Fuente: Montejurra, Número 57, Enero 1971, páginas 22 – 23.
SIETE PUNTOS DE UN CONGRESO
EVOLUCIÓN
Los cambios profundos de la sociedad y de la formación de los pueblos, debidos, fundamentalmente, al avance del progreso y de la técnica, hacen que padezcamos una fuerte crisis, tanto en el orden humano como en el económico-social; crisis más acusada por la ausencia de espíritu cristiano. Esta ausencia es consecuencia de que una determinada clase, compuesta por grupos oligárquicos, económicos e ideológicos, se haya erigido en propietaria y administradora de los valores del cristianismo casi en exclusiva, impidiendo que el paso irremediable de una sociedad estamental y monolítica a una sociedad pluralista y de libertad, se haga por vía cristiana y no marxista.
El Carlismo no puede estar ajeno a esta evolución porque, precisamente, su principal característica ha sido evolucionar.
De Carlos V a Carlos VII, de Jaime III a Alfonso Carlos I y hasta estos momentos, toda la vida del Carlismo está marca por una intensa vida política, por una intensa evolución. De las guerras civiles del siglo pasado, a las luchas de principios de este siglo con los sindicatos libres carlistas; de nuestra participación en el Alzamiento, a mi total negativa a unirnos al fascismo; del enfrentamiento con el totalitarismo, a la supervivencia dentro de un régimen de represión política y a la vuelta de un periodo activo de politización; todo fue evolución, todo fue cambio.
La permanencia del Carlismo no podría explicarse sin esta constante evolución, y sin una autoridad responsable que garantiza esta evolución conforme a sus principios básicos de busca de justicia social y de libertad política.
El Carlismo, que mantiene sus principios y sus fundamentos políticos, sigue necesitando evolucionar y ponerse al día. Ésta ha sido nuestra principal tarea en estos diez últimos años.
Tarea difícil, pues, mientras en unos producía escándalo por creer íbamos a un progresismo de tipo liberal, en otros, la juventud, aparecía la impaciencia porque esta evolución era lenta. Aquí estaban los riesgos. Si el Carlismo quería subsistir y cumplir su misión junto con el pueblo español, tenía que correr estos riesgos. Yo asumí, como en otras ocasiones, toda la responsabilidad.
En toda su historia, en los momentos de gran desarrollo del Carlismo, siempre surgieron detractores, con un pretexto u otro… Cuando no era dinástico, era ideológico, erigiéndose ellos, por sí y ante sí, en definidores de doctrinas contra el Rey, contra el Pueblo, que siempre marcharon al unísono. Estos falsos definidores consiguieron, en algunas ocasiones, presentar una imagen equívoca del Carlismo. Algunos tienen la osadía de lanzar condenas rememorando formas antiguas y caducas. Son los que hubieran condenado a Carlos VII o a Jaime III en su tiempo. Su actitud es farisaica, pues se quedan solamente con cosas accesorias y circunstanciales.
Pero el llamarse Carlista y hablar en nombre del Carlismo no es un derecho que se puede uno otorgar a sí mismo, sino que es un compromiso con una lealtad y una disciplina. Lealtad a mi Dinastía, que lleva consigo disciplina a los representantes del Carlismo. El que rompe constantemente esta disciplina es porque realmente ha roto su lealtad. Y, por tanto, no se puede llamar Carlista.
Los que tenemos la experiencia de haber luchado constantemente en defensa de los valores cristianos, sabemos muy bien a dónde conducen ciertas actitudes de intransigencia y defensa de principios erigidos en dogmas: a la mayor deserción y cobardía, con una entrega final de los altos valores a los grupos poderosos para que especulen con ellos.
Además, los valores de que es portador y defensor el Carlismo, no son suyos en exclusiva, pertenecen al pueblo. Pero, para que estos valores sean permanentes y aceptables, deben evolucionar constantemente, promoverlos conforme lo exijan las necesidades y los tiempos. El inmovilismo sería la muerte, y eso es lo que esperaban muchos de los que se titulan «guardianes» de la pureza y del dogma.
No es extraño que otra vez se desprendan algunos de nuestras filas, porque les faltará la fe. Pero habrá, y la hay cada vez más, una constante incorporación del pueblo español cuando, con nuestra presencia política, vea la solución ampliamente nacional que representa el Carlismo, porque será la mayor posibilidad de asegurar a nuestra querida patria el orden, la prosperidad, la justicia y, con ésta, el bien social mayor para todos: la paz.
El Carlismo se perfila como una solución de hoy y de futuro. Para ello debemos presentar un Carlismo posible. La evolución es una necesidad. Evolución nuestra y de la sociedad actual, ya que ésta no responde en absoluto a los principios de justicia y de libertad.
A fin de que todos sepan cuál es la línea política actual y no queden dudas, voy a exponer mi pensamiento político.
REVOLUCIÓN SOCIAL
En la evolución constante del Carlismo, en sus diversos intentos por resolver la problemática española, con un sentido de justicia y de libertad, algo hubo permanente: la constante búsqueda de un pueblo, junto con su dinastía, de unas estructuras que permitieran a la sociedad resolver sus problemas por un mecanismo democrático; devolver a la sociedad su poder de autogobernarse. Es realmente revolucionar el planteamiento político actual, para que sea acorde con una concepción comunitaria de la vida pública.
La concepción carlista de la Revolución Social se opone, tanto a la revolución individualista capitalista, como a la colectivista comunista; fuerzas que hoy se adueñan de la sociedad mundial, quedando entre ambas una revolución latente, que es la social, y que puede además ser pacífica.
Hay que reconocer, sin embargo, que cada una de estas fuerzas presentan unos valores, y han recorrido experiencias interesantes. Tanto una como otra han aportado valiosos elementos políticos al mundo actual, aunque no podamos aceptar ninguna de las dos interpretaciones en su totalidad: la interpretación capitalista, porque no concebimos la defensa de la libertad individual como única base de la justicia social; la comunista, porque no concebimos la defensa de la justicia social sin la de la libertad.
En el transcurso de la historia contemporánea hemos podido ver que el paso de una sociedad monolítica y clasista a una sociedad pluralista, en la mayoría de los casos ha sido empujada por revoluciones violentas; pero hoy nos encontramos, en plena metamorfosis del cambio, con el trasfondo económico de una sociedad de consumo.
La Revolución Social que propugnamos, necesaria, pretende que las estructuras de la sociedad deben ser de representación diferenciada, tanto de las realidades ideológicas, como laborales y regionales.
Una Revolución social, con la invasión del campo de la cultura y de la investigación por el pueblo. Éste será el signo de la nueva sociedad: la promoción del pueblo en la política, en las ciencias, en la cultura, con una amplia libertad y sentido democrático de la propiedad de estos bienes.
Integración de todos en los derechos y en la igualdad de oportunidades en materia de decisión política.
Ésta es nuestra Revolución Social.
EL PACTO
Si somos y nos llamamos demócratas, es porque siempre hemos definido nuestra Monarquía como popular y sostenida por el pueblo. Mediante el Pacto, renovado entre la Corona y el Pueblo, éste delegaba parte del poder en aquélla, y ambos se comprometían a la defensa de las libertades sociales más sagradas. Hoy tenemos que saber dar una fórmula viva y actual a este Pacto, que es conciencia democrática, conciencia viva del pueblo, expresado en las inquietudes y en los problemas de hoy. El Pacto debe estar fundamentado en estas tres grandes libertades: Libertad Política, Libertad Regional y Libertad Sindical. No se cambia nada. Se perfecciona. Se avanza en la dinámica política.
El diálogo es parte consustancial del Pacto. Sin diálogo no puede formularse pacto. Pero el diálogo no es posible con los que niegan los principios de justicia y libertad.
El Carlismo dialogará con todos aquellos grupos que sean portadores de soluciones basadas en los derechos de la persona, y de estos principios de justicia y libertad, para iniciar la reconquista de la sociedad, haciendo posible la promoción de todo el pueblo en esta tarea.
Mi responsabilidad es grande. He oído personalmente a la mayoría de los dirigentes del Carlismo, y a gran parte del pueblo Carlista, en su diversidad intelectual y popular. Y hoy, en esta importante etapa de la vida nacional, he tomado la decisión de llevar al Carlismo por caminos de una acción política clara y en consonancia con los tiempos, con el sentir de un pueblo que pide justicia, y con el sentir, en el orden espiritual y moral, de una Iglesia atenta a las realidades sociales, y dispuest[a] a la conquista de las almas por el camino del diálogo y de la apertura.
He aquí la primera parte del pacto. Ahora vemos al Pacto Social y político con el pueblo español a través de aquellos grupos que persiguen estos mismos fines.
EL PODER
Nuestra meta es el poder político. Parecería simpleza el repetirlo si no fuera porque algunos pretenden decir que el Carlismo tiene otras finalidades distintas. Lo repetimos, pues, porque siempre fue el poder político el fin por el que luchó el Carlismo.
Mis antecesores, los Reyes Carlistas, no conquistaron este objetivo porque perdieron las guerras que el pueblo hizo para ello. Pero su objetivo no era otro. Hoy sigue siendo nuestra meta.
Pero no se trata de conquistar el poder por el poder, sino de crear las estructuras nuevas de libertad que permitan devolver a la sociedad su poder de autogobernarse.
Vemos también que estos caminos no se recorren armónicamente sin un gran entusiasmo popular, por una parte, y sin una gran autoridad moral con un liderazgo político dinámico, por otra.
Muchas resistencias se tendrán que vencer; muchos intereses creados; muchas incomprensiones; mucho miedo.
LA LIBERTAD
Defenderemos la libertad porque el hombre es portador de ella. La libertad es atributo del hombre y su derecho más sagrado. Pero esta libertad no debe quedar plasmada solamente en una teoría del derecho, como muchos pretenden. Debe ser real y efectiva, pragmática, con todas sus consecuencias. Los políticos tenemos la responsabilidad de abrir los cauces naturales por donde debe discurrir.
El miedo a la libertad es el dique que frena momentáneamente esta promoción, pero que terminará, si antes no se abren los cauces, desbordando y arrollando el sistema que engendra este miedo. Por eso rechazamos las soluciones políticas de «primero, el orden público», porque mantienen la violencia de la represión como único remedio a la violencia de la injusticia. Sostienen situaciones inadmisibles, tanto desde el punto de vista moral como desde el punto de vista de prudencia política. Mantienen, así, una guerra civil latente, justificación de un Estado cuya principal función es la represión.
No existe antítesis más profunda de una concepción cristiana de la vida, que la de un Estado totalitario o de fuerza, sea de signo comunista (en que el hombre es propiedad del partido), sea de signo fascista (en que es propiedad del Estado), sea de signo capitalista (en que es propiedad de los grupos de presión económico-políticos). Estas tres fórmulas reducen realmente a la inmensa mayoría de los ciudadanos a ser meros individuos, sin participación ni responsabilidad. Es decir, sin libertad, sin patrimonio social. El Carlismo proclamó siempre la liberad política. La proclamó y la defendió para que fuese auténtic[a], y dentro del exponente que el hombre marcaba según el fundamento de sus derechos. Hoy la libertad política, que es la que más escandaliza a algunos, aparece como más consustancial que nunca con el hombre y con los pueblos.
ESTRUCTURAS DE LIBERTAD
Como en otras ocasiones lo he hecho, y lo ha hecho mi Junta Suprema y las demás autoridades del Carlismo, volvemos a exponer los cauces de la libertad para poder llevar a cabo la estructuración de la sociedad.
Si la iniciativa de promover los cambios de estructuras políticas, con la formación y participación del pueblo, está reservada principalmente al partido político; y el de llevar la responsabilidad de las decisiones económicas, al mecanismo sindical; la responsabilidad en el campo de interpretación y aplicación de las leyes en la sociedad recae, principalmente, sobre el municipio y sobre la región. Como consecuencia establecemos las siguientes bases:
1,ª Pleno reconocimiento y respeto a la personalidad de los diversos pueblos que forman la nación española. Su libertad será la vía de su promoción, tanto de aquéllos que tienen ya una personalidad acusada, como de los que siguen sometidos a la presión de un silencio impuesto y desplazados de la vida pública. Proponemos la federación de los pueblos en una unidad de Repúblicas Sociales, presididas por la Corona.
Los Reyes de mi Dinastía no concedían fueros o libertades; los reconocían. Cuando los reyes carlistas juraban los fueros, no era meramente una promesa de no interferir en los asuntos internos de los pueblos. Se comprometía el Rey, como poder político, a ser el defensor del fuero contra cualquiera y, en primer lugar, contra la misma administración central. Carlos VII se definía, a este respecto, como el Rey de las Repúblicas Españolas, es decir, como el que daba su garantía de libertad y de autonomía a las estructuras regionales del país.
2.ª El mundo del trabajo debe tener sus cauces libres de representación para que, a través de él, pueda participar en todas las decisiones socio-económicas. Es la libertad sindical la que abrirá este cauce, estableciendo su propia constitución y fuero, evitando las interferencias del poder y de los grupos oligárquicos.
3.ª La libertad política, como derecho inalienable de la persona, debe tener su cauce de representación, abriendo también un campo de actuación a las ideologías debidamente organizadas, evitando quede en una fórmula teórica que sólo sirva para frenar el ansia y el derecho de los españoles.
En el mundo de las ideologías es donde el hombre se mueve con más impaciencia y personalidad. Negar esta realidad sería atentar contra un derecho natural del hombre. Las reglas que marquen el ordenamiento para el quehacer político deben ser la base de una constitución orgánica que dé cabida a los grupos ideológicos o partidos políticos, con la misión de formar, promover y encauzar la intervención del pueblo en las tareas políticas.
Así, podemos concebir un triple sistema de fueros o libertades: los fueros de las regiones, los fueros de los sindicatos y los fueros de los partidos políticos.
Un triple sistema de república que corresponde a las tres principales etapas de la vida del hombre: la de su convivencia dentro de un marco territorial o regional; la profesión o sindical; y la ideológica o de partidos políticos.
Tres campos de responsabilidad: el de la administración del poder político; el de las decisiones socio-económicas; y el de la promoción política.
Esta triple representación, esta triple democracia, esta triple responsabilidad, es lo que considero como lo más importante de nuestra aportación a una construcción doctrinal, y encontrarán su coordinación y equilibrio en las Cámaras.
Sobre estos tres grandes ejes, el Carlismo dará al pueblo español un proyecto político, posible y aceptable, para que, con el ejercicio de la plena libertad, polarice adhesiones y se construya, con una gran corriente de la opinión nacional, la solución que conduzca a la Revolución Social pacífica. Solamente ésta frenará al Capitalismo egoísta y explotador, por un lado, y neutralizará la acción filosófica de un marxismo materialista arrollador que no encuentra hoy barreras.
A fin de formular una doctrina actual y profundamente estudiada sobre esta temática esencial, deseo que se trabaje en el Carlismo. Esta labor intelectual no está reñida con la marcha hacia el poder político, sino que va vinculada a ella.
El formular una doctrina política nueva no se puede hacer sin la colaboración de muchos hombres que no pertenecen a nuestro partido. De este estudio comunitario surge una enriquecedora vinculación entre tendencias políticas, y la posibilidad de una doctrina de alcance general.
LA MONARQUÍA
Para realizar y llevar a cabo estas estructuras de la sociedad, es necesario definamos el carácter de nuestra Monarquía; la forma de gobierno que proponemos.
Monarquía social, democrática y abierta a la evolución que nazca del Pacto Social entre la Corona y el Pueblo.
Aquí la Monarquía es una sola concepción, un solo cuerpo: Rey-Pueblo. El pueblo está eligiendo continuamente a su representante en el ejercicio democrático de su libertad. El pueblo es elector, no mediante un sufragio universal ficticio, sino en un sufragio a través de los pactos que se formulan en los estados republicanos de los países, sindicatos y partidos políticos.
Rechazamos fórmulas de imposición y de teocracia que simulan una legitimidad. La legitimidad de ejercicio se adquiere con el pacto; y el pacto se formula de mutuo acuerdo, sin coacciones ni imposiciones. La legitimidad de la sangre se tiene y se convalida con el ejercicio democrático.
Si en este proceso la Monarquía se consolida, y tiene la adhesión del Pueblo, es porque es válida.
Ésta es la razón de la Monarquía. Con esta definición, para algunos puede parecer menoscabado su concepto, cuando, en realidad, es lo contrario. Fue cuando la Monarquía se opuso al progreso de los pueblos, cuando perdió su razón de ser.
F[rancisco] J[avier]
Fuente: ARCHIVO BORBÓN PARMA. ARCHIVO HISTÓRICO NACIONAL.
(Los subrayados son del original)
Carta de Ignacio Romero Raizabal a Don Javier
20-XII-1970
Señor:
Mi más sincera y cariñosa felicitación de Navidades y para el Año Nuevo, que al enviársela de todo corazón a V.M. hago extensiva a toda la Familia Real. Y ésta vez, a Dios gracias, sin el contraste de la nube de negra antipatía que nos empañó, dos inviernos atrás, a los carlistas, la Noche más alegre del año, en la que todos deseamos ser buenos como cuando éramos niños.
En realidad mi carta se debiera limitar al párrafo anterior, pues no son días estos para literatura epistolar de otra especie. Lo único, por lo tanto, que podrá disculparme al alargarla, es que me ciña al tema. Y que procure ser los más breve posible.
Siguiendo la costumbre, he mandado la semana pasada algunas felicitaciones. Simplemente en tarjetas de visita, con las frases de rúbrica. Entre otros, a la Familia Baleztena, a Zamanillo y a Valiente. A Zamanillo, al que no he vuelto a ver desde… entonces [1], y que este año no me felicitó el día de mi Santo por vez primera, le mandaba simplemente un abrazo “con el mismo cariño de siempre”. Hará diez días, cuando menos, y no me ha contestado. A la Familia Baleztena éste texto: “Mi cordial felicitación de Pascuas y Año Nuevo, mi querido Joaquín, a ti y los tuyos, en un abrazo… y que no tome Lola [2] a mal mi… “prudente” silencio”. Subrayaba la palabra prudente, pues la carta que me escribió, y cuya copia mandé al Señor, no tiene una contestación, cuando menos amable. Tampoco han respondido. Y a Valiente le escribí esto: “Un abrazo de felicitación de Pascuas y Año Nuevo con más cariño y con mayor tristeza que en otras ocasiones”. Y éste me contestó a vuelta de correo. Me dice: “Querido Ignacio: Recibo tu tarjeta de felicitación de Pascuas y Año Nuevo. También yo te deseo muy feliz Navidad y Año Nuevo, y muchos años nuevos y felices en la paz del espíritu. Pido a Dios que me mantenga en tu amistad con más cariño que en otras ocasiones, y con menos tristeza. Creo comprenderte y espero que tu llegues a comprenderme a mí, y que nuestra antigua amistad vuelva a ser plena y confiada. Lo pido a Dios de todo corazón...…. Recibe un cordial abrazo de tu siempre buen amigo...... José Mª” . Me da la sensación de que no ha comprendido bien mi carta, y estoy deseando de que salga lo de “El prisionero de Dachau…”, para que la entienda del todo. Aunque la que le ha escrito Pilar [3] creo que le abra los ojos de golpe. ¡Y tan de golpe! En cambio José Luis los habrá cerrado de rabia al recibir la suya. Cómo escribe esa… Mosquetera del Rey!
Solo me queda ya lo de Raimundo. Ya le dije a Don Carlos, y a Pepe Zavala, el Día de la Virgen en Valcárlos, que le encontré “asustado” el día anterior, al despedirnos. Eso les va a pasar a muchos, como me pasó a mí antes. Y por eso, en mi tarjeta de felicitación le añadí que había sentido que no hubiese estado conmigo en mi conversación, al otro día, con V.M., pues se hubiese tranquilizado totalmente. Y a eso me ha contestado, en otra tarjeta de visita, lo siguiente: “Querido Ignacio: No me quedé el día de la Inmaculada, porque llevaba ya dos allí. De todas formas me alegro mucho del aliento que me das, porque volví firme, pero algo deprimido. También de corazón te deseo unas felices Pascuas y año nuevo.” Y a esta tarjeta suya le he contestado ayer con una carta, cuya copia incluyo. Me interesa y me urge, por lo tanto, rogar a V.M. que informe a Don Carlos y a Pepe de la buena postura de Raimundo, pues les pude inquietar al transmitirles mis temores, posiblemente con precipitación por mi parte. Y en plan de regalo de Reyes también incluyo para el Príncipe y para el Secretario General, dos hosas [4] de un montón que no sé de dónde ha sacado Angel Alberdí y que estoy repartiendo. La otra, naturalmente, es para V.M. No son reproducciones; son de hace 4 años.
Señor
Con mi cariño y adhesión de siempre en aumento
A los R.P. de V.M.
Ignacio [firmado]
Copia de la carta a Raimundo de Miguel
20-XII-1970
Sr. Don Raimundo de Miguel
Madrid.
Querido Raimundo: Me alegra tu tarjeta de rebote a la mía, y me viene muy oportuna para irme más contento a San Sebastián a pasar estas fiestas próximas. Pero a propósito de las oscilaciones que es natural que acuse la fina sensibilidad del barómetro del carlismo, quiero decirte “algo” que a caso venga a cuento. O que a mí me parece que viene.
Así como sentí –y bien de veras– que el Día de la Inmaculada no estuvieses presente en la conversación que tuve con el Rey, que hubiese disipado tu amargor de boca de la víspera, siento también ahora no poder extenderme por mi falta de tiempo en especificarte esa conversación, pues tengo que atar una porción de cabos antes de irme, y me iré, D.m., pasado mañana. Solo puedo decirte que me impresionó fuertemente su humildad, su valentía y su sentido de la responsabilidad. Y que salí creyendo a pie juntillas, casi de un modo material, en la Gracia de Estado. Pero no es éste el “algo” de que me interesaba hablarte.
Cuando me preguntó mi parecer, y se lo expuse, ¿sabes lo que me contestó? Pues que tampoco le gustaban a él ciertas cosas, que es lo mismo que oí luego a Don Carlos. Me dijo más: que le preocupó mucho, antes de decidirse, pensar si Don Alfonso Carlos hubiese empleado hoy algunas de esas expresiones. Y aquí hago una corte de argumentos 1971 en adelante, para meterme de rondón en el “algo”.
Después de un viaje a Méjico hace una pila de años –más de 20– solía recibir, sin poder enterarme de quien me lo mandase, la edición de “El Socialista”, en papel biblia, con el discurso de Indalecio Prieto del 1º de Mayo. Es curioso, pero en todos esos discursos hablaba siempre del carlismo y de los carlistas. Pues bien; en uno de ellos, con habilidad y amargura, a raíz de la audacia que tuvo Pío XII de instituir la Fiesta, el 1º de Mayo precisamente, de San José Obrero, acusó el golpe, pues le dolió que hiciera impacto y se utilizara un compás exclusivo hasta entonces del pasodoble socialista.
Y éste es el “algo” al que me referí. Cuando en el Cerro de los Ángeles oí que utilizaba el Rey aquella frase de Carlos VII de que no daría ni un paso más acá ni más allá que la Iglesia, no me gustó ni un pelo. Me parece que es del Manifiesto de Morentín, y que fue una de las “razones importantes” del Integrismo… a 15 años de distancia. Como temía, tomaron pie de ello los inconformes en “¿Qué Pasa?” para agruparse en su inconformidad. Hoy, sin embargo, esa fórmula de Carlos VII que Don Javier ha comprendido y que practica mucho primero y mejor que yo, me parece perfecta. ¿No nos ocurrirá lo mismo con ... lo otro?
Unos días atrás escribí sobre el mismo tema a Ildefonso Sánchez Romeo. Le decía que en principio me repugnaron las novedades que pudiéramos calificar de religiosas, desde los curas que no vistan de curas y las misas en castellano, que no te dejan ni un minuto para reconcentrarte, hasta… bueno, hasta eso de la fraternidad con herejes y ateos; pero que hoy con lo único que no transijo –ni transijiré nunca– es con que me quieran minimizar la Eucaristía o las prerrogativas de la Santísima Virgen. Lo demás –casi todo lo demás– puede quedarse en “modos”, en su acepción de no afectar a la esencia del ser, y, al fin y al cabo, masculino de “modas”. Algunas tan ridículas –o, mejor, tan graciosas– como que dé la mano el celebrante al monaguillo para desearle la paz. Y en lo que se refiere a la cosa política nuestra, me viene sucediendo algo muy semejante; ya no me asustan muchas cosas que empezaron por inquietarme, algunas de las cuales no es que no me repugnen, sino que he concluido por admitirlas con naturalidad. O con tranquilidad, para ser más exacto. Y estoy seguro de que tu, que también eres padre de familia, me entenderás perfectamente.
Perdóname la murga, pero soy un pelmazo, hijuco, y no lo puedo remediar. La hojita que te incluyo –¡pobre José Mª! – también me vale de argumento para seguir firme en la brecha aunque no estuviera conforme (que lo estoy en el fondo y… ¿por qué no en la forma?) ante el horror de poder resbalar y caer en el grupo de los inconformistas, que solo están conformes en la inconformidad.
Un fuerte abrazo
Ignacio Romero [firmado]
[1] Nota mía. Presumiblemente se refiera Ignacio Romero Raizábal al acto de nombramiento de Juan Carlos como sucesor de Franco el 22 Julio de 1969. José Luis Zamanillo se adhirió inmediatamente a Juan Carlos, rompiendo definitivamente con la dinastía legítima española.
[2] Nota mía. Dolores Baleztena.
[3] Nota mía. Pilar Roura Garisoain.
[4] Nota mía. En el original aparece “hosas”. ¿Querrá decir “hojas”?
Última edición por Martin Ant; 08/07/2018 a las 19:10
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