Revista FUERZA NUEVA, nº 593, 20-May-1978
Gloria y tragedia de Alfonso XIII
Dios ha juzgado ya a Alfonso XIII. La historia ofrece abundancia de documentos para que cada uno formalice su criterio. Y los hechos son los hechos. Pero no vamos a regatear gestos ejemplares cuando realmente se han dado. Y en el reinado de Alfonso XIII brillan algunos rayos que siempre iluminarán su ejecutoria. Cuando comunicó su boda a Pío X, en carta confidencial, Alfonso XIII le mostraba su alegría, pues su prometida se convertía al catolicismo, “porque no sólo su afecto para mi persona, ni mucho menos violenta coacción por razón de Estado, son los móviles que la obligan a abandonar el error; indúcenla muy principalmente a ello seguro instinto nacido del corazón y una decidida fuerza de voluntad para llevar a término tan hermoso propósito”, tal como se expresaba el monarca en su carta al Papa.
Pero hay, durante el tiempo en que ocupó el trono Alfonso XIII, un acto que tuvo una resonancia especial, por su intrínseca significación y en particular por la complejidad de la vida política española en aquellos años, después de la Semana Trágica de 1909, y en el año 1917, en que triunfaba el comunismo en Rusia y España era también un polvorín… Nos referimos a la consagración de España al Corazón de Jesús, en el Cerro de los Ángeles, en 1919. Se necesitaba una verdadera fe y una aguerrida actitud pública para manifestarla, para que un monarca se plantara ante el mundo entero y proclamara su catolicismo en forma tan extensible. La prueba está en que las sectas maquinaron cuanto pudieron para impedirlo. Y fue tan trascendente este acto que, cuando Alfonso XIII, en febrero de 1941, se agrava con enfermedad de muerte, hospedado en el Grand Hotel, en Roma, fue asistido por el padre Ulpiano López y unas religiosas españolas, lo rememora casi singularmente.
Guardo como una reliquia un ejemplar titulado “S. M. D. Alfonso XIII”, escrito por el padre Ignacio Ortiz de Urbina, S. I. Calculo que son pocos los que lo posean. A mí me lo regaló mi inolvidable amigo Fernando María Castiella, cuando era embajador de España ante el Vaticano. Aunque discrepábamos políticamente, nos unía una buena amistad y, conociendo mis aficiones me lo guardó, no sin comentarlo algo irónicamente al dármelo precisamente a mí. Pues bien, en este opúsculo se lee textualmente:
“El padre le recuerda (a Alfonso XIII) la memorable jornada en que sobre el Cerro de los Ángeles consagró la nación española al Sagrado Corazón de Jesús. El recuerdo llena de consuelo al enfermo y le arranca de los labios esta espontánea confesión: “Le consagré España sinceramente, y tengo toda mi confianza puesta en Él”. El arraigado catolicismo del enfermo revive al conjuro de estas evocaciones, y cuando el padre le hace observar que parte de lo que ha sufrido ha sido por confesar a Jesucristo. “¡Sí señor! -exclama con energía Su Majestad-, y de eso no me he arrepentido nunca”. Días más tarde confesará a la monjita enfermera que hubo quienes en momentos difíciles le ofrecieron su valiosa ayuda con la condición de que se hiciera masón, pero que él había rechazado la oferta, replicando con el crucifijo en la mano: “Éste y la espada me salvarán”.
No se puede negar que la confesión de Alfonso XIII es grave y honrosa para él.
La venganza masónica
Intervino con gran entusiasmo en la realización del acto del Cerro de los Ángeles (1919) el ilustre religioso padre Mateo Crawley, que tanto predicó y trabajó. Fue el padre Mateo el que pronunció tres conferencias de preparación para la entronización oficial en el Cerro de los Ángeles. Y algo debía saber el p. Mateo, cuando en sus conferencias detalla los planes enemigos de España para destrozarla y descristianizarla. Lo sintetiza refiriéndose “al divorcio”. Y añade: “Ya lo dijo aquel político cristiano que, hablando del divorcio, lo llamó bandidaje legal, que da derecho a una criatura a robar lo más preciado que tiene la mujer y que le autoriza a fugarse con ese tesoro y, sobre todo, a seguir robándolo amparado por la ley”. Y suma a esta primer ataque la neutralidad religiosa (que) constituye ante la sociedad un crimen de lesa patria, y en el orden de la conciencia y ante Dios un deicidio”. Y el padre Mateo especifica que es en la escuela neutra donde se fue fragua esta maniobra. Y simultáneamente lo que él califica “la neutralización de la mujer y el sensualismo”. Advirtió lúcidamente: “¡Españoles, velad, no os durmáis, pues el enemigo está al acecho! Salvad a Cristo en el alma católica de España, en la escuela y el hogar. Haced de cada hogar una escuela cristiana, y de cada escuela una Betania, hogar de luz, que enseñe el Maestro de los maestros…! ¡Alerta, hermanos, porque en vuestra Patria como en el resto de Europa se trama con odio implacable y en sigilo contra el Rey de reyes y, ¿por qué no decirlo?, contra España, que lo reconoce, que lo ama y lo entroniza! ¡Alerta, que el enemigo está dentro de la plaza, el lobo carnicero dentro del redil! ¡Sed católicos a lo Pelayo, es decir, a lo soldado, mejor dicho, a lo mártir!”
Y hasta aquí todo es impecable. Pero cabe preguntarse, ¿por qué la consagración al Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles no tuvo la eficacia social que era de esperar? Aquellos años fueron tremendos en sucesos desagradables, en luchas sangrientas, en desbarajuste económico. Una etapa esperanzadora fue el general Primo de Rivera, tan bien intencionado y eficiente como ingenuo e incomprendido. Pero inmediatamente España cayó en la República de la sangre, las lágrimas y el lodo. ¿Cuál es el secreto de que aquella monarquía fracasara y perdiera su convicción para mantenerse? Se podrían dar muchas explicaciones.
Con lo dicho, hay ya claves para entender que el maravilloso acto del Cerro de los Angeles —gloria de Alfonso XIII— se compagina con la tragedia sufrida en España, víctima del constitucionalismo liberal. La fe no es únicamente para la conciencia privada en un gobernante. Tiene unas exigencias ineludibles en la vida pública, y en el constitucionalismo liberal se niegan escandalosamente. (…)
Jaime TARRAGÓ
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