amados Hijos:

    Dentro de breves días, en la festividad del glorioso Patriarca San José, se darán por terminadas las Misiones Parroquiales en toda la Archidiócesis. Días de bendición han sido los días transcurridos, durante la Santa Misión, en cada parroquia.

    La correspondencia de los fieles a la gracia extraordinaria de la Santa Misión ha sido edificantísima en la casi totalidad de las parroquias.

    Nos han llegado cartas conmovedoras de los Padres Misioneros, de los encargados de la cura de almas y hasta de las mismas Autoridades civiles, relatándonos hechos edificantísimos de la renovación espiritual de los pueblos. ¡Bendito sea Dios Nuestro Señor, que así ha querido cubrir de frutos sazonados el vastísimo campo de esta heredad que Él Nos confiara!

    Mas, entre todos los frutos logrados, numerosos y variados, en diversos órdenes de la vida, no cabe duda alguna que el fruto principal de las Santas Misiones ha sido el robustecimiento de la fe, que había languidecido, durante los diez años transcurridos, en muchas parroquias, dando margen a un decaimiento grande en la vida espiritual.

    Este robustecimiento en la fe ha producido ya una renovación muy extraordinaria y consoladora, que llena el ánimo de las más halagüeñas esperanzas de un porvenir mejor.


    El tesoro de la fe

    Conocéis, Hermanos e Hijos muy amados, la necesidad absoluta de la fe, sin la cual no es posible la vida espiritual.

    Así lo declara terminantemente el Apóstol San Pablo, en su Carta a los Hebreos (11, 6): “Sin la fe es imposible agradar a Dios, porque es preciso que el que se acerque a Dios crea que existe y que es remunerador de los que le buscan”.

    Sentencia, verdaderamente terrible para los incrédulos, es la que se contiene en las palabras del divino Maestro (Joan., 3, 18): “El que no cree, está ya juzgado o tiene ya labrada su propia condenación; por lo mismo que no cree en el nombre del Hijo Unigénito de Dios”.

    “Sin la fe –dice San Agustín, en su comentario al Evangelio de San Juan– la vida no es elevada, ni real, ni buena”.

    “El que abandona la fe –agrega el mismo Santo Padre– no está en buen camino. Los judíos que no creyeron en Jesucristo, que no quisieron reconocerle, no entraron en la tierra prometida”.

    La fe es un tesoro tan grande, que constituye la misma vida de los cristianos, según el testimonio del Apóstol de los Gentiles, en su Carta a los Hebreos (10, 38): “El justo vive por la fe, pero, si desertare, no será agradable a mi alma, dice el Señor”.

    “El que no creyere –según el testimonio de nuestro Divino Redentor (Marc., 16, 16)– será condenado”.

    Muchos son los motivos en que se apoya la necesidad de nuestra fe. Enumeraremos tan sólo algunos de los principales:

    Sin la fe, ¿cómo es posible conocer la creación, la redención y las demás verdades reveladas? Sólo la fe puede mostrarnos la verdadera causa de nuestra corrupción e indicarnos el remedio de nuestros males.

    Sólo ella puede enseñarnos cuál es nuestro último fin y guiarnos por el verdadero camino.

    Sólo ella puede preservarnos de varios errores capitales, contrarios a la misma ley natural.

    Sólo ella puede enseñarnos las virtudes más esenciales para nuestra felicidad: la humildad, la abnegación, el amor a los enemigos, el perdón de las injurias, la resignación a la voluntad de Dios, la pureza, la virginidad…

    Qué consoladora es para nosotros, los creyentes, la sentencia de San Agustín: “Ahora amamos creyendo lo que hemos de ver, y más tarde amaremos viendo lo que habremos creído”.

    Mas es necesario entender claramente las cosas y no dejarse seducir ni engañar por las doctrinas heréticas que propagan los protestantes respecto de la fe.

    La fe es el principio de la visión beatífica en la que estriba la esperanza; la esperanza engendra la caridad, y la caridad produce las buenas obras que nos hacen merecedores de la vida eterna.

    San Bernardo, en su Comentario al Cantar de los Cantares (Serm. 76) se pregunta: “¿Qué no encuentra la fe?”, y responde: “Alcanza las cosas inaccesibles, descubre lo desconocido, abraza lo inmenso, se apodera de lo porvenir y, en fin, encierra la misma eternidad en su seno”.

    Hemos denominado “tesoro” al de la fe, valiéndonos de las palabras de San Agustín (Sermón 1.º De Verbis Apostoli): “No hay riqueza que pueda compararse, no hay tesoros, honores, ni cosa alguna, en el mundo, que esté al nivel de la excelencia de la fe. La fe católica salva a los pecadores, da vista a los ciegos, cura a los enfermos, bautiza a los catecúmenos, justifica a los fieles, rehabilita a los penitentes, multiplica a los justos y corona a los mártires”.

    Digno de leerse y meditarse es el capítulo once de la Epístola de San Pablo a los Hebreos, en el que se reseñan las maravillas de la fe.

    Cerraremos estas breves observaciones sobre la excelencia del tesoro de la fe con aquellas divinas palabras de Jesús que se contienen en el Evangelio de San Juan (14, 12): “En verdad, en verdad os digo que quien cree en Mí, ése hará también las obras que Yo hago y aun las hará todavía mayores”.

    Mas, no nos dejemos engañar por las astucias y herejías de los reformadores. La fe que salva, la fe que santifica, nos dice el Apóstol San Pablo (Gal., 3, 26), es aquélla por la cual “todos son hijos de Dios por la fe en Jesucristo”. Esa fe en Jesucristo, que es la fe viva, que se manifiesta en las obras, es la fe a que alude San Juan Crisóstomo, en su Comentario al Símbolo, diciendo que “es la luz del alma, la puerta de la vida y el fundamento de la salvación eterna”.


    Los asaltos del demonio contra la fe, en todos los tiempos

    Por este motivo, Hermanos e Hijos muy amados, desde el principio del mundo no ha cesado el enemigo de las almas de combatir la santa fe.

    Combate que ha sido mucho más cruel y sangriento después de la venida al mundo del Autor y Consumador de la fe, nuestro Señor Jesucristo; pues ya en los mismos tiempos apostólicos –en los que según frase del Apóstol: “la fe de Cristo se anunciaba en el universo mundo”– surgieron las defecciones en la fe, o sea, las herejías que venían a desgarrar la túnica inconsútil de la Santa Iglesia: su unidad en la fe.

    Al principio, el enemigo fue logrando, valiéndose de sus astucias y excitando la avaricia y la soberbia de los hombres, la negación de determinados artículos de la fe, y surgieron aquellas formidables herejías sobre la divina Persona de Jesucristo, tales como el arrianismo y el nestorianismo, que separaron del seno de la Iglesia vastas regiones.

    No contento con saciar su odio contra Jesucristo y su Obra, por medio de las herejías, pretendió aniquilar totalmente la fe, a medida que avanzaba la audacia de los hijos de los hombres; y surgió la hidra de la falsa reforma, que tantos estragos causó y está causando a la Iglesia de Dios.

    Verdadero combate contra la fe de Jesucristo son las modernas aberraciones del racionalismo y del comunismo. Parecen llegados aquellos tiempos que nos describe el Apóstol San Pablo en su Carta a los Romanos (cfr. 1, 24-32).

    La herejía es un castigo divino; porque Dios castiga una vida disoluta, negando su luz, la verdad y la fe, y entrega a los hombres corrompidos a su reprobado sentido, dice San Pablo, y a los inmundos deseos de su corazón.

    Se ultrajan a sí mismos, en su cuerpo, los que han transformado la verdad en mentira. Por eso los ha entregado Dios a pasiones de ignominia, los ha entregado a sus reprobados sentidos.

    Llenos de iniquidad, de malicia, de fornicación, de avaricia y de perversidad. Llenos de envidia, de asesinatos, de espíritu de disputa, de fraude, de malignidad, de murmuración. Detractores, aborrecidos de Dios, violentos, orgullosos, arrogantes, inventores de toda clase de males, desobedientes, insensatos, disolutos, sin afección, sin unión, sin misericordia; los cuales, en medio de haber conocido la justicia de Dios, no han comprendido que los que tales cosas hacen son dignos de muerte eterna; y, no sólo los que las hacen, sino también los que aprueban a los que las hacen.

    Ése es el cuadro en el que el gran Apóstol pinta a los que renuncian a la fe o no quieren recibirla.


    La herejía del protestantismo

    No necesitamos, venerables Hermanos y muy amados Hijos, repetir cuanto os manifestábamos en Nuestro Documento pastoral de 20 de Agosto de 1942, sobre el protestantismo. Queremos únicamente fijar vuestra atención en una circunstancia de extraordinaria actualidad.

    Recientemente, con motivo de la muerte del Rey de Inglaterra –que, como es sabido, era jefe del protestantismo de su nación– y con motivo de las manifestaciones de dolor y de condolencia universal, se ha iniciado una campaña de benevolencia hacia el protestantismo, como si todas las religiones fuesen igualmente aceptables, en la presencia de Dios.

    Es más, coincidiendo con estos acontecimientos recientes, se ha recrudecido la campaña protestante en España, en términos extraordinariamente graves.

    Conocida es la frase pronunciada por el Presidente de una nación protestante, que ha manifestado públicamente su poca inclinación hacia nuestro pueblo. En momentos como los actuales, en los que se está tratando de una inteligencia entre España y los Estados Unidos, esa manifestación ha sido universalmente juzgada como inoportuna.

    No es esto lo grave del asunto, sino la declaración hecha por el embajador que fue de los Estados Unidos en España, el cual, después de una entrevista con el Presidente, manifestó que “el repudio del Presidente hacia España y su Gobierno se debería, sin duda, a la intolerable demora del Gobierno Español en llevar a efecto sus promesas de establecer la libertad religiosa en España”.

    Gravísima es esta afirmación, que explica perfectamente la mayor libertad, en nuestra Patria, del proselitismo protestante, el cual, rotos los diques de la tolerancia, no duda en avanzar a campo abierto hacia la libertad religiosa, en nuestro país.

    Tenemos una documentación completa que demuestra claramente el avance del protestantismo en nuestra Patria, y de un modo concreto en nuestra Archidiócesis.

    Como se trata de asunto extraordinariamente grave, queremos ceñirnos a los datos tomados de una publicación oficiosa de uno de nuestros Ministerios, que lleva por título: “La situación protestante en España”.

    Contiene seis estudios sobre una campaña de difamación contra España; todos ellos están perfectamente documentados y de una autoridad extraordinaria e indiscutible.

    Sólo copiamos, venerables Hermanos y muy amados Hijos, en la imposibilidad de aducir todos los testimonios que contiene, algunos de los más salientes.

    “El Gobierno –dice– por Decreto de 12 de Noviembre de 1945, autorizó la apertura justificada de cuantos templos se desease. El sector católico en cuestión vio defraudadas sus aspiraciones…”.

    “Es un hecho que a partir de 1945, ha crecido considerablemente la actividad proselitista protestante en España…”.


    Cítase en la referida obra este hecho con las siguientes palabras:

    “Un grupo de jóvenes de ultra derecha se presentó en Granollers, el 21 de Octubre, durante el servicio religioso en el templo protestante, interrumpiéndole y apoderándose de propaganda y literatura protestante, que el pastor distribuía a unas treinta personas congregadas en el templo. Entre los folletos ocupados se encontró uno titulado “Pepa y la Virgen”, insultante para la Madre de Dios, a quien se parangona con Pepa, la mujer de costumbres licenciosas, protagonista de la historia”.


    Finalmente, hemos de terminar estas citas con una sobremanera elocuente, tomada del Apéndice segundo de estos estudios, en sus números séptimo y octavo. Dice así:

    “La tolerancia del protestantismo en España es más amplia y generosa que lo autorizado por la letra y el espíritu del Fuero de los Españoles, como lo demuestran la denuncia de los Obispos, la de la prensa confesional católica y el hecho comprobado y comprobable de que, en el territorio sometido a la soberanía española, funcionan, amparadas por el Estado Español, 162 capillas protestantes, un seminario de formación, seis escuelas, una editorial y dos librerías, dedicadas expresamente al proselitismo protestante”.

    “Octavo –prosigue diciendo el escrito oficioso del Ministerio español–, los católicos han convivido pacíficamente y transigieron con los protestantes, mientras éstos se han limitado al ejercicio y prácticas del culto, pero al intentar convertir a España en tierra de misiones y amenazar su unidad religiosa, con una propaganda en gran escala, les obliga a ponerse en guardia y a pedir que se cumpla estrictamente la ley, en beneficio de la paz interna”.



    Vanos pretextos


    Todo esto que llevamos dicho, venerables Hermanos y amadísimos Hijos, es completamente cierto y totalmente público. El ánimo de los católicos está sobrecogido ante el temor de que, con pretexto de la política, puedan hacerse concesiones gravemente perjudiciales a la Religión.

    Una autorizada revista escribe, a este propósito, desvaneciendo este vano pretexto, las palabras gravísimas que siguen:

    “Contra la eficacia de este razonamiento, nada valen los subterfugios de ciertos protestantes y aun católicos de espíritu lamenesiano: que la libertad religiosa es un valor supremo intangible; que la conciencia, aun equivocada, debe conservar su absoluta independencia; que el Estado ha de cuidar [de] lo natural y lo temporal, no de lo sobrenatural y eterno. Porque ni la libertad es un valor positivo humano, ni independiente de su conexión con la verdad objetiva y el bien, y desligada de la divina voluntad; ni la conciencia errónea merece respeto alguno, cuando entra en conflicto con la recta y con el bien común; ni el poder civil puede excusarse de defender y promover la verdadera religión debidamente conocida como tal, que es la católica, y dentro de las normas contenidas en ella, cuales son las antes mencionadas”.

    “Por estas razones, que podrá ver el lector más desarrolladas en esta misma revista, y en particular en una serie de artículos próximos, España no puede en modo alguno otorgar a los protestantes los mismos derechos que a los católicos, cuanto a la pública práctica y profesión de sus creencias”.

    “Aunque no se le hagan empréstitos. Bien sentimos la necesidad que de ellos tenemos; y muy en el corazón nos duelen los sufrimientos de nuestro pueblo. Pero mucho más vale y mucho más es la fidelidad a la conciencia católica que un río de oro norteamericano. No es noble exigir a un pobre, como precio de un pedazo de pan, la violación de la ley divina. No nos extraña demasiado que, habiendo católicos que proclaman como ideal divino la libertad religiosa igual para todos, haya también protestantes del mismo error y nos exijan a los españoles esa libertad de condición previa de sus favores. Ignoran que esa condición es incompatible con nuestra conciencia, ciertos como estamos de que, en la situación religiosa de España, sería contraria a la ley divina. Pedimos a Dios que unos y otros lleguen a convencerse de esta indiscutible verdad, o, a lo menos, de que nosotros la juzguemos tal”.


    Con qué frecuencia, amadísimos Hijos, olvidamos, a propósito de bienes temporales, aquella sentencia del divino Maestro (Mat. 6, 33; Luc., 12, 31): “Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas las demás cosas se os darán por añadidura”.

    Difíciles son los tiempos presentes, llenos de peligros para nuestra fe; por esto os recordamos nuevamente, Hijos amadísimos, aquellas palabras enérgicas del primer Papa: “Resistidle firmes en la fe” (I Pet., 5, 9).

    Queremos terminar esta Carta pastoral importantísima con unas memorables palabras del gran sacerdote y maravilloso apologista español D. Jaime Balmes: “El interés de esta propaganda protestante es sembrar la división en la cristiandad, minar toda la fe en los pueblos, imponer el libre cultismo, para llegar a la impiedad en las costumbres y en las leyes”.

    Nuestro gran Balmes veía el peligro que se cernía sobre España, y escribe: “Por de pronto –dice–, salta a la vista que tendríamos otra amenaza de discordia… El protestantismo en España veríase forzado a buscar sostén arrimándose a cuanto le alargase la mano; entonces es bien claro que serviría como un punto de reunión para los descontentos; y, ya que se apartase de su objeto, fuera, cuando menos, un núcleo de nuevas facciones, una bandera de pandillas. Escándalos, rencores, desmoralización, disturbios y quizá catástrofes: he aquí el resultado inmediato, infalible, de introducirse entre nosotros el protestantismo”.

    Acojámonos, Hermanos e Hijos muy amados, a la protección de la Virgen Inmaculada, que aplastó con su planta virginal la cabeza de la serpiente; y Ella nos sostenga en la lucha, nos ampare y defienda, para lograr el triunfo contra los enemigos de nuestra fe.

    Prenda de las bendiciones del cielo sea, venerables Hermanos y amados Hijos, la que de corazón os damos en el Nombre del † Padre y del † Hijo y del † Espíritu Santo.

    Sevilla, 20 de Febrero de 1952.


    † PEDRO, CARDENAL SEGURA Y SAENZ,
    ARZOBISPO DE SEVILLA

    Por mandato de su Emcia. Reverendísima,
    el Cardenal Arzobispo, mi Señor.
    L. † S.
    DR. BENITO MUÑOZ DE MORALES,
    Secretario-Canciller




    (Esta Carta será leída al pueblo fiel, según costumbre)

  5. #5
    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
    Fecha de ingreso
    07 nov, 12
    Mensajes
    2,714
    Post Thanks / Like

    Re: El Cardenal Segura y la defensa de la unidad católica española (1952)

    Fuente: Arriba, 12 de Marzo de 1952, página 5.


    EDITORIAL


    SOBRE UNA PASTORAL


    El eminentísimo señor cardenal arzobispo de Sevilla ha publicado una Pastoral –cuyo esencial extracto recogemos hoy en esta misma página– sobre las actividades protestantes en España, la cual Pastoral, por el eco que sin duda ha de obtener dentro y fuera de nuestra Nación, no podemos dejar sin comentario. Aplaudiríamos con todo nuestro entusiasmo de católicos la doctrina que en ella se expone, para nosotros impecable, si no apreciáramos un evidente error en el desarrollo de sus premisas que puede conducir a la interpretación de que haya existido lenidad en el cumplimiento de sus deberes católicos por parte de las autoridades españolas.

    Un hecho, a este propósito, hemos de recordar: que precisamente cuando el ex embajador americano en España, queriendo defender el mal efecto de las palabras de su Presidente, las achacó a la intolerancia española con los protestantes, según unas versiones, y a la intolerable demora del Gobierno español en llevar a cabo sus promesas de libertad religiosa, según otras, fue nuestro Gobierno quien, por medio del portavoz oficioso del Ministerio de Asuntos Exteriores, colocó las cosas en su lugar, aclarando que nadie había prometido otra cosa que aquello que estrictamente se establece en el Fuero de los Españoles, cuya redacción se hizo en un todo de acuerdo con la Santa Sede.

    El hecho de que dentro de esa legalidad los reducidos elementos protestantes que en nuestra Nación habitan puedan prestar hoy a las atenciones de su fe más actividades que antaño y que, en algún caso, hayan pretendido extralimitarse, no quiere decir que las autoridades sean tolerantes con lo que no deben, y muestras elocuentes de ello son, precisamente, esas quejas constantes que en el exterior se recogen por la aplicación exacta de las leyes sobre la materia, que ya hemos visto, entre paréntesis, cómo hicieron perder su obligada ecuanimidad al Presidente norteamericano.

    La circunstancia, por otra parte, de que en algún trabajo privado, en el cual se recogen informaciones “informales” dedicadas a dar a nuestros amigos del exterior argumentos para la defensa, hayan podido figurar referencias a intentos de proselitismo en algunas comarcas, en las que se encarecía la tolerancia hacia cultos de que las otras confesiones disfrutan, creemos sinceramente que no autoriza suficiente fundamento para deducir que quienes viven en España acepten que “rotos los diques de la tolerancia se avance en campo abierto hacia la libertad religiosa”. Dudamos que pueda nadie señalarnos alguna nación del orbe cuyo régimen se haya cuidado más del servicio de la fe católica que el Régimen español.

    Salvado este lapsus que, por cuanto se refiere a la política del Gobierno de la Nación, el cardenal de Sevilla ha padecido, estamos en un todo de acuerdo con su eminencia y todavía vamos más lejos en la apreciación de la necesidad de vivir vigilantes, pues una experiencia dolorosa nos ha convencido, hace muchos años, de aquellos luminosos juicios de Balmes que tan oportunamente el cardenal en su Pastoral evoca. A nuestro deber de católicos se une en este caso el que la Patria nos impone. Para nosotros constituye una realidad incontrovertible la de que el protestantismo en nuestro país ha vivido estrechamente unido a la masonería y que fue fomentado precisamente allí donde ella, ejecutora de consignas extranjeras, ha querido provocar la disidencia y la traición; más aún, en estos años hemos visto cómo la presidencia de las logias y las rectorías de las iglesias protestantes han coincidido en una misma persona.

    Esto explica ese interés artificioso que en el extranjero se pone en la expansión del protestantismo en nuestra Patria. No podría explicarse de otra forma el absurdo de que, existiendo en otros países tantos millones de ateos, pretendan las religiones disidentes hacer proselitismo precisamente entre los pueblos católicos y no entre sus connacionales carentes de religión.

    Por todo ello, siempre nos parecerá poca la atención que las autoridades dediquen para que la práctica privada del culto disidente se sujete de manera estricta a lo que la ley autoriza y Roma con su suprema sabiduría aprueba, cortando todo intento de proselitismo, vigilando para que no resurjan a su amparo las logias masónicas, y sin perder de vista también los lugares de donde llegan los recursos para su sostenimiento, con el fin de evitar que, al socaire del natural respeto a la práctica privada de su culto, se atente contra la unidad católica de nuestra Nación.
    Última edición por Martin Ant; 29/04/2018 a las 19:27
    Kontrapoder y Trifón dieron el Víctor.

  6. #6
    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
    Fecha de ingreso
    07 nov, 12
    Mensajes
    2,714
    Post Thanks / Like

    Re: El Cardenal Segura y la defensa de la unidad católica española (1952)

    Fuente original: Indiana Catholic and Report, 14 de Marzo de 1952.

    Tomado de: Liberty. A magazine of religious freedom, Vol. 47, Nº 3, Tercer Trimestre 1952, páginas 25 y 26. (Artículo del Indiana contra Segura (1952).pdf).



    El Cardenal está llamando a los polis con cuatro siglos de retraso



    Si las sorprendentes declaraciones del Cardenal español Segura han sido reportadas con exactitud, entonces éstas habrán de tensar con seguridad los caritativos esfuerzos de parte de los americanos –tanto católicos como protestantes– por tratar de entender la mentalidad española. Se ha informado de haberse quejado el Cardenal en una Carta pastoral de que “el proselitismo protestante, rotos los diques de la tolerancia religiosa, no duda en avanzar a campo abierto hacia la libertad religiosa en nuestro país”.

    Los escritores católicos que han estado penosamente explicando que sí existe una clase española de libertad religiosa en España, se verán ciertamente desconcertados ante la contundente admisión del Cardenal de que la libertad religiosa es un mal que ha de ser evitado a toda costa. Algún comentario católico caerá sin duda en esa línea bastante aburrida y poco impresiva de que los católicos son perseguidos también en algunos países protestantes.


    Atrasada

    Pensamos que ya es hora de admitir que España está un poco atrasada. Todos saben que España está un buen siglo atrasada agrícola e industrialmente con respecto a los países líderes del mundo occidental. Pero en materia de armonía religiosa España parece estar con aproximadamente cuatro siglos de retraso. Por oscuras razones los clérigos españoles no parecen estar preparados en admitir lo que ocurrió alrededor de 1520: esto es, la Revuelta Protestante. Las declaraciones reportadas del Cardenal Segura habrían tenido una resonancia oportuna si se hubieran pronunciado en 1552. Sin embargo, resulta un poco fatuo aferrarse a esa fecha para [sostener] la postura de que la herejía protestante es una peligrosa amenaza que solamente puede ser prevenida con vigilancia y un riguroso control. En otras partes del mundo los católicos y protestantes ya hace mucho tiempo que pasaron por esa fase de negarse a reconocer la existencia del otro.


    Lección de la Historia

    Los católicos de otros países, al mismo tiempo que son igualmente celosos y ortodoxos en su adhesión a la Fe, ven al protestantismo, no como una amenaza, sino como un hecho. Sostienen, tan fuertemente como el Cardenal Segura, que el protestantismo es una herejía; que enseña serios errores en doctrina. Deploran también el daño que ha causado a una Cristiandad unida la Revuelta Protestante. Pero en América, y en otras partes, la reacción automática ha sido la de la competencia, no la de la supresión. Nos parece que el Cardenal Segura, el dictador Franco y otros en España deberían echar un vistazo a sus libros de historia. No sólo descubrirían que la Revuelta Protestante realmente ocurrió y que tuvo una muy considerable repercusión por todo el mundo, sino que también se darían cuenta de que toda persecución –excepto en caso de exterminio– ha fortalecido siempre a la larga a la religión perseguida. Los católicos deberían ser los últimos en olvidar esto.

    Otro punto que la historia podría clarificar es que el protestantismo ha perdido en nuestro tiempo la mayor parte del vigor e impulso que una vez lo caracterizó y que le trajo tales conquistas. Hoy día, siempre que el protestantismo se encuentra con un catolicismo fuerte e informado, simplemente no hay contienda. Cuando los líderes españoles se cansen de esta revisión histórica que les sugerimos, podrían echar una mirada al exterior hacia el actual panorama religioso. Un aspecto del que fácilmente vendrían a darse cuenta es que el protestantismo constituye hoy día el dragón equivocado. Toda lanza que pudiera ahorrarse respecto de la batalla anticomunista sería mejor que se arrojara hacia otros objetivos distintos del protestantismo. Una segunda lección de la historia actual podría derivarse de una comparación entre la vitalidad y vigor del catolicismo americano, floreciente dentro de un baluarte protestante, con la protegida y sobrepublicitada rama del catolicismo en España.


    Carga opresiva

    Para algunos estos comentarios podrían saberles a patriotería religiosa, pero creemos que, para los católicos americanos, ya es hora de que nos liberemos de la carga opresiva de nuestros hermanos españoles. Hemos gastado pesadas horas limpiando la sangre que los españoles, con excesivo celo, derramaron en la Inquisición. Si ellos quieren llamar a los polis contra los protestantes con cuatro siglos de retraso, que ellos mismos asuman esa culpa. Que se les deje defenderse a ellos mismos contra las hondas y flechas de la opinión mundial.

    Con el tiempo, así lo esperamos, incluso los españoles reconocerán que, aunque el error religioso realmente no tenga derechos, los herejes que sostienen el error sí tienen ciertos derechos fundamentales, que el Estado debe respetar y proteger –derechos que los Papas, como cabezas de los Estados Pontificios, preservaron en favor de los judíos y los valdenses en la misma Ciudad Eterna–, a seguir la propia conciencia, a construir las propias iglesias y a rendir culto como uno elija, con tal que ello no infrinja los derechos de otros.

  7. #7
    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
    Fecha de ingreso
    07 nov, 12
    Mensajes
    2,714
    Post Thanks / Like

    Re: El Cardenal Segura y la defensa de la unidad católica española (1952)

    Fuente: Boletín Oficial Eclesiástico del Arzobispado de Sevilla, Número 1620, 1 de Mayo de 1952, páginas 268 a 277.


    ADMONICIÓN PASTORAL DE SU EMCIA. REVERENDÍSIMA


    Sobre un grave abuso del poder público, en orden a los derechos de la Iglesia


    EL CARDENAL ARZOBISPO DE SEVILLA
    AL CLERO Y FIELES DEL ARZOBISPADO



    Venerables Hermanos y muy amados Hijos:

    En 20 de Febrero del año actual, os dirigíamos una Carta pastoral sobre la obligación de poner resistencia a los avances del protestantismo en España (B.O.E. del A., 1 Marzo 1952, Núm. 1616). [Rectius, B.O.E. del A., 15 Marzo 1952, Núm. 1617].

    Cuando os escribíamos este Documento estábamos muy ajenos de suponer que hubiera de tener tanta repercusión fuera de la Archidiócesis.

    Son muchísimas las cartas que hemos recibido de diversas naciones, dominadas por el protestantismo, protestando de que Nuestro Documento es una persecución ilegal contra los derechos del protestantismo.


    La violación injusta del derecho de la Iglesia

    Mas, con ser tan grave este dato que, Dios mediante, en su día tendremos ocasionar de examinar, es incomparablemente mayor la gravedad que encierra el abuso del poder público censurando la doctrina sentada en Nuestro Documento pastoral, mutilando el texto original y prohibiendo todo comentario que no fuera facilitado por la sugerencia oficial.

    No es la primera vez, venerables Hermanos y amados Hijos, que Nos hemos visto en la precisión de llamar la atención sobre este abuso gravísimo del poder público, contra un derecho imprescriptible de la Iglesia que viene a mermar su autoridad y su libertad.

    Reproducimos de Nuestra Admonición pastoral del 7 de Marzo de 1949 los siguientes casos prácticos:

    «En 8 de Septiembre de 1947, publicamos una Instrucción pastoral sobre las palabras del Apóstol: «Guarda el depósito de la Fe» (1 Ad. Tim. 6, 20), en la cual llamábamos la atención de Nuestros fieles sobre el peligro de la fe en España, a causa de la propaganda protestante.

    »Este Documento fue intervenido, y se prohibió, por la Dirección General de Prensa, su reproducción.

    »El segundo hecho es más reciente. En 14 de Diciembre de 1948, publicamos, en Nuestro Boletín Oficial Eclesiástico, una Carta pastoral con el título: «¡Alerta católicos! Peligro de contagio en el alma», e inmediatamente, por comunicación telefónica de la Dirección General de Prensa, organismo dependiente de la Subsecretaría de Educación Popular, se prohibió la reproducción de esta Carta pastoral, no sólo en la Prensa de España, sino en la Prensa misma de la capital diocesana, habiendo, asimismo, dado orden de que quedaba prohibido aludir a ese Documento en la Radio Nacional.

    »Omitimos bastantes otros casos que pudiéramos aducir.

    »Estos hechos vienen a demostrar, con toda claridad, un principio erróneo que no puede subsistir y que Nos vemos obligado, en conciencia, a rectificar y condenar: el de atribuir al Estado el derecho de impedir, cuando lo crea conveniente, la publicación de las enseñanzas pastorales de los Prelados o de la Santa Sede.

    »Este error no es nuevo, desgraciadamente; y procede de un falso concepto de las atribuciones del Poder civil, que creyéndose soberano en todos los órdenes, trató de avasallar y sojuzgar las enseñanzas de la Iglesia».


    Creímos que serían suficientes las advertencias que entonces os hacíamos para corregir este abuso de una gravedad extraordinaria en un gobierno que se proclama de católico. Mas, desgraciadamente, no ha sido así. Reciente está la repetición del mismo atentado, en forma más suave, contra los derechos de la Iglesia, con ocasión de Nuestra reciente Carta pastoral sobre el protestantismo.

    El mismo día en que la pastoral se hacía pública, en el periódico «Arriba», de Madrid, correspondiente al 12 de Marzo de 1952, núm. 6033, se publicaba un editorial que tenía por título «Sobre una pastoral», en la cual se censura la referida pastoral, con palabras que no hemos de reproducir, y que se han hecho, desgraciadamente, públicas en toda España, por haber sido impuesta su publicación. Y, en el mismo número, se hace un resumen, por la misma autoridad, suprimiendo párrafos importantes de Nuestro Documento.

    Providencialmente, ha llegado a Nuestras manos copia de un documento que viene a testimoniar nuevamente la infracción del derecho de la Iglesia.

    Omitiendo otros detalles que no interesan a Nuestro propósito, queremos transcribir únicamente el siguiente párrafo:

    «Washington 14.– El Embajador de España, señor Lequerica, ha dirigido la siguiente comunicación al «Indiana Catholic and Record»:

    »“Lo que me sorprende, en el artículo del Indiana Catholic and Record, reproducido por Mr. Lawrence, en el Herald Tribune, es la manera de referirse a los católicos norteamericanos y españoles, como si pertenecieran a Iglesias distintas y cada uno de estos grupos guisara a su gusto la doctrina en materias muy graves. Parecíamos vivir hasta ahora todos los católicos bajo la autoridad de un Supremo Pastor y formando un único rebaño. Estábamos acostumbrados a ver definir los puntos de doctrina por aquella autoridad. Pero este artículo parece abre caminos de un nacionalismo religioso bien curioso.

    »“El Cardenal Segura, Arzobispo de Sevilla, pero Cardenal de la Santa Iglesia Romana, ha censurado la actitud del Gobierno que yo represento, con respecto a la propaganda protestante, exponiendo una doctrina. Esto, aparentemente al menos, parece señalar una discrepancia entre el Prelado y el Gobierno. Pero el Indiana Catholic and Report aprovecha la oportunidad para englobar en un trazo común al Gobierno español, al Cardenal y a los católicos españoles, considerándolos atrasados.

    »“Si un Cardenal contradijese, en sus manifestaciones, la doctrina de la Iglesia, no escaparía, ciertamente, a la condenación. No hace muchos años el Cardenal Billot fue privado incluso de su dignidad cardenalicia, por las opiniones expuestas acerca de la «Action Française» condenada por la Santa Sede.

    »“La Historia española ha determinado una situación religiosa bien conocida, enteramente distinta de la de los Estados Unidos. Con arreglo a ella se ha regulado la cuestión disidente, en la mayor parte de los casos, durante los siglos XIX y XX”».


    Denota este documento una ligereza de criterio y una libertad de expresión que no dicen bien de la autoridad de quien lo firma. El Cardenal Billot no fue privado de su dignidad cardenalicia, ni condenado por la Santa Sede. Él presentó, voluntariamente, la renuncia de su cardenalato que aceptó el Santo Padre.


    La doctrina de la Iglesia sobre la libertad de los Prelados

    De otro modo, venerables Hermanos y amados Hijos, se enjuiciarían los hechos y se conducirían los hombres, si se preocupasen de informarse sobre la doctrina de la Iglesia, que no puede ser más terminante a este propósito.

    En la proposición 44 del Syllabus, de Pío IX, se condena taxativamente la siguiente proposición: «La autoridad civil puede inmiscuirse en las cosas que tocan a la religión, costumbres y régimen espiritual; y así puede juzgar de las instrucciones que los pastores de la Iglesia suelen dar para dirigir las conciencias, según lo que pide su mismo cargo».

    La doctrina condenada en esta proposición, lo había sido ya en la Alocución de Nuestro Santísimo Padre Pío IX, pronunciada en el Consistorio Secreto del día 1.º de Noviembre de 1850, con estas graves palabras: «A las injurias hechas a la Iglesia y a esta Santa Sede por las mencionadas leyes, agregáronse, en poco tiempo, otras cuando los funcionarios reales y los jueces laicos llevaron ante los tribunales a dos de Nuestros venerables Hermanos, el Arzobispo de Sassari y el de Turín, dando al primero por cárcel su propia casa, y conduciendo al segundo a mano armada a la ciudadela de la capital. Imponiendo, finalmente, a los dos una pena civil; no por otra causa que por haber dado a los párrocos, en cumplimiento de su deber, instrucciones relativas al modo de conducirse con la nueva ley, y salva[r] su conciencia y la de sus ovejas temerosas de Dios. En tal concepto, pues, la autoridad civil se arrogó la autoridad que los Pastores dieron a luz en cumplimento de su cargo, para que sirviera de regla a sus conciencias».

    La misma condenación se contiene en la Alocución «Maxima Quidem» de 9 de Junio de 1862.

    Ni se crea que ésta es doctrina ya anticuada, que ha perdido su fuerza legal en nuestros días.

    Pudiéramos citaros, venerables Hermanos y amados Hijos, muchos testimonios, reprobando la violación de este sacratísimo derecho de la Iglesia.

    Bastará citar algunos de estos Documentos. Es un atentado contra este sacratísimo derecho, simplemente el someter a censura esta doctrina o disciplina; y el atentado se agrava cuando no sólo se censuran los actos de la Iglesia, sino que se procede a impedir su publicidad.

    Nos limitaremos a indicar nada más que algunos testimonios recientes de los Soberanos Pontífices y de las leyes vigentes de la Iglesia, fijándonos de un modo especial en los que tratan de la autoridad y derechos de los Prelados.

    En el canon 1326 del Código de Derecho Canónico se dice: «Los Obispos… bajo la autoridad del Romano Pontífice, son verdaderos doctores o maestros».

    Y, en el canon 1336, se establece que corresponde al Ordinario del lugar publicar, en su Diócesis, cuanto atañe a la formación del pueblo en la doctrina cristiana.

    El Sumo Pontífice Pío XI, en su discurso que pronunció en 1929, decía a las Juventudes francesas: «Hay en la fe católica un dogma que vosotros habéis inscrito en la carta fundamental de vuestras organizaciones: es el dogma de la Autoridad, sin la cual ni siquiera se concibe la vida católica».

    Y en su Encíclica «Quas Primas» decía el Soberano Pontífice: «La obligación de reconocer la soberanía de Cristo implica, para la nación, la de reconocer los derechos de la Iglesia. Instituida por Cristo, bajo la forma orgánica de una sociedad perfecta, la Iglesia reclama, en virtud de este derecho originario, que Ella no puede abdicar, con respecto a los poderes civiles, de su plena libertad y de su completa independencia».

    Y, finalmente, en la Carta «Ab Ipsis», de 15 de Junio de 1926, decía: «La Iglesia se guarda bien de mezclarse o enrolarse en los negocios civiles o políticos. Para los obreros del Evangelio y para los fieles, no quiere más que el derecho común, la seguridad y la libertad».

    El Papa León XIII, en su Encíclica «Libertas», afirmaba: «El Estado tiene la misión de proteger la verdadera Religión y de favorecer su actividad bienhechora, dejándola en entera libertad».

    El mismo Santo Padre dice, en Carta de 17 de Junio de [1885], hablando a este propósito al Excelentísimo señor Arzobispo de París:

    «Por ciertos indicios que se observan, no es difícil conocer que entre los católicos, a causa sin duda de lo desgraciado de los tiempos, hay quienes, poco conformes con la condición de súbditos que tienen en la Iglesia, creen poder tomar alguna parte en su gobierno, o por lo menos consideran que les es lícito examinar y juzgar a su manera los actos de la Autoridad. Si esto prevaleciese, sería con grave daño de la Iglesia, en la cual, por la manifiesta voluntad de su Divino Fundador, se distingue de la manera más absoluta el que enseña del que aprende, el rebaño de los Pastores, entre los cuales hay uno que es la Cabeza y Pastor supremo de todos.

    »Sólo a los Pastores se les ha dado poder de enseñar, juzgar y dirigir, mientras a los fieles se les ha impuesto el deber de seguir las enseñanzas, de someterse con docilidad a las decisiones superiores y de dejarse gobernar, corregir y conducir al puerto de salud.

    »Así, es de necesidad absoluta que los simples fieles estén sometidos de espíritu y de corazón a sus propios Pastores, y éstos con ellos al Jefe y Pastor supremo, porque sobre esta subordinación y dependencia se asientan el orden y la vida en la Iglesia. Por el contrario, sucede que, si los simples fieles se arrogan la autoridad, si se erigen en jueces y maestros, y si los inferiores en el gobierno de la Iglesia prefieren o tratan de hacer prevalecer una dirección diferente de la señalada por la Autoridad suprema, entonces el orden se trastorna, llevando así la confusión a muchos espíritus y sacándoles del camino recto.

    »Y no es necesario, para faltar a un deber tan sagrado, hacer actos de oposición manifiesta, sea a los Obispos, sea a la Cabeza de la Iglesia. Basta que esa oposición se haga por medios indirectos, tanto más peligrosos cuanto más se procura ocultarlos bajo apariencias contrarias. Se falta, por tanto, a ese deber cuando al mismo tiempo que se muestra celo por el poder y prerrogativas del Soberano Pontífice, no se respeta a los Obispos unidos con él, o no se hace el caso debido de su Autoridad, o se interpretan falsamente sus actos y sus intenciones, sin esperar el juicio de la Santa Sede.

    »Asimismo, es dar prueba de sumisión poco sincera el establecer una especie de antagonismo entre un Pontífice y otro Pontífice. Los que, extraviados en diversas direcciones, rechazan la presente para atenerse a la pasada, y no dan pruebas de obediencia a la Autoridad que tiene el derecho y el deber de guiarlos. En ese sentido se parecen a los que, condenados, quisieran apelar al futuro Concilio, o a un Papa mejor informado.

    »Hay que considerar en este punto que, salvo aquellos deberes esenciales impuestos a todos los Pontífices por su cargo apostólico, cada uno de ellos puede adoptar la actitud que juzgue la mejor, a tenor de los tiempos y de las circunstancias. Él solo es Juez de lo que hace, ya porque tiene derecho para ello, y no sólo luces especiales, sino además porque conoce las condiciones y necesidades de todo el pueblo católico».


    En un Documento colectivo, publicado por el Episcopado español, en 25 de Julio de 1931, en el que se enumeran los principales errores modernos que se hicieron públicos en el proyecto de la nefasta constitución de la república atea, se dice:

    «La libertad e independencia del sagrado ministerio hállase vindicada en la proposición XLIV del Syllabus, la cual declara inadmisible la doctrina que sostiene que «la autoridad civil puede inmiscuirse en las cosas que tocan a la Religión, costumbres y régimen espiritual; y que, por tanto, puede juzgar de las instrucciones que los Pastores de la Iglesia suelen dar para dirigir las conciencias, según lo pide su mismo cargo, y aun dar normas para la administración de los Sacramentos y sobre las disposiciones necesarias para recibirlos».».



    Doctrina inexorable de la Iglesia sobre esta violación del derecho en todos los tiempos


    En un comentario hábilmente publicado sobre el «Syllabus Pontificio» de Pío IX, recordando la doctrina invariable de la Iglesia, dice:

    ««Sicut misit me Pater et ego mitto vos» (Joan. 20, 21). «Como mi Padre me envió, así os envió también a vosotros». De esta promesa aducida se hace evidentemente manifiesto que antes los príncipes y los gobiernos deben someterse a las enseñanzas de la Iglesia, que arrogarse el derecho de dar leyes a la misma, pues esto sería pervertir el orden establecido por Jesucristo. Ellos son rebaño y no Pastores».


    Respecto a esto hablaba a Valentiniano San Ambrosio (Ep. 20): «No te ofenderé ¡oh Emperador! pero no te imagines de tener sobre las cosas divinas algún derecho imperial… Al Emperador pertenece la realeza y el cuidado del gobierno, al sacerdote la Iglesia».

    Y el grande Osio, Obispo de Córdoba, escribía a Constancio (Ep. Osii ad Const. Imp.): «No te quieras mezclar en las cosas eclesiásticas ni querer darnos sobre éstas preceptos, mas ciertamente aprendedlos de nosotros. A ti Dios te confió el Imperio, a nosotros consignó los ministerios eclesiásticos. Y así como quien te usurpa el Imperio se opone a las órdenes de Dios, así deben temer si con violencia traen a ti las cosas eclesiásticas, haciéndote reo de un gran delito. Estando escrito «aquello que es de César a César y aquello que es de Dios a Dios». Ni a nosotros nos es lícito tener el Imperio ni tú puedes ofrecer el incienso».

    Y San Agustín añade (Ep. 53-55 a Genaro): «Por esto vemos que muertos los Apóstoles, los Pontífices Romanos y los Concilios, por legítima autoridad originaria, publicaron constituciones disciplinares para regular el culto externo y la santidad de las costumbres, que es por derecho natural un fin espiritual y perteneciente a la Iglesia, que Ella sola es la que debe regirle, sin injerencia de la autoridad seglar».

    San Juan Damasceno añade, dirigiéndose a León Isáurico: «En las cosas pertenecientes a la Iglesia, pertenece regularlas a sus Pastores –«ad res ecclesiasticas statuendas pastores habemus»–. ¿A qué título puede pretender la autoridad laica mezclarse en las cosas que pertenecen a la religión, sus costumbres y el gobierno espiritual?».

    El gran apologista Monseñor Segur, hablando de la libertad de la Iglesia, escribía:

    «La libertad de la Iglesia es lo que hay de más grande, de más noble, de más precioso, de más excelente ante Dios y antes los hombres. Tocarla es un sacrilegio, es un atentado de lesa Divinidad y de lesa humanidad; rodear de toda clase de respetos a esta libertad, tutelarla, pedirla, procurarla en toda su plenitud, es no sólo llenar un deber sagrado, sino trabajar también directamente en su propia salvación, en la gloria de Dios, en la salvación y felicidad de todos.

    »El más eminente y animoso de nuestros escritores católicos proponía recientemente este hermoso programa: «La Iglesia católica lo primero: y en seguida lo que existe. La Iglesia católica para mejorar, corregir, transformar todas las cosas. La Iglesia católica antes que las dinastías y antes que las constituciones. La Iglesia católica antes que todo, porque pudiendo Ella sola convertirlo todo, lo puede salvar todo».

    »¡Señor mío Jesucristo, Dios mío y mi Salvador, haced que yo ame a vuestra Iglesia, que yo ame y desee ardientemente su libertad! Su libertad, esto es, la libre efusión de vuestro amor y de los infinitos beneficios que él proporciona al mundo. Su libertad, esto es, vuestro honor, vuestra alegría. Su libertad que es también mi propia libertad y el poder que me habéis traído desde los cielos, de alcanzar mi fin, es decir, de conoceros, serviros, amaros, poseeros en la tierra y en el cielo. Su libertad, que es el honor y la felicidad del mundo entero, de quien sois Vos el Redentor y Ella es la Madre».



    Conclusión


    Como se desprende, venerables Hermanos y amadísimos Hijos, de toda esta documentación, no sólo han incurrido en gravísimo error, sino que han perpetrado un verdadero atentado contra los derechos de la Santa Iglesia, las personas de cualquier orden y categoría que hubieran tomado parte en el hecho denunciado y del que protestamos enérgicamente.

    Esta infracción canónica tiene sus penas que no Nos corresponde a Nos aplicarlas, por no pertenecer a Nuestra jurisdicción el periódico de referencia; mas os advertimos, venerables Hermanos y amados Hijos, el peligro que encierra la lectura de ese periódico que tales errores propala.

    Da verdadera pena, Hermanos e Hijos amadísimos, que habiendo tantos y tan graves problemas suscitados en nuestra nación, en el orden espiritual y aun en el temporal, se emplee el tiempo en provocar estos conflictos entre la Iglesia y el Estado, de los que siempre sale éste perjudicado.

    «Permaneced firmes en la fe» (1 Petr. 5, 9) os diremos con el apóstol San Pedro, y recibiréis la recompensa que Él tiene prometida a los que le confiesan en la tierra y aman su próxima venida.

    Sevilla, 17 de Abril de 1952.

    † PEDRO CARDENAL SEGURA Y SAENZ
    ARZOBISPO DE SEVILLA



    (Esta Admonición pastoral será leída al pueblo fiel, según costumbre)

  8. #8
    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
    Fecha de ingreso
    07 nov, 12
    Mensajes
    2,714
    Post Thanks / Like

    Re: El Cardenal Segura y la defensa de la unidad católica española (1952)

    Fuente: Boletín Oficial Eclesiástico del Arzobispado de Sevilla, Número 1622, 1 de Junio de 1952, páginas 322 a 338.


    CARTA PASTORAL DE SU EMCIA. REVERENDÍSIMA

    Sobre el espantoso confusionismo moderno, causa de tantos males

    EL CARDENAL ARZOBISPO DE SEVILLA
    AL CLERO Y FIELES DEL ARZOBISPADO



    Venerables Hermanos y muy amados Hijos:

    Si dirigimos una mirada por el universo mundo, en los actuales momentos, no podremos menos de retirar espantados la vista ante el espectáculo que se nos ofrece.

    Puede decirse con mucho fundamento que, en esta perturbación general que conmueve a los pueblos todos de la tierra, han fracasado todas las conquistas que a través de los siglos había ido logrando la civilización cristiana.

    Antes se conceptuaba al mundo civilizado como el refugio de la paz y del bienestar de la humanidad y se tenía como región inhabitable el país de los salvajes. Salvo lo que respecta al estado tristísimo de las almas de estos infieles, puede afirmarse que es precisamente el país inaccesible de los salvajes el mundo que disfruta, al menos, de aparente paz.

    Triste es el espectáculo que el mundo actual nos ofrece a la vista; pero es mucho más triste y espantoso el que ofrece la contemplación del porvenir del mundo civilizado.

    Son muchos, comenzando por el Vicario de Jesucristo en la tierra, los que han tratado de investigar las causas de esta situación turbulenta del mundo y de aplicar los remedios más oportunos; pero la experiencia ha venido a demostrar la ineficacia de los recursos humanos, no quedándonos más solución que la que proviene del cielo.

    No poco ha venido a agravar la situación el espantoso confusionismo de nuestros días, causa de tan graves males en los pueblos.


    El castigo de las tinieblas

    Este confusionismo que todos están contestes en reconocer, no cabe dudar que es un castigo terrible del cielo del cual tenemos precedentes en la Historia Sagrada. Dios ha enviado, en repetidas ocasiones, el castigo de las tinieblas.

    Hay dos clases de tinieblas que conviene perfectamente distinguir: las tinieblas físicas y las tinieblas morales. Y ambas clases de tinieblas han sido y son terribles azotes de la pobre humanidad.

    Las tinieblas que paralizan la vida física fueron el castigo que Dios envió a Egipto por medio de la «novena plaga» que consistió en unas tinieblas tales, que se podían palpar con la mano (Exod. 10, 21-23; Ps. 105). Según afirman los intérpretes, estas tinieblas pudieron ser el Khamsin, formidable huracán que duró tres días y cubrió el país de los egipcios de tinieblas tan espesas que los desgraciados no se veían los unos a los otros y tenía que quedarse inmovilizados en el sitio. Fue tan terrible este castigo que hace expresa mención de él el sagrado Libro de la Sabiduría (Sab. 12, 2 y sig.), describiéndole con estas palabras: «Cuando los inicuos egipcios se persuadían poder oprimir al pueblo santo, fueron ligados con cadenas de tinieblas y de una larga noche, encerrados dentro de sus casas y yaciendo en ellas como excluidos de la eterna Providencia; y, mientras creían poder quedar escondidos con sus negras maldades, fueron separados unos de otros, con el velo tenebroso del olvido, llenos de horrendo pavor y perturbados con grandísimo asombro».

    Las tinieblas que paralizan la vida física son la imagen de todo aquello que hace sufrir a la humanidad. Es necesario hacer nacer la luz en las almas en lugar de las tinieblas, es decir: que en ellas sustituya la verdad al error o a la mentira (cfr. Job. 29). Y en el Profeta Isaías (2, 60) se dice: «El Mesías alumbrará a aquéllos que están en las tinieblas que cubren la tierra».

    El día en que Dios ejecutará su juicio «será un día de tinieblas y de oscuridad» (Joel. 22). «Ese día el sol se cambiará en tinieblas» (Ibid. 11, 31). Nuestro Divino Salvador dejó dicho que «los malditos serán echados en las tinieblas exteriores» (Math. 8, 12).

    Estas indicaciones bastarán, Hermanos e Hijos muy amados, para darnos a conocer que las tinieblas morales que envuelven al mundo son verdadero castigo de Dios Nuestro Señor por las terribles prevaricaciones del mundo actual. Estamos en medio de ellas, y es tan grande nuestra obcecación, que apenas sí nos damos cuenta del castigo y de sus funestísimas consecuencias.


    Confusionismo de la época, mediante el modernismo

    Cuantos autores escriben en nuestros tiempos sobre la situación actual del mundo, señalan expresamente el confusionismo como una de las causas más principales de la perturbación de las cosas.

    Dice un insigne apologista de nuestros días (P. T. Rodríguez, «Leg. y Leyes», 1936, p. 120 y ss.): «Las causas de haber sido combatida la existencia del derecho natural en los tiempos modernos son variadas… Comencemos por consignar que en algunos la causa es, aunque parezca mentira, el desconocimiento de la cuestión… Vamos a transcribir las palabras del defensor más saliente de la escuela histórica, Ihering, citadas por el Eminentísimo Cardenal Mercier en su libro «Orígenes de la Psicología contemporánea»: «Me demuestra –dice noblemente Ihering, refiriéndose a Hohoff, que había hecho la crítica de su obra «Der Zweck im Recht»– por citas de Santo Tomás de Aquino, que este gran espíritu había ya reconocido, con una justeza perfecta, lo mismo el elemento realista, práctico y social, que el elemento histórico de la moralidad. Y me reprocha, con razón, mi ignorancia. Pero tal acusación se dirige, con infinita más razón, a los filósofos modernos y a los teólogos protestantes que no han sabido o querido aprovecharse de pensamientos tan grandiosos como los de este hombre. Ahora que conozco este vigoroso espíritu, me pregunto cómo es posible que verdades como las que él ha expuesto, hayan podido caer en nuestros sabios protestantes en un completo olvido. Qué de errores se hubieran evitado, si se hubieran guardado fielmente sus doctrinas. Por mi parte, creo que de haberlas conocido a tiempo, no hubiera escrito mi libro, porque las ideas fundamentales que yo había de publicar se encuentran ya expresadas, con una claridad perfecta y una relevante fecundidad de concepción, en este potente pensador… Desgraciadamente no me hallo ya en condiciones de ocuparme de la Escolástica medioeval y de la moral católica contemporánea, y de reparar mi inteligencia».».

    El ilustre profesor alemán noblemente confiesa su desconocimiento del catolicismo, y que de haberlo conocido no hubiera escrito su libro por hallarse sus ideas madres en uno de sus grandes pensadores y que sentía no estar en condiciones ya de ponerse a estudiarlas.

    Examina a continuación la segunda causa de combatir la existencia del derecho natural y la fija en el confusionismo moderno. Dice así: «Otra de las causas del craso error que combatimos es el confusionismo, que en esto, como en todo, ocasiona gravísimos males a la causa de la verdad. Creen algunos que el derecho natural es el derecho abstracto forjado por ciertos ideólogos que han creído poder establecer un derecho deducido de ciertas verdades generales y principios abstractos, unificándolo todo y prescindiendo de todas las circunstancias de tiempo, lugar, posiciones relativas… convirtiendo la ciencia social y jurídica en una especie de ciencia geométrica que prescinde de la materia… es decir, un derecho abstracto sin contacto con las realidades de la vida… Esta utopía racionalista con toda razón puede impugnarse, pues es un verdadero despropósito, y audaz y desmedido orgullo pretender la débil y limitada razón humana abarcar el plan concebido y ejecutado por la razón infinita de Dios en la obra inmensa de la creación, y formular las leyes por las cuales ésta ha de regirse en la sucesión de los siglos, no estudiándolas en la misma naturaleza, sino deduciéndolas «a priori» de principios abstractos, cual si la naturaleza y la vida fueran meras abstracciones y no realidades concretas, variadas hasta lo infinito, poseyendo cada ser características particulares que los distinguen e individualizan, colocándoles fuera de las fórmulas abstractas. Así, por ejemplo, siendo los millones de millones de hombres que han existido y existirán, todos completamente iguales en abstracto, no se encuentran dos que lo sean en concreto».

    Este confusionismo universal fue fomentado por la gran herejía de nuestros tiempos que condenó en su Encíclica «Pascendi» de 8 de Septiembre de 1907, el Beato Pontífice Pío X, y que denominó el «modernismo». «Si alguien se hubiese propuesto –dice el Soberano Pontífice– reunir en uno, el jugo y como la esencia de cuantos errores existieron contra la fe, nunca hubieran podido obtenerlo más perfectamente de lo que [lo] han hecho los modernistas».

    Se pregunta el sabio Cardenal Arzobispo de Malinas, Emmo. Cardenal Mercier, en su Carta pastoral «La condenación del modernismo» del año 1908: «¿Qué es, pues, el modernismo? O mejor dicho –puesto que no vamos a entrar en detalles sin interés para la mayoría de vosotros– ¿cuál es la idea madre, cuál es el alma del modernismo?». Y se contesta:

    «El modernismo no es, en manera alguna, la expresión moderna de la ciencia; y, por consiguiente, su condenación no es la condenación de la ciencia, de la que todos nos sentimos justamente orgullosos, ni la reprobación de sus métodos, que los sabios católicos tienen y deben tener a mucha honra el practicar y enseñar.

    »El modernismo consiste esencialmente en afirmar que el alma religiosa debe sacar de sí misma, y nada más que de sí misma, el objeto y el motivo de su fe. Rechaza toda comunicación revelada que pretenda imponerse de fuera a la conciencia y llega a ser de este modo, por una consecuencia necesaria, la negación de la Autoridad doctrinal de la Iglesia, establecida por Jesucristo, y el desconocimiento de la jerarquía, establecida por mandato divino para regir la sociedad cristiana.

    »Para mejor comprender la significación de este error fundamental, recordemos las enseñanzas del catecismo acerca de la constitución y misión de la Iglesia católica.

    »Jesucristo no se presentó a los ojos del mundo, como el jefe de una escuela de filosofía, inseguro de Sí mismo, abandonando a la libre discusión de sus discípulos un sistema de opiniones reformables. Seguro de su sabiduría divina y de su poder soberano, impuso a los hombres, al mismo tiempo que se la proponía, la palabra revelada que les ensañaba su salvación eterna y la única ruta que a ella conducía.

    »Ha promulgado para ellos un código de moral y con él ofrece los auxilios, sin los cuales es imposible su práctica. La gracia y los sacramentos que nos la confieren o restituyen, cuando, una vez perdida, tratamos de recobrarla, forman el conjunto de estos auxilios, la economía de nuestra salvación.

    »Instituyó, además, una Iglesia. Como no debía pasar entre nosotros más que un corto número de años, antes de abandonarnos confió sus poderes a sus Apóstoles, con la facultad de transmitirlos a sus Sucesores, el Papa y los obispos. De este modo, el Episcopado, en unión con el Soberano Pontífice, ha recibido y posee, con exclusión de todo otro organismo, la misión de exponer oficialmente y comentar auténticamente las doctrinas reveladas por Cristo; él solo, tiene el derecho de denunciar con autoridad los errores incompatibles con ellas.

    »Cristiano es aquél que, confiando en la autoridad de la Iglesia, acepta sinceramente las doctrinas que ésta propone a su fe. Aquél que rechaza o pone en duda su autoridad y, como consecuencia, alguna de las verdades que ésta le obliga a creer, se excluye a sí mismo de la sociedad eclesiástica».


    Finalmente, por no extendernos en demasía, queremos aducir el testimonio del mismo Papa Beato Pío X, tal como le refiere el P. Lemius en su obra «Catecismo sobre el modernismo», que tantos elogios mereció del Soberano Pontífice debelador del modernismo (cfr. ed. 1908, pág. 94):

    «Ponen –los modernistas– el objeto de la ciencia en la realidad de lo cognoscible, y el de la fe, por el contrario, en la de lo incognoscible. Pero la razón de que algo sea incognoscible no es otra, que la total falta de proporción entre la materia de que se trata y el entendimiento.

    «Mas es así que este defecto de proporción nunca podría suprimirse, ni aun en la doctrina de los modernistas. Luego lo incognoscible no sería menos incognoscible para el creyente que para el filósofo, sin que haya medio de salir de ahí. Por donde si profesare alguna religión, ésta mirará a una [realidad] incognoscible, la cual no vemos, en verdad, por qué no podría ser el alma del mundo, como algunos racionalistas admiten».


    Y sobre las consecuencias que se derivan de la confusión espantosa y errores gravísimos del modernismo afirma: «Por ahora, baste lo dicho para mostrar claramente por cuántos caminos la doctrina de los modernistas conduce al ateísmo y a suprimir toda religión».

    Táctica fue de todas las herejías el de inducir la confusión, cambiando el sentido de las palabras y de los conceptos de las cosas, valiéndose de esta táctica para engendrar la confusión en el ánimo de los fieles y extender sus doctrinas perversas. Y esto mismo aconteció con el modernismo.


    Confusionismo de las ideas, mediante la ignorancia religiosa

    No cabe duda alguna, venerables Hermanos y amados Hijos, acerca del problema del confusionismo, de que, entre todas las causas, la más importante que lo determina y produce es la ignorancia religiosa.

    No obstante la predicación constante del santo Evangelio y de la doctrina toda revelada, es lo cierto que la ignorancia religiosa lo ha invadido todo. Se lamentan de esto todos los Soberanos Pontífices de los tiempos modernos, como de un mal gravísimo de la época.

    «De una maneral general, dice el P. T. Rodríguez (Caus. y caus. p. 374), y en síntesis, si se penetra en el fondo de la cuestión se ve que todo el mal de la sociedad moderna radica en un desorden fundamental, en una falsa y desatinada colocación de los puntos cardinales que han de servir para la recta orientación de la vida humana. Se ha negado a Dios, o se ha prescindido de Él, o se le ha considerado como un extranjero en el mundo… De este inmenso y monstruoso desatino fundamental… se deriva lógicamente el desquiciamiento general del mundo moral presente».

    Y el P. Lemius, agrega: «Si de las causas morales pasamos a las que proceden de la inteligencia, se nos ofrece, primero y principalmente: la ignorancia».

    Y esta ignorancia, principalmente religiosa, envuelve actualmente al mundo como las tinieblas de la «novena plaga» del pueblo egipcio. Ignorancia que se extiende a toda la Tierra, ignorancia que ha invadido todas las clases sociales, incluso las que se denominan cultas.

    Así se explica el menosprecio constante de las prescripciones más fundamentales, no sólo de las leyes positivas humanas, sino de la misma ley natural.

    «El hombre está ordenado por Dios –dice el citado autor– a la vida social, es decir, le ha dado tales condiciones que sólo en la vida social puede encontrar su cabal desarrollo y perfección. Mas en la sociedad, como todo ser organizado y armónico, cada elemento tiene trazado su camino y determinada actuación en la obra del conjunto, de la cual no puede separarse sin producir confusión y desorden».

    Uno de los gravísimos males –el principal, por ser el fundamento y origen del estado caótico en que se encuentra el mundo actual– producido u ocasionado por las doctrinas imprecisas o falsas, respecto del origen de la ley, es indiscutiblemente el positivismo jurídico que, en cualquiera de las formas en que se presente, es gravísimo error… que acaba por destruir la sociedad. La sociedad es obra de Dios y, al crearla, puso leyes adecuadas, en conformidad con su naturaleza, para que realizase sus fines, y pretender darle otra, es monstruoso orgullo e insensatez suprema.

    Hemos podido comprobar, personalmente, esta ignorancia espantosa que ha invadido el mundo moderno, por el sinnúmero de cartas que hemos recibido del extranjero, con motivo de Nuestra reciente Carta pastoral (20-II-1952).

    Se desconocen los principios más fundamentales de la constitución y organización de la obra divina de la Iglesia de Jesucristo, se niegan o se interpretan torcidamente las leyes más fundamentales del derecho público eclesiástico, se profieren los errores y herejías más inconcebibles con un aire de suficiencia que pone espanto. Con todo lo cual el confusionismo de las ideas aumenta de día en día, a medida que va creciendo la ignorancia religiosa de los pueblos.

    El estado actual del mundo es comparable al confusionismo que ocasionó a los hombres el castigo de la confusión de lenguas, en la construcción de la torre de Babel.


    El confusionismo en las costumbres, mediante el avance de las pasiones malsanas

    Si del mundo de las inteligencias, oscurecido por las tinieblas del error, pasamos, venerables Hermanos y muy amados Hijos, al mundo de las costumbres, no tendremos más remedio que reconocer cuán conforme a la realidad está la descripción que se contiene en la Encíclica del Beato Pío X «Acerbo nimis» (15-IX-1905): «Estamos –dice el Santo Padre– con los que piensan que esta depresión y debilidad de las almas, de que resultan los mayores males, proviene principalmente de la ignorancia de las cosas divinas». Esta opinión concuerda con lo que Dios mismo declaró por su profeta Oseas (4, 1-3): «No hay conocimiento de Dios en la tierra. La maldición y la mentira y el homicidio y el robo y el adulterio lo han inundado todo: a la sangre se añade sangre, por cuya causa se cubrirá de luto la tierra y desfallecerán todos sus moradores».

    Qué trastorno tan grave produzca esta ignorancia, en orden a las costumbres, se observa a ojos vistas, conforme afirma un piadoso autor de nuestros días: «El confusionismo, o sea, el embrollo, la ficción, la mentira, el engaño, organizados y buscados con objeto de que nadie se entienda ni se pueda confiar en nadie, y unos recelen de los otros, para que la vida social sea punto menos que imposible… y así se preparen los espíritus para toda innovación legal o revolucionaria».

    Bien conocidos son, desgraciadamente, los efectos funestos de la corrupción de costumbres que se están palpando en los actuales momentos. «Haced corazones viciosos –decía Castellamare a Nubius en 1838– y dejaréis de tener católicos. El puñal para herir en el corazón a la Iglesia, es la difusión de la corrupción».

    Digno de ser conocido y meditado es el precioso testimonio de Balmes a este propósito (El prot. t. II, c. XXX): «Las ideas que lisonjean nuestras pasiones, no puede negarse que tienen una fuerza expansiva inmensa: circulando con movimiento propio obran por todas partes, ejercen una acción rápida y violenta, no parece sino que están rebosando de actividad y de vida; las que las reprimen, progresan lentamente, necesitan apoyarse en alguna institución que les asegure estabilidad».

    ¿Qué institución humana, venerables Hermanos y amados Hijos, puede existir capaz de defender contra los ataques de las pasiones la verdad moral?

    Ya decía el Beato Papa Pío X, en la citada Encíclica «Pascendi»: «Suprimid el entendimiento y el hombre se irá tras los sentidos exteriores con inclinación mayor aún que la que ya le arrastra».

    Qué aterrador es el cuadro del confusionismo moral de las costumbres mediante el avance de las pasiones malsanas que ya en su tiempo nos trazaba el insigne apologista católico Sardá y Salvany: «La corrupción de costumbres… espectáculos, libros, cuadros, costumbres públicas y privadas, todo se procura saturar de obscenidad y lascivia; el resultado es infalible: de una generación inmunda, por necesidad saldrá una generación revolucionaria. Así se nota el empeño de dar rienda suelta a todo exceso de inmoralidad. Saben bien que ésta es su mejor propagandista».

    Evidentemente, la única y verdadera causa del malestar, lo mismo en los individuos que en las colectividades, radica en el desorden del espíritu, en que la parte inferior del hombre quiere dominar e imponerse a la parte superior o racional, que es la llamada por naturaleza a dirigir los actos todos del hombre.

    Queremos cerrar esta serie de pruebas con el testimonio irrecusable del hombre funesto, que es causa principal de la perturbación actual del mundo. El jefe de la Unión Soviética decía a sus propagandistas: «El camino, para llegar a la meta deseada, es difundir la corrupción por todas partes, en especial entre las mujeres y los niños; hecho esto, es fácil conseguir la apostasía y el ateísmo. Abierta esta gran brecha en la vida espiritual de los individuos, por ella entrarán, sin la menor dificultad, en el comunismo».


    El confusionismo de los malos, provocado por el demonio

    En estos tiempos de descreimiento universal, son muchos los que niegan la existencia del demonio y no creen en su influencia y en su eficacia para la perdición de las almas.

    En su magistral obra «El liberalismo es pecado», Sardá y Salvany nos dice: «Es gran maestro Lucifer… y lo mejor de su diplomacia se ejerce en introducir en las ideas la confusión. La mitad de su poderío sobre los hombres perdería, con [tal] que las ideas buenas o malas apareciesen francas y deslindadas. El demonio, pues, en tiempos de cismas y herejías, lo primero que procuró fue que se barajasen y trastocasen los vocablos, medio seguro para traer, desde luego, mareadas y al retortero la mayor parte de las inteligencias».

    Lucifer prosigue con tenacidad en el mundo su campaña para destruir el Reino de Cristo. Se propone hacer caer a los hombres en el pecado. Echa mano de toda su malicia, de todas las artes para seducir, engañar y hacer caer a los hombres, destinados a ocupar los asientos vacíos dejados por él y sus ángeles.

    Adversario de Dios, querría reinar sobre la Tierra para reinar después eternamente, en el infierno, sobre los infelices que acá abajo con el pecado quedaron uncidos a su carro. Satanás y sus demonios tienen una consigna: disolver la sociedad de la que es cabeza Jesucristo, y sustituirla por una sociedad dominada por el príncipe de las tinieblas.

    Sigue a través de los tiempos su táctica de envolver a los hombres, primero en redes, luego en maromas y, finalmente, en cadenas para arrastrarles al infierno. Valiéndose siempre de la confusión de las tinieblas y de la mentira.

    Nos queda la seguridad de que, después de la redención, su imperio ha quedado quebrantado. San Agustín (De civitate Dei, lib. II, cap. 8) nos dice: «El diablo es un perro atado por Cristo a la cadena, puede ladrar, solicitar, infundir miedo, pero no puede morder sino al que quiere ser mordido: puede persuadir al hombre que se precipite en el abismo pero no puede precipitarle».

    Mas son incontables los que se acercan a éste «león rugiente» que anda rodeando el mundo para devorar su presa (cfr. I Petr. 5, 8). Tiene, desgraciadamente, el demonio muchos seguidores que le secundan en su empresa. La obra nefasta de la masonería, tan extendida en los países dominados por la herejía, es obra de confusión que arrastra a los incautos al abismo de su perdición.


    El confusionismo de los buenos, causa de tantos estragos

    Con ser tan grave cuanto os llevamos dicho, venerables Hermanos y amadísimos Hijos, es indudablemente mucho más grave el confusionismo provocado por los buenos, y que es causa de tantos estragos.

    El citado apologista (Caus. y caus., pág. 194) dice: «Algunos católicos han contribuido, sin darse cuenta, a la formación del caos actual. Ciertos confusionismos desorientadores, la falta de virilidad en la lucha, no exenta de todo egoísmo, debe ser conceptuada como una causa, verdadera y eficaz, aunque indirecta e inconsciente de tal actuación».

    «Dicen algunos –escribe León XIII– que no se debe luchar al descubierto, de frente con la impiedad, cuando es poderosa, a fin de evitar el peligro de que se exaspere el enemigo. De quienes así se expresen, no será fácil decir si están con la Iglesia o en contra de ella…».

    Lamentaba este confusionismo, provocado por los que se denominan buenos, el Papa Pío XI, con estas palabras: «Tal vez tengan la culpa del actual estado de cosas, la indolencia y cobardía de los buenos que no quieren hacer oposición o la hacen flojamente, por lo cual los enemigos de la Iglesia van cobrando más audacia cada día».

    Estas suaves y discretas observaciones, hechas desde el Solio Pontificio, denuncian y censuran la grave desorientación de algunos católicos, que acarrea hondos males a la causa de la Religión.

    Algunos católicos parece que se han olvidado de que la Iglesia, según su Fundador le anunció y la historia confirma, ha vivido siempre en medio de la lucha y, en vez de derramar la luz de la verdad católica que disipe las tinieblas del error e ilumine este caos espiritual ocasionado por el confusionismo, lo aumentan, con sus debilidades, tolerancias y concesiones inexplicables. Todo esto es un mal positivo y gravísimo, pues contribuye al sostenimiento y desarrollo del caos social en que está sumida la sociedad presente.

    Tal vez éste sea uno de los males más graves que siempre ha lamentado la Santa Iglesia de Dios. Ya San Juan Crisóstomo en su tiempo decía: «Si queréis creer lo que la Iglesia cree, hablad siempre como la Iglesia habla, de otro modo las cosas no quedarán en su estado: una novedad producirá otra; y luego que uno ha comenzado a distraerse en la fe se extravía sin fin». Y San Paciano, obispo de Barcelona, hablando de los primeros cristianos, añade: «No sabían disputar de las cosas de la fe, pero sabían padecer y morir en defensa de la fe… Aquéllos sabían morir por la fe y nosotros nos llamamos cristianos y vivimos como paganos, y con la alianza que hacemos en nosotros mismos de un cierto paganismo de acción y de vida con un cristianismo de profesión y de creencias, formamos un monstruo peor que el paganismo, pues añade a todos los desórdenes de éste la profanación del otro».

    Volvamos a recordar las enseñanzas del Papa Beato Pío X, en su admirable Encíclica «Acerbo nimis», en la que nos dice: «Cuán fundados son por desgracia estos lamentos, hoy que existe tan crecido número de personas cristianas que ignoran totalmente las cosas que han de conocer para conseguir la salvación eterna… ¡Difícil sería ponderar lo espeso de las tinieblas que los envuelven y –lo que es más triste– la tranquilidad con que permanecen en ellas! De Dios, Soberano Autor y Moderador de todas las cosas y de la sabiduría de la fe cristiana, nada se les da; de manera que nada saben de la Encarnación del Verbo de Dios, ni de la perfecta restauración del género humano consumada por Él, nada saben de la gracia, principal auxilio para alcanzar los eternos bienes, nada del Sacrificio augusto, ni de los Sacramentos, mediante los cuales conseguimos y conservamos la gracia. En cuanto al pecado, ni conocen su malicia ni el oprobio que trae consigo, de suerte que no ponen el menor cuidado en evitarlo ni en borrarlo, y llegan al día postrero en disposición tal que, para no dejarles sin ninguna esperanza de salvación, el sacerdote se ve en el caso de aprovechar aquellos últimos instantes de vida para enseñarles sumariamente la Religión, en vez de emplearlos, principalmente, según convendría, en moverles a efectos de caridad: esto si no ocurre que el moribundo padece tan culpable ignorancia que tenga por inútil el auxilio del sacerdote y se resuelva tranquilamente a traspasar los umbrales de la eternidad, sin haber satisfecho a Dios por sus pecados».

    No hemos de terminar, venerables Hermanos y muy amados Hijos, esta ya larga Carta pastoral sobre el confusionismo, sin aludir a un peligro muy grave que podemos correr en nuestros tiempos, por diversos motivos especiosos e infundados.

    Se habla de relaciones amistosas con países distanciados de nuestra Sacrosanta Religión, de sus creencias, de sus prácticas, de sus doctrinas. No hay en esto nada censurable, pero sí lo puede haber, y puede ser causa de escándalo y de confusionismo, en el orden de los espíritus.

    La historia nos ha demostrado, frecuentemente, la conveniencia, por fines políticos, de estas alianzas; mas para que ellas no sean reprobables, es necesario que se mantengan dentro de los límites de la discreción y del respeto a los sacrosantos derechos de la Religión.

    La alianza política o militar con un pueblo, no supone ni puede suponer la identificación con sus puntos de vista, morales o religiosos.

    La prensa no ha reflexionado tal vez convenientemente al hablar de la alianza que se proyecta con los pueblos árabes, al extremar los conceptos en forma incompatible con la realidad.

    «La espiritualidad, la tradición y el sentido religioso que siempre ha caracterizado vuestra vida y que conserváis como la más estimada joya en vuestros hogares, son comunes a los que, como nosotros, amantes de su fe y de sus tradiciones, venimos defendiendo, en este espolón occidental de la vieja Europa, la espiritualidad y el sentido religioso de la vida».


    No debemos echar en olvido que no es posible cambiar el sentido de las palabras, sino que debemos respetar la significación que han tenido y tienen en el lenguaje de la Iglesia; y, asimismo, debemos tener presentes las enseñanzas de la Iglesia, que debemos acatar como buenos cristianos.

    En el «Syllabus» de Pío IX, están condenadas estas tres proposiciones que tanto se han tergiversado y tan osadamente se han negado, en las publicaciones y cartas, con motivo de nuestra reciente Pastoral.

    1.ª (XVI). «En el culto de cualquiera religión pueden los hombres hallar el camino de la salud eterna y conseguir la eterna salvación». (Encíclica «Qui pluribus», Pío IX, 9 de noviembre, 1846).

    2.ª (XVII). «Es bien, por lo menos, esperar la eterna salvación de todos aquéllos que no están en la verdadera Iglesia de Cristo». (Alocución «Singulari quidem», Pío IX, 17 marzo 1856).

    3.ª (XVIII). «El protestantismo no es más que una forma diversa de la misma verdadera Religión cristiana, en la cual, lo mismo que en la Iglesia, es posible agradar a Dios». (Encíclica «Noscitis et nobiscum», de 8 de diciembre 1849).

    De donde se sigue que evidentemente traspasan los límites de lo lícito y lo permitido, los que de una alianza política o militar quieren deducir la legitimidad de cultos reprobados por la Iglesia.

    No tenemos por qué reproducir las publicaciones de la prensa que, en abril de 1939, decía: «Durante la guerra de liberación se atendieron cuidadosamente las mezquitas, santuarios y centros religiosos musulmanes, respetándose las creencias religiosas y los usos y costumbres tradicionales».

    Estamos próximos a celebrar el VII Centenario de la muerte del glorioso Rey San Fernando III; y queremos terminar con algunas palabras que pronunciamos en la última conferencia dada en la Universidad de Sevilla, en la cuaresma de 1948:

    «Es necesario, Hijos muy amados, que imitando el alto ejemplo que recibimos de nuestro Santo Rey, Fernando III, augusto Soberano y guerrero, también nosotros procuremos sobrenaturalizar nuestros actos y elevar el espíritu a Dios Nuestro Señor, ya que éste es el distintivo de nuestras glorias todas: las obras sinceramente cristianas».


    Según aquella sentencia de los Libros santos (Prov. 14, 34), «la justicia eleva a las gentes y lo que hace desgraciados a los pueblos es el pecado».

    Prenda de las bendiciones del cielo sea, venerables Hermanos e Hijos muy amados, la que de corazón os enviamos en el Nombre del † Padre y del † Hijo y del † Espíritu Santo.

    Sevilla, 8 de Mayo de 1952.

    † PEDRO CARDENAL SEGURA Y SAENZ
    ARZOBISPO DE SEVILLA

    Por mandato de Su Emcia. Reverendísima
    el Cardenal Arzobispo, mi Señor,
    L. † S.
    DR. BENITO MUÑOZ DE MORALES
    Secretario-Canciller



    (Esta Carta pastoral será leída al pueblo fiel, en la forma acostumbrada)

  9. #9
    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
    Fecha de ingreso
    07 nov, 12
    Mensajes
    2,714
    Post Thanks / Like

    Re: El Cardenal Segura y la defensa de la unidad católica española (1952)

    Fuente: Boletín Oficial Eclesiástico del Arzobispado de Sevilla, Número 1624, 10 de Julio de 1952, páginas 398 a 410.


    INSTRUCCIÓN PASTORAL DE SU EMCIA. RVDMA.

    Sobre la Unidad Católica en España

    EL CARDENAL ARZOBISPO DE SEVILLA
    AL CLERO Y FIELES DEL ARZOBISPADO



    Venerables Hermanos y muy amados Hijos:

    No podíamos sospechar que Nuestros Documentos pastorales sobre el Protestantismo, despertasen un interés tan general y un apasionamiento tan acentuado.

    Hemos leído detenidamente cuanto se nos ha enviado y se nos ha escrito de diversas naciones a este propósito; y hemos venido a deducir la conclusión de la ignorancia suma que hay en muchísimas personas de los principios fundamentales de nuestra Sacrosanta Religión.

    Deseando, amadísimos Hijos, alejar de vosotros este peligro de la ignorancia religiosa, principio de tantos males y causa principal del confusionismo moderno, hemos determinado publicar unas Instrucciones pastorales, basadas en la más sólida e inconcusa doctrina católica. Y comenzamos por la doctrina básica de la Unidad Católica en España, cuya naturaleza es desconocida generalmente fuera de nuestra nación, dando esto margen a una serie de errores que es necesario combatir enérgicamente.

    Os escribimos esta Instrucción pastoral, en la fiesta del glorioso defensor de la fe, San Efrén, a quien recurrimos con las palabras de la Iglesia: «Oh Dios que enalteciste a tu Iglesia con la admirable erudición y excelentes méritos de la vida de tu santo Confesor y Doctor Efrén: te suplicamos que por su intercesión la defiendas sin cesar con tu poder contra todas las asechanzas del error y de la maldad. Por nuestro Señor Jesucristo».


    El estado religioso de España en el siglo VI

    Para mayor claridad y brevedad, comenzamos por advertiros, venerables Hermanos y amadísimos Hijos, que la doctrina toda contenida en esta Instrucción pastoral está basada en documentos irrefragables, tomados de nuestra tradición.

    Angustiosísima era la situación religiosa de España en el siglo VI. Dura fue la persecución de Leovigildo contra los católicos, sin embargo que había buscado, aunque erradamente, una conciliación.

    El arrianismo había invadido el mundo de un modo aterrador, y se había apoderado también de nuestra patria.

    Redactóse una profesión de fe en consonancia con una fórmula arriana y macedoniana; y obstinóse Leovigildo en imponerla a todos sus vasallos de grado o por fuerza.

    Resistiéronse heroicamente los hispano-romanos. Arrojados fueron de sus Sillas los más egregios Obispos de aquella edad: San Leandro de Sevilla, que buscó asilo en Constantinopla; San Fulgencio, Obispo de Écija; Liciniano de Cartagena; Mausona, el más célebre de los Prelados de Mérida, a quien el Rey mandó llamar a Toledo y amenazóle con el destierro, a lo que él replicó: «Si sabes algún lugar donde no esté Dios, envíame allá» (cfr. Vitae PP. Emeritensium).

    La grandeza misma de la resistencia de la Iglesia española y el remordimiento quizá de la muerte de Hermenegildo, trajeron al Rey visigodo a mejor acuerdo, en los últimos días de su vida. Murió en 587, según parece, católico y arrepentido de sus errores, como afirma el Turonense y lo confirma la abjuración pública de su hijo y sucesor Recaredo.


    El Concilio III de Toledo

    En estas circunstancias, la divina Providencia que todo lo dispone amorosamente, quiso se celebrase, en la ciudad de Toledo, el tercero de sus Concilios, que brilla en la Historia de la Iglesia Universal y es honor de la Iglesia Española. Porque, –además de haber exterminado en el occidente los errores arrianos y haber puesto fin a una larga persecución–, adoptó medidas eficaces para extirpar la idolatría que aún tenía muchos adeptos en España e introdujo la recitación del Símbolo de la Fe en Misa; y, completando la obra del I Concilio de Constantinopla, añadió al Símbolo la famosa palabra «Filioque» profesando así que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo.

    Con razón se ha escrito que el texto de aquel Concilio de 589, –en que la gente visigótica, sometiéndose a la fe de la nación ibero-romana, rompió para siempre el yugo que la aprisionaba y se juntó con ella en Unidad religiosa, civil, legislativa y política–, forma las actas venerables de nuestra independencia y de nuestra privilegiada Constitución Nacional. De una Constitución tan cristiana, tan excelente, tan firme, que formando cumplido contraste con las impías, revolucionarias y quebradizas de otros pueblos, ha sostenido en nuestra Patria, por espacio de catorce siglos, los derechos de Dios y el reinado social de Jesucristo.

    En esta unidad de fe, en España establecida por el Concilio III de Toledo, encontramos la raíz de todas nuestras dichas, grandezas y glorias. He aquí la razón de ser del carácter religioso de nuestra reconquista y los principios de nuestra perpetua cruzada contra los enemigos del nombre de cristianos.

    En efecto, la legislación allí contenida, la maravillosa unidad religiosa y civil, creada en este Concilio, ha ligado y sigue ligando, con fuerte e indisoluble vínculo, a todos los pueblos de la península, produciendo una fe, una nacionalidad, una civilización.


    La profesión de fe católica, base de nuestra Unidad Católica en España

    En el III Concilio de Toledo, Recaredo abjuró del arrianismo y de todas las herejías que se esparcían en nuestra Patria; y su abjuración llevaba consigo la de todo su pueblo. Y para darle mayor solemnidad, convocóse el III Concilio Toledano, en 589.

    «A este Concilio nacional asistieron 63 Obispos y 6 Vicarios de Lusitania, Galicia y de la Narbonense».


    Presidió el venerable Mausona de Mérida, uno de los Prelados que más habían influido en la resolución del monarca.

    Abrióse el Concilio el día 4 de Mayo; y Recaredo habló a los Padres de esta manera:

    «No creo que ignoréis, reverendísimos sacerdotes, que os he convocado para restablecer la disciplina eclesiástica; y ya que en los últimos tiempos la herejía que amenazaba a la Iglesia católica no permitió celebrar Sínodos, Dios, a quien plugo que apartásemos este tropiezo, nos avisa y amonesta para que reparemos los cánones y costumbres eclesiásticas.

    »Sírvanos de júbilo y alegría ver que por favor de Dios vuelve, con gloria nuestra, la disciplina a sus antiguos términos. Pero antes os aconsejo y exhorto a que os preparéis con ayunos, vigilias y oraciones, para que el orden canónico, perdido por el transcurso de los tiempos y puesto en olvido por nuestra edad, torne a manifestarse por merced divina a nuestros ojos» (Aguirre, Collectio, tom. II).


    Leyó en alta voz un notario la profesión de fe, en que Recaredo declaraba seguir la doctrina de los cuatro Concilios generales, Niceno, Constantinopolitano, Efesino y Calcedonense, y reprobar los errores de Arrio, Macedonio, Nestorio, Eutiques y demás heresiarcas condenados hasta entonces por la Iglesia. Aprobáronla los Padres «con fervientes acciones de gracias a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, que se había dignado conceder a su Iglesia paz y unión, haciendo de todos un solo rebaño y un Pastor solo, por medio del apostólico Recaredo, que maravillosamente glorificó a Dios en la tierra». Y, en pos del rey, abjuró la reina Badda; y declararon los obispos y clérigos arrianos allí presentes que «siguiendo a su gloriosísimo monarca, anatematizaban de todo corazón la antigua herejía».

    El Concilio pronunció entre otras las condenaciones siguientes:

    «Todo el que siguiere otra fe y comunión que la que tiene la Iglesia Universal y definieron los Concilios Niceno, Constantinopolitano, Efesino y Calcedonense, sea anatema.

    »Sean, pues, condenadas, en el cielo y en la tierra, todas las cosas que la Iglesia Romana condena; y sean admitidas, en la tierra y en el cielo, todas las que ella admite: reinando Nuestro Señor Jesucristo, a quien, con el Padre y el Espíritu Santo, sea dada honra y gloria por todos los siglos de los siglos».



    Homilía de San Leandro, Arzobispo de Sevilla, en el Concilio III de Toledo


    Si bien no todos los críticos están contestes, respecto de la autenticidad de esta homilía, bien podemos afirmar, con nuestro gran polígrafo D. Marcelino Menéndez y Pelayo, que «en lo substancial, contiene los conceptos que expresó nuestro Santo Arzobispo en aquellas ocasiones».

    «… Alégrate y regocíjate, Iglesia de Dios; alégrate y levántate, formando un solo cuerpo con Cristo; vístete de fortaleza, llénate de júbilo, porque tus tristezas se han convertido en gozo, y en alegría tus hábitos de dolor. Con los peligros, medras; con la persecución, creces; y es tu Esposo tan clemente que nunca permite que seas depredada sin que te restituya con creces la presa y conquistes para ti, [a] tus propios enemigos… No llores, no te aflijas, porque temporalmente se apartaron de ti, algunos que hoy recobras con grande aumento. Ten esperanza y fe robusta y verás cumplido lo que fue promesa. Puesto que dice la verdad evangélica: «era necesario que Cristo muriese por la nación; y no sólo por su nación, sino para congregar en uno los hijos de Dios que estaban dispersos» (Joan. 11, 51-52).

    »Sabiendo la Iglesia, por los vaticinios de los Profetas, por los oráculos evangélicos, por los documentos apostólicos, cuán dulce sea la caridad, cuán deleitable la unión, nada predica sino la concordia de las gentes; por nada suspira, sino por la unidad de los pueblos; nada siembra sino bienes de paz y caridad.

    »Regocíjate, pues, en el Señor, porque has logrado tu deseo y produces los frutos que por tanto tiempo, entre gemidos y oración, concebiste; y después de los hielos, de lluvias, de nieves, contemplas, en dulce primavera, los campos cubiertos de flores y pendientes de la vid los racimos… Lo que dijo el Señor (Joan. 10, 16): «Hay otras ovejas que no son de este redil y conviene que entren en él, para que haya una grey sola y un solo Pastor», ya lo veis cumplido. ¿Cómo dudar que todo el mundo habrá de convertirse a Cristo y entrar en una sola Iglesia?. «Se predicará este Evangelio del reino de Dios en todo el mundo, en testimonio para todas las naciones» (Math. 24, 14)… La caridad juntará a los que separó la discordia de lenguas… No habrá parte alguna del orbe ni gente bárbara a donde no llegue la luz de Cristo… ¡Un solo corazón, una alma sola!... De un hombre procedió todo el linaje humano, para que pensase lo mismo y amase y siguiese la unidad

    »De esta Iglesia vaticinaba el Profeta diciendo: «Mi casa se llamará casa de oración para todas las gentes» y «será edificada en los postreros días la casa del Señor en la cumbre de los montes, y se levantará sobre los collados, y vendrán a ella muchos pueblos, y dirán: Venid, subamos al monte del Señor y a la casa del Dios de Jacob». El monte es Cristo. La casa del Dios de Jacob es su Iglesia: allí se congregarán todos los pueblos. Y por eso torna a decir Isaías: «Levántate, ilumina a Jerusalén, porque viene tu luz y la gloria del Señor ha brillado para ti; y acudirán las gentes a tu lumbre, y los pueblos al resplandor de tu Oriente. Dirige la vista en derredor y mira: todos ésos están congregados y vinieron a ti y los hijos de los peregrinos edificarán tus muros y sus reyes te servirán de ministros…».».


    Gloriosísimo acontecimiento, no sólo de nuestra Patria, sino de la Cristiandad entera, que admiró la establecida Unidad Católica en España, como principio de todas nuestras grandezas.

    Qué hermosamente se pueden aplicar a este acontecimiento aquellas memorables palabras pronunciadas en 1849:

    «Cuando la unidad religiosa crece, las glorias nacionales crecen; cuando la unidad religiosa disminuye, la revolución deshace y pisotea nuestras glorias.

    »He aquí lo que representa la Unidad Católica en la historia de nuestra patria».



    La Unidad Católica en España


    La Unidad católica en España, venerables Hermanos y amados Hijos, es el gran tesoro religioso y nacional que nos legaron nuestros padres, y que debiéramos conservar a todo trance, aun con el derramamiento de nuestra sangre.

    No otra cosa significan esos cientos de miles de españoles que hemos visto morir en nuestros días, con el grito de «Viva Cristo Rey», expresión hermosísima de la Unidad Católica de España.

    Esta Unidad Católica no fue sólo una ley eclesiástica, dictada en un Concilio, sino que fue, al propio tiempo, una ley civil que obligaba a todos los españoles.

    En el Concordato celebrado con la Santa Sede el 16 de Marzo, y ratificado en 1.º y 23 de Abril de 1851, se dice en su artículo primero: «La Religión Católica Apostólica Romana que, con exclusión de cualquier otro culto, continúa siendo la única de la nación española, se conservará siempre en los dominios de Su Majestad Católica, con todos los derechos y prerrogativas de que debe gozar, según la ley de Dios y lo dispuesto por los sagrados cánones».

    Consta, pues, que, para el arreglo de materias eclesiásticas, obtuvo el Gobierno español de la Silla Apostólica, y aceptó y publicó siguiendo los trámites legales, un Concordato cuyo artículo primero hemos transcrito, y que es, por lo tanto, ley dada por el Sumo Pontífice para España en materia espiritual y eclesiástica, aceptada al mismo tiempo y mandada guardar por el Jefe del Estado y el Gobierno español competentemente autorizado.

    Es, pues, ley eclesiástica y ley civil confirmatoria a su vez de la ley divina, que manda tanto a los individuos como a las sociedades, reconozcan la dependencia que deben a su Autor y le den el culto que por consiguiente le es debido, el cual no es otro, según nos consta por los motivos evidentes de la credibilidad: milagros, profecías, autoridad de testigos, mártires, etc., que el culto de la divina religión católica revelada al mundo por Nuestro Señor Jesucristo y predicada por sus Apóstoles.

    Ahora bien, es evidente que dicha ley concordada, no ha sido ni abrogada ni derogada legítimamente, en manera alguna. No lo ha sido ciertamente por la Autoridad eclesiástica, ni explícitamente ni implícitamente. Tampoco lo ha sido por la potestad civil, por la sencilla razón de que, aunque lo hubiese querido, no lo hubiera podido efectuar, primeramente, por ser incompetente en materia espiritual y eclesiástica, como la presente, en la cual ningún católico desconoce que, por derecho divino, no hay más autoridad legítima que la eclesiástica; segundo, porque en cuanto ley civil, ni se dio ni pudo darse, sino de acuerdo con la autorización explícita o implícita de la Iglesia.


    La Unidad Católica en nuestros días

    Son muchos, venerable Hermanos y amadísimos Hijos, los que con una ignorancia suma, miran con indiferencia en nuestros días la Unidad Católica en España, como si fuese cosa trasnochada e indigna del progreso de nuestros tiempos.

    El 7 de Junio de 1941, en el Convenio entre el Gobierno Español y la Santa Sede, se dice en el número 9:

    «Entre tanto se llega a la conclusión de un nuevo Concordato, el Gobierno Español se compromete a observar las disposiciones contenidas en los cuatro primeros artículos del Concordato de 1851».


    El texto literal de los cuatro primeros artículos del Concordato, celebrado el 16 de Marzo y ratificado el 1.º y 23 de Abril de 1851, es como sigue:

    «Artículo primero.– La Religión Católica Apostólica Romana que, con exclusión de cualquier otro culto, continúa siendo la única de la nación española, se conservará siempre en los dominios de Su Majestad Católica, con todos los derechos y prerrogativas de que debe gozar, según la ley de Dios y lo dispuesto por los sagrados cánones.

    »Artículo segundo.– En su consecuencia, la instrucción en las Universidades, Colegios, Seminarios y Escuelas públicas o privadas de cualquier clase, será en todo conforme a la doctrina de la misma Religión Católica; y a este fin no se pondrá impedimento alguno a los Obispos y demás Prelados diocesanos, encargados por su ministerio de velar sobre la pureza de la doctrina de la fe y de las costumbres y sobre la educación religiosa de la juventud, en el ejercicio de este cargo, aun en las Escuelas públicas.

    »Artículo tercero.– Tampoco se pondrá impedimento alguno a dichos Prelados, ni a los demás sagrados ministros, en el ejercicio de sus funciones, ni los molestará nadie bajo ningún pretexto en cuanto se refiere a los deberes de su cargo; antes bien cuidarán todas las Autoridades del Reino de guardarles y de que se les guarde el respeto y consideración debidos, según los divinos preceptos, y de que no se haga cosa alguna que pueda causarles desdoro o menosprecio. Su Majestad y su Real Gobierno dispensarán, asimismo, su poderoso patrocinio y apoyo a los Obispos, en los casos que le pidan, principalmente cuando hayan de oponerse a la malignidad de los hombres que intenten pervertir los ánimos de los fieles y corromper sus costumbres, o cuando hubiere de impedirse la publicación, introducción o circulación de libros malos o nocivos».

    [Artículo cuarto.– En todas las demás cosas que pertenecen al derecho y ejercicio de la autoridad eclesiástica, y al ministerio de las órdenes sagradas, los Obispos, y el clero dependiente de ellos, gozarán de la plena libertad que establecen los sagrados cánones.]


    Todavía está en vigor esta Disposición concordada, toda vez que no se ha llegado a la conclusión de un nuevo Concordato de la Santa Sede con el Gobierno Español.


    La Unidad Católica en España, según declaración oficial del Beato Pío X

    El Sumo Pontífice, Beato Papa Pío X, vista la desorientación que reinaba en España y la divergencia de criterios con perjuicio de la causa de Dios y de la Iglesia, dio unas Normas para nuestra Patria, en 20 de Abril de 1911, cuya ejecución encomendó al Eminentísimo señor Cardenal Aguirre y García, Arzobispo de Toledo.

    La primera de estas Normas dice: «Debe mantenerse como principio cierto que en España se puede siempre sostener, como de hecho sostienen muchos nobilísimamente, la tesis católica, y con ella el restablecimiento de la Unidad religiosa. Es deber además de todo católico, el combatir todos los errores reprobados por la Santa Sede, especialmente los comprendidos en el Syllabus, y las libertades de perdición proclamadas por el derecho nuevo o liberalismo, cuya aplicación al Gobierno de España es ocasión de tantos males. Esta acción de reconquista religiosa debe efectuarse dentro de los límites de la legalidad, utilizando todas las armas lícitas que aquélla ponga en manos de los ciudadanos españoles».

    Palabras son ésta gravísimas que trazan la norma a que deben someterse todos los que quieran preciarse de ser verdaderos hijos de la Iglesia.

    ¡Cuántos y cuántos peligros para las almas se hubieran evitado, si esta norma se hubiese seguido siempre por parte de los españoles!

    Con razón se lamenta el Santo Pontífice de los perjuicios gravísimos que se han seguido en nuestra patria por esta causa.


    La conservación de la Unidad Católica en España

    Tesoro riquísimo es la Unidad Católica en España, que ha costado grandes sacrificios el poder conservar intacto en nuestra Patria.

    El indiferentismo moderno que ha minado todas las instituciones genuinamente católicas, ha pretendido también combatir la Unidad Católica de España; y grandes son los esfuerzos llevados a cabo por la impiedad por aminorar y aun por destruir este riquísimo tesoro.

    Los enemigos de la Iglesia, y enemigos consiguientemente de la Unidad Católica española, no han cesado de lanzar todo género de diatribas contra una institución providencial, a la cual debe España la gran prerrogativa de haberse conservado, a través de los peligros de los tiempos, su Unidad Católica.

    En la correspondencia numerosísima recibida con motivo de Nuestros recientes Documentos pastorales, se combate airadamente esta institución, y se la supone complicada en los acontecimientos actuales españoles. Nos referimos a la benemérita Inquisición que tuteló durante tantos siglos la fe católica en España.

    «La prudencia y cordura de la Inquisición romana son proverbiales. Por eso, los enemigos de la Inquisición han dirigido sus tiros principalmente contra la española, motejándola de bárbara y enemiga de la ciencia. Pero aun esta misma Inquisición, bien puede presentarse con la cabeza erguida ante la faz de la ciencia, siendo cosa averiguada que nunca ha perseguido a nadie por el mero hecho de ser sabio; y que debe, por el contrario, decirse que los mejores días para las letras españolas han sido precisamente aquéllos en que ella ha desplegado su poder con mayor energía».


    Es ésta una proposición que ha sido en estos últimos años puesta fuera de duda, por la docta pluma de Menéndez Pelayo, en sus dos inmortales obras intituladas: «Historia de los Heterodoxos Españoles» y «La Ciencia Española».

    Es cierto que esta gloriosísima y bienhechora institución, no existe ya en nuestra Patria; pero estamos en el deber de rendirle el testimonio de nuestra gratitud y el homenaje de nuestra férvida alabanza. ¡Cuántos males que hoy desgraciadamente no tienen remedio, lo encontrarían en ella!


    Conclusión. Palabras autorizadísimas de Balmes

    Interminable Nos haríamos citando de nuestros más insignes Doctores, testimonios en confirmación de la doctrina que dejamos expuesta en esta Instrucción pastoral.

    Suplirá a esos testimonios el valiosísimo de nuestro insigne Balmes, el cual, en su grandiosa obra «El Protestantismo comparado con el Catolicismo», hablando de la eficacia de la Unidad Católica española, dice:

    «Oprímese el alma con angustiosa pesadumbre, al solo pensamiento de que pudiera venir un día, en que desapareciese de entre nosotros esa Unidad religiosa que se identifica con nuestros hábitos, nuestros usos, nuestras costumbres, nuestras leyes; que guarda la cuna de nuestra monarquía en la cueva de Covadonga; que es la enseña de nuestro estandarte en una lucha de ocho siglos con el formidable poder de la Media Luna; que desenvuelve lozanamente nuestra civilización en medio de tiempos tan trabajosos; que acompañaba a nuestros terribles tercios cuando imponían silencio a la Europa; que conduce a nuestros marinos al descubrimiento de nuevos mundos; que alienta a nuestros guerreros a llevar a cabo conquistas heroicas; y que en tiempos más recientes sella el cúmulo de tantas y tan grandiosas hazañas derrocando a Napoleón.

    »Vosotros, que con precipitación tan liviana, condenáis las obras de los siglos, que con tanta avilantez insultáis a la nación española, que tiznáis de barbarie y obscurantismo el principio que presidió nuestra civilización ¿sabéis a quién insultáis? ¿Sabéis quién inspiró al genio del gran Gonzalo, de Hernán Cortés, de Pizarro, del vencedor de Lepanto? ¿Las sombras de Garcilaso, de Herrera, de Ercilla, de Fray Luis de León, de Cervantes, de Lope de Vega, no os infunden respeto? ¿Osaréis, pues, quebrantar el lazo que a ellos nos une y hacernos indigna prole de tan esclarecidos varones? ¿Quisierais separar, por un abismo, nuestras creencias de sus creencias, nuestras costumbres de sus costumbres, rompiendo así con todas nuestras tradiciones, olvidando los más gloriosos recuerdos y haciendo que los grandiosos monumentos que nos legó la religiosidad de nuestros antepasados sólo permanecieran entre nosotros como una reprensión la más elocuente y severa? ¿Consentiríais que se cegasen los ricos manantiales a donde podemos acudir para resucitar la literatura, vigorizar la ciencia, reorganizar la legislación, restablecer el espíritu de nacionalidad, restaurar nuestra gloria y colocar a la nación en el alto rango que sus virtudes merecen, dándole la prosperidad y la dicha que tan afanosa busca y que en su corazón augura?».


    Prenda de las bendiciones que os deseamos de corazón, sea la que os enviamos, venerables Hermanos y muy amados Hijos, en el Nombre del † Padre y del † Hijo y del † Espíritu Santo.

    Sevilla, fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, 20 de Junio de 1952.

    † PEDRO CARDENAL SEGURA Y SAENZ
    ARZOBISPO DE SEVILLA



    (Esta Instrucción pastoral será leída al pueblo fiel, según costumbre)

  10. #10
    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
    Fecha de ingreso
    07 nov, 12
    Mensajes
    2,714
    Post Thanks / Like

    Re: El Cardenal Segura y la defensa de la unidad católica española (1952)

    Fuente: Boletín Oficial Eclesiástico del Arzobispado de Sevilla, Número 1624, 10 de Julio de 1952, páginas 411 a 417.


    ADVERTENCIAS PASTORALES DE SU EMCIA. RVDMA.

    Las normas de la polémica según la Iglesia

    EL CARDENAL ARZOBISPO DE SEVILLA
    AL CLERO Y FIELES DEL ARZOBISPADO



    Venerables Hermanos y muy amados Hijos:

    Con motivo de la publicación de Nuestra Carta pastoral de 20 de Febrero del año actual, sobre la obligación de poner resistencia a los avances del protestantismo en España (cfr. B.O.E. del A., 15 Marzo 1952, núm. 1617), hemos recibido diariamente numerosos escritos que tuvimos cuidado de catalogar y ordenar.

    Dejando a un lado las numerosas cartas de adhesión, recibidas de sacerdotes, religiosos y seglares españoles, predominan las cartas y documentos recibidos, principalmente, de los Estados Unidos de Norteamérica, del Canadá, de Inglaterra y Alemania, y aun de Bélgica.

    Para su mayor inteligencia, los hemos clasificado en cuatro grandes grupos:

    El primero, contiene la correspondencia epistolar que impugna la Pastoral.

    El segundo, los documentos doctrinales de la prensa que asimismo la impugnan.

    El tercero, muy reducido, el de algunos documentos de prensa, no protestante, que impugnan la Pastoral. Y,

    El cuarto, el de los libelos.

    Es éste muy numeroso y variado; y, por eso, queremos haceros algunas advertencias sobre el mismo.

    Como advertencia preliminar, se debe hacer notar la circunstancia de que los autores de los libelos no han leído el Documento pastoral de referencia, al que dejan completamente intacto, sin combatir ni una sola de sus afirmaciones.


    1.ª Polémica suscitada con motivo de las Pastorales sobre el protestantismo

    Propio ha sido de todos los tiempos, el usar el arma innoble del libelo difamatorio, para impugnar las verdades de la fe. Y esto, precisamente, es una demostración palpable de que los que manejan tales armas no tienen derecho a merecer crédito de ninguna clase.

    Los libelos recibidos son tan groseros, tan ofensivos del pudor y hasta de la misma vergüenza que no pueden citarse sin desdoro. Muchos de ellos denotan tener como autores, no sólo a gentes totalmente descreídas, sino carentes de los más rudimentarios principios de civilización.

    El libelo no se responde; sino [que] se menosprecia. Y puede considerarse como un triunfo, en favor de la verdadera causa de la justicia.

    El estilo de estos libelos recuerda el propio y repugnante de los fundadores del protestantismo, que no puede leerse sin verdadera repulsión.

    Hemos querido dar comienzo a las Advertencias pastorales señalando a los libelos, para ocuparnos en las Advertencias siguientes de las razones excogitadas contra la publicación de Nuestra citada Carta pastoral.


    2.ª Normas de la Iglesia que regulan esta polémica para los católicos

    La Santa Iglesia tiene dadas Normas, a las que se ha de sujetar toda polémica, en defensa de los sagrados derechos y doctrinas que profesa.

    En su Encíclica «Rerum Omnium» de 26 de Enero de 1923, en que declara a San Francisco de Sales Patrono de todos los escritores católicos, el Sumo Pontífice Pío XI prescribe sapientísimas normas que deben ser recordadas frecuentemente.

    Dice el Santo Padre «que procedan a imitación de San Francisco de Sales, debiendo siempre guardar en la discusión, la firmeza, unida al espíritu de moderación, y la caridad.

    »El ejemplo del santo Doctor les traza claramente la línea de conducta: estudiar, con el mayor cuidado, la doctrina católica, y poseerla, en la medida de sus fuerzas; evitar alterar la verdad o atenuarla o disimularla, bajo el pretexto de no herir a los adversarios; velar sobre la forma y belleza del estilo, revestir y presentar las ideas con bello lenguaje, de modo que hagan la verdad atractiva al lector. Saber, cuando un ataque se impone, refutar los errores y oponerse a la malicia de los obreros del mal; pero de modo, que aparezca claramente que siempre se está animado de intenciones rectas, y que ante todo se obra con un sentimiento de caridad».

    No puede decirse nada, ni más concreto, ni más perfecto, que estas Normas que deben regular la polémica entre los católicos y sus enemigos.

    Esta misma doctrina la exponen, admirablemente, los Doctores católicos, uno de los cuales dice:


    «Oigamos lo que con celestial sabiduría afirma a este propósito el sabio y prudente Pontífice León XIII, en su notable Carta dirigida a los Arzobispos y Obispos de Milán, Turín y Vercelli, el día 25 de Enero de 1882:

    »»En causa tan grave y tan noble, conviene emplear igualmente un género noble y grave de defensa, más allá del cual no se debe pasar. Cierto que para aquéllos que diariamente defienden con la pluma la causa de la Iglesia Católica, es bello el franco e intrépido amor de la verdad; pero esto no obstante, es menester que ellos mismos se guarden de todo lo que racionalmente pueda desagradar a un hombre honrado; y que no se aparten jamás de la moderación que debe ser compañera de todas las virtudes. En este punto, ningún hombre prudente querrá aprobar la excesiva vehemencia del estilo, o el suscitar, con demasiada ligereza, sospechas contra alguno, u otra cosa que aparte de la justa reverencia y de los miramientos debidos a las personas».».


    Modelo y ejemplar perfecto, en sus polémicas, con sus antiguos correligionarios que se convirtieron en sus acérrimos enemigos, es el Cardenal Newman.

    La «Apología pro vita sua» tuvo origen en una controversia con el pastor y literato Charles Kingsley, muy popular en Inglaterra, en el siglo pasado, y cuyas obras estaban saturadas de odio contra la Iglesia Católica y sus ministros. El claro talento que poseía este escritor, iba, desgraciadamente, unido al arrebato y a la pasión, y bajo estos dictados escribió el artículo que había de dar en tierra con su fama y había de contribuir en cambio a levantar en mucho más la que el eminente Cardenal gozaba.

    En el artículo de que se hace mención, Kingsley acusaba a Juan Enrique Newman «de dar prueba de tan poca sinceridad en sus escritos, como la daban los miembros de la Iglesia de que había entrado a formar parte».

    Tamaña aseveración, tratándose de un hombre eminente, no podía pasar inadvertida e indujo a Newman a pedir al que la hacía, que «retractara sus palabras o probara sus cargos». De aquí se siguió una polémica en la que Kingsley se condujo con tanta destemplanza y falta de lógica, que acabó por incurrir en la desaprobación de los mismos protestantes, proporcionando a aquél la feliz oportunidad de producir una obra que abarca toda una vida y es llamada a gozar de la inmortalidad.


    3.ª Polémica reprobable de los enemigos de la Iglesia

    Cuán lejos, venerables Hermanos y amadísimos Hijos, están de guardar estas normas prudentísimas y sapientísimas, los enemigos de la Iglesia.

    Ofende a los piadosos oídos, el lenguaje que ordinariamente emplean en sus controversias insultantes y desconsideradas.

    Ved cómo reacciona un insigne apologista de nuestros tiempos, ante las aprensiones desconsideradas de los enemigos:


    «Nuestra conducta, en estas ocasiones, ha de ser mesurada por extremo, esforzándonos en traer razones sólidas y concluyentes, con que hagamos ver al que piensa de una manera diversa de la nuestra, lo errado de sus juicios, y evitando, con diligencia suma, todo género de injurias y de envenenadas sátiras que en nada han de mejorar el estado de la causa católica, y sí manchar no poco la pureza de nuestras almas».


    ¡Qué hermosos ejemplos los que nos legaron nuestros santos apologistas!


    «¿Por qué no amaríamos –dice San Francisco de Sales– a este carísimo enemigo, por quien rogó y murió Jesucristo? Porque debéis advertir que este Señor, en la Cruz, no rogaba sólo por aquéllos que le perseguían actualmente, sino también por los que le habían de perseguir después en nosotros, como lo declaró a Saulo con aquella voz: «¿Por qué me persigues?» (Act. Ap. 9, 4), lo cual no podía ni puede entenderse del mismo Señor, pues ya era impasible, sino precisamente de sus miembros que somos nosotros.

    »Esto no es decir que amemos los vicios, el odio ni la enemistad que nos tiene nuestro prójimo, pues todo esto desagrada a Dios y, por tanto, nos debe ser sensible a nosotros; sino es decir que debemos separar el pecado de la persona del pecador, y lo precioso de lo vil, si queremos ser como la boca del Señor».



    4.ª La Doctrina verdadera de la Iglesia es indestructible


    Ante la amenaza e insultos de los enemigos, venerables Hermanos y amados Hijos, debemos permanecer impasibles, sabiendo que defendemos la verdad y que ésta queda para siempre.

    Dichas fueron al Vicario de Jesucristo, aquellas palabras tan consoladoras: «Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán contra Ella». (Math. 16, 18).

    Eco de esta voz augusta, son las palabras del Pontífice, felizmente reinante, Pío XII, en su Carta al Presidente de los Estados Unidos, de 26 de Agosto de 1947:


    «Ciertamente S. E. y todos los defensores de los derechos de la persona humana, encontrarán una cooperación de todo corazón por parte de la Iglesia de Dios.

    »Fiel custodia de la verdad eterna y Madre amorosa de todos, desde su fundación, hace casi dos mil años, ha defendido al individuo contra el poder despótico, al hombre trabajador contra la persecución. Su misión de origen divino, a menudo la pone en conflicto con las potencias del mal, cuya única fortaleza se encuentra en su potencia física y espíritu brutalizado, y sus pastores son con frecuencia enviados al exilio o la prisión, o mueren entre torturas. Esto es historia contemporánea.

    »Pero la Iglesia no teme. No puede comprometerse con un enemigo declarado de Dios. Debe continuar enseñando el primer y más grande mandamiento que afecta a todos los hombres: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas», y el segundo, semejante al primero e incluido en él: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».

    »Su invariable mensaje es que el primer deber del hombre es para con Dios; después, para con su prójimo; que el hombre que sirve a Dios más fielmente es el que mejor sirve a su país; que el país que rechace la palabra de Dios, dada a los hombres a través de Jesucristo, no contribuye en absoluto a la paz duradera del mundo.

    »Al luchar, con todos los recursos a su alcance, para atraer a todos los hombres y las naciones a una clara comprensión de su deber para con Dios, la Iglesia seguirá ofreciendo, como siempre lo ha hecho, la más eficaz contribución a la paz del mundo y a la eterna salvación del hombre».


    Terminemos estas breves Advertencias pastorales con aquellas memorables palabras de San Francisco de Sales aludiendo al pasaje de San Pablo a Timoteo (2 Tim. 4, 2): «Predica la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, arguye, enseña, exhorta con toda paciencia y doctrina».


    «Toda la fuerza de esta lección del Apóstol estriba en las dos últimas palabras, con toda paciencia y doctrina. La doctrina significa la verdad, y ésta debe de decirse con paciencia, es decir, que es necesario sufrir el desprecio de ella y no presumir que siempre se recibirá con aplauso; porque así como el Hijo de Dios fue puesto por blanco de la contradicción, su doctrina, que es la de la verdad, debe estar sellada con el mismo sello.

    »El que quisiere enseñar a otros los caminos de la justicia, debe resolverse, primero, a sufrir las inconstancias y las injusticias, y, después, a recibir por premio de sus trabajos las ingratitudes.

    »Por lo demás, no debemos extrañarnos de que se cumplan en nosotros aquellas palabras que dijo el divino Maestro a sus Apóstoles en el momento de su despedida (Joan. 15, 18): «Si el mundo os aborrece, sabed que primero que a vosotros me aborreció a Mí». Y no olvidemos la exhortación de Nuestra Santa Madre la Iglesia que nos dice: «Roguemos por los que nos persiguen y nos calumnian».

    »Así cumpliremos la voluntad de Aquél que nos enseñó esta doctrina con su divino ejemplo».


    Sea prenda de las divinas bendiciones, venerables Hermanos y muy amados Hijos, la que os damos en el Nombre del † Padre y del † Hijo y del † Espíritu Santo.

    Sevilla, 23 de Junio de 1952.

    † PEDRO CARDENAL SEGURA Y SAENZ
    ARZOBISPO DE SEVILLA



    (Estas Advertencias pastorales serán leídas al pueblo fiel, según costumbre)
    Última edición por Martin Ant; 29/04/2018 a las 19:48

  11. #11
    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
    Fecha de ingreso
    07 nov, 12
    Mensajes
    2,714
    Post Thanks / Like

    Re: El Cardenal Segura y la defensa de la unidad católica española (1952)

    Fuente: Boletín Oficial Eclesiástico del Arzobispado de Sevilla, Número 1625, 10 de Agosto de 1952, páginas 446 a 459.


    INSTRUCCIÓN PASTORAL DE SU EMCIA. RVDMA.

    Sobre la tolerancia de cultos en España

    EL CARDENAL ARZOBISPO DE SEVILLA
    AL CLERO Y FIELES DEL ARZOBISPADO



    Venerables Hermanos y muy amados Hijos:

    Sentada la base firmísima de la Unidad Católica en España (cfr. B.O.E. del A., 10 junio 1952, núm. 1624), réstanos estudiar y definir sus grandes enemigos, que han ocasionado y están ocasionando graves perjuicios a las almas en nuestra Patria.

    Es el primer enemigo la llamada tolerancia de cultos, cuestión sobremanera delicada, sobre la que queremos exponeros los principios indiscutibles de la doctrina de la Santa Iglesia.


    Importancia de la cuestión

    Hablando de la tolerancia religiosa es necesario sentar, como principio, aquella afirmación del Papa León XIII, en su Encíclica «Libertas», de 20 de Junio de 1888:

    «En medio de tanta ostentación de tolerancia, son con frecuencia estrictos y duros contra todo lo que es católico; y los que dan con profusión libertad a todos, rehúsan a cada paso dejar en libertad a la Iglesia».


    Ésta ha sido la conducta que han seguido con la Religión Católica sus enemigos, en todos los siglos, y la que están siguiendo en los tiempos actuales.

    El gran Vázquez de Mella señalaba frecuentemente la importancia de esta cuestión, en sus discursos. En el pronunciado en Vich, el 10 de Marzo de 1903, decía:

    «Resulta sarcástico hablar de intransigencia y de intolerancia, ahora que los secuaces de las escuelas radicales y los de las escuelas doctrinales creen lanzarnos la suprema injuria llamándonos intransigentes, a los que no cedemos un ápice de los principios, en el orden doctrinal y en su aplicación a la conducta de la vida.

    »Es muy cómoda esta protesta contra la intolerancia y la intransigencia; pero, pedid al que la lanza que reflexione sobre lo que esas palabras expresan, y se examine a sí mismo; y veréis cómo él es tan intransigente y tan intolerante como nosotros. Y ¿sabéis por qué? Por las razones que indica Balmes, y por otras muchas que se pueden aducir, cuando defendía la intransigencia en las páginas de «El Protestantismo».

    »Pedid que transija la duda, con tal que no sea en la afirmación de sí misma; pero no pidáis que transija la certeza, porque se negaría a sí propia al intentarlo.

    »Las conquistas de nuestros enemigos no son sino transacciones nuestras».


    Y, en el artículo publicado en «El Correo Español» el 5 de Marzo de 1915, afirmaba:

    «Un pueblo no es una fuerza pública que manda sobre una manada social que obedece, ni una confederación de intereses y apetitos acampada sobre un pedazo variable del mapa. Un pueblo es un alma colectiva que cree [en] un ideal y que le ama, como un dechado que Dios y el tiempo han puesto delante de sus ojos, para que acerque a él su ser.

    »El espíritu y el carácter propios, efecto común de las creencias, de las razas y de las centurias, y sus influencias recíprocas, deben recoger las obras ajenas y modelarlas y asimilarlas según su manera de ser y no según la manera de ser de los extraños».


    Se ha hablado tanto, sin fundamento doctrinal, de la intolerancia religiosa en España, que es oportuno recordar las palabras de Menéndez Pelayo, quien sobre esto escribió:

    «Ley forzosa del entendimiento humano, en estado de salud, es la intolerancia: impónese la verdad con fuerza apodíctica a la inteligencia; y todo el que posee o cree poseer la verdad, trata de derramarla, de imponerla a los demás hombres y de apartar las nieblas del error que les ofuscan…

    »La llamada tolerancia es virtud fácil; digámoslo más claro: es enfermedad de épocas de escepticismo o de fe nula. El que nada cree ni espera nada, ni se afana ni acongoja por la salvación o pérdida de las almas, fácilmente puede ser tolerante. ¿Cuándo fue tolerante quien abrazó con firmeza y amor, y convirtió en ideal de su vida –como ahora se dice– un sistema religioso, político, filosófico y hasta literario?».


    Veamos, pues, venerables Hermanos y amados Hijos, de exponer con la claridad y brevedad posible, el concepto de la doctrina de la tolerancia religiosa.

    Y como complemento de la importancia que tiene en la Iglesia esta tendencia multisecular en España a la intolerancia religiosa, creemos oportuno citar las palabras del Papa Pío XII, felizmente reinante, dirigidas a tres mil soldados españoles, en 11 de Junio de 1939:

    «Nos consuela ver –dice el Sumo Pontífice– en vosotros a los defensores sufridos, esforzados y leales de la fe y de la cultura de vuestra Patria que, como os decíamos en Nuestro Radiomensaje, «habéis sabido sacrificaros hasta el heroísmo, en defensa de los derechos inalienables de Dios y de la Religión…

    »Recordamos aquellos días de amargura en que «la sombra de la Patria vacilante» –«Patriae trepitantis imago», en frase del poeta cordobés Lucano– os hizo comprender que España, sin hogares cristianos y sin templos coronados por la Cruz de Jesucristo, no sería España, aquella España grande, siempre valerosa, caballeresca y, más que caballeresca, cristiana. Y al resplandor de este pensamiento quiso Dios que brotaran de vuestro corazón generoso dos grandes amores: el amor a la Religión que os garantiza la felicidad del alma, y el amor a la Patria, que os brinda el bienestar honesto de la presente vida.

    »Estos dos amores han sido los que encendieron en vosotros el fuego del entusiasmo, lo mantuvieron vigoroso y lo llevaron, finalmente, con valor, al triunfo del ideal cristiano y a la victoria».


    Doctrina que en lo substancial reproducía en su Alocución de 18 de Noviembre de 1945, en la clausura del Primer Centenario del Apostolado de la Oración en Madrid:

    «Este celo –que es deseo ardiente alimentado por el amor y es ímpetu apostólico y es oración ferviente, en unión con la plegaria continua del Corazón Sacratísimo de Jesús–, tenía que arraigar necesariamente –dejadNos hablar así– en la entraña generosa del rico terruño español, dispuesto siempre para todo lo bueno y todo lo grande. Porque había sido ya celo la defensa de la integridad de vuestra fe en los siglos primeros, y celo después la Cruzada multisecular durante la dominación árabe y celo, finalmente, la epopeya gigante con que España rompió los viejos límites del mundo conocido, descubrió un continente nuevo y lo evangelizó para Cristo…

    »Vuestra Patria se ha salvado de la última hecatombe mundial; pero no por eso tendrá menos necesidad de vivir la vida del Apostolado, es decir, vida de amor, de mutua caridad, de oración común que hermana los espíritus, de devoción a aquel Corazón que es todo mansedumbre y misericordia, de celo apostólico que quiere ganar a todos para Cristo y especialmente a los hermanos extraviados».



    Tolerancia de cultos

    «La idea de la tolerancia –dice un insigne apologista moderno– va siempre acompañada de la idea de un mal, cualquiera que sea; y cuando aparece en el orden del pensamiento, supone un mal de la inteligencia: el error. No decimos tolerar la verdad, tolerar la virtud, sino tolerar los abusos, tolerar los errores…

    »Ser tolerante es, por tanto, soportar con paciencia una cosa que se juzga mala o errónea.

    »Hay que reparar, eso sí, en que la tolerancia no es lo mismo que la indiferencia. El indiferente ve con la misma igualdad el error y la verdad, el bien y el mal. Muy al contrario sucede al hombre que hace profesión de tolerante. Éste odia el error y ama la verdad, aborrece el mal y honra la virtud. No tolera el error en sí mismo (el error no tiene ningún derecho a la existencia y por consiguiente a nuestra tolerancia), pero, tolera el error en aquéllos que lo profesan a causa de su buena fe, de la que no debemos dudar sin motivo, o a causa de sus buenas intenciones que puedan ser excelentes.

    »Ésta es la definición de la verdadera tolerancia: odio invencible al error, unido al respeto profundo hacia el que yerra: «Interficite errores, diligite homines» (San Agustín)».


    En esta sencilla exposición basada en los principios más elementales de la razón, se contiene claramente explicada la improcedencia, desde el punto de vista católico, de la declaración de la tolerancia de cultos, principalmente en un pueblo que, como el nuestro, durante tantos siglos, ha vivido exclusivamente la Unidad Católica, con la cual se ha compenetrado su legislación, su conducta y su vida toda.

    El mal, en todos los órdenes, siempre es contagioso; y por esto se procura alejarle por cuantos medios están a nuestro alcance, para evitar las funestas consecuencias que se siguen de su proximidad.

    El mal fisiológico procura alejarse con toda rapidez y energía por medio de un aislamiento total, para evitar funestos contagios. ¡Cuánto más debe evitarse el contagio que produce la simple proximidad y el trato con los contagiados con el error y la herejía!

    Esto se observa constantemente en aquellas regiones donde han logrado establecerse agrupaciones anticatólicas. Ésta es la denuncia que constantemente se recibe de los sacerdotes encargados de la cura de almas en las parroquias. Pudiéramos copiar numerosas cartas que Nos denuncian este peligro gravísimo, suplicándonos una intervención rápida para evitar males tan graves.


    Tolerancia de cultos en España

    Puede decirse que con verdadera hostilidad, justificada por motivos gravísimos, se consideró siempre en España la tolerancia de cultos, que es el primero y más peligroso enemigo de la Unidad. Hasta tal punto prevalecía en España esta convicción que, aun en los mismos tiempos aciagos de la invasión francesa, establecían las Cortes, en la Constitución de 1812, que «la Religión de la Nación es y será perpetuamente la Católica, Apostólica, Romana, única verdadera. La Nación la protege por leyes sabias y justas y prohíbe el ejercicio de cualquier otra».

    Este mismo criterio se sostuvo en las Constituciones siguientes del siglo XIX.

    Con toda claridad se contiene esta misma doctrina contra la tolerancia de cultos en España, en el Artículo primero del Concordato vigente de 16 de Marzo de 1851, en que se dice: «La Religión Católica, Apostólica, Romana que, con exclusión de cualquier otro culto, continúa siendo la única de la Nación española, se conservará siempre en los dominios de S. M. Católica, con todos los derechos y prerrogativas de que debe gozar, según la Ley de Dios y lo dispuesto por los sagrados cánones».

    Fue necesario asestar a la Unidad Católica un golpe mortal, estableciendo por primera vez en España la tolerancia de cultos, por medio de la Constitución de 1876, rechazada enérgicamente en este punto por la Iglesia y mantenida por el espíritu liberal y antirreligioso de la época. Se prescribe, en el Artículo 11, la tolerancia de cultos en estos términos:

    «La Religión Católica, Apostólica, Romana es la del Estado. La Nación se obliga a mantener el culto y sus ministros.

    »Nadie será molestado en el territorio español por sus opiniones religiosas, ni por el ejercicio de su respectivo culto, salvo el respeto debido a la moral cristiana.

    »No se permitirán, sin embargo, otras ceremonias ni manifestaciones públicas que las de la Religión del Estado».



    La tolerancia de cultos, establecida en la Constitución de 1876, y la Iglesia


    Ha sido ésta, venerables Hermanos y amados Hijos, época en que se ha desoído la voz de la Iglesia, que enérgicamente ha venido protestando hasta nuestros días de la violación del Concordato vigente y del atropello cometido contra los derechos sacrosantos de la Iglesia.

    Son pocos, relativamente, los españoles que conocen el autorizadísimo Documento del Papa Pío IX, dirigido el 4 de Marzo de 1876, al Eminentísimo Cardenal Moreno, Arzobispo de Toledo, lamentando este grandísimo mal de la tolerancia de cultos:

    «Ha llegado a Nos Vuestra Carta junto con el ejemplar impreso de la exposición o postulación que habéis escrito en defensa de la unidad del culto católico en ese Reino, y que habéis presentado a los Supremos Consejos del Reino. Con extraordinaria satisfacción hemos leído tanto la referida Carta como el egregio documento que habéis publicado, lleno todo él de celo sacerdotal y de sabios, graves y nobles sentimientos, cual corresponde a quienes defienden una causa justa y santa; y hemos visto con consuelo cómo habéis prestado valerosamente un servicio, digno de vuestro ministerio pastoral, en orden a la verdad, a la Religión y a la Patria.

    »Por lo cual no podemos menos de tributar las debidas alabanzas, así a Vosotros como a toda esa católica Nación, la cual ha demostrado amar y llevar en las fibras de su corazón su unidad religiosa, hasta el punto de que en un idéntico celo por conservar esta unidad, se han coadunado y como rivalizado con común celo los Obispos y Clero de otras Diócesis y Provincias, ciudadanos principales, nobles matronas y otros fieles de todo orden, tanto mediante las demandas dirigidas a los Gobernantes del Estado, como con sus fervientes plegarias elevadas a Dios en público y privado.

    »Y esta esclarecida solicitud de todos coincide en un todo con Nuestros deseos y afanes, ya que nada deseamos tanto como el que no se introduzca entre vosotros el mal funesto de la disgregación de la unidad religiosa; y a ese fin, no hemos omitido, por razón de Nuestro cargo, de prestar con ahínco toda Nuestra ayuda y presentar Nuestros servicios ante quienes convenía hacerlo. Porque desde aquel tiempo en que, accediendo a las reiteradas peticiones que a Nos dirigiera ese Gobierno, enviamos Nuestro Nuncio a Madrid, dimos al mismo Nuncio el encargo de que por todos los medios tratase de conseguir de los Gobernantes y del Serenísimo Rey Católico el que se reparasen plenamente los daños inferidos a la Iglesia Española en los turbulentos tiempos de las revueltas civiles, y el que se mandase cumplir fielmente lo estipulado en el Concordato de 1851 y en Convenios posteriores adicionados al mismo.

    »Y puesto que en la Constitución del año 1869, al ser públicamente sancionada la libertad de cultos, se había irrogado una injuria gravísima a la Iglesia en ese Reino y al Concordato que tenía fuerza de ley, Nuestro Nuncio, tan pronto llegó a su Sede, puso todo su cuidado y esfuerzo, conforme al encargo recibido, en conseguir que se restituyese plenamente su fuerza al Concordato, rechazando totalmente cualesquiera novedades acerca de las cosas estipuladas en aquel Concordato que pudiesen ceder en detrimento de la unidad religiosa.

    »Al mismo tiempo, Nos juzgamos propio de nuestro cargo dirigirNos por Carta al Católico Rey, exponiéndole al mismo Nuestro sentir en esta materia. Mas, habiéndose divulgado en los periódicos españoles un prospecto y ejemplar de la nueva Constitución que iba a ser sometida al examen de los Supremos Órdenes del Reino, cuyo capítulo undécimo se refiere al establecimiento de la libertad o tolerancia de los cultos acatólicos, quisimos que inmediatamente Nuestro Cardenal Secretario de Estado, tratase de este asunto con el Legado de la Nación Española ante esta Santa Sede; y que mediante documento a él entregado, de fecha 13 de Agosto de 1875, se expusieran las justas causas de Nuestras demandas que en contra del referido capítulo Nos exigía el derecho y el cargo. Esta Santa Sede reiteró de nuevo las mismas precedentes manifestaciones en la contestación que juzgó deber hacer a algunas observaciones presentadas por el Gobierno Español, y Nuestro Nuncio en Madrid no dejó de gestionar esto mismo ante el Ministro de Estado, rogándole en sus conversaciones con él, que sus reclamaciones fueran inscritas en las actas públicas de su Ministerio. Pero aún ahora tenemos que lamentarNos vehementísimamente de que todas estas gestiones, tanto las realizadas por Nos mismo, como las llevadas a cabo por Nuestro Cardenal Secretario de Estado, como asimismo mediante Nuestro Nuncio en Madrid, hayan carecido del deseado fruto.

    »Ahora bien: Vosotros, amado Hijo Nuestro y Venerables Hermanos, con el fin de alejar de vuestra Patria el mal funesto de la citada tolerancia, con todo derecho y valentía habéis desplegado Vuestro celo y empleado Vuestras reclamaciones y propuestas. A estas reclamaciones y a las que han presentado los Obispos y la inmensa mayoría de los fieles de España, unimos una vez más también en esta ocasión las Nuestras; y declaramos que con el sobredicho capítulo –que pretende ser declarado ley del Reino– en virtud del cual se intenta conceder fuerza y poder de derecho público a la tolerancia de cualquier culto acatólico, sea cual fuere la forma de palabra con que se proponga, se lesionan totalmente los derechos de la Verdad y Religión Católicas, se deroga, contra todo derecho, el Concordato de esta Santa Sede establecido con el Gobierno Español, en su parte más querida y valiosa, y el Estado mismo se hace culpable de un grave atentado; y al error, que hasta ahora había tenido cerrado el paso, se le facilita el camino para atacar a la Religión Católica, y se amontona materia de funestos males en perjuicio de esa Nación, amantísima de la Religión Católica, la cual, al mismo tiempo que rechaza la libertad o tolerancia antedicha, con todo empeño y con todas sus fuerzas pide que se le respete incólume e intacta la Unidad Religiosa heredada de sus mayores que va estrechísimamente unida a los monumentos de su historia, a sus costumbres, a sus glorias patrias.

    »Mandamos que esta declaración Nuestra llegue, por vuestro medio, amado Hijo Nuestro y Venerables Hermanos, a conocimiento de todos; y deseamos que todos los fieles de España tengan el convencimiento de que Nos estamos totalmente dispuestos a defender ante vosotros, y a una con vosotros, la causa y los derechos de la Religión Católica, por todos los medios a Nuestro alcance.

    »Mas, rogamos a Dios Omnipotente inspire, a quienes rigen los destinos de esa Nación, saludables consejos, y les añada el poderoso auxilio de la gracia, a fin de que mediante él puedan cumplirlos felizmente con la gloria de su virtud y con salud y prosperidad de ese Reino. A este mismo fin, Vosotros también, amado Hijo Nuestro y Venerables Hermanos, proseguid, como ya lo hacéis, elevando constante y férvidamente vuestras súplicas a Dios, y recibid la Bendición Apostólica que amantísimamente os damos, en el Señor, a Vosotros, a la grey a vuestro cuidado confiada y a todos los fieles del Reino de España.

    »Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 4 de Marzo de 1876. De Nuestro Pontificado año trigésimo. PIO PP. IX».


    Esta doctrina la siguió sosteniendo la Iglesia, por medio de sus Prelados, hasta nuestros días, ya que es necesario distinguir la ley de la Unidad Católica vigente en España, de la legalidad impuesta por una ley dictada, sin poder competente, por la autoridad civil.

    Como en toda época de persecución, la Jerarquía de la Iglesia ha protestado siempre de la injusticia ante la fuerza del poder dominante, que urgía indebidamente el cumplimiento del Artículo 11 de la Constitución.


    La actual tolerancia de cultos en España

    Causa verdadera pena, al estudiar la tolerancia de cultos en nuestros días, observar la frialdad con que muchos católicos oyen hablar de este asunto y hasta la simpatía con que le miran.

    Debieran ponderar aquellas palabras gravísimas de Santo Tomás de Aquino (S. Th. Summ. th. 2.ª 2.ae, quest. 9 , art. 3): «Es más grave corromper la Fe, vida del alma, que alterar el valor de la moneda con que se provee a la vida del cuerpo».

    Múltiples y oportunísimos son los testimonios del Pontífice León XIII, sucesor del Papa Pío IX. En su Encíclica (29 Junio 1896) «Satis Cognitum» decía:

    «Es sin duda el deber de la Iglesia conservar y propagar la doctrina cristiana en toda su integridad y su pureza. Mas su deber no se termina en este punto; y el fin mismo para el que la Iglesia fue instituida, no se termina con esta primera obligación. En efecto, es por la salud del género humano que Jesucristo se sacrificó; es a este fin que Él ha dado todas sus enseñanzas y todos sus preceptos; y lo que Él ordena a la Iglesia de buscar en la verdad de la doctrina, es de santificar y salvar a los hombres.

    »Mas, este designio tan grande, tan excelente, la Fe, ella sola, no lo puede realizar, es necesario juntar el culto debido a Dios, en espíritu de justicia y de piedad, y que comprende sobre todo el Sacrificio divino y la participación de los sacramentos; más aún, la santidad de las leyes morales y de la disciplina.

    »Todo esto se encuentra en la Iglesia, porque Ella es la encargada de continuar, hasta el fin de los tiempos, los oficios del Salvador».


    Os recordamos, venerables Hermanos y amadísimos Hijos, las palabras autorizadísimas del Beato Papa Pío X, al Eminentísimo Cardenal Aguirre, en las que le decía: «Debe mantenerse como principio cierto que en España se puede siempre sostener, como de hecho sostienen muchos nobilísimamente, la tesis católica y, con ella, el restablecimiento de la unidad religiosa».

    Por estos testimonios se deduce la oposición de la Iglesia, hasta nuestros mismos días, a la tolerancia de cultos en España.

    Es más, tenemos un testimonio fehaciente, debidamente documentado, cual es el del Convenio entre el Gobierno Español y la Santa Sede, firmado por el Nuncio Apostólico y el Representante del Gobierno Español, en 7 de Junio de 1941, en el cual se estipula (núm. 9): «En tanto se llega a la conclusión de un nuevo Concordato, el Gobierno Español se compromete a observar las disposiciones contenidas en los cuatro primeros Artículos del Concordato de 1851», en el que se dice que «la Religión Católica, con exclusión de cualquier otro culto, continúa siendo la única de la Nación española. Y se conservará siempre en España, con todos los derechos y prerrogativas de que debe gozar, según la Ley de Dios y los sagrados cánones».

    Puestos estos antecedentes históricos indiscutibles, antes de proceder a estudiar la situación actual de la tolerancia de cultos en España, es necesario dejar bien sentado el principio doctrinal indiscutible que formula el autorizadísimo P. Villada, S.J., a propósito del Artículo 11 de la Constitución de 1876, en estos términos:

    «Es evidente y doctrina cierta y común en Teología, que no pertenece juzgar, autoritativamente y en última instancia, sino al Romano Pontífice, como juez supremo de la Moral, con la que directamente se relaciona, la solución de este caso de conciencia, que se reduce a preguntar si es lícito en tales determinadas circunstancias, conocidas públicamente o expuestas por los mismos gobernantes y otros que las conozcan, sancionar la tolerancia de las libertades modernas o liberales; y, por lo tanto, no son católicos, en el sentido estricto de que ahora hablamos, los que no reconocen o acatan la Autoridad de la Iglesia y del Romano Pontífice en esta materia.

    »El Sumo Pontífice Pío IX hizo uso de esta Autoridad en España el año 1876, como se dice en el Breve dirigido, el 4 de Marzo, al Eminentísimo Cardenal Moreno, declarando solemnemente que con el Artículo 11 de la Constitución quedaban lesionados los derechos de la verdad y de la Religión Católica y se conculcaba, en su parte más querida y valiosa, el Concordato de 1851 (Bol. Ecles. de Toledo, 24 de Marzo 1876)».


    Y llegamos al estudio del llamado «Fuero de los Españoles», Ley Civil, publicada en el «Boletín Oficial del Estado» el 18 de Julio de 1945, en cuyo Artículo 6.º, se dice: «La profesión y práctica de la Religión Católica, que es la del Estado español, gozará de la protección oficial. Nadie será molestado por sus creencias religiosas ni en el ejercicio privado de su culto. No se permitirán otras ceremonias ni manifestaciones externas que las de la Religión Católica».

    Disposición que viene a ser una reproducción en lo substancial del Artículo 11 de la Constitución de 1876. Ahora bien, cabe preguntar: ¿Qué fuerza legal tiene para los católicos españoles esta disposición de la autoridad civil? Y, se puede responder: Si esta disposición ha obtenido la autorización expresa y pública de la Santa Sede, será válida y deberá acatarse por los católicos españoles; pero hay motivos, más que suficientes, para dudar de esta aprobación expresa y pública.

    El argumento que puede oponerse es muy sencillo. Según el Artículo 9.º del Convenio-Concordato entre el Estado Español y la Santa Sede, «el Gobierno Español se compromete a observar las disposiciones convenidas en los cuatro primeros Artículos del Concordato de 1851», en cuyo Artículo 1.º se rechaza positivamente la tolerancia de cultos.

    Y cabe continuar el raciocinio afirmando: es así que con posterioridad al año 1851, no se ha llegado a ningún nuevo Concordato entre el Gobierno Español y la Santa Sede; luego está en todo su vigor la disposición que prohíbe la tolerancia de cultos.

    No se les podrá, por lo tanto, argüir de malos católicos a los españoles que, mientras no se demuestre de un modo expreso y público la existencia del nuevo Concordato, sigan manteniendo que no obliga a los católicos españoles la legalidad del Artículo 6.º del Fuero de los Españoles.

    Es cierto que se afirma –pero privadamente y sin notificación alguna que Nos conste que haya sido hecha al Episcopado español– que la Santa Sede dio su beneplácito al Artículo 6.º del Fuero de los Españoles. Tal notificación, al menos Nos, no la hemos recibido.

    Mas tratándose de un asunto de gravedad máxima, relacionado con la Fe católica, no es de presumir, si no se demuestra lo contrario, el hecho de la aprobación de la Santa Sede, que de palabra y por escrito se repite con tanta frecuencia.

    Advertid, amadísimos Hijos, las palabras gravísimas con las que el venerable Pontífice Pío IX, tratando de la tolerancia de cultos, decía: «Se lesionan totalmente los derechos de la verdad y de la Religión Católica, se deroga, contra todo derecho, el Concordato de esta Santa Sede establecido con el Gobierno Español, en su parte más querida y valiosa» (Pío IX al Cardenal Moreno, 4 Marzo 1876).

    Mucho sería de desear, para la tranquilidad de las conciencias, no poco perturbadas con este motivo, una declaración oficial que pusiera término auténticamente a cuestión tan grave y tan trascendental.

    Esto es, venerables Hermanos y amados Hijos, lo que teníamos el deber estricto de manifestaros, protestando, una vez más, de Nuestra sumisión total, incondicional y rendidísima a las indicaciones todas de la Santa Sede, en Nuestro nombre y en el de esta Archidiócesis que por mandato suyo hoy regimos.

    Prenda de las bendiciones que sobre todos imploramos, sea, venerables Hermanos y amadísimos Hijos, la que os damos en el Nombre del † Padre y del † Hijo y del † Espíritu Santo.

    Sevilla, 4 de Agosto de 1952.

    † PEDRO CARDENAL SEGURA Y SAENZ
    ARZOBISPO DE SEVILLA



    (Esta Instrucción pastoral será leída al pueblo fiel, según costumbre)

Información de tema

Usuarios viendo este tema

Actualmente hay 1 usuarios viendo este tema. (0 miembros y 1 visitantes)

Temas similares

  1. Responsabilidades por la pérdida de la unidad católica española
    Por Martin Ant en el foro Política y Sociedad
    Respuestas: 38
    Último mensaje: 16/11/2024, 12:50
  2. Respuestas: 35
    Último mensaje: 08/10/2020, 00:28
  3. Respuestas: 7
    Último mensaje: 08/07/2018, 17:34
  4. Argumentos para la defensa de la unidad de España
    Por Trifón en el foro Tablón de Anuncios
    Respuestas: 22
    Último mensaje: 30/09/2017, 23:35
  5. Unidad católica española: Rafael Gambra vs. Jaime Campmany
    Por Martin Ant en el foro Política y Sociedad
    Respuestas: 4
    Último mensaje: 26/06/2016, 17:00

Permisos de publicación

  • No puedes crear nuevos temas
  • No puedes responder temas
  • No puedes subir archivos adjuntos
  • No puedes editar tus mensajes
  •