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Tema: Por qué el latín es la lengua de la iglesia católica

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    Por qué el latín es la lengua de la iglesia católica

    POR QUÉ EL LATÍN ES LA LENGUA DE LA IGLESIA CATÓLICA


    POR QUÉ EL LATÍN ES LA LENGUA DE LA IGLESIA CATÓLICA




    R.P.Brian Moore






    I- INTRODUCCIÓN


    1- Algo extraño ha ocurrido con la cuestión del latín: el Papa que inicia el Concilio Vaticano II
    ( Juan XXIII) escribe un magnífico documento para dar nueva vida a la lengua de la Iglesia, pero el Papa que cierra dicho Concilio (Paulo VI) asiste a su entierro: “ Para quienes perciben la belleza, la fuerza, la sacralidad expresiva del latín, la sutitución del mismo por la lengua vulgar supondrá ciertamente un sacrificio grande. Perdemos de ese modo, el lenguaje de los siglos cristianos, nos convertimos en intrusos y profanos en el recinto de la expresión sagrada; perdemos incluso gran parte del estupendo e incomparable tesoro artístico y espiritual que es el canto gregoriano. Tenemos pues motivo para entristecernos y hasta turbarnos. ¿Con qué substituiremos esta lengua angelical? Se trata de un sacrificio de inestimable valor”. Pero luego justifica el abandono del latín con estas palabras: “…vale mucho más entender el contenido de la plegaria que conservar los viejos ropajes con los que se había revestido; vale mucho más la participación del pueblo, de este pueblo moderno ávido de palabra clara, inteligible, traducible a la conversación profana” (Audiencia General del 26-XI-1969)








    2- 1. ¿Cómo se perdió este “tesoro de valor incomparable”, como llamó Juan XXIII al latín .


    Existen causas remotas y causas próximas, agentes externos a la Iglesia y agentes internos, que causaron el destierro del latín. No podemos detenernos a hacer un largo análisis de este asunto sino sólo proporcionar algunas pistas, y remitir al lector a las diversas obras que han tratado la materia.


    2. Por un lado se hallan los enemigos externos de la Iglesia que han visto en el latín todo un símbolo, asociado a lo eclesial y sagrado. Así dice el P. Cayuela: “¿Cómo se explica, pues, que, reconociéndose las ventajas del latín para la comunicación universal del pensamiento, hayan rehuído las naciones el aceptarlo, y hasta se le haya declarado la guerra más o menos solapada, con miras a desterrarlo de la enseñanza? El fenómeno es por extremo curioso, y no tendría explicación racional, sino constara la inquina que han sentido hacia el idioma de la Iglesia Católica cuantos se han propuesto hostilizarla en todas sus posiciones. Que, en efecto, el odio a la Iglesia ha presidido las campañas antilatinas desde el siglo XVIII hasta nuestros días, es cosa fuera de toda duda. Lo prueba el Padre Arsenio Cahur en su libro “Des études classiques et des etudes professionelles”, con hechos y documentos evidentes”. [1]
    3. Joseph de Maistre nos habla especialmente del caso de Francia: “ El siglo pasado que se encarnizó con todo lo que hay de sagrado o venerable, no dejó de declararle la guerra al latín. Los franceses, que siempre dan la nota, se olvidaron casi totalmente de esa lengua; se olvidaron de sí mismos hasta hacerla desaparecer de su moneda, y no parece que se hayan dado cuenta aun del delito cometido contra el buen sentido europeo, contra el buen gusto y contra la Religión”. [2]


    4. Algunos estiman que el abandono del latín comienza en el Renacimiento, al hacer del cultivo del latín algo exclusivo a una élite intelectual. “Los humanistas del Renacimiento –dice un historiador- hicieron del latín una lengua muerta. Hasta ellos, el latín había permanecido vivo… (Pero) ellos cayeron en el pastiche, inauguraron el “ciceronismo”, complicaron una lengua que sus antecesores habían simplificado”.[3] Es sabido que fueron esos humanistas quienes hablaron de “Edad Media” para designar una etapa de “decadencia” del latín; ellos eran los restauradores…
    5. También algunas actitudes en el campo eclesiástico pueden haber abierto brecha, aunque hayan sido adoptadas por celo apostólico. Así p.ej, el caso del pueblo eslavo, y el caso del pueblo chino , estudiados por Dom Gueranger.[4]
    6. En todo caso, lo cierto es que el latín fue desterrado por obra de los modernistas[5], hijo legítimos del protestantismo. En efecto, dice Dom Guéranger: “El odio a la lengua latina es innato a todos los enemigos de Roma. En ella ven el bien de los católicos de todo el universo, el arsenal de la ortodoxia contra todas las sutilezas del espíritu de secta”.[6]
    Los modernistas han querido instaurar una liturgia más “comprensible”, más “popular”, más a tono con el hombre moderno, y evidentemente, el latín les molestaba. Pero así como no es lo mismo decir Misa en una cancha de fútbol que en un templo; el día Sábado que el día Domingo, así tampoco es lo mismo decirla en lengua vulgar que en latín.
    En los tres casos se trata de algo fundamental que han perdido los modernos: el sentido de lo sagrado. Sagrado quiere decir segregado; separado de lo que es más humano, para que el hombre sea más divino. Por eso se delimita un espacio (el templo); por eso se santifica el tiempo (año litúrgico); y por eso también se emplea una lengua que no es la usada en la calle, para hablar con Dios y para hablar de Dios.




    5. El presente artículo tiene como fin principal demostrar que el latín es la lengua de la Iglesia Católica, y analizar cuáles son las razones de ello; se trata de indagar qué movió a la Santa Iglesia a tomar el latín como lengua propia, y sobre todo a conservarla en condición de tal, durante siglos.
    O sea, que no nos proponemos estudiar los cambios habidos desde el Concilio, sino reafirmar la “catolicidad” y “sacralidad” del latín.
    Nuestro marco de referencia será la Constitución Apostólica “Veterum Sapientia”, del Papa Juan XXIII. [7]
    En dicho documento se hallan los argumentos fundamentales acerca de la cuestión que estamos tratando.


    Y creemos que pueden reducirse a tres:
    1. El latín fue la lengua hablada por el Imperio que Dios preparó para la venida de su Hijo.
    2. La lengua forjada por los creadores de ese Imperio es una lengua digna de la Iglesia.
    3. Es una lengua connatural a la Iglesia.






    Por eso desarrollaremos a continuación tres items:
    - La lengua del Imperio
    - Cualidades del latín
    - El latín, lengua católica




    II- LA LENGUA DEL IMPERIO








    1. El Papa comienza estableciendo un postulado de teología de la historia: el Imperio romano fue querido por Dios como lugar y momento histórico para la Encarnación del Verbo. Es la “plenitud de los tiempos” de la que habla san Pablo, y los Padres de la Iglesia. Así por ej. San León Magno: “En efecto, convenía sobremanera a la obra dispuesta por la mano divina que muchos reinos fueran unidos en federación en un solo Imperio, de modo que la predicación universal pudiera así extenderse a los pueblos regidos por un solo gobierno”.[8]
    Conforme a ello, dice Juan XXIII que el latín “fue el aureo ropaje de la sabiduría misma”, que la iglesia acogió con veneración; “no sin especial providencia de Dios…, llegó a ser la lengua propia de la Sede Apostólica”; y luego “admirable instrumento para la propagación del cristianismo en Occidente”.


    Veamos cómo nos explica este punto M.M.Martin: “La mayor parte de los Padres de la Iglesia, y toda la Edad Media, vieron en ese imperio de una grandeza única, el preámbulo providencial de la rápida expansión del cristianismo. Uno de ellos escribía a fines del s.II: ‘Puesto que era voluntad de Dios que todas las naciones estuviesen preparadas a recibir la doctrina de Cristo, su Providencia las sometió al único emperador de los romanos… La multiplicidad de imperios hubiera sido un obstáculo a la difusión de la doctrina de Jesús en todo el universo.’” (p.42-43) Y más adelante: “Cuarenta años más tarde, habiendo sido crucificado Cristo ‘bajo Poncio Pilato’, procurador de Roma, sus apóstoles parten para la conquista del mundo conocido. Y, ¿con qué se encuentran? ¿Desiertos?¿Bosques?¿Espacios confusos, informes? No; encuentran un imperio, con rutas y ciudades de firmes murallas; encuentran a Roma con sus soldados, sus administradores, sus jueces. Es en ese imperio que se establece el cristianismo, y es de él que la Iglesia recibe rápidamente su forma terrestre, su jerarquía, su estructura, en fin, su lengua, adoptada por la humanidad entera.
    Para su predicación universal, Dios le ha preparado un imperio universal; para su llamado que no excluye a persona alguna, Dios le ha dado el reino que acogía a todos los reinos; para ser Roma de los Papas, Dios ha permitido que existiese primero la Roma Ciudad que reunía al mundo.
    Y pronto la Iglesia llegó a ser ella misma Roma, pero una Roma superior, exaltada hasta los cielos. Poco importa. Se trata siempre de la misma Ciudad y el mismo orden; también el mismo lenguaje, pero portador de otra plegaria”. (p.263-264)




    2. Por lo dicho, el abandono del latín es todo un signo que debe hacernos reflexionar sobre los tiempos que nos toca vivir. En efecto, el Imperio romano fue considerado el “obstáculo” del que habla san Pablo en II Tes.2,7. El Imperio romano no pereció sino que perduró –transformado- en la Cristiandad.[9] Y por eso si desde el fin de la Edad Media, la Cristiandad se disgrega, es que se está allanando el camino al Anticristo. Ese proceso de disgregación comenzó con el Humanismo, pero llega a su término en nuestros días, cuando a veces son ciertos jerarcas mismos de nuestra Iglesia católica misma la que no quiere saber nada con la Cristiandad; es ella misma la que ha propugnado la laicización de los Estados, y la que ha negado la realeza social de Cristo.
    En el Nuevo Concordato se diluye el carácter sacro de Roma. Ciudad en la cual murieron, por voluntad divina, San Pedro y san Pablo, columnas de la Iglesia, y que fue fecundada con la sangre de tantos mártires. Abandono del latín, abandono de Roma: dos gestos elocuentes…[10]




    III- CUALIDADES DEL LATÍN


    1. El latín es una lengua que encierra ciertas nobles cualidades que la hacen digna de ser empleada por la Iglesia de Cristo.
    Juan XXIII la llama “tesoro de valor incomparable”, y dice “tiene una conformación propia, noble y característica; un estilo conciso, variado, armonioso, lleno de majestad y de dignidad, que conviene de modo singular a la claridad y a la gravedad”.


    2. ¿De dónde le vienen al latín esas características?
    2.1. El P. Cayuela nos da una razón histórico-filológica: el latín llegó a su apogeo en el momento adecuado. (s.I a.C). Estaba suficientemente lejos de su nacimiento, como para haber pasado su infancia y adolescencia, y haberse enriquecido ya con palabras y giros capaces de expresar cualquier pensamiento humano. Y por otro lado, estaba suficientemente cerca de sus orígenes como para que se conservase todavía el frescor nativo de los valores humanos, y el pueblo romano amase esos valores y gustase el expresarlos. Sobre todo, que pudiese hacerlo con propiedad por poseer los medios de expresión adecuados.
    Ello se debe a la gramática latina, profundamente lógica y a su sistema de flexión nominal.[11]
    2.2. Veamos tres características del latín:
    2.2.1. El carácter sintético
    2.2.2. El hipérbaton
    2.2.3. El encadenamiento lógico




    2.2.1. El carácter sintético


    Se percibe bien dicho carácter al comparar el latín con las lenguas romances. Estas deben emplear más vocablos que el latín, y recargar la frase para expresar la misma idea. Ello se debe a …
    - no contar con desinencias de casos
    - la necesidad de acudir a verbos auxiliares para formar varios de los tiempos verbales;
    - el empleo de partículas, p.ej., en las oraciones de infinitivo;
    - el escaso número de participios;
    - la carencia de formas propias para la voz pasiva y los tiempos de obligación.


    Este carácter sintético de la lengua latina se hace patente en múltiples inscripciones, epitafios, sentencias, escritos sobre piedras o pergaminos.


    “Hay lenguas que cantan; otras que dibujan y pintan. El latín graba (esculpe) y eso que graba es imborrable. Se podría decir que aquello que no es universal o eterno no es latín”. (Brunetière)


    2.2.2. El hipérbaton


    “Gracias a la identidad de terminaciones de casos con que se relacionan entre sí los sustantivos y adjetivos que conciertan, y a la dependencia íntima de regimen que une estrechamente a las partes de la oración, se permite el latín un hipérbaton o trasposición de las palabras, que, mientras deja clarísimo el proceso lógico de las ideas, rompe con soltura y libertad genial el orden monótono, frío y meticuloso con que en las lenguas modernas (sobre todo algunas como el francés y el inglés) se van colocando unas tras otras las voces según su mera relación gramatical; y pone así de relieve otras relaciones más directamente salidas del alma, más intencionadas; con lo cual, juntando o disociando las palabras según las exigencias del pensamiento, del afecto o del ritmo, comunica a la frase una gran energía ideológica, un movimiento vivísimo y una dulce armonía. Diríase que el curso y el giro de la frase va retratando las impresiones que se suceden en el alma delante de un objeto o de un suceso, con el mismo orden con que las siente el espíritu, no precisamente con aquel orden con que la mente las analiza luego fríamente aplicándoles la plomada rígida de la lógica. ¡Cuánto más humano resulta ese modo de expresarse! Insistimos en la idea de siempre. El hombre no es entendimiento solo, ni cuando habla interviene sólo esa facultad. El hombre es un ser muy complejo; y al comunicarse por medio de la palabra, se ponen en actividad todas sus energías anímicas. Aquella lengua, pues, será más humana y humanizará más, que más al vivo reproduzca en su fisonomía la complejidad de actividades anímicas del escritor y orador”. [12]




    2.2.3. Encadenamiento lógico


    Las cualidades del latín para expresar correctamente el pensamiento se ve no sólo en las oraciones, sino también en cada párrafo. En un texto histórico, en una pieza oratoria, se puede percibir lo férreo de su estructura. La sintaxis latina cuenta con diversos recursos para manifestar la subordinación y lógica dependencia de pensamientos en un párrafo. Así por ej.:
    - la consecución de modos y tiempos
    - el empleo del subjuntivo para indicar el modo de pensar de la persona cuyo pensamiento se limita el autor a reproducir;
    - la “oración oblicua”, en la que todos los modos y tiempos se hacen depender de un “dice” o “dijo”;
    - a veces se sintetiza en un participio activo o pasivo toda una oración de tiempo simultáneo o pasado, respecto de la expresada por el verbo principal, etc.


    Todas estas cualidades hacían decir a Gonzague de Reynold: “No hay lengua más adherida a la realidad que el latín… Hay pues, un instinto profundo … en nuestra conciencia, que nos conduce siempre al latín, esa lengua sin equívocos, cada vez que sentimos la necesidad de un vocabulario preciso, de definiciones claras y de fórmulas grabadas en bronce… El latín puede expresar lo universal sin disolverse en la abstracción”.[13]




    2.3. Razones de las características del latín


    a- El pueblo romano era un pueblo campesino, amante del terruño. De allí el realismo y la solidez de la lengua, y la predilección por los términos concretos.
    P.ej: en lugar de decir “aceite”, los romanos decían “oliva” (“olea”): el primero, término abstracto; el segundo, concreto ( lo que es producto del olivo)






    b- La construcción misma de la frase latina manifiesta esa predilección por lo concreto, por la acción. En efecto, en ella se señala al autor de la acción, el objeto de la acción y la acción misma. (Ej: “Caesar pontem fecit”)


    c- Por ser el romano un pueblo guerrero el latín tiene una gran concisión, ama las formulas lapidarias. “Veni, vidi, vici”.






    d- También fue un pueblo de juristas y moralistas. Por eso amantes de las sentencias y del equilibrio en las frases.


    Ulpiano


    e- Pueblo de historiadores. Por eso el latín dará al lenguaje escriturario (nos referimos a la Sagrada Escritura) su ropaje de certeza y veracidad.






    f- Pueblo de poetas como Virgilio, Lucrecio y Horacio.


    Virgilio


    Como consecuencia de esos rasgos el latín tiene una gran virtud para formar la mente juvenil, para educar el espíritu, y así lo señala el Papa Juan XXIII en su Constitución: El latín …
    - “cultiva, madura y perfecciona las mejores facultades del espíritu;
    - dá destreza de mente y fineza de juicio;
    - enseña a pensar y hablar con orden sumo”.








    IV- EL LATÍN, LENGUA CATÓLICA








    ¿Por qué al comienzo de este artículo hemos hablado de la connaturalidad de la lengua latina con la Iglesia de Cristo? Juan XXIII nos lo explica: “Pío XI, el cual indagando científicamente sus razones, indicó tres dotes de esta lengua, en admirable consonancia con la naturaleza de la Iglesia. En efecto, la Iglesia, al abrazar en su seno a todas las naciones y al estar destinada a durar hasta la consumación de los siglos, exige por su misma naturaleza, una lengua universal, immutable, no popular”.


    Veamos detenidamente cada una de las características que el Papa reconoce como propias de la lengua de la Iglesia.




    1)- Lengua UNIVERSAL








    1. “Católico” quiere decir justamente universal. El Papa explica cómo siendo jefe de todas las iglesias del mundo, debe disponer de una lengua que le permita comunicarse con todas las regiones de su reino. Evidentemente no puede utilizar una lengua romance, con preferencia a las otras, porque es Padre común, no de un solo pueblo; y porque se necesita una lengua precisa, que sea punto de referencia para el conocimiento de los documentos emanados de la Santa Sede, sin posibilidad de desvirtuar el sentido de los textos.
    Además esta lengua común permite que el culto sea el mismo en Europa que en América; en Asia que en Africa. En la época en que vivimos, en que tanta gente viaja, se hace evidente la ventaja inmensa que reporta a los fieles el que la Santa Misa se diga en la misma lengua en cualquier parte del mundo. Hoy en día un fiel que desconoce el idioma del país que visita no puede seguir la Misa (aun cuando hubiere unidad de rito en la Iglesia actual). En cambio, un fiel con su misal puede seguir fácilmente cada oración de la Misa, al tener frente a su vista el texto en la lengua de todos los pueblos (“católica”) y la de su propio pueblo.










    2. El profesor Romano Amerio, en su magnífica obra “Iota Unum”, ahonda aun más en el concepto de “universalidad”: “…La Iglesia es universal, pero su universalidad no es puramente geográfica, ni consiste, como se dice en el Canon nuevo, en estar difundida por toda la tierra. (En nota: “Realmente no es algo difuso… sino más bien continuamente disperso”) Dicha universalidad deriva de su vocación (están llamados todos los hombres) y de su nexo con Cristo, que ata y reúne en Sí a todo el género humano. La Iglesia ha educado a las nacionalidades de Europa y creado los alfabetos nacionales (eslavo, armenio), dando origen a los primeros textos escritos. En consonancia con la acción civilizadora de los Estados Europeos, ha educado a las nacionalidades de Africa. Sin embargo, no puede adoptar el idioma de un pueblo particular, perjudicando a los demás. A pesar de la disgregación postconciliar, a la Iglesia católica parece escapársele lo mucho que la unidad de la lengua aporta a la unidad de un cuerpo colectivo: no ocurre así con el Islam, que usa en sus ritos el paleoárabe incluso en los países no árabes; ni con los hebreos, que usan para la religión el paleohebraico. Tampoco se les escapa a los Estados que han alcanzado después de la guerra su unidad nacional, pues ninguno de ellos ha adoptado como lengua oficial una de las lenguas nacionales, sino el inglés o francés, lenguas de sus colonizadores y civilizadores”. (p.415-416)








    3. “Qué idea sublime –decía Joseph de Maistre- la de una lengua universal para la Iglesia Universal! De un polo a otro, el católico que entra en una Iglesia de su rito, está “como en su casa” (“chez lui”), y nada le es extraño. Al llegar, escucha lo que ha escuchado toda su vida; puede mezclar su voz a la de sus hermanos. Los comprende, y es comprendido; así puede exclamar: “Rome est toute en tous lieux, elle est toute ou je suis”.[14] La fraternidad que resulta de una lengua común es un vínculo misterioso de una fuerza inmensa. En el siglo IX, Juan VIII, pontífice demasiado blando, había concedido a los eslavos el permiso de celebrar el oficio divino en su lengua; lo que puede sorprender a quien haya leído la carta CXCV de ese Papa, en la que reconoce los inconvenientes de dicha tolerancia. Gregorio VII levantó esa permisión; pero eso no duró mucho tiempo respecto a los rusos, y sabemos lo que ello costó a ese gran pueblo. Si la lengua latina hubiera asentado sus reales en Kiev, en Novogorod, en Moscú, jamás hubiera sido destronada; jamás los ilustres eslavos, parientes de Roma por la lengua, se hubieran echado en los brazos de aquellos griegos corrompidos del Bajo Imperio, cuya historia causa lástima, cuando no provoca horror”.[15]




    2)- Lengua INMUTABLE


    1. “No tan sólo universal sino también immutable debe ser la lengua usada por la Iglesia. Porque si las verdades de la Iglesia Católica fueran encomendadas a algunas o a muchas de las mudables lenguas modernas…, acontecería que, varias como son, no a muchas sería manifiesto con suficiente precisión y claridad el sentido de tales verdades, y por otra parte, no habría ninguna lengua que sirviera de norma común y constante, sobre la cual tener que regular el exacto sentido de las demás lenguas. Pues bien, la lengua latina, ya desde hace siglos sustraída a las variaciones de significado que el uso cotidiano suele introducir en los vocablos, debe considerarse fija e invariable, ya que los nuevos significados de algunas palabras latinas, exigidos por el desarrollo, por la explicación y defensa de las verdades cristianas, han sido desde hace tiempo determinados en forma estable.” Y por eso el latín “es una puerta que pone en contacto directo con las verdades cristianas transmitidas por la tradición y con los documentos de la enseñanza de la Iglesia”, y “un vínculo eficacísimo que une en admirable e inalterable continuidad a la Iglesia de hoy con la de ayer y mañana”. (Veterum Sapientia)
    2. Esta inmutabilidad del latín, es entonces un “antídoto eficaz contra toda corrupción de la pura doctrina” (Pío XII). Ello se hace evidente en esta época post-conciliar, en que se han empleado y se emplean traducciones inverosílimes en liturgia y Sagrada Escritura. Cuando no se trata de textos forjados por la mente febril de cualquier mercachifle de religión. Lo de “Traductor, traidor”, se aplica de una manera eminente cuando se trata de un lenguaje que busca expresar las realidades más sublimes.
    3. Sabido es que el lenguaje es expresión de nuestro pensamiento. Por lo tanto, manipulando el lenguaje se pervierten las inteligencias y se corrompen las conciencias. La palabra languidece hoy día porque los hombres se han alejado de la Palabra, el Verbo de Dios. Vivimos en un mundo que ha hecho de la palabra una mercancía; y donde “la palabra dada” es una pieza de museo. Ello es lógico porque este mundo es el Reino del Maligno, “Padre de la mentira”. Ha llegado el tiempo anunciado por san Pablo “en que los hombres no pueden sufrir la sana doctrina, sino que con el prurito de oir doctrinas que lisonjeen sus pasiones, se rodean de doctores de su gusto; y cerrando su oído a la verdad, lo aplican a frivolidades.” (II Tim. 4, 1-8) Esos doctores son los curas progresistas y los periodistas de los distintos medios, los políticos y los malos profesores.[16] Todos aquellos que con una palabra, con una etiqueta desacreditan a una persona, la difaman, la hunden de por vida (“fascista”, “retrógrado”, etc.); los que adulan al pueblo hablándoles de su participación, de sus derechos, de su libertad, etc., para poder seguir manejando sus vidas. Nosotros, actuemos como personas, y no como parte de la masa. La masa reacciona como los animales: por instinto; como un perrito que se contenta con un huesito, y al que se doblega frotándole el lomo; al que se hace andar de un lado para otro, e incluso se eche en el lodazal y encadenarlo de por vida a su necedad. Sí; hoy día asistimos a una “guerra semántica”; y debemos precavernos porque “los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz…”. Debemos amar el gran don de la palabra (seremos juzgados por la proferida inútilmente); que nuestro lenguaje sea “sí, sí; no, no; todo lo demás viene del Maligno”. En un mundo hecho de mentiras y para la mentira, debemos ser testigos de la Verdad.


    4. ¿Qué tiene que ver este largo ex cursus con el latín?
    Lo siguiente: el haberlo abandonado es una de las causas de la crisis de la Iglesia, crisis que es ante todo, crisis doctrinal. Y que antes de reflejarse en la feligresía –Iglesia discente-, afectó y afecta a los Pastores –Iglesia docente-. Un texto del Papa Pío XI hará ver con claridad lo que queremos decir: “Por lo cual, y ateniéndonos a lo establecido por el mismo Derecho canónico, en las clases de Letras donde se forman los que son la esperanza del clero, queremos que los alumnos sean instruídos en la lengua latina con el mayor esmero y perfección, entre otras causas para que no suceda que al pasar a los estudios superiores, los cuales por cierto se han de enseñar y aprender en latín, se vean incapacitados, por no dominar esta lengua, para atender bien las doctrinas filosóficas y teológicas, y mucho más para ejercitarse en esas disputas escolásticas donde tanto se aguzan los ingenios y se preparan para defender la verdad. De este modo no acaecerá lo que con tanta pena vemos a menudo, que nuestros clérigos y sacerdotes, desprovistos de suficiente caudal de lengua, por no haber estudiado como debieran la lengua y literatura latinas, dando de mano a los riquísimos libros de los Padres y Doctores de la Iglesia, en que se presentan los dogmas de la fe propuestos con toda claridad y defendidos con invencible fuerza de razones, vayan a abastecerse de doctrina en ciertos autores modernos, en cuyos escritos se echa de menos, no ya sólo la perspicuidad en el estilo y en la exposición, sino aun la fidelidad en la interpretación de los dogmas, lo cual es mucho más de lamentar en estos tiempos que corremos, en que se va vendiendo por ahí tanta mercancía averiada de errores y falacias, al amparo del nombre y apariencia de cosa científica. Semejantes errores, ¿quién los sabrá descubrir y refutar, si no penetra bien en el sentido de los dogmas? Y ¿quién atinará a penetrarlo, si no comprende perfectamente la fuerza y la propiedad de las voces con que están solemnemente declarados; en una palabra, si no domina la lengua que emplea la Iglesia?”[17]


    Se nos perdonará lo largo de la cita pero creemos que es un texto esclarecedor para comprender la importancia del latín, no sólo en el ámbito litúrgico, sino también doctrinal.


    5. Debemos hacer una aclaración: la inmutabilidad es absoluta en cuanto a gran parte de los textos litúrgicos y de los escritos de los Santos Padres que son el vehículo de la Tradición. Hay cierta evolución, ciertos cambios, en cuanto lengua viva, lengua hablada por los eclesiásticos, y en lo que se refiere a ciertos textos teológicos, filosóficos y científicos. Pero, evidentemente, los cambios o el enriquecimiento del latín en comparación con las lenguas romances, es mínimo.
    Como dice el profesor Amerio: “La Iglesia es esencialmente immutable, sustraída (relativamente y más que cualquier otra) a las alteraciones de las lenguas usuales: alteraciones tan rápidas que todos los idiomas hablados hoy tienen necesidad de glosarios para poder entender las obras literarias de sus primeros tiempos. La Iglesia tiene necesidad de una lengua que responda a su condición intemporal y esté privada de dimensión diacrónica. Ahora bien, siendo imposible que una lengua de hombres escape al devenir, la Iglesia se acomoda a un lenguaje que elide en cuanto es possible la evolución de la palabra. Hablo en términos prudentes porque, coincidiendo la diventabilidad con la vida de un idioma, sé bien que también el latín de la Iglesia va cambiando con el correr del tiempo. Incluso prescindiendo de la presente decadencia de la latinidad, tanto profana como eclesial, basta confrontar las encíclicas del siglo XIX con las de los últimos pontificados para advertir la diferencia”.[18]






    3)- Lengua NO POPULAR








    1. Es decir, que la Iglesia no puede utilizar , especialmente en su culto, el lenguaje del “hombre de la calle”. Porque la Iglesia habla a Dios, y habla de Dios.
    “En todas partes –dice la gran filóloga holandesa Christine Mohrmann- donde el hombre toca a las cosas divinas, su lenguaje se aleja del lenguaje corriente; su lenguaje es santificado, por decirlo de alguna manera, por el contacto con lo divino. Ahora bien, la concepción de que existe una lengua sagrada, una lengua divina, se encuentra en muchos pueblos”. Y luego de dar algunos ejemplos hace un análisis de la naturaleza de las lenguas sagradas, del cual extraemos los siguientes párrafos:
    “Desde el punto de vista linguístico, se puede señalar en todos esos fenómenos una misma tendencia: el sentimiento religioso, el contacto con lo divino aleja la lengua de lo corriente; dicho de otra manera: disminuye la función social del lenguaje. Ahora bien, es sabido que siendo la lengua una institución social, tiene como fin primario el permitir a los individuos el comunicarse entre ellos… Pero puesto que la lengua no es solo un hecho social, sino también un hecho psicológico, es al mismo tiempo, medio de expresión no sólo del pensamiento personal sino y sobre todo, de los movimientos de la sensibilidad. Se puede decir, de manera general, que las necesidades de la comunicación se oponen a las de la expresión. Se trata aquí del principio de eficacidad, que se manifiesta a un tal alto nivel en muchas de las lenguas modernas, que se transforman en instrumentos de comunicación cada vez más perfectos, pero a menudo, en detrimento de la expresión. La comunicación tiende a establecer en materia de lenguaje una cierta racionalización, una ‘estandarización’ que es al mismo tiempo una simplificación. En cambio, la expresión busca los matices, tiende a lo pintoresco, y es favorable a la conservación de las formas antiguas. Junto a las exigencias duras y frías de la comunicación, que derivan de la función social de la lengua, la lengua como expresión cumple su destino de instrumento sensitivo y artístico…
    Ahora bien, en todas las lenguas religiosas o hieráticas, la comunicación es ignorada, de una manera más o menos completa, en favor de la expresión. Esta tendencia se manifiesta muy a menudo en un conservadurismo que permanence fiel a elementos antiguos y venerables, que la lengua de comunicación ha abandonado, pero que conservan una contenido afectivo en las lenguas hieráticas, aun cuando se hagan de más en más incomprensibles”.
    Luego de haber presentado estos rasgos de lo que es una lengua sagrada, los aplica al latín cristiano:
    “Si …analizamos los textos litúrgicos latinos más antiguos, podemos ver que la práctica de la Iglesia ha encontrado el justo medio entre dos extremos. La Iglesia rechazó decididamente un lenguaje de la oración que descuidase el elemento social de comunicación; no ha querido una lengua de misterio. Pero por otra parte, no ha abandonado la Antigua tradición de un estilo especial de la plegaria: lo que ella ha creado es una lengua hierática, instrumento de la oración de la Iglesia, medio de comunicación y al mismo tiempo, expresión de los sentimientos religiosos. En la tradición de la Iglesia se formó un estilo sagrado, que es la realización de lo que san Hilario de Poitiers había deseado; esa lengua se diferencia del propósito de la lengua corriente: ‘Vigilandum ergo et curandum est, un nihil humile dicamus’. Hay una búsqueda de dignidad y unción que evita, según las palabras de san Hilario, toda banalidad: ‘Non enim secundum sermonis nostri usum promiscuam in his esse oportet facilitatem’. Lo que san Hilario ha intuído aquí , es una da las funciones más importantes de toda lengua hierática y litúrgica: guardar distancia entre el misterio religioso y espiritual y la vida profana y material; evocar el sentimiento de lo sagrado, del misterio divino, y sobre todo, elevar al hombre por sobre las cosas humanas. Por otra parte, existe el carácter colectivo de la liturgia que pone ciertos límites a la búsqueda de esa dignidad y unción, que acentúa el elemento social de la lengua y que tiende a llevarla al nivel humano. Ahora bien, la plegaria litúrgica es una plegaria de la comunidad, como lo había visto ya san Cipriano; “Publica est nobis et communis oratio, et quando oramus non pro uno sed pro toto populo oramus, quia totus populus unus’.[19]
    Así, pues, se verifica siempre una cierta tensión entre las dos funciones esenciales de la lengua litúrgica: la expresión religiosa y la comunicación”.[20]


    3. Muchos dicen que el latín aleja al pueblo del culto. Son puras paparruchadas. Lo que aleja a la gente del culto es tener que asistir a una Misa empobrecida, ‘democrática’, pero donde reina la chatura. La gente se aleja (se alejó) del templo porque ha dejado de ser el lugar del misterio, de lo sagrado, para transformarse en un centro de beneficencia, o de encuentro juvenil…
    Se establece una falsa dialéctica: el pueblo no entiende el latín, por lo tanto no puede participar del culto; el pueblo no sabe latín, por lo tanto hay que suprimirlo.
    Cuando el pueblo asiste a la Misa puede escuchar las lecturas y el sermón en su lengua nativa, y eso le puede bastar para su instrucción. Porque en lo que hace a la parte sacrificial, es de competencia del sacerdote, y por lo tanto, no hay razón para que se emplee una lengua inteligible para el simple fiel. Queremos decir, no hay una necesidad estricta de que el fiel conozca y comprenda cada palabra del Ofertorio o del Canon. Pero como una de las realidades que desconoce el progresismo es el sacerdocio jerárquico, es lógico que se halla buscado suprimir lo que pudiera indicar distanciamiento entre el ministro y el pueblo. Es curioso que en la era conciliar, tan pronta a descubrir “las inefables riquezas del judaísmo”, no se repare en la diferenciación de la casta sacerdotal respecto del pueblo. Y en lo que hace al idioma, el hecho que en las sinagogas del tiempo de NSJC, aunque el pueblo ya no comprendía el hebreo, se hacían las lecturas en esa lengua (aunque luego se tradujesen). En este siglo, los cristianos han abandonado la que fuera su lengua, mientras que los judíos imponen en Palestina el uso del hebreo…








    Si se trata de comprender, de la inteligencia de los textos litúrgicos, no basta con traducir los textos. Esa comprensión implica una formación que no toda persona puede tener. Por eso “en cuanto al pueblo propiamente dicho, si no entiende las palabras, tanto mejor. En ello gana el respeto, y la inteligencia no pierde nada. Aquel que no comprende nada, comprende más que el que comprende mal”. Estas palabras de Joseph de Maistre creemos se aplican a muchos de nuestros contemporáneos, incluso y sobre todo, a las personas mayores que dicen: “Ahora es mucho mejor que en mi época; antes la Misa era en latín, y no se entendía nada…” Basta que uno les pregunte qué es la santa Misa, para darse cuenta de cuál sea el grado de comprensión que han adquirido…
    Si el pueblo no conoce el latín es simplemente porque la Iglesia no se preocupó por enseñarle. Si en los colegios y centros católicos se enseñaze a los niños y a los jóvenes el latín, habría una feligresía capaz de gustar los tesoros que encierra la liturgia tradicional. No se nos acuse de utopistas; porque ello se hacía antes, en este mismo siglo. ¿O será que los niños de nuestra época no son tan capaces como los de décadas atrás?
    El latín no es para una élite intelectual, sino para todo cristiano. Escuchemos al respecto lo que dice un sacerdote, el Padre Berto, que dedicó su vida a la educación: “Nunca insistiremos lo suficiente: adaptar la liturgia al pueblo, es rebajar la liturgia sin por ello elevar al pueblo; adaptar el pueblo a la liturgia, es elevar al pueblo sin envilecer la liturgia. Nosotros ya hemos elegido. Dedicados desde hace más de un cuarto de siglo a la educación de los más necesitados, entre los niños de este pobre pueblo, que ha sido expoliado por el el laicismo de las riquezas que le ofrece la Iglesia a la cual aun él pertenece, por el bautismo, casi en su totalidad, (aunque cruelmente alejado en su vida la mayor parte); no, ciertamente no queremos una religión de mandarines, como no lo quieren los que buscan el remedio en el empleo de las lenguas vulgares en la liturgia; no, no queremos una religión para clases sociales superiores; no, no queremos una religión de estetas y para gente de gusto refinado.
    Pero nosotros negamos, con todas nuestras fuerzas, que la liturgia en latín sea un obstáculo para la participación del pueblo cristiano, en el culto cristiano. Justamente porque nosotros amamos al pueblo, porque no vivimos sino para servirlo, no consentiremos que sea despojado siquiera de un centavo de su herencia. Tiene derecho a oro puro; no aceptaremos que “se le dé gato por liebre”[21]. Que no se le cierren las puertas; que le sean abiertas de para en par, que tenga libre acceso a la belleza milenaria de los textos y cantos litúrgicos latinos”.








    V- CONCLUSIÓN


    Debemos ser los guardianes del tesoro que nos transmitieron los siglos cristianos, según la consigna dada por León XIII al episcopado francés, sobre el latín y los métodos de enseñanza tradicionales:
    “Si un día, lo que Dios no quiera, hubieran de excluirse totalmente de las escuelas públicas (¡ de nuestra Iglesia! –agregamos nosotros-), que vuestros Seminarios menores y colegios libres los guarden con inteligencia y [22]patriótica solicitud; e imitaréis así a los sacerdotes de Jerusalén que, queriendo sustraer a los bárbaros invasores el fuego sagrado del Templo, lo escondieron de manera que pudiesen encontrarlo y devolverle todo su esplendor cuando los malos días hubiesen pasado”.














    BIBLIOGRAFÍA


    Como ya dijimos al comienzo de este trabajo, el documento fundamental del Magisterio sobre este tema es la Constitución Apostólica “Veterum Sapientia”, del Papa Juan XXIII, del 22 de febrero de 1962.


    AMERIO, Romano. Iota Unum, Salamanca, Gráficas Varona, 1995.-
    AUVRAY, P. y otros. Las lenguas sagradas. Andorra, 1959.-
    BERTO, Victor-Alain. El latín en la liturgia. Suplemento Rev.Jesus Chrstus, No. 46.
    BLAISE, A. Manuel du latin chrétien. Strasbourg, 1955.-
    B.BOTTE et C.MOHRMANN. L’Ordinaire de la Messe. Paris-Lovaine, 1953.-
    CAPELLE, Bernard. Plaidoyer pour le latin. Les questiones lit. et par., Louvain, 1950.-
    CAYUELA, Arturo, S.J. Humanidades Clásicas. Zaragoza, 1940.-
    CUMONT, Franz. Pourquoi le latin fut la seule langue liturgique de l’Occident. Bruxelles, 1904.-
    DE MAISTRE, Joseph. Du Pape. Lyon, Emmanuel Vitte, 1928.-
    DAVIS, Michael. El Concilio del Papa Juan. Buenos Aires, Iction.
    DUPUY, Jacques. Importance du latin dans la fidelité doctrinale. Paris, Credo, 1976.-
    GOBRY, Ivan. Le latin, langue sacrée. Paris, Una voce, 1994.-
    GODEFROY, L. Langues Liturgiques. DTC, 1925.-
    GUERANGER, Dom Prosper. Institutions Liturgiques (Extraits). Chiré en Montreuil, Ed. de Chiré, 1977.-
    LECUREUX, Bernardette. Le latin, langue de l’Eglise. Paris, Téqui, 1998.-
    MARTIN, Marie-Madeleine. Le latin immortel. Ligugé, Reconquista, 1989.-
    MOHRMANN, Ch. Liturgical latin, its origin and character. Washington, 1957.-
    PIEPER, Joseph. Filosofía medieval y mundo moderno. Madrid, RIALP, 1979.-
    SALLERON, Louis. La Nueva Misa. Bs.As., Iction, 1978.-
    WILTGEN, Fr.Ralph M.. The Rhine flows into de Tiber. Rockford, TAN, 1985.-


    Notas


    [1] Arturo Cayuela, SJ, “Humanidades clásicas”, p.394-395
    [2] “Du Pape”, p.162
    [3] M.M.Martin, “Le latin immortel”, p.115
    [4] El abad de Solesmes nos cuenta cómo los jesuitas solicitaron varias veces a los Papas, en el s.XVII, el que les permitieran decir la Misa en chino, por razones pastorales, pero no se les concedió.
    [5] Paulo VI, en una Carta dirigida a los superiors generales de los religiosos obligados a coro, les decía: “Debemos confesar que Nos estamos profundamente conmovidos y no poco entristecidos, a causa de estas peticiones, y nos preguntamos de dónde ha brotado y por qué motivo se ha propagado tal modo de pensar y tal menosprecio, antes desconocido.” (“Sacrificium laudis”. 15-VIII-1966)
    [6] En el Concilio Vaticano II se discutió ampliamente acerca del latín. Cf. los libros del P.Wiltgen, M.Davies, Salleron, etc.
    [7] Es de señalar la importancia que el Papa dio a su promulgación:
    - en presencia de todo el clero romano (Cardenales, Curia, etc.);
    - en la fiesta de la cátedra de San Pedro;
    - y firmó el documento frente mismo al altar de la confesión de san Pedro.
    [8] Migne, PL 54, 423
    [9] Santo Tomás comenta así el pasaje citado en la II Tes.: “Pero, ¿ cómo debe entenderse todo esto, teniendo en cuenta que ya hace mucho tiempo que las gentes se apartaron del Imperio romano, y sin embargo todavía no ha venido el Anticristo?. Hay que decir que todavía no ha cesado (el Imperio romano), sino que se convirtió de temporal (terrenal) en espiritual, como dice el Papa León en el sermón sobre los Apóstoles. Por lo que debe decirse que el apartamiento del Imperio romano debe entenderse, no solo del temporal, sino también del espiritual, o sea de la fe católica de la Iglesia romana. Es por lo tanto un signo conveniente que así como Cristo vino cuando el Imperio romano dominaba a todos, así por el contrario, al apartarse de él será un signo (de la venida) del Anticristo”. (Ver texto latino en Textos complementarios)
    [10] El Tratado de Letrán de 1929, art.1, parágrafo 2, decía: “En consideración del carácter sagrado de la Ciudad Eterna, sede Episcopal del Soberano Pontífice, centro del mundo católico, y meta de peregrinos, el gobierno italiano cuidará de impedir en Roma todo lo que pueda oponerse a dicho carácter”.
    El Nuevo Concordato, del 18-II-1984, art.2, par.4: “La República Italiana reconoce el significado particular que tiene para la catolicidad Roma, sede Episcopal del Sumo Pontífice”. (Observ.Rom., ed.esp., 4-III-84)
    [11] Cayuela, oc., p.405-406
    [12] Cayuela, p.148
    [13] Cit. por M.M.Martin en su oc., p.255
    [14] “Roma toda se halla en todas partes; está toda donde yo estoy “.
    [15] Du Pape, p.160
    [16] “Pero la radio y la televisión serán dentro de poco del dominio exclusivo del Príncipe de este mundo; y “aquel inicuo” que de él recibirá poder para hacer prodigios mendaces podrá hablar un día y por televisión ser visto hablando a las multitudes reunidas en plazas y templos, a todo un universo aterrado y exaltado, “que estará delante de él como una oveja delante del lobo”… (L.Castellani, “Los papeles de Benjamín Benavides, p.293, Bs.As., Dictio, 1978)
    [17] Pío XI, Encíclica “Officiorum omnium”, del 1-VIII-1922; AAS XIV, 499 ss.
    [18] Iota Unum, p.416
    [19] “Nuestra oración es pública y común, y cuando rezamos lo hacemos no por alguien en especial, sino por todo el pueblo, porque todo el pueblo es una sola cosa”. (De Dom. Or., 8)
    [20] C.Mohrmann, “L’Ordinaire de la Messe”., p.32-33; 35-36
    [21] “qu’on lui refile de la pacotille’
    [22] “Depuis le jour”, 8-IX-1899. El Papa hace referencia a II Mac.1,19-22.






    LITURGIA TRADICIONAL: POR QUÉ EL LATÍN ES LA LENGUA DE LA IGLESIA CATÓLICA
    Hyeronimus y juan vergara dieron el Víctor.
    La Iglesia es el poder supremo en lo espiritual, como el Estado lo es en el temporal.

    Antonio Aparisi

  2. #2
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    Re: Por qué el latín es la lengua de la iglesia católica

    Muy bueno tu aporte Michael!!!
    Del profundo artículo del querido amigo, el R.P. Brian Moore, un sacerdote que desde su ordenación celebra la Santa Misa conforme al venerable rito bimilenario ordenado codificar a perpetuidad por San Pío V.
    No hay duda que el Latín es una lengua sacra,que se vincula con la también sacra Fundación de Roma por Rómulo, conforme lo relatan, Plutarco, Ovidio, Dionisio de Halicarnaso, entre otros.

  3. #3
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    Re: Por qué el latín es la lengua de la iglesia católica

    Gracias querido amigo. Al igual que tu pienso que el latín se debería volver a revivir y a utilizar. Es una lengua muy bonita y universal.
    La Iglesia es el poder supremo en lo espiritual, como el Estado lo es en el temporal.

    Antonio Aparisi

  4. #4
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    Re: Por qué el latín es la lengua de la iglesia católica

    La Iglesia, un pueblo sin lengua


    El Latín súbdito del Inglés

    Símbolo de la decadencia Católica

    En el Vaticano, el idioma sacro brilló por su ausencia,
    mientras judíos y musulmanes desplegaban los suyos.

    Nadie puede discutir que el Latín, que otrora fue la lengua sacra del Catolicismo, ha dejado, de hecho, de cumplir la alta misión que le reconocieran, por ejemplo, Juan XXIII en la Constitución Apostólica Veterum Sapientia, y Pío XI en documentos anteriores.

    Mientras antiguamente en las reuniones internacionales los clérigos asistentes hablaban en Latín, que dominaban a la perfección desde el seminario, hoy se ven obligados al uso del inglés o del italiano; pues ya no saben casi nada de la lengua que deberían dominar como condición indispensable para ser ordenados.

    Al respecto se lee en la mencionada Constitución Apostólica: "Nadie, en efecto, habrá de ser admitido al estudio de las disciplinas filosóficas o teológicas si antes no ha sido plenamente instruido en esta lengua y si no domina su uso".

    La Iglesia es hoy, contra toda lógica, un pueblo sin lengua propia, y debe pedirla de prestado nada menos que al Inglés, un idioma bastante primitivo si se quiere.
    ¿No permite acaso este detalle apreciar en toda su magnitud la protestantización ocurrida dentro de la Iglesia a partir del Concilio Vaticano II?

    Pues la Revolución desatada por Lutero significó el desconocimiento de la Unidad, la rebelión de las iglesias particulares contra la Iglesia de Cristo, y la ruptura de los príncipes alemanes con la autoridad del Emperador y del Papado, quienes controlaba sus excesos.

    Los efectos de este levantamiento y de todos los que vinieron en adelante, están perfectamente significados por el hecho de que la única Iglesia Católica, es decir Universal, no tiene hoy su lengua sagrada, y al mismo tiempo doméstica, que pueda servir de nexo común entre sus miembros.
    Incluso se ha llegado a la extraordinaria situación de que el centro de la vida católica, la Santa Misa, no pueda ser ya comprendida por todos los fieles en todo en mundo.

    Cuando, CTV (Centro Televisivo Vaticano) mediante, oíamos el pasado Domingo de Pentecostés las oraciones que judíos, católicos y musulmanes desgranaban en los jardines de la Casina de San Pío V del Vaticano, resultó evidente la pobreza idiomática instalada en la Iglesia por los modernistas.

    Los judíos utilizaron para leer los Salmos y otras oraciones, el Antiguo Hebreo. Lengua sagrada en la que están escritos la Torá y los Profetas, y que es utilizada en muchas sinagogas.

    Los musulmanes que seguían la ceremonia por TV, oyeron a sus imanes rezando en Árabe Clásico, lengua sacra del Islam y del Corán, que es utilizada en la liturgia mahometana.

    Sin embargo, las lecturas y oraciones efectuadas por los Católicos, Papa incluido, se dijeron en Inglés, Italiano y Árabe.
    No hubo siquiera un Cardenal en Roma, que recordara al mundo la antigua lengua del Catolicismo, hoy injusta e insensatamente olvidada.

    ¿Se puede agregar algo más al mensaje contenido en estos símbolos?

    Página Católica: La Iglesia, un pueblo sin lengua

  5. #5
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    Re: Por qué el latín es la lengua de la iglesia católica

    El lenguaje de la Iglesia: sobre la importancia perenne del latín

    El papa Francisco ha llamado repetidamente a la Iglesia a convertirse en una “cultura del encuentro”. Lo que esto ha venido a significar es que nos comprometemos con otras personas y culturas, reuniéndolas donde están, con el fin de traerles el mensaje del Evangelio.

    Aunque siempre estamos llamados a evangelizar a los demás, esta comprensión de la “cultura del encuentro” puede conducir a una catequesis diluida y un entendimiento diluido de la Iglesia. Lo central para descubrir la legitimidad de este movimiento de “encuentro” es la cuestión del lenguaje.

    Fundamentalmente, podemos hacer la siguiente pregunta: ¿Tiene la Iglesia un solo lenguaje o muchos lenguajes? La premisa para la cultura del encuentro es que la Iglesia tiene muchos lenguajes, y necesitamos hablar el lenguaje particular de la cultura para transmitir la fe. Si bien es obvio que la Iglesia está formada por muchas culturas que hablan muchos idiomas, ¿significa esto necesariamente que la propia Iglesia tiene muchos lenguajes, particularmente muchos lenguajes para la celebración de la liturgia del rito romano? El lenguaje se puede tomar en dos sentidos: interno y externo. Me gustaría argumentar que la Iglesia tiene un lenguaje interno, que es la esencia de sus creencias, y un lenguaje externo primario, el lenguaje del latín, para expresar esa realidad interna, especialmente en la liturgia.

    El único lenguaje interno de la Iglesia se expresa fundamentalmente en el credo. El credo contiene todas las doctrinas de la Iglesia católica, aunque muchas están escondidas dentro de la simplicidad de la oración misma: “Credo en Deum, Patrem omnipotentem, Creatorum caeli et terrae“. En un sermón a los catecúmenos sobre el credo, san Agustín dice:

    Porque este es el credo que deben ensayar y repetir en respuesta. Estas palabras que han escuchado están esparcidas en todos lados en las divinas Escrituras, pero de allí se juntan y se reducen en una sola, para que la memoria de las personas lentas no sea angustiada; que cada persona pueda ser capaz de decir, capaz de conservar, lo que cree.

    Hay algunas cosas a tener en cuenta aquí. Primero, el credo está destinado a ser ensayado y recitado; cuando se recita repetidamente, las palabras se conservan en la memoria. Cuando las palabras se conservan en la memoria, se arraigan en el alma del individuo, de modo que se convierten en una regla para vivir la vida de acuerdo con el Evangelio de Cristo. En segundo lugar, las palabras del credo provienen de las Escrituras mismas: estas palabras contenidas en el credo no son arbitrarias o inventadas, sino que cada parte del credo puede encontrarse en algún lugar de las Escrituras. Esto revela la continuidad entre las Escrituras y las enseñanzas de la Iglesia católica.

    Finalmente, toda persona que es católica debe decir estas palabras; Así, el credo es universal en carácter. No se refiere a un grupo o cultura, sino más bien a toda la Iglesia universal. Cuando un miembro de la Iglesia ora el credo, él o ella están orando con todos los miembros de la Iglesia. En este sentido, el credo trasciende el tiempo. Por esta razón, san Pablo escribe: “Uno es el cuerpo y uno el Espíritu, y así también una la esperanza de la vocación a que habéis sido llamados; uno el Señor, una la fe, uno el bautismo, uno el Dios y padre de todos, el cual es sobre todo en todo y en todos” (Efesios 4 4-6, RSV). Así, porque hay un solo Señor, tenemos una fe en Él, que se expresa en el credo de la Iglesia católica.

    El credo puede ser considerado el “lenguaje interno” de la Iglesia porque es un resumen de lo que ella cree. Cualquiera que contradiga esta lengua de la Iglesia predicando otra palabra se considera hereje o cismático.
    Para ser parte de la única Iglesia de Cristo, es necesario no sólo ser bautizado, sino también profesar el lenguaje de la Iglesia. Por eso la renovación de nuestros votos bautismales implica proclamar un fuerte, “Sí creo”, a los artículos del credo. Si negamos cualquiera de estos artículos, entonces estamos negando el lenguaje interno de la Iglesia. Es imposible seguir siendo la Iglesia y hablar otro idioma que ella, a este respecto. Uno no puede simplemente decir que Cristo sólo tenía una naturaleza, como lo hicieron los monofisitas, y aún así esperar permanecer en la Iglesia, porque tal creencia subvierte directamente las verdaderas creencias de la Iglesia católica.

    Para expresar este lenguaje interno, la Iglesia necesita un lenguaje externo. En esencia, las palabras son sólo signos que apuntan a la realidad; no son la realidad en sí mismas. En el Crátilo, Platón (a través de Sócrates) sostiene que el lenguaje es meramente convención, lo que significa que las palabras pueden cambiar de significado con el tiempo, y la realidad no está presente dentro de la palabra misma. A este respecto, se podría decir que el lenguaje de la Iglesia no importa. Sin embargo, este no ha sido el modo primario de la Iglesia, ni siquiera desde la época del pueblo elegido de Dios en el Antiguo Testamento.

    La Torre de Babel es un estudio interesante sobre el lenguaje. En la historia de la Torre de Babel, la gente, que en aquel momento hablaba toda una sola lengua, se decía entre ellos: “vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cumbre llegue hasta el cielo, y hagámonos un monumento para que no nos dispersemos sobre la superficie de toda la tierra” (Génesis 11 4). El pueblo está construyendo la torre de sí mismos y de su propio orgullo; su ciudad no será dedicada a Dios, sino más bien a ellos mismos.

    Debido a su orgullo, el Señor dice: “Ea pues, descendamos, y confundamos allí mismo su lengua, de modo que no entienda uno el habla del otro” (Génesis 11 7). Ahora el pueblo ya no es uno, sino muchos, y esparcido por toda la tierra, porque hablaban muchas lenguas que nadie podía entender (véase Génesis 11 9). En otras palabras, el pueblo ya no hablaba un idioma unificado, y por lo tanto no podía entenderse. Del orgullo viene una multitud de idiomas.

    ¿Qué significa esto para nuestra discusión sobre el lenguaje y la Iglesia? En sus tratados sobre el Evangelio de san Juan, san Agustín comenta este pasaje a la luz del mandamiento de bautizar a todas las naciones por el poder del Espíritu Santo. Agustín escribe:

    Si el orgullo causó diversidad de lenguas, la humildad de Cristo ha unido estas diversidades en una sola. La Iglesia está reuniendo ahora lo que esa torre había desgarrado. De una lengua se hicieron muchas; no te maravilles: esto era el producto del orgullo. De muchas lenguas se hace una; no te maravilles, esto fue el producto de la caridad (In Jo. Ev. Tr., 6.10).

    El orgullo en la Torre de Babel causó una diversidad de lenguas, pero la humildad y la caridad de Cristo, trajo todas las lenguas de vuelta a la unidad bajo Él. Las muchas lenguas de las muchas naciones se han convertido en una bajo Jesucristo. Una vez más, esto se puede entender en dos sentidos: interno y externo. En Cristo, hay una fe, y todos los cristianos están obligados a creer su Evangelio del Amor. Pero también quisiera argumentar que esto significa que hay un lenguaje externo de la Iglesia. ¿Cómo se comunica la Iglesia universal si hay muchos idiomas? Esto ciertamente causaría controversias en la Iglesia primitiva con concilios en Oriente y Occidente. Sin embargo, con el tiempo, el rito romano de la Iglesia eligió la lengua latina como su única lengua externa, que es explícita en su sagrada liturgia.

    Si la Iglesia verdaderamente desea “encontrar” a la gente, entonces necesita un lenguaje que todos sus miembros puedan entender. Esto no significa que las diversas culturas dentro de la Iglesia abandonen sus propias lenguas por el lenguaje de la Iglesia. Más bien, aquellas cosas que pertenecen propiamente a la Iglesia católica romana deben estar en una sola lengua: el latín. Particularmente en la sagrada liturgia, podemos ver cómo esto es una cosa muy útil.

    Cuando el latín se usa como el lenguaje de la liturgia, se distingue de la lengua vernácula y el lenguaje vulgar del pueblo. Mientras algunos pueden argumentar que en una época en Roma el vernáculo era latín, debemos estar claros que el latín de la liturgia es poético y elevado; Difícilmente podría considerarse el mismo latín de las calles. Pero sobre todo ahora, en nuestros tiempos modernos, cuando el latín no se habla, y se considera de hecho un lenguaje muerto, la liturgia latina realmente se separa de nuestro mundo mundano. Porque la liturgia celebrada en lengua vernácula puede convertirse fácilmente en algo como cualquier otra cosa en nuestras vidas: no hay nada que la separe. En particular, desde el concilio Vaticano II, cuando el latín se abandonó casi por completo dentro de la liturgia (contrario a la intención de los Padres Conciliares), ¿no hemos visto que la liturgia se vuelve mundana? ¿Es la liturgia verdaderamente vista como algo separado de nuestra vida cotidiana?

    De esta manera, el latín como lenguaje externo propio y litúrgico de la Iglesia revela algo más serio y más profundo sobre su lenguaje interno, pues es en la liturgia que recitamos el credo y nos encontramos con las realidades de nuestra fe. Cuando el lenguaje externo de la Iglesia es algo completamente distinto del lenguaje de nuestra vida cotidiana, reconocemos algo sagrado.

    La liturgia no es como una conversación con la persona de la caja en el supermercado; más bien, la liturgia es una conversación con el Dios Omnipotente, el Creador del Cielo y la Tierra, el Creador de nuestras almas individuales. En la Torre de Babel, la gente quería crear algo como ellos mismos, pero esto hizo que su lenguaje se confundiera. Con demasiada frecuencia, queremos que la liturgia se convierta en algo como nosotros.

    Queremos entender la liturgia, participar en ella, convertirla en entretenimiento. Pero éste es precisamente el problema de la Torre de Babel, y lo mismo le sucederá a la liturgia y al lenguaje interno de la Iglesia: ambos se confundirán. Si la Iglesia no tiene un lenguaje externo, entonces le resultará difícil articular con precisión y claridad su lenguaje interno. Si cambiamos el lenguaje externo de la liturgia, entonces estaremos tentados a cambiar el lenguaje interno de la Iglesia, que se expresa de una manera particular en la liturgia.

    La Iglesia eligió específicamente el lenguaje latín para expresar las realidades internas de la Iglesia católica romana. Esto no significa que ya no deberíamos hacer la catequesis en lengua vernácula o dejar de orar en lengua vernácula. Lo que significa, sin embargo, es que la liturgia, que es la expresión pública y externa del lenguaje interno de la Iglesia, debe estar en el idioma latino, para que no nos confundamos en lo que realmente es la liturgia.

    No es cada Iglesia particular que celebra la liturgia; más bien, la Iglesia universal celebra la liturgia en cada Iglesia particular. Por eso debe haber un lenguaje universal de la liturgia, de tal manera que hay muchas culturas unidas a través de Cristo en un solo idioma sagrado. Y este idioma sagrado, el idioma latín, une las muchas culturas en la sagrada liturgia para que podamos decir verdaderamente que la Iglesia es una, santa, católica y apostólica.


    Veronica A. Arntz


    El lenguaje de la Iglesia: sobre la importancia perenne del latín

  6. #6
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    Re: Por qué el latín es la lengua de la iglesia católica

    FIUV Position Paper 12: La enseñanza del latín en los seminarios

    En una entrada anterior explicamos nuestro propósito de traducir los Position Papers sobre el misal de 1962 que desde hace algún tiempo viene preparando la Federación Internacional Una Voce, de la cual nuestra Asociación es capítulo chileno desde su creación en 1966.


    En esta ocasión les ofrecemos la traducción del Position Paper 12 y que versa sobre la enseñanza del latín en los seminarios, cuyo original en inglés puede consultarse aquí. Dicho texto fue preparado en el mes de octubre de 2012 y revisado en 2017. Para facilitar su lectura hemos agregado un título (Texto) para separar su contenido del sumario (Abstract) que lo precede.





    ***


    La enseñanza del latín en los seminarios

    Abstract


    En un ensayo anterior [FIUV PP 7] hemos abordado el tema del latín como lengua litúrgica. En el presente ensayo tratamos el latín como la lengua común de la Iglesia. En el Concilio Vaticano II, y luego después como consecuencia de ello, se subrayó la importancia del latín como parte de la educación en los seminarios, pero no sólo por su importancia litúrgica, sino por su importancia, más en general, como forma de hacer posible la comunicación entre las generaciones (entre las antiguas y las actuales, y entre éstas y las futuras) y entre las naciones, en cuanto lingua franca que puede ser aprendida por todos. La pérdida de tal lengua ha sido tema de preocupación para una larga serie de Papas, y hay muchos documentos, incluido el Código de Derecho Canónico, que enfatizan la importancia del latín. Es de la máxima importancia, pues, que se restaure el latín en la enseñanza de los seminarios y de las escuelas católicas.

    Los comentarios a este texto pueden enviarse a positio@fiuv.


    Reja del presbiterio de la Basílica del Santuario de la Inmaculada Concepción en Washington D.C. (EE.UU.)
    (Foto: Fr. Jack SJ MD)


    Texto


    1. El latín es importante para la Iglesia no sólo como lengua litúrgica [1] sino también como la lengua de la administración, del debate y de la difusión de las ideas, especialmente en los documentos magisteriales, además de ser la lengua de innumerables obras clásicas de teología, historia y otras disciplinas, desde los Padres y los escolásticos hasta bien entrada la época moderna. El uso del latín, en la práctica, como lengua de comunicación en la Iglesia, depende de que sea enseñado en los seminarios (como también en las escuelas católicas), y el Magisterio a menudo se ha referido a su lugar en la educación que se da en ellos. Sobre esta cuestión, tanto la preocupación como la intuición de quienes están ligados a la forma extraordinaria del rito romano pueden aplicarse a la Iglesia en su totalidad. Los sacerdotes que no han aprendido latín encuentran difícil, si no imposible, hacer uso de las normas del motu proprio Summorum Pontificum [2]. Con todo, los argumentos de este ensayo se basarán en consideraciones de mayor amplitud.


    (Foto: O Clarim)



    Lo que dice el Magisterio sobre el latín.


    2. El Código de Derecho Canónico de 1983 reforzó la exigencia del Código de 1917 [3] al declarar: “El programa de formación sacerdotal ha de proveer que a los estudiantes se les enseñe cuidadosamente no sólo su lengua madre sino también que puedan comprender bien el latín [4]”. El término “comprender” [“understand” en la traducción inglesa] subraya la fuerza del latín “calleant” [5]: el Derecho Canónico exige habilidad en el uso del latín, no mera comprensión de él, puesto que el latín es un medio de comunicación dialógico.


    3. El canon 249 es un reflejo del decreto sobre formación sacerdotal Optatam totius del Concilio Vaticano II, que dispone, respecto de los seminaristas: “Además, han de adquirir un conocimiento del latín que los capacite para comprender y usar las fuentes de tantas ciencias y de los documentos de la Iglesia. El estudio de la lengua litúrgica propia de cada rito debe considerarse necesario, y un conocimiento adecuado de las lenguas de la Biblia y de la Tradición ha de ser vigorosamente alentado” [6].


    En lo que se refiere al ámbito litúrgico, la Constitución sobre la sagrada liturgia Sacrosanctum Concilium, al mismo tiempo que insiste en que “el uso del latín ha de preservarse en los ritos latinos” [7], supone también que los clérigos normalmente recitarán el Oficio en latín [8].


    4. Estos documentos prolongan la enseñanza y la práctica anteriores. Entre ellos hay notables documentos del siglo XX, que incluyen la Carta Apostólica de Pío XI sobre la enseñanza en los seminarios Officiorum omnium (1922) [9], la Carta de la Congregación para los Seminarios Latinam excolere linguam (1957) [10], la Constitución Apostólica Veterum sapientia de San Juan XXIII (1962) [11], y las Ordinationes que la aplican (Sacrum latinae linguae depositum, 1962) [12], la Carta Apostólica de Pablo VI sobre los seminarios Summi Dei Verbum (1963) [13] y su Instrucción que aplica Sacrosanctum Concilium a los religiosos In edicendis (1965), y el motu proprio de Pablo VI Studia latinitatis (1964). Inmediatamente después del Concilio Pablo VI ordenó de nuevo que se conservara el latín, particularmente en el Oficio, en su Carta Apostólica Sacrificium laudis (1966) [14], y la Congregación para la Educación Católica subrayó la importancia del latín en Ratio fundamentalis (1970) sobre educación en los seminarios [15]. En 1976 Pablo VI creó la “Fundación Latinitas” para promover el latín [16]. San Juan Pablo II puso énfasis en la importancia del latín en su Carta Apostólica Dominicae Cenae (1980) [17], y el mismo año la edición revisada del documento de la Congregación para la Educación Ratio fundamentalis hizo lo mismo [18]. Posteriormente esta misma Congregación publicó una Instrucción sobre el estudio de los Padres, que subrayó la necesidad de fomentar el estudio del latín y del griego en los seminarios, de modo que los seminaristas pudieran leer los textos patrísticos en su original (Inspectis dierum, 1989) [19].


    5. En 2007 Benedicto XVI se refirió de nuevo al tema de la formación en los seminarios en su Exhortación Post-Sinodal Sacramentum Caritatis, en la que escribe: “Pido que los futuros sacerdotes, desde su época en el seminario, reciban la necesaria preparación para entender y celebrar la Misa en latín, y también para que usen los textos latinos y canten el gregoriano. Y no debemos olvidar que a los fieles se les puede enseñar a recitar las oraciones más comunes en latín, y también a cantar en gregoriano algunas partes de la liturgia” [20].


    En 2012 Benedicto XVI publicó el motu proprio Lingua Latina, reemplazando la “Fundación Latinitas” por la “Pontificia Academia Latinitatis”, con el encargo ampliado de promover esta lengua, incluso en los seminarios. Bajo el Papa Francisco se promulgó una nueva Ratio fundamentalis, haciendo notar que: Al igual que el hebreo bíblico y el griego, los seminaristas deben ser introducidos al latín desde el principio de su curso de formación, por cuanto provee un acceso a las fuentes del Magisterio y de la Historia de la Iglesia [21].


    (Foto: Catholicism Pure & Simple)



    6. En resumen, no se puede decir que el Concilio constituyó un cambio en la enseñanza de la Iglesia en estas materias, ni tampoco pidió un cambio en la práctica. Las razones dadas en los documentos acerca de la importancia del latín son de varios tipos mutuamente relacionados.


    7. La primera de esas razones se refiere al lugar del latín en la liturgia. Esto fue enfatizado por Benedicto XVI en Sacramentum Caritatis, como citamos anteriormente. Aquí basta decir [22] que es imposible para los sacerdotes obedecer el mandato de Sacrosanctum Concilium –“ha de preservarse el uso del latín en los ritos latinos”- sin tener una comprensión básica, al menos, de esta lengua.


    8. En segundo lugar, la lengua latina tiene un lugar fundamental en la cultura católica, que está íntimamente relacionada con la espiritualidad. No se puede traducir ni reemplazar por equivalentes vernáculos ni la poesía latina, ni los himnos ni el canto gregoriano, ni los textos que han inspirado las composiciones musicales en cada período de la música cristiana: las obras de arte originales sólo podrían, en el mejor de los casos, reemplazarse por traducciones que fueran, ellas mismas, nuevas obras de arte. Los cantos gregorianos en latín, tanto en su poesía como en su música, son, según ha dicho Pablo VI, “una fuente copiosa de cultura cristiana y una rica veta de devoción”. El mismo urge a los superiores religiosos a que ponderen aquello a que quieren renunciar, y que no dejen secarse ese manantial del cual, hasta ahora, ellos mismos han bebido abundantemente [23].


    9. En tercer lugar, el patrimonio de teología, filosofía, derecho canónico e historia de la Iglesia latina se ha preservado, en su mayor parte, en latín. La versión en latín de los documentos del Magisterio es casi siempre la ejemplar: una traducción, por hábil que sea, no puede jamás captar los matices del original, y no siempre se dispone de traducciones [24]. Lo mismo ocurre con la mayor parte de las obras de la tradición teológica [25]. El latín siempre ha sido considerado como esencial para la preservación de la precisión y continuidad de la doctrina, punto que fue subrayado en Veterum Sapientia. Se ha enfatizado la importancia del latín para los estudios académicos en Officiorum omnium [26], Optatam totius [27], Veterum sapientia [28], Inspectis dierum [29] y Lingua latina [30].


    10. En cuarto lugar, el latín tiene un papel como lengua de la Iglesia: una lengua para el intercambio y desarrollo de las ideas y, como lo dice San Juan Pablo II, es “un instrumento de mutua fraternidad” [31]. Se destaca la importancia administrativa del latín en Officiorum omnium [32], Veterum sapientia, Optatam totius y Lingua Latina. Este último documento subraya la idea: “La lengua latina ha sido siempre muy estimada por la Iglesia católica y los Romanos Pontífices, que la han considerado como propia” [33].


    (Imagen: Messa in latino)




    El latín como lengua de la Iglesia.


    11. La importancia del latín como lengua común de la Iglesia es algo que vale la pena desarrollar algo más. Durante el Concilio Vaticano II, los participantes y sus asesores pudieron pronunciar y entender sus discursos e intervenciones y considerar las múltiples versiones de los documentos propuestos en una única lengua, el latín [34]. En este sentido, resulta interesante el resultado de investigaciones que han mostrado que el pensamiento acucioso es favorecido con el uso de una lengua no materna [35]. Hoy sería imposible una discusión entre los obispos del mundo en esta forma, lo cual plantea la pregunta de si la Iglesia podría nuevamente convocar a un concilio ecuménico, si se presentara la necesidad.


    12. Las organizaciones que usan muchos idiomas, como las Naciones Unidas y la Unión Europea, enfrentan graves dificultades a pesar de los recursos con que cuentan. No se puede redactar un documento en varias lenguas y aseverar que todas las versiones tienen exactamente idéntico significado. Si, por el contrario, el resultado de una deliberación llevada a cabo en muchas lenguas conduce a un documento oficial en una sola lengua, ocurre que los que la hablan adquieren una enorme e injusta ventaja. No puede sorprender, entonces, que la diplomacia internacional tienda fuertemente a una lingua franca (ya sea latín, francés o inglés), una lengua en que todas las personas educadas puedan expresarse inteligentemente y con comprensión mutua, y entender el significado de los cambios propuestos, por mínimos que sean.


    13. La necesidad de precisión en la discusión y expresión de los documentos es de una importancia muchísimo mayor en la Iglesia que en la diplomacia secular, y es de la mayor importancia el que los obispos reunidos en un sínodo o en un concilio ecuménico puedan contribuir a las discusiones y entenderlas. La ausencia del latín hoy día, incluso en los niveles más altos del clero, ha contribuido a la tendencia a usar alguna lengua vernácula que convenga, en un encuentro determinado o para la preparación de un documento específico. Esto presenta problemas, porque pone en desventaja –para no decir nada de excluir- a quienes tienen menos familiaridad con la lengua usada [36], y crea un abismo lingüístico entre las discusiones y los documentos oficiales en latín que derivan de ellas. Es potencialmente desastrosa la situación en que una importante proposición en latín no es, en verdad, discutida por aquellos en cuyo nombre se va a promulgar el respectivo documento, ya que lo que se discutió fue una formulación verbal en otra lengua que, a juicio del traductor, es equivalente.


    14. No hay alternativa práctica alguna, con raras excepciones, a la promulgación de los documentos magisteriales en latín [37], ya que deben poder referirse a las formulaciones de documentos en latín anteriores y desarrollarlos sin solución de continuidad, evitando traducirlos de modo tendencioso o incomprensible a causa de los típicos y rápidos cambios que experimentan las lenguas vernáculas.


    15. Hoy la Iglesia es una colectividad sin una lengua común. En lugar de ella, cuenta con una cantidad de lenguas que se traslapan, y que se comunican entre sí mediante traductores de capacidades variables, muchos de los cuales trabajan para los medios de comunicación o en Internet. Decae a paso firme la facilidad de comunicación en la Iglesia, tanto entre las naciones como entre las generaciones. Esto tiene lugar por el reemplazo de una generación más antigua, que se benefició con una educación latina, por una más joven que no tuvo ese beneficio. No sorprende, pues, que el Derecho canónico y el Magisterio papal hayan sido tan enfáticos acerca de la importancia del latín. Es de la máxima urgencia que se restaure el latín a su anterior lugar de honor en los seminarios y también en las escuelas católicas.


    Pieter Brueghel El Viejo, La torre de Babel (1553, Kunsthistorisches Museum, Viena)
    (Imagen: Wikmedia Commons)




    Apéndice: algunas consideraciones de orden práctico.



    A. Situación del latín en las escuelas católicas y en los seminarios.


    Sobre la base de una investigación informal desarrollada por esta Federación, es posible decir que, en general, la enseñanza del latín, tanto en la Iglesia como en los establecimientos educacionales seculares, se ha convertido en algo propio de algunas instituciones de élite. Los mejores seminarios, especialmente en Roma, todavía mantienen ciertos estándares de latín, pero, en el extremo opuesto, hay muchos seminarios en todo el mundo que no enseñan latín en absoluto. Hay otros, quizá una mayoría, que mantienen un bajo nivel de latín, encaminado a dar a los estudiantes la capacidad de pronunciarlo correctamente y a habilitarlos para captar correctamente el vocabulario y la gramática básicos. Lo común es que se lo enseñe en un solo año, y no de modo intensivo. Este nivel de latín es casi inútil: debido a que no se lo usa para los estudios académicos, lo más probable es que se lo descuide una vez terminado el curso y se lo olvide prontamente. La Conferencia Episcopal de los Estados Unidos ha recibido, de la Congregación para la Educación Católica, permiso para omitir el latín del programa, tomando como pretexto el deseo de usar el tiempo para otras materias, que incluyen la lengua castellana. Parecen aquí a propósito las palabras de San Juan XXIII: “Si las circunstancias de tiempo y lugar exigieran la adición de otros cursos al programa de estudios, además de los usuales, deberá o bien extenderse la duración de los estudios o bien condensarse estos otros cursos o relegárselos para otra ocasión” [38].


    La situación de las escuelas católicas en todo el mundo es todavía peor: incluso las mejores escuelas conservan el latín sólo como optativo, y las exigencias para aprobar muchos exámenes son incomparablemente más bajas que hace 50 años atrás. Esto hace que, para los seminarios, el trabajo sea un desafío mucho mayor, aun en países que tienen una buena red de escuelas católicas.


    Seminarista estudiando
    (Foto: St. Thomas Aquinas Seminary)



    B. Cómo puede enseñarse el latín.


    En Sacrificium laudis Pablo VI escribió, dirigiéndose a los superiores religiosos: “Por cierto, la lengua latina presenta algunas dificultades, y quizá aun considerables, para los nuevos postulantes a vuestras filas. Pero tales dificultades, como sabéis, no debieran tomarse como insuperables” [39].


    Ciertamente, la enseñanza del latín a los seminaristas presenta hoy mayores dificultades que en tiempos pasados. Se puede extraer útiles consideraciones de la experiencia de enseñar lenguas antiguas a los adultos a nivel universitario, porque tales lenguas, cuando se las requiere para aprobar un curso, rara vez pueden darse por conocidas por quienes se gradúan de la enseñanza media. Aunque no es el ideal, una combinación de cursos intensivos de verano como preparación para los cursos en cuestión, y una tutoría intensiva al comienzo de un curso, puede hacer posible usar la lengua antigua durante el curso mismo. Esto produce el resultado de que la lengua queda grabada en la memoria de los estudiantes y puede mejorársela gradualmente. Para mencionar un ejemplo concreto, los estudiantes de teología de la Universidad de Oxford, que posiblemente tienen pocas aptitudes para el griego del Nuevo Testamento, considerado más difícil que el latín, son entrenados intensamente en los dos primeros períodos de sus estudios, sin excluir otras materias, y rinden a continuación un examen. Este examen plantea a los candidatos una sección que exige traducción del inglés al griego, pero facilita la aprobación del examen, incluso a los alumnos que no tienen aptitudes lingüísticas, al incorporar una traducción del griego al inglés tomada del Evangelio de San Marcos, cuyo griego es relativamente simple. Si se adopta un modelo como éste para el latín en el seminario, aprovechando quizá el año propedéutico que los seminaristas deben cumplir, la enseñanza del latín después de los dos primeros semestres de estudios tomaría menos horas del programa, y podría apoyarse sobre una base firme. Está de más decir que no hace falta enseñar latín clásico en los seminarios, sino sólo el latín de la liturgia y de los Padres latinos, con su gramática más libre y su vocabulario mucho más limitado. También se podría destinar algunos recursos para que los estudiantes tuvieran una base antes de llegar al seminario.


    (Foto: Agencia Católica de México)



    C. El latín y el laicado.


    Vale la pena tener en cuenta que jamás la Iglesia ha pretendido que el latín fuera una lengua exclusiva de los clérigos, ni ha sido tal el caso a lo largo de la historia. También a los laicos se los anima a aprender latín, punto importante que debieran considerar todas las escuelas y universidades católicas. Leemos al respecto en Officiorum omnium, de Pío XI: “Pero si en todo laico imbuido de literatura, ignorar el latín, que podemos llamar con razón la lengua 'católica', revela un cierto relajo en su amor por la Iglesia, cuánto más apropiado es que todos y cada uno de los clérigos practique y hable fluidamente dicha lengua” [40].

    San Juan Pablo II no fue menos enfático cincuenta y seis años después: “Nos volvemos, pues, en primer lugar a los jóvenes, quienes en los tiempos que corren, cuando, como sabemos, las letras latinas y los estudios de humanidades sufren de postración en muchas partes, debieran recibir con entusiasmo este patrimonio –para usar este término- latino que la Iglesia considera como de gran valor, y trabajar activamente para que dé frutos. Que ellos se den cuenta de que la siguiente cita de Cicerón (Brutus, 37, 140) puede, en cierto modo, serles aplicada a ellos mismos: 'No es tanto una cuestión de ser distinguidos por saber latín, como de ser desgraciados por ignorarlo'. Os exhorto a todos los aquí presentes y a los colegas que os ayudan a continuar este noble trabajo y a elevar la condición del latín, que es también –aunque en una medida menor de lo que fue alguna vez- una especie de vínculo entre personas de diversa lengua. Sabed que el sucesor de San Pedro en el supremo magisterio ora para que lo que habéis comenzado produzca felices frutos, que él está junto a vosotros y que os apoya” [41].


    Busto de Marco Tulio Cicerón
    (Foto: Descubre Nombres)




    [1] Véase Federación Internacional Una Voce, Positio Paper 7: El latín como lengua litúrgica [véase aquí].



    [2] Carta a los obispos que acompaña al motu proprio Summorum Pontificum (2007): “El uso del antiguo misal supone un cierto grado de formación litúrgica y algún conocimiento de la lengua latina, cosas que no se encuentra muy a menudo”. En términos de la ley de la Iglesia, la cuestión de los requisitos que deben reunir los sacerdotes que desean decir la forma extraordinaria fue aclarada en la Instrucción Universae Ecclesiae (2011), núm. 20, b): “En cuanto al uso del latín, se requiere un conocimiento básico, que permita al sacerdote pronunciar las palabras correctamente [mejor, todavía: “darles adecuada expresión”] y comprender su significado” (“ad usum Latini sermonis quod attinet, necesse est ut sacerdos celebraturus scientia polleat ad verba recta proferenda eorumque intelligendam significationem”).



    [3] Código de Derecho Canónico (1917), canon 1364, § 2: “Los seminaristas aprenderán lenguas con precisión, especialmente el latín y su lengua materna” (“Linguas praesertim latinam et patriam alumni accurate addiscant”).



    [4] Código de Derecho Canónico (1983), canon 249: “Institutiones sacerdotalis ratione proveantur ut alumni non tantum accurate lenguam patriam edoceantur, sed etiam linguam latinam bene calleant”.



    [5] El Oxford Latin Dictionary (Oxford, Oxford University Press, 2nd. edition, 2012) define callere como “tener experiencia, ser hábil o experimentado en algo”.



    [6] Concilio Vaticano II, Decreto sobre los seminarios Optatam totius (1965), núm. 13: […] ac praeterea eam linguae latinae cognitionem acquirant, qua tot scientiarum fontes et Ecclesiae documenta intelligere atque adhibere possint” [nota al pie] Studium linguae liturgicae ritui propriae necessarium habeatur, cognitio vero congrua linguarum Sacrae Scripturae et Traditionis valde foveatur”. La nota al pie se refiere a la Carta Apostólica de Pablo VI Summi Dei Verbum (1963), núm. 1 (véase infra, nota 13).



    [7] Concilio Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium (1963), núm. 36, §1: “Linguae latinae usus, salvo particulare iure, in Ritibus latinis servetur”. Cfr. núm. 54 de la misma constitución: “Sin embargo, deberán tomarse medidas para que los fieles también puedan recitar o cantar juntos en latín aquellas partes del Ordinario de la Misa que les corresponden” (“Provideatur tamen ut christifideles etiam lingua latina partes Ordinarii Missae quae ad ipsos spectant simul dicere vel cantare”).



    [8] Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, núm. 101, § 1: “De acuerdo con la tradición centenaria del rito latino, se conservará el latín por los clérigos en el oficio divino” (“Iuxta saecularem traditionem ritus latini, in Officio divino lingua latina clericis servanda est”). Se reiteró esto en la Instrucción In edicendis (1965), núm. 1, que se extiende en la enumeración de los casos en que se puede otorgar concesiones, incluidos los países de misión.



    [9] Pío XI, Carta apostólica Officiorum omnium (1922), Actae Apostolicae Sedis 14 (1922) pp. 349-358: “Por tanto –y tal como está garantizado por el Derecho Canónico (Codex Iuris Canonici, can. 1364)- deseamos que, en las escuelas de literatura donde las expectativas de las sagradas órdenes alcanzan su madurez, se instruya a los alumnos muy cuidadosamente en la lengua latina. Lo deseamos también para que, en caso de que posteriormente aborden las disciplinas más avanzadas que, ciertamente, deben ser enseñadas y aprendidas en latín, no ocurra que, por ignorancia de esta lengua, se vean impedidos de lograr una comprensión cabal de las doctrinas, o de ejercitarse en aquellas disciplinas escolásticas mediante las cuales los jóvenes talentosos se especializan para la defensa de la verdad”.



    [10] Congregación para los seminarios, Carta Latinam excolere linguam (1957), Actae Apostolicae Sedis 50 (1958), pp. 292-906.



    [11] Juan XXIII, Constitución Apostólica Veterum sapientia (1962), núm. 11, § 4: “Donde quiera que el estudio del latín se ha eclipsado parcialmente por la asimilación del programa académico al existente en las escuelas públicas estatales, con el resultado de que la instrucción que se da ya no es tan profunda y bien fundada como antiguamente, restáurese completamente el método tradicional de enseñanza del latín. Tal es nuestra voluntad, y no debiera albergarse por nadie duda alguna sobre la necesidad de vigilar estrictamente el curso de los estudios que siguen los estudiantes eclesiásticos, y no sólo en cuanto al número y calidad de los temas que estudian sino también al lapso dedicado a la enseñanza de estas materias” (“Sicubi autem, ob assimilatam studiorum rationem in publicis civitatis scholis obtinentem, de linguae Latinae cultu aliquatenus detractum sit, cum germanae firmaeque doctrinae detrimento, ibi traslaticium huius linguae tradendae ordinem redintegrari omnimo censemus; cum persuasum cuique esse debeat, hac etiam in re, sacrorum alumnorum institutionis rationem religiose esse tuendam, non tantum ad disciplinarum numerum et genera, sed etiam ad earum docendarum temporis spatia quod attinet”).



    [12] Congregación para los seminarios, Sacrum latinae linguae depositum (1962), Acta Apostolicae Sedis 54, pp. 339-368. Este documento analiza con gran detalle el contenido de los programas de los seminarios.



    [13] Pablo VI, Carta Apostólica Summi Dei Verbum (1963): “La formación cultural del joven sacerdote debe ciertamente incluir un conocimiento adecuado de idiomas y especialmente del latín (en particular aquellos sacerdotes del rito latino)” (“In studiorum denique supellectile, que adulescens clerus ornari oportet, sane ponenda est non exigua variarum linguarum scientia, in primisque Latine, si maxime de sacedotibus agatur Latini ritus”).



    [14] Pablo VI, Carta Apostólica Sacrificium laudis (1966): “Sin embargo, las cosas que hemos mencionado [es decir, las solicitudes de permiso para recitar el oficio en vernáculo] siguen teniendo lugar aunque el Concilio Ecuménico Vaticano II, tras las debidas deliberaciones, ha expuesto solemnemente cuál es su pensamiento (Sacrosanctum Concilium, núm. 101, § 1), y luego de la publicación de claras normas en las Instrucciones subsiguientes. En la primera Instrucción (ad exsecutionem Constitutionis de sacra Liturgia recte ordinandam), publicada el 26 de septiembre de 1964, se decretó lo que sigue: 'En la celebración del oficio divino en coro, los clérigos están obligados a conservar la lengua latina' (núm. 85). En la segunda Instrucción (de lingua in celebrandis Officio divino et Missa “conventuali” aut “communitatis” apud Religiosos adhibenda), publicada el 23 de noviembre de 1965, se reiteró esa norma, y se tuvo al mismo tiempo debida consideración del provecho espiritual de los fieles y de las condiciones especiales que prevalecen en los territorios de misión. Por lo tanto, hasta que no se dicte otra norma, estas normas están en vigor y exigen aquella obediencia en que los religiosos deben ser ejemplares, como queridos hijos de la santa Iglesia” (“Sed ea, quae supra diximus, fieri contingunt, postquam Concilium Oecumenicum Vaticanum Secundum meditate ac sollemniter hac de re sua edixit sententiam [cf. Const. de sacra Lit. Sacrosanctum Concilium,n. 101.1] et Instructionibus eam subsecutis certae editae sunt normae; in quarum Instructione altera, ad exsecutionem Constitutionis de sacra Liturgia recte ordinandam die XXVI mensis septembris anno MCMLXIV emissa, haec sunt decreta: “In divino Officio in choro persolvendo clerici linguam latinam servare tenetur” [n. 85]; altera vero, quae de lingua in celebrandis Officio divino et Missa “conventuali” aut “communitatis” apud Religiosos adhidenda inscribitur ac die XXIII mensis novembris anno MCMLXV fuit divulgata, praeceptum illud confirmatur simulque ratio ducitur spiritualis fidelium emolumenti et peculiarium condicionum, quae in regionibus obtinent missionali opere excolendis. Donec ergo aliter legitime statuatur, hae leges vigent et optemperantiam exspostulant, qua religiosos sodales, filios Ecclesiae carissimos, apprime commendari oportet”).



    [15] Congregación para la Educación Católica, Instrucción Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis (1970), núm. 66: “Al terminarse estos estudios, cualquier deficiencia en el conocimiento que se exige a un sacerdote debe ser remediada ya sea antes o durante el estudio de la filosofía, como indica el núm. 60. Un ejemplo de deficiencia podría referirse a un manejo razonable del latín, que la Iglesia continua e insistentemente exige. Una lista y un programa de estos estudios debiera incluirse en el Esquema para la Formación Sacerdotal”.



    [16] Pablo VI, Quirógrafo Romani sermones (1976). El objetivo de la Fundación es promover el uso y el estudio del latín.



    [17] Juan Pablo II, Carta Apostólica Dominicae Cenae (1980), núm. 10: “La Iglesia romana tiene una especial obligación referente al latín, la espléndida lengua de la antigua Roma, y la hace manifiesta cada vez que se presenta la ocasión” (“Ecclesia quidem Romana erga linguam latinam, praestantissimum sermonem Urbis Romae antiquae, peculiari obligatione devincitur eamque commonstret opportet, quotiescumque offertur occasio”).



    [18] Congregación para la Educación Católica, Instrucción Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis (1980): “el Concilio está lejos de haber proscrito el uso de la lengua latina. De hecho, hizo lo contrario. Así pues, la exclusión sistemática del latín es un abuso que debe ser tan condenado como el deseo sistemático de algunos de usarlo con exclusividad. Su súbita y total desaparición no dejará de tener graves consecuencias pastorales”.



    [19] Congregación para la Educación Católica, Instrucción Inspectis dierum (1989), núm. 66: “Pero es claro que se necesita instrumentos y recursos adecuados para emprender los estudios patrísticos. Entre ellos están las bibliotecas bien provistas en patrística ('corpora' o colecciones, monografías, comentarios o periódicos, diccionarios). Es claro que, del mismo modo, se necesitan las lenguas clásicas y modernas. Sin embargo, puesto que las escuelas actuales son claramente deficitarias en los estudios humanísticos, deberemos, hasta donde sea posible, fortalecer aún más el estudio del latín y del griego en nuestros institutos de formación sacerdotal” (“Perspicuum est autem ad studia patrística apte peragenda necessaria esse instrumenta et subsidia congruentia –ut biblioteca rite instructa quoad patristicam (corpora seu collectiones, monographiae, commentarii seu ephemerides, lexica), atque linguas classicas et hodiernas necessarias quoque esse. Sed cum in excolendis studiis humanisticis scholae nostri temporis aperte deficiant, opus erit –quod id fieri possit- ut in nostris Institutis formationis sacerdotalis studia linguae Graecae et Latinae amplius corroborantur”).



    [20] Benedicto XVI, Exhortación post-sinodal Sacramentum caritatis (2007), núm. 62: “In universum petimus ut futuri sacerdotes, inde a Seminarii tempore, ad Sanctam Missam Latine intelligendam et celebrandam nec non ad Latinos textus usurpandos et cantum Gregorianum adhibendum instituantur: neque neglegatur copia ipsis fidelibus facienda ut notiores in lingua Latina preces ac pariter quorundam partium in cantu Gregoriano cantus cognoscant”.

    [21] Congregación para el Clero: El don de la vocación sacerdotal: Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis (2016), 183.




    [22] Véase también Federación Internacional Una Voce, Positio Paper 7: El latín como lengua litúrgica [véase aquí].



    [23] Pablo VI, Sacrificium laudis: “cum sit in Ecclesia latina christiani cultus humani fons uberrimus et locupletissimus pietatis thesaurus”, y “[r]ogamus igitur omnes, ad quos pertinent, ut ponderent, quae dimittere velint, neque fontem sinant inarescere, unde ad praesens usque tempus ubertim hauserint”.



    [24] Es importante hacer notar que, de los documentos citados en esta Positio, los siguientes no tienen traducción ni al inglés ni al francés ni al alemán en el sitio web del Vaticano: Officiorum omnium, de Pío XII; Veterum sapientia, de San Juan XXIII; Sacrum Latinae linguae depositum, de la Congregación para los Seminarios; Instrucción In edicendis de la Sagrada Congregación de los Ritos; Sacrificium laudis, de Pablo VI; Ratio fundamentalis, de la Congregación para la Educación Católica (tanto en su versión de 1970 como en la de 1980), e Inspectis dierum (de estos textos, sólo Veterum sapientia tiene traducción al castellano, y sólo Sacrificium laudis al italiano). En otros lugares hay algunas traducciones no oficiales al vernáculo de algunos de éstos, pero no de todos.



    [25] Incluso una obra tan importante e influyente como Theologia moralis de San Alfonso María de Ligorio no tiene traducción al inglés. Los estudiantes que no saben latín tienen acceso a una versión muy abreviada, y quedan sometidos a las discutibles opiniones de los traductores.



    [26] Pío X, Officiorum omnium: “[Si se enseñara cuidadosamente el latín] no ocurrirá más lo que tanto lamentamos: nuestros clérigos y sacerdotes que, por el descuido con que se presenta los extensos volúmenes de los Padres y Doctores de la Iglesia donde se explica los dogmas de la Fe, se los presenta muy lúcidamente y se los defiende irrebatiblemente, no han puesto suficiente empeño en el estudio de la literatura latina, buscan por sí mismos el adecuado apoyo doctrinal en autores más recientes, entre los cuales falta, por lo general, no sólo una forma de expresarse clara y un buen método de exposición, sino también una interpretación fidedigna de los dogmas”.



    [27] Juan XXIII, Veterum sapientia, núm. 11, § 2: “En el ejercicio de su paternal cura [los obispos] deberán prestar atención a que nadie, sometido a su jurisdicción, por hambre de cambios revolucionarios escriba contra el uso del latín en la enseñanza, al más alto nivel, de las sagradas disciplinas o de la liturgia, o por prejuicios haga irrisoria la voluntad de la Santa Sede en este sentido, o la interprete falsamente” (“Paterna iidem sollicitutine caveant, ne qui e sua adicione, novarum rerum studiosi, contra linguam Latinam sive in altioribus sacris disciplinis tradendis sive in sacris habendis ritibus usurpandam scribant, neve praeiudicata opinione Apostolicae Sedis voluntantem hac in re extenuent vel perperam interpretentur”).



    [28] Concilio Vaticano II, Optatam totius, núm. 13, citado en el párrafo 3 del texto.



    [29] Congregación para la Educación Católica, Inspectis dierum, núm. 53: “El estudio de la Patrología y de la Patrística, que en sus inicios consiste en destacar los [temas], exige que se use manuales y otros recursos bibliográficos. Cuando se topa con cuestiones difíciles y complejas de la teología patrística, sin embargo, no basta ninguno de estos apoyos: se tiene que ir directamente a los textos mismos de los Padres. Para ello conviene que la Patrística sea enseñada y aprendida –especialmente en las academias y en los programas de estudio especializados- mediante la remisión, tanto del profesor como de los alumnos, a las fuentes primarias mismas”.



    [30] Benedicto XVI, Lingua latina, núm. 2: “También en nuestros días es vital, como lo enseña el Concilio Vaticano II, el conocimiento del latín y de la cultura latina a fin de explorar en las fuentes de las que manan, en general, tantas ramas de las ciencias, como la Teología, los estudios litúrgicos, la Patrística y el Derecho canónico (véase el Decreto sobre la educación de los sacerdotes, Optatam totius, núm. 13) [“Nostris quoque temporibus Latinae linguae et cultus cognitio perquam est necessaria ad fontes vestigandos ex quibus complures disciplinae ceteroqui hauriunt, exempli gratia Theologia, Liturgia, Patrologia et Ius Canonicum, quemadmodum Concilium Oecumenicum Vaticanum II docet (cfr. Decretum de Institutione sacerdotali, Optatam totius, 13)”].



    [31] Juan XXIII, Alocución a los ganadores del 12° Concurso Vaticano, 22 de noviembre de 1958: “[…] en este aspecto dais una ayuda de gran valor a la Iglesia romana, que ha preservado la dignidad del lenguaje del Lacio, ya que siempre lo ha considerado un vínculo de unidad, un signo visible de estabilidad y un instrumento de mutua amistad”) (“id facientes, Romanae Ecclesiae magni pretii auxilium confertis, quae Latii sermonis dignitatem servavit, quippe quod unitatis vinculum, stabilitatis aspectabile signum, mutuae necessitudinis instrumentum semper existimaret”).



    [32] Pío XI, Officiorum omnium: “Puesto que el latín es tal lengua, fue designio divino que resultara ser algo tan maravillosamente útil para la Iglesia como maestra, y que también sirviera como el gran vínculo de unión para los fieles más ilustrados de Cristo, es decir, dándoles un medio por el cual, estando separados o reunidos en un solo lugar, pudieran comparar sus respectivos pensamientos y las intuiciones de su espíritu, como también –lo cual es todavía más importante- un medio para que pudieran comprender más profundamente las cosas de la Santa Madre Iglesia y se unieran más estrechamente a la cabeza de Ella”.



    [33] Benedicto XVI, Lingua latina, núm. 1: “Latina Lingua permagni ab Ecclesia Catholica Romanisque Pontificibus usque est aestimata, quandoquidem ipsorum propria habita est lingua”.



    [34] Las ventajas del latín como lengua común no se limitan a los clérigos ni a los católicos. El apologista anglicano C. S. Lewis mantuvo con un sacerdote italiano, Giovanni Calabria, una correspondencia en latín desde 1948 hasta 1961, y después de la muerte de éste, con miembros de su congregación, siendo el latín la única lengua que tenían en común. Véase The Latin Letter of C.S. Lewis: C.S Lewis & Don Giovanni Calabria, editado y traducido por Martin Moynihan (South Bend, Indiana, S. Augustine’s Press, 1998).

    [35] Keysar, B./Hayakawa, S. L./An, S. A., “The Foreign Language Effect: Thinking in a Foreign Tongue Reduces Decision Biases’’, Psychological Science 23 (2012) (pp. 661-668), p. 666: ‘‘El efecto de la lengua extranjera en la toma de decisiones es determinado con mucha probabilidad por múltiples factores que aumentan la distancia psicológica y promueven la deliberación’’.



    [36] Juan XXIII, Veterum Sapientia, núm. 3: “Por su naturaleza misma el latín es aptísimo para promover toda forma de cultura entre diversos pueblos, porque no da lugar a celos, no favorece a grupo alguno, sino que se presenta con igual imparcialidad, bondad y amistad para todos” (“Suae enim sponte naturae lingua Latina ad provehendum apud populos quoslibet omnem humanitatis cultum est peraccommodata: cum invidiam non commoveat, singulis gentibus se aequabilem praestet, nullius partibus faveat, omnibus postremo sit grata et amica”).



    [37] Esto es algo que Lingua latina, núm. 2, reafirma: “Además, a fin de manifestar la naturaleza universal de la Iglesia, los textos litúrgicos del rito romano presentan su forma paradigmática en latín, como lo hacen también los principales documentos del Magisterio y los actos solemnes y oficiales de los Romanos Pontífices” (“In hac praeterea lingua, ut universalis Ecclesiae natura pateat, typica forma sunt scripti liturgici libri Romani Ritus, praestantiora Magisterii pontificii Documenta necnon sollemniora Romanorum Pontificum officialia Acta”).



    [38] Juan XXIII, Veterum sapientia, núm. 11, § 4: “Quodsi, vel temporum vel locorum postulante cursu, ex necessitate aliae sint ad comunes adiciendae disciplinae, tunc ea de causa aut studiorum ad aliud reiciatur tempus”.



    [39] Pablo VI, Sacrificum laudis: “Procul dubio lingua latina sacrae militiae vestrae tironibus aliquam et fortasse haud tenuem difficultatem opponit. Haec autem, quemadmodum novistis, talis non est habenda, ut vinci et superari non possit”.



    [40] “Quod si in quopiam homine laico, qui quidem sit tinctus litteris, latinae linguae, quam dicere catholicam vere possumus, ignoratio quemdam amoris erga Ecclesiam languorem indicat, quanto magis omnes clericos, quotquot sunt, decet eiusdem linguae satis gnaros esse atque peritos!".



    [41] Juan Pablo II, Discurso a la Fundación Latinitas, de 27 de noviembre de 1978, Acta Apostolicae Sedis vol. 74 (1979), pp. 44-46: “Ad iuvenes ergo imprimis convertimur, qui hac aetate, qua litterae Latinae et humanitatis studia multis locis, ut notum est, jacent, hoc veluti Latinitatis patrimonium, quod Ecclesia magni aestimat, alacres accipiant opportet et actuosi frugiferum reddant. Noverint ii hoc Ciceronis effatum (Brutus 37, 140) ad se quodam modo referri “Non… tam praeclarum est scire Latine, quem turpe nescire”. Omnes autem vos qui hic adestis, et socios qui vobis opitulantur, adhortamur ut pergatis [sic] nobilem laborem et attollatis faciem Latinitatis quae est etiam, licet arctioribus quam antea finibus circumscriptum, vinculum quoddam inter homines sermone diversos. Scitote beati Petri in summo ministerio Successorem incepti vestri felices exitus precari, vobis adesse, vos confirmare”.


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    Re: Por qué el latín es la lengua de la iglesia católica

    ¿Por qué el latín es la lengua oficial de la Iglesia?


    por Javier Navascués
    La lengua oficial de la Iglesia Católica siempre ha sido y sigue siendo el latín. Las encíclicas y todos los documentos oficiales de la Iglesia se publican en latín. El texto de referencia y a partir del cual se traduce a las demás lenguas, es el texto latino (aunque el Papa lo haya redactado en otra lengua).


    Esto no es algo arbitrario y coyuntural sino tiene su razón de ser y es bueno que los católicos sepamos cuál es. También es importante conocer porqué el latín es la lengua más apropiada para el culto divino. La Misa tradicional ha mantenido hasta nuestros días el uso del latín que le otorga una gran sacralidad y solemnidad a la ceremonia.


    Mariano Arnal
    es profesor de latín y griego y un apasionado de las lenguas clásicas. En esta entrevista nos explica de manera sencilla y clara los orígenes del latín y los motivos por los que la Iglesia acogió esta lengua desde el principio y la sigue utilizando hasta nuestros días.


    Antes de hablar del uso del latín en la Iglesia, ¿Nos podría explicar los orígenes de esta lengua de tanta riqueza y de la que dimanan tantos idiomas?



    El latín nació de la confluencia de un par de docenas de lenguas que se hablaban en el Lacio antes de fundarse Roma. Vino a ser una especie de “lingua franca” de todas ellas, que permitió a las tribus de la zona, organizadas primitivamente en ligas religiosas, entenderse entre sí. Precisamente las ferias que organizaban para intercambiar productos agrícolas, ganaderos y artesanales eran la ocasión del encuentro de las diversas tribus de la zona. Era imposible separar el comercio de la celebración religiosa. Tan imposible como es hoy separar la Navidad del desmadre comercial que la acompaña.


    ¿Por qué la mayoría de palabras españolas tienen raíz latina?



    No podía ser de otro modo, puesto que el castellano (hoy español), como las demás lenguas románicas son producto de la evolución del latín, condicionada esa evolución por los respectivos sustratos lingüísticos. Se aprecia diáfanamente el primer paso de esa evolución en las glosas emilianenses por lo que respecta al castellano y en las homilías de Organyà por lo que respecta al catalán. El grueso del texto es latino, con inclusión progresiva de palabras romances.


    ¿Cuáles son los orígenes del latín cómo la lengua oficial de la Iglesia?



    El latín es la lengua en la que nació la Iglesia. Ésta, por tanto, no tuvo que adoptarlo como lengua propia (observemos que algo nos queda de la lengua griega en el “Kyrie)”. El latín y el griego fueron lenguas cooficiales en Roma durante siglos: el latín como lengua vulgar, y el griego como lengua culta. Lo que ocurrió fue que las lenguas romances fueron alejándose del latín (cada una condicionada por su sustrato anterior), mientras que el latín permaneció invariable. Y al tener los textos rituales de la liturgia carácter sagrado, inmutable, por tanto, ahí quedaron sin evolucionar, mientras que debajo del latín, perdida la unidad política del imperio, las demás lenguas fueron apartándose más y más del latín. Fue así como quedó el latín en la condición de lengua sagrada para lo sagrado.


    ¿Por qué motivos se estableció el latín como lengua oficial?



    Nunca fue necesario “declarar” el latín oficial en la Iglesia. Simplemente, ahí estaba. Y obviamente ésa era la lengua en que se entendían todos los clérigos. Pero no sólo ellos. Porque durante siglos, en todas las cancillerías del occidente civilizado, los documentos se redactaban en latín. No sólo eso, sino que las Universidades (de carácter realmente universal por el origen tanto de profesores como de estudiantes) tenían como lengua normal el latín. No solamente para la actividad académica, sino también para la vida de relación entre los estudiantes de tan diversas nacionalidades. Y esto fue así hasta hace tan sólo 300 años (anteayer, como quien dice). Es decir que el latín fue la lengua oficial de la liturgia, del saber y de la diplomacia. Si tenemos por ejemplo la taxonomía en latín, es porque no había más. Era el camino obligado. Por eso la pregunta interesante sería: ¿Qué sucedió para que el latín dejase de ser la lengua oficial de Europa?


    De hecho, las encíclicas se siguen escribiendo en latín…



    Por supuesto, las encíclicas y todos los documentos universales de la Iglesia. El texto de referencia y a partir del cual se traduce a las demás lenguas, es el texto latino (aunque el Papa lo haya redactado en otra lengua). Como es absolutamente imposible decir exactamente lo mismo en dos lenguas, y menos aún en docenas de lenguas (sobre todo si pensamos en la extensión de una encíclica), la manera de que no haya docenas de textos oficiales (con inevitables diferencias de fuerza significativa entre sí) es que haya un solo texto oficial: el escrito en latín. Y de él han de salir todas las traducciones, para que no se vayan produciendo traducciones de traducciones. No tenemos más que ver los disparates que nos ofrecen los traductores electrónicos, que pasan casi todos por una traducción previa al inglés.


    ¿Puede citar algún documento pontificio que fundamente el uso del latín en la Iglesia?



    Hay un buen número de ellos, pero voy a citar dos a modo de ejemplo:

    Papa Pío XI, Carta apostólica Officium ómnium (1922): Para la Iglesia, precisamente porque acoge a todas las naciones y está destinada a permanecer hasta el fin de los tiempos… por su propia naturaleza necesita una lengua que sea universal, inmutable, y no vernácula.


    Papa Pío XII, Encíclica Mediator Dei (1947): El empleo de la lengua latina vigente en una gran parte de la Iglesia, es un claro y noble signo de unidad y un eficaz antídoto contra la corrupción de la pura doctrina.


    Tanto a partir de esos documentos como sobre todo a partir de las extraordinarias instituciones que ha creado la Iglesia para cultivar el latín, son evidentes dos cosas: primero, el sumo interés que pone la Iglesia en el cultivo de la que es su lengua oficial y, sobre todo, su principal lengua ritual. Segundo, que no hay en el mundo institución que cultive el latín como lo hace la Iglesia.


    Es sencillamente un espectáculo de inteligencia leerse las encíclicas en latín. Lo digo porque siendo efectivamente una “lengua muerta” en el sentido de que no hay hablantes que la elaboren, es capaz de decir las cosas más novedosas (cosas que no existían cuando se creó el latín) con una precisión, sencillez y elegancia que realmente impresiona. Leer las encíclicas en latín es uno de los más exquisitos placeres lingüísticos de los que se puede disfrutar. Yo disfruto tanto leyendo la Eneida directamente en latín, como leyendo las encíclicas en latín. Y en cuanto a otros “documentos” pontificios que fomenten el uso del latín recuerdo que la Santa Sede encargó a sus latinistas la confección de un DICCIONARIO latino que permitiera decirlo absolutamente todo en latín.


    ¿Por qué esta lengua ayuda a remarcar el carácter sagrado de la Liturgia?



    El latín es ciertamente una lengua muy singular: desde una estructura totalmente primitiva es capaz de poder decirlo todo. Digamos que el latín pone a trabajar a las palabras de una forma muy intensa y al mismo tiempo versátil, que tiene como ninguna la forma de lengua inacabada, siempre capaz de ampliar su capacidad significativa. Es esta característica por la que no ha sido capaz de soportar traducciones a menudo deficientes a otros idiomas, que justo por esa imprecisión han dado lugar a una extraordinaria riqueza interpretativa. Algo que no le ocurre inexorablemente a todo texto sagrado, que por serlo ha quedado inmovilizado mientras ha evolucionado la lengua. Mientras los textos en lengua vernácula siempre están necesitados de interpretación, puesto que no pueden entenderse desde la lengua viva y cambiante.


    ¿Por qué utilizar en la Liturgia la lengua vernácula de cada país pueden alterar por completo el sentido de lo expresado?



    Una vez entendida la razón lingüística de la sacralidad del latín, es fácil comprender que la traslación de la liturgia a las lenguas vernáculas (que curiosamente, significa “las lenguas de los esclavos”) es una desacralización (es decir “profanación”) en toda regla. No lo entiende así todo el mundo, claro está; pero el que no se entienda, no significa por sí mismo que no sea. Y para alteraciones del sentido, ahí tenemos el “pro multis”, que no se ha traducido mal por ignorancia, sino por querer ser más el discípulo que el Maestro; y tenemos también las múltiples traducciones del Padrenuestro, que son un auténtico jeroglífico: sobre todo cuando llegamos al “dimitte nobis débita nostra sicut et nos dimíttimus debitóribus nostris”. Todos los traductores quieren ser a cuál más sabio. Y todo por rechazar la traducción de toda la vida, que habla de deudas y deudores. Pues en eso estamos, en las traducciones “creativas”.


    Javier Navascués

    ¿Por qué el latín es la lengua oficial de la Iglesia? – Adelante la Fe

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    Re: Por qué el latín es la lengua de la iglesia católica

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    Padre J.M Rodríguez de la Rosa
    Queridos hermanos, a más de uno les parecerá un despropósito tal propuesta de amar el latín; algo arcaico, me dirán, que no va con la realidad de los tiempos, propio de quienes viven anclados en el pasado, o más bien de nostálgicos que no se resisten ponerse al día. Muchos descalificativos se podrían decir a esta propuesta. Pero a pesar de las críticas, les animo a que amen el latín, o lo que lo mismo a que lo utilicen en sus oraciones. Al latín se le llega a amar, llegando a formar parte de pleno derecho en la vida de religiosa y de piedad de la persona. Tiene el atractivo del misterio, del respeto por su antigüedad, por ser la lengua eclesiástica por excelencia en la Iglesia, y lo es por méritos propios, pues sus características de precisión, concisión, que como lengua única ha fijado de forma excepcional los conceptos fundamentales de la fe católica.


    Al rezar en latín, aun cuando no se entienda, que es lo normal, de alguna forma nos sentimos desplazados de nosotros mismos, y nos introducimos como en una dimensión, ajena a nuestra realidad cotidiana, que nos une a una realidad mística, celestial, que es el Cuerpo místico de la Iglesia. De nuestra limitada lengua vernácula que nos mantiene sujetos, anclados a nuestro pequeño espacio cultural de nuestro entorno, región o país, pasamos al espacio sin fronteras del Iglesia universal; dejamos las limitaciones de lengua vernácula, pasando al espacio infinito del latín. Porque la lengua latina nos une con los siglos pasados, con las generaciones pasadas, que siguen presentes en la vida de la Iglesia, al seguir recordando a los santos y mártires, al seguir profesando la fe recibida y definida siglos atrás; nos mantiene unidos al presente de la Iglesia mística, al futuro de la única verdad que no cambia, porque es la verdad que viene desde el origen en su caminar firme y seguro hacia la vida eterna.


    La vida que tienen en sí el latín nos recuerda, nos actualiza, nos une a nuestra fe; el latín es algo así como el fiable vehículo por donde la fe transita, y lo ha hecho a lo largo de los siglos.

    Me dirán, ¿pero no es una lengua muerta? Sí, una lengua muerta y viva. Lengua muerta porque no ha evolucionado y porque ya no se utiliza; pero a pesar de ello es una lengua muy viva –y esto sólo ocurre con el latín-; viva porque el misterio de la fe se ha fijado en lengua latina, porque la gloria a Dios se ha expresado en latín, porque el latín a mantenido la unidad de la Iglesia. El latín ha sido la gloria de la Iglesia. Una vez más lo repito, al rezar en latín uno sale de las pobres limitaciones de su lengua vernácula para unirse a la Iglesia universal y toda su secular tradición.


    La lengua latina eclesiástica es reverente en sus expresiones, cuidadosa en sus términos, busca sólo a Dios para darle toda la gloria; todo es santo, devoto y todo mira a la salvación del alma y a la gloria de Dios. Cuántas veces oímos decir: ¿pero si no entiendes lo que lees? No lo entiendo por ahora, pero lo que sí sé con certeza es lo que he leído da mucha gloria a Dios. De esto no hay la menor duda. Y ya esta certeza alegra al alma y la sume en íntimo gozo. Aunque no se entienda, que por cierto con el tiempo se llega a entender lo que uno lee de forma repetida, en latín llena el alma; pues es necesario solamente rezar con amor para dar gloria a Dios en la lengua que ha caracterizado a nuestra Iglesia y a nuestra fe católica. Cuánto respeto infunde el latín, no permite ligerezas, ni liviandades, todo él es profundo, recogido, medido, y todo par la gloria de Dios. Al rezar en latín nos vemos sometidos al texto.


    Nunca se han podido escribir expresiones más piadosas y hermosas referentes a la Tres Divinas Personas, a la Santísima Virgen, a los Santos, etc., que las que se han escrito en latín, y que llenan el alma de profundísima unción espiritual; baste recorrer el Breviario tradicional, el mismo Misal Romano, entre otros tantos y tantos textos de la Iglesia, para encontrar hermosísimas expresiones, que tan sólo pronunciarlas salta el corazón de gozo.


    Recen en latín, e intenten amarlo, habrá un antes y un después en su vida de oración. Empiece ahora mismo, memorice esta preciosa jaculatoria de San Francisco de Asís: Deus meus et omnia -Mi Dios y todas la cosas.


    ¡Adelante el latín! ¡Adelante la fe católica!


    Ave María Purísima
    .


    Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa


    Ama el latín – Adelante la Fe
    Smetana dio el Víctor.

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