EL MAGISTERIO ECLESIÁSTICO Y LA TRADICIÓN


Trento01.jpg

PREÁMBULO.-
Después de la Ascensión de Jesucristo a los cielos, el Magisterio de los Apóstoles fue el único encargado de continuar la obra por Él fundada: este Magisterio ha de durar en la persona de sus sucesores hasta el fin del mundo.

Ahora bien, aunque se comprende fácilmente que los Apostoles pudieron trasmitir a sus sucesores inmediatos en el Magisterio Apostolico, las genuinas enseñanzas que recibieron de su Maestro, sin embargo, ya no aparece tan claro que pudieran hacerlo de una manera infalible. ¿Cómo podría, pues, este Magisterio posterior dirimir, en el curso de tantos siglos, las controversias que se suscitan, hallándose tan distante de aquél otro magisterio, por decirlo así, primitivo y original, formado por los que oyeron la palabra del Maestro? ¿Cómo podrá conocer e interpretar sus palabras y su mente?

He aquí la duda a que vamos a responder:

Y ante todo: 1°. No puede responderse que el magisterio posterior ha recibido de Dios nuevas revelaciones fuera de las contenidas en la doctrina de Jesucristo, pues, sobre no haberse oído nunca tal proposición, consta según las enseñanzas de la Iglesia, que la Revelación divina terminó con los Apóstoles y quedó cerrada con San Juan, el último de ellos.

2°. Ni satisface tampoco la afirmación de que dicho Magisterio ha recibido de Jesucristo la garantía de la infalibilidad, porque ésta es una cualidad de la enseñanza, y lo que aquí pretendemos averiguar es ¿de dónde saca el Magisterio eclesiástico las verdades que ha de enseñar, sino recibe nuevas revelaciones?

3°. No basta decir que para esto están los escritos de los Apóstoles, pues los Apóstoles escribieron poco, casi forzados por las circunstancias, además de que es cosa cierta que no intentaron formar con sus escritos un código perfecto que contuviera toda la doctrina de su Maestro.
Esto supuesto, vamos a dar ahora la respuesta verdadera.

Prop. XVI.- El Magisterio eclesiástico necesariamente tiene que tomar la noticia que nos transmite acerca de las verdades reveladas, no sólo de los escritores Apostólicos, sino también de la Tradición.


Declar.-
Llamase tradición, “la acción de transmitir las verdades oídas de una persona a otra y de una generación a otra generación”. Así, por tradición sabemos los acontecimientos históricos: por tradición sabemos que César subyugó las Galias, que Cristóbal Colón descubrió a América; y por tradición sabrán nuestros sucesores que León XIII vivió veinticinco años en el pontificado.

Este modo de transmitir las verdades no sólo se efectua de viva voz, sino tambien mediante los escritos y los monumentos: más aún, es casi imposible que una verdad permanezca consignada solamente en la tradición oral, pues fácilmente pasa a los libros y a los monumentos.

La tradición, según se ve, es de suyo cosa humana; pero cuando se aplica a la transmisión de las verdades reveladas, se llama tradición divina. Defínese: “la parte de la predicación evangelica que no habiendo sido consignada en los escritos de los Apóstoles, se halla contenida, por ejemplo, en las obras de los escritores eclesiásticos, en las costumbres de los cristianos, en los monumentos, en los concilios, en la predicación universal y constante de la Iglesia, en la fe constante y universal del pueblo cristiano, etc.”

Demostr.-
1°. Jesucristo estableció como constitución fundamental, que su doctrina fuese enseñada en el mundo al modo humano, mediante un magisterio viviente y perpetuo formado por hombres. Es así que un magisterio viviente y perpetuo formado por hombres que deben enseñar la doctrina de un maestro que nada dejó escrito, y cuyos discípulos escribieron poquísimo, y aun este poco sin intención de formar un código perfecto; un magisterio, en fin, que no recibe de Dios nuevas revelaciones, debe necesariamente tener la Tradición como fuente indispensable de su enseñanza… luego necesariamente dicho magisterio recibe también de la tradición el conocimiento de las verdades reveladas.

2°. Además, consta de hecho que el Magisterio eclesiástico ha enseñado muchas verdades no contenidas en otra parte que en la Tradicion, por lo menos de una manera clara y explicita; por ejemplo, toda la cuestión acerca de los libros inspirados, acerca de la validez del bautismo administrado por los herejes; en fin, todas las explicaciones que ha dado acerca de los textos obscuros de la Sagrada Escritura.

3°. Aun el mismo Magisterio primitivo y original, compuesto de los Apóstoles, que habían oído al divino Maestro, se sirvió únicamente de la tradición primitiva al consignar por escrito muchas de sus enseñanzas. Efectivamente, los tres primeros Evangelios son, en parte, un eco de la tradición de los que oyeron al Maestro. El autor del tercer Evangelio lo declara explícitamente.

Notas:
1ª.- La Tradición, por consiguiente, forma parte esencial de la constitución de la Religión Cristiana, y quien no la admitiera destruiría la misma constitución establecida por Jesucristo.

2ª.- Cuando el Magisterio eclesiástico saca de la tradición de que hemos hablado, una verdad, y la enseña a los fieles, como revelada en su origen por Dios, entonces la tradición de aquella verdad llega, por decirlo así, al ápice de sus funciones; y dicho Magisterio, en aquella enseñanza es asistido por Dios con la garantía de la infalibilidad. Lo cual es conforme a las palabras de Jesucristo. El Consolador, el Espíritu Santo, que mi Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo, y os recordará cuantas cosas os tengo dichas (Jo., XIV, 26).

3ª.- ¿Por qué enseña ahora la Iglesia lo que no había enseñado antes, que la Virgen fue inmune de pecado original?- R. Porque ningún maestro enseña todas las verdades a la vez, son según la capacidad de sus discípulos, la oportunidad, etc., de donde se deduce que existe en la Iglesia cierto progreso en cuanto a la inteligencia de las verdades reveladas. Por lo demás, lo que la Iglesia enseña ahora explícitamente, lo había enseñado ya antes implícitamente.

4ª.- Los Padres y Doctores de la Iglesia.- Se da el nombre de Padres y Doctores de la Iglesia, a los escritores eclesiásticos que reúnen estas tres dotes: doctrina (manifestada con obras y escritos), santidad y antigüedad. Cuáles sean en particular aquellos escritores, a quienes competen estas prerrogativas, y por consiguiente, el título de Padre, sólo la Iglesia puede declararlo, pues sólo ella es juez para fallar sobre quien pueda llamarse maestro y testigo de su doctrina. Lo cual ha hecho ya la Iglesia, teorica y prácticamente, en los concilios y en los diversos actos de su magisterio. Además, dice San Pablo, que Dios ha dado a su Iglesia, Apóstoles, Santos y Doctores que expliquen la fe (Ephes., IV, 11). Entre los Santos Padres se cuentan, por ejemplo, San Ambrosio († 397), San Agustín (†430), San Jerónimo (†420), San Gregorio Magno († 604), San Atanasio († 373), San Basilio († 379), San Juan Crisóstomo († 407), etc.
Se da simplemente el título de Doctores de la Iglesia a los escritores eclesiásticos no antiguos, pero que son insignes por su doctrina y santidad. Tambien para tal titulo es necesaria la autoridad de la Iglesia. Tales son, por ejemplo, Santo Tomás de Aquino, San Francisco de Sales, San Alfonso M. de Ligorio y otros.


Fuente: "Curso de Religión" por el P. Jaime Pons, S. J.