Fuente: Terrorismo Internacional, Luis M. González Mata, Librería Editorial Argos, Barcelona, Mayo 1978, páginas 309 – 332.
CAPÍTULO XXVIII
OPERACIÓN OGRO
«Si el Almirante Carrero […] hubiera considerado la posibilidad de que el mejor servicio de España podría reclamar su vida […] en aceptar con ánimo sereno el trágico y hermoso destino de morir a manos de los enemigos de la Patria». (Carlos Arias Navarro, ante las Cortes, el 12 de Febrero de 1974).
«Asume la responsabilidad del atentado que ha producido la muerte del señor Luis Carrero Blanco». (Comunicado n.º 1 de ETA, fechado el 20 de Diciembre de 1973).
No dudo de que el lector se sentirá extrañado al encontrar incluido el caso de Carrero Blanco en el estudio del terrorismo de Estado. ¿Cómo, en efecto, de acuerdo con la definición que he propuesto de dicho terrorismo, se puede considerar como tal una acción de la ETA? ¿Es que para el autor la ETA es un Estado? ¿O quiere negar la participación de la ETA en el atentado que costó la vida del Almirante? Puede que el autor, acusado ya otras veces de delitos semejantes, pretenda hacernos creer que la ETA servía a un Estado, o, lo que sería aún peor, que servía al Estado español…
Todas estas y otras preguntas que con seguridad habrán acudido a su mente al leer el encabezamiento del capítulo, reciben idéntica respuesta: no. No, nada en el análisis que sigue deja entrever que yo considere a la ETA como un Estado. No, la participación de la ETA en el caso es más que patente. No, la ETA no servía –al menos voluntariamente– a ningún Estado. No, la ETA no servía –al menos voluntariamente– al Estado español.
Y, sin embargo, a despecho de las anteriores y rotundas negativas; a despecho de la actuación de la ETA, es evidente que el asesinato de Carrero Blanco fue un caso típico de terrorismo de Estado…
La participación directa y decisiva en la Operación Ogro del aparato estatal de un país extranjero, así como la participación directa de elementos paraestatales españoles, que serán evidenciadas en este capítulo, corresponden perfecta y lógicamente a la estrategia neoimperialista, al Nuevo Orden Político Mundial, puesto en aplicación por los teóricos del Grupo Trilateral [1], y que requiere como condición sine qua non la eliminación de todos aquéllos que suponen una rémora o un freno a sus planes en los campos político y financiero. Dado que nuestro objetivo presente consiste en demostrar cómo los intereses momentáneos de un Estado y los de la ETA pudieron coincidir en el caso de Carrero Blanco, nos limitaremos a presentar los elementos de prueba necesarios. Demostraremos también que, a pesar de la sinceridad de los militantes de la ETA, sin la complicidad tácita de elementos paraestatales españoles, la Operación Ogro no se hubiera consumado.
Sólo quedará sin respuesta un doble e importante interrogante:
1) ¿La Operación Ogro fue planeada y ejecutada de manera exclusiva por la ETA, y los servicios conocieron esa decisión únicamente después de haber sido tomada?
2) ¿O fue sugerida al Estado Mayor de la ETA a través de los infiltrados en él que trabajaban con otros fines?
Sea cual fuere la respuesta, no invalida mi tesis de que por lo menos dos grupos, uno español y otro extranjero, conocían los preparativos para atentar contra el Jefe del Gobierno, siguieron las diferentes fases de esos preparativos y actuaron con el fin de corregir los errores del comando que asesinó al Almirante. Lo que significa que en todo momento tuvieron la posibilidad de neutralizar a los etarras.
Dado que un tal grado de penetración de los servicios en una organización revolucionaria tan activa y eficaz como es la ETA parecerá quizá difícilmente creíble, ya que a nadie le gusta reconocer su fragilidad, creo necesario trazar a vuelapluma un fresco de la asociación vasca, sus contradicciones internas, sus escisiones y sus tendencias, lo que explicará su vulnerabilidad.
ETA (Euskadi ta Askatasuna) nace en 1959. Formada por militantes procedentes del Grupo Ekin, la nueva organización se autodefine como nacionalista y revolucionaria, habiendo escogido como medio de lucha la clandestinidad y la acción.
En 1961, tras su primera tentativa de actividad violenta –el descarrilamiento de un tren en el que viajaban antiguos miembros de la División Azul–, el Estado Mayor de ETA tiene que refugiarse en el exilio. Se detiene a numerosos militantes y, durante casi tres años, los exiliados en Francia trabajarán de modo exclusivo en la reestructuración de su organización.
En 1964 pueden celebrar una Asamblea, la cuarta, en la que se definen las nuevas estructuras y filosofía política. «Socialista y revolucionaria», ETA se separa de los viejos conceptos tradicionalistas del partido nacionalista vasco, que preconiza la autonomía de su pueblo. ETA pretende conseguir la liberación nacional, es decir, la independencia.
Ya por estas fechas, los servicios de información, dirigidos por el Coronel Blanco, han introducido en el nuevo aparato de ETA a uno de sus hombres: a un vasco llamado Zabala, ex-legionario en la República Dominicana [2].
En 1967, tiene lugar la V Asamblea. Escenario de una lucha de tendencias, desembocará en la primera gran escisión en su seno. Acusados de «españolismo» por el resto, la V Asamblea expulsa a los partidarios de una corriente radical que dará origen a una nueva asociación, Etaberri, transformada luego en el actual Movimiento Comunista.
Constituida la ETA V en cuatro grandes sectores: militar, político, cultural y obrero, tratará de conseguir la insertación en el medio popular, que le es tan necesaria. De esa ampliación surgirán más tarde toda una serie de problemas, dado que las masas no se muestran de acuerdo con el activismo militar y la concepción aburguesada del nacionalismo que profesa la jerarquía.
Cuando en 1968, a raíz de la eliminación del Inspector Melitón Manzanas, se acentúa la represión y la mayor parte de los dirigentes de ETA ingresan en la cárcel (proceso de Burgos), se convoca una nueva Asamblea, la sexta, a la que no asisten los miembros de la rama militar. Éstos, negando toda legitimidad a la Asamblea, continuarán llamándose militantes de ETA V. La VI Asamblea decide por mayoría un cambio en las estructuras y directivas.
Como todas las anteriores, esta nueva escisión beneficiará a los servicios, permitiendo con mayor facilidad la introducción de informadores y agentes en su seno. ETA VI se siente afín a las teorías de la IV Internacional y, poco a poco, se acercará a algunos de los militantes «españoles» (recordemos que la ETA considera que el País Vasco es una nación) para, finalmente, fusionarse con la Liga Comunista Revolucionaria. Ambas tendencias utilizarán por algún tiempo las mismas siglas para cubrir una actuación a menudo contradictoria.
Durante dos años, los elementos infiltrados en las dos ramas de ETA pondrán a los servicios en condiciones de combatir y neutralizar a diversos comandos y dirigentes. Además, la posición jerárquica de los informadores les permitirá en el futuro influir en la línea de la organización y en la elección de sus operaciones. El más importante, por entonces, entre los hombres de los servicios será conocido con el nombre de Albizu.
Tras el atentado contra Carrero Blanco, ETA celebra otra Asamblea, de la que nacen dos secciones, la político-militar y la militar. Esta aparente división de tareas no es otra cosa que una nueva escisión. Los primeros propugnan la simultaneidad de la lucha política y militar; los segundos consideran que la organización militar debe permanecer separada de toda organización de masas.
A partir de este momento, la actitud de los servicios parece indicar que, una vez utilizada en su beneficio –exprimido ya el limón, que diría el hombre de la calle–, ETA debe desaparecer. Y seguirá una lucha encarnizada contra ella, generadora de nuevos grupúsculos, y la detención en 1975 de sus máximos dirigentes. Después de esta serie de detenciones, realizadas en Madrid y Barcelona gracias a las informaciones proporcionadas por los infiltrados, surge en 1976 una nueva tendencia, que desea el fin de la lucha armada y la transformación en partido político.
El promotor de esta nueva teoría, Eduardo Moreno Bergareche, alias Pertur, que dirigía los contactos con personalidades próximas al Gobierno [3], desaparecerá el 23 de Julio del mismo año en territorio francés. La historia de su desaparición tiene dos versiones diferentes: para ETA, fue la policía española quien raptó y asesinó a su compañero; otros piensan que se trató de un problema interno, y que Pertur cayó por obra de los contrarios a toda negociación.
Sin querer llegar a ninguna conclusión por mi parte [4], no puedo pasar por alto la circunstancia de que el resurgir del activismo de ETA corresponde a un momento en que las fuerzas democráticas españolas avanzaban con paso firme hacia el poder. Hay que subrayar que el activismo y la represión se generalizaron durante este período –con Fraga Iribarne en el Ministerio de la Gobernación– en proporciones hasta entonces desconocidas, y que tal actitud, tanto por parte de las fuerzas del orden como por parte de las fuerzas progresistas, beneficiaba sobre todo a los continuistas.
En 1977, el ciclo de las contradicciones y escisiones internas se precipita. Por ejemplo, en Mayo de este año, «Apala», detenido en Francia en virtud de una demanda de extradición bajo la acusación de haber participado en la operación Ybarra, dirigió un «golpe de Estado» que acabó con la expulsión de los entreguistas-negociadores, esto es, de la corriente partidaria de poner fin a la clandestinidad y a la lucha armada. Éstos, a su vez, excomulgan y expulsan a los «milis». Consecuencia de esta división es el nacimiento del EIA (Euskal Irautzarako Alberdia), que se prepara para participar en las elecciones.
En Junio, una nueva escisión da lugar a la creación de los Bereziak o comandos autónomos, decididos a la continuación a ultranza de la lucha. Ahora se halla en trámites una tentativa de unión entre los ETA V (militares) y los Bereziak, con la intención de crear un Ejército Popular Vasco.
En Julio, dos responsables de ETA V declaraban a Le Matin de París:
«A causa de las divisiones, es fácil manipular a nuestra asociación. En todo momento estamos en condiciones de ser víctimas de una provocación… Si es cierto que ciertos grupúsculos han surgido realmente de la ETA, no es menos cierto que pueden existir otros grupos que se atribuyan indebidamente las siglas de nuestra organización. Sin unidad, no hay control».
En mi opinión, estas frases resumen mejor que yo lo hice el quid de la cuestión. Gracias a las escisiones, a las luchas de influencias, a las contradicciones, año tras año las filas de ETA han sido un colador por el que se infiltraban gran número de informadores y espías, autores de todos los desmantelamientos y detenciones que la organización vasca sufrió durante los últimos diez años. Ya he dicho que, en el momento de la última amnistía, junto a los verdaderos etarras, esperaba el indulto uno de los miembros infiltrados. Teniendo en cuenta su valor informativo, la mejor manera de garantizarle la vida era detenerlo junto a los otros activistas, y someterlo a proceso. Ello permitiría, además, controlar a ETA en la misma prisión [5].
Terminada esta breve digresión histórica, vamos a examinar con algún detalle los entresijos de la Operación Ogro. Por razones más que obvias, y sin que ello haga perder fidelidad al relato, he disimulado algunos nombres de personas y países. Espero que en un futuro próximo se puedan poner en claro.
I) Diciembre de 1972
Los técnicos de los servicios de seguridad de cierta Embajada, domiciliada en un edificio próximo a la calle Serrano de Madrid, analizan en la sala de control una serie de grabaciones magnetoscópicas [6] proporcionadas por los equipos que mantienen una vigilancia permanente en torno a su sede. Wayne, jefe de dichos servicios, ordena de pronto que se detenga la proyección, y pide al operador que dé marcha atrás…
– ¡Stop! –grita–. Quiero una copia de esa imagen. En cuanto esté lista, preparad una proyección de las grabaciones hechas durante los últimos cinco días.
Una hora más tarde, la fotografía está a disposición de Wayne, que la compara con ciertas grabaciones anteriores. En tres de ellas se ve a dos individuos que figuran asimismo en la secuencia que llamó su atención. La imagen, que se repite durante varios días consecutivos, muestra una parada de autobús y, en ella, a un grupo de personas que esperan. Una simple verificación pone de manifiesto que las dos personas señaladas dejan pasar, sin tomarlos, varios autobuses…
Este detalle, sin importancia aparente, desencadena en el servicio de seguridad de la Embajada un verdadero zafarrancho de combate. Son demasiadas las preguntas que requieren una respuesta inmediata: ¿Se trata de trabajadores que se dirigen diariamente a su oficina o fábrica? ¿Dejan pasar ciertos autobuses por comodidad, o la anomalía se debe simplemente a que hay diferentes líneas que pasan por ese punto y tienen una parada común? ¿Regresan a una hora fija y se apean en el mismo lugar? Obviamente, en caso afirmativo, deben de residir en las proximidades de dicha parada.
Pronto se obtienen los primeros datos del problema:
– Como puede apreciarse en las diferentes grabaciones del magnetoscopio, los viajeros no están presentes en la parada todos los días laborables.
– En ninguna de las grabaciones efectuadas por la tarde se ve a dichos viajeros, lo que significa, quizá, que regresan a casa por otro camino.
En posesión de estos primeros pormenores, Wayne informa a su superior inmediato, Robert, jefe de todos los servicios secretos de su patria en España. Robert le autoriza a investigar con la ayuda de dos equipos de agentes exteriores, esto es, sin cobertura oficial o diplomática. Pocos días después, Wayne tiene en su poder nuevas respuestas que vienen a precisar las cosas:
– Los sospechosos, que no siempre se sitúan en la misma parada, aunque sus puestos de vigilancia no se alejan demasiado de ella, parecen tener un objetivo localizado en un radio de doscientos metros de dicha parada.
– Sólo en dos ocasiones han subido en uno de los autobuses, y su permanencia normal en la zona es de treinta a cuarenta minutos.
– La vigilancia ejercida sobre ellos aclara que ninguno de los sospechosos reside en la zona.
Basándose en estos datos, los analistas que trabajan en los servicios de Wayne deducen que se trata de una «vigilancia a hora fija». Cabría suponer:
– O bien que una pandilla de malhechores prepara un golpe contra un banco o cualquier otro negocio importante situado en las cercanías.
– O bien que un comando político de un país enemigo del de Wayne, o de cualquier otro cuya representación diplomática se alberga en la zona vigilada, proyecta una operación terrorista.
Informado de lo que antecede, Robert dispone que tres grupos de investigadores se encarguen simultáneamente de:
a) Controlar si a la misma hora en que los sospechosos ejercen su vigilancia –entre las 8.45 y las 9 y unos minutos de la mañana– suele llegar a la Embajada alguna personalidad política o diplomática.
b) Proceder a la enumeración de todos los establecimientos bancarios y comerciales de la zona susceptibles de recibir una visita por parte de una banda de atracadores.
c) Comprobar si la hora coincide con la llegada a alguna de las misiones diplomáticas cercanas a la suya de algún miembro importante de las mismas.
Robert obtiene rápidamente la respuesta a sus preguntas. Cierto que varios encumbrados personajes acostumbran a llegar a la misma hora en que los sospechosos se hallan presentes, y que dichos personajes son dignos de la atención de un comando político. No obstante, todo parece indicar que los viajeros de autobús no se cuidan excesivamente de las idas y venidas del personal de su Embajada. Respecto a las otras misiones diplomáticas, la conclusión es similar: los vigilantes no se preocupan en absoluto del personal a ellas adscrito.
La contravigilancia establecida por Wayne descubre que los sospechosos se dirigen a menudo a la próxima iglesia de San Francisco de Borja. Se averigua también que, a la hora en que se encuentran en su puesto, un alto cargo del Gobierno español asiste casi diariamente a la Misa en esa iglesia.
Así pues, concluyen los servicios de Robert, lo más probable es que el espionaje de los viajeros de autobús esté relacionado con el personaje en cuestión. Quizá, piensan, se trata simplemente de un equipo de protección. Sin embargo, aun tratándose de un asunto que incumbe de manera exclusiva a los españoles, Robert ordena, quizá por amor al oficio [7], que se prosiga la investigación, centrándose ahora en la persona espiada y en la iglesia que frecuenta.
Las indicaciones que llegan a su despacho afirman a Robert en su idea: es un equipo especial de protección, de creación reciente, que merece ser estudiado a fondo. Porque, aunque bien informado sobre los medios y sistemas usados por los españoles, a quienes su país ofrece desde hace muchos años medios técnicos y consejeros, él no conocía su existencia. Sus agentes le comunicarán bien pronto que, coincidiendo con los ex-sospechosos (Robert piensa ya que no son sino agentes españoles), se advierte la presencia de otra persona portadora de un estuche misterioso –¿arma?, ¿instrumento de música?– que penetra en la iglesia minutos antes de que llegue la personalidad protegida y, abriendo con una llave en su posesión, se introduce en el coro de la iglesia. Desde allí, provisto de un instrumento que parece un arma, vigila la nave central durante todo el tiempo que el protegido permanece en su interior. Terminada la Misa, abandona el templo por el mismo camino, y desaparece en un vehículo con matrícula del Parque Móvil. Al día siguiente, la maniobra se repite…
Regocijándose ante la idea de descubrir un nuevo sistema de protección utilizado por los servicios españoles, Robert ordena que los vigilantes exteriores sigan día y noche a los viajeros de autobús hasta conseguir situar el despacho del que dependen. Así sorprenderán, quizás, una sede clandestina de los servicios secretos –oficiales o paralelos– españoles. Dos días más tarde, su regocijo comienza a enfriarse: los viajeros no tienen ningún nexo visible con ninguno de los servicios españoles conocidos por él. ¡Y eso que creía conocerlos todos!
Una investigación de las llamadas de puerta a puerta [8] confirma la inexistencia de estos nexos. Sin alarmarse demasiado, Robert transmite a William, su delegado ante los servicios españoles [9], todos los detalles que se encuentran en su posesión, además de sendas fotografías de los viajeros y el ocupante del coro. William responde tres días más tarde:
– Los viajeros fotografiados son vascos fichados por los servicios españoles como militantes de la organización separatista ETA.
– El «corista» es un miembro de los servicios españoles perteneciente al grupo de protección, llamado Gutiérrez.
– Sin duda alguna, la personalidad vigilada no es otra que el Almirante Carrero Blanco.
– Según William, todo parece indicar que el grupo de protección conoce la presencia y los movimientos de los activistas vascos en Madrid.
Así pues, deduce Robert, los servicios saben que se prepara una operación contra Carrero Blanco y, con la idea de detener a los máximos responsables, vigilan a los vigilantes, esperando que éstos les conducirán a aquéllos. No queriendo ser más papista que el papa, hace que William informe a su contacto en los servicios españoles, Chacón, del resultado de todas las investigaciones que lleva realizadas y, «por si acaso», no omite redactar un largo informe con destino a su propia central. En él consigna todos los pormenores que conoce, además de una serie de hipótesis al respecto. No se hace esperar una doble reacción:
– Sus jefes le conminan a continuar presente en la operación, pero, insisten, al margen de todo contacto con los españoles. Para ello, le enviarán a diez especialistas en asuntos vascos, preparados en la universidad de esta región [10].
– Chacón, por su parte, responde que un grupo de activistas-terroristas de la ETA prepara algo, sin lugar a dudas, pero que la situación está controlada.
De manera que, a partir de este momento (finales de Diciembre de 1972), los clandestinos de ETA serán observados por dos equipos diferentes: un grupo español; y el equipo de especialistas en asuntos vascos, con cuartel general en las oficinas de una compañía petrolera. Este último está compuesto por compatriotas de Robert de origen vasco, y dirigido por Morris, delegado de Robert.
II) Enero de 1973
A mediados de Enero de 1973, su antena en el seno de los servicios españoles informa a Robert de la llegada de nuevos viajeros de autobús, venidos seguramente para colaborar con los otros o para reemplazarlos.
El «equipo vasco» de Morris comienza de nuevo su vigilancia. Cinco días más tarde, logra identificar a los recién llegados y conocer sus diferentes, y a veces sucesivos o simultáneos, alojamientos.
III) Abril de 1973
Un convoy fuertemente protegido por las fuerzas de orden público se dirige desde Madrid a las instalaciones de la central termonuclear de Zorita de los Canes. A muy pocos kilómetros del final de su viaje, el jefe de la escolta es informado por uno de sus hombres de que se acaba de observar una anomalía:
– Alguien está usando un arma de fuego en las proximidades de la cota Z-23 [11]. Varios números del equipo de vanguardia han oído claramente una ráfaga de disparos…
Llegados a su destino, y después de haber comprobado por radioteléfono que en la central «todo está tranquilo», el Teniente que manda el destacamento da cuenta del incidente al jefe de seguridad de la central. Éste dispone el envío de varias patrullas armadas para el reconocimiento de la zona donde se oyeron los disparos.
No se encuentra a nadie. Sin embargo, el Guarda Jurado de la zona informa de que «un grupo de señoritos de la capital viene a menudo a la región para distraerse disparando». Por precaución, el Guarda ha tomado nota de la matrícula del coche empleado por los «señoritos», de los que cree poder afirmar –«Son muy sencillos. Han hablado conmigo y me han ofrecido cigarrillos…»– que son hijos de «peces gordos».
De regreso a la central, el responsable de la seguridad redacta un informe para sus superiores. Respetuosamente sugiere a sus jefes que se aconseje a dichos señores elegir en el futuro otra región como polígono de tiro, evitando así falsas alarmas en la zona –¡militarizada!– de la central.
El informe llega a Madrid tras un largo periplo administrativo. Allí se embarca en una peregrinación interminable. Nadie, en ninguno de los despachos a los que se envía, quiere asumir la responsabilidad de dirigirse a los jefazos. Al fin, una nota –muy respetuosa y evasiva– con el número de matrícula correspondiente a los coches de los «señoritos» aterriza en el despacho del encargado de la coordinación en el Servicio de Información. Se ordena, entonces, una investigación discreta tendente a identificar a los retoños de los «peces gordos», y ver después si es posible y conveniente proceder a una intervención. El Comisario que lleva el asunto piensa que, si no se interviene, al menos se puede demostrar a los progenitores de los «niñatos» que los servicios de seguridad tienen el ojo sobre ellos.
Por la matrícula se llega a una agencia de alquiler de automóviles, próxima a la Plaza de España. Pero el encargado dice a los agentes que le interrogan:
– Otros que han dicho ser colegas suyos se ocupan ya de este asunto.
Entretanto, en su despacho, Robert se esfuerza por descifrar los planes de los viajeros de autobús, cuya fuerza ha sido engrosada hace poco con la llegada de tres nuevos individuos que, en escaso tiempo, han alquilado o adquirido seis pisos y varios coches.
IV) Mayo de 1973
Para continuar controlando la situación, Robert ordena a Wayne que se estudien las posibilidades de sonorizar [12] todos los apartamentos o, cuando menos, aquéllos en que los viajeros de autobús se reúnen con mayor frecuencia. Trabajo de rutina, piensa Wayne. Dada la vida irregular observada por los etarras, la cosa no es imposible. Y una noche…
Mientras protegidos desde el exterior por un equipo de vigilancia, en contacto con ellos a través de radioteléfonos portátiles, los «fontaneros» de Wayne estudian en uno de los pisos las condiciones necesarias para una sonorización, una persona sale corriendo del portal de la finca y llama a grandes voces al sereno.
Comprendiendo que algo va mal, el equipo de vigilancia exterior advierte a los «fontaneros», que abandonan apresuradamente el piso y emprenden la huida. El sereno, alertado por los gritos del portero, hace uso desde lejos de su arma reglamentaria contra «los ladrones que se dan a la fuga». Por fortuna para los hombres de Wayne, el sereno tira mal.
Se presenta en el lugar un 091 de la policía, y su efectivo lleva a cabo las primeras comprobaciones en el piso en que se habían introducido los pretendidos ladrones. Ante la ausencia del inquilino –«No reside aquí de manera permanente», informa el portero–, el jefe de la unidad móvil concluye:
– Que se pase mañana por la mañana por la comisaría para presentar denuncia.
Al día siguiente, la propietaria del piso alquilado a los etarras trata de localizar a su inquilino para advertirle del robo e invitarle a presentarse en la comisaría. Para ello, la señora acude al domicilio que se le había facilitado en el momento de la firma del contrato. En esa dirección se entera de que, si bien la persona que le interesa tiene allí un piso en alquiler o, más exactamente, en alquiler-compra, no reside en él con carácter permanente. Y se limitan a transmitirle la dirección que el inquilino había dado, es decir, una tercera, correspondiente a otro piso alquilado por los conspiradores. Harta ya, la señora informa al comisario del barrio de sus dificultades para encontrar a su escurridizo inquilino.
La brigada criminal recibe instrucciones de inventariar y precintar el piso hasta el regreso de sus ocupantes. Tras levantar atestado de la inspección ocular del lugar, los inspectores encargados del servicio se disponen a establecer el correspondiente y fastidioso inventario…
¡Y van de sorpresa en sorpresa! Aquí una pistola y sus municiones correspondientes. Allá una serie de panfletos y publicaciones marxistas. Acullá productos químicos, matrículas de coche falsas, falsos sellos oficiales…
– Esto no es cosa nuestra –dicen los inspectores–… Pasemos el expediente a la Dirección.
Desde la Puerta del Sol, envían al piso un equipo antropométrico. En la medida de lo posible, es preciso descubrir la identidad de las personas que lo habitan y de sus visitantes. Y, cosa importante, también de los «ladrones».
¿Huellas dactilares? ¡A montones! Pacientemente se aíslan y recogen las mejores. Ellas permitirán más tarde identificar a los propietarios [13]. Seis de las huellas pertenecen a otros tantos activistas vascos. Una séptima, a una opositora de izquierdas no comunista. «Asunto vasco», se piensa en la Dirección. Y lógicamente, todos los informes son transmitidos al equipo vasco del servicio.
– ¡Bravo! –dicen éstos–. ¡Buen trabajo! Nosotros nos encargaremos del resto…
V) Junio de 1973
En los últimos días de Junio, los equipos que vigilan a los etarras se trasladan al País Vasco. En Madrid quedará solamente uno de los viajeros de autobús, reemplazado periódicamente por uno de sus colegas.
Cada día más intrigado, Robert no acaba de ver las cosas claras. Actuando en consecuencia, pide a sus hombres que traten por todos los medios de penetrar en los diversos pisos alquilados o comprados por los sospechosos y que fotografíen minuciosamente todo escrito que encuentren en ellos. Ordena asimismo que se instalen de inmediato dispositivos de escucha y transmisión.
Gracias a la experiencia anterior y a la ausencia de los etarras, el trabajo se realiza esta vez con rapidez y eficacia. Sólo que los «fontaneros» de Wayne tropiezan con algunas sorpresas… En dos de los locales visitados, al tratar de determinar el lugar idóneo para la ocultación de sus aparatos, descubren que ya se han instalado otros dispositivos de escucha.
Pasado el asombro inicial, bastará a los hombres de Robert medir la frecuencia de transmisión de estos equipos y conectar sus sistemas de recepción y grabación sobre dicha frecuencia, lo que les evitará instalaciones costosas y no siempre exentas de peligro.
Un bello ejemplo de cooperación, aunque esta vez involuntaria…
VI) Septiembre de 1973
Los etarras regresan a Madrid y comienzan a abandonar la mayor parte de sus alojamientos anteriores. Robert y sus colaboradores no comprenden nada. ¿Acaso han abandonado sus planes? ¿O es que dichos planes se han simplificado y requieren una infraestructura menor? Los «fontaneros» tienen que intervenir de nuevo, ahora para recuperar el material. El país de Robert es archirrico, pero se trata de un material altamente sofisticado, que cuesta muy caro, y la central es avara…
Poco a poco, las cosas se van calmando. Pero no, los etarras no han desistido de sus propósitos. Todavía permanecen ocupados o a su disposición dos apartamentos, los mismos en que los «otros» habían instalado ya un equipo de escucha.
Una noche informan a Robert de que los vigilados se han apoderado de un coche estacionado en la vía pública.
– Es el momento de no perder detalle –dice a Wayne–. Parece que la acción va a comenzar.
¡Y en efecto, la «acción» comienza! Al día siguiente, siempre bajo doble control, los etarras cometen un atraco. Por fortuna para los atracadores, uno de los coches de seguimiento apostado en las cercanías del lugar tenía el radioteléfono funcionando en la frecuencia de la DGS. Esto le permite captar un aviso a todas las unidades móviles informándoles de que se acaba de efectuar un atraco en la armería situada en…
A toda prisa, salen al paso de dos 091 que se acercan al lugar por dos caminos distintos, con las sirenas a pleno volumen.
– Esto es cosa nuestra –dicen, tras identificarse, a los hombres de la patrulla volante–. Se trata de un asunto político y lo tenemos perfecta y totalmente controlado. Intervendremos en un lugar menos frecuentado, con el fin de evitar posibles víctimas inocentes…
Libres ya de los 091, el atraco puede proseguir con entera tranquilidad.
No obstante, los agentes secretos se preguntan: ¿Cómo ha tenido noticia del caso la brigada criminal? ¿Cómo? Muy sencillo, gracias a los mismos etarras. En el momento en que los atracadores entraron en la armería, su propietario estaba hablando por teléfono. Su interlocutor pudo así escuchar en directo las palabras siguientes:
– ¿Qué es esto? ¿Qué desean? Pero… ¿qué significa esas armas…? ¿Es un atraco? Les advierto que la caja está completamente vacía. Acabamos de abrir…
Tras estas frases, significativas y claras, el interlocutor del armero oyó una serie de ruidos poco identificables. Luego, se cortó la comunicación.
Como es lógico, su primer reflejo fue advertir a la policía, la cual le pidió que, para ganar tiempo, llamara de nuevo a su amigo y tratara de entablar conversación con él. Sin embargo, pese a este incidente y a la nueva llamada, los atracadores permanecieron en el interior de la armería unos veinticinco minutos.
El Servicio de Enlace, que había prometido a los 091 ocuparse del asunto, lo hizo tan admirablemente que la descripción de los atracadores, sus armas y sus vehículos sufrió enormes deformaciones en el comunicado que se entregó a la prensa.
Diremos, para terminar este apartado, que se encontraron en la armería unas clarísimas huellas dactilares y que dichas huellas señalaban a dos de los habitantes del piso «robado» [14].
VII) Octubre de 1973
Los encargados de la escucha y grabación en los pisos ocupados por los etarras asistirán durante los primeros quince días de este mes a diversas reuniones entre los vigilados y tres personas, desconocidas por el momento, entre las que se halla de nuevo una mujer. En una de esas reuniones se habla por primera vez de un plan de eliminación para el que podría utilizarse un explosivo. Uno de los desconocidos parece ser un técnico en la materia, dado que es él quien habla de las ventajas y los inconvenientes de tal sistema.
En su despacho, Robert no sabe qué pensar, pese a sus largos años de experiencia en países donde la eliminación es cosa corriente. Por si acaso, envía una larga nota cifrada a sus superiores. Después de dar cuenta del estado de sus investigaciones, pregunta qué actitud debe adoptar su servicio ante la situación anómala, o por lo menos poco corriente, de que un comando terrorista, conocido y perfectamente controlado por los servicios paralelos, se está preparando para atentar contra la vida del Presidente del Gobierno del país.
A Robert sólo le queda una esperanza: que los españoles esperen para neutralizar al comando a que éste haya completado sus efectivos. Sus jefes parecen pensar lo mismo porque, desde la central, le envían un largo mensaje cifrado donde le urgen que investigue detenidamente las intenciones de los españoles.
William sondea a sus amigos. Robert, Wayne y otros miembros de su misión hacen lo mismo. Todos coinciden más o menos en sus respuestas: más que vigilar al comando, lo que hacen los servicios paralelos españoles es protegerlo. Lo que equivale a decir que, a un nivel elevado del aparato, alguien desea que el atentado tenga lugar. Y ese alguien tiene la categoría necesaria para conseguir que toda una rama de los servicios paralelos corrija los errores de los etarras y neutralice los esfuerzos de los servicios de seguridad y de la policía.
Un nuevo mensaje de Robert a su central recibe la siguiente respuesta:
a) La desaparición del actual Presidente del Gobierno español, señor Carrero Blanco, beneficiaría la estrategia que el suyo propio preconiza para la Península Ibérica.
b) Robert y sus agentes, por medio de elementos externos a la nómina oficial, la cual actúa bajo coberturas más o menos diplomáticas y, por lo tanto, es demasiado conocida, deben tomar las medidas necesarias para que el atentado se cometa en las mejores condiciones posibles, ayudando si fuera preciso al comando de ETA. Para ello se requerirá toda la ayuda técnica necesaria.
c) Todo se llevará a cabo de forma que las pistas posteriores pongan bien en evidencia la intervención de una organización separatista y terrorista.
Robert se creía curado de espanto después de treinta años de carrera. Sin embargo, por un momento, se niega a aceptar lo que están viendo sus ojos. Se ha debido de cometer un error al descifrar la orden… Pero, al fin, tiene que rendirse a la evidencia: en beneficio de los intereses de su país, Carrero tiene que morir. Robot bien programado –«los jefes saben…»–, comienza a tomar sus disposiciones para que el Almirante sea sacrificado en aras de la política de su patria en Europa.
Una vez más se repetirá la historia. La criatura acabará con su creador. Carrero Blanco, eminencia gris del régimen, padre de todos los servicios de represión, caerá desasistido de uno de ellos, hijo predilecto de Don Luis…
VIII) Noviembre de 1973
Protegidos como nunca lo estuvieron, los viajeros de autobús proceden al alquiler-compra de un semisótano en la calle de Claudio Coello, por donde acostumbra a pasar casi cotidianamente la futura víctima.
Apenas instalados en él, un equipo de sonorización enviado por Wayne penetra en el local, dedicado a taller de escultura según pretenden los etarras. Un trabajo de tres noches sucesivas permite dejar implantado un complejo, diminuto y eficaz sistema de control acústico. En la cercana Embajada, cuya proximidad hace innecesaria la instalación de un equipo de grabación móvil o la de una estación relay, un grupo de operadores se turnarán sin interrupción con objeto de mantener un control directo. También los técnicos del Servicio de Enlace dispondrán sus equipos. La grabación o la escucha directa se efectuará desde uno de los pisos de la misma finca en que se alojan los presuntos escultores, con la colaboración de su inquilino. Un coche de dicho Servicio trasladará a diario al técnico encargado de reemplazar las cintas magnetofónicas de su dispositivo.
A mediados del mismo mes, un nuevo incidente demuestra a Robert hasta qué punto llega la decisión de permitir, o incluso favorecer, el atentado. Los falsos escultores alquilan un nuevo coche. En la agencia de alquiler [15] presentan el permiso de conducir y el documento nacional de identidad pertenecientes al propietario del coche robado para el atraco a la armería, con una simple sustitución de fotografías. El responsable del servicio de alquileres, al verificar en su lista de documentos de identidad robados o extraviados, lista facilitada a todas las agencias, bancos, hoteles, etc., comprueba rápidamente que el número del DNI se halla incluido en ella.
De acuerdo con las instrucciones recibidas previamente: «actuar con naturalidad, retardar en lo posible los trámites y avisar por teléfono a los servicios policiales interesados», el gerente se toma las cosas con calma. Luego, aunque la persona que desea alquilar el vehículo no posee la cantidad requerida como garantía, le envía al garaje de la agencia, «donde le será entregado el coche».
Cuando el cliente abandona el despacho, una llamada telefónica al número indicado en la lista de documentos robados informa al servicio correspondiente. Apenas colgado el receptor, se presenta un «inspector» de policía, o que al menos se identifica como tal. Informado sobre las razones de la visita del sospechoso y sobre el hecho de que usa un documento que figura en la lista roja, llama a su servicio urgiendo la anulación de las medidas que se ponen en marcha cada vez que se presenta un caso similar, o sea, todo trámite encaminado a la detención del poseedor de documentos robados.
Transcurridos menos de diez minutos, suena el teléfono de la agencia. Una voz pide al gerente que compruebe la autenticidad de la llamada comunicándose a su vez con el número inscrito en la lista de la policía. El gerente cumple el encargo, y la voz les informa, tanto a él como al «inspector» [16], de que todo está en orden y se puede, por lo tanto, entregar el coche solicitado.
IX) Diciembre de 1973
Unos días más tarde, a principios de Diciembre, los servicios de seguridad de una Embajada próxima a la de Robert sorprenden una serie de ruidos subterráneos a horas en que todas las obras del sector, incluidas las de demolición de un colegio cercano, se encuentran suspendidas. Hay que saber que en la mayoría de las Embajadas de las grandes potencias existen sistemas de detección de los ruidos subterráneos, especie de sismógrafos cuya finalidad consiste en descubrir la construcción de galerías bajo su terreno.
Como es natural en estos casos, los servicios que habían sorprendido los ruidos sospechosos se entregan a una investigación por medio de detectores portátiles que les lleva hasta el número 104 de la calle de Claudio Coello. Considerando que la posible construcción de un túnel en aquel lugar debe interesar más a los servicios de seguridad de la Embajada amiga, dada su mayor proximidad a los trabajos, advierten a Robert de su descubrimiento. Éste tranquiliza a sus amigos diplomáticos afirmando:
– No se preocupen. Seguimos de cerca el asunto, aunque esa construcción subterránea está lo bastante lejos para que no nos ataña directamente.
Y mientras tanto, la excavación de la galería avanza…
Por medio de sus escuchas y vigilancias, Robert sigue paso a paso, por no decir centímetro a centímetro, las vicisitudes de los «mineros». Sabe que su intención es perpetrar el atentado el 20 de Diciembre. Durante la noche del 19 al 20, cuando ya los conjurados han abandonado la excavación, manda a un equipo de técnicos para que retiren los sistemas de sonorización momentos después de que los españoles retiren los suyos.
Hacia las cuatro de la madrugada, un nuevo equipo, dirigido personalmente por William, penetra en el sótano, excava un poco más en las extremidades de la T que forma la galería construida por los falsos escultores, y deposita dos artefactos envueltos en materia plástica, similares a las minas antitanques, dotados de un sistema de encendido radio-eléctrico. Tras cubrir con tierra sus ingenios, se retiran discretamente…
X) 20 de Diciembre de 1973
En la mañana del día siguiente, no uno sino dos equipos de detonación acechaban el paso del coche que conducía al Ogro hacia la muerte. Y quizá ambos hayan apretado al mismo tiempo el detonador de sus artefactos…
La explosión significaba para los unos el fin de un tirano. Para los otros, los amos de Robert, la desaparición de un obstáculo y el comienzo de un «después de Franco» antes de la muerte del dictador. El equipo de Robert había cumplido fielmente su misión. Todo hace pensar que, de no haber sido así, la Operación Ogro hubiera fracasado.
En la calle del Mirlo, número 1, el comando allí refugiado había pedido a la portera que les preparase algo de comer ya que salían de viaje. Servicial, la señora se presentó a la puerta del apartamento a las diez y cuarto con las vituallas pedidas. ¡Y se llevó un susto mayúsculo! Los pacíficos estudiantes acudieron a abrirle armados hasta los dientes.
Al presentarse la policía, tuvo que limitarse a comprobar la huida apresurada de los inquilinos, recoger las armas y un material más que importante, y revelar cientos de huellas dactilares que permitían una rápida y segura identificación de los ocupantes.
Y, sin embargo, los etarras acusados del asesinato de Carrero Blanco no tuvieron nada que ver con la operación. Así lo asegura la ETA, y hasta hoy no existen motivos para poner en duda su afirmación.
París, Agosto de 1977
[1] En un próximo libro, ya en preparación, El gobierno mundial, analizaré documentalmente el «fenómeno trilateral» y sacaré a la luz sus planes y sus consecuencias.
[2] Uno de los españoles contratados por Trujillo en 1959 de los que hablo en mi libro Cisne.
[3] El primer gobierno designado por Juan Carlos. Véanse mis declaraciones en el número 246 de Cambio 16: «ETA quiere negociar».
[4] Aunque por honradez hacia el lector debo señalar que creo en la segunda posibilidad. ETA V podría informar mejor que nadie a la opinión pública sobre el caso, sobre todo definiendo la graduación que Arribas, Ferreiro y Escudero habían alcanzado en la organización.
[5] Hace poco, en París, un periodista democrático vasco me pidió en nombre de ETA que revelase la identidad del espía infiltrado en ella y encarcelado en Burgos. En presencia de un redactor de Diario 16 me dijo:
– ¿Cómo quieres que creamos en tus buenas intenciones si te niegas a colaborar?
Ni qué decir tiene que, pese a combatir desde hace más de cinco años contra los servicios y el fascismo, considero que no es honesto denunciar a un agente cuyo único crimen consistió en luchar contra aquéllos a quienes consideraba sus enemigos.
– Si después de la amnistía –respondí– continúa incordiando a los patriotas vascos, entonces lo denunciaré. Por ahora me limitaré a responder que sólo la ETA es responsable de todos los problemas de infiltración que padeció. ¿Cómo no se preocupó al ver que, en cuatro oportunidades diferentes, mientras todos los miembros de los grupos o comandos eran detenidos o asesinados, escapaba siempre el mismo individuo?
[6] Sistema de televisión que emplea una cinta magnética en lugar de la película tradicional.
[7] Es cosa corriente entre los responsables de los servicios intentar demostrar a sus colegas que se conocen todos sus sistemas, es decir, que su servicio es el más eficiente. Además, aun entre «amigos», a cada uno le gusta conocer las interioridades de los otros.
[8] Los agentes investigadores, a los que se denomina también «testigos de Jehová» por las visitas domiciliarias que efectúan los adeptos de esta secta, recogen las informaciones de vecinos, porteros, vigilantes nocturnos, camareros, etc.
[9] Existía, y creo que existe aún como ya he dicho, una antena del servicio secreto de su nación en el mismo edificio donde se encontraba la oficina de enlace de los servicios españoles.
[10] Dicha universidad, que funciona efectivamente en el país vasco español, recibe entre sus alumnos a gran número de agentes de varios países interesados en el «fenómeno vasco» y sus consecuencias. Puedo afirmar que, durante el año 1976, por lo menos unos treinta agentes extranjeros «estudiaron» en ella.
[11] Las coordenadas Z-23 no corresponden a las geográficas que figuran en las cartas topográficas normales. Esta nomenclatura, establecida con fines de protección, es secreta y se emplea sólo en los documentos relativos a la central. Un sistema similar se utiliza para otros lugares protegidos.
[12] «Sonorizar» es el término que designa la instalación de aparatos de escucha y transmisión en el interior de un local.
[13] Recordemos que en España el documento nacional de identidad en el caso de los españoles, y el permiso de residencia en el caso de los extranjeros, permiten almacenar en los archivos de la DGS millones de fichas dactiloscópicas. Con el uso de los sistemas electrónicos, bastan pocos minutos para su identificación.
[14] Los miembros de ETA que escribieron Operación Ogro afirman que llevaban guantes de goma. Quizá ignoran que, desde hace años, es factible el aislar e identificar las huellas aunque se usen guantes de goma, siempre, claro, que sean de los corrientes.
[15] Recuérdese adónde condujo la investigación sobre el incidente de la central termonuclear.
[16] Usamos las comillas dado que nada permite afirmar que se tratase, en efecto, de un inspector del cuerpo general de policía. En los servicios paralelos, son corrientes las falsas credenciales oficiales.
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