«Cartas del sobrino a su diablo (IV)» por Juan Manuel de Prada para el periódico ABC, artículo publicado el 26/04/2020.
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No creas que cedo ni un minuto en mi misión sibilina de captar españoles, mientras los diezma la plaga coronavírica o se quedan sin trabajo. Últimamente, me he centrado -para que no digas que descuido a nadie- en la derecha «sin complejos» (en otra ocasión te contaré mis andanzas con la acomplejada), que lanza de vez en cuando mensajes revulsivos que, si estuvieran bien formulados y dirigidos, podrían resultar muy contrarios a nuestros intereses. Para impedirlo, me he preocupado de que tales mensajes siempre estén formulados muy zafiamente, sin fuerza persuasiva ante las inteligencias que aún exigen discernimiento. Y es que, como enseña el capullo de Aristóteles, la verdad, para resplandecer, no sólo debe darse en su causa material (o sea, en su enunciado), sino también en sus causas formal y final. Y una verdad expuesta ruda y biliosamente con la finalidad de armar gresca y conseguir retuiteos a granel puede ser tan intoxicadora como la peor mentira, amén de mucho más eficaz para nuestros propósitos, porque provoca repelencia en las almas que aún pertenecen al Enemigo.
Para que estos mensajes de la derecha «sin complejos» contribuyan a nuestra causa he procurado, en primer lugar, envolverlos con un atrezzo caricaturesco. Pocas cosas causan más hastío y repelús al patriotismo sereno que el patrioterismo con faralaes y charreteras que se exhibe histriónico en pulseritas o bragas rojigualdas. Aprovechando la plaga coronavírica, he inspirado en la derecha «sin complejos» unas mascarillas castrenses, de color caqui y con la consabida banderita rojigualda a modo de pegote, como si fuese una hemoptisis entreverada de sangre y moco lanzada al adversario, que convierten las pulseritas y braguitas patrióticas en paradigmas de sobriedad. También me he preocupado de que los paladines de la derecha «sin complejos», cuando se retiran la mascarilla de la boca, ensarten eslóganes chirriantes, de un esquematismo sin matices trufado de clichés tremendistas que les induzco a repetir de forma monomaníaca («gobierno socialcomunista», «narcodictadura bolivariana», «golpe de Estado», etcétera, con el soniquete sempiterno de Venezuela al fondo). De este modo, me he garantizado que sus júligans reaccionen con complacencia pauloviana, a la vez que las personas refractarias a las consignas reaccionan con cansino rechazo.
Y, por supuesto, para que los mensajes subversivos de esta derecha «sin complejos» no sirvan para despertar a la España que madruga me he preocupado de que los propague el periodismo farlopero que trasnocha, a través de tuits pasadísimos de rosca y diatribas chulánganas por Skype (con chorvas pasando en bragas al fondo del plano). Tal vez porque soy un espíritu puro a quien sólo tientan los pecados espirituales, nada me procura tanto maligno placer como humillar a los humanos, empujándolos a arrastrarse en el barrizal que forman sus flujos genitales, mezclados con la arcilla que nuestro Enemigo empleó para modelarlos. Y si, encima, los humillados son los tolais que la derecha «sin complejos» ha elegido como adalides (que, al parecer, comparten sus chorvas, en una inquietante propensión al comunismo bolivariano), el placer es doble. ¿No te parece, tito Escrutopo, una deliciosa paradoja diabólica que los españoles peten los audímetros de los programuchos de cotilleo protagonizados por los adalides de la derecha «sin complejos», mientras los muertos por coronavirus petan los cementerios y el personal sanitario con mascarillas de pega peta los índices de contagio?
Si no fuera porque los pecados de la carne me resultan por completo ajenos, te ordenaría que me lamieses ahora mismo las pezuñas, genuflexo ante mi genialidad.
https://www.abc.es/opinion/abci-juan...2_noticia.html
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