En este sentido, empleo el término jurisdiccional en su acepción más amplia, como marco en el que se ejercen desde las más altas facultades judiciales hasta el mero poder de control de la comunidad campesina a través de la designación o confirmación de los oficiales concejiles .
En el orden temporal, el estudio diacrónico lo enmarco entre dos mo- mentos bastante precisos: el reinado de Sancho IV y la década de 1530.
El carácter progresivo de la conquista y la repoblación de Andalucía a lo largo del siglo mit es ya un obstáculo para una visión de conjunto que sirva de punto de partida, pues el espacio carece de estabilidad.
A esta realidad vienen también a sumarse los frecuentes cambios de jurisdicción de numerosos luga- res durante los reinados de Fernando III y Alfonso X, como consecuencia del propio proceso conquistador.
Por todo ello, he creído conveniente partir de finales del citado siglo mi', del reinado de Sancho IV, momento en que los límites de la Andalucía cristiana quedan prácticamente fijados en sus líneas maestras, tanto por la frontera occidental o «banda gallega» como por la oriental o «banda morisca».
Aunque a lo largo de los siglos xtv y xv se producen algunas conquistas, éstas tienen relativamente poca importancia en el conjunto territorial, y se irán reflejando en este estudio. En cuanto a la movilidad a que hacía referencia, desciende notablemente a partir de dicho reinado.
Respecto al punto de llegada, hay un momento que marca el final de una etapa y el comienzo de otra, la década de 1530.
Coincide con las primeras autorizaciones pontificias para enajenar señoríos eclesiásticos, en especial de las órdenes militares, para su posterior venta, que serán aprovechadas por Carlos V para superar las dificultades de la hacienda 6, iniciándose así un nuevo tipo señorial en cuanto a los mecanismos de formación.
Por otro lado, la confección del primer censo conocido en que se incluye toda Andalucía per- mite una visión global de los dominios realengos y señoriales y poner en relación dos niveles importantes: extensión y población.
En cuanto al ámbito geográfico, abarca los reinos de Córdoba, Jaén y Sevilla.
Los límites de estos reinos medievales no coinciden exactamente con los de las actuales provincias.
El reino de Sevilla está integrado por las Cádiz, Huelva, Sevilla y se extiende, además, por el sur de Badajoz y occidente de Málaga.
Al mismo tiempo, poblaciones de la provincia de Cádiz son incluidas en el reino malagueño tras su conquista por los Reyes Católicos.
Algo semejante ocurre con el reino de Jaén. Por un lado, incorpora algunos de los territorios que se conquistan a los granadinos durante los siglos xiv y xv; por otro, territorios que hoy forman parte de esta provincia no están incluidos en el censo de 1533-34; por ejemplo, los lugares de la encomienda de Segura; y otros que hoy pertenecen a Albacete son en esos momentos del reino de Jaén.
Por todo ello, he tomado como punto de referencia la distribución territorial que ofrece el mencionado censo, completándola, en el caso jiennense, con los territorios que no se incluyen en él y hoy pertenecen a dicha provincia.
En cuanto a la frontera gaditana, la amplío a compás de las conquistas que tienen lugar durante estos siglos, hasta alcanzar la línea fronteriza en el momento de iniciarse las campañas definitivas de los Reyes Católicos, quedando, por tanto, fuera las tierras gaditanas que tras ellas se integraron en el reino malagueño y todo el reino de Granada.
Para la evaluación de la extensión de los señoríos me he servido de la de los actuales términos municipales pues está generalmente aceptada la persistencia de los mismos a través de los siglos 8 y, en un estudio de estas dimensiones, las posibles diferencias no invalidarán las conclusiones generales
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El señorío aparece en Andalucía con los inicios del proceso conquistador y vinculado a dos instituciones: las órdenes militares y el Arzobispado de Toledo.
Esa misma realidad sigue vigente a finales del siglo xII1, durante el reinado de Sancho IV, que sirve de punto de partida de este trabajo. En estos momentos algo más de la cuarta parte del territorio se encuentra en manos señoriales.
A partir de aquí y hasta el reinado de Enrique IV, es decir, a lo largo de dos centurias, el proceso de señorialización crece para, posteriormente, experimentar un ligero retroceso en tiempos de los Reyes Católicos y una estabilización hasta el primer tercio del siglo XVI.
Dicha evolución no es uniforme ni constante.
El reinado de Fernando IV coincide con un cierto incremento del proceso, pero el primer gran impulso corresponde a Alfonso XI, con el que se alcanza casi el 36%, correspondiendo dicho incremento en una elevada proporción a los otorgados a miembros de su familia y en " especial a Leonor de Guzmán.
El retroceso del realengo reviste una gran importancia, sobre todo si se compara con el reinado de Enrique II, que sólo supera en un punto el porcentaje de Alfonso XI, poniendo de relieve que el papel atribuido a la política enriqueña en la señorialización andaluza se adelanta unos cuantos arios.
Es cierto que existen diferencias cualitativas entre un reinado y otro, fundamentalmente en que en la primera mitad del siglo ?u y los señoríos laicos son, con frecuencia, temporales, pues suelen tener carácter vitalicio, entre otros los concedidos a miembros de la familia real, mientras que los del período de Enrique II tienden a convertirse en hereditarios.
Pero esta diferencia cualitativa no invalida el hecho de la mencionada señorialización en tiempos de Alfonso XI.
Ese carácter temporal, unido a las expropiaciones llevadas a cabo por Pedro I, explican el descenso que tiene lugar durante su gobierno, que anula el incremento de su predecesor.
Pero estas cifras enmascaran la realidad, ya que el descenso afecta a los de personas reales, que prácticamente desaparecen de 4.406 kilómetros cuadrados en tiempos de Alfonso XI a 183 con Pedro I-, mientras que los nobiliarios crecen con relación al reinado precedente.
A partir de Enrique II, y hasta Enrique IV, el señorío andaluz no deja de crecer. Con Juan I y Enrique III se supera ya el incremento del 50% con relación a su extensión en tiempos de Sancho IV, alcanzando un índice de 162,3% (cuadro núm. 1),- y con Enrique IV casi duplica aquélla; con el 195 %.
El reinado de los Reyes Católicos marca una nueva etapa, la detención del proceso 9.
Se produce un ligero descenso datable en la segunda mitad del reinado, en el que incide la recuperación por la corona de Gibraltar y Cádiz.
Así, cuando se llega al siglo xvi, el 48,1 % de Andalucía está bajo la jurisdicción señorial.
El señorío andaluz no se presenta como un todo homogéneo y uniforme; de ahí que sea necesario analizar más en profundidad dicha evolución, atendiendo tanto a diversidades geográficas como tipológicas.
En este sentido he establecido cinco grupos: a) personas reales, considerando por tales a los parientes más próximos a los monarcas, es decir, esposas o amantes, hijos y hermanos; b) nobleza titulada, englobando bajo esta denominación a los grandes oficiales de la corona y a todos aquellos linajes que en cualquier momento del período objeto de estudio alcanzaron un título nobiliario; c) la pequeña nobleza, que coincidirá normalmente con los linajes de caballeros urbanos, a fin de constatar el papel que juega esta aristocracia urbana en la señorialización andaluza 10; d) las órdenes militares; y e) los eclesiásticos: sedes episcopales, cabildos catedrales y monasterios.
Señoríos eclesiásticos y de órdenes.—Como se observa en el cuadro número 2, los de órdenes militares y eclesiásticos presentan una evolución opuesta a la de los laicos, dejando a un lado los de personas reales. Los de ambos tienden a descender, perdiendo en torno al 30 % de los te- rritorios desde finales del siglo xiii hasta mediados del siglo xiv.
Estas pérdidas afectan de manera especial a los de órdenes situados en el reino de Córdoba y en la frontera granadina, y, en segundo lugar, a algunos de
sedes episcopales.
A partir de este momento, el señorío eclesiástico se mantiene prácticamente estable hasta el primer tercio del siglo xvi.
Por el contrario, las órdenes militares se estabilizan a lo largo de un siglo, para, en tiempos de Enrique IV, experimentar un nuevo descenso, que los reduce casi a la mitad de lo que poseían en tiempos de Sancho IV.
Este segundo descenso viene motivado fundamentalmente por la creación del señorío de Osuna, a costa de los territorios de las órdenes de Alcántara y Calatrava en la frontera del reino de Sevilla con Granada.
El reinado de los Reyes Católicos coincide con una nueva etapa de estabilidad.
En el conjunto andaluz, sin embargo, el eclesiástico tiene escasa importancia si se le compara con el que llega a alcanzar el laico.
En el momento de mayor extensión, finales del siglo ?cm, sólo ocupa el 5,7 %, con un
total de 3.227 kilómetros cuadrados, que en el siglo xvi, se reduce al 3,8 %.
Se concentra casi exclusivamente en manos de los arzobispos toledanos —titulares del Adelantamiento de Cazorla— y de la Iglesia de Sevilla, que poseeen, respectivamente, el 40,5 y el 33,1 % del total de los eclesiás- ticos a fines del siglo mi'. Las iglesias de Córdoba y Jaén prácticamente no tienen.
Aquélla detenta algún tiempo Lucena y ésta Begíjar y Carchel, pero parece que sin jurisdicción, al menos Bejígar.
Aparte de las sedes y catedrales sólo conozco un señorío eclesiástico de tipo jurisdiccional, el de los monjes de San Isidoro del Campo sobre Santiponce, próximo a Sevilla.
Tanto las pérdidas territoriales como el crecimiento de los laicos hace que la importancia relativa del eclesiástico en el conjunto del señorío andaluz
pase del 21,1 % con Sancho IV al 7,9 % en el siglo xvi, siendo, con la pequeña nobleza, el grupo de menor entidad en dicho ámbito.
En cuanto a las órdenes militares, su incidencia es inicialmente mayor, aunque, a la larga, su caída es, comparativamente, mucho más acentuada. Los 9.262 kilómetros cuadrados de fines del siglo mi' —16,6 % de todo el país— quedan reducidos a 5.285 kilómetros cuadrados en 1533-34, es decir, el 8,8 %. Con relación al conjunto de los dominios señoria- les, en tiempos de Sancho IV aparece como el grupo más importante, a gran distancia del resto (61,8 %), pero ya 1en el siguiente reinado sufre un notable retroceso, aunque sigue manteniéndose a la cabeza de los señoríos
hasta Enrique II, en que es superado por la nobleza -titulada. Durante el gobierno de los Reyes Católicos representa el 18,4 %.
La más extendida por Andalucía es la Orden de Santiago, seguida de la de Calatrava, -quedando a gran distancia las de Alcántara, San Juan y Templo
(cuadro núm. 3). De las posesiones de esta última, tras su disolución, que- daron incorporadas a Sevilla Fregenal de la Sierra, Higuera la Real y El Bodo- nal, localizadas en la actual provincia de Badajoz. En tiempos de Sancho IV sus 627 kilómetros cuadrados significan el 6,8 % de las tierras de órdenes.
Menores son las posesiones de la Orden de San Juan, que sólo ocupan el 4,8 %. Conserva inalterado su patrimonio, a excepción de Peñaflor, que en el siglo m y aparece en situación confusa pero, al parecer, fuera de la orden. Le sigue en importancia Alcántara, cuyos señoríos andaluces com- prenden, a finales del siglo xm, 937 kilómetros cuadrados, equivalentes al 10,1 %. Dentro de sus reducidas proporciones se mantiene sin cam- bios hasta Enrique IV, en que prácticamente es anulada con las operaciones que dan corno resultado la formación de la Casa de Osuna, al perder Morón, Arahal y todos los lugares de sus términos, quedando limitada a dos lugares en el Aljarafe sevillano.
La parte del león de los territorios de órdenes en Andalucía se lo llevan Santiago y Calatrava, que reúnen más de las tres cuartas partes. Tras unos retoques de sus propiedades a fines del siglo mi' y comienzos del xiv, San- tiago conserva casi sin variación su patrimonio a lo largo del período estudia- do.
Las pérdidas afectan a los territorios que en la frontera gaditana pertenecieron a la Orden de Santa María de España, los cuales en tiempos de Sancho IV se le conceden a la de Santiago, para, poco después, recuperarlos la corona.
Así, en el reinado de Fernando IV controla 3.297 kilómetros cuadrados, lo que significa el 42,1 % de los señoríos de órdenes y el 5,9 % de toda Andalucía.
Al disminuir los dominios de las restantes órdenes, a principios del siglo xvr, el porcentaje sobre el total del grupo asciende al 67,5 %.
La de Calatrava experimenta también un proceso de reducción al pasar de 2.656 kilómetros cuadrados con Sancho IV a 1.520 en 1533-34; es decir, casi la mitad de sus posesiones iniciales.
En parte, este retroceso obedece a la misma causa que el de Alcántara, pero sólo en parte, ya que el mismo se venía desarrollando de manera escalonada desde el siglo XIII.
Sin embargo, en los porcentajes no se acusa de forma tan clara, pues con Sancho IV representa el 28,7 % de todos los de órdenes y en 1533-34 el 28,8 %.
Donde dichos señoríos tienen una más acusada presencia es en el reino de Jaén, con casi 4.000 kilómetros cuadrados en los momentos de mayor extensión, lo que supone entre el 40 y el 50 % del total según el periodo, para ascender hasta el 73,3 % debido a las pérdidas ocurridas en tiempos de Enrique IV en los otros reinos andaluces. La segunda zona fue el reino de Sevilla, donde tras los cambios habidos con Sancho IV queda con 3.372 kilómetros cuadrados y en torno a los 3.000 poco después, hasta que en la segunda mitad del siglo xv se reduce a unos
1.000 kilómetros cuadrados. En Córdoba, el momento de máxima extensión es el reinado de Fernando IV, en que poseen 938,6 kilómetros cuadrados, pero ya con su sucesor se reduce notablemente al salir de la Orden de Cala- trava Priego y Cabra, quedando sólo Benamejí y Villafranca de Córdoba. Sin embargo, la operación para crear el señorío de Osuna origina un incremento de sus territorios, ya que recibe Belmez y Fuenteovejuna, aunque ésta volvió al realengo.
Señoríos de personas reales.—Constituyen un grupo atípico por su falta de continuidad, por su carácter irregular y aleatorio. Normalmente son vita- licios, pero, además, están sujetos a los vaivenes políticos ". En este contexto, hay que aludir precisamente a uno, que por su extensión y fecha constituye un importante precedente. Me refiero a la concesión hecha por Alfonso X a su hija Beatriz del reino de Niebla, con una extensión de 4.144 kilómetros cuadrados. Por desgracia, el único dato conocido es precisamente el de la concesión, sin que exista constancia de si llega o no a hacerse efectiva. De todas formas, aunque no se lleve a efecto, supone un notable precedente de la señorialización laica de Andalucía.
Aparte de este caso, el momento en que aparece constituido un señorío de grandes dimensiones en beneficio de personas regias es con Alfonso XI, en que alcanza más de 4.000 kilómetros cuadrados, repartidos casi por mitad entre Leonor de Guzmán, que recibe villas y lugares en las provincias de
• Cádiz, Córdoba y Sevilla, y el infante don Fernando, a quien se otorga el señorío de Niebla. Este dura pocos años, y el de Leonor hasta la muerte del monarca. Entre ambos suponen el 21,7 % de las tierras señorializa- das en este momento. Los reyes posteriores forman pequeños señoríos en favor de miembros de sus familias, pero los más importantes son los otor- gados al bastardo de Enrique II, de su mismo nombre, sobre Alcalá de los Gazules y Medina Sídonia, en 1395, y a Catalina, hermana de Juan II, sobre Andújar, en concepto de dote. A partir de este momento no vuelve a cons- tituirse ningún otro en favor de personas regias.
Señoríos nobiliarios.—E1 hecho fundamental del señorío andaluz es la formación y desarrollo del nobiliario, con un índice de crecimiento para todo el periodo de 1.229,2 %, pasando de 1.730 kilómetros cuadrados con Sancho IV a 21.266 en 1533-34. En esta evolución la principal beneficiaria es la nobleza titulada, que paulatinamente se distancia de las oligarquías ur- banas detentadoras de alcaldías, alguacilazgos y regidurías. En efecto, si durante el reinado de Sancho IV hay un equilibrio entre los dos grupos, en el siglo xvi el 89,8 % del señorío nobiliario pertenece a la titulada.
La pequeña nobleza aparece inicialmente en los reinos de Jaén y Cór- doba, vinculada a la función militar derivada de la existencia de la frontera granadina, así Sancho Martínez de Jódar en Jaén, mientras qué en Sevilla se inicia en el reinado de Fernando IV, pero especialmente con su sucesor Al- fonso XI, etapa en la que también el reino de Jaén conoce un notable incre- mento. En conjunto, con este monarca se supera ampliamente el 100 % de la extensión de finales del siglo xiti (cuadro núm. 2). Dicho crecimiento se mantiene hasta el reinado de Enrique II, para descender posteriormente. Des- censo que, en parte, se produce en beneficio de la gran nobleza, de la que entra a formar parte a través de compras y matrimonios. De los 1.872 kilómetros cuadrados que, desde 1379 hasta el primer tercio del siglo xvi, sufren este cambio de titularidad, el 63,9 % lo es por compraventa y el 36,1 % restante por vía matrimonial.
En tiempos de Enrique II el 51,7 % de estos señoríos de la pequeña nobleza se sitúa en el reino de Sevilla, mientras que al de Córdoba corresponde el 20 % y el 14 % al de Jaén. Los sevillanos se localizan en zonas bastante alejadas de la capital, unos en la frontera con Granada y otros en el condado onubense; estos últimos experimentan la
presión de los grandes y acaban cediendo, como es el caso de Almonte, Palos y Palma del Condado, lo que hace que ya en la primera mitad del siglo xv se reduzcan en el mencionado reino de 1.204 a 230 kilómetros cuadrados. En el primer tercio del siglo xvi su distribución en Andalucía presenta un nota- ble cambio. Los 2.175 kilómetros cuadrados que comprende se reparten de forma casi igual entre los tres reinos, lo que significa que, dada la diferencia de extensión territorial del de Sevilla con relación a los otros dos, su impor- tancia en Córdoba y Jaén es proporcionalmente más acusada, dentro de la escasa incidencia que tiene en el conjunto señorial andaluz.
Comparando las cifras de extensión con las de la totalidad de los serio- r'íos, el período de mayor importancia relativa es el reinado de Pedro I, en el que alcanza el 15 % (cuadro núm. 2), para descender con posterioridad hasta el 7,6 % en el siglo xvi.
Sin embargo, todas las cifras referidas a éstos deben pecar por defecto. [
En realidad existen más. El hecho de que hoy queden integrados en algún municipio no permite establecer sus dimensiones, aunque bien es verdad que, en definitiva, su incidencia no debe ser notable en el conjunto regional.
También hay que tener en cuenta la existencia de señoríos que carecen de refrendo legal, que son puras usurpaciones por parte de sus titulares, al amparo de la situación general del reino en los momentos de crisis del poder central, o de su condición de miembros de los concejos municipales. Este tipo de señorío debe proliferar en el siglo xv, incluso algunos concedidos en momentos difíciles son posteriormente anulados. Tal es el caso de lo dispuesto por Enrique IV en 1457 contra las concesiones de jurisdicción civil y cri- minal efectuadas por su padre y que afectaba a los señoríos sevillanos de Castrejón, Chucena, Huégar, Alcalá de Juana Dorta, Torralba, Xenis, Casti- lleja de la Cuesta, Heliche, Gandul, Marchenilla y Casaluenga 12.
En cuanto a la nobleza titulada, sus comienzos se sitúan ya en tiempos de Sancho IV y en el reino de Sevilla, con la concesión del Puerto de Santa María al almirante Benedetto Zaccaría y los territorios adquiridos en Huelva por la mujer de Alonso Pérez de Guzmán, el Bueno, origen de la casa de los duques de Medina Sidonia (mapa III). Su consolidación tendrá lugar en el reinado de su sucesor al recibir Sanlúcar de Barrameda y otros lugares de la provincia gaditana. El reinado de Fernando IV marca un hito digno de des- tacar, porque durante el mismo se ponen las bases de las grandes casas sevi- llanas. No sólo se fortalece la de los Medina Sidonia, sino también la de sus rivales los duques de Arcos, al otorgarse Marchena a Fernán Pérez Ponce, y la implantación de los Cerda en la costa onubense. Todo ello supone el que los 847 kilómetros cuadrados de los años de Sancho IV se conviertan en 3.912 (mapa III).
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