Las apariciones marianas en el Cerro de Tepeyac comenzaron en la madrugada del sábado 9 de diciembre de 1531, entonces fiesta de la Inmaculada Concepción, cuando el indio chichimeca Juan Diego Cuauhtlatoatzin [i], hombre viudo de 57 años, iba a Misa y a clases de catecismo a la iglesia de Santiago en Tlatelolco, a 16 km de su vivienda en Tulpetlac. Esta parroquia estaba regentada por uno de los 12 apóstoles franciscanos. En Tlatelolco los mexicas habían resistido más de 80 días los embates militares españoles. Al pie del Tepeyac escuchó acordes musicales y se encontró frente a una dama muy joven de gran belleza, tez morena y brillante vestimenta que le dijo en la lengua nahualt de los aztecas, que era la única que él conocía:“¡Mi Juanito, mi Juan Dieguito! el más pequeño de mis hijos, ¿dónde vas? … Soy la Virgen de Guadalupe, Madre del Dios Verdadero, dirígete a la casa del obispo y comunícale mi deseo de que aquí se construya un templo en mi honor” [ii].
El primer punto de controversia es que, al decir de algunos torticeros indigenistas, la Virgen dijo “te-coa-tla-xopeuh” que significa “piedra-serpiente-la-aplastar ”, o la que aplasta la serpiente de piedra, el temible dios Quetzalcoatl, la serpiente emplumada, y que suena como Guadalupe al oído español. Pero, como escribió Pedro Rizo, «si la Virgen no se tituló a sí misma `Guadalupe´ sino como “la que aplastó a la serpiente” ¿por qué el indio Juan no lo dijo así al señor obispo? »[iii].
El franciscano Juan de Zumárraga, primer obispo de Méjico, escuchó atentamente a Juan Diego y le pidió que volviera otro día porque quería reflexionar. Cuando el indio retornaba a su casa, la Virgen se le apareció de nuevo y le ordenó que viera al obispo al día siguiente.
El domingo, día 10, Zumárraga le hizo esperar y luego le pidió una señal del Cielo. Nª Sª volvió a aparecérsele en el camino de regreso y le mandó que fuese al cerro al día siguiente para darle la señal. Al llegar a casa, encontró moribundo a su tío Juan Bernardino, por lo que decidió cuidarlo y no asistir a la cita. Ante la gravedad de Bernardino, el martes 12 marchó a Tlatelolco para buscar un confesor, dando un rodeo para evitar el cerro, pero la Virgen se le apareció y le dijo: “No te preocupes por tu tío porque está curado, sube a la cumbre y tráeme un ramo de flores”. Aunque en aquel terreno árido nunca habían crecido flores, y menos en invierno cuando arreciaba el hielo, Juan las encontró de varias clases, especialmente “rosas de Castilla”, y las recogió en su tilma (capa, manto), llevándoselas a Nuestra Señora, quien hizo un ramo con sus manos, se las devolvió y le envió al obispo.
uan Diego, tras diversas dilaciones y peripecias, encontró al obispo acompañado de su intérprete, el español Juan González, y del nuevo gobernador (una vez depuesto Cortés), el obispo Sebastián Ramírez Fuenleal, a los que relató las apariciones y mostró las flores recogidas en su tilma, dejándolas caer a continuación. Zumárraga comprendió que el hecho mismo de la existencia de aquellas flores era extraordinario, pero más extraordinario aún fue ver plasmada en la capa del indio la imagen de la Virgen. El mismo Juan Diego quedó abrumado al comprobar que era la Dama que se le había aparecido y no es improbable que reconociera en la imagen de la tilma la de la Inmaculada de las `estampas´ del fraile jerónimo de Tlatelolco que le daba la catequesis.
Entre tanto, el tío del vidente recibió la visita de Nª Sª y quedó completamente curado.
La trascendencia del milagro guadalupano.
El mundo azteca había quedado de tal forma convulsionado por la rápida caída de su imperio y de su religión, que prácticamente toda la sociedad indígena estaba sumida en una negra depresión, en la que, entre otras cosas, la adopción, por parte de los indios, de la fe de aquellos extraños conquistadores era casi imposible. Sin embargo, como resultado directo de las apariciones marianas, sobrevino la mayor y más rápida conversión de la historia: Toribio de Benavente, uno de los 12 apóstoles e historiador de Nueva España, escribió en 1541 que habían abrazado nuestra fe alrededor de nueve millones de aztecas, lo cual, por sí solo, es ya una prueba de su veracidad.
El mundo azteca había quedado de tal forma convulsionado por la rápida caída de su imperio y de su religión, que prácticamente toda la sociedad indígena estaba sumida en una negra depresión, en la que, entre otras cosas, la adopción, por parte de los indios, de la fe de aquellos extraños conquistadores era casi imposible. Sin embargo, como resultado directo de las apariciones marianas, sobrevino la mayor y más rápida conversión de la historia: Toribio de Benavente, uno de los 12 apóstoles e historiador de Nueva España, escribió en 1541 que habían abrazado nuestra fe alrededor de nueve millones de aztecas, lo cual, por sí solo, es ya una prueba de su veracidad.En seguida se difundieron por todas aquellas `Indias´ las noticias de los milagros y saltaron el océano. Un claro ejemplo de ello es que, a 40 años de las apariciones, la devoción Guadalupana ya era conocida y estimada en Europa: el 7 de octubre de 1571, en la Batalla de Lepanto, “la más alta ocasión que vieron los siglos”, el estandarte de la galera capitana de Giovanni Andrea Doria, el almirante genovés al servicio de España que mandaba el ala derecha de la flota cristiana, llevaba una imagen de la Virgen de Guadalupe mejicana; lo había regalado Felipe II. El lienzo se conserva hoy en la iglesia de La Madonna di Guadalupe en Santo Stefano d´Aveto ( Italia) [iv].
En 1754 Benedicto XIV proclamó oficialmente el patronato Guadalupano sobre la Nueva España, incluida Filipinas (Breve Non est equidem). El 12 de octubre de 1887, festividad de la Virgen del Pilar, el arzobispo de Méjico y 37 obispos (de los cuales dos españoles) coronaron a Nuestra Señora de Guadalupe como Emperatriz y Patrona de Hispanoamérica, coronación que El Papa León XIII en 1895 autorizó que se hiciera solemnemente. En 1910, San Pío X, aunque introdujera la corriente modernista antiespañola que supone este vocablo, la proclamó Patrona de América Latina, fijando la fiesta el 12 de diciembre y Pío XI amplió este patronazgo a Filipinas en 1935. Juan Pablo II beatificó a Juan Diego en 1990 y lo canonizó en el año 2002.
[i] Cuauhtlatoatzin significa “Águila que habla”, o “El que habla con el águila”.
[ii] Nican Mopohua, el relato más antiguo sobre las apariciones (mediados del siglo XVI), escrito por el mexica Antonio Valeriano en lengua náhuatl.
[iii] O bien el intérprete tradujo el nombre dicho en la aparición como Guadalupe, advocación cuya devoción llevaron a América, a petición de la reina Isabel, los misioneros. También el “Códice 1548” ó “Códice Escalada”, fechado en 1548, habla de Guadalupe.
Pedro Rizo: Mis pliegos de cordel, Liber Factory, Madrid, 2014. 12 de diciembre, "Virgen de Guadalupe" o "Coatlaxopeuh"
[iv] La B.V. di Guadalupe e S. Stefano d´Aveto. Note i Documenti, Antonio Domenico Rossi, Tipografía Artística Colombo, 1910.
Pedro Castellini, en Ill Cittadino di Genova, número del 15 de agosto de 1905. Investigación Documental sobre la Virgen de Guadalupe, LuxDomini-La Batalla de Lepanto y la Virgen de Guadalupe-.
Fuente.
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