Fuente: Cruzado Español, Números 356 – 359, 15 de Enero a 1 de Marzo de 1973, página 11.
“LOS NUEVOS JUDAS”
En el artículo original de F. Tusquets: “Y no creen en el Infierno…”, publicado en el núm. 353-4 de CRUZADO ESPAÑOL, apareció una errata en el aparatado titulado “Progresismo”, que cambiaba el sentido del mismo.
Por ello, reproducimos hoy íntegramente el referido apartado. N. de la R.
PROGRESISMO
El virus progresista no se ha detenido ante las puertas de algunos conventos religiosos. En muchos colegios regentados por órdenes religiosas, después de haber suprimido las prácticas piadosas, se ha dado un giro de 180 grados a todo su antiguo contenido religioso y moral. De predicar el miedo al infierno, como decía la persona a que aludíamos al principio, se ha pasado al extremo de minusvalorar el pecado, hasta el punto de justificar ciertos actos, y predicar ciertas actitudes, que suponen en la práctica la supresión del cuarto y sexto Mandamientos de la Ley de Dios. Se han sustituido los ejercicios espirituales de antaño por charlas «religiosas» a cargo de revolucionarios conocidos. Los que han dirigido, propiciado y consentido tales cambios han faltado a sus solemnes votos y sagrados compromisos, traicionando a Dios y a la Iglesia, burlándose de las constituciones de los fundadores de su Orden, y cometiendo el más villano fraude contra los padres de sus alumnos, los cuales, si enviaron a sus hijos a tales colegios, lo hicieron para que fueran educados en las normas de la Iglesia Católica, y nunca para que fueran preparados para las lides revolucionarias.
Tan radical y monstruosa ha sido la inversión, que comprendemos que mucha gente sencilla no acabe de entenderla, con lo que el fraude puede prolongarse. Pero estremece pensar en la responsabilidad de sus autores y cómplices cuando comparezcan ante el Tribunal inapelable, tratándose de personas cultas y formadas que han recibido gracias y carismas especiales de Dios.
¿Y qué diremos de los sacerdotes que fuerzan a sus fieles a aceptar toda clase de innovaciones litúrgicas, aberrantes, desviadas, o simplemente no autorizadas? ¿Y qué de la pastoral que, en vez de predicar el Evangelio, predica un falso humanismo o incita a la revolución? ¿Y de los sacerdotes que, por acción u omisión, tienden a que los fieles vayan perdiendo su devoción al Santísimo Sacramento o a la Santísima Virgen, o su veneración y respeto al Papa? También es demasiado grave la responsabilidad de todos estos clérigos traidores a sus compromisos sagrados, y autores o cómplices de toda esta gigantesca pastoral invertida.
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