Revista FUERZA NUEVA, nº 77, 29-Jun-1968
Más de 40.000 peregrinos en homenaje al Corazón de Jesús
CERRO DE LOS ÁNGELES
Está allí, arrebujado sobre la piedra, y hacia su imagen vuelven la mirada las gentes todas de España. Erigido en el centro geográfico del país (Getafe, Madrid), todavía se ven (1968) restos de las ruinas que la horda salvaje provocó años atrás. Aunque, eso sí, en la cima castellana la nueva imagen del Corazón de Jesús no ha perdido esplendor. Estamos en el Cerro de los Ángeles. Debajo de estas piedras y por entre los firmes cimientos ha quedado escrita una historia ya emocionante que habla del amor de un pueblo a Cristo Rey. Frente a las nuevas formas escapistas de piedad, llenas de transgresiones y de concesiones, el monumento al Corazón de Jesús es un hito de piedad permanente, viril, de milicia cristiana, que arranca de la fe de varias generaciones y que ha fraguado con la persecución para ofrecerse ahora como un remanso de paz y de devoción.
Todos los meses, las laderas y los senderos del Cerro se pueblan de peregrinos que entonan los viejos cánticos de siempre. Y todos los años, el día del Sagrado Corazón (*), la conmemoración lleva a la cima el latido de España entera. Este año, la conmemoración -a la vista el cincuentenario de la erección del monumento- ha tenido una brillantez destacable. Más de cuarenta mil personas, a pie o en los medios de comunicación a su alcance, hicieron del Cerro una “montaña santa”. La tierra se alzaba hacia arriba y componía un cuadro religioso de la mayor vistosidad. Las ligeras nubes se enredaban en el cielo azul, como en un nuevo Tabor. Y las plegarias resonaban con su bisbiseo a lo largo y a lo ancho, mientras de ocho a diez mil comuniones se repartieron el pasado día del Sagrado Corazón. Datos emotivos y hechos piadosos podrían llenar todo un anecdotario. El chico que acaba de llegar de Badajoz para tomar su primera comunión o la viejecita de Jaén que cumple en esta fiesta una de las ilusiones de su vida. Todo ello prueba que el monumento no es solo una obra meramente arquitectónica, sino un templo del espíritu.
Aquel día de mayo (1919)
La historia está tan viva que apenas es necesario contarla. Surgió la idea del monumento en 1900, pero sólo llegó a realizarse en 1919, al terminar la I Guerra Mundial. Era, sin duda, la expresión de la vida nacional y el tributo del agradecimiento de España por haberse librado del conflicto. El 30 de mayo de 1919, su majestad don Alfonso XIII consagró España al Sagrado Corazón, reconociendo así, de manera oficial, el deseo de todos los españoles. La frase esculpida en el pedestal de la estatua, de Aniceto Marinas –“Reinaré en España”- fue el guión emocional de todos. Con ella han muerto nuestros caídos en la Cruzada y bajo esta advocación-promesa entregan su vocación muchos de nuestros jóvenes.
Pero estaba claro que monumento de tan honda y católica significación levantaría oleadas de resentimiento por parte de las fuerzas laicistas y de la masonería, y muy pronto el Cerro de los Ángeles se convirtió en blanco del odio de los enemigos de Cristo. Apenas iniciado el Alzamiento, el mundo conoció, a través de las agencias informativas, el “fusilamiento” del Corazón de Jesús. La rabia de los “sin Dios” no sólo realizó la sacrílega parodia de poner a Cristo a tiro de sus fusiles, sino que voló con dinamita el monumento, el primer viernes de agosto de 1936.
La ocupación del Cerro por las tropas nacionales (noviembre, 1936) evitó que cristalizara el propósito de los rojos, que querían convertir aquel sitio en pedestal de una estatua de su odio interreligioso y llamarle “Cerro Rojo”. Cuando llegaron nuestros soldados comenzaron los actos de reparación ante las ruinas profanadas. El 7 de noviembre, también primer viernes de mes, fue la fecha en que volvió a resurgir entre las ruinas el monumento. Primero con una simbólica reparación y, más tarde, con la puesta en marcha de la reparación. “Hoy en el lugar santo - decía Pío XII en su radio mensaje del 18 de noviembre de 1945- queda solamente un montón de ruinas. Pero queda siempre también algo allí que no puede ser destruido por ningún explosivo, y es la fuerza del espíritu”.
Y precisamente en gracia a esa fuerza interior de los españoles, el monumento ha vuelto a inscribirse en el cielo puro de Getafe, centro geográfico y espiritual del país. Pío XII tenía razón.
La reparación en 1964
Era algo de Justicia. Y, por lo tanto, entre los propósitos de nuestra paz fecunda estaba el de reparar la ofensa al monumento del Sagrado Corazón de Jesús. Terminada nuestra Cruzada, a los tres meses, en julio de 1939, se colocó la primera piedra del nuevo monumento, y en 1944 se celebró un acto solemnísimo, con asistencia del Episcopado y del Gobierno, que venía a augurar una pronta realización del proyecto. En una pastoral del patriarca-obispo doctor Eijo y Garay, por estas fechas, coincidiendo con el XXV aniversario de la primera inauguración, se definen estas cosas que aparecen como un programa completo: “Con preocuparnos sobremanera el monumento de piedra, aún nos preocupa más el espiritual, sin el cual la materialidad de las piedras, artísticamente labradas, sirve de muy poco para la gloria de Dios y para el bien de la Patria. Es imprescindible que la devoción al Corazón Divino de Jesús se levante más ardorosa que antes y más fructífera en virtudes cristianas, sobre todo en fraterna caridad…”
Precisamente porque las virtudes cristianas han fructificado, el nuevo monumento es una realidad. Recuerda de algún modo, el antiguo. Y fue el mismo escultor, Aniceto Marinas, quien volvió a organizar sus largas teorías de ángeles y de hombres, quien pergeñó una España eterna a través de sus alegorías de la Iglesia triunfante, defensora de la fe, militante y misionera. Han cambiado, eso sí, las proporciones hasta doblar las medidas de las primitivas esculturas, porque se elevan ahora sobre la cripta. Las variantes son dignas de consignarse.
El nuevo monumento
A ambos lados del pedestal, coronado por la imagen de Cristo, en el monumento antiguo figuraban dos grupos simbólicos de esculturas en granito: la humanidad santificada por el amor de Cristo a través de sus representantes más cercanos al Sagrado Corazón y según las diversas formas de santificación que la vida impone. Estos dos grupos se han repetido en el actual, pero en forma distinta y de gusto más moderno. Detrás se han añadido otros dos grupos, tal vez los más artísticos, que representan a España defensora de la fe, el de la derecha del pedestal, y España difusora de la fe o misionera, el de la izquierda. Aparecen en aquél, comenzando por la derecha, la figura simbólica de la fe, nuestro gran obispo Osio, campeón del Concilio de Nicea; don Pelayo, iniciador de la Reconquista; don Juan de Austria; el padre Laínez, jesuita, gran teólogo del Concilio de Trento, y como representación de nuestra Cruzada, el obispo mártir de Teruel (mons. Polanco) y el Ángel del Alcázar. En el grupo opuesto aparece, en primer término, la simpática figura de Isabel la Católica, con la carabela simbólica en la mano, y a su lado, de rodillas, sosteniendo con ella una cruz, Colón; detrás, en representación de la continuación de aquella evangelización del Nuevo Mundo, Hernán Cortés, y a su lado, con varios indios, el célebre Fray Junípero Serra, en nombre de tantos heroicos misioneros cuya obra perdura en aquellas tierras descubiertas por España para el Reino de Cristo.
No podía faltar su representación de la Virgen y España en este monumento, como expresión de la piedad española. Es el mejor camino para llegar al Corazón de su Hijo, y así lo indica el puesto que ocupa entre el escudo de la Patria y la imagen del Señor, a cuyos pies se lee también la inscripción evocadora de su Gran Promesa al Padre Hoyos: “Reinaré en España”, pero puesta ya en presente, como canta nuestro pueblo. A diferencia del antiguo, aparece aquí la Virgen no como esbozo de la Inmaculada de Murillo, sino mostrando su Corazón Inmaculado, en recuerdo de la consagración oficial de España ante el Pilar en 1954.
Otra fecha gloriosa
La inauguración del actual monumento data del 25 de junio de 1965, fiesta del Sagrado Corazón. En plena misa concelebrada según las normas del Vaticano II, el Jefe del Estado, Generalísimo Franco, hizo personalmente el acto de nueva Consagración, en medio de una multitud venida de todas partes, como reparación de aquella destrucción sacrílega y ratificación del primer acto oficial ante el antiguo monumento.
La inmensa explanada que une ambos monumentos (casi 200 metros de larga con capacidad acogedora, sobre todo cuando pueda cerrarse con la columnata proyectada) aparece como grandioso templo bajo la cúpula de nuestro cielo. Merecen consignarse los nombres de los dos principales artistas que han realizado esta hermosa obra: don Luis Quijada, arquitecto, y el señor Cruz Solís, escultor, conocidos ambos por su participación en la Santa Cruz del Valle de los Caídos.
El cincuentenario, a la vista
El año que viene (1969) se celebrará esta fecha, bien digna de conmemorarse. Sabemos que el Episcopado español ha dado los primeros pasos para preparar el programa, sobre todo dando un impulso eficaz para terminar la iglesia, de modo que pueda servir dignamente para el culto, como verdadero altar mayor de toda España. No dudamos que en todas partes sabrán responder con generosidad los españoles y no menos los católicos de los países hermanos de la Hispanidad, como lo han hecho ya en los otros dos santuarios de Valladolid y del Tibidabo (Barcelona).
Y es que en prenda queda toda una hermosa devoción al Sagrado Corazón de Jesús por las tierras de España. Durante la paz española se han llenado de monumentos al Corazón de Jesús las colinas y los cerros de muchas ciudades y pueblos españoles (**). Son la siembra tesonera y abnegada que no fructificará en vano. Esperemos que, para el año próximo, con las campañas jubilares del cincuentenario, España rubrique sobre el Cerro de los Ángeles no sólo su devoción, sino su compromiso con el monumento. Y el propósito no puede ser otro que terminar las obras de la iglesia y dar al mundo una lección de sincera piedad, ahora que una iconoclastia suicida amenaza con dejarlos sin imágenes y sin símbolos de esa realidad espiritual supraterrena que nos hace esperar con firmeza y con esperanza el premio que España está empeñada en merecer como templo del mundo y como nación católica.
Luis F. VILLAMEA
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