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Tema: La desmoralización sistemática de las juventudes

  1. #1
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    La desmoralización sistemática de las juventudes

    Fuente: La Independencia, 11 de Febrero de 1934, página 1.



    La desmoralización sistemática de las juventudes


    Hemos hablado otras veces de este espinoso tema, y volvemos a la carga porque una honda preocupación se apodera de nosotros.

    Lo vemos por todas partes en España.

    Lo vemos por las calles de Madrid.

    Lo vemos en las carteleras de los cines, lo vemos en los anuncios de prensa, lo vemos en los quioscos y en los escaparates de las librerías; no lo vemos, pero sabemos lo que ha pasado en las playas del Norte y en las playas de Levante.

    Todo esto es para alarmar muy en serio a los padres de familia, a los jóvenes y a las madres de toda España.

    Se está desarrollando, mientras muchos hombres que debieran poner remedio sestean, la más espantosa, la más perjudicial y la más eficaz campaña que jamás se emprendió en nuestra Patria contra el catolicismo.

    La invasión sarracena fue una cosa gravísima, pero la invasión sexual en nuestra sociedad es realmente catastrófica.

    Y la experiencia demuestra que los pueblos sumidos en la sensualidad, concluyen por sentir sobre sus espaldas los duros latigazos de la ira divina.

    Son estados de locura colectiva, y estos estados de locura hay que curarlos con una reflexión provocada a tiempo o con remedios que obliguen a entrar en razón a los que han perdido el seso.

    Ya lo dice el refrán popular: el loco, por la pena es cuerdo.

    Repetidas veces, en las Juntas Técnicas de la F.A.E. [Federación de Amigos de la Enseñanza], se ha hablado de esta desmoralización sistemática de la juventud, y repetidas veces, ¿por qué no decirlo?, desde aquí hemos tenido que dirigirnos a la misma Dirección General de Seguridad reclamando contra esos ataques a la moralidad pública.

    Todavía no hace un mes, la F.A.E. se vio obligada a redactar una enérgica nota que envió a los periódicos en son de protesta contra «La Hoja del Lunes», porque había publicado un anuncio que en sí mismo, por el grabado, era escandaloso y provocativo.

    ¡Ah, el sistema de protesta!

    No son inútiles; la experiencia nos lo ha demostrado, pero hace falta crear, como dijimos en uno de los Círculos de Estudios de la Semana Pedagógica, una raza de hombres valientes que defiendan ante las autoridades, a quienes compete, la moral de los niños y de los jóvenes.

    Hay que denunciar, hay que luchar para salvar la moral pública.

    Hay que renunciar muchas veces a la asistencia a ciertos sitios, v. g., las playas escandalosas, y todas estas renuncias costarán, pero las madres y los hombres de Dios tienen voluntad firme y valentía para hacer estas renuncias y elevar estas protestas, pase lo que pase.

    Protestar en privado, en las tertulias, y no protestar en público, no aplicar un remedio eficaz, es perder el tiempo.

    Conocemos a hombres de pelo en pecho, pocos por desgracia, pero los conocemos, que saben protestar en público con gran eficacia y a su debido tiempo.

    El Dr. Tusquets dijo en su conferencia sobre la desmoralización sistemática de la juventud, lo que la Junta de la F.A.E. columbraba: que en España hay, en el momento actual, una organización pensada, fría, muy bien calculada, y dirigida por las logias masónicas, para desmoralizar toda nuestra juventud.

    Nos hizo ver el Dr. Tusquets con citas concretas, cómo los dueños, los inspiradores, los técnicos de varias editoriales españolas, que están propagando por todo el país folletos inmorales, o son masones o están en contacto inmediato con los masones.

    Nos hizo ver también cómo esa jerigonza de teosofismo, espiritismo y magia negra, no son más que bellos disfraces para ocultar la más inmunda y burda inmoralidad.

    Estamos, pues, en un momento gravísimo.

    No hay que olvidar aquella frase que dijo un alemán hace pocos meses al contemplar los quioscos de Madrid: «Así estaba Berlín hace diez años».

    No hay que olvidar que los pueblos descienden por la sensualidad, porque la sensualidad nos acerca a la vida de los animales, mientras la espiritualidad nos acerca a la vida de los ángeles.

    Un pueblo sensual es un pueblo muerto; un pueblo espiritual es un pueblo vivo, que está llamado a figurar en primera fila en el consorcio de las naciones cultas.

    Y esto, esto es precisamente lo que se pretende ahora contra España: derrumbar nuestra espiritualidad en los niños, y sobre todo en las mujeres.

    Derrumbar nuestra espiritualidad para convertirnos en un pueblo de esclavos, y así manejarnos después a su gusto desde las logias de París, desde los Comités ejecutivos de Moscú, o los Subcomités soviéticos de la Europa occidental, antes en Berlín y ahora en el mismo París.

    No olviden mis lectores, para que no crean que exagero, lo que acaba de decirme (y espero ver el documento) uno de los semanistas, a saber: de cierta logia de Barcelona se ha cursado una circular recomendando, entre otras cosas, la propaganda del maltusianismo.

    Ésta es la circular de que tenéis noticia; otras circulares no las hemos visto, pero estamos viendo los resultados prácticos como si existieran.

    Lo que hace falta es despertar, despertar cuanto antes, y organizar nuestras fuerzas para combatir contra esa invasión de la inmoralidad con el mismo brío con que nuestros mayores, desde Don Pelayo a Isabel la Católica, lucharon contra la invasión de los agarenos.


    ENRIQUE HERRERA ORIA

  2. #2
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    Re: La desmoralización sistemática de las juventudes

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Fuente: El turismo y las playas, las divisas y los escándalos, Imp. Manuel Torres, San Sebastián, 1964. Carta Pastoral del Obispo de Canarias, Antonio Pildain, de 18 de Febrero de 1964.




    EL TURISMO

    Y LAS PLAYAS,

    LAS DIVISAS

    Y LOS ESCÁNDALOS




    Venerables Hermanos y amados Hijos:

    Esperábamos que el problema se resolviese, y que nosotros no nos viésemos en el duro, pero ineludible, deber de escribir la presente Carta Pastoral, que, irremediablemente, ha de molestar a algunos. Molestia que jamás intentamos causar a nadie y que, en cuanto nos es posible, tratamos siempre de evitársela a todos.

    Pero, dado el extremo a que están llegando las cosas, nos vemos obligados a levantar nuestra voz episcopal, so pena de merecer uno de los epítetos más denigrantes que pueden pesar sobre los Obispos: el de «perros mudos».

    Vamos, pues, a hablar, contando, desde luego, para ello, con la gracia de Dios.


    Un problema alarmante

    2. Y, ante todo, que a nadie se le antoje extemporánea, o desorbitada, nuestra actitud ante el problema.

    Desde nuestro regreso de la segunda etapa del Concilio, vivimos bajo el peso de una preocupación verdaderamente angustiosa y obsesionante.

    Desde el día mismo de nuestro retorno, nos venimos encontrando con diocesanos nuestros, de las más diversas clases sociales, que se nos muestran alarmadísimos ante el sesgo que va tomando la inmoralidad en nuestra Diócesis, bajo el signo de la condescendencia con el turismo.

    3. Y tienen razón para estarlo. Ante nuestro pueblo se abre ya inminente la ruta que han seguido no pocos pueblos extranjeros, y algunos españoles, que, dechados, hasta hace poco, de moralidad, honradez y dignidad ciudadana, ofrecen hoy, por el contrario, el denigrante espectáculo de pobres pueblos degenerados, prosternados ante el becerro de oro, o de las divisas, al que no tienen reparo en sacrificárselo todo, todo lo que debiera ser lo primero en mantenerlo incólume, por encima de todo.

    4. Comprenderéis que, por nuestra parte, no estamos dispuestos a transigir con que suceda otro tanto a este pueblo que Dios nos confió, al confiarnos nuestro Obispado.


    No somos enemigos del turismo

    5. No es que seamos opuestos al turismo, por ser turismo.

    Al contrario. Nuestra bendición cordialísima y nuestra más entusiasta cooperación para el turismo decente, decoroso y digno, que, gracias a Dios, lo hay.

    6. Sabemos de varios turistas extranjeros, que están dando aquí el admirable ejemplo de un catolicismo de verdad, en las iglesias y fuera de ellas, con actos de edificante piedad para con Dios, y rasgos de verdadera caridad con el prójimo.

    Nos complacemos en tributarles el público testimonio de nuestra complacencia, nuestra admiración y nuestro aplauso.

    7. Nos consta asimismo de no pocos turistas, aun de los no católicos, en especial de los de cierta nación extranjera, que se muestran sinceramente indignados, ante la conducta muy poco correcta de algunos compatriotas suyos, que los están desacreditando a ellos, y deshonrando a su propia Patria, con sus inverecundias ante nosotros.

    Compartimos la justa indignación de estos turistas extranjeros, dignos de su Patria natal y del País que visitan.


    Diocesanos nuestros, indignadísimos

    8. Como compartimos, indignados, a nuestra vez, la noble actitud de diocesanos nuestros, que se muestran indignadísimos ante el proceder descocado de algunos turistas, no sólo en su trato íntimo con otras personas, sino hasta en algo tan público como son nuestras playas y sus aledaños.

    Y se muestran justísimamente indignados, no sólo como católicos, sino a fuer de simples ciudadanos.

    Y les asiste toda la razón, como vamos a demostrarlo.


    El derecho del Obispo a tratar estos temas

    9. Pero antes de proseguir, hemos de salir al paso a quienes no han de faltar de los que, en cuanto lean el título de la Pastoral presente, han de preguntar airados, que quién es el Obispo para meterse a hablar de turismo.

    Son los que, tal vez inconscientemente, se han dejado arrastrar por esa moderna corriente antiepiscopal, contra la que nos prevenía ya el insigne Pío XII, en uno de sus grandes discursos a los Obispos congregados en Roma, de casi todas las partes del mundo.


    Los modernos enemigos de los Obispos

    «Se advierten hoy –decía el gran Papa– tendencias y maneras de pensar que intentan impedir y limitar el poder de los Obispos en cuanto son pastores de la grey a ellos confiada. Reducen su autoridad, ministerio y vigilancia a unos ámbitos estrictamente religiosos: predicación de las verdades de la fe, dirección de los ejercicios de piedad, administración de los sacramentos de la Iglesia, y ejercicio de las funciones litúrgicas. Pero quieren apartar a la Iglesia por completo de las empresas y asuntos que se refieren, como ellos dicen, a la verdadera “realidad de la vida”, pues éstas se hallan, según ellos, fuera de la facultad propia de los Obispos».

    «En resumen –continuaba diciendo el Papa–, semejante modo de pensar es lo que se quiere significar a veces en los discursos aun de seglares católicos que se hallan en altos cargos, cuando dicen así: “De buen grado vemos, escuchamos y reverenciamos a los Obispos y a los sacerdotes en los templos de su jurisdicción; pero de ningún modo queremos escuchar su voz, ni verlos, donde se traten y se resuelvan los asuntos de la vida terrenal. Porque allí somos nosotros, los seglares, pero de ninguna manera los clérigos, cualesquiera que sea su grado y dignidad, los únicos y legítimos jueces”».


    Contra semejantes errores afirmaba el Papa…

    «Contra semejantes errores –afirmaba rotundamente el Papa– ha de mantenerse firme y abiertamente que la potestad de la Iglesia no se limita en modo alguno a las “cosas estrictamente religiosas”, como ellos dicen, sino que todo el contenido, institución, interpretación y aplicación de la ley natural, en cuanto lo reclama su condición moral, se hallan también en su potestad. Porque, por voluntad de Dios, la observancia de la ley natural pertenece al camino que debe el hombre seguir a su fin sobrenatural. Mas en este camino, en lo que toca al fin sobrenatural, la Iglesia es la única guía y guardián de los hombres…

    »Y en materia social –continúa diciendo el Papa– no hay una sola, sino que son muchas y muy graves las cuestiones, ya simplemente sociales, ya socio-políticas, que tocan al orden moral, a las conciencias y a la salvación de las almas; por ello no puede afirmarse que se hallen fuera de la autoridad y cuidado de la Iglesia. Más aún; también fuera del orden social ocurren cuestiones, no estrictamente “religiosas”, sobre materias políticas, tocantes ya a todas las naciones, ya a alguna de ellas en particular, que penetran en el orden moral, gravan las conciencias, y que llegan a exponer, de hecho frecuentemente exponen, a graves dificultades la consecución del fin último. Por ejemplo, la cuestión del fin y límites del poder civil; de las relaciones entre los individuos y la sociedad; de los llamados “Estados totalitarios”, cualquiera que sea su origen y evolución».


    Los Obispos deben hablar muy alto

    «Y todo ello –añadía el Papa– no sólo en oculto, ni sólo dentro de las paredes del templo y de las sacristías, sino principalmente a plena luz, predicando “super tecta” para usar la palabra del Señor, en el mismo campo de batalla, en medio de la lucha entre la verdad y el error, entre la virtud y el vicio, entre el “mundo” y el Reino de Dios, entre el príncipe de este mundo y Cristo Salvador del mismo mundo».

    Así, tan expresa y terminantemente, habló el Papa.

    Comprenderéis, por lo tanto, que vuestro Obispo está enteramente dentro del ámbito de sus facultades episcopales, al ponerse a hablar de temas tan estrechamente relacionados con la Moral, como lo son el del turismo y nuestras playas, el turismo y las divisas, el turismo y los escándalos.




    I


    EL TURISMO Y NUESTRAS PLAYAS



    Comencemos por plantearnos una cuestión básica, en la que muchos no suelen parar mientes y que, sin embargo, es la cuestión fundamental de la que dependen todas las demás, y es ésta: ¿Quién ha hecho nuestras playas?


    ¿Quién ha hecho nuestras playas?

    Porque la respuesta no puede ser sino una, fulgurante y categórica.

    Nuestras playas no las ha hecho ningún hombre, ni sociedad alguna de hombres. Nuestras playas no las ha hecho ninguna Agencia de Viajes, ni ninguna Compañía de Hoteles, ni ningún Ayuntamiento, ni ninguna Junta de Turismo, ni ningún Ministerio, ni Gobierno, ni ningún otro organismo nacional, o internacional, del mundo.

    Nuestras playas las ha creado Dios, y sólo Dios.

    Es Dios y sólo Dios el que ha creado esas playas deliciosas, con sus múltiples encantos, a fin de que, [en] cuantos las contemplen y disfruten, brote un himno de admiración, de reconocimiento y de amor al Autor de tales maravillas.

    Y, ¿para quiénes ha creado Dios Nuestro Señor todas esas maravillosas playas?


    Nuestras playas, para nuestros niños ante todo

    10. Nuestras playas las ha creado Dios, y sólo Dios, y las ha creado para todos, y para nuestros niños ante todo.

    Son ellos los que más las necesitan. Son ellos los que tienen derecho preferente.

    11. Y no hay derecho a que haya padres, diocesanos nuestros, como los que yo conozco, a quienes su médico les ha dicho que a sus niños les es indispensable la playa, el juego en la playa, los baños en la playa, el sol y el aire de la playa, para que se tonifiquen, y a los que sus padres no pueden en conciencia llevarlos a la playa, porque unos cuantos impúdicos e impúdicas las han convertido en ocasiones próximas de pecados con su descoco.

    12. Las playas –repetimos– las ha creado Dios, y sólo Dios, y las ha creado para todos, para que todos las usufructúen y gocen de ellas como Dios manda; no para que unos cuantos descocados las conviertan en monopolio propio con sus desvergüenzas.

    13. Las playas –volvemos a repetirlo para que quede bien grabado– las ha creado Dios, y sólo Dios, y las ha creado para todos, y nadie, bajo ningún título ni denominación, tiene derecho a convertirlas, prácticamente, en cotos de los procaces, ni a permitir que en ellas ostenten sus desnudeces, o semidesnudos, los amorales, porque esto equivaldría a impedirles el paso precisamente a las gentes a quienes su decencia y su conciencia les prohíben presenciar procacidades.


    Una insensatez

    14. Y que no se nos replique con el vetusto slogan, de que algunos suelen echar mano todavía, contra los que protestan de tales indecencias, diciendo que «el que no quiera mirar, que no mire».

    «No hay que contestar siquiera a tal insensatez», respondía a este propósito un eminente purpurado español. Y con razón sobrante para ello.

    Porque todo el mundo tiene derecho a contemplar las playas y extasiarse ante las soberanas bellezas de que Dios quiso dotarlas, sin que nadie tenga derecho a interferir esa visión con desnudeces y escenas, que constituyan otros tantos incentivos y ocasiones de pecados, que ninguno, en conciencia, puede contemplar.


    Los únicos que no tienen derecho a nuestras playas

    15. Todo el mundo tiene derecho a las playas. Los únicos que no lo tienen son los impúdicos que las maculan con sus indecencias.

    La decencia pública es un derecho para todo ciudadano, como lo recordaba el aludido señor Cardenal.

    El mayor insulto al más elemental derecho de los ciudadanos decentes es el que se vean prácticamente excluidos de las playas, por las procacidades de los que, mediante éstas, vienen a constituirse en monopolizadores de aquéllas.

    Todo ciudadano tiene derecho pleno a la decencia pública de parte de los demás.

    Todo ciudadano, y los jóvenes, y los adolescentes, y los niños, sobre todo.

    Y los encargados de defender y garantizar los derechos de los ciudadanos, están obligados a la defensa de los derechos de nuestros niños de un modo especial.

    No olvidemos nunca que nuestros niños, que «UNO SOLO DE NUESTROS NIÑOS, VALE MÁS QUE TODOS LOS TURISTAS INDECENTES DEL MUNDO JUNTOS».


    Espectáculos denigrantes y escandalosos

    16. Salvemos a nuestros jóvenes; salvemos a nuestros adolescentes; salvemos a nuestros niños, sobre todo.

    Acabemos de una vez con ese espectáculo, denigrante y escandalizador, de hombres casi totalmente desnudos, y de mujeres en bikini, tumbadas o sentadas, junto a ellos, y ostentando sus desnudeces, más que de cara al mar, de cara al paseo, que a veces osan atravesar, unas y otros, en sus mismos impúdicos desvestidos.

    17. Y, entre tanto, como se ha hecho notar con toda realidad, hombres y mujeres que copian, y jóvenes que contemplan, y niños que miran, y adolescentes que se abrasan en las llamaradas del instinto sexual.

    Y todo ello por obra de los que les escandalizan.

    ¡Oh, y qué aterradoras debieran resonar sobre ellos las estremecedoras palabras de Jesús en el Evangelio: «¡Ay del que escandaliza! Más le valiera que le atasen al cuello una gran piedra de molino y lo arrojasen al fondo del mar».

    ¡Oh, los horrendos estragos de los pecados de escándalo, que tan dilacerantes y desgarradoras frases han hecho brotar de los labios del Maestro, todo bondad!


    Se impone una contraofensiva potente

    18. Comprenderéis que esto no puede continuar así. Se impone la contraofensiva, que, en este caso, no es sino propia y legítima defensa.

    Nosotros no podemos consentir que nuestras playas vengan a ser patrimonio de impúdicos e impúdicas turistas.

    Nosotros no podemos tolerar que nuestras playas se conviertan en escenarios a los que –por usar una frase de Pío XII– los unos y las otras vengan a exhibir sus vergüenzas.

    19. Urge el que, por todos los medios a nuestro alcance, con denuncias concretas y probadas, con ruegos y súplicas corteses, y, si es menester, con nuestras protestas más vigorosas y airadas, impidamos el que esta bendita tierra y sus playas degeneren en lo que han degenerado ya algunos otros centros de turismo; en vergüenza de la Patria, y baldón de su Catolicismo.


    Resumiendo

    Las playas, nuestras playas, nuestras maravillosas playas de Gran Canaria, Fuerteventura y Lanzarote, no las ha hecho ningún hombre, ni ninguna sociedad de hombres, ni las ha hecho ninguna Agencia de Viajes, ni ninguna Asociación de Hoteles, ni ninguna Junta de Turismo, ni Ministerio, ni Gobierno de ninguna Nación.

    Nuestras playas, nuestras maravillosas playas, las ha hecho Dios, y ningún otro, sino sólo Dios.

    Y las ha hecho para todos, para todos los que quieran disfrutar de ellas como Dios manda.

    Nuestras playas las ha hecho Dios para todos, pero ante todo para nuestros niños.

    Son ellos los predilectos de Dios.

    Son ellos los que más las necesitan, para su salud, para su bienestar, para su desarrollo.

    Nuestras playas las ha hecho Dios ante todo para nuestros niños, y después de ellos, para todos los demás que quieran usar de ellas, pero sin detrimento de los derechos de los niños; derecho a su salud corporal, pero también y sobre todo a su salud espiritual (porque nuestros niños no son bestias sino personas). Por lo tanto, sin detrimento del derecho de nuestros niños a su pudor, a su inocencia, a la gracia de Dios que llevan en sus almas.

    Nuestras playas ante todo para nuestros niños; y después de ellos, para todos los demás, españoles y extranjeros, que no osen interferir y atropellar los derechos de nuestros niños con sus inverecundias.

    Estos últimos son los únicos que no tienen derecho alguno a nuestras playas.

    Y nadie, nadie, nadie, puede dárselo en forma que interfiera los sagrados derechos de los niños.


    ¡Católicos! ¡Ciudadanos todos! ¡A exigir el pleno reconocimiento de vuestros derechos!

    Por consiguiente, católicos, ciudadanos todos de Las Palmas, cuantos tengáis amor a vuestros niños, y conciencia de los derechos que les competen:

    A demandar, a exigir, el pleno reconocimiento de esos derechos, que nadie os puede negar, que muchos tienen la obligación de defender, que todos tienen el deber de respetar.

    A demandar, a exigir, que vuestras playas, sean unas playas limpias, cultas, decentes, unas playas pulcras, sin inmundicias, sin desnudeces, sin procacidades, que no podemos tolerar por anti-cristianas, por anti-patriotas, por anti-morales.

    Por Dios, por la Patria, y por nuestros niños, ¡todos unidos!, y ¡adelante!




    II

    EL TURISMO Y LAS DIVISAS



    Pero, al llegar a este punto, nos parece estar percibiendo el rumoreo angustioso de voces que nos dicen: «Pero, ¡Señor Obispo! ¿Y las divisas? ¿Y si disminuyen las divisas? ¿Y si no afluyen ya las divisas? ¿Y si nos quedamos sin divisas? ¿Qué va a ser de nosotros, si nos quedamos sin turistas?».


    Lo que sucedió en cierta ciudad de la Península

    Estos fantasmagóricos temores crematísticos de algunos, nos traen a la memoria los análogos de cierta encantadora ciudad de la Península, a cuyos habitantes se les había hecho creer que todo el turismo de la Ciudad estribaba en su célebre internacional Casino, con sus no menos famosas salas de juego, frecuentadas principalmente por turistas extranjeros.

    Hasta que un día, un gobernante, que supo lo que debía hacer, y lo que se hacía, dio cerrojazo total al célebre Casino.

    Los agoreros, partidarios incondicionales del mismo, quedaron consternados. Pero cuál no sería su asombro y el de todos los demás, cuando vieron que el turismo continuaba afluyendo, y más numeroso y más decoroso que nunca, porque lo que al turismo le atraía no era precisamente el Casino, sino el encanto de la propia Ciudad, pulcra y encantadora como pocas en realidad.


    Que es lo mismo que, felizmente, aquí sucedería

    21. Nosotros abrigamos la plena convicción de que exactamente lo mismo ocurriría en Las Palmas el día que se diese en ella total cerrojazo a todas esas procacidades, a todos esos «relajos», como los denomináis gráficamente vosotros los canarios; esos «relajos», que, lejos de prestigiar nuestra Capital, la desprestigian y deshonran.

    22. Pero, además, ¿es que el turismo es la única, ni siquiera la principal fuente de riqueza, no digo para las Agencias internacionales de viajes, o para las grandes Compañías de Hoteles, sino para nuestro pueblo en general?

    ¿Es que Dios no ha querido dotar a este país paradisíaco, de otros géneros de riqueza, que, debidamente explotados, dedicándoles la cuarta parte siquiera de la atención y de los recursos que al turismo se dedican, y se piensa proseguir dedicando, pudieran ser exuberantes manantiales de beneficios, más abundantes y menos aleatorios que los del turismo, además de mejor repartidos entre la mayor parte de los ciudadanos?


    Las divisas del turismo, ¿a manos de quiénes llegan?

    23. Porque yo quisiera irles preguntando, uno por uno, a todos los vecinos, desde San Cristóbal hasta la Isleta, y desde San José hasta Guanarteme, cuántos y cuáles han sido los beneficios, contantes y sonantes, que a cada uno de ellos les ha reportado la tan cacareada afluencia del turismo a nuestra Capital, sobre todo a los que viven exclusivamente de un sueldo o de un salario, esto es, a los empleados y a los obreros, que son los que constituyen la inmensa mayoría de los vecinos de la misma.

    Yo quisiera preguntarles si el turismo les ha reportado beneficios en cantidad suficiente para compensar, al menos, la enorme carestía de las subsistencias, que el turismo de divisas fuertes produce siempre en los pueblos de moneda débil, y de más bajo nivel de vida.

    No tenéis sino que ver los precios que han alcanzado los elementos indispensables para confeccionar, no un plato excepcional, sino el simple, básico y austerísimo potaje canario.

    24. A la verdad, podrá el turismo ser, y lo es, un negocio para las Asociaciones y Agencias, nacionales o internacionales, de viajes y hoteles, y para los que a su sombra se cobijan, y podrá ser el turismo una espléndida fuente de ingresos para el Estado, pero no perdamos de vista que, como se ha hecho notar muy justamente, pueden darse Estados muy ricos y ciudadanos muy pobres, cuando lo que importa es cabalmente lo contrario. De un modo análogo al de que lo que importa es que haya casas holgadas y baratas para cada una de las familias, y no apartamentos y residencias, a expensas de las casas familiares.


    Valores supremos que no se compensan con divisas

    25. Mas demos de barato que el turismo sea el maná para España, y que la restricción del mismo, dentro de los límites exigidos por la decencia, restringiese el número de turistas.

    Bien, ¿y qué? Porque aquí, si alguna vez, es cuando debe tenerse en cuenta el reconocimiento y respeto de la jerarquía de valores, de que hablaba el Papa Juan XXIII, en su gran Encíclica «Mater et Magistra», dando la preferencia a los supremos valores de la vida sobre todos los demás.

    26. No olvidemos que los pueblos poseen patrimonios de honradez, de nobleza y de moralidad, cuya pérdida no se compensa con todas las divisas.


    «Van ustedes a hundir a Canarias»

    Nos han asegurado que un distinguido caballero mallorquín les decía, a unos señores de estas islas: «Nosotros, en nuestro afán de turismo, hemos hundido a Mallorca. Ustedes, con su afán de turismo, van a hundir a Canarias».

    Y, efectivamente, con el afán indígena de turismo, fomentado calurosa y eficazmente desde más arriba, se está hundiendo en la inmoralidad a Canarias.

    Y no es que queramos decir con esto que somos enemigos «a priori» de todo turismo, sino tan sólo, como lo hemos indicado ya antes, del turismo indecente y soez, pero no del turismo decente y cortés.


    Más quiero para mi patria honra sin barcos…

    Y, en último y primer término, todo el que no sea un inconsciente de la verdadera escala de valores, recordando la célebre frase «más quiero para mi patria honra sin barcos, que barcos sin honra», debe proclamar: «MÁS QUIERO PARA MI PATRIA HONRA SIN DIVISAS, QUE DIVISAS SIN HONRA».


    Divisas sin honra

    27. Y divisas sin honra serían las que se obtuviesen a cambio del silencio, de la inhibición, de la condescendencia con el turismo indecente y del consiguiente desamparo de la niñez, de la juventud, y de cuantos tienen derecho a una vida social decente y digna.

    Divisas sin honra serían las que se obtuviesen a trueque de una patente de corso a favor de los turistas, para que pudiesen burlarse impunemente de las leyes y órdenes en pro de la decencia pública, dictadas por el propio Gobierno Español.

    Divisas sin honra serían, sobre todo, las que nos llegasen de compradores y corruptores, y de compradoras y corruptoras, hasta de nuestra misma juventud masculina.


    Se impone el que actúen todos, y no el Obispo sólo

    28. Y como mucho de todo eso es ya, entre nosotros, más que inminente, comprenderéis que se impone una reacción vigorosa y una contraofensiva potente, comenzando por una vibrante protesta de parte de todas las personas decentes y conscientes de su deber.

    En empresas de tal envergadura, no se le puede dejar al Obispo solo.

    «A los ciudadanos respetables –decía el mismo Sumo Pontífice citado–, a los padres de familia, a los educadores, queda abierto el camino de asegurar la aplicación y la sanción eficaz de las sabias leyes, presentando a las autoridades civiles, en la debida forma, denuncias fundadas en hechos, exactas en sus alegatos de personas, cosas, palabras, para que, cuanto de reprobable se venga presentando al público, sea impedido y reprimido».

    «No se trata –os diremos en frases de nuestro Eminentísimo señor Cardenal Primado– de ejercer el odioso oficio de delatores, denunciando faltas cometidas en oculto; se trata de oponerse a un escándalo público, que compromete el buen nombre cristiano de un pueblo y es de efectos perniciosísimos».


    Sin patentes de excepción para los turistas

    29. Y todo sin que haya patentes de excepción, explícita ni implícita, para los turistas.

    Están ellos obligados a los deberes de decencia pública, como todos los demás ciudadanos, como todos los demás seres humanos.

    Además de que, si a ellos se les consienten ciertas cosas, ¿qué puede tener de extraño el que, como ha dicho otro Obispo, «la gran masa española se acostumbre, y considere como normal el atrevimiento y la procacidad?».

    No puede consentirse que continúe siendo verdad lo que acaba de publicarse hace unos días: «Se está llegando hasta el extremo de establecimiento de zonas reservadas para extranjeros. ¿No indigna que se haga de nuestro suelo patrio una zona cosmopolita de “suspense moral”?».

    Tiene razón quien eso escribe. Resulta ello tan indignante que no se puede tolerar.

    Como no puede tolerarse el que, con el título de playas internacionales, se conviertan «nuestras» playas en zonas donde, quienes han perdido la conciencia de la dignidad humana, se comporten de tal modo que constituya un insulto a los que, gracias a Dios, no la hemos perdido todavía.

    30. Nuestra consigna debe ser:

    «TURISMO DECENTE, SÍ.

    TURISMO INDECENTE, NO,

    Y MIL VECES NO».

    Turismo decente, sí; y para ese turismo decente y civilizado, del que son honorables representantes tantísimos turistas, como los que a esta ciudad arriban y en ella conviven, decorosos y dignos; para ellos, todas las atenciones y cortesías y finezas con que los habitantes de este país saben tratar a los forasteros.

    31. Pero, frente a ese turismo respetuoso y respetable, está el otro, el bajo, el grosero, el inelegante y procaz, el de los que, o a sí mismos se tienen por salvajes, o nos tienen por salvajes a nosotros, porque visten y proceden cual si entre salvajes se hallasen, y luego corresponden, en ocasiones, a las finezas y atenciones con que aquí se les trata, haciéndonos objeto de menosprecios e injurias de las más humillantes y soeces que se pueden imaginar.

    32. Aunque hemos de convenir, a fuer de sinceros, que esos insultos, propinados a veces en pleno rostro, no son sino la correspondencia lógica a la actitud, mendicante hasta el deshonor, con que, de cierto tiempo a esta parte, se viene susurrando a los cuatro vientos, que lo trascendental y supremo para nosotros es el que afluyan muchos turistas con divisas, y que, con tal que nos las otorguen, hay que permitírselo todo, sin reparar en sacrificios del decoro, de la vergüenza y de la moralidad.


    No cabe rebajar más el ideal de una patria

    A fe que no cabe rebajar más el ideal de una patria. No cabe oprobio más humillante para España y sus regiones, que el convertirlas en pordioseras mendicantes de unas divisas, aunque, a trueque de ellas, haya que sacrificar la moralidad, la conciencia y la noble altivez española.

    ¡La noble altivez española, extendiendo una mano mendiga, pedigüeña de divisas, y diciendo con su actitud y sus gestos: «Con tal que nos las den, lo sacrificamos todo a los turistas»!

    Cuando la gran consigna, que debiera aparecer inscrita en la misma frontera y practicada por todos los españoles, debiera ser esta otra: «NO HAY DIVISAS EN EL MUNDO SUFICIENTES PARA COMPRAR LA ALTIVEZ, LA MORALIDAD Y EL DECORO DE ESPAÑA».


    No podéis servir a Dios y a las divisas

    34. Las afirmaciones del Señor son tajantes: «Nadie puede servir a dos señores. No podéis servir a Dios y a “Mammón”», esto es, no podéis servir a Dios y a las riquezas; no podéis servir a Dios y al dinero.

    Y notad que, hoy por hoy, entre nosotros las divisas son las riquezas más apreciadas.

    Y notad que, hoy por hoy, entre nosotros son las divisas el dinero más mandón.

    Quien es esclavo del dinero, necesariamente menospreciará a Dios. Lo ha dicho Jesucristo.

    Y tengamos muy en cuenta que, además de Dios, hay algo cuya pérdida tampoco se compensa, ni con todas las divisas del mundo, ni con el mundo mismo todo entero, y son las almas. Por eso las defendemos, como Obispo, con toda la nuestra.

    Y por eso mismo Juan XXIII advertía solemnemente en el párrafo aquel en que hablaba de la jerarquía de valores: «Deseamos ardientemente que resuene, como perenne advertencia, en los oídos de nuestros hijos, el aviso del Divino Maestro: “¿Qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar el hombre a cambio de su alma?».


    Buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura

    35. Aunque no hayáis miedo de que, por atender ante todo a los bienes supremos del alma, vayáis a perder los bienes materiales, indispensables para el cuerpo.

    Ahí tenéis, perennes e inconmovibles, como rocas, las otras, asimismo infalibles, palabras del mismo Maestro divino, dirigidas a los preocupados por los bienes materiales necesarios para la vida: «Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura».

    Si buscamos primeramente el Reino de Dios y su justicia, no ha de faltarnos lo demás. Jesucristo tiene empeñada en ello su palabra de Dios.


    Si procedéis de modo contrario, temed la gran tragedia

    36. Y, por el contrario, si buscáis ante todo las añadiduras de los bienes terrenos, con detrimento de los espirituales; si anteponéis las divisas a la moralidad, temed que a la larga tengan entre nosotros trágico y cabal cumplimiento las elocuentísimas frases con que el gran Manterola terminaba uno de sus discursos en el Parlamento, cuando decía: «Señores Diputados: yo creo que si la España, que si nuestra desventurada patria, tiene la desgracia inmensa de dejarse fascinar por el brillo de unos bienes temporales; que si tiene la desgracia de lanzarse en los descarnados brazos del librecultismo (que ahora parece que se trata de introducir bajo el signo del turismo), ese día –continuaba el gran orador– la España de los recuerdos, la España de las antiguas glorias, habrá muerto; ese día, ¡Dios no lo permita!, caerá esta pobre Nación abrazada a su sudario, el Ángel Exterminador habrá congregado sus frías cenizas, las habrá amontonado en la tumba inmunda del olvido, y sobre la tierra de aquel sepulcro desconocido escribirá con caracteres de fuego: “AQUÍ YACE UN PUEBLO APÓSTATA QUE RENEGÓ DE SUS BIENES ETERNOS POR ALCANZAR LOS TEMPORALES, Y SE QUEDÓ SIN ÉSTOS, DESPUÉS DE HABER PERDIDO AQUÉLLOS”».




    III

    EL TURISMO Y LOS ESCÁNDALOS



    41. Volvamos a repetir nuestra consigna en toda esta campaña, que debe ser la consigna, no sólo de las personas piadosas, sino de toda persona decente y consciente:

    Turismo decente, sí y mil veces sí.

    Turismo indecente, no y mil veces no.


    Dos clases de turismo

    Turismo decente, sí; y no será menester que repitamos todo el respeto y complacencia, y cooperación y plácemes, y bendiciones y aplausos, que nos merece ese turismo decente, del que, gracias a Dios, tenemos, entre nosotros, y nos llegan cada día, tantos dignísimos representantes.

    42. Pero junto, y a la sombra de ese turismo decente, tenemos el otro, el despreocupado, el inculto, el procaz, el que, aunque a veces fino de modales, es no obstante profundamente animal, desconocedor y despreciador de la dignidad humana, de la dignidad del hombre, y de la dignidad de la mujer.

    Y a este segundo turismo, se refiere el epígrafe último de esta Carta Pastoral: «El turismo y los escándalos».


    Escándalos nefandos

    No está, sin embargo, en mi ánimo, como comprenderéis, el describir aquí todos los escándalos de que es autor y fautor este turismo al que nos estamos refiriendo, porque ello habría de resultar enormemente escandaloso, como es natural.

    Baste insinuar que, desde el reciente masivo irrumpir del turismo sobre nuestra isla, va cundiendo de día en día, de modo alarmante, ese vicio nefando que Dios Nuestro Señor en su Biblia lo califica de «crimen pésimo».

    Baste añadir que, desde el desbordamiento este del turismo sobre nuestra isla, está tomando aquí carta de naturaleza algo hasta ahora inaudito, y es la compra para el pecado de nuestra juventud masculina por ellas.

    Esto, hasta la llegada de ese segundo turismo del que estamos hablando, no había tenido lugar, ni se concebía en Canarias.


    No queremos divisas, si van a continuar entrando juntamente con eso

    A fe que, si las divisas por turismo van a continuar entrando en España, a trueque de que cundan y se difundan esos dos vicios tan denigrantemente abominables, sería llegada la hora de que España entera se pusiese en pie, como un solo hombre, pidiendo y exigiendo que, ni se admita, ni entre en España, una sola divisa por turismo.

    La moralidad y el honor de España están sobre todos los turismos indecentes del mundo.


    Otros escándalos

    No voy a hablaros de esta clase de escándalos, ni de otros del mismo jaez, que, aunque conocidos de muchísimos, que se muestran asombrados e indignados, son, sin embargo, escándalos que todavía, con cierto laxismo, pudieran ser calificados de privados.

    43. No. Queremos hablaros de los escándalos públicos por parte del turismo indecente. Tenemos datos concretos, impresionantes, de escenas verdaderamente inconcebibles, en azoteas, en las calles, y en los apartamentos con las ventanas totalmente abiertas.

    Como comprenderéis, no vamos a ponernos a describir todos los escándalos de este género, porque habría de resultar escandaloso a su vez.


    Escándalos en las playas y sus aledaños

    Vamos a circunscribirnos a un solo sector: el de las playas.

    Y no para fijarnos precisamente en las alejadas. Alguna otra vez hemos solido referir uno de sus episodios. Un señor muy distinguido de esta ciudad condujo en su coche a un amigo forastero, para mostrarle una de las más espléndidas playas con que Dios Nuestro Señor quiso dotar a Gran Canaria. Bajaron del coche, empezaron a caminar, y de pronto, una pareja en desnudismo integral, y, a los pocos pasos, otra, y otra, y un grupo entero de turistas en la misma indecorosa desnudez absoluta.

    Se nos ha asegurado, que ya no se da eso; que las cosas han mejorado.

    Pero también se nos asegura que hay quienes regresan, desde aquella playa a la capital, en bikini. ¿Cómo se comportarán allí?

    Mas no es nuestro propósito hoy fijarme en las playas lejanas. Atengámonos a la más cercana, y mostremos solamente tres botones, mejor dicho, tres semibotones, porque exhibir el botón entero pudiera resultar escandaloso.


    Tres botones de muestra

    Primer botón.

    Un padre de familia numerosa, al que se le ocurre, un día, ir a la playa, en compañía de toda su familia.

    De pronto, un turista, que está a su lado, y que se desviste por completo, y se queda así, ante todos ellos, hasta ponerse eso que llaman «traje» de baño.

    El padre, su mujer y sus hijos, salieron indignados para no volver a poner los pies en la playa, en la playa a la que tienen pleno, plenísimo derecho, ellos; derecho que no tiene, en manera alguna, el turista ese cínico, ni ningún otro cínico del mundo.


    * * *


    Segundo botón.

    Otro padre de familia, asimismo numerosa, que se llega también a la playa con todos sus hijos, varones en su mayoría…, e idéntica escena, ante todos ellos, de parte de una turista, de ésas que parecen haber perdido totalmente el sentido del pudor, hasta el extremo de quedar rebajadas, en este punto, al mismo nivel de las bestias, que son las que tampoco tienen pudor ninguno.


    * * *


    Tercer botón.

    Una aglomeración de gente, junto a la playa, despierta la curiosidad de otro señor. Pregunta qué pasa, y le responden: «Es una “chona”, que se está…» (me han reseñado el caso y la frase por escrito, pero no me atrevo a publicarla).


    * * *


    Y no hablemos de lo que al principio apuntábamos, de turistas en bikini, tumbadas o sentadas de cara al paseo, exhibiendo lo que el pudor impide mostrar…, y luego, en el paseo mismo, y en las calles adyacentes, y en los restaurantes…


    No nos referimos a las salas de fiestas ni a los bares con mujeres

    Y no nos referimos precisamente a los restaurantes de las llamadas «salas de fiestas».

    Pero, señor, ¡qué afán de cambiar los nombres a las cosas, en vez de cambiar las cosas mismas!; porque, antes, con otro nombre se las llamaba; y arrojar la cara importa, que el espejo no hay por qué…

    Mas, en fin, llamémoslas «salas de fiestas»; y digo que no hablo de los restaurantes de las salas de fiestas, ni de los restaurantes de bares servidos por mujeres.

    ¡Oh, los bares con mujeres!, que en su mayoría son centros de degeneración fisiológica y moral para centenares de hombres solteros y casados en esta ciudad de Las Palmas, y la desgracia, y lágrimas y miseria para tantísimas familias…

    Como lo son para los millares y millares de marinos que arriban aquí de las cinco partes del mundo, y que en esos bares, y en otros antros, de los que la mayoría de aquéllos son vestíbulos, dejan el pan, que sus mujeres e hijos esperan, con el consiguiente descrédito y deshonor, a través del mundo entero, del buen nombre que se merece esta ciudad, y que lo tendría si no fuera por esos antros y esos bares, cuyo número, en vez de irse restringiendo, va por el contrario en aumento.

    Tanto que, ahora mismo, en una calle de las más cortas, pues apenas tendrá cincuenta metros de larga, y en la que hay ya tres bares, van a abrirse, según me informan, otros tres, con el pavor de los buenos vecinos de aquella calle, que están aterrados, pues viven ellos y sus familias molestados, avergonzados, y, desde que llegan las ocho de la noche, materialmente encerrados en sus casas, para no verse ofendidos por los que a aquella calle llegan, tocando, no pocas veces, a las puertas mismas de sus casas, y para no contemplar las escenas de vergüenza a que en plena calle, las sirvientas y los clientes de algunos de aquéllos, dan lugar.


    * * *


    Íbamos, pues, hablando –y perdonadnos el largo entreparéntesis que hemos hecho– de las escandalosas maneras de comportarse de algunos y de algunas turistas, aun fuera de las playas, en el paseo mismo, en las calles adyacentes, y hasta en algunos restaurantes, y no hablo precisamente de los de las «salas de fiestas», ni de los de bares, sino de varios de los corrientes.

    Todo ello con el consiguiente escándalo de las gentes, de los jóvenes y de los niños sobre todo, que miran con sus grandes ojos asombrados lo que a sus Ángeles de la Guarda les hace convertirse en acusadores, ante Dios, de aquéllos que de tal manera pervierten a los niños confiados a su custodia.


    Unos comentarios

    44. Los comentarios a que da lugar todo esto, de parte de cuantos no han perdido todavía el sentido de la moralidad, os los podéis imaginar.

    He aquí unos cuantos, recogidos al vuelo por una persona que nos los ha remitido por escrito.


    * * *


    UN HOMBRE DE CARRERA: «Pensar que para esto fuimos a la guerra».

    UN OBRERO: «¿Qué será de nuestros hijos el día de mañana?».

    UN TRAGACURAS: «La culpa es de los curas, que dejan a éstos… presidir Misas y reuniones, y luego, se dejan engañar, o no les paran el carro a éstos que…». (En los puntos suspensivos hay frases que hemos creído conveniente silenciar).

    UN BACHILLER: «Todos protestamos, y nadie hace nada».

    UN PADRE DE FAMILIA: «Es necesaria una comisión de muchos padres de familia para presentarse al Señor Gobernador y pedir justicia».

    OTRO PADRE DE FAMILIA: «Me extraña sobremanera el silencio de nuestro Señor Obispo. En otra ocasión publicó una hermosa Pastoral acerca de las playas; sin embargo, ahora, que el caso es más alarmante con la intromisión de los extranjeros, no ha levantado la voz. No quiero pensar que al Señor Obispo le dan algo de las divisas que los turistas dejan».


    * * *


    Como supondréis, el Obispo no recibe divisas. Lo que recibe es dolorosísimos impactos del daño que ese turismo, no el correcto, sino el indecente, está causando en las almas que le han sido confiadas, y que poco a poco van perdiendo el horror, que se merece, a ese escándalo que tantos estragos produce, y que tantos turistas parecen obstinados en implantarlo aquí: el escándalo del desnudo.


    El escándalo del desnudo

    45. Ora sea del desnudo total, ora de ese otro desnudo farisaico, o casi desnudo, que trata de cubrir parte del cuerpo con velos tan restringidos y sutiles, que, como decían los Reverendísimos Metropolitanos españoles, «sirven más bien para aumentar el reclamo de las pasiones».

    Vamos a hacer el análisis de esas dos palabras: la palabra «escándalo», y la palabra «desnudo».

    La palabra o vocablo «escándalo», la tomamos, no en un sentido vulgar, popular, sino en su sentido técnico, filosófico y teológico, conforme al cual «escándalo» es toda acción que proporciona al prójimo ocasión próxima de pecado, sobre todo si es mortal.


    Los criterios del mundo de hoy

    46. Y, en este sentido, hemos de confesar que, desgraciadamente, hemos llegado a unos tiempos en que se ha perdido por muchísimos el horror al escándalo, como que, según lo hacía notar el Papa Pío XII, se está perdiendo hasta la noción misma de pecado.

    Se está perdiendo por completo el concepto del pecado: la ingratitud más negra con el más Padre de los padres; la injuria más horrenda, inferida al Señor más señor.

    Todos tienen concepto de lo que significa la injuria de hombre a hombre; el que un hombre le cruce a otro la cara, de un bofetón.

    Y todos saben que, en eso, se agrava la injuria cuanto la superioridad de la persona injuriada sea mayor. Todo el que ha estado en un cuartel, sabe que no revisten gravedad idéntica la bofetada propinada por un soldado a un compañero, que las que se diesen a un Capitán, o al Comandante, o al Coronel, o al Capitán General, o el zarpazo del que, en un arrebato de furor, rasgase la bandera de la patria. Eso lo saben todos.

    Y todos saben que los Estados todos del mundo, aplican a este crimen penas de las más graves de sus respectivos Códigos penales.

    47. Pero habéis de saber, amadísimos Hijos míos, que hay algo ante lo que la patria de cada uno, y las patrias todas del mundo, significan y representan lo que unas cuantas gotas de agua en el fondo de un caldero.

    La frase no es mía. Es de Dios, en su Biblia, en su Libro Santo.

    Todas las naciones de la Tierra, ante Mí, vienen a ser como gotas de agua en el fondo de un caldero recién vaciado; como átomos de polvo en el platillo de la balanza; vienen a ser –dice Dios– como nada.

    Y, sin embargo, ¡lo que son los falsos criterios de los hombres! La injuria a la patria es un crimen execrable que se castiga con las mayores penas; y en cambio, la injuria grave a Dios –que eso es el pecado mortal– se reputa como una futesa, una nada.

    Así andamos de criterios valoradores.

    ¿Comprendéis ahora que, para gentes así, el pecado de escándalo no significa nada?


    El criterio de Jesucristo

    48. ¡Cuán diametralmente distinto el criterio de Cristo en el Evangelio! Abridlo. Vedle todo clemencia, todo misericordia, todo perdón, para los pecadores.

    Perdona a la Samaritana; perdona a la Magdalena; perdona a la adúltera; perdona a Zaqueo; perdona a Pedro, al Papa que renegó de él; perdona a los que le llevaron al patíbulo, y le clavaron; les perdona, cuando todavía estaba colgado de él. Y hasta al ladrón, cuya vida era un tejido de crímenes, y que también le estaba insultando en su agonía, le bastó que le dijera: «Señor, acuérdate de mí, cuando estuvieres en tu Reino», para que le contestase al momento: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso». Así era de bueno Jesucristo.

    49. Y, sin embargo, de los labios de este mismo Jesús, todo bondad y perdón, han brotado, fulgurantes como rayos, las frases más aterradoras que se leen en las páginas del Santo Evangelio: «¡Ay del mundo a causa de los escándalos! ¡Ay del que escandaliza, sobre todo, aunque no sea sino a uno de estos pequeñuelos que creen en Mí. Más le valiera que le atasen al cuello una piedra de molino y lo echasen al fondo del mar!». ¡Qué angustias, qué asfixias, qué agonías, las del que se viese en el fondo del mar con una gran piedra de molino al cuello, ¿verdad?! Pues al que escandaliza, más le valiera que le atasen una gran piedra de molino al cuello y lo arrojasen al fondo del mar. Así habla Jesucristo.


    ¿Por qué es tan duro Jesucristo con los que escandalizan?

    Y, ¿por qué Jesucristo, tan bondadoso con los pecadores en general, es, sin embargo, tan terroríficamente duro con los que escandalizan?

    Pues porque el escándalo, la persona que escandaliza, es un Anticristo; un Anticristo que viene a destrozar la obra que el Hijo de Dios vino a realizar.

    Conque baja el Hijo de Dios, el Hijo de Dios, Omnipotente, infinitamente sabio, rico y feliz como su Padre, baja del Cielo a la Tierra, y se hace hombre, y para salvar a los hombres, sus hermanos, llega al extremo de dar su vida en un patíbulo, derramando en él hasta la última gota de su sangre, para salvar a los hombres, en su afán heroico de librar del Infierno a todos y cada uno de los hombres…, y viene el escandaloso y –como el criminal que en la vuelta de la carretera atraviesa un peñasco en el que el auto que llega tropiece, se desvíe y vaya a dar en el precipicio– pone un tropiezo, una ocasión de pecado –que eso es el escándalo– en el que tropiece, se desvíe del camino del Cielo, y, colgado del precipicio del pecado mortal, quede suspendido sobre el abismo del Infierno aquel prójimo suyo «propter quem Christus mortuus est», «por el que murió Jesucristo», malogrando así la Pasión y la Muerte de un Dios, pisoteando e inutilizando su sangre redentora.

    ¿Comprendéis ahora que, de la boca del que la derramó por nosotros, brotaron aquellas tremendas frases: «¡Ay del mundo por los escándalos! ¡Ay de aquél que escandaliza! Más le valiera que le colgasen una piedra de molino al cuello, y lo arrojasen al fondo del mar»?

    ¡Oh, y qué sibilantes deben resonar estas palabras en las playas modernas con su escandalosa promiscuidad de sexos, con su provocativa exhibición de desnudeces, o casi desnudeces, que muchas veces son más provocativas que la misma desnudez total que en nuestras playas, como os decíamos, tampoco suele faltar!


    Principios fundamentales para juzgar la desnudez

    El escándalo del desnudo.– Hemos analizado la primera palabra, el escándalo. Nos toca analizar ahora la segunda: el desnudo.

    50. El desnudo. Es tan vidrioso y delicado el tema, que no es con palabras propias, sino con las de un insigne y pulcro psicólogo moderno, con las que lo vamos a tratar.

    Los principios son claros, evidentes. Hélos aquí:

    1) En el plan de la actual Providencia, Dios determinó que los hombres viniesen al mundo por generación, dentro de legítimo matrimonio.

    2) Para ese fin, Dios dotó, al hombre y a la mujer, de fuertes estímulos somático-psíquicos, que no pueden ser excitados, por lo tanto, fuera del matrimonio, sin violar gravísimamente la ley expresa de Dios, y dislocar el plan del Creador.

    3) Uno de los estímulos de más eficacia general es el del desnudo.

    4) De donde se sigue que el mostrarse en la playa, completa o casi completamente desnudos, es gravemente ilícito.

    Ésta es la doctrina de Cristo, explicada por San Pablo, y sostenida y defendida siempre por la Iglesia de Jesucristo.


    Asociaciones de nudistas

    51. Yo ya sé que hay en Europa y en América, asociaciones y hasta campos de nudistas que practican el nudismo, y que, con sofismas de toda especie, tratan de persuadir a los demás, para que, en este siglo, que tanto alardea de dignidad humana, la dejen a un lado, y se exhiban como animales, sin vestido.

    Yo ya sé que los tales se revuelven airados contra la Biblia, en especial contra San Pablo y contra la Iglesia Católica, la gran defensora de la dignidad humana, y la eterna condenadora del nudismo, que rebaja al hombre y a la mujer a la categoría de bestias sin pudor.

    Pues, consciente o inconscientemente, con tales nudistas colaboran cuantas personas, traicionando la doctrina de Cristo y de su Iglesia, se exhiben desnudas o semidesnudas en las playas.

    ¿Cómo queréis que transija con eso vuestro Obispo, so pena de ser un farsante, un cobarde, o un traidor?


    Se reían…

    52. Nos es, por lo tanto, ineludible, adoptar las medidas que están en nuestra mano.

    Yo bien sé, que han de reírse de ellas todas esas turistas sin decoro, que, durante este Invierno, están dando el espectáculo diario de su impudor en la playa de las Canteras.

    También se reían las que, hace unos años, ostentaban su impudicia en las célebres playas de moda de Francia, de Bélgica, de Alemania y de Italia. Hasta que, cuando menos lo pensaban, y más alocadamente se reían, se les quedó helada la risa en los labios. Al ver rojas de sangre, y cubiertas de metralla, las playas mismas en las que tan indecorosamente se divertían.

    Las risas no resuelven nada. Es insensato querer esquivar con risas, problemas serios y graves.


    Los que no comprenden al Obispo

    53. Ateniéndonos, por lo tanto, a los que han de recibir con respeto las medidas episcopales, yo estoy seguro que no han de faltar, entre nuestros mismos diocesanos, quienes no las entiendan, como no comprenderían otras medidas que, en otras esferas, que no son episcopales, el Obispo querría que se adoptasen.

    Comprenden perfectamente el que haya Estados europeos y americanos, muy civilizados, muy cultos, muy progresistas sobre todo, que, sin embargo, persiguen fieramente, inexorablemente, inquisitorialmente, a los traficantes en opio, en cocaína o en otros estupefacientes, porque, aunque ellos no impongan estas drogas a nadie, dan ocasión a que otros ciudadanos se sirvan de ellas con gravísimo daño para su salud corporal y aun para su vida misma, y comprenden perfectamente que a estos tales se les reprima.

    Pero, en cambio, ni comprenden, ni conciben siquiera, que se les coarte, en lo más mínimo, a los que con sus escándalos –explicado en el sentido teológico que lo hemos hecho– están causando gravísimo daño y aun la muerte misma espiritual de millares de ciudadanos, jóvenes, adolescentes y niños sobre todo.

    54. Yo bien me imagino que no habrá turistas, por partidarios o partidarias que sean del desnudismo, a los que no les parezca muy bien el que a un infeccioso, enfermo de viruela, de peste bubónica o de tifus exantemático, no se le deje circular por nuestras calles, ni acudir a nuestras playas, ni vivir siquiera en su propia casa, sino que se le encierre inexorablemente en un lazareto, a fin de evitar el contagio y el gran daño corporal que podía seguirse a los demás…, y no comprenden el que, a quienes con sus desnudeces están siendo causa de grave escándalo y gravísimo daño a miles de personas, no digo que se las encierre en un lazareto, ni que se les prohíba acudir a las playas, sino que se les diga cortésmente: «Puede usted continuar aquí; lo único que aquí exigimos es que se bañe y se comporte como las personas decentes, y que no tome los baños de sol como los toman los perros…, que aquí todavía somos conscientes de nuestra dignidad humana y queremos que nos la respeten los demás».


    Pero, ¿y las divisas?

    55. Y lo más inexplicable es que, en este punto, no digo turistas o indígenas que hayan perdido la conciencia de esa su propia dignidad, sino hasta personas plena y sinceramente católicas, pierdan de vista las normas más elementales de la moral cristiana en cuanto se atraviesan de por medio las divisas.

    Pero, ¡Señor Obispo!, ¡por favor!, que las divisas nos son absolutamente necesarias; que nos son imprescindibles las divisas.

    Ya os decíamos antes, que yo tengo la plena convicción de que, aun cuando al turismo se le impusiesen las normas de decencia, que deben ser patrimonio de toda persona digna, los turistas continuarían afluyendo, y más numerosos y más decorosos que nunca.

    Además, ¡tenemos tantas fuentes de riqueza inexplotadas! Aludiendo a una sola de ellas, a mí –os lo digo sinceramente– se me cae el alma de pena al ver que vienen aquí gentes de fuera a llevarse millones, mientras los míos, encandilados con eso del turismo, se dedican a… Permitidme que no concluya la frase.


    Arráncatelos

    56. Pero, en fin, vamos a conceder que las divisas del turismo sean absolutamente necesarias.

    No nos oponemos a que entren en España las que provienen del turismo decente, decoroso y digno.

    Las que creemos firmemente que nos dañan y nos deshonran, son las que provienen de los turistas indecentes.

    – Pero, es que nos son necesarias.

    – ¿Necesarias? ¿Tan necesarias como los ojos? ¿Tan necesarias como las manos? ¿Tan necesarias como los pies?

    – Tan necesarias, Señor Obispo.

    – Pues, «si tu ojo te escandaliza, esto es, si te es ocasión de pecado, arráncatelo y échalo lejos de ti. Y si tu mano, o tu pie, te escandalizan, córtalos y arrójalos de ti». Son frases literales del Santo Evangelio. Es la moral de Nuestro Señor Jesucristo.

    Comprenderéis, Hijos míos, que yo, Obispo, en cuestión de moral no puedo atenerme, ni a las ideas de los nudistas, que buscan su placer en todo, ni a los deseos de los economistas, que buscan ante todo las divisas, sino que he de atenerme a la Moral de Nuestro Señor Jesucristo, so pena de ser, como os decía antes, o un farsante, o un traidor, o un cobarde.

    Ateniéndonos, por tanto, a las normas de la Moral de ese infalible Maestro Divino, promulgamos el siguiente




    DECRETO EPISCOPAL



    Teniendo en cuenta todo lo dicho, y como las Cartas Pastorales sobre Moralidad resultan más eficaces si se les condensa en un mandato sobre un punto concreto, Nos, manteniendo firme el que dimos sobre los baños de sol en forma inhonesta y los bailes en traje de baño, en nuestra Carta Pastoral sobre la «deshonestidad en las playas y en las modas», queremos añadir ahora otro, centrándolo sobre el uso del bikini, que viene a ser como el símbolo de la actual delicuescencia y degeneración de la mujer.

    Convencidos de que, por sí solo, no ha de tener eficacia sobre las extranjeras, no católicas, que lo usan, pero confiados en que ha de servir de freno a nuestras diocesanas a fin de que no caigan en la vergonzosa degeneración de aquéllas.

    En virtud, pues, de nuestras facultades episcopales, y cumpliendo con el gravísimo e ineludible deber de velar por la moralidad de nuestra Diócesis, prohibimos en ella el uso del bikini bajo pecado mortal.

    Y mandamos a todos los confesores que nieguen la absolución a toda persona que no prometa seriamente no volver a usarlo.

    Y les advertimos que si, lo que no es de esperar, algún confesor deja de cumplir este nuestro mandato, queda, «ipso facto», suspendido de sus licencias de confesor.


    * * *


    No me digáis que soy duro. Pensad que soy vuestro Obispo, que un día ha de presentarse a dar cuenta a Dios de vuestras almas, en frase estremecedora del mismo Dios, en su Biblia.

    Y permitidme una confidencia. En medio de las enormes deficiencias episcopales, de que habré de responder ese día ante aquel Tribunal Supremo, quisiera que el Señor pudiera decirme: «Pero, en medio de todas ellas, al menos has sabido defender la moralidad de tu Diócesis, con un celo no inferior a la lealtad y bravura con que los buenos Generales defienden la independencia de su patria».

    ¿Y qué menos se puede pedir a un Obispo?

    Las Palmas de Gran Canaria, a 18 de Febrero del Año del Señor de 1964.




    † ANTONIO, Obispo de Canarias


    .
    Última edición por Martin Ant; 13/06/2020 a las 18:26
    Kontrapoder dio el Víctor.

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