ESPAÑA, UNA MASA INERTE




Fincas robadas a la Iglesia, para robar mejor a los pobres


ESPAÑA, SIGLO XIX: LA IGLESIA EXPROPIADA, EL PUEBLO EN LA TELARAÑA DE LOS USUREROS


Corrían los años de la desamortización de Juan Álvarez Mendizábal. Álvaro Flórez Estrada, economista y conspicuo liberal, advirtió: “Con el sistema enfitéutico –esto es, reservándose el Estado la propiedad- todas las familias de la clase proletaria serían dueñas del dominio útil de la tierra que cultivasen y, por consiguiente, interesadas en sostener las reformas y el trono de Isabel, pues en ellas verían cifrado su bienestar. Por el contrario, el sistema de vender las fincas hará la suerte de esta numerosa clase más desgraciada de lo que es aún en la actualidad, y por consiguiente, les hará odiosa toda reforma y el orden existente de cosas”.

En su clarividencia, Flórez Estrada comenta: “Los arriendos de bienes pertenecientes a conventos y a familias de la antigua nobleza eran generalmente los más equitativos por el hecho mismo del mucho tiempo que había transcurrido desde su otorgamiento; los nuevos compradores de fincas pertenecientes a conventos por lo general han subido la renta […]. Esta subida de la renta, que infaliblemente tendrá lugar, hará que los pueblos detesten las nuevas reformas por las que se traspasan a otras manos los bienes”.

Flórez Estrada recurre incluso a sus informaciones confidenciales, al epistolario personal, y apunta para sostener sus afirmaciones: “De Galicia se me escribe por una persona muy observadora, que conoce bien el espíritu del país, que los que se filian en las banderas de la conspiración son, por lo general, naturales de los pueblos cuyas tierras pertenecían a los conventos, y que la causa primordial no es otra más que el temor de que los compradores de aquellas tierras han de subir las rentas”.

Después de citar estos pasajes tan oportunos, Jordi Nadal en su obra de forzosa consulta -“La revolución industrial en España”- termina concluyendo que “...la desamortización dio, contra lo previsto, poderosas alas al carlismo”.

Joaquín Costa, tratando de extraer una enseñanza de los trabajos de teoría económica de Flórez Estrada, pensaba: “…que las reformas sociales son una condición necesaria para implantar con éxito las reformas políticas, y por tanto, que deben precederlas.” Pero añade, contradiciéndose, que “las reformas políticas constituyen la primera etapa en el desenvolvimiento de la reforma social y que era forzoso empezar por ellas”.

En el fondo, no hay contradicción: la mayor parte de las paradojas proceden de una errónea formulación del problema. El propósito de Mendizábal y sus compinches no era, en modo alguno, favorecer la creación de una clase media, como por ahí se defiende en las cátedras de Historia; el odio anticlerical –inspirado por el rencor atávico a la Iglesia y su más que lógica militancia en la masonería- hizo de Mendizábal un acerbo enemigo de la Iglesia Católica, a la que quería castigar por ser, en gran medida, aliada natural del carlismo alzado contra la revolución liberal, la misma revolución que había ido ahora a refugiarse bajo las faldas de una niña, Isabel II. Los estragos que causó la desamortización pueden ser calculados estadísticamente por economistas y técnicos, pero en lo humano esos daños son inconmensurables, ese crimen contra el pueblo español es incalculable. Habría que buscar responsables históricos, ahora que tan de moda está eso de buscarlos. El empobrecimiento del campesinado español fue una severa consecuencia de esta revolución económico-jurídica liberal. La desamortización de Pascual Madoz, en pleno bienio progresista (1854-1856) con Espartero de vuelta en España, casi culminó el proceso desamortizador. Con el desmantelamiento de las relaciones jurídico-económicas propias del Antiguo Régimen, los políticos liberales –exaltados y progresistas- no modernizaron España, pero sí que se hicieron inmensamente ricos, y más ricos se hicieron sus amigos extranjeros que, desde los bancos de París, Londres, Viena y Frankfurt veían a España buena presa de su codicia. Los nuevos ricos aparecieron como nuevo elemento del paisaje. Y los más pobres se enteraron de ello. Desde lejos, los nuevos dueños de Europa también sonreían.

Flórez Estrada era un ingenuo. Este economista liberal era clarividente, pues apreció lo que estaba ocurriendo verdaderamente con el método impuesto por Mendizábal; pero Flórez Estrada se equivocó en pensar que el estado calimitoso en que quedarían los más pobres, conduciría al pueblo español a tomar partido por el carlismo. Se equivocó a nuestro pesar. El pueblo podría sentirse perjudicado por las desamortizaciones que afectaban a los conventos e, indirectamente, al pueblo mismo en el amplio sector de arrendatarios menos favorecidos que, a la antigua usanza, se las averiguaban bien a la hora de ajustar el arriendo con los frailes. Es cierto que, tímidamente, aquellos más bragados de entre las muchedumbres de damnificados simpatizaron con el carlismo, y hasta lo abrazaron. Pero nadie, ni Flórez Estrada, podía suponer que el pueblo español era, como la había calificado otro liberal contemporáneo, poco más que un bulto: “…las masas, en España, son absolutamente inertes, y no tomarán parte en la pelea, hasta que experimenten beneficios positivos de unos ó de otros.”

La lección que podemos extraer es que, después de pasado un siglo y más, tras aquellas desamortizaciones que engordaron las arcas de una minoría de burgueses, España sigue siendo un país poblado de “masas absolutamente inertes”: masas absolutamente inertes que son sacrificadas en los trenes lo mismo que en los aviones. Y hoy más inertes todavía, pues imperante el sentimentalismo, el individualismo y esa estúpida autocomplacencia en lo "lejos" que hemos llegado (será en la degeneración, dice uno) conduce a estas masas a estar continuamente distraídas, descuidadas por completo de los problemas que nos acucian -pues no se perciben en su auténtica realidad- y, a la postre, a desinteresarse por la raíz de esos problemas actuales, que están en la Historia.

NOTA BENE: Sería interesante que alguno de los estudiantes de Historia (nos consta que son muchos los que nos siguen) abordara una biografía sin prejuicios ni tapujos de algunos personajes del siglo XIX que están por descubrir, es el caso de Álvarez Mendizábal. No existe una biografía de este personaje y podemos prometer que sería una investigación apasionante. Aunque suponemos que el poder establecido no va a poner muy fácil la inquisición de este individuo, habida cuenta de que Álvarez Mendizábal era un agente de la tribu Rothschild, y tal vez con mucha probabilidad hasta primo en algún grado.



Maestro Gelimer

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