«Cartas del sobrino a su diablo (XI)» por Juan Manuel de Prada para el periódico ABC, artículo publicado el 22/05/2020.
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¡Mentira me parece, tito Escrutopocho, que albergues esos temores, siendo un diablo que hilaba tan fino! Y a un viejito chocho que fue tan fino hilador como tú habrá que regalarle una rueca. Dices que contemplas con inquietud -pues te hace temer por la estabilidad de un gobierno tan favorable a nuestros propósitos- los bandazos irracionales del doctor Sánchez, el secretismo con el que destruye informes, oculta la identidad de sus «expertos» o escamotea un «portal de transparencia», las arbitrariedades esotéricas con las que justifica el estado de alarma o dosifica esa mamonada de la «desescalada»... ¿Se puede saber de qué pezuña chocheas, carcamalote mío?

El hombre es un repugnante híbrido, hecho de carne y espíritu: como espíritu, se orienta hacia un objeto eterno y estable; como carne, sus pasiones y anhelos cambian constantemente. Los paganos no lograron equilibrar estos dos elementos, de tal manera que la apetencia de un objeto eterno propia del espíritu se mezclaba con las veleidades de la carne; y así necesitaban, para mantenerse entretenidos, un batiburrillo de misterios eleusinos y taumaturgias a cada cual más superferolítica, porque los espíritus de sus adeptos estaban tan agitados como su carne y deseosos -igual que su carne estaba deseosa de novedosas orgías- de ritos iniciáticos que cambiasen cada día, anagnórisis abracadabrantes, ensalmos enigmáticos que convertían sus templos en una discoteca de magias potagias. Y todo ello, coronado por la guinda de los sacrificios cruentos, a veces humanos, que lo dejaban todo salpicado de sangre.

Con estos desórdenes del espíritu acabó la Encarnación de nuestro Enemigo, que enalteció la asquerosa carne humana, brindándole también un objeto eterno y estable en el que podía mirarse amorosamente. Y así la carne, sin abandonar su naturaleza, pudo «religarse» con el espíritu y encontrar un nuevo equilibrio que ya no necesitaba los esoterismos patidifusos de antaño, sino que se hacia visible a través de los sacramentos (¡sólo de pensar en ellos me viene una lipotimia!), que se completaban a través de actos carnalísimos como una caricia o una imposición de manos; y con elementos tan cotidianos como el agua o el aceite. O como el pan o el vino, que se alían para coronarlo todo con un (¡aggghhh!) sacrificio incruento que trae la paz a las almas.

Nuestra astucia, titirrititín de cuernos mellados y rabo flácido, consiste en apartar a los humanos de nuestro Enemigo, de tal modo que sus espíritus desnortados acaben adoptando las agitaciones irracionales de la carne, al estilo pagano. Y, para lograrlo, hay que brindarles religiones sustitutorias. ¿Y qué otra cosa son las ideologías en boga, titón chochón? Pero las ideologías a palo seco, con su único sacramento del papelito en la urna, sus soñolientas misas parlamentarias y su propaganda fidei de tertulietas politiquillas, son más aburridas que un infierno sin parrilladas. Así que, para mantener a estas gentes exaltadas, hay que amenizar el sucedáneo religioso con bandazos irracionales, secretismos, ocultamientos y escamoteos, arbitrariedades esotéricas y desquiciadas que dejen pasmados a sus adeptos y a la vez los tornen más crédulos y fanáticos. ¿No has visto con qué brío aplauden en los balcones y en las calles parten crismas a los fachas? Y todo ello coronado con un sacrificio cruento de millones de puestos de trabajo y ruinas familiares y empresariales. Pues a los espíritus que han perdido su objeto eterno sólo les resta acatar las veleidades irracionales de quienes los mangonean. Definitivamente, si no adviertes mi maniobra es que estás gagá. Te mandaré por mensajero la rueca, tituso; pero ten cuidado, no te pinches con el huso.

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