Revista FUERZA NUEVA nº 474, 7- Feb- 1976
“MÁS ESPÍRITUS”
Informe político entre el «12 de Febrero» y la última intervención del presidente Arias
[1974]
Casi tocando el mes de febrero de 1976 el presidente del Gobierno Carlos Arias Navarro, aparece de nuevo ante la opinión pública española, utilizando la tribuna legal, las Cortes. Son casi dos años exactos de aquel otro discurso del 12 de febrero de 1974, que marcó como una especie de baliza para el despegue de ciertos dogmas fundamentales del Régimen.
Entonces, montando sobre cuatro potros sin doma (Asociaciones, Régimen Local, Incompatibilidades y reforma sindical), el lenguaje del presidente sonó disonante en las esferas leales al Estado del 18 de Julio, que de alguna manera veían una recalada dialéctica en los fundamentos ideológicos harto peligrosa.
No obstante, no hay que olvidar que Carlos Arias Navarro llegaba a la presidencia del Consejo porque contaba con dos certezas a la hora de ser elegido: su historial político de servicio al Régimen de Franco y su credencial de carácter personal, ante quienes influyeron en la decisión del que fuera Jefe del Estado. No importó para ello que viniese de un cargo político anterior (la cartera de Gobernación) que se empañase ante el asesinato de don Luis Carrero Blanco; ni tampoco restó empuje a la determinación de Francisco Franco la pujanza dialéctica de una izquierda con memoria que no olvidaba su paso por la Dirección General de Seguridad en una época que no necesitaba leyes supletorias o adicionales para hacer entrar por el aro a la oposición, fuese del signo que fuese.
A tope de inflación opositora
Así las cosas, el presidente invocó, desde el primer instante de su gobierno, una política que había sufrido su primera contradicción en los elegidos para ese mismo gabinete. No hay que olvidar que don Luis Carrero Blanco era asesinado el mismo día que se juzgaba a los implicados en el proceso 1.001, aunque por grupos terroristas ajenos a las Comisiones Obreras. Es decir, la política española, en ese instante, estaba a tope de inflación opositora, suavizada paulatinamente a medida que ese primer Gobierno Arias aflojaba las bridas a aquellos cuatro potros sin doma.
El ministro Pío Cabanillas Gallas puso en marcha, desde el espíritu de la barretina [abril, 1974] una especie de descorche ideológico que no atacase a la firmeza del cimiento, pero sí que interesase a la práctica política. El ministro sabía que con Franco en El Pardo las opciones de reforma constitucional serían siempre quiméricas, para lo cual ensayó los pasos sobre determinados aspectos de la información política nacional y el “destape” erótico-periodístico. Los periódicos diarios mostraban un talente permisivo, y los semanarios no se recataban en acariciar el lomo de otro potro que, aunque no estaba entre los folios del 12 de febrero, a partir de ese momento se uniría a la remonta.
Entre El Pardo y Arias no hay sintonía
Luis Apostua hacía el 4 de enero pasado [1976], una especie de repaso político de los dos años Arias. Identificaba el “gironazo” (1) y el “piñarazo” (2) como dos cuñas de «los dos más conspicuos representantes del “bunker”…, para evitar un más amplio movimiento reformista». No es exactamente así, ya que el móvil del primero no tocaba problemas políticos de base, sino de praxis, y siempre con los dos ojos puestos en Portugal y en su clavel reventado; el segundo, muy al contrario, era directo, anunciador y crítico (desde la fidelidad a las ideas) y exigente. El primero no combatía los presuntos excesos del 12 de febrero; analizaba, eso sí, una situación vecina –sin nombrarla- y alertaba a los responsables, principalmente a los que habían abandonado las garitas de la guardia. El segundo, por el contrario, criticaba constitucionalmente palabras y actitudes que habían dejado con estruendo la baliza de despegue desde el instante preciso del 12 de febrero de 1974. Es decir, la avería política quedaba localizada.
Las emisoras extranjeras ven con agudeza el panorama. Y Radio Francia Internacional de París, medio del Estado francés, habla claramente de falta de sintonía entre El Pardo y Castellana, 3 [Presidencia del Gobierno]. El enfrentamiento de los ministros Cabanillas y Utrera Molina pone la estabilidad del gabinete al rojo vivo, y los coletazos llegan al Pardo. La primera paradoja se manifiesta en ese preciso momento, al verificarse una segunda inflación política promovida por la actitud –inconsecuente con la ley fundamental- del reponsable de la Información en España [ministro Cabanillas], que consume todas las posibilidades de apertura dentro de un Ministerio que nadie (de los leales al 18 de Julio) se imaginó nunca cómo pudo ser suyo desde el primer instante.
Es notorio que Carlos Arias Navarro hacía escarceos para ahormar sus piezas, suavizando enconos. Pero también es verdad que la querella no se hacía personal, sino ideológica. Las informaciones extranjeras seguían hablando de un gabinete partido en dos, cuya solución iba a venir, una vez más, de manos de Francisco Franco en forma de cese [24- oct- 74]. Cabanillas se iba, casi a las puertas de un pleno del Consejo nacional que conmemoraba un aniversario más del discurso de La Comedia [José Antonio, 1933]. Y con dicho cese vendría una dimisión: la de Antonio Barrera de Irimo. Franco no se apura. Sabe sobradamente que cuenta con recursos para enderezar rumbos, y con lealtades al dogma, dentro y fuera de su Gobierno. Pero las cosas no estaban concebidas tal y como las había previsto el Caudillo.
[1975]
Llega Fraga
En enero de 1975 llega Fraga [era embajador en Londres] a Madrid. Anteriormente Carlos Arias, en unas declaraciones a Tico Medina, en «ABC», no descartaba las grandes posibilidades que tenía Fraga con vistas al futuro. Por eso le recibió, con la mayor parte de su Gobierno, en un almuerzo de trabajo. El entonces embajador en Londres traía en la valija diplomática un cargamento de franquicia constitucional, aunque, paradójicamente, profundamente anticonstitucional. Arias y Fraga conciertan futuros encuentros; de momento, el enmarque político no está maduro. (Al mismo tiempo que el presidente del Gobierno habla con su embajador en Londres, ingresan en la cárcel dos presuntos miembros de la ilegal Junta Democrática, el doctor Fuejo y el periodista Rodríguez Aragón. Es curioso que, según las notas de prensa, las declaraciones de ambos, que llevan un perfil programático, coinciden casi al pie de la letra con las que anuncia Fraga al mismo tiempo: sufragio universal, declaración de los derechos del hombre, huelga…) No obstante, no hay acuerdo.
Arias –con la sanción del Jefe de Estado- legaliza la huelga. Las Asociaciones se ponen en marcha. El proyecto de ley de Régimen Local, aun con cientos de enmiendas, sale a la calle. Las Incompatibilidades saltan a los escaños… El 12 de Febrero es una criatura que va cumpliendo sus etapas, tímidamente, con paso quedo, pero que anda. Mientras, la prensa, sin notar para nada el cambio ministerial, cubre sus etapas a ritmo vivo, tal vez algo agudizado en el sentido político y ralentizado en el erótico. Fraga, desde Londres, habla de volver en fecha determinada, y los periódicos anuncian posibles alianzas del diplomático con Areilza y con Silva Muñoz. Esta última fracasa de la cruz a la raya.
El terrorismo, entre tanto, escala cotas impensadas. El ministro de la Gobernación, García Hernández, combate con arrojo el problema. Cuenta para ello con unas fuerzas de Orden Público disciplinadas y bien pertrechadas. Y el acontecer nacional se ve constreñido entre el dolor que producen las víctimas asesinadas, y el paso quedo, intermitente, monótono, pero siempre adelante –con más o menos inconvenientes a su paso-, del espíritu del 12 de Febrero.
La prórroga de las Cortes y Helsinki
Las emisoras oficiales extranjeras siguen alabando la postura liberalizadora de Carlos Arias. Es la nueva faz del Régimen ante una Europa libre, que tiene absolutamente todos los resortes de la información en manos trotskistas. Las pruebas de ello se verifican en la extracción partidista que muestran los directores, asesores y responsables de la difusión de noticias en dichos países... Y Franco, no hay que olvidarlo, por muchos derechos de huelga que regularice, sigue siendo –para esa Europa- el monigote grotesco y cruel de los dibujos de Picasso.
El mundo pacta en Helsinki [30 jul-1 ago]. Los gobiernos ven con buenos ojos el proyecto de la política Breznev, que se afianza, incluso por encima de los sueños de Lenin y del mismo Stalin… El mundo occidental asiste a la Conferencia confiado, a remolque de un Kissinger que tira de él ofreciéndole y asegurándole un poderío militar y estratégico –el de la OTAN- que objetivamente deja muchas incógnitas sin despejar frente al no menor contingente bélico del pacto de Varsovia. La batalla en el mar, Occidente la tiene perdida. Y la guerra ideológica la tiene en su misma entraña, con síntomas inequívocos de tumor maligno.
España no es miembro de la OTAN…, con la URSS no tiene relaciones desde 1939. Pero España asiste a Helsinki representada por el presidente de su Consejo de Ministros.
Carlos Arias vuelve de la capital de Finlandia. No va –hasta pasado un buen tiempo- a dar cuenta de lo que hizo allí al Jefe del Estado. Y las emisoras extranjeras, sin recato, aseguran que “es una devolución de afrenta motivada por la prolongación que dispuso Franco de la legislatura de las Cortes”. Es notorio que los vientos no soplan igual por el Pazo de Meirás que por La Toja; pero Franco no fue amigo nunca de desautorizar a los que previamente había hecho depositarios de su confianza. Por eso Arias fue su huésped durante el último verano. Para Francisco Franco, es evidente, los pelillos fueron a la mar: “… el supremo jefe –Franco-, según Apostua- nunca aceptaría una pública minusvalorización del principio de autoridad ni que fuese arrastrado políticamente su propio presidente”. Resulta clarísimo, eso sí, que Arias jamás llevó a Helsinki el principio político cuidado y mantenido siempre por Franco respecto al contencioso que allí se proponía y firmaba.
Dimisión de Licinio de la Fuente. Cese de Utrera Molina
Anterior a la canícula, en marzo de 1975, la regulación del derecho de huelga da lugar a nuevos desasosiegos en el Consejo de Ministros. Licinio de la Fuente deja, a petición propia, la cartera de Trabajo. El problema, en forma de crisis es recibido por Franco con calma. De la Fuente es hombre leal al 18 de Julio, pero fue norma de vida para el Generalísimo que a rey muerto, rey puesto. Los duendes se filtran de matute en la resolución de dicha crisis, y apuestan por que la intención del Caudillo va, exclusivamente, por la sustitución del titular de Trabajo. No.
Los retoques intentan ir más allá, y, además, avalados por una buena documentación que porta el presidente del Gobierno, cuando le propone al Jefe del Estado la sustitución de Utrera Molina. Este es hombre de los campamentos de Juventudes, formado a la sombra de las tiendas en contextura joseantoniana y franquista –por qué no-. Representa –como lógica derivada de su educación- un ariete de ideas franquistas, asumidas por él bajo el mando del Caudillo. Es hombre –en suma- de aquello que de alguna manera representa Franco. Y se le sustituye. ¿Qué pensó o qué dijo el Jefe del Estado cuando dio su visto bueno a este cambio ministerial? Es algo que la historia del franquismo –si alguien nos la revela con honestidad- tendrá que reflejar con especial enjundia analítica y expositiva (3).
Ejecución de terroristas.
Arias cuenta ahora con un equipo de trabajo transformado, y en cualquier caso restaurado a su gusto. La Policía, por otra parte, junto con las demás fuerzas y la Guardia Civil, trabajan con fe, ya que sus bajas se inscriben por docenas en tan sólo diez meses. El resultado no se deja esperar, y capturan a los responsables más comprometidos con el aparato terrorista. Y los capturan vivos.
Carlos Arias es un presidente que sabe lo que va a ocurrir en los consiguientes consejos de Guerra. La campaña internacional se desparrama, con clamores vandálicos. Los gritos llevan toda clase de matices, desde amanerados hasta estéticos, desde groseros hasta apocalípticos. La Europa que así se expresa cuenta con una delación en su conducta: la de haber perdido, en el nombre de la civilización, todo atisbo de credencial civilizadora ante el mundo sensato.
Carlos Arias, con su gabinete, ve el terreno. Su gobierno “se entera” de cinco sentencias de muerte, y se apresta a dejar claras las cosas del orden público; también las del 12 de febrero. Una cosa –dice el Gobierno- no tiene nada que ver con la otra. Y el presidente asume la responsabilidad de estar al frente del equipo ministerial más liberalizado políticamente y más cruel y tiránico a los ojos de Europa. Una mañana de los días finales de septiembre las aceras aparecen cubiertas de octavillas convocando a los españoles. El madrileño las recoge del suelo y las hace suyas, ya que interpretan su sentir. El Gobierno calla. Los rumores de una manifestación monstruo llegan a El Pardo. Y éste dice que sí. Pero la convocatoria no la encabeza –cosa rara- el presidente del Consejo de ministros, sino el alcalde de Madrid, autoridad política, sí, aunque mucho más, autoridad administrativa.
¿Qué ha ocurrido de nuevo entre la jefatura de Estado y la presidencia del Gobierno? La agencia «Europa Press» se asombra de que una concentración de un millón de almas pueda ser convocada en veinticuatro horas. No. Lo había sido en más de una semana; el espejismo resultó, únicamente, del silencio del gabinete. Y, jurídicamente, cuando de recursos se trata, el silencio de la Administración equivale a una negativa.
¿A quién descalificaba el presidente Arias?
Carlos Arias, por fin, rompe el silencio asomándose a las pantallas de la Televisión la víspera del 1 de octubre. Condena las feas y sucias maniobras de Europa contra España y pone especial énfasis en otro silencio imperdonable: el de aquellos que, estando comprometidos con el Régimen, optan por callarse. ¿Quiénes son? ¿Serán los miembros de una pujante sociedad anónima bautizada con el nombre de FEDISA (M. Fraga)? Las Asociaciones políticas – hablaba el presidente de hombres comprometidos con el Régimen- ya habían demostrado su apoyo; los excombatientes, también; las asociaciones de carácter patriótico, también; igualmente FUERZA NUEVA publicaba una nota de apoyo incondicional a la ley en aquellos momentos. Entonces, ¿quiénes son? Ellos –los de FEDISA- habían sido ministros con Franco, y, por aquellas fechas, algunos embajadores.
De cualquier forma, caso de ser éstos, más tarde los iba a tener Carlos Arias muy cerca, en su propio Gabinete [Dic. 1975]. Tan solo había mediado un hecho: la desaparición de Francisco Franco. ¿Qué factores pudieron influir más tarde poderosamente en el presidente para pastorear, en el mismo campo vallado, con los hombres cuya actitud condenaba tan sólo dos meses antes con palabras tan decididas, enfáticas y subrayadas?
Gigantesca manifestación a favor de Franco
El pueblo de Madrid vitorea y aclama a Francisco Franco en la plaza de Oriente. “¡Y el Príncipe también!”, dice unánimemente tras el nombre del Caudillo. Antes, el Jefe del Estado había pronunciado un discurso de línea clásica en él (mucho más endurecido que en anteriores ocasiones de adhesión multitudinaria), que tenía muy poco que ver con el talante de todo su Gobierno. Los periódicos silencian sus palabras del balcón de Palacio. Se confirma, a fin de cuentas, que la sintonía entre El Pardo y Castellana, 3 [Presidencia del Gobierno] es nula. Se mantienen las formas por razón de Estado, pero nada más. El pueblo, al ponerse plebiscitariamente a favor de El Pardo se desengancha de la política gubernamental, que queda reducida –es un hecho incuestionable- a servir los apetitos de una cierta intelectualidad recluida en las redacciones de muchos periódicos.
Tras la muerte de Francisco Franco
¿Qué hubiese ocurrido de haber contado el Generalísimo con unos años más de vida política? Su comprobación de que el pueblo estaba al lado de quien lo defendía, no con su carisma (como se viene aireando), sino con su conducta, es obvio que habría planteado retoques gubernamentales. Franco pudo tener, la mañana del 1 de octubre, la certeza de que España era víctima de una conspiración que no se fraguaba sólo en los contubernios de fuera. Por ello resulta imprevisible hallar el resultado del desenlace.
Sí es cierto, por otra parte, que Carlos Arias jamás se hubiese atrevido a declarar a «Newsweek» -de haber vivido Franco- que los partidos políticos volverían a España en un futuro próximo, ya que el Caudillo no hubiese permitido jamás que su jefe de Gobierno tocase de lleno un principio básico de la primera Ley Fundamental.
En otra área de influencia política, nadie supo, en ese instante –el de las declaraciones- a qué carta quedarse. La confusión, en los hombres que manejaban la cosa pública, fue mayúscula; el jefe del Gobierno, primera autoridad de la nación con poderes recibidos directamente de la Corona, yugula sin miramientos, desde plataforma extranjera, un apartado sustantivo de la médula nacional. Es decir, la jefatura nacional del Movimiento revienta un punto de la apoyatura legislativa sin contar con el pueblo que tres meses antes había aclamado a su antecesor en dicha jefatura nacional [Franco], y cuyo testamento había leído sentidamente con lágrimas en los ojos.
En el mismo tiempo y espacio que el presidente contestaba así a las preguntas de la revista norteamericana [enero -76], España. es palpable, se quedaba sin ley, en terreno yermo, hasta que otro proyecto legislativo viniese a sucederla. Y se ayunaba de ley, porque los tribunales competentes y responsables, ante esas declaraciones del primer defensor –detrás del Rey- de la Constitución española [Leyes Fundamentales], no reaccionaban eléctricamente. En ese preciso pasaje histórico –pudo decir el Consejo Local del Movimiento de Madrid-, Revista ‘Fuerza Nueva’: de la muerte de Franco a la Constitución (1975-78) había sido “ignorado el imperio de la ley” …
Luis F. Villamea
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