Revista FUERZA NUEVA, nº122, 10-May-1969
PORTUGAL, 1969
Por Francisco Elías de Tejada
Los pueblos no son grandes ni son pequeños por sus dimensiones de poder, sino por su voluntad de hacer historia y por los empeños de permanecer leales a su propia Tradición. El ejemplo portugués en África lo prueba con holgura. Pequeña, pobre, sin recursos, Portugal está dando al mundo la lección que el mundo necesita en esta hora de las cobardías y de las renuncias. Y es que Portugal, humilde en sus proporciones de fuerza, es grande entre los grandes por la fortaleza de su condición hidalga. Portugal está en sus sitios propios, en la coyuntura en que otros pueblos no saben estarlo, con ser harto poderosos en acopio de naves y cañones.
Mi vieja admiración por Portugal me empujó de siempre a pararme a contemplar los perfiles de su gesta. He sido peregrino devoto de los extremos de su Imperio portentoso. De Goa a Mozambique y desde Macao hasta Luanda, he pisado las huellas de estos hermanos que aleccionan. Incluso he logrado recoger en la Malaca perdida hace tres siglos el rescoldo patente de las perennidades portuguesas.
La causa de tanta tenacidad sublime está en la dimensión hispánica de la colonización portuguesa. Colonizar: palabra nobilísima cuando el cultivo que mejora hácese con afanes de católicos hidalgos, y que si cayó en descrédito ha sido porque la falsearon los que amparaban en ella o fanatismos increíbles o negocios de mercadería.
De los años enque anduve por África, todavía recuerdo cómo un viejo de Unguja, el Zanzíbar de los orgullosos árabes del Hadramaut, nublaba en lágrimas sus ojos al hablarme de Ureno, el apelativo y kisuahili de Portugal. Y más aún cómo una muchacha zulú de las que vegetan en las vecinas tierras domeñadas por los “boers”, designaba a Mozambique con el dulcísimo calificativo zulú de Mthandeni, esto es,“el lugar donde se ama”. Para mí, estas dos definiciones emotivas del viejo que acaba y de la muchacha que sueña, han sido las más hermosas definiciones con las que nunca fuera piropeado Portugal.
Cuando en el panorama africano considero los motivos por los cuales la pequeña e inigualada gente portuguesa sigue siendo “camoneamente” la “gente fortísima de Espanha”, en el punto en que los europeos van desapareciendo del que tan equívoca como pedantescamente solemos decir Continente Negro, no topo otra causa que esta causa fecunda y cristiana del amor. Que en lo político supone cómo Portugal está en África por algo mucho más noble que los tratos comerciales o que los esquilmos económicos; está en África arrastrada por el sueño áureo del Imperio de la Cruz, para dar nacimiento a nuevas comunidades cristianas, igual que en América parió la comunidad cristiana del Brasil fabuloso, católico y portuguesísimo.
Es que los portugueses colonizan a la española, mientras los europeos colonizan a la europea. Los portugueses en el afán del misionero; los europeos con las cuentas dadas del traficante. Por eso Portugal está en África a lo cristiano, para servir a Cristo; está a lo hidalgo, para no dejarse atropellar comprando simpatía que los europeos siempre nos negaron, con moneda de renuncias que degradan a descréditos de vileza; está con ese temple sosegado con que supimos los hispanos coronar la espada con la cruz.
Puede ser que esto escandalice a muchos, hoy que hablar de la grandeza española, de Trento y de Felipe II, y de Imperio cristiano, y de patriotismo, y de dignidad hidalga, suena a reaccionario trasnochado. Pero lo cierto es que sobre esos cimientos hemos labrado nuestra realidad hispánica, y que el día en que los perdamos del todo únicamente sabremos ser el ludibrio, y ludibrio merecido, de las demás gentes de la Tierra. Porque nada hay tan despreciable como quien se avergüenza de la ejecutoria de su apellido para comprar con ese reniego la estima de quienes antes nos tuvieron por superiores o rivales.
Que también en mis viajes africanos oí a un xosa definir a El Cabo (Rep. Sudafricana) como “el sitio a donde no se va”. A donde no se va, porque allí no existe entre blancos y negros el abrazo cristiano del mestizaje; sino la desigualdad que separa anteponiendo colores de piel y la hermandad cristiana de los hombres todos.
El equilibrio mesurado entre la dignidad del hidalgo que no cede, la verdad del misionero y la fusión hermanadora de las razas, permite a Portugal colonizar en la acepción clásica y egregia del vocablo, engendrando lenta cuanto seguramente comunidades a un tiempo católicas y lusitanas, los nuevos Portugales “d’além mar”.
Los portugueses de hoy pueden dar lecciones al mundo porque siguen pensando igual que en los días mayores de la gente nuestra. Están realizando en Mozambique el mismísimo programa que en los días de nuestro rey común Felipe III de Portugal (Felipe IV de España) definía en 1633, Antonio Durao en el primer capítulo de sus “Cercos de Mozambique defendidos por don Estevao de Ataide”: el de cultivar allí, en el suelo de África, “la mejor parte, y más sana, de la Cristiandad”.
“Dios aprieta, pero no ahoga”, decimos en Castilla. Las olas de la locura han de pasar un día, rotas en rocas de verdades. Y entonces será sonada la hora de la honra portuguesa. Y seremos los primeros nosotros, los hermanos de Castilla, en celebrar esta gesta que salva la dignidad de nuestra estirpe, porque por lo menos nunca renegó de sí misma la dulce, lírica, heroica incomparable Portugal.
Con contenida generosa envidia espero suene esa hora en el reloj de la justicia histórica. Y entretanto razono, a la española usanza, la certidumbre de aquella promesa de que “quien busque el reino de Dios y su gloria tendrá lo demás por añadidura”. Aunque algún tiempo entolde el cielo el nubarrón de las locuras suicidas de quienes dudan de que “Dios escribe derecho con renglones torcidos”; también sabiduría del pueblo castellano.
Verdes son los prados del Mondego. Verdes de una esperanza dilatada por geografías remotas. “Menina e moça”, cual es la novela célebre, va andando caminos de historia la esperanza. Hollando espinas de incomprensiones y dicterios, cumpliendo la secular tarea de colonizar cristianizando. Que es una manera de colonizar jamás entendida por los europeos, pero el solo título que justifica a un pueblo delante de los tribunales de la Historia.
¿Qué importa a Portugal el aplauso de los extraños, si sigue siendo leal a los muertos que la hicieron tal cual es, católica e hidalga?
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