Escribe sobre Portugal el profesor Américo Castro en su obra “La realidad histórica de España; es una obra escrita a mediados del siglo XX y que, como se sabe, suscitó una violenta réplica (“España un enigma histórico”) por parte de don Claudio Sánchez Albornoz.
Curiosamente, en lo referente a Portugal, ambos historiadores, como se verá, no mantienen gran discrepancia..
Esto opina Américo Castro sobre la génesis de Portugal en "La realidad histórica de España" (Ed Porrúa, Mexico,1987) (los subrayados son míos):
PORTUGAL COMO INDIRECTA CONSECUENCIA DE SANTIAGO
(I)
..(el culto a) Santiago, una vez nacido a la vida de la creencia, desplegó sus virtudes religioso políticas; la riqueza de su personalidad le hizo ser aceptado fuera de España con igual fe que su propia tierra… La peregrinación fue el resultado de esa validez internacional, y por su ancho cauce discurrieron la piedad, el prestigio, la corrupción y la riqueza. Aquitania y Borgoña utilizaron la peregrinación en beneficio propio, con miras a la dominación de la España cristiana.(1).
La debilidad de Alfonso VI, y su urgencia por prestigiarse él y su reino, le hicieron dócil instrumento de la política de Cluny, agente de la política imperial del papado. Casó… luego con Constanza, hija del duque de Borgoña. Sus yernos, Enrique y Raimundo, pertenecían a la casa ducal de Borgoña…La muerte del conde Raimundo, heredero del reino, perturbó los planes cluniacenses en cuanto a León y Castilla, planes que entonces se concentraron sobre Portugal, feudo otorgado por Alfonso VI a su yerno el conde Enrique. Así pues, por caminos indirectos pero muy claros, la independencia de Portugal es inseparable del culto dado a Santiago.
Con gran tino escribieron la señora Michaelis de Vasconcelos y Teófilo Braga que “sólo los acontecimientos hicieron de Portugal un estado independiente, y crearon poco a poco en sus habitantes el sentimiento de ser un pueblo aparte”(2).
Mas, ahora, esos acontecimientos deben ser vistos a la indirecta luz que proyectaban sobre ellos el apóstol Santiago y el imperialismo borgoñón. El conde Enrique vino a España por los mismos motivos que hicieron a los cluniacenses establecer sus monasterios en los lugares estratégicos del camino de la peregrinación; también por estos motivos casó con Teresa, hija de una unión ilegítima de Alfonso VI, y recibió en feudo las tierras al sur de Galicia. Enrique miraba con enojo la mejor suerte de su primo Raimundo, unido a la primogénita y legítima hija Urraca; hubo entre ellos graves desavenencias, muy perniciosas para la política cluniacense. El abad Hugo envió un emisario, que logró el acuerdo entre ambos condes..
La muerte de Raimundo de Borgoña lo descompuso todo: el rey murió en 1109, y la viuda Urraca ocupó el trono hasta tanto Alfonso (VII) llegara a la mayor edad. Muchos nobles temieron que una mujer no supiese hacer frente a los peligros… y aconsejaron su casamiento con el rey Alfonso I de Aragón. Mas… aquel matrimonio originó grandes desastres, porque Alfonso no tomó posesión del reino sino que lo devastó... La Iglesia de Santiago, los cluniacenses y el condado de Portugal se opusieron al aragonés... Tal caos fue aprovechado por el conde Enrique (m. 1112) y por su viuda Teresa, que ya en 1115 usaba el título de reina (3), con el cual se calmaba su despecho por ser inferior en nacimiento y rango a la reina Urraca, su media hermana.
Los intereses franceses ganaron más apoyos en el condado portugués con la venida de los caballeros del Temple y de los monjes del Císter, igualmente enlazados con Borgoña. Circunstancia decisiva fue, además, que Enrique y Teresa tuvieran como heredero a Alfonso Enríquez, quien desde mozo mostró excelentes dotes de luchador y gobernante, multiplicadas por el ambiente de rebeldía inaugurado por su padre, bien descrito en la Crónica del arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada a comienzos del siglo XIII: “Ya en vida de Alfonso VI el conde Enrique de Borgoña comenzó a rebelarse un poco, aunque mientras vivió, no retiró su homenaje al rey; fue echando a los moros de la frontera lo mejor que pudo, pero reivindicando ya para sí la soberanía. A pesar de ello acudía con su gente cuando lo llamaban a fin de ayudar a la hueste real o para asistir a la corte. Alfonso VI, por bondad o más bien por abandono, toleraba a Enrique sus intentos de independencia, por ser yerno suyo, en lo cual demostró gran imprevisión”.
Tales fueron los “acontecimientos” que originaron la independencia de Portugal, y crearon a la larga motivos para su apartamiento de León y Castilla. Portugal nació como resultado de la ambición del conde Enrique, sostenido por Borgoña y Cluny, y por la debilidad de Alfonso VI, pábulo de guerras civiles. Portugal nació y creció por su voluntad de no ser Castilla...
Borgoña intentó hacer en Castilla lo que los normandos habían conseguido en Inglaterra algunos años antes: instaurar una dinastía extranjera. Las dificultades de la lucha con el Islam y la vitalidad castellana malograron el proyecto, pero no impidieron que naciese un reino al oeste de la península.
No surgió ese reino desde dentro de su misma existencia –según aconteció a la Castilla del conde Fernán González-, sino de ambiciones exteriores. La prueba es que la tradición hispano-galaica de Portugal quedó intacta, de lo cual es signo elocuente la falta total de una poesía épica.
Si la inicial rebeldía de los portugueses hubiera procedido de la íntima voluntad de su pueblo, como en Castilla, el conde Enrique, o su hijo Alfonso Enríquez, se habrían convertido en temas épicos. Mas los pobladores extranjeros no podían crear ninguna épica nacional, y los gallegos venidos del Norte continuaban siendo líricos y soñadores. Su combatividad les vino de fuera.
La única aureola poética en torno a Alfonso Enríquez se ajusta al modelo galaico y santiaguista: la victoria de Ourique (1139), tras la cual Alfonso se proclamó rey, aconteció el 25 de julio, fiesta del Apóstol; Cristo en persona se apareció durante la pelea, y dejó la huella de sus cinco llagas en las “quinas” del escudo portugués (4).
Portugal (dirigido y ayudado decisivamente por europeos del Norte) se hizo luchando contra la morisma en su frontera Sur, y contra Castilla en su retaguardia; aquel trozo desgajado de Galicia desarrolló un ánimo de ciudad cercada, que la débil monarquía castellana de la Edad Media no pudo dominar..
El recelo y el resentimiento frente a Castilla forjaron a Portugal, nacido del enérgico impulso de Borgoña, de Cluny y del Temple en los siglos XI y XII…
Para aceptar la validez de mi punto de vista acerca del origen de la nación portuguesa, hay que poner en paréntesis –por el momento al menos- la manera en que los portugueses sienten acerca de su historia.
La creencia de que Portugal existía ya antes del siglo XII no es un error, sino una fábula paralela a la de los españoles. La creencia de que Portugal debe sus orígenes a sí mismo, y no a motivos exteriores, es inseparable de la existencia de esa ilustre nación; si las gentes del Miño para abajo se hubiesen sentido extensión de Galicia, León y Andalucía, no habrían realizado sus gloriosos descubrimientos, ni existirían las obras de Gil Vicente, de Luis de Camoens, de Eca de Queiroz y de tantos otros.
La verdad fría de esta historia sería respecto de ella, como el personaje histórico y documentado del Cid respecto del Cid poético. La historia-leyenda de Portugal cree que las peculiaridades de la región situada entre los ríos Miño y Duero antes del siglo XII, equivalían a una conciencia de nacionalidad; los habitantes miraban ya hacia Lisboa y Santarén –todavía en manos musulmanas- como a una prolongación de Portugal. Mas la verdad fría es que el futuro Portugal, antes de ser regido por el conde Enrique de Borgoña, no poseía una conciencia colectiva desligada de la de los gallegos y leoneses. Lo peculiar de una región (en su geografía, en su prehistoria) ni significa capacidad para constituirse como un estado político.
No es menos cierto, sin embargo, que el error objetivo de la conciencia histórica actuó como fecunda interpretación del pasado, la cual, a su vez, se integró en la historia auténtica del pueblo portugués; existir como portugués consiste, entre otras cosas, en no sentirse apéndice de España: “Da Espanha, nem bom vento nem bom casamento”. Ese distanciamiento impulsó a los portugueses a ensancharse hacia atrás en el tiempo, y a buscarse expansiones imperiales. El impulso heroico que llevó hasta Ormuz y Malaca, es solidario del intento de buscarse raíces nacionales no españolas…
Sólo con criterios económicos o con cálculos racionales no cabe entender la formación del inmenso imperio portugués… La furia expansiva de aquel pueblo, de poco más de un millón de habitantes en el siglo XVI, rebasa todo cálculo. Los portugueses precedieron a los castellanos en las empresas africanas y atlánticas…
España y Portugal no son naciones felices dentro de sí mismas, ni nunca lo han sido. A sus comunes inquietudes añade Portugal el resquemor de que su pasado no sea plenamente suyo. A fuerza de desearlo y de creer en él, fue incorporándolo al proceso de su propia existencia. Las empresas imperiales; la huella perdurable de Portugal en el Brasil, en la India y en Africa; las figuras grandiosas de Vasco de Gama, Alfonso de Albuquerque, Fernando de Magallanes –todo eso y algo más actúa como fuerza recreadora de los orígenes de Portugal. La conciencia histórica ha transformado lo no valioso de la realidad en una creación humano-poética. Un gran novelista no procede de otro modo.
Veamos ahora el fondo no poético de esta gran historia. Lo describe correctamente un historiador de lengua portuguesa:
“La rebeldía e independencia (del siglo XII) habían significado el desmembramiento del imperio hispano-cristiano en vías de constituirse; y la existencia de Portugal dependía de la no aceptación de las ideas imperialistas españolas.
El nacionalismo portugués fue una posición histórica y moral opuesta al ideario político español: la política de España consistía en dirigir sus fuerzas en un sentido centrípeto; la portuguesa en encontrar fuerzas morales y materiales centrífugas que la proveyeran de un destino histórico fuera del ámbito español…
Portugal se buscó un pasado ilustre en el plano de la historia universal, pero no dentro de las perspectivas de la historia española.” (A. Soares Amora. O nobiliario do conde D. Pedro. Sao Paulo. 1948. pág 62)
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