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Tema: Blas Piñar, hijo predilecto de Toledo; toledanismo de Blas Piñar

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    Re: Blas Piñar, hijo predilecto de Toledo; toledanismo de Blas Piñar

    Blas Piñar, hijo predilecto de Toledo; toledanismo de Blas Piñar (II)

    Revista FUERZA NUEVA, nº 91, 5-Oct-1968

    IMPORTANTES DISCURSOS EN EL HOMENAJE QUE SE LE HA TRIBUTADO A BLAS PIÑAR EN TOLEDO (II)

    … MÁS DE DOS CENTENARES DE COMENSALES EN EL ALMUERZO

    Más de doscientas personas asistieron al almuerzo celebrado en honor de don Blas Piñar. Al final, don Emilio Abel de la Cruz, directivo de la Hermandad de Santa María del Alcázar, leyó unas cuartillas, destacando la recta trayectoria de Blas Piñar, tanto de su vida pública como de su vida privada, inconmovible a todo embate, venga de donde viniere, cimentada en la firmeza de unas convicciones, y en su acendrado toledanismo reflejó su españolismo a la Patria grande. Y estos dos amores engendran su gran amor a la Iglesia católica, a la que Blas Piñar dedicó su vida desde la más temprana juventud.

    El teniente general don Joaquín Agulla le hizo entrega del título de hermano de la citada Hermandad, que agrupa a los defensores y a sus familias, título que le corresponde para suceder en la entidad a su padre, don Blas Piñar, defensor de la fortaleza:

    “Estás riñendo en tus ámbitos -le dijo- la misma batalla que libramos quienes nos alzamos el 18 de Julio y por los mismos ideales que aún llevamos en el corazón. Te pedimos que sigas con tu espíritu combativo los que estamos cargados de años y de vejez. Te pedimos que cojas la antorcha -permitidme que use este símil olímpico- en tu mano, que yo, como capitán de la Escuela de Gimnasia, te entrego. Coge la antorcha, Blas. En ti fiamos. Hermano inteligente y capaz, sigue en la brecha. Tendrás berrinches y dificultades, pero sigue arriba, porque arriba está España. Ten en cuenta que esta antorcha ha de iluminar todos nuestros caminos y que vosotros habéis de abrir estos caminos en paso al frente”.

    A lo que respondió Blas Piñar:

    “A la demostración de afecto de mi ciudad, que significa el acto que acaba de celebrarse en el Ayuntamiento, sigue el que ahora nos reúne en esta venta típica, tan ligada a la historia última de Toledo, y en el que Abel de la Cruz y el teniente General Agulla, en nombre de la Hermandad de Santa María del Alcázar, me entregan el título que, conforme a sus Estatutos, y como hijo varón y mayor de mi padre, de derecho me corresponde.

    Quisiera significar aquí dos ideas que creo de vital importancia para la época en que vivimos, aventadora de valores, y que no tienen su importancia porque sean tradicionales, sino porque son auténticas y permanentes. Ocurre algo parecido a lo que sucede cuando con el afán demoledor e iconoclasta que nos sacude, se afirma con ligereza temeraria la cerrazón de Europa al exportar a otras latitudes determinados enfoques y criterios -los que constituyen la llamada civilización occidental-, olvidando que tales criterios y enfoques son universales, adquiridos y perfeccionados ventajosamente con el más noble y fecundo espíritu de progreso y avance que la humanidad haya registrado. (…)

    Pues bien; las ideas que yo quiero subrayar en este acto, y que me parecen inconmovibles, por no decir “inmovilistas”, ya que el abuso del término ha deteriorado su verdadera acepción, serían los siguientes: la del linaje y la del mandato.

    La del linaje, que supone la conciencia viva y alerta de pertenecer a una estirpe, de hallarse ligado a una cadena de generaciones que nos dan apellido e historia. Junto a la familia, que hoy se reduce a los estrechos confines del hogar y a los lazos reducidos de aquellos que en el hogar habitan, el linaje se extiende más allá de las fronteras de la casa y más allá de las fronteras de la vida (…). Somos miembros de un linaje, eslabones de una estirpe, hijos y nietos de otros que un día hablaron nuestro idioma, pisaron nuestra tierra, trabajaron en la ciudad o en el campo y tuvieron la oportunidad de servir, incluso en el noble servicio de las armas, al país al que pertenecemos y del que somos, como ellos lo han sido, forjadores y hechura.

    Esta idea del linaje, de la inserción que repele la extravagancia, constriñe y vincula. Su trama moral impone responsabilidades, sugiere actitudes, reclama esfuerzos, a veces con mayor exigencia que otros cuadros de obligaciones, como, por ejemplo, los estrictamente profesionales o los que derivan del estado civil. Por eso, nada más escandaloso y vergonzoso también que los rebotes en el linaje, la quiebra en el culto al honor, a las ideas matrices que una estirpe ha venido manteniendo a través de generaciones. Y presentes están en la memoria de todos las rupturas que en apellidos ilustres se han producido al apartarse algunos de sus miembros, con toda la gritería del aparato pirotécnico de la limpia trayectoria de su linaje. No os ocultaré que una de las tácticas disolventes más poderosas para destruir una sociedad es la empleada para conseguir estas rupturas, por la confusión que siembran entre los sencillos y por la indiferencia y descenso de moral que contagian.

    La segunda idea en la que quiero insistir es en la del mandato. En una revista española se escribía no hace mucho, precisamente utilizando la palabra “inmovilismo”, que en España había quienes apoyándose en los muertos de la guerra trataban de hipotecar nuestro futuro político, aludiendo inmediatamente a un ilustre general español de nobilísima historia castrense.

    Yo quiero salir al paso, con mi propia responsabilidad tan solo, pero contando, sin duda, con vuestro asentimiento, que nadie en España trafica con los muertos para perpetuar situaciones injustas, y menos los miembros de las Fuerzas Armadas que un día tuvieron que iniciar una lucha heroica para terminar con aquéllas. Al contrario, yo creo, y me figuro que también vosotros compartís mis puntos de vista, que quienes se expresan con reiteración de la manera indicada son los que sobre el sacrificio ilusionado de los muertos, y desconociendo e hipotecando su mensaje, que es tanto como decir su mandato, aspiran a construir una España distinta de la que ellos soñaron, una España vuelta a dividir en contiendas y luchas de partidos y de regiones, que acabarían con la paz lograda con tanto esfuerzo y con la prosperidad alcanzada en seis lustros de orden y de grandeza.

    Yo recojo con orgullo y honor en nombre de mis propios hijos, el lustre de mi estirpe, la antorcha de una España arrebatadora y caliente que sigue creyendo en el 18 de Julio. Y ten la seguridad, teniente general Agulla, de que mi moral no ha de ser la moral del éxito, sino la moral del deber, que es la que nos interesa, aunque de ella no se siga el éxito o la victoria. Mantendré esa antorcha y sabed que si algún día ha perdido su luminaria no penséis que ha sido por arrojarla al arroyo, sino que se ha apagado porque el que la estaba sirviendo con honor había caído en la brecha.

    Una cosa -se ha dicho tantas veces- es la evolución homogénea del Régimen, la proyección de sus Principios Fundamentales sobre el acontecer variado de cada día, y otra la liquidación de barato y la almoneda de tales Principios, que nosotros, al menos, consideramos consustanciales con España.

    En esta labor de desmonte, de crítica acerba, de ironía permanente, aprovechando todos los medios de difusión, se ha llegado a lo indecible, y no es necesario que yo haga aquí una selección de los hechos que a todos nos conturban y nos indignan.

    Frente a la lección de heroísmo y de patriotismo del Alcázar, no hay magisterio alguno de la prensa, del libro, del cinematógrafo, de la conferencia que alcance una pulgada de rigor. Aquello no fue una hipótesis, sino una realidad en la que se dieron cita todas las virtudes de la raza, donde el pueblo y el Ejército, unidos, se confundieron e identificaron para luchar y morir por la continuidad histórica de la Patria.

    Dos ideas, pues, linaje y mandato, que el título que me acabáis de entregar renueva en mí con savia vivificadora. Si ambas han sido acicate de mi actuación en estos años, ahora se estimulan con este recuerdo documental y permanente que honrará mi estudio, para que me sirva de sostén en esos baches de desilusión que prenden en el alma para invitarnos, ante la bastardía o la deserción que cunde, a retirarnos de la trinchera o a darnos a la fuga. Si la moral del éxito fallara en mi quehacer diario, la moral del deber, al margen de que el éxito subsiga, continuará manteniéndome en línea, al releer las palabras bellas del título que acabo de recibir.

    Hijo predilecto de mi ciudad natal. Hermano de los defensores del Alcázar. ¡Qué podríais concederme que llenara mejor mis aspiraciones! Las cruces se cuelgan del pecho de quienes las han merecido. La filiación y la hermandad son algo más íntimo, más entrañable. Son ligadura y parentesco. La filiación asciende para entroncarnos con un linaje, el mío, que pretendo conservar con toda su limpia ejecutoria en quienes ya me suceden. La hermandad me liga a vosotros, los defensores vivos y muertos del Alcázar, los compañeros de mi padre y del padre de mi mujer.

    Esta filiación y esta hermandad, el linaje y el mandato de los que en la cripta del Alcázar esperan el júbilo de la resurrección, me mueven a levantar mi copa y a pediros que contestéis con el mismo ardor con que ellos lo harían si pudiesen acompañarnos, a mi ¡Arriba España!"


    Última edición por ALACRAN; 29/09/2023 a las 13:11
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

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