Monseñor José Guerra Campos
Separata del “Boletín oficial del Obispado de Cuenca”
Núm. 5, mayo 1986
IV La Iglesia y la persona de FrancoHe aquí un hecho singular. En el Clero, religiosos, seminaristas, militantes apostólicos, Franco suscita un sentimiento unánime de gratitud, admiración, confianza y cariño familiar (1). La magnitud del fenómeno se agigan*ta si se atiende a las manifestaciones emitidas acerca de Franco por los Papas y los Obispos: por su contenido, su unanimidad y persistencia difícilmente se hallaría nada comparable en relación con ninguna otra persona en los últimos siglos (2). Van mucho más allá de unas muestras de cortesía o de respeto debido a toda autori*dad. No significaban identificación con lo opinable de una política. Pero tampoco se limitaban a apreciar buenas intenciones. Se alababa, juntamente con la ejemplaridad personal, la voluntad de servir a la Iglesia y la decisión de proyectar en la vida pública su condición de cristiano y la ley de Dios proclamada por el Magisterio eclesiásti*co (3). Las innumerables manifestaciones pueden resumirse en ésta del Cardenal Bueno, de 1961, dicha mirando a ciertos sectores de opinión europea:«La Iglesia respeta y ha respetado siempre la legítima potestad civil, como San Pablo nos mandaba respetar incluso a los emperadores paganos. Pero cuando la Igle*sia encuentra un gobernante de profundo sentido cris*tiano, de honestidad acrisolada en su vida individual, familiar y pública —que con justa y eficaz rectitud fa*vorece su misión espiritual, al tiempo que con total entrega, prudencia y fortaleza trata de conducir a la Patria por tos caminos de la justicia, del orden, de la paz y de su grandeza histórica—, que nadie se sorprenda de que la Iglesia bendiga, no solamente en el plano de la concordia, sino con afectuosidad de Madre, a ese hijo que, elevado a la suprema jerarquía, trata honesta y dig*namente de servir a Dios y a la Patria. Ese es precisa*mente nuestro caso» (4).Notas
- Estado de ánimo compartido por la Jerarquía. Fuentes his*tóricas son la experiencia de las personas que aún viven y todas las publicaciones de Institutos Religiosos, Acción Ca*tólica, Asociaciones, durante años.
La unanimidad (ciertamente no menos del 99 por 100) resplandece en tres hechos:
a) Personas, que la opinión actual tiene por adversas o discrepantes, expresaron más que nadie, y no una sola vez, su calurosa adhesión: por ejemplo, el Cardenal Vidal y Ba- rraquer (cf. R. Aisa, Gomá, pág. 98), el Abad de Montserrat, D. Escarré (cf. Suárez, Franco, IV, pág. 305) y hasta última hora el Cardenal Tarancón.
b) Algunos, a quienes la opinión tiene por adictos, nunca se manifestaron en los primeros decenios, y no por oposi*ción, sino por inserción en un clima familiar que no nece*sitaba declaraciones.
c) Cuando en los años setenta llegó un tiempo de ma*niobras para el cambio político, ningún Obispo diocesano eludió el proclamar su estimación positiva de la persona de Franco (véase adelante la nota 18).
- En La Iglesia y Francisco Franco (de J. Guerra, «Boletín de Cuenca», septiembre de 1974) se transcriben veinticinco de*claraciones públicas de los Obispos y de la Santa Sede, co*rrespondientes a los años 1937-1968. En la nota 18 de este capítulo se remite a las declaraciones del año 1975. Véase también, P. Manuel Garrido, O.S.B., Francisco Franco, cristiano ejemplar, Ed. Fundación Nacional Francisco Franco, Madrid, 1985.
- Los valores morales alabados en Franco, como persona y como gobernante, sin entrar en lo ] )lítico opinable, se ex*ponen en el «Boletín de Cuenca» (citado en nota 2), pág. 18.
- Palabras del Cardenal Bueno Monreal, Arzobispo de Sevilla, pronunciadas en 1961 durante el acto público de inaugura*ción de un Seminario.
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