Cierto día me detuve a tomar un café escoltado por media de aceite, como mandan los cánones, en una venta cerca de Sanlúcar de Barrameda, en la campiña de la manzanilla. En la puerta había un cartel en el que figuraba una boca sonriente; los labios eran verdes y la piñata blanca. Rezaba: "Habla bien, habla andaluz".
Estaba sentado en la barra dando buena cuenta del desayuno, mientras reflexionaba sobre el cartel. Levanté la vista al camarero y le dije:
- Ese cartel que tienes colgado en la puerta... está mal escrito.
El camarero, sorprendido, miró hacia la puerta hasta caer en la cuenta de a qué me refería.
- ¿Cómo que mal escrito? ¿Porqué lo dices?
- Pues hombre, porque si está escrito en andaluz debería de poner "Habla bien, habla andalú".
Detectando mi tono socarrón, y tras pensarlo unos instantes, el ventero me responde visiblemente malhumorado:
- Es que el andaluz se escribe de una manera y se pronuncia de otra.
- Ah! No lo sabía. Pues se escribe muy parecido al español, ¿no?
- Si... bueno...
- Además -interrumpiendo su torpe progresión-, eso de que se pronuncia distinto a como se escribe, ¿cómo lo sabe usted?. Nunca he oído a un francófono decir que el francés se escriba de una manera y se pronuncie de otra. Más bien eso es lo que decimos los españoles de otros idiomas, cuándo no se pronuncian como el nuestro.
- ¿?¿?¿?¿
- La cuenta cuándo puedas, hazme el favor.
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