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Tema: El concilio del papa Juan

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    El concilio del papa Juan

    Extractos del libro “El Concilio del papa Juan”, de Michael Davies, Ed. Iction, Buenos Aires, 1981. (Título original: “Pope John’s Council” 1977)

    I – EL PAPA JUAN ES “INSPIRADO”
    II – LA IGLESIA ANTES DEL CONCILIO
    III – GOLPE DE MANO DEL ‘GRUPO DEL RIN’
    IV – EL ‘GRUPO DEL RIN CONTROLA EL CONCILIO
    V – LOS “EXPERTOS”: TROPAS DE CHOQUE LIBERALES
    VI – “BOMBAS DE TIEMPO” EN LOS DOCUMENTOS
    VII - LOS PERIODISTAS FABRICAN EL MITO
    VIII - EL TRASFONDO DEL PROTESTANTISMO CONTEMPORANEO
    IX – COACCIONES DE LOS OBSERVADORES PROTESTANTES
    X - INDIGNO TRATO A LA FIGURA DE LA VIRGEN
    XI - GIRO A LA IZQUIERDA
    XII - ¿COMPLOT MASÓNICO?
    ...


    I - EL PAPA JUAN ES “INSPIRADO”

    ]

    1- El papa Juan declara que Dios le inspiró para convocar un Concilio Ecuménico. 2- Falta de entusiasmo en la Curia.3- Los Concilios previos condenaron los principales errores de su tiempo. 4- El Vaticano II no ha producido buenos frutos. 5- Evidencia de que la Iglesia posconciliar está comprometida en un proceso de autodestrucción. 6- Los males que afligen a la Iglesia[FONT=Verdana] surgieron en el Concilio mismo. 7- El papa Juan no previó en absoluto los resultados de su decisión de convocar un Concilio. 8- No pretendía sino un Sínodo de Roma magnificado. FONT]

    1- El papa Juan declara que Dios le inspiró para convocar un Concilio Ecuménico.

    Juan XXIII estaba totalmente convencido de que su decisión de convocar el Concilio le había sido inspirada por Dios: “…habíamos decidido, bajo la inspiración de Dios, convocar un concilio ecuménico”… (1).
    Según Juan XXIII, la inspiración de llamar a un concilio ecuménico le llegó durante una conversación con el cardenal Tardini, a fines de 1958. El papa preguntó a su Secretario de Estado qué podría hacerse para dar al mundo un ejemplo de paz y concordia entre los hombres y una ocasión de nuevas esperanzas, cuando de pronto surgieron de sus propios labios las palabras ‘¡Un concilio!’ (2). Esto fue, como lo explicó después, “un impulso de la divina providencia” (3).

    2- Falta de entusiasmo en la Curia.

    El plan de “inspiración divina” de Juan XXIII le fue revelado al sacro Colegio de Cardenales “en aquel memorable 25 de enero de 1959, fiesta de la Conversión de San Pablo, en la basílica a él dedicada. Fue completamente inesperado, como un relámpago de luz celestial que derramara dulzura en los ojos y en los corazones” (4).
    Sin embargo, hubo una clara falta de entusiasmo por parte de los cardenales; y cuando Juan XXIII les pidió una respuesta a su “inspiración”, ninguno tuvo nada que decir. Admitió su desengaño más tarde: “Humanamente hablando, hubiéramos esperado que los cardenales, después de oír nuestra alocución, se hubieran congregado a nuestro alrededor para expresar su aprobación y sus buenos augurios”. No obstante, dio la más favorable explicación posible al fracaso de sus respuestas, en lo que describió como un “impresionante y devoto silencio” (5).

    La convicción de Juan XXIII de que su Concilio había sido convocado en respuesta a una inspiración divina fue compartida por su sucesor. En su discurso de apertura de la segunda sesión (1963), Pablo VI incluyó las siguientes palabras:
    Oh, querido y venerado Juan XXIII, te alabamos y agradecemos por haber decidido –sin duda bajo la inspiración divina- convocar este Concilio… (6)

    3 - Los concilios previos condenaron los principales errores de su tiempo.

    Por supuesto, ningún católico tiene obligación de creer que la inspiración de Juan XXIII provino de Dios.
    No sólo eso; en una carta pastoral de 1870, dirigida a su clero explicándole el trasfondo de los sucesos del Primer Concilio Vaticano, el cardenal Manning citaba con aprobación las palabras del cardenal Pallavicini (siglo XVI):
    …convocar un concilio general, a menos que la necesidad lo exija perentoriamente, es tentar a Dios (7).

    Más adelante agregaba:
    Cada uno de los Concilios fue convocado para abatir la herejía principal o corregir el mal principal de la época (8).

    Así lo había señalado el cardenal Manning en una pastoral anterior, y continuaba:
    Los seis primeros fueron convocados para condenar herejías, el séptimo para condenar a los iconoclastas, el octavo a causa de Focio, el noveno para recuperar Tierra santa, el décimo contra los reclamos de los antipapas, el undécimo contra los valdenses… (9)

    …pero no hay duda de que (contrariamente a lo anterior) aunque el comunismo ateo era el mayor mal del siglo XX, fue un mal que el Vaticano II expresamente hizo hincapié en no condenar…

    En fin, cualquiera que haya sido la fuente de inspiración del Concilio Vaticano II, una vez convocado éste, el Espíritu Santo por lo menos le hubiera impedido enseñar herejías formales en sus documentos oficialmente promulgados. Tal vez esa influencia del Espíritu Santo se evidenció en que el Vaticano II se diferenció de los otros Concilios precedentes, por ser de naturaleza “pastoral” y no promulgar, por tanto, enseñanzas doctrinales o morales infalibles que habrían de ser mantenidas obligatoriamente por la Iglesia.
    Aun así, el hecho de que tales documentos no contengan herejías formales no implica de ninguna manera que dichos documentos hayan explicado la fe en la forma más clara posible; …o que realmente no hubiera sido mucho mejor que nunca se hubiese convocado el Concilio.

    4- El Vaticano II no ha producido buenos frutos.

    “Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso los hombres cosechan uvas de los espinos o higos de las zarzas? Así, todo árbol bueno da frutos buenos y todo árbol malo da frutos malos” (Mt. 7, 16-19).
    Nadie puede negar que, hasta ahora, el Vaticano II no ha producido frutos buenos. Las reformas decretadas en su nombre, de acuerdo con el arzobispo M. Lefevbre, “han contribuido y siguen contribuyendo a la demolición de la iglesia, a la ruina del sacerdocio, a la destrucción de la Misa y de los Sacramentos, a la desaparición de la vida religiosa, así como al surgimiento de una doctrina naturalista y teilhardiana en universidades y seminarios y en la educación religiosa de los niños, una doctrina nacida del liberalismo y condenada muchas veces por el solemne magisterio de la Iglesia” (10).

    5- Evidencia de que la Iglesia posconciliar está comprometida en un proceso de autodestrucción.

    Hasta el mismo Pablo VI habló posteriormente en términos muy diferentes a los de su discurso de apertura de la segunda sesión del Vaticano II.
    En 1968 ya había llegado al punto de lamentar el hecho de que la Iglesia se hallaba en un proceso de autodestrucción (11).
    Y en la fiesta de san Pedro de 1972 llegó a decir que, de algún modo, el propio Satanás había encontrado una abertura para entrar en la Iglesia por donde diseminaba dudas, inquietud e insatisfacción, a tal grado que hasta cualquier profeta mundano que opinara sobre la Iglesia era escuchado con mayor atención que la propia Iglesia.
    “Creímos”, se lamentaba, “que después del Concilio llegaría un día de sol en la historia de la Iglesia; y en su lugar encontramos nuevas borrascas. Hay inseguridad; la gente busca abrir abismos en vez de puentes para cruzarlos. ¿Cómo sucedió esto? Os confiaremos una convicción: hay un poder adverso, el Demonio, al que el Evangelio llama el enemigo misterioso del hombre, …algo preternatural vino a sofocar los frutos del Vaticano II”.

    Esta cita de Pablo VI proporciona llamativa significación a la aseveración del profesor J. Hitchcock, liberal desilusionado, en un libro publicado en 1971:
    Hay muchas curiosidades en la historia de la Iglesia de los años posconciliares, y no es la menor el hecho de que tan pocos “progresistas” hayan advertido hasta qué punto las predicciones de los “reaccionarios”, previas al Concilio, han resultado correctas y sus propias expectativas desmentidas…
    Aquellas esperanzas de los “progresistas” parecen ahora enormemente quiméricas, como una ilusión grandiosa, como una teoría atractiva, pero que ha fracasado en su realización.
    En los días del Concilio era común escuchar predicciones de que las reformas conciliares llevarían a un resurgimiento masivo del espíritu católico languideciente. Los laicos serían sacudidos de su apatía y alienación y se unirían con entusiasmo en proyectos apostólicos. La teología y la liturgia, resucitadas y magnificadas, serían fuentes constantes de inspiración para los fieles. Las órdenes religiosas, reformadas para ponerse a tono con la modernidad, se verían abrumadas por los postulantes… La Iglesia vería aumentar el número de conversos de forma impresionante…
    En realidad, en cada caso ha sucedido precisamente lo contrario de esas predicciones… la renovación ha resultado, obviamente un fracaso… Pocas cosas en la Iglesia parecen del todo saludables o prometedoras; todo parece vagamente enfermizo y vagamente hueco… (12).

    6- Los males que afligen a la Iglesia surgieron en el Concilio mismo.

    No es ciertamente exagerado sostener que el presente rumbo de Occidente apunta hacía la apostasía universal.
    Una encuesta sobre la vida católica en los EEUU desde 1965 hasta 1972 mostraba con claridad que “el catolicismo norteamericano tal como se conocía hasta 1960 parecía haber terminado”. Hallaron que la disminución de las concurrencias a misa había alcanzado “proporciones catastróficas” y no podían imaginar otro momento de la historia humana en que tanta gente se abstuviese de “prácticas religiosas de precepto”.
    En cuestiones de doctrina y de moral, encontraron que católicos y protestantes se estaban tornando virtualmente indistinguibles; y que las probabilidades de que una proporción significativa de jóvenes siguiera considerándose católica resultaban remotas. “Lo notable es que ningún enemigo externo nos ha destruido, señalaban, “sino que nos hemos destruido nosotros mismos” (15).

    El modelo descrito por esos sociólogos resulta común a la mayoría de países occidentales.
    En Francia, el cardenal Marty admitió que, desde el posconcilio hasta 1975, la concurrencia a misa en las iglesias parroquiales de París había disminuido en un 54%; aún más grave, la disminución de vocaciones entre 1963 y 1973 había disminuido en un 83%.
    Sobre Gran Bretaña, escribía el cardenal Heenan en 1972: “si no se revierte drásticamente la actual tendencia, la Iglesia no tendrá futuro en los países de habla inglesa” (19).

    Sin embargo, en su discurso de apertura del Vaticano II, Juan XXIII había utilizado términos duros hacia quienes designó como “profetas de las tinieblas, que están siempre pronosticando desastres”. Aseguraba que hasta las cenizas de san Pedro y sus otros santos predecesores se estremecían en “mística exultación” ante su Concilio que “ahora se inicia y se eleva en la Iglesia como una aurora…”
    Pero evidentemente las predicciones de los “reaccionarios”, de “los profetas de las tinieblas” de Juan XXIII, probaron estar en lo cierto.
    El padre Louis Bouyer, uno de los más distinguidos eruditos católicos, y ya antes del Concilio considerado de ideas “progresistas”, escribió con posterioridad al mismo: “a menos que seamos ciegos debemos aseverar rotundamente que lo que vemos no parece ser la esperada regeneración del catolicismo, sino su acelerada descomposición” (20).
    Revelaba que algunos progresistas incluso saludaban las señales de esa descomposición como los primeros frutos de la renovación. “¡Incluso un semanario francés, que se titulaba católico, llegó a decir que la renovación posconciliar no había realmente penetrado en la iglesia española de entonces, tomando como criterio el hecho de que la cantidad de vocaciones sacerdotales no había disminuido mucho allí (21).
    De usarse tal criterio no resultaba sorprendente que se describiera Holanda como la avanzada de la renovación: si en 1957 hubo 420 ordenaciones, ¡¡en 1971 no hubo ninguna ordenación en el clero secular, mientras que en el año anterior 271 sacerdotes murieron y 243 habían renunciado a su vocación!! (22).

    7- El papa Juan no previó en absoluto los resultados de su decisión de convocar un Concilio.

    En su discurso de apertura al Concilio, Juan XXIII había explicado que:
    La mayor preocupación del Concilio Ecuménico es ésta: que el sagrado depósito de la Doctrina Cristiana sea guardado y enseñado más eficazmente… para transmitir pura e integralmente, sin ningún atenuante o distorsión esa doctrina…

    No hay razón para suponer que no fuese del todo sincero en esa aspiración.
    El cardenal Heenan escribía en 1968: “A menudo me pregunto qué hubiera pensado Juan XXIII si hubiera podido prever que su Concilio brindaría una excusa para rechazar tanto de la doctrina católica que él aceptaba íntegramente”.
    Pablo VI tal vez pensaba eso mismo el 3 de abril de 1968 cuando habló ante una audiencia:
    La palabra de Cristo ya no parece la verdad que nunca cambia, siempre radiante… Se ha convertido en una verdad parcial… y es así privada de toda validez objetiva y autoridad trascendente. Se dirá que el Concilio autorizó tal tratamiento de la enseñanza tradicional. Nada hay más falso, si hemos de aceptar la palabra de Juan XXIII que lanzó ese aggiornamento en cuyo nombre algunos se atreven a imponer peligrosas y a veces irresponsables interpretaciones del dogma católico (23).

    Juan XXIII había esperado que, como resultado de su Concilio, las viejas verdades serían expresadas en formas nuevas que, al preservar su significado esencial, ayudarían a la Iglesia en la misión a ella confiada por Cristo, de evangelizar el mundo, un mundo cada vez más influido por formas laicas de pensamiento.
    Pero como admitía Pablo VI en su discurso de apertura del Sínodo de obispos de 1967, había sucedido lo contrario:
    Nos referimos a los enormes peligros originados por el actual modo de pensar alejado de la religión... en el seno mismo de la Iglesia aparecen obras de diversos maestros y escritores que, al tratar de expresar las doctrina católica en formas y modos nuevos, con frecuencia desean más bien acomodar los dogmas de la fe a los modos laicos de pensamiento y de expresión que guiarse por las normas de la autoridad docente de la Iglesia (24).

    Esta advertencia contra enemigos dentro de la Iglesia hacía eco a la de san Pío X cuando condenaba el modernismo en la encíclica Pascendi. En esa encíclica advertía sobre los “fabricantes de errores”, que atacan a la Iglesia “en su propio seno”. La aspiración clave de aquellos originarios modernistas fue también acomodar los dogmas de la fe a los modos laicos de pensamiento” (25).

    Tenía razón Pablo VI al negar que el Concilio autorizara semejante tratamiento de la enseñanza tradicional, pero los documentos conciliares dejaron abierto el camino para ello; se quejaba de que el diablo hubiera encontrado una abertura que le permitió entrar en la Iglesia para arruinar los frutos que hubieran debido surgir del Vaticano II. Pero fue el Concilio mismo el que abrió la brecha en el bastión de la Ciudad de Dios, a través de la cual el “misterioso enemigo del hombre” se abrió camino hasta el “seno mismo” de la Iglesia para iniciar el proceso de descomposición que, como señalara Louis Bouyer, está acelerándose.

    Hay muchos católicos sinceros que, como el Papa, creen que la paradoja de los hechos actuales, opuestos a los deseados frutos del Concilio, puede resolverse haciendo una distinción entre el así llamado “espíritu del Vaticano II” y los documentos conciliares mismos. Aseguran que la adhesión a dichos documentos hubiera producido una renovación sin precedentes… Pero se debe recalcar una vez más que un árbol bueno no puede producir frutos malos. No hubo ningún “espíritu” de Trento ni del Vaticano I que trabajara en sentido contrario a las intenciones expresas de esos concilios, porque sus documentos no admitían tal interpretación.
    (Nadie ha sido capaz de usar la encíclica Mysterium Fidei de Pablo VI, su encíclica sobre la Eucaristía, ni su Credo del Pueblo de Dios como instrumentos para socavar la enseñanza tradicional, porque esos documentos no admiten ninguna interpretación que no sea la ortodoxa.)

    El profesor Van der Ploeg, O.P., distinguido erudito bíblico holandés declaraba:
    El ascenso del neo-modernismo se vincula históricamente con el Segundo Concilio Vaticano (26).
    Y según Monseñor Rudolph Graber, obispo de Ratisbona:
    Dado que el Concilio apuntaba en principio a una orientación pastoral y, por tanto, se abstuvo de hacer declaraciones dogmáticas o de denunciar, tal como habían hecho Concilios anteriores, errores o falsas doctrinas mediante claros anatemas, muchas cuestiones asumieron entonces una ambivalencia opalescente que suministra cierta justificación a los que hablan del “espíritu del Concilio” (27).
    Este mismo punto de vista fue expresado con más energía por Monseñor Lefevbre, elegido por Juan XXIII como miembro de la Comisión Central Preparatoria del Concilio y uno de los más incansables defensores de la ortodoxia durante el Concilio mismo:
    “Este Concilio no es como otros, y por eso tenemos derecho a juzgarlo con prudencia y reserva. No tenemos derecho a decir que la crisis que estamos soportando no tiene nada que ver con el Concilio, que sólo es una mala interpretación del Concilio” (28).

    El propio Pablo VI admitió que el Vaticano II era un Concilio diferente, cuando dijo en su Audiencia General de 6 de agosto de 1975: “…distinto de otros Concilios, éste no fue directamente dogmático, sino doctrinal y pastoral”.

    En este momento la Iglesia pasa la que debe de ser la peor de sus crisis desde la herejía arriana. Es difícil que quede algún aspecto del dogma, la moral o la práctica tradicional católica que no haya sido cuestionado, ridiculizado o contradicho “dentro del seno de la Iglesia”. La Liturgia, sobre todo, ha sido reducida a un estado que fluctúa entre la trivialidad, la profanación y el sacrilegio.
    La pregunta por contestar es si éstos son los frutos que la mayoría de los Padres intentaron o al menos esperaron que fueran; pero que fueron resultado directo del Concilio.
    ¿Hay, en efecto, una relación causal entre el Vaticano II y el así llamado “espíritu del Vaticano II”, como afirmaban monseñor Lefevbre, el obispo Graber y el padre Van der Ploeg?
    Para demostrar que “el ascenso del neo-modernismo se vincula históricamente” con el Concilio y que los documentos mismos contienen esa “opalescente ambivalencia” que justifica a los que hablan del ‘espíritu’ del Concilio”, es necesario estudiar no sólo los documentos mismos, sino también la manera en que fueron redactados.
    Dicho análisis revelará que fue el Concilio mismo de Juan XXIII el que, como dijo el Cardenal Heenan, “brindó una excusa para rechazar tanto de la doctrina católica que él (Juan XXIII) aceptaba íntegramente”.

    Aunque quizás por la misericordia de Dios, Juan XXIII no vivió para ver el alcance total de la devastación en la viña del Señor, iniciada por su Concilio, es indudable de que antes de morir había perdido muchas de sus ilusiones, entre la primera y la segunda sesión (años 1962-63).
    El Cardenal Heenan aclaró esto en el segundo tomo de su autobiografía: explicaba que posiblemente Juan XXIII no pudo prever los resultados de su decisión de convocar un Concilio y que no apreció totalmente la significación de los sucesos que él estaba poniendo en movimiento (29).

    8- Juan XXIII no pretendía sino un Sínodo de Roma magnificado.

    Según el cardenal Heenan, la mayoría de los Padres Conciliares compartían la ilusión del Papa de que “se habían reunido como hermanos en Cristo para un breve y agradable encuentro” (30). El Papa habría “imaginado al Concilio como un Sínodo de Roma glorificado, que daría a los obispos la oportunidad de reunirse en el hogar del padre común. Juan XXIII habría previsto el Concilio como una especie de “safari episcopal” (31).
    No obstante, el cardenal Heenan explicaba que ya antes de finalizar la primera sesión, “el Papa debería haber considerado su Concilio más bien como un asedio” (32).

    Cuando Pablo VI dirigió su discurso anual a los predicadores cuaresmales de Roma, en marzo de 1976, se acercó más que nunca a admitir que era en realidad el Concilio el que había iniciado el proceso de devastación de la viña del Señor (33). Cifraba el papa el origen de dos tentaciones que están destrozando la Iglesia de hoy en día, una que llevaba al protestantismo y la otra al marxismo.

    Los males que aparecen a viva luz en la Iglesia posconciliar existían ya bajo la superficie de la Iglesia preconciliar. Las tentaciones del protestantismo y del marxismo a que aludía Pablo VI, junto también con la del modernismo, yacían en el subconsciente de muchos católicos, especialmente en los países que bordean el Rin, …en otros casos ya habían salido del subconsciente y sólo esperaban una oportunidad…, y el Concilio creó las condiciones que permitieron que esas tendencias surgieran a la superficie; que fueran proclamadas con arrogancia; y codificadas como una nueva ortodoxia.

    (Extraído de “El Concilio del papa Juan”, de Michael Davies, Ed. Iction, Buenos Aires, 1981). Título original: “Pope John’s Council” 1977)
    Última edición por Gothico; 20/07/2007 a las 18:03

  2. #2
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    Re: El concilio del papa Juan

    Indudablemente, el Concilio Vaticano II fue una imprudencia tremenda que tuvo consecuencias catastróficas. Está clarísimo que el fruto no pudo haber sido peor. "Por sus frutos los conoceréis." Desde luego que no fue una inspiración de Dios. No dudo de la sinceridad de las intenciones de Juan XXIII, que era un pedazo de pan, "el Papa bueno" le decían. Pero claro, tenía una personalidad muy afable, muy agradable, quizá en exceso, y por eso --con todo respeto-- fue un blandengue y le faltó personalidad, y tal vez más formación y discernimiento para observar el rumbo que iba tomando el Concilio. Al convocarlo destapó la caja de los truenos y quedó el desastre. Pero yo no pierdo la esperanza de que la Iglesia vuelva a ser lo que fue, aunque tome tiempo. "Non prevalebunt". Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. La Iglesia está herida, y grave, pero no de muerte.
    Smetana dio el Víctor.

  3. #3
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    Re: El Concilio del papa Juan

    II – LA IGLESIA ANTES DEL CONCILIO

    1- El Papa Juan rinde tributo a la vibrante vitalidad de la Iglesia preconciliar. 2- Esto se manifestaba no simplemente en la predicación del Evangelio sino en un interés sin precedentes por las necesidades materiales de toda la Humanidad. 3- Las debilidades de la Iglesia preconciliar eran normalmente exageraciones de aspectos válidos de la Fe. Dichas debilidades analizadas por Dietrich von Hildebrand. 4- La Doctrina social católica ampliamente ignorada antes del Concilio. 5- Considerable espacio para la renovación litúrgica según las líneas sostenidas por el Movimiento Litúrgico de aprobación papal. 6- Una quintacolumna modernista existía dentro de la Iglesia preconciliar. El Concilio creó el clima para que ésta emergiera. 7- Los documentos conciliares no pueden ser absueltos de toda responsabilidad por la presente crisis.-

    1- El Papa Juan rinde tributo a la vibrante vitalidad de la Iglesia preconciliar

    Aquellos católicos con edad suficiente para recordar la Iglesia preconciliar estarán de acuerdo con los comentarios de cierto Padre durante el debate sobre colegialidad, que recalcaba que “la Iglesia (preconciliar), a pesar de las calamidades que azotan al mundo, experimenta un momento glorioso si se consideran la vida cristiana del clero y de la feligresía, la propagación de la fe y la saludable influencia que posee la Iglesia en el mundo actual” (1).

    El mismo Juan XXIII no creía ciertamente que la Iglesia preconciliar atravesara ningún tipo de declinación cuando convocó el Concilio. Más aun, cuando promulgó su constitución apostólica Humanae Salutis (1961) convocando al Vaticano II, puso énfasis en exaltar la vitalidad de aquella Iglesia tal como existía. De Ella dijo que:
    …ha seguido paso a paso la evolución de los pueblos, el progreso científico y la evolución social. Se ha opuesto tenazmente a las ideologías materialistas que niegan la fe. Ha visto surgir y crecer las enormes energías del apostolado de la oración y de la acción en todos los campos… (2).
    En esa misma constitución apostólica, Juan XXIII resaltaba el contraste entre “un mundo que revela un grave estado de pobreza espiritual y la Iglesia de Cristo, que aún vibra con tanta vitalidad”.

    …Así pues, una Iglesia vibrante de vitalidad en 1961, de acuerdo con Juan XXIII, ¡¡pero en 1968, según Pablo VI, una Iglesia en proceso de autodestrucción!!
    ¿Quién pudo haber esperado que una debacle de tales proporciones sucediera en tan corto lapso?
    ¡¡Comparados con esto, las herejías arriana y protestante no siguieron sino procesos graduales!!
    Como lo afirmaba Pablo VI, la respuesta sólo puede hallarse en la entrada en la Iglesia del enemigo del hombre, entrada que el príncipe de este mundo hizo a través de la ventana abierta al mundo por Juan XXIII.
    El cardenal Felici, secretario general del Concilio, señalaba: “Estoy seguro de que cuando pronuncié en el Concilio las palabras rituales Exeant omnes (salgan todos), que todos recuerdan, el que no obedeció fue el demonio… (3).

    2- Esto se manifestaba no simplemente en la predicación del Evangelio sino en un interés sin precedentes por las necesidades materiales de toda la Humanidad

    Es moda entre los católicos liberales desacreditar a la Iglesia preconciliar como preocupada nada más que de la piedad individual e indiferente ante la injusticia y el sufrimiento del mundo.
    He ahí una deformación monstruosa de la verdad.
    Nunca en la historia se demostró tanta preocupación por las necesidades materiales de la humanidad como la manifestada por la Iglesia Católica a lo largo de todo el siglo XX. Por todo el mundo generosos sacerdotes, religiosos y laicos católicos habían fundado innumerables escuelas, hospitales, orfanatos, asilos…
    Ahora bien; en la Iglesia preconciliar nunca hubo confusión acerca de que el principal deber de la Iglesia era proclamar el Reino de Dios, y con ello todo lo demás venía por añadidura.
    Y es indudable de que los servicios prestados a las necesidades materiales de los hombres, aunque resultaban ciertamente incalculables, quedaban reducidos a nada frente al solaz espiritual brindado por la Iglesia a cientos de millones de personas de toda raza y nación: la belleza y el consuelo de su antigua liturgia, la gracia de sus sacramentos, la inspiración de su doctrina…

    3- Las debilidades de la Iglesia preconciliar eran normalmente exageraciones de aspectos válidos de la Fe. Dichas debilidades analizadas por Dietrich von Hildebrand

    Aquella Iglesia sobre todo se ocupaba de la Verdad, que es Cristo, y de su Evangelio. Pero sería falso describir a la Iglesia preconciliar como exenta de toda mácula.
    Dietrich von Hildebrand (+1977), el mayor teólogo laico de habla inglesa escribía, en 1965, Trojan Horse in the City of God (“El caballo de Troya en la Ciudad de Dios”), libro que fue la primera crítica detallada en idioma inglés de la enfermedad que había infectado a la Iglesia tras el Concilio.
    Analizando Von Hildebrand las deficiencias de la Iglesia preconciliar, destacaba que dichas deficiencias involucraban algún aspecto válido de la fe, sólo que exagerado, al punto de que se iba haciendo necesario un nuevo replanteamiento más equilibrado:
    Hubo ciertamente abusos de autoridad en los seminarios y órdenes religiosas que condujeron a una despersonalización de la vida religiosa… Al hacer de la obediencia formal la virtud más importante, al desdibujar la diferencia esencial entre virtudes morales y mera rectitud disciplinaria, poniendo énfasis en cosas que a causa de la parvitas materiae resultaban triviales, los que ejercían la autoridad produjeron un estado de cosas en el cual se amortiguaba el sentido de la jerarquía de los valores.

    Explicaba von Hildebrand que sólo se abusa de aquello que tiene valor, pero que en ningún caso se puede corregir un abuso suprimiendo lo valioso de lo que se abusa:
    El católico progresista ha hecho que la correccción sea peor que el abuso al “desechar la autoridad sagrada y la santa obediencia” (4).

    El alcance de este depreciado concepto de obediencia antes del Concilio se refleja en la falta casi total de resistencia por parte de sacerdotes y religiosos a la revolución que se le impuso a la Iglesia en nombre del Vaticano II.
    Los que iniciaron la revolución tuvieron bien en cuenta el hecho de que si podían imponer sus innovaciones como órdenes superiores, encontrarían muy poca oposición práctica en sacerdotes y religiosos y eso virtualmente equivalía a ninguna oposición.
    Lo cual explica de por sí otro defecto de la Iglesia preconciliar: el total predominio clerical. La actitud prevalente era que el papel del laicado era seguir todos los rumbos que le marcaba el clero, y con cierta frecuencia en la historia de la Iglesia el rumbo marcado por el clero, el alto clero en especial, ha llevado a la herejía y la apostasía (piénsese en la herejía luterana).

    Sólo ahora resulta evidente que muy pocos laicos advirtieron que cada católico tiene derecho, por el bautismo y la confirmación, a defender su fe y que esa defensa de la fe no consiste en comportarse sencillamente como un autómata programado para cumplir toda orden clerical. Lo mismo reza para los sacerdotes y religiosos sin galones, con relación a sus superiores.
    Monseñor Lefevbre observaba que:
    …el golpe maestro de Satanás es haber arrojado a todos a la desobediencia por obediencia. Ejemplo típico de esto es el aggiornamento de las órdenes religiosas. Por (falsa) obediencia se ha hecho que los religiosos desobedezcan las leyes y constituciones mismas de sus fundadores, que juraron observar cuando tomaron sus votos.
    Esa es la causa de la profunda confusión que se ha difundido en estas comunidades y en el corazón de la Iglesia.
    En un caso así hay que negarse categóricamente a obedecer. Ni siquiera la autoridad legítima puede exigir la ejecución de actos deshonrosos o malos. Nadie puede obligarnos a convertirnos en protestantes o modernistas.
    Las consecuencias de esta ceguera son evidentes y trágicas (5).

    La actitud prevalente entre muchos miembros del clero suele ser la de aceptar una creencia o práctica concreta, no porque tenga una verdad o valor permanente, sino porque resulta ser la conducta corriente. Y así sucede que el mismo clero que hubiera denunciado (con todo derecho) a cualquier laico que asistiera a ceremonias protestantes antes del Vaticano II, tras dicho Concilio denunciaría a cualquier laico que sugiriera que la fe se puede ver comprometida por la asistencia a tales ceremonias.
    (La participación en ceremonias protestantes, aunque es asunto de disciplina, involucra ciertamente principios doctrinales vitales).

    De ese modo, un tema que afecta nada menos que a la verdadera naturaleza de la Iglesia fundada por Jesucristo queda reducido en sí a algo neutral: nada llega a importar tanto como las órdenes habituales emitidas por quien ocupe un grado superior en la escala jerárquica.
    Y lo paradójico es que tal cosa sucede sólo en sacerdotes y laicos devotos y escrupulosos; ¡¡porque los católicos liberales, fieles a la esencia del liberalismo, no tienen el menor escrúpulo en hacer lo que les parezca mejor en cada caso!!

    4- La Doctrina social católica ampliamente ignorada antes del Concilio

    Otra esfera en la que había gran posibilidad de mejoramiento era en la aplicación de la doctrina social católica en el orden temporal, principalmente en la responsabilidad de un laicado informado; en realidad, éste ignoraba totalmente el hecho de que la Iglesia tenía una doctrina social y no se enteraba de que ser católico implica responsabilidades graves respecto a sus obligaciones de orden temporal.
    Se pensaba muy poco en el bien común, muy poco en la justicia, en los arreglos sobre la economía nacional. Ello indicaba un gran fracaso en cuanto a enseñar a los católicos sus obligaciones de orden temporal.
    El hecho de que tantos católicos preocupados por realizar la justicia social, y movidos por un idealismo sincero, se imaginaran que el único camino por el que podían alcanzarla era vinculándose o cooperando con algún tipo de marxismo puede atribuirse al abandono preconciliar de las doctrinas sociales católicas.

    5- Considerable espacio para la renovación litúrgica según las líneas sostenidas por el Movimiento Litúrgico de aprobación papal

    Había también clara necesidad de una vasta renovación litúrgica antes del Concilio, pero una renovación sobre aquellas líneas invocadas por el Movimiento Litúrgico y aprobadas por Papas como san Pío X y Pío XII, porque la pseudo-renovación que siguió el Vaticano II no tiene nada en común con aquel auténtico espíritu del Movimiento Litúrgico aprobado por los Papas, como opina el Padre Louis Bouyer, uno de sus principales defensores (6).
    La verdadera renovación litúrgica no hubiera implicado el descarte de la liturgia tradicional para ser reemplazada por una incesante evolución de engañifas de inspiración “ecuménica”; la auténtica renovación hubiera implicado el uso de la liturgia entonces existente hasta su más completo potencial, y ese potencial resultaba inmenso.
    Por ejemplo, en Mesnil-Saint Loup (Francia), entre 1849 y 1903, el santo Padre Emmanuel transformó su parroquia en lo que verdaderamente podría describirse como una comunidad religiosa, llevando a sus feligreses a conocer, amar y desempeñar su debido papel en la liturgia, en especial por el uso del canto gregoriano. Si los campesinos feligreses del P. Emmanuel pudieron cantar las vísperas en latín todas las tardes, fácilmente y con alegría, entonces cualquier parroquia pudo haber hecho lo mismo. Si esas parroquias hubieran sido la regla y no la excepción, entonces la historia de la Iglesia habría sido diferente.

    Lo aquí escrito en relación con la renovación litúrgica no se contradice con la referencia a la belleza y dignidad de la liturgia preconciliar.
    Debe admitirse que la vida litúrgica de la mayoría de fieles se limitaba a la concurrencia a una sola misa rezada por semana; pero, consideradas las infinitas riquezas que ofrecía el tesoro litúrgico de la Iglesia, resulta claro que ese estado de cosas daba margen a una gran dosis de perfeccionamiento.

    6-Una quintacolumna modernista existía dentro de la Iglesia preconciliar. El Concilio creó el clima para que ésta emergiera.

    Por último, al considerar el estado de la Iglesia antes del Concilio, debe mencionarse la quintacolumna modernista, los “perniciosos adversarios” condenados por San Pío X en la encíclica Pascendi, los hombres infiltrados “en el seno mismo de la Iglesia, determinados a destruir su energía vital y a subvertir totalmente el mismo Reino de Cristo”. Adversarios cuyo avance san Pío X y sus sucesores habían podido detener pero no eliminar del Cuerpo Místico; dentro del cual acechaban como virus malignos, a la espera de las condiciones apropiadas que les permitieran proliferar e infectar el organismo íntegro.
    El Concilio creó el clima que permitió a esas fuerzas lanzar el ataque que ha llegó a destruir la “energía vital” de la Iglesia.

    7- Los documentos conciliares no pueden ser absueltos de toda responsabilidad por la presente crisis

    Von Hildebrand, en “El caballo de Troya en la ciudad de Dios”, hacía una distinción entre los documentos del Concilio y el así llamado “espíritu del Vaticano II”. Elogiaba mucho al Concilio en sí, sus objetivos y sus documentos. Como su libro fue escrito en 1965, apenas puede sorprender tal actitud.

    En mi propio caso, la comprensión de que no sólo el Concilio mismo como evento, sino incluso sus documentos oficiales no pueden ser absueltos por el deplorable estado actual de la Iglesia, no me vino hasta 1972, cuando leí las radicalísimas críticas del abbé de Nantes a los textos conciliares.
    Hasta entonces pensaba, como Von Hildebrand, que los documentos conciliares no merecían reproche y que el caos producido era resultado de que se los hubiera ignorado.
    Para confirmarme en que las críticas del abbé de Nantes eran injustificadas comencé a estudiar los documentos con mayor detenimiento. Aun a gran distancia de aceptar todos sus argumentos – y la tesis de esta obra es la moderación misma en comparación con su crítica-, el abbé de Nantes dejó en claro que tales documentos distan mucho de ser la irreprochable reafirmación de la verdad católica que todos pensábamos que eran.

    Confirmé esta opinión cuando tuve la suerte de conseguir un ejemplar de The Rhine Flows into the Tiber (“El Rin desemboca en el Tíber”, Trad. española, Ed. Criterio, 1999) escrito por el padre Wiltgen.
    Cuando leí dicho libro en 1973 y descubrí el trasfondo de la redacción de los textos conciliares empecé a distinguir una clara estructura en lenta y definida progresión desde las circunstancias en que se redactaron hasta los documentos en sí y los sucesos que siguieron al Concilio.

    (Extraído de “El Concilio del papa Juan” de Michael Davies, Ed. Iction, Buenos Aires, 1981). Título original: “Pope John’s Council” 1977)
    Última edición por Gothico; 15/06/2007 a las 20:38

  4. #4
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    Re: El concilio del papa Juan

    De acuerdo en que la Iglesia, en su afán evangelizador, se ha dejado catequizar por sus enemigos.

    Pero confío en que se producirá un efecto pendular. Se ha pasado de la seca a la meca, pero hay varias razones para la esperanza, en medio de un paisaje desolador. Respecto al Concilio Vaticano II, ha habido una mala labor catequética que ha hecho que no sea entendido. Algunos han pensando que se trata de relajar las costumbres y los ritos, de aligerar el cristianismo, de adaptarlo a la sociedad contemporánea. Han sido errores internos de la Iglesia.

    Pero una cosa no es mala porque sea mal entendida. El Concilio abre puertas a una vivencia más sentida y consciente de los sacramentos, por ejemplo. Lo malo ha sido que muchos curas se han dedicado a experimentar de cualquier manera, demostrando poco amor a la liturgia y convirtiéndola en una acontecimiento donde Jesucristo pierde importancia en favor de ciertos valores humanos (cuando de verdad lo son, porque a veces se promueven auténticos disparates).

    Bueno, esto puede ser muy largo. De momento, corto. Saludos.
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  5. #5
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    Re: El concilio del papa Juan

    III – GOLPE DE MANO DEL 'GRUPO DEL RIN'

    1-La mayoría de los obispos no estaba preparada para el Concilio. Pocos comprendieron claramente su papel. 2- Un grupo de obispos de mentalidad liberal de los países del Rin fueron al Concilio con un plan definido para reformar la Iglesia de acuerdo con sus propias ideas. 3- Los “expertos” (periti) conciliares tuvieron mayor influencia que los obispos. 4- El grupo del Rin desbarata el procedimiento de elección establecido e inicia una campaña para asegurar la elección de sus propios candidatos para las influyentes comisiones conciliares. 5- La elección es un triunfo para el grupo del Rin, que rápidamente se extiende cuando su éxito inicia un movimiento de adhesión.

    1- La mayoría de los obispos no estaba preparada para el Concilio. Pocos comprendieron claramente su papel...

    Muchos de los Padres Conciliares, quizás la mayoría de ellos, llegaron a Roma para la primera sesión del Vaticano II sin ninguna idea clara sobre por qué estaban allí y sin ningún plan definido de lo que tratarían de realizar.
    Escribía sobre ello el cardenal Heenan:
    Mirando hacia atrás es fácil ver qué poca preparación psicológica tenían los obispos para lo que sucedió durante la primera sesión. La mayoría de nosotros llegamos a Roma en octubre de 1962 sin tener noticia de la tendencia antiitaliana de muchos obispos europeos...
    La gran mayoría compartía la ilusión de Juan XXIII de que los obispos del mundo se habían reunido como hermanos en Cristo para un encuentro breve y amable (1).

    El obispo irlandés Lucey escribía que “algunas jerarquías llegaron al Concilio sabiendo lo que querían y habiendo preparado el camino para conseguirlo, y otras vinieron a tientas” (2).

    2- Un grupo de obispos de mentalidad liberal de los países del Rin fueron al Concilio con un plan definido para reformar la Iglesia de acuerdo con sus propias ideas...

    Sobresalían entre las que “sabían lo que querían” las jerarquías germana, holandesa y francesa. Incluso se había anunciado, ya antes del Concilio, que en esos países había presión a favor de una modernización de la Iglesia. Allí, algunos grupos agitaban abiertamente a favor de la reorganización o incluso abolición de la Curia Romana; otros querían cambios en las leyes referentes al matrimonio, educación, misa, sacramentos, ceremonias litúrgicas, hábito clerical, etc. (3)

    La medida en que esos objetivos se han logrado es el hecho más evidente de la vida en la Iglesia posconciliar. De hecho, la facilidad con que se consiguió la victoria total sorprendió inclusive a los progresistas mismos.
    “Habían venido a la primera sesión del Concilio con la esperanza de ganar algunas concesiones. Retornaron conscientes de que habían obtenido una victoria completa. Y estaban seguros de que aún seguirían innumerables victorias más” (4).
    Al finalizar la primera sesión el perito suizo Hans Küng “proclamaba con júbilo que lo que fuera el sueño de un grupo de vanguardia en la Iglesia había proliferado e impregnado toda la atmósfera de la Iglesia, gracias al Concilio” (5).

    Uno de los objetivos clave de esa “vanguardia” era el de reemplazar el verdadero concepto de ecumenismo católico, expresado por Pío XI en Mortalium Animos por una política de unidad a cualquier precio.
    En la época de comienzo del Concilio la atmósfera de desastre católico en Alemania quedaba ya reflejada en una carta publicada por el Padre F. J. Ripley, en la que avisaba de la tendencia existente en Alemania de presentar el Dogma católico en términos que siempre se habían asociado con el protestantismo:
    A muchos extranjeros les había chocado esa nueva corriente. Por ello, a la pregunta de cómo fomentaba un párroco las visitas al Santísimo Sacramento entre sus fieles, dado que lo había relegado del altar principal a una oscura capilla lateral, contestaba éste: “Sencillamente no lo hago”.
    Quienes hablaron conmigo tras haber visitado Alemania han quedado escandalizados ante lo que han presenciado allí. Como dijo otro sacerdote: “Hablan sólo de barrer los aditamentos inútiles de la liturgia, pero en realidad atacan los desarrollos absolutamente legítimos que han ayudado tanto a la piedad de los fieles. Pío XII ya nos previno contra esto en la Mediator Dei.
    Otro visitante, sacerdote norteamericano, comentaba: “Han declarado en Alemania guerra total a la Tradición; y no solo lo limitan a la liturgia. Algunos incluso hablan de la “trágica” definición dogmática de la Asunción como golpe mortal para el movimiento ecuménico; otros quieren que se abandone la referencia a la Tradición como fuente de la revelación; y, junto con eso, el premeditado rechazo a hacer conversiones individuales, con la excusa de que eso impediría el avance hacia la “unidad” ecuménica (6).
    Esta carta fue publicada en 1962 y escrita sin el beneficio de un balance retrospectivo.

    No es necesario destacar hasta donde se ha extendido en la Iglesia la situación que el Padre Ripley describía como existente en Alemania en 1962, ya que algunas prácticas que él criticaba entonces como aberraciones se nos recomiendan hoy, tras el Concilio, por el propio Vaticano: así, la Instrucción General de la Nueva Misa recomienda enérgicamente que: “el Santísimo Sacramento sea conservado en una capilla especial separada de la nave, adecuada para la oración particular” (7).

    El cardenal Heenan explicaba lo desprevenidos que estaban los obispos británicos y norteamericanos sobre el grado de infección de muchos de sus colegas europeos:
    No estábamos preparados para el descubrimiento de que muchos clérigos holandeses habían convertido el ecumenismo casi en una religión, a sacrificar y traficar con cualquier Dogma en nombre de la unidad externa. El resto de la Iglesia estaba ajeno al enorme cambio religioso en Holanda tras la segunda guerra mundial.
    Los obispos norteamericanos estaban aun menos preparados que los británicos; no participaron durante la primera sesión, que en gran parte resultó una batalla de ensayo entre las ideas teológicas antiguas y las nuevas” (8).

    Una batalla, sí… Pronto se vería que el cardenal Heenan había elegido bien una metáfora bélica, porque lo que tuvo lugar fue una batalla… una profunda sensación de que no se trataba sólo de un choque de opiniones, sino de sistema y hasta de moral (10).
    La táctica que usaron los obispos alemanes y sus aliados podía describirse como de destrucción y desmoralización del adversario utilizando los métodos de los grupos de presión en las campañas políticas. Esas tácticas, por supuesto, ya habían sido usadas en concilios anteriores, aunque en muchísima menor escala.
    Pero no se trata de impugnar a priori los motivos de los obispos intervinientes, quienes habían juzgado que la Iglesia atravesaba un periodo crucial de su historia, y debemos presumir que, al menos a la mayoría, les movía la convicción sincera de que su actitud constituía lo mejor para la Iglesia.

    3- Los “expertos” (periti) conciliares tuvieron mayor influencia que los obispos…

    Por otra parte, los propulsores del neomodernismo (al que vimos criticar a Pablo VI) se hallaban mayoritariamente entre los periti (“los expertos”) del Concilio, y no entre los propios obispos. Los documentos conciliares no fueron tanto obra de los obispos que los votaron, como de los “expertos” que los redactaron; aunque muchos de aquellos obispos se contentaron con obrar tan sólo como sus meros portavoces.
    Lo escandaloso es que algunos de esos “expertos” habían sido sospechosos de heterodoxia bajo el reinado de Pío XII, habiendo denunciado éste en su encíclica Humani Generis la creciente amenaza y fuerza de la quintacolumna neomodernista dentro de la Iglesia de entonces.
    Peritos o “expertos” que se volvieron famosos tras el Concilio por su oposición a las enseñanzas católicas sobre puntos de fe y moral, como el caso de Charles Davis (que apostató formalmente), Hans Küng, Gregory Baum, Edward Schillebeeckx, Bernard Häring y René Laurentin.

    Otro factor importante residía en que probablemente la mayoría de los Padres conciliares que apoyaron a los obispos alemanes lo hizo, simplemente, porque parecía elegante hacerlo, porque todos parecían seguir esa línea. Si una tendencia comienza a triunfar, se necesita mucha fuerza de carácter para no unirse a ella.
    De todos modos, sería poco realista no reconocer que debió haber muchos Padres conciliares plenamente conscientes del rumbo que tomaría la Iglesia con la actitud que ellos apoyaban, y que estaban contentos de cooperar con los “expertos” porque compartían su perspectiva teológica.

    4- El grupo del Rin desbarata el procedimiento de elección establecido e inicia una campaña para asegurar la elección de sus propios candidatos para las influyentes comisiones conciliares…

    Las sesiones de trabajo del Concilio se llamaron Congregaciones Generales. La primera Congregación General se celebró el 13 de octubre de 1962. Monseñor Lefevbre escribía:
    El Concilio estuvo sitiado desde el primer día por las fuerzas progresistas. Lo sentíamos, lo palpábamos, y cuando digo “nosostros” me refiero a la mayoría de los padres conciliares en ese momento. Estábamos convencidos de que algo irregular estaba sucediendo en el Concilio (12).
    Y el cardenal Heenan:
    Apenas hubo empezado la primera Congregación General cuando ya los obispos centroeuropeos entraron en acción (13).

    El objetivo de los obispos centroeuropeos era lograr el control de las diez comisiones conciliares, cosa que, de suceder, significaba el virtual control por ellos del Concilio mismo.
    Tras la Misa con la que se inauguró la Primera Congregación General, cada Padre recibió tres folletos: el primero contenía una lista de los padres candidatos para las elecciones de las 10 comisiones; el segundo era una lista de padres que habían tomado parte en las reuniones preparatorias previas; el tercero contenía 10 páginas (una para cada comisión) con 16 lugares en blanco en cada página para que cada padre completara los nombres de los candidatos para los 16 cargos elegibles de cada comisión.
    Las comisiones constarían de 24 miembros en total, 8 de los cuales nombrados por el papa.

    Pero los obispos alemanes advirtieron que si los Padres votaban sobre esa base de una sola lista general que contuviera los nombres de los candidatos elegibles, sería difícil que su tendencia pudiera controlar las comisiones.
    Decidieron que les iría mejor si cada jerarquía nacional adelantaba una lista de candidatos de sus propias filas para cada comisión. Pues eso significaría que, más que votar a un candidato por sus méritos individuales, se pasaría a votar en base a ser el candidato miembro de una jerarquía nacional o de un grupo de jerarquías.
    Y es que, según ese plan, los alemanes se veían en ciernes de formar el grupo más numeroso y, por tanto, de asegurarse la elección de una gran cantidad de candidatos (no necesariamente de habla germana) que simpatizaban con sus actitudes.
    Dicho plan se había adoptado en Alemania, previamente al Concilio, donde también se había decidido utilizar a un Padre no alemán para presentar las propuestas: así, el cardenal Lienart, presidente de la Conferencia episcopal francesa, estaba de acuerdo para desempeñar ese papel.

    Cardenal Heenan:
    (Tras la distribución de los tres folletos, y de acuerdo con la conjura…) el cardenal Lienart, obispo de Lille, se levantó para hacer un discurso de protesta; dijo que “sería absurdo votar de inmediato para elegir los miembros de las comisiones”, porque “todavía los padres no se conocían entre sí”; que “sería más prudente y justo dar tiempo a que los obispos intercambiaran opiniones y analizaran los méritos de los candidatos propuestos”; que “si se votaba de inmediato, los obispos estarían votando por nombres desconocidos para ellos, porque sus cualidades eran desconocidas fuera de su país de origen”…
    El cardenal Lienart propuso que las distintas jerarquías nacionales consideraran qué candidatos valiosos podían ofrecer y luego pasaran a las otras jerarquías los nombres de los candidatos preferidos.
    Tan pronto como el cardenal Lienart se hubo sentado, su colega alemán, el cardenal Frings, arzobispo de Colonia, se levantó para apoyar la propuesta.
    Esto provocó un aplauso sostenido de los Padres que, evidentemente suponían que el Concilio así decidía lo mejor.
    Como la reacción de los obispos fue inequívoca, se creyó superfluo poner a votación la moción del cardenal Lienart.
    La primera sesión del Concilio se suspendió tras quince minutos exactos (14).

    Ciertamente, ¡tácticas de “guerra-relámpago” (Blitzkrieg)!

    Las metáforas militares se vieron justificadas ampliamente por el comentario eufórico de un obispo holandés, que gritó a un amigo al salir de San Pedro: “Ya tenemos la primera victoria” (18).
    Y es que el espíritu con que habían concurrido los obispos liberales al Concilio era evidente: una mentalidad partidista, la actitud del “nosotros contra ellos” era manifiesta.
    Comentarios semejantes hicieron otros obispos liberales al salir de San Pedro tras otra “victoria”, y fueron recogidos con gran entusiasmo por la prensa liberal:
    “Han caído las máscaras”; “el compañero jefe (cardenal Bea) los tiene en la mano, y yo también” (19).

    5- La elección es un triunfo para el grupo del Rin, que rápidamente se extiende cuando su éxito inicia un movimiento de adhesión…

    Así pues, los obispos alemanes preparaban el terreno para la victoria, al haber persuadido al Concilio de que aceptara sus propuestas de elección de miembros para las comisiones.
    Pero para conseguir la victoria era necesario que los candidatos alemanes fueran elegidos. Para seguir con la analogía militar, los Stukas ya habían hecho su parte. Era el turno de que avanzaran los Panzers.

    Entonces empezó el tan conocido proceso de intrigas.
    El mismo día 13 de octubre de 1962 registraba el Cardenal Heenan en su diario que:
    recibió la visita de un obispo belga, que llegó como emisario de los obispos alemanes, y le dio algunos nombres que los obispos alemanes, holandeses y belgas pensaban respaldar; y le explicaba que “se estaba confeccionando una lista final en la Casa alemana en Roma, presidida por el cardenal Frings (21).

    Monseñor Lefevbre constataba la estupefacción de los Padres cuando al día siguiente, 14 de octubre, recibieron una nueva lista impresa de candidatos a quienes la mayoría de padres conciliares no conocía ni de oídas (pero a quienes muchos de ellos votarían posteriormente):
    Los que prepararon aquellas nuevas listas conocían muy bien a los candidatos que proponían; resulta obvio decir que todos ellos tenían la misma tendencia (22).

    Cardenal Heenan:
    Resultaba imposible conocer algo sobre los 16 (nuevos) obispos propuestos para cada una de las 10 comisiones. Por ello, no pudo evitarse que se acabara votando a candidatos casi desconocidos (23).

    Las maniobras que precedieron la ofensiva liberal a las diez comisiones se han documentado con detalle en la obra “El Rin desemboca en el Tiber” (Trad. esp. Ed. Criterio, 1999), el autorizado estudio del padre Wiltgen (24).
    Explicaba el Padre Wiltgen cómo el grupo del Rin pronto abarcó a los obispos de Alemania, Suiza, Holanda, Bélgica y Francia.
    Asímismo, cómo se puso a disposición del grupo del Rin la lista de obispos del África negra francesa e inglesa, asegurándole así muchos más votos.
    Asímismo, obispos liberales de otros países fueron comprometidos como candidatos o partidarios.

    En total, la representación del grupo del Rin obtuvo, de un total de 109 candidatos que propuso, con un éxito que excedió todo lo esperado, nada menos que 79 candidatos electos.
    Además, cuando Juan XXIII nombró sus propios candidatos (para alcanzar el número de 24 en cada comisión) incluyó entre ellos a 8 candidatos más del grupo liberal del Rin.
    Así, 8 de cada 10 candidatos propuestos por la “Alianza europea” (como se llamó al grupo del Rin) obtuvieron un lugar entre las 10 comisiones. (En la comisión litúrgica obtuvo nada menos que 12 de los 16 cargos).
    Esto se sintetizó en una mayoría de 14 a 11 tras los nombramientos papales.

    Por ello, escribía Wiltgen:
    Tras esa elección resultó facíl prever qué grupo estaba suficientemente organizado para obtener el dominio en el Vaticano II: El Rin había comenzado a desembocar en el Tiber (25).

    Este éxito se había obtenido gracias a que, a diferencia de otras jerarquías episcopales, “la alianza del Rin pudo operar eficazmente porque sabía de antemano lo que quería y lo que no quería” (26).

    (Extraído de “El Concilio del papa Juan” de Michael Davies, Ed. Iction, Buenos Aires, 1981). Título original: “Pope John’s Council” 1977)
    Última edición por Gothico; 06/07/2007 a las 20:41

  6. #6
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    Re: El concilio del papa Juan

    IV – EL 'GRUPO DEL RIN' CONTROLA EL CONCILIO

    1- El grupo del Rin se consolida por medio de un cambio de las normas de procedimiento y se asegura el nombramiento de sus miembros en más puestos clave. 2- Tienen lugar elecciones adicionales y cada candidato ganador es un miembro del Rin; el grupo del Rin logra el control total.

    1- El grupo del Rin se consolida por medio de un cambio de las normas de procedimiento y se asegura el nombramiento de sus miembros en más puestos clave…

    A pesar de su aplastante éxito inicial, el grupo del Rin tenía que realizar todavía gran cantidad de operaciones de limpieza. Había que suprimir focos aislados de resistencia, y algunas zonas de la administración conciliar que necesitaban ser puestas bajo su control absoluto.
    Con esos objetivos en vista, los obispos del Rin y sus expertos estuvieron ocupados entre la primera y segunda sesión del Concilio.

    Durante este período había habido un cambio de pontífice, ya que Juan XXIII había muerto el 3 de junio de 1963, tras una dolorosa enfermedad.
    Según el cardenal Heenan:
    ése fue un consuelo misericordioso porque “a Juan XXIII le fue ahorrada la agonía de ver la declinación de la Iglesia Católica. En el momento de su muerte aun no había signos de inminente desintegración. Todavía no habían aparecido los neomodernistas que transformaron a su sucesor, Pablo VI, en un hombre angustiado… Jesús lloró sobre Jerusalén y Juan XXIII hubiera llorado sobre Roma si hubiera previsto lo que se haría en nombre de su Concilio (1).

    El grupo del Rin planificó la estrategia a seguir de cara a la segunda sesión conciliar, durante una asamblea en Munich y en la ampliamente publicitada conferencia de Fulda, del 26 al 29 de agosto de 1963; tomaron parte en ella cuatro cardenales y setenta obispos y arzobispos de diez países.
    Como resultado de esa reunión, cada miembro del Rin llegó a la segunda sesión conciliar con un plan de campaña de unas 480 páginas.

    Es importante recordar que, en general, las conductas a seguir del grupo del Rin eran indicadas por sus “expertos” y luego propuestas y votadas por sus obispos, que actuaban tan sólo como sus portavoces.
    Sobre ello, señala Wiltgen:
    Dado que la posición de los obispos germanos era generalmente adoptada por la Alianza Europea (grupo del Rin), y dado que la posición de la Alianza era generalmente la adoptada por el Concilio, un solo “experto” podía obtener la aceptación de sus ideas por todo el Concilio, con tal de que éstas se aceptaran por los obispos germanos (3).

    Para conseguir el control total del Concilio, el grupo del Rin debía alterar las reglas de procedimiento; ya que, según X. Rynne, “todavía las reglas estaban calculadas para asegurar al partido de la Curia romana en el dominio de todas las actuaciones (4)…
    Según Rynne, la principal queja del grupo era que los cardenales que aun presidían las comisiones conciliares tenían poderes demasiado amplios y arbitrarios, también reflejo de la Curia (6).

    En fin, Pablo VI decidió revisar las reglas de procedimiento por “consejo de algunos venerables Padres conciliares” (7).
    Lo cierto era que los reclamos del grupo del Rin habían tenido éxito y, así, les resultaría de gran utilidad la transferencia de todo el poder a cuatro cardenales moderadores, que pasasen a tener la responsabilidad de “dirigir las actividades del Concilio y determinar el orden en que se discutirían los temas en las reuniones de debate” (8).

    Las propias simpatías de Pablo VI quedaron, pues, de manifiesto cuando eligió a reconocidos liberales para ocupar tres de esos cuatro cargos moderadores: los cardenales Döpfner, Lercaro y Suenens, conocidos universalmente por su ardor reformista; y añade el padre Wiltgen que “esos tres cardenales moderadores tuvieron a menudo un control sobre el Concilio de un 100 por 100 (9).

    Mediante otro cambio en el procedimiento, también de gran utilidad para el grupo del Rin, se posibilitó que, mediante la petición de tan solo cinco miembros de cualquier comisión conciliar, se pudiera reemplazar con otra fórmula cualquier enmienda propuesta.
    Por una curiosa coincidencia, ¡¡el grupo del Rin contaba con ese mínimo de cinco miembros en cada Comisión (10)!!
    Asímismo, también se posibilitaba a los “expertos” para que intervinieran durante los debates conciliares en ciertos casos (11).

    Escribía Wiltgen:
    A esas alturas ya se veía cómo se desarrollarían las discusiones. Habría una fuerte influencia alemana que se haría sentir en casi cada decisión o declaración conciliar de importancia. En cada comisión conciliar los miembros y “expertos” germanos quedaban en disposición de presentar las conclusiones de Munich y de Fulda.
    Los cambios drásticos efectuados por Pablo VI en los procedimientos, así como la promoción de los cardenales Döpfner, Lercaro y Suenens como moderadores quedaba asegurado el dominio de la alianza europea (grupo del Rin) (12).

    2- Tienen lugar elecciones adicionales y cada candidato ganador es un miembro del Rin; el grupo del Rin logra el control total…

    La segunda sesión se inició el 29 de septiembre de 1963.
    “Para entonces la Alianza Europea tenía el control total de la mayoría del Concilio y confiaba en que, llegado el caso, podría reemplazar a todos los miembros conservadores de cada comisión conciliar” (13).
    ¡Deseaba la alianza imponer su propio diktat, bajo el slogan de “liberar las comisiones del control curial”!
    Así, en respuesta a “las peticiones de muchos Padres conciliares”, Pablo VI dispuso permitir que se eligieran algunos miembros adicionales para las comisiones, y el grupo del Rin comenzó a “redactar una lista internacional imbatible. Esa labor resultó muy fácil ya que la alianza europea había pasado a ser entonces una alianza mundial.
    De hecho, los orígenes de esa alianza mundial se retrotraían al inicio de la primera sesión y desde entonces estuvo siempre bajo la influencia dominante de la alianza europea.
    Y si durante la primera sesión, el año anterior, la alianza mundial constituía un grupo oculto… que se reunía esporádicamente, desde el inicio de la segunda sesión, cuando ya se consideraron con fuerza suficiente para actuar más abiertamente, celebraban sesiones en la Domus Mariae todos los viernes por la tarde, aumentándose el grupo hasta llegar a representar, más o menos, a 65 conferencias episcopales” (14).

    La elección de los miembros adicionales tuvo lugar el 28 de noviembre ¡y todos los candidatos elegidos surgieron de las listas preparadas por la alianza mundial!
    Decía Wiltgen:
    Tras esas elecciones no quedaba duda para nadie del rumbo que tomaría el Concilio (15).
    Y según monseñor Lefevbre:
    (las comisiones) quedaron controladas por una mayoría de miembros imbuidos de un ecumenismo que, según sus propias palabras, ya no era católico sino que se parecía extraordinariamente al modernismo condenado por San Pío X (16).
    Monseñor Lefevbre creía sinceramente que los disturbios de la Iglesia actual se originaron durante el Concilio:
    porque una gran cantidad de obispos (en especial los elegidos miembros de las comisiones) eran hombres formados en una filosofía existencialista, que no sabían nada de la filosofía tomista y que, por tanto, no sabían ni qué era una definición. Para ellos no existía la esencia; nada debía definirse. Se podía discutir, describir, pero nunca definir.
    En mi opinión, fue por eso que el Concilio se vio inmerso en equívocos, vagas afirmaciones y opiniones influidas más por sentimientos que por la razón. Así se abrieron las compuertas a toda clase de equívocos (17).

    No es preciso dedicar más espacio a la forma en que la dominación progresista del Concilio se extendió y afirmó. La historia la relata Wiltgen con grandes detalles en su libro.
    Ahora es preciso analizar la manera en que los liberales utilizaron su poder, y con tal fin es necesario observar más de cerca a los “expertos”, porque gracias a ellos el grupo del Rin ganó sus victorias.

    (Extraído de “El Concilio del papa Juan” de Michael Davies, Ed. Iction, Buenos Aires, 1981). Título original: “Pope John’s Council” 1977)
    Última edición por Gothico; 06/07/2007 a las 20:43

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    Re: El concilio del papa Juan

    V – LOS “EXPERTOS”: TROPAS DE CHOQUE LIBERALES

    El Vaticano II fue el Concilio de los “expertos”.- Los esquemas preparatorios del Concilio se desecharon a instancia de los “expertos”.- El cardenal Heenan atestigua que los expertos podían introducir fórmulas ambiguas en los documentos conciliares oficiales; temía lo que iba a suceder si obtenían el poder de interpretar el Concilio al mundo.- Los expertos se aseguran este poder consiguiendo el control de las comisiones posconciliares investidas con el poder de interpretar e implementar los documentos oficiales.- La importancia del Concilio como un evento que posibilitó a los católicos liberales de todo el mundo organizarse a sí mismos y planear su campaña.- Existe desde entonces un magisterio paralelo de los expertos que impone su voluntad a la Iglesia.- La naturaleza de la conspiración liberal.- Algunos de aquellos expertos del Concilio están, desde entonces, entre los más vociferantes opositores a la doctrina católica sobre fe y moral.- La importancia en la presente crisis de la encíclica Pascendi de San Pío X.

    - El Vaticano II fue el Concilio de los “expertos”…

    Sería difícil superar la expresión “el Concilio de los expertos” como descripción monofrásica del Vaticano II.
    Wiltgen explicaba cómo un solo experto podía imponer sus opiniones a todo el Concilio con sólo ganar la aprobación de los obispos germanos (2).
    El obispo irlandés Lucey reconocía que los expertos tenían más poder que muchos obispos, aunque no tuvieran voto (3).

    - Los esquemas preparatorios del Concilio se desecharon a instancia de los “expertos”...

    El poder de los “expertos” no puede ilustrarse mejor que refiriéndose al destino de los esquemas preparatorios preparados por indicación de Juan XXIII. Esquemas totalmente ortodoxos y en completo acuerdo con la enseñanza tradicional de la Iglesia, que constituían el fruto de dos años de trabajo intensivo por parte de 871 estudiosos, desde cardenales a laicos; ningún otro Concilio tuvo una preparación “tan amplia, tan diligentemente realizada y tan profunda” (6).
    Monseñor Lefevbre:
    Antes de la apertura del Concilio fui miembro de la Comisión Preparatoria Central y, por tanto, asistí durante dos años a todas las reuniones… la tarea se hizo a conciencia y con meticulosos cuidado… Se completó un magnífico trabajo para presentar al Concilio: esos esquemas eran conformes con la doctrina de la Iglesia, aunque adaptados a la mentalidad de nuestra generación…” (7).

    Tras esos dos años de concienzuda labor parece increíble lo que de hecho sucedió al iniciarse el Concilio:
    Ya en el verano de 1962 Juan XXIII decretaba que los siete primeros esquemas se distribuyeran a los Padres conciliares por todo el mundo. Los primeros cuatro esquemas eran constituciones dogmáticas, y se titulaban: “Fuentes de la revelación”, “Preservar la pureza del depósito de la fe”, “Orden moral cristiano” y “Castidad, Matrimonio, Familia y Virginidad” (¡¡títulos como para llevar a cualquier liberal al psiquiatra!!).
    El quinto era referente a liturgia y preparado por una comisión controlada por una comisión controlada por obispos del Rin.

    Los cuatro primeros esquemas fueron anatema para los liberales, que decidieron que ni los analizarían. La jerarquía holandesa publicó un comentario, distribuido a los Padres que iban llegando al Concilio, con un fuerte ataque contra los esquemas previos sugiriendo que debían rehacerse completamente y que debería considerarse por ello, en primer lugar, el esquema de liturgia.
    Como la mayoría de Padres llegaban a Roma sin ideas preconcebidas estaban predispuestos a aceptar los cursos de acción bien razonados y definidos para su implementación.
    Por eso la mayoría de Padres votó a favor de esa propuesta.

    Ahora bien; sucedía que un voto simplemente mayoritario no era suficiente.
    Citamos a Monseñor Lefevbre:
    En los reglamentos del Concilio se estipulaba que tendría que haber una mayoría de dos tercios en contra para rechazar un esquema preparatorio. Cuando se propuso votar para saber si los esquemas preparatorios se aceptarían o no se necesitaba una mayoría de dos tercios para que se los rechazara. De hecho, 60% votó en contra y 40% a favor. Al no lograrse así la mayoría de dos tercios necesaria, según el reglamento del Concilio, los esquemas preparatorios deberían haber sido aceptados.
    Pero ya en ese primer momento el secretariado de los obispos del Rin ya era muy eficaz; presionaron a Juan XXIII diciéndole: “Es inadmisible que insista en que analicemos esquemas que no han tenido un voto mayoritario; deben rechazarse”. El Papa entonces hizo saber que debían ser retirados (9).
    Una vez más los liberales habían sabido lo que querían y cómo obtenerlo.

    Continúa Monseñor Lefevbre:
    En la quincena posterior a la apertura del Concilio no quedaba ninguno de los esquemas preparatorios. ¡¡Todos fueron rechazados y arrojados a la papelera; no quedaba nada, ni una frase. Todo había sido desechado!! (10).
    El Padre Wiltgen observaba que ésta fue la tercera victoria importante del grupo del Rin. “Aunque esta tercera victoria pasó inadvertida” (11).

    Lo más asombroso de todo este escandaloso asunto, de tirar a la papelera una “preparación tan amplia, tan diligentemente realizada y tan profunda” fue que se produjo ¡¡a pedido de un solo “experto”!! ¡Un único “experto” tuvo poder para lograr el rechazo de la preparación conciliar más meticulosa de la historia de la Iglesia! Como revela el Padre Wiltgen, fue obra del Padre Edward Schillebeeckx, “dominico”, un belga que actuaba que actuaba de “teólogo” principal de la jerarquía holandesa.

    - El cardenal Heenan atestigua que los expertos podían introducir fórmulas ambiguas en los documentos conciliares oficiales; temía lo que iba a suceder si obtenían el poder de interpretar el Concilio al mundo…

    El cardenal Heenan ya avisaba de la manera en que los “expertos” redactaban los textos oficiales, con vistas a manipularlos después del Concilio para sus propios fines..., prevenía a los Padres que escrutaran los textos antes de votarlos en razón del peligro de que “el pensamiento del Concilio tenga que ser explicado al mundo por los expertos que colaboraron para redactar los documentos. ¡Dios no lo permita! De nada servirá hablar sobre un Colegio Episcopal si en libros y artículos los expertos contradicen y se burlan de lo que el Colegio Episcopal enseña (15). Cita la Constitución sobre Liturgia como ejemplo de texto que quedó abierto (tras el Concilio) a una interpretación muy diferente a la que se propusieron los Padres que la votaron casi unánimemente: los cambios subsiguientes fueron mucho más radicales que los deseados por Juan XXIII y los obispos que aprobaron el decreto sobre la liturgia (16).

    Lamentablemente, su aviso paso inadvertido. Precisamente fueron los expertos quienes (en definitiva) “explicaron” el Concilio al mundo.

    - Los expertos se aseguraron este poder consiguiendo el control de las comisiones posconciliares, investidas con el poder de interpretar e implementar los documentos oficiales…

    Tras el Concilio, la confianza de los liberales de que también dominarían las comisiones posconciliares (1966) resultó más que justificada. Los miembros de dichas comisiones posconcilares fueron elegidos con la aprobación de Pablo VI y en su gran mayoría provenían de las filas de expertos del Concilio. Su tarea fue nada menos que ejecutar los correspondientes decretos conciliares y cuando fuera necesario, interpretar las constituciones, decretos y declaraciones conciliares (18).

    La reacción natural ante la interpretación de ciertos textos conciliares que parecen estar en conflicto abierto con la doctrina tradicional católica es exclamar: “¡Pero los obispos no pudieron haber querido decir eso…”!
    Y es que, en el caso de la intención de la mayoría de los Padres conciliares, esa aseveración era correcta, pero en lo relativo a los expertos que redactaron los documentos, es cierto lo contrario; ello se deduce más bien de las propias actividades y escritos de los mismos “expertos” durante el Concilio.

    - La importancia del Concilio como un evento que posibilitó a los católicos liberales de todo el mundo organizarse a sí mismos y planear su campaña…

    Es importante distinguir entre las enseñanzas del Concilio, tal como aparecen en sus documentos oficiales, y el Concilio como acontecimiento.
    Los frutos del Concilio derivan más de lo último que de los primeros.

    Asímismo, el Concilio posibilitó que los “teólogos” liberales de todo el mundo se reunieran en Roma se conocieran y planificaran cómodamente sus caprichos (y para más escarnio, con gastos pagados, en definitiva, por los sencillos católicos de a pie) y, de paso, convertir al liberalismo a teologos conservadores y ¡¡hasta incluso a obispos!!
    Teólogos” y “expertos” que estaban imbuidos de los errores del teilhardismo y de la ética de situación, errores que en definitiva destruyen toda moral y fe divinas, y toda autoridad constituida.
    Que hacen de la persona el centro y juez de toda verdad y moral, prescindiendo de lo que decía la Iglesia. Esa es la raíz del irrespeto hacia la autoridad divina y humana.
    Esos “teólogos” liberales se aferraron al Concilio como un medio para descatolizar la Iglesia católica, aparentando sólo querer “desromanizarla”.
    Distorsionando términos y tomando palabrería protestante crearon un embrollo con el que han confundido y alienado a todo católico de bien (22).

    - Existe, desde entonces, un “magisterio” paralelo de los expertos que impone su voluntad a la Iglesia

    Bajo Pío XII, los teólogos liberales habían estado a la defensiva, pero como consecuencia del Vaticano II la situación pasó a invertirse. Desde entonces ha sido el propio Magisterio el que ha pasado a la defensiva. Muchos obispos se obsesionan con un solo temor: el de parecer reaccionarios].
    El cardenal Heenan sintetizaba perfectamente la situación:
    Los obispos ejercemos el Magisterio con un toque de inseguridad. Es sumamente inseguro cuestionar una opinión teológica temeraria. De un obispo que critica opiniones peligrosas se dice que es oscurantista. Se considera que el Magisterio es obsoleto siempre que cuestiona interpretaciones novedosas de la doctrina católica (24).

    El mismo Pablo VI expresaba su angustia, su ansiedad por el retorno a la ortodoxia católica, “vuelve constantemente al tema de la errónea enseñanza de la teología. Por desgracia hacía sus condenas en términos generales; y así, como nadie sabía a qué teólogos concretos estaba condenando, les resultaba imposible a los obispos tomar ninguna medida contra ellos” (26).
    A pesar de sus llamadas a la ortodoxia, Pablo VI parecía completamente incapaz de ejercer ningún control sobre el nuevo y militante magisterio paralelo de los expertos.

    - La naturaleza de la conspiración liberal…

    Los liberales acostumbran descartar toda hipótesis de una conspiración organizada, como si tal idea fuera un simple desvarío paranoico de inadaptados o ignorantes en materia teológica.
    Observaba el profesor James Hitchcock, en 1971:
    Lo que suele denominarse ‘revolución de los laicos’ en la Iglesia es, más bien, una revolución de “expertos”, que usan una retórica democrática para disfrazar una concepción elitista de reforma religiosa. Esos expertos tienen un público –una minoría de laicos ilustrados- que los alienta, que esperan de ellos el liderazgo que los obispos no pueden darles y, a veces, los urgen a mayores audacias.
    El resto de la Iglesia permanece indiferente, ignorante, desorientada, escéptica respecto a los mismos expertos (29).

    Un periodista liberal, Robert Hoyt, comentaba en 1970:
    Existía una conspiración liberal en el sentido de que los teólogos liberales dominaban las publicaciones, los centros catequísticos, las editoriales y gran parte de la burocracia católica: se elogían mutuamente sus libros, se otorgan entre sí empleos, premios y subvenciones. Pero no había nada conspirativo en todo ello, no era planeado, simplemente sucedía… (30).

    Un ejemplo:
    Ya en 1963 Hans Küng (¡¡tras la primera sesión!!), sin pérdida de tiempo, publicó un libro sobre el Concilio. En mayo de ese año había aparecido la primera edición alemana con una introducción del cardenal Koenig, que prodigaba elogios a Küng, expresando su esperanza de que “el libro fuera recibido con comprensión y se difundiera por todas partes”. Lo mismo hizo el cardenal Lienart en la edición francesa y el cardenal Bea en la universidad de Boston (31).

    La realidad y el alcance del sentido de esa conspiración liberal la expresaba en 1974
    el periódico católico norteamericano Our Sunday Visitor:
    No hay duda de que existe una confabulación entre los modernistas: por el tenor de su ataque contra el papado; por la orientación que dan a la educación religiosa; por aparecer en declaraciones conjuntas simultáneas e idénticas.
    El mejor ejemplo fue la gran campaña de prensa contra Pablo VI y su encíclica Humanae Vitae casi apenas publicada (1968).
    Esa campaña contenía (en EEUU) 423 firmas de protesta. ¿Quién la planeó? ¿Quién contactó con las personas firmantes? ¿Quién reunió los fondos para pagar la campaña? Hubo instigadores pseudocatólicos, fuerzas siniestras que contribuyeron a ello (32).
    Una campaña similar se orquestó en Inglaterra, donde 56 sacerdotes publicaron una carta en The Times contra la Humanae Vitae. (Es interesante señalar que un tercio de ellos abandonó después el sacerdocio).

    - Algunos de aquellos expertos del Concilio están, desde entonces, entre los más vociferantes opositores a la doctrina católica sobre fe y moral…

    Por cierto, entre los más destacados agitadores contra la Humanae Vitae figuraban algunos de los más destacados “expertos” del aun reciente Concilio, entre ellos Karl Rahner, el cual aseguraba que un católico no desobedecía al Sumo Pontífice (en materia de vida conyugal) si lo hacía “tras suficiente examen de conciencia, completa reflexión y autocrítica… no debe temer ninguna culpa subjetiva ni considerarse desobediente (34).

    Sería difícil encontrar algún ataque a la enseñanza católica tradicional de fe y moral (tras el Concilio) que no pueda invocar a alguno de aquellos “expertos conciliares” en su apoyo (incluyendo campañas a favor del sacerdocio femenino, de la liberación homosexual o del divorcio).

    ¡¡Pero más grave aun era la actitud de algunos obispos, incluso de enteras conferencias episcopales (las del grupo del Rin, por supuesto, y la canadiense) frente a la Humanae Vitae, instruyendo a los confesores para que informaran a los que rechacen dicha encíclica que mientras fuera “honestamente… elijan esa conducta… con la conciencia tranquila”!! (36).

    La enseñanza papal, para los liberales, es simplemente un factor importante en cuanto a la toma de decisiones morales del católico pero ni es el único factor, ni obliga, sólo con tal de tenerlo en consideración.
    Así, un observador protestante en el Concilio, R. McAffee Brown, descubría en tales críticas aspectos ecuménicos:
    las críticas a la Humanae Vitae significan que los conceptos tradicionales sobre la autoridad pontificia se están modernizando radicalmente, que incluso los católicos no están ya más ligados a doctrinas papales discutibles (sic) más que los protestantes (37).

    Tal apreciación era síntoma de que se había ya casi llegado entonces (1968) a la clásica posición liberal severamente condenada por los papas y que, según León XIII, constituía la base del pensamiento masónico: que “ningún maestro debe ser creído por razón de la autoridad de su cargo” (38).
    De hecho el problema, más bien, no residía para entonces en descubrir en qué lugar no se hallaban los principios católicos tradicionales, sino en descubrir dónde aún se aceptaban como norma.

    Y es que una vez más debe acentuarse la importancia del Concilio como acontecimiento. El éxito liberal no radicó tanto en los documentos oficiales sino en el hecho de que la mayoría de obispos y teólogos que fueron al Concilio regresaron con una perspectiva diferente, condicionada por la atmósfera y los debates del Vaticano II.

    Dos de los principales medios de coordinación y difusión del aquel stablishment liberal fueron la organización IDO-C y la revista Concilium. No sería falso describir a la revista Concilium como el portavoz oficial de los expertos conciliares; cada una de sus palabras se reverenciaba como un oráculo inspirado. Ellos constituían un magisterio paralelo que rivalizaba con el de Pablo VI.
    Cardenal Heenan:
    Hoy día lo que dice el papa no es aceptado como autoritativo por todos los teólogos católicos. Un artículo de la revista Concilium concita tanto respeto como una encíclica papal (39).

    La audacia con que algunos de aquellos expertos conciliares atacaban, años después los más fundamentales artículos de la fe, y el desprecio con que rechazaban cualquier censura de la Santa Sede, desafían nuestra credulidad.
    El escándalo que sus opiniones y actos han causado entre los fieles no puede calcularse, e igualmente escandalosa era la forma en que la Santa Sede permitía que hicieran y dijeran lo que quisieran con total impunidad.
    El ejemplo más escandaloso probablemente lo constituyó el caso del “experto” Hans Küng en 1975, quien (tras ser levemente amonestado por sus escandalosas opiniones) replicaba: “no permitiré que se me prohiba continuar con mi servicio teológico a la humanidad con espíritu ecuménico” (40).
    Sin embargo, para los liberales ningún elogio es mucho para Küng y para los otros expertos...

    - La importancia en la presente crisis de la encíclica Pascendi de San Pío X…

    Es difícil creer que San Pío X no tuviera en mente a algunos de los expertos del Vaticano II cuando redactó la Pascendi Gregis sobre la doctrina del modernismo.
    Dicha encíclica se refiere incluso al reflejo condicionado de “dolorosa sorpresa” que aún adoptan los teólogos liberales porque alguien se aventure a cuestionar o su teología o sus motivos.
    Nunca como ahora ha sido tan importante esta encíclica, sobre todo por el hecho de que en ella se enumeran todos los pretendidos “nuevos enfoques” de los teólogos contemporáneos y se los condena como al mismo viejo liberalismo de raíz protestante.

    Escribía san Pío X:
    Tales hombres se extrañan de verse colocados por Nos entre los enemigos de la Iglesia. Pero no se extrañará de ello nadie que, prescindiendo de las intenciones, reservadas al juicio de Dios, conozca sus doctrinas y su manera de hablar y obrar. Son seguramente enemigos de la Iglesia, y no se apartará de lo verdadero quien dijere que ésta no los ha tenido peores.
    Porque, en efecto, como ya hemos dicho, ellos traman la ruina de la Iglesia, no desde fuera, sino desde dentro: en nuestros días, el peligro está casi en las entrañas mismas de la Iglesia y en sus mismas venas; y el daño producido por tales enemigos es tanto más inevitable cuanto más a fondo conocen a la Iglesia.
    Añádase que han aplicado la segur no a las ramas, ni tampoco a débiles renuevos, sino a la raíz misma; esto es, a la fe y a sus fibras más profundas. Mas una vez herida esa raíz de vida inmortal, se empeñan en que circule el virus por todo el árbol, y en tales proporciones que no hay parte alguna de la fe católica donde no pongan su mano, ninguna que no se esfuercen por corromper.
    Y mientras persiguen por mil caminos su nefasto designio, su táctica es la más insidiosa y pérfida. Amalgamando en sus personas al racionalista y al católico, lo hacen con habilidad tan refinada, que fácilmente sorprenden a los incautos. Por otra parte, por su gran temeridad, no hay linaje de consecuencias que les haga retroceder o, más bien, que no sostengan con obstinación y audacia.
    Juntan a esto, y es lo más a propósito para engañar, una vida llena de actividad, constancia y ardor singulares hacia todo género de estudios, aspirando a granjearse la estimación pública por sus costumbres, con frecuencia intachables. Por fin, y esto parece quitar toda esperanza de remedio, sus doctrinas les han pervertido el alma de tal suerte, que desprecian toda autoridad y no soportan corrección alguna; y atrincherándose en una conciencia mentirosa, nada omiten para que se atribuya a celo sincero de la verdad lo que sólo es obra de la tenacidad y del orgullo” (42).

    (Extraído de “El Concilio del papa Juan” de Michael Davies, Ed. Iction, Buenos Aires, 1981). Título original: “Pope John’s Council” 1977)
    Última edición por Gothico; 15/06/2007 a las 20:51

  8. #8
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    Re: El concilio del papa Juan

    VI – “BOMBAS DE TIEMPO”

    Monseñor Lefevbre prevenía contra las “bombas de tiempo del Concilio.- Esos pasajes eran susceptibles de una interpretación modernista después del Concilio.- Un eminente teólogo negaba que dichos pasajes existieran.- La opinión de Monseñor Lefevbre, confirmada por comentaristas católicos y protestantes.- Los documentos mismos prueban que estaba en lo cierto.- Para demostrarlo, se examinan pasajes de algunos documentos.

    Denunciaba monseñor Lefevbre: Hubo “bombas de tiempo” en el Concilio (1).
    Estas bombas de tiempo fueron, por supuesto, los pasajes ambiguos insertados en los documentos oficiales por los padres y “expertos” liberales; pasajes que podían debilitar la exposición de la doctrina tradicional bien por abandono de la terminología tradicional, bien por omisiones o incluso por una ambigua fraseología compatible con una interpretación no católica tras el Concilio.

    Dicha afirmación de monseñor Lefevbre fue criticada; el Padre inglés E. Holloway afirmaba que dichas críticas eran injustificadas, dado que los documentos conciliares expresaban claramente la doctrina tradicional de la Iglesia sin ambigüedades.
    Ponía para ello, como ejemplo, el texto relativo al deber de obediencia al Papa contenido en la encíclica Lumen Gentium, 25: Esta religiosa sumisión de la voluntad y del entendimiento de modo particular se debe al magisterio auténtico del Romano Pontífice, aun cuando no hable ex cathedra; de tal manera que se reconozca con reverencia su magisterio supremo y con sinceridad se adhiera al parecer expresado por él según el deseo que haya manifestado él mismo, como puede descubrirse ya sea por la índole del documento, ya sea por la insistencia con que repite una misma doctrina, ya sea también por las fórmulas empleadas… (4).
    (En base a esa rotunda afirmación del deber de obediencia), el Padre Holloway bien podría exclamar: ¡Ya lo ven! ¡Esto demuestra que se respetó la doctrina tradicional!

    Ahora bien, monseñor Lefevbre hubiera podido haberle respondido que el Esquema original (el cual, como sabemos, fue arrojado a la papelera, junto a los demás Esquemas originales) contenía un pasaje idéntico, pero con el añadido de unas palabras decisivas de la Humani Generis (de Pio XII): …si los Sumos Pontífices… pronuncian una sentencia en materia hasta entonces disputada… esa cuestión ya no se puede tener como de libre discusión entre los teólogos (5).
    (Por cierto, un grupo de obispos presentó una enmienda solicitando la reinserción de ese pasaje. Lo que, por supuesto, no fue aceptado).

    Por ello, monseñor Lefevbre hubiera podido haber respondido al Padre Holloway: ¡Ya lo ve! ¡Esto prueba mi afirmación (sobre el abandono de la doctrina tradicional)!
    (Por cierto, ¡¡qué magnífica esa cita de la Humani Generis para haber sido opuesta a los expertos cuando discreparon públicamente, años después, de la Humanae Vitae de Pablo VI !!)
    Alguno podría alegar que aun seguía vigente la Humani Generis de Pío XII…, ahora bien ¿qué atención se prestaba ya (en el posconcilio) a las encíclicas “preconciliares”?
    Lo que sí está claro es que, en cualquier caso, de haberse conservado tan terminante pasaje bien pudieran podido haber sido acusados, dichos expertos contestatarios, de desobedecer las enseñanzas de su Vaticano II, del cual se declaraban discípulos celosísimos

    Insistía el Padre Holloway en que los documentos conciliares pueden interpretarse “en un solo sentido, acorde con la Tradición, si el intérprete es honesto con la Constitución en cuanto documento conciliar”; es decir, que no existe un sentido conciliar para ningún documento que abstraiga o derogue su sentido explícito.
    Lo cual no debilita la acusación de ambigüedad que hacía Monseñor Lefevbre.
    Porque el hecho de que un pasaje particular deba ser interpretado en un solo sentido no altera el hecho de que pueda ser interpretado en otro; cuando un protestante elogia algún aspecto de un documento del Vaticano II como si fuera un paso hacia el protestantismo se puede argüir que está equivocado, porque eso no puede ser; ahora bien, antes del Vaticano II la doctrina católica era formulada con tanta claridad que nunca se hubiera podido sacar una impresión semejante: solo era posible una interpretación católica absolutamente ortodoxa.

    Otros testimonios.
    Según el profesor O. Cullmann, observador protestante en el Concilio, “los textos definitivos del Concilio son en su mayoría “textos de compromiso”, que suelen yuxtaponer puntos de vista antagónicos, sin fijar ningún vínculo interno entre ellos: …los textos suelen estar redactados de modo que no se cierra ninguna puerta; para que no constituyeran un futuro obstáculo a discusiones al diálogo entre católicos y no-católicos (7).
    Y es que hay que admitir que el Concilio produjo textos comprometidos, ya que donde no pudo resolver una dificultad colocó esperanzadamente las posiciones contrarias, una al lado de otra; resultando así que los textos conciliares suelen admitir diferentes interpretaciones.
    Por ello es posible leer el Concilio como, por ejemplo, la reafirmación de la enseñanza intransigente del Vaticano I sobre la autoridad del Papado, …pero también otra lectura igualmente posibilita la lectura de que el Papa ejerce su poder en el contexto de los obispos (“colegialidad”)… (8).

    Según el jesuita francés De Broglie-Revel:
    esta incoherencia fue premeditada para ocultar un equívoco, porque se intentaba un compromiso (imposible) entre los principios liberales y las enseñanzas de Pío IX (9).

    Monseñor Lefevbre citaba como principal motivo de la terminología ambigua a un falso ecumenismo que trataba de minimizar en los documentos todo lo que pudiera ofender a protestantes y a ortodoxos (13).
    El cardenal Heenan señalaba eso mismo con un lenguaje más fuerte:
    En el Concilio hubo un grupo de “ecumaníacos”, que veían el aspecto “ecuménico” en todo. No se presentaba ningún tema a discusión si no era examinado en su contenido ecuménico… utilizaban un contador Geiger teológico para detectar cualquier afirmación de fe católica que pudiera no ser del todo aceptable para los no-católicos (14).
    El obispo Carli confirmaba esa opinión:
    Ya no era posible hablar de la Virgen; ninguno podía ser llamado hereje; nadie podía usar la expresión “Iglesia militante”, ya no se podía hablar sobre los poderes inherentes a la Iglesia Católica… (15).

    La justificación que se daba a esta falta de precisión era que el Concilio tenía “carácter pastoral y no dogmático”.
    Monseñor Lefevbre:
    Hubo un irreductible rechazo a definir los términos de los temas en discusión, lo que imposibilitó la discusión filosófica y teológica… Sin definiciones fue fácil falsificar definiciones tradicionales… Por esa razón, nos enfrentamos desde entonces con un sistema que no podemos aceptar ni refutar fácilmente debido a su ambigüedad (18).

    Cardenal Heenan:
    El Vaticano II no tuvo tema fijo. Todo lo que tuviera significación pastoral o ecuménica podía entrar en su agenda... Sabemos que ningún tema está maduro para una decisión conciliar hasta que los teólogos lo hayan estudiado de forma calmada y deliberada... Pero eso no fue posible en el Vaticano II (20).

    Monseñor Lefevbre:
    La elección consistía: o bien entre definiciones falsas que nos hundían en el caos o en ninguna definición en absoluto. En varias ocasiones pedimos que se definiera la “colegialidad”; nadie fue capaz de definirla. Se contestaba: “Éste no es un concilio dogmático, sino pastoral, así que es inútil formular definiciones que la mayoría del pueblo no comprenderá…” (21).

    Por ejemplo, la redacción original de la Lumen Gentium establecía que: “la Iglesia es la Iglesia católica” (22)..., sin embargo en el texto aprobado se dice que: la Iglesiasubsiste en la Iglesia Católica…” (24).
    Por ello, cualquier protestante puede comprobar ahora, con satisfacción, cómo la Iglesia no es sólo la Iglesia Católica Romana (26).

    Por cierto, es curioso comprobar cómo, aunque la Lumen Gentium contiene gran cantidad de terminología perfectamente católica, dicha encíclica es sumamente agradable a los protestantes y a los católicos ecumaníacos
    Ahora bien, si la Lumen Gentium es tan sana como parece, ¿por qué la alaban tanto los que rechazan la enseñanza católica?
    La respuesta solo puede hallarse comparándola con (las tajantes) declaraciones conciliares anteriores, que fueron anatema para quienes rechazaron y siguen rechazando los Decretos de Trento y del Vaticano I.

    ****
    (A continuación, comenta M. Davies otros textos de Decretos conciliares referentes la colegialidad, al ecumenismo y a la renovación de la vida religiosa, que contienen, al modo de la Lumen Gentium, un carácter confuso y problemático…)

    ****
    (…) en el “Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros” se lee: “Salgan de sus misas solitarias, de su insistencia clerical en el rango o en la riqueza, de su privilegiada ubicación en el altar o en el confesionario, e identifíquense, gloriosa y humildemente con el hombre” (42).
    ¿Interpretación ridícula? Eso es precisamente lo que han hecho decenas de miles de sacerdotes católicos al punto de abandonar su vocación, casarse y, a menudo, abandonar completamente la Iglesia.

    A otro comentarista protestante le agradaban los textos de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia, “textos que suscitarán la aprobación entusiasta de quienes creen que la Reforma (luterana) fue obra del Espíritu Santo” (43).
    Frente a eso, debe decirse que no se hicieron tales alabanzas protestantes cuando Pío XII dio su encíclica Mediator Dei; ni tampoco cuando Pablo VI dio su encíclica sobre la Eucaristía, Mysterium Fidei, en 1965. En ella, Pablo VI no sólo no había utilizado la terminología tradicional, en especial la de Trento, sino que insistía en la importancia de no alejarse de ella.

    Monseñor Lefevbre señalaba también la naturaleza equívoca de la “Constitución sobre el mundo moderno” (Gaudium et Spes) (45).
    Pero, frente a monseñor Lefevbre, McAffee Brown, observador protestante en el Concilio, alababa dicha encíclica, considerando en ella como “un avance muy importante” la enseñanza conciliar sobre el matrimonio porque “va mucho más allá de la enseñanza tradicional de que la procreación y educación de los hijos son los fines primarios del matrimonio. Gracias a la intervención de hombres como los cardenales Leger y Suenens, el documento acentúa la importancia del amor conyugal…” (46).
    Monseñor Lefevbre veía eso mismo, sólo que juzgándolo de manera contraria:
    La definición tradicional del matrimonio siempre estuvo basada en el fin primario del matrimonio, que era la procreación, y en el secundario que era el amor conyugal.
    Los miembros del Concilio quisieron cambiar esta definición y establecer que los dos fines, el de la procreación y el del amor conyugal eran uno solo. Fue el cardenal Suenens quien lanzó el ataque sobre el fin del matrimonio…
    Véis que ahora todo lo que se dice sobre el tema del matrimonio se relaciona con la falsa noción, propuesta por el cardenal Suenens, del amor conyugal, ahora llamado sencillamente y crudamente “sexualidad”, que resulta ser desde entonces el fin del matrimonio, y no la procreación en primer lugar.
    No olvidemos que, en nombre de la “sexualidad” ya todos los actos pasan a ser lícitos: la contracepción y finalmente el aborto y todo lo demás (47).

    Se comprueba que tanto Monseñor Lefevbre como el protestante McAffee Brown detectaban la misma posible interpretación del documento.
    Por cierto, es interesante observar cómo la acusaciones de Monseñor Lefevbre contra los documentos conciliares se solían ver reforzadas por la frecuencia con que sus interpretaciones concordaban con las de comentaristas (protestantes) situados en el extremo opuesto del espectro teológico...

    Tómese otro ejemplo: la Constitución dogmática sobre la Divina Revelación: título perfectamente ortodoxo para lo que pareciera ser también un documento perfectamente ortodoxo.
    Sin embargo, el esquema original de esta Constitución (que como todos los demás esquemas originales se arrojó a la papelera) se titulaba De Fontibus Revelationis (Sobre las fuentes de la Revelación).
    Señalaba el protestante McAffee Brown:
    “La palabra clave era fontibus y el punto clave era su apariencia en plural. El documento resultaba un buen ejemplo del ethos de las preparaciones preconciliares; había sido redactado por teólogos “conservadores”, que establecían en él que la Escritura y la tradición eran las fuentes de la revelación cristiana, encontrándose la verdad en parte en una y en parte en otra” (53).

    …Así que: teólogos “conservadores”… ¡¡o sea, teólogos que, sencillamente, no hacían sino repetir el importante subtítulo (De Fontibus Revelationis) del segundo capítulo de la Constitución sobre la Fe Católica del Concilio Vaticano Primero (Denz 1757), que a su vez repetía la enseñanza de Trento (“…esta revelación sobrenatural está contenida en libros escritos y tradiciones no escritas…”)!!
    Y que Pío XII confirmaba en su Humani Generis:
    “los teólogos deben volver siempre a las fuentes de la revelación divina… además esta doble fuente de la doctrina, etc” (55).

    Y todo porque los protestantes insisten en que sólo la Biblia es la única fuente auténtica de revelación y, por eso, una referencia del Concilio a las fuentes, en plural, no hubiera sido ecuménico.

    Comenta sobre ello el Cardenal Heenan:
    Algunos Padres tenían la evidente convicción de que la doctrina católica debía ser afirmada sólo en términos aceptables a los protestantes. Aunque, por supuesto, no se atrevían a plantearlo así… Acabaron tomando partido por la opinión protestante de que la Biblia era la única fuente auténtica de doctrina…
    ¡¡pero constituye, cuando menos, una libertad de lenguaje afirmar que la Inmaculada Concepción y la Asunción son verdades bíblicas!! (56).

    Eso mismo confirmaba, sólo que satisfecho, el observador protestante McAffee Brown:
    Frente a tres años (inútiles) de trabajo preconciliar, el nuevo documento fue retitulado sugestivamente como De Revelatione (sobre la Revelación), erradicada la “teoría” de “las dos fuentes”, fue aprobado por aplastante mayoría en el Concilio… (57).

    El Padre Holloway negaba (por supuesto) que ese Decreto (y otros más) “transitaran por senderos ajenos a las definiciones y énfasis tradicionales de la Iglesia en Concilios precedentes”.
    Sin embargo, en el caso de las fuentes de la Revelación, fue precisamente por un cambio de énfasis que fueron superadas las objeciones protestantes a la aceptación de la tradición no escrita.
    “El conflicto se superó merced a un documento que dice muy poco sobre la Tradición… pero que dice mucho en exaltación de la Escritura (58).
    Es decir, hubo una premeditada modificación del énfasis dado a la Tradición no escrita en anteriores Concilios (aunque gracias a Pablo VI acabara habiendo una referencia escrita a la Tradición en los documentos).

    En fin, un informe detallado de los sucesos que llevaron a la promulgación de la Constitución dogmática sobre la Divina Revelación puede leerse en el citado libro de Wiltgen (60).

    Y es que las deficiencias de los documentos conciliares, en general, no consistían sólo en esa “ambigüedad deliberada, sino también en la tendencia a aminorar o ignorar completamente aquellas verdades que resultaban intragables a los protestantes.

    Es destacable señalar también cómo la encíclica Gaudium et Spes, relativa al mundo moderno, llena de páginas y páginas de afirmaciones triviales y pedestres (“el tipo de sociedad industrial se propaga gradualmente…”; “los medios de comunicación contribuyen al conocimiento de los sucesos…”) no contuviera una sola frase para condenar al comunismo o a la contracepción, ¡y sin embargo afirmara referirse a las realidades de la Iglesia en el mundo moderno!...

    ****

    (…) Hubo, pues “bombas de tiempo” en los textos conciliares como aseguraba monseñor Lefevbre: bombas de tiempo colocadas allí por los “expertos” que, como se mostró en el capítulo anterior, no ocultaron el hecho de que pensaban detonarlas tras el Concilio. Así lo hicieron, y la Iglesia sigue hundiéndose a medida que se extiende cada vez más la onda expansiva.
    El hecho de que no se haya desplomado por completo constituye un impresionante testimonio de que está construida sobre una roca.

    Como prueba final de que los documentos oficiales del Vaticano II son, al menos en algunos pasajes, textos de compromiso, puede citarse como testigo al propio Hans Küng.
    En un artículo de 28 de agosto de 1976 en The Times admitía:
    Más aun, puede y debe reconocerse que monseñor Lefevbre tiene razón en un aspecto: No hay duda que el desarrollo posconciliar en numerosos casos ha ido más allá de lo que se acordó en el Concilio, no sólo de facto sino de iure, con el asentimiento de los jefes de la Iglesia
    Muchos documentos conciliares fueron, de hecho, compromisos impuestos a la mayoría por la Curia conservadora que controlaba la maquinaria del Concilio… Los compromisos son susceptibles de distintas interpretaciones por las diferentes facciones: un hecho que ha contribuido sustancialmente a la confusión y polarización de la Iglesia posconciliar…

    (Extraído de “El Concilio del papa Juan” de Michael Davies, Ed. Iction, Buenos Aires, 1981). Título original: “Pope John’s Council” 1977)
    Última edición por Gothico; 21/06/2007 a las 17:31

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    Re: El concilio del papa Juan

    VII – LOS PERIODISTAS FABRICAN EL MITO

    1-Nunca la prensa había tenido tanta influencia en ningún Concilio como en el Vaticano II. El padre Bouyer declara que el Concilio se entregó a la dictadura de los periodistas. 2- La importancia del IDOC. 3- Los periodistas liberales fabrican un mito. Ahora este mito es universalmente aceptado como la verdadera historia del Concilio. 4- Los obispos y los peritos liberales cooperaron estrechamente con los periodistas liberales. 5- La “opinión pública”… ¿voz del Espíritu Santo? 6- Incidente significativo del cardenal Ottaviani. 7- Se vuelve a recalcar la importancia de la Pascendi.

    1- Nunca la prensa había tenido tanta influencia en ningún Concilio como en el Vaticano II. El padre Bouyer declara que el Concilio se entregó a la dictadura de los periodistas…

    No fue sólo la acción directa de los grupos de padres y “expertos” del Rin lo único que influyó sobre el Concilio; los documentos del Vaticano II estuvieron influidos, en diverso grado, por el deseo de conciliarse a protestantes y a comunistas, y no debe descartarse, incluso, influencias de fuerzas aun más siniestras.
    Aunque quizá la mayor preocupación fuera ponerse a tono con “hombre moderno”, con “el espíritu de la época”, y “entrar en diálogo con el mundo”, en realidad éstos son conceptos muy nebulosos a los que resulta difícil asignar algún significado concreto; en gran parte son creaciones de la prensa, con el significado que los “mass media” les otorgaron.

    Los “mass media”, en especial la prensa, desempeñaron un papel clave en suscitar el tono del Concilio, el llamado “espíritu del Vaticano II”, cierto tono de euforia con que muchos obispos se alegraban de escuchar qué esperaba de ellos el mundo…, “más de un obispo revisó sus actitudes de toda una vida al advertir el tono del Concilio; así fue como las grandes votaciones resultaron casi unánimes en la mayoría de puntos (5).

    No fue esa la primera vez que una prensa hostil a la Fe católica tradicional trató de influir sobre un Concilio General: ya que una campaña casi idéntica se organizó, sin éxito, durante el Vaticano I. Aunque si aquella campaña resultó infructuosa se debió a la valiente oposición de Pío IX, quien consagró su pontificado a rechazar todas las fuerzas que volvieron a emerger, ya triunfantes, durante y desde el Vaticano II.

    Escribía el Padre Louis Bouyer: No sé si el concilio nos ha librado de la “tiranía” de la Curia Romana, pero lo que es seguro es que nos ha entregado a la dictadura de los periodistas, y especialmente de los más irresponsables e incompetentes (6).
    Se refería, obviamente, al grupo del Rin, porque casi todos los periódicos y periodistas influyentes respaldaron a dicho grupo.

    Entre los periodistas más conocidos estaban John Cogley, de Commonwealth; Robert Kaiser, de Time; Xavier Rynne, de New Yorker; Michael Novak; el Padre Antoine Wegner de La Croix, y quizás el más influyente de todos, Henri Fesquet de Le Monde.
    La mayoría de ellos difundían sus crónicas por medio de libros que aparecieron bien mientras el Concilio tenía lugar, o poco después.
    Así difundieron y consolidaron el mito que ellos mismos habían inventado, mito que para la abrumadora mayoría de católicos se transformó en el Concilio real, el único que se les ha permitido conocer.
    La gran excepción fue el padre Ralph Wiltgen, cuyo libro El Rin desemboca en el Tiber cuenta la historia del Concilio “desconocido”, la realidad oculta tras el mito.

    Robert Kaiser admitía la razón: los periodistas estaban casi todos en el bando progresista porque advertían por instinto que el mensaje del Cristianismo debía adaptarse al “progreso” de la historia, ya que el lema del conservador cardenal Ottaviani - Semper idem-, hubiera dejado a a la prensa católica sin trabajo en el futuro (7).

    2- La importancia del IDOC…

    Sin duda, la más influyente agencia manipuladora de las mentes, durante y a partir del Concilio fue, desde fines de 1963, el importante IDO-C, surgido, en un principio, como centro de información para los obispos holandeses.
    Su función fue, tras el Concilio, combinar y distribuir documentación sobre los efectos estructurales y teológicos para la implementación de los decretos y el espíritu del Vaticano II. Entre sus suscriptores figuraban obispos, comisiones diocesanas, profesores de teología, estudiantes de seminarios…, protestantes y redactores de secciones religiosas de grandes rotativos.
    Ya para el año 1971 su influencia era asombrosa como fuente de noticias católicas para los periódicos laicos. De ahí que no era coincidencia que casi todas las publicaciones laicas presentaran los mismos tipos de noticias y con el mismo sesgo que el “stablishment” de la prensa católica.

    El hecho de que en la actualidad (1977) se publique la misma noticia, y más importante aun, de que no se publique, es algo que nunca se recalcará lo suficiente.
    No es exagerado proclamar que el “stablishment” IDO-C/Concilium constituyó un magisterio paralelo que rivalizaba con el del Papa en lo que a autoridad práctica se refiere. Por supuesto entre sus miembros figuraban antiguos “expertos” conciliares, como los famosos Baum y Laurentin.

    3- Los periodistas liberales fabricaron un mito. Ahora este mito es universalmente aceptado como la verdadera historia del Concilio…

    En el Vaticano II se comenzó a trabajar con “slogans”.
    El stablishment progresista codificó slogans al modo de un sistema completo de creencias que sus miembros encontraban más satisfactorios como base para su fe que las Escrituras o la Tradición, tales como: “leer los signos de los tiempos”, “ser abierto”, “dialogar”, “proveer a las necesidades del hombre moderno” y especialmente, hacer todo conforme al “espíritu del Vaticano II” .
    Pero hay que advertir que, al modo de la neohabla ideada por George Orwell en 1984”, algunos de estos slogans significan precisamente lo contrario de lo que parecen significar: así “ser abierto” o “dialogar”, en la práctica, significa que cualquiera que se desvíe de la línea del partido se verá impedido de expresarse en público.

    Según el profesor J. Hitchcock, la fórmula liberal para el cambio fue totalmente elitista: “fue la imposición de una reforma desde arriba por una minoría ilustrada: …cuando los progresistas hablan de rigidez e insensibilidad de la Iglesia para con las necesidades humanas, significan exclusivamente insensibilidad para con sus propias necesidades (15).

    Una vez más, esa teoría de la “obligación de la Iglesia” a adaptarse a las “necesidades” contemporáneas había sido proclamada por los primeros modernistas.
    San Pío X ya denunciaba esa teoría de las necesidades; y una de las más frecuentes de esas pretendidas “necesidades” era, en lo que a liturgia se refiere, la del “acomodamiento a las maneras y costumbres de los pueblos” (17).
    Por cierto, “necesidad” esa que resultó expresamente reconocida en la Constitución sobre Liturgia del Vaticano II (18).

    La primera tarea de los periodistas fue prefabricar un mito que diera como resultado que los Padres, condicionados por él, aceptaran ciertos supuestos básicos; éstos supuestos provocarían a su vez los reflejos necesarios cuando se aplicara el estímulo adecuado.
    Así definía el padre Bouyer el mito básico:
    Por un lado estaban “los malos”, la mayoría de los cuales eran italianos…; por el otro, “los buenos”… un partido incluía a los Ottaviani, los Ruffini, los Browne, los Heenan, y el otro a los Frings, los Leger, los Suenens y los Alfrink. El primer grupo resultaba siempre uniformemente estúpido, canallesco y miserable, mientras que el segundo era igualmente irreprochable, brillante y noble.
    Esa mitología artificial respaldaba los slogans. Por un lado estaba la tradición (identificada con el más absoluto oscurantismo). Mientras que el otro partido proclamaba total novedad con claridad meridiana. La autoridad era descrita como enfrentada a la libertad (y viceversa) (22).

    Y es que San Pío X ya había destacado el espíritu de desobediencia de los modernistas que los impulsaba a exigir un compromiso entre la autoridad y la libertad (23).

    Algunos periodistas se posesionaron de tal forma del mito que creaban que comenzaron a deificar a sus héroes.
    Ejemplo de “propaganda” que hacía Michael Novak del cardenal Suenens: “…Hombre fuerte, directo; tipo de hombre que controla la situación… Tiene voz clara y enfática… presenta sus ideas con energía… Resulta el tipo de obispo moderno por excelencia: instruido, activo, hábil y profundo” (26).
    Hans Küng también se unía al mito de “buenos contra malos”, usando expresiones como “intriga”, “obstrucionismo” y “brutal abuso de poder” al describir a “los malos”... La Curia resulta lamentablemente retrógada, ligada a un ghetto y no-ecuménica… identificada a sí misma con la “Iglesia” y capaz de excomulgar al que piensa de otro modo (27).

    Escribía el P. Bouyer:
    Muchos de los obispos estaban mal preparados para ejercer su papel entre los estallidos de tan estruendosa publicidad… En tales circunstancias no debe sorprendernos si, sobre todo durante las últimas sesiones del Concilio, muchas de las intervenciones de los Padres estuvieron mucho más condicionadas por el deseo de agradar a sus nuevos amos (30).
    Hasta tal punto que algunos Padres creían que se ganaba más con una declaración ante la prensa que con un discurso en la sala del Concilio.

    4- Los obispos y los peritos liberales cooperaron estrechamente con los periodistas liberales…

    El cardenal Heenan se quejaba de que, aunque se suponía que el secreto sobre los discursos en la Sala del Concilio sería mantenido (y se había tomado un juramento a tal efecto), ya incluso en la primera sesión tal secreto era con frecuencia sólo una ficción… pues el resumen o incluso el texto completo de las intervenciones estaba a disposición de los periodistas (32). Tal cosa ilustra la estrecha colaboración que existía entre los padres liberales, sus “expertos” y la prensa.
    Así, los obispos franceses consideraban al diario La Croix como una parte importante de su armamento, y en la segunda sesión su jefe de redacción actuaba como “experto” conciliar y como cronista. Era obvio que muchos de los Padres y teólogos usaban La Croix y Le Monde como tribuna (34).

    Hubo también gran cantidad de contactos informales entre periodistas, expertos y Padres liberales; ejemplo de ello es que el periodista Robert Kaiser y su esposa ofrecían con regularidad los domigos por la noche una cena a la que concurrían muchos de aquellos. Estas cenas resultaban verdaderas centrales de energía y de conversación, de hecho, la más influyente organización de Roma… (37).
    De hecho, según Michael Novak, ningún periodista sabía más sobre el Concilio que Robert Kaiser. En el mundo de habla inglesa, al menos, no había fuente más apta que la revista Time para producir un efecto sobre la opinión fuera del Concilio, y en cierto modo incluso dentro de él (38).

    5- La “opinión pública”… ¿voz del Espíritu Santo?...

    R. Kaiser suponía que algunos miembros de la Iglesia se encontraban “llenos de la influencia carismática del Espíritu Santo”, así como que el único modo de que la Iglesia “institucional” (o sea, los obispos) pudieran enterarse de lo que el Espíritu Santo “que sopla donde quiere” deseaba que ellos aprendieran, ¡!…era por medio de la prensa moderna”!! (40).
    Lo realmente lamentable de esa teoría, según la cuál “Dios enseña a los obispos por medio de la prensa liberal” era que parecía ser aceptada íntegramente por muchísimos obispos, que parecían rivalizar entre ellos en su afán de agradar a los nuevos amos.

    Tal (extravagante) teoría era incluso reconocida por el Cardenal Suenens, cuando escribía:…fueron los fieles, presentes en el Concilio mediante el Espíritu Santo, quienes soplaron sobre los esquemas preparatorios para dirigirlos. La corriente de la opinión pública soplaba en todos los niveles… El periodista católico es el teólogo del presente (41).

    Otro Padre, el secretario del IDO-C, iba más lejos aun, proclamando en la última Sesión conciliar (1965) que:
    Cristo vino a comunicarse con el pueblo; todo intento de impedir la comunicación es un pecado. El Vaticano II ha demostrado a la Iglesia que ella era el pueblo de Dios antes de transformarse en jerarquía (42).

    Comentaba sobre ello el cardenal Koenig, arzobispo de Viena:
    La “opinión pública” ha ocupado ahora el lugar que ocuparon en otras épocas príncipes y reyes. Cuando un periodista católico tiene hoy algo que decir no necesita ya esperar permiso del obispo ni información de Roma (43).

    Y es que, una vez aceptado que la “opinión pública”, la “voz del pueblo”, era como un oráculo divino y que los periodistas liberales del “stablishment” venían a ser los intérpretes inspirados y auténticos de ese infalible magisterio, la vida se hacía más sencilla para cualquier Padre conciliar.

    Frente a todo ello, y previniendo sobre el alcance de la “opinión pública” el Padre Bouyer recalcaba:
    El ‘consensus fidelium’ es algo muy distinto de la “opinión pública”; ésta no es sino algo manipulado y hasta prefabricado por la prensa, la cual, aparte de sensacionalismo, es apenas capaz de captar la verdadera importancia de las cuestiones en estudio y su verdadero significado (12).

    6- Significativo incidente del cardenal Ottaviani...

    Un incidente que sintetiza el ethos del Concilio, el verdadero “espíritu” del Vaticano II, la verdadera naturaleza del nuevo orden, sucedió durante el debate sobre la Constitución sobre la Liturgia.
    La cortesía usual exige que cualquier opinión que se exprese sincera y razonablemente debe escucharse con respeto, por inaceptable que resulte.
    El cardenal Ottaviani era ya anciano y estaba casi ciego; sostenía sus opiniones con la mayor sinceridad, (opiniones que la mayoría de católicos sostenían hasta 1962).
    Durante el debate sobre la liturgia, la ceguera del cardenal le obligaba a hablar sin texto; habló con su corazón sobre un tema que sentía profundamente:
    ¿Vamos acaso a provocar la extrañeza, o quizás el escándalo entre los cristianos, al introducir cambios en un rito tan venerable, que ha sido aprobado por tantos siglos y nos resulta tan familiar? El rito de la Santa Misa no debe tratarse como si fuera un trozo de tela, que debe ser readaptada al capricho de cada generación.

    El límite de cada discurso era de diez minutos. El Cardenal se excedió y sonó una campanilla. Absorto en su discurso no la oyó y continuó. “A una señal del cardenal Alfrink un técnico desconectó el micrófono. Después de confirmar el hecho golpeando el instrumento, el cardenal Ottaviani, tropezando, se desplomó en su asiento lleno de confusión.
    El más poderoso cardenal de la Curia había sido silenciado y los Padres Conciliares lo aplaudieron con júbilo (46).

    ¡Los padres conciliares “aplaudieron con júbilo”! Y ¿por qué no? ¡El cardenal Ottaviani era uno de los “malos” y Alfrink era de los “buenos”!
    El periodista Xavier Rynne comentaba que “parecía como si Ottaviani se hubiera sentido injuriado y permaneciera alejado por casi dos semanas” (47). Con otras palabras, ¡los “malos” eran también malos perdedores!
    No es difícil imaginar que mientras Ottaviani se desplomaba tropezando sobre su asiento, uno de los jubilosos Padres dejara de aplaudir un momento para preguntarle: “Profetiza, ¿quién es el que te cortó?”.

    Ahora bien, ¿cuál hubiera sido la reacción de la prensa en general si, cambiando los papeles, Ottaviani hubiera ordenado que se le cortara el micrófono a Alfrink en la mitad de un discurso?
    Después de relatar este incidente sin el más mínimo asombro de piedad, Robert Kaiser contaba un chiste que circuló posteriormente y que resumía el “espíritu” del momento: A la mañana siguiente, Ottaviani (sic) llamó un taxi y le dijo: ‘Al Concilio”, y el conductor lo llevó a Trento” (48).

    En fin, monseñor Lefevbre testimoniaba en qué forma la prensa mundial, sobre todo la prensa “católica”, prestó apoyo total a las fuerzas liberalizadoras dentro del Concilio. Hace mención de cómo se llevó a cabo la batalla clave sobre la colegialidad emprendida por los liberales con la ayuda de “toda la prensa, la comunista, la protestante y la progresista” (50).

    7- Se vuelve a recalcar la importancia de la Pascendi...

    San Pío X ya había advertido que nadie sabe hacer mejor uso de la prensa que el modernista.
    Resulta difícil creer que lo que escribió sobre el tema en Pascendi Gregis no estaba referido directamente a la situación durante y después del Vaticano II:

    Por ello, venerables hermanos, no es de maravillar que los modernistas ataquen con extremada malevolencia y rencor a los varones católicos que luchan valerosamente por la Iglesia. No hay ningún género de injuria con que no los hieran; y a cada paso les acusan de ignorancia y de terquedad. Cuando temen la erudición y fuerza de sus adversarios, procuran quitarles la eficacia oponiéndoles la conjura del silencio. Manera de proceder contra los católicos tanto más odiosa cuanto que, al propio tiempo, levantan sin ninguna moderación, con perpetuas alabanzas, a todos cuantos con ellos consienten; los libros de éstos, llenos por todas partes de novedades, recíbenlos con gran admiración y aplauso; cuanto con mayor audacia destruye uno lo antiguo, rehúsa la tradición y el magisterio eclesiástico, tanto más sabio lo van pregonando. Finalmente, ¡cosa que pone horror a todos los buenos!, si la Iglesia condena a alguno de ellos, no sólo se aúnan para alabarle en público y por todos medios, sino que llegan a tributarle casi la veneración de mártir de la verdad (51).

    (Extraído de “El Concilio del papa Juan” de Michael Davies, Ed. Iction, Buenos Aires, 1981). Título original: “Pope John’s Council” 1977)
    Última edición por Gothico; 27/06/2007 a las 17:49

  10. #10
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    Re: El concilio del papa Juan

    VIII – EL TRASFONDO DEL PROTESTANTISMO CONTEMPORÁNEO

    1- La historia del protestantismo lo es de una fragmentación. Cada protestante es su propio papa. 2- El movimiento ecuménico no es un movimiento hacia el protestantismo sino hacia el racionalismo. 3- El diálogo ecuménico con protestantes ha demostrado ser a la vez inútil y peligroso. 4- La única verdadera base para el ecumenismo católico es invitar a los protestantes a volver a la única verdadera Iglesia fundada por Jesucristo.

    1- La historia del protestantismo lo es de una fragmentación. Cada protestante es su propio papa...

    Es obvio que no se puede hacer ninguna afirmación general sobre creencias y prácticas comunes al protestantismo, ya que su historia no es sino una historia de división, fragmentación y conflicto en miles de congregaciones diferentes. E incluso su fragmentación prosigue más allá, pues, dentro de cada denominación, cada individuo es, en última instancia, su propio “papa”.
    Todo ello porque el magisterio infalible católico fue reemplazado por un libro infalible: la Biblia, y la lógica irrenunciable del protestantismo consiste en que ningún individuo puede imponer su propia interpretación a otro.

    Otro carácter peculiar del protestantismo es que, como cada creyente es libre de hacer de su propia razón el último juez de la verdad, el protestantismo debía desembocar inevitablemente en el racionalismo.
    En 1877, el cardenal Manning comentaba las fases del proceso degenerativo del protestantismo:
    - un primer período luterano de rigor dogmático, de modo similar a cómo se había creído en la religión católica;
    - las contradicciones y polémicas entre los reformadores sacudieron la autoridad de la reforma, retirándose el pensamiento hacia la imprecisión dogmática del pietismo;
    - una vez enfrentadas las contradicciones dogmáticas entre sí, y buscando la razón el modo de congeniarlas, quedó la razón como triunfante: uno por uno la crítica racionalista desechó como falsos todos los libros bíblicos, y la reforma luterana quedó destruida en su base. Los racionalistas del siglo XIX alemán fueron los hijos legítimos de los luteranos (2).

    Eso mismo advertía el papa San Pío X en la Pascendi:
    …por cuántos caminos el modernismo conduce al ateísmo. El error del protestantismo fue el primer paso; el modernismo es el segundo y el ateísmo será el próximo (3).

    2- El movimiento ecuménico no es un movimiento hacia el protestantismo sino hacia el racionalismo...

    Supuesta esa tesis, es evidente que el movimiento ecuménico, tal como existe hoy, se basa sobre una premisa totalmente falsa: que se puede obtener la unidad orgánica con los protestantes por medio de negociaciones ecuménicas.
    Dicha creencia es absolutamente utópica.
    Las estructuras de los principales cuerpos protestantes no son más que fachadas, tras las cuales solo hay una serie de sistemas mal definidos y en constante mutación hacia el racionalismo.
    Eso significa que cuanto más tratan las autoridades católicas de acercar a la Iglesia al protestantismo más tienden a llevarla a un cristianismo irreligioso, al racionalismo.
    Como el actual desequilibrio surge de un complejo de inferioridad, de un deseo de mimetizarse con la sociedad circundante, no terminará con un avance hacia las creencias protestantes conservadoras. Gracias al protestantismo liberal, los protestantes “duros” han perdido mucho peso. La sociedad que nos rodea es humanista, y por ello el ecumenismo no resulta un acercamiento hacia los protestantes sino un salto hacia el humanismo a través del aro de papel del liberalismo (6).

    El cardenal Heenan señalaba en 1972 con qué profundidad la enfermedad racionalista se hallaba exuberante dentro de la Iglesia católica:
    La controversia teológica ya no se da entre confesiones. Ortodoxia y herejía (si es que aun se puede usar el término) son ahora ya interconfesionales… (8).

    Lo que sucede (gracias al “diálogo”) de hecho es la supresión de la base íntegra de toda creencia cristiana, ya católica o protestante, negando o creando dudas sobre cada dogma de fe.
    Así, paradójicamente, los católicos y protestantes conservadores tienen ahora mucho más en común entre ellos que entre otros católicos o protestantes liberales de su propia confesión: resulta obvio que un católico normal se encuentra mucho más cerca, por su creencia, de un protestante evangélico que acepta la divinidad de Cristo, su nacimiento virginal, la resurreción y la doctrina de la Trinidad que de un modernista nominalmente “católico”, pero que no acepta ninguno de esos dogmas.

    3- El diálogo ecuménico con protestantes ha demostrado ser a la vez inútil y peligroso...

    Por todo ello, el diálogo ecuménico con los protestantes es inútil porque la lógica de su sistema implica que, en última instancia, un jefe protestante sólo puede hablar por sí mismo; porque no tienen los protestantes, realmente, otra autoridad que la Biblia. Yendo más lejos, algunas denominaciones, por ejemplo, los anglicanos, declaran admitir los Credos históricos y algunos Concilios.
    Pero ¿quién puede decidir lo que significa para ellos cada artículo del Credo y cuáles de los Concilios que deben aceptar?
    El arcediano Pawley, observador anglicano en el Vaticano II, reconocía que los anglicanos ni siquiera están conformes entre ellos acerca de qué Concilios aceptan; es presumible que acepten la autoridad de los primeros cuatro Concilios, en cuanto aceptan los tres Credos que en ellos fueron definidos (el de los Apóstoles, el Atanasiano y el de Nicea) (16). Aunque no dudaba en afirmar que:
    los anglicanos no consideran como Concilio General al Vaticano II…, que no pasaría de ser una simple “conferencia doméstica” de la Iglesia Católica Romana (17).

    Los anglicanos, por cierto, siguen la teoría de que la Iglesia se encuentra dividida en distintas ramas, una de las cuales es la suya propia; rama, por cierto, que sería mucho más “católica” que la de Roma. Asímismo creen que lejos de descartar la “antigua fe”, los reformadores la habrían mantenido intacta, y que habría sido la Iglesia “Romana” la que habría introducido innovaciones (18).

    De todos modos, sería muy difícil hallar una doctrina en particular y decir de ella que representa la creencia anglicana. Todo lo más que se podría decir es que representaría la fe de algunos anglicanos.

    Pues constituye un gran error imaginarse que los católicos y los no-católicos están, siempre o siquiera generalmente, de acuerdo en doctrinas fundamentales: en realidad están muy separados en materias de fe y de moral.
    Por ejemplo, la doctrina de la Iglesia anglicana sobre la sagrada Comunión ha sido expuesta de cuatro o cinco formas diferentes. La verdad de la cuestión es que a dicha Iglesia no le preocupa gran cosa ser demasiado explícita y ha quedado satisfecha con establecer, primero, que la transubstanciación no es real, y segundo, que Cristo se nos da como alimento espiritual. No posee definiciones que vayan más allá de eso.
    Igualmente, existen diferencias en cuanto a la doctrina moral. Los obispos anglicanos no se oponen al aborto en principio, aunque algunos se oponen particularmente; su actitud sobre la contracepción (consistente en que cada individuo debe tomar su propia decisión) es imposible de conciliar con la posición católica.

    El diálogo ecuménico con los protestantes es, además de inútil (por cuanto no existe posibilidad de unirse a algo difuminado y etéreo), peligroso porque induce a los comprometidos en la discusión ecuménica a minimizar la verdad católica en aras de acuerdos espureos.
    Los que se empeñan en llegar a un acuerdo hacen de alcanzar dicho acuerdo su primera prioridad; creen que si no llegan a un acuerdo han fracasado, sin advertir que el verdadero fracaso es un acuerdo no basado en la verdad.
    El ejemplo más grave lo constituyó la modificación de la Misa Romana para tornarla lo más aceptable posible a los protestantes que rechazan la doctrina católica sobre el Sacrificio y la Transubstanciación.
    Y es que, lamentablemente, la historia del “diálogo ecuménico” iniciado por el Concilio no ha sido más que una historia de continuas concesiones de la Iglesia Católica para con el protestantismo, sin ninguna reciprocidad a cambio.

    Al mismo tiempo, el diálogo ecuménico ha abierto una puerta por la que ha entrado el virus del racionalismo, exuberante entre las denominaciones protestantes, contaminando aun más a la Iglesia, y lo que es peor, debilitando su capacidad para combatir las verdaderas fuerzas de la Revolución, hoy más poderosas que nunca.

    4- La única verdadera base para el ecumenismo católico es invitar a los protestantes a volver a la única verdadera Iglesia fundada por Jesucristo.

    La única forma católica de de ecumenismo es presentar la Fe claramente ante los protestantes, haciendo lo posible por aclarar equívocos, sin comprometer la verdad.
    Si se les quiere dar la impresión de que una religión es tan buena como la otra, no es probable que abandonen sus errores y acepten la invitación de reintegrarse en la iglesia católica, formulada por Pío XI en la Mortalium Animos.
    Cualquier forma de ecumenismo que no se base en esta invitación constituye una traición a la Fe católica.

    Por último, podría parecer que lo escrito en este capítulo entraría en conflicto directo con la enseñanza explícita del Concilio, que convocaría al tipo de diálogo y cooperación ecuménicos que hemos aquí criticado.
    Pero lo escrito hasta aquí no es, realmente, la resistencia a la enseñanza del Concilio mismo, sino a su aplicación en la práctica; aplicación práctica que sí contradice directamente los principios del propio Concilio.
    El Decreto sobre Ecumenismo afirma:
    Por supuesto, es esencial que la doctrina sea presentada claramente y en su integridad. Nada más ajeno al espíritu del ecumenismo que un enfoque falsamente conciliatorio que hiere la pureza de la doctrina católica y oscurece su confirmada genuina significación (21).

    Y dado que ese enfoque falsamente conciliatorio es ahora, con certeza, el espíritu que guía al actual diálogo ecuménico, y éste es un hecho que puede demostrarse objetivamente, luego los católicos que lo resisten actúan de acuerdo con la letra del Concilio.


    (Extraído de “El Concilio del papa Juan” de Michael Davies, Ed. Iction, Buenos Aires, 1981). Título original: “Pope John’s Council” 1977)
    Última edición por Gothico; 06/07/2007 a las 20:48

  11. #11
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    Re: El concilio del papa Juan

    IX – COACCIONES DE LOS OBSERVADORES PROTESTANTES

    1- Los efectos del Vaticano II excedieron las más descabelladas esperanzas de los protestantes. La satisfacción protestante con el Concilio debería ser causa de preocupación para los católicos. 2- La fuerte influencia protestante garantizada con el establecimiento del Secretariado para la Unidad Cristiana como cuerpo independiente de la Curia. 3- La presencia de los observadores protestantes en el Concilio tuvo un efecto inhibitorio sobre los Padres. 4- Los observadores ejercieron considerable influencia detrás de la escena. 5- Como resultado del Concilio, en la Iglesia actual se busca la unidad a expensas de la verdad. Por más que los ecumenistas católicos sean sinceros, esa política debe acabar en desastre. 6- A mayor progreso del ecumenismo, mayor declinación de todas las denominaciones interesadas. 7- La misa en su nueva forma actual deja ya de ser causa de disensión. Cambios litúrgicos alabados por los protestantes.

    1 - Los efectos del Vaticano II excedieron las más descabelladas esperanzas de los protestantes. La satisfacción protestante con el Concilio debería ser causa de preocupación para los católicos…

    El 450º aniversario de la Reforma protestante se celebró en Wittenberg el 31 de octubre de 1967. Cierta cantidad de representantes católicos se unieron a mil delegados protestantes de todo el mundo para homenajear a Lutero.

    El doctor. K. Skydsgaard, uno de los observadores luteranos en el Concilio Vaticano II, habló sobre “la forma en que el Vaticano II parecía en muchos aspectos haber llevado a la Iglesia Católica muy cerca de las iglesias protestantes” (2).
    El observador anglicano B. Pawley afirmó que “el diálogo previsto por el Decreto sobre Ecumenismo y fomentado por Pablo VI ha superado nuestras más exaltadas esperanzas” (3).
    El pastor Roger Schutz, prior y fundador de la comunidad protestante de Taizé y también observador protestante en el Concilio, declaró que “el Vaticano II había excedido nuestras esperanzas” (5).
    El profesor G. Lindbeck, de la facultad de teología de Yale destacaba con alegría: “el Concilio marcó el fin de la Contrarreforma” (8).

    Lo lamentable es que esa “Contrarreforma” (por cierto, palabra anticatólica y tendenciosa para significar que la única y verdadera “Reforma” sería la de sentido protestante) había iniciado lo que posiblemente ha sido la mayor época de renovación de toda la historia de la Iglesia, y durante la cual Dios había enviado una cosecha abundantísima de santos.

    De hecho, debería suponer un motivo gravísimo de preocupación para los verdaderos católicos que los protestantes, enemigos de la verdad católica, encuentren la enseñanza del Vaticano II mucho más satisfactoria que ninguna otra anterior presentación católica de la Fe.

    2 - La fuerte influencia protestante garantizada con el establecimiento del Secretariado para la Unidad Cristiana como cuerpo independiente de la Curia

    Pero la satisfación protestante por el Vaticano II no es tan sorprendente si se considera cuánto influenciaron éstos en sus deliberaciones: la certeza de que la influencia protestante sobre el Concilio sería considerable se hizo clara cuando ya, más de dos años antes de celebrarse éste, el 5 de junio de 1960 se había creado el Secretariado para la Promoción de la Unidad Cristiana, con el fin de establecer relaciones con “organismos cristianos fuera de la unidad de la Iglesia” (o sea, protestantes) e invitarlos a enviar representantes al Concilio (10).

    El doctor Mc Affee Brown señalaba que:
    Es significativo que Juan XXIII creara ese Secretariado con independencia de la Curia romana para que gozara de mayor libertad de maniobra; que se previera que quedara como una estructura permanente de la Iglesia una vez que el Concilio hubiera finalizado; que se nombrara como cabeza del mismo al cardenal alemán Agustín Bea y al “ecumenista” holandés cardenal Willebrands (ambos del grupo del Rin); que los asuntos ecuménicos del Concilio estuvieran incluidos en la carpeta del Secretariado; que el Secretariado redactara el crucial esquema “Sobre Ecumenismo”; y que suministrara los polémicos textos sobre libertad religiosa y sobre los judíos (11).

    3 - La presencia de los observadores protestantes en el Concilio tuvo un efecto inhibitorio sobre los Padres…

    La misma presencia de los observadores protestantes dentro del Concilio estaba destinada a tener un efecto inhibitorio en los debates. Es obvio que tal hecho debió ser causa de que muchos padres minimizaran y hasta silenciaran aspectos de la Fe que podían haber ofendido a sus huéspedes protestantes.
    En octubre de 1964, monseñor Lefevbre se quejaba:
    Así resulta que, en aquellos puntos de doctrina específicamente católica, uno se ve obligado a redactar esquemas que atenúen o incluso supriman por completo todo lo que pueda desagradar a los protestantes (13).

    Como otras tantas veces, el juicio de monseñor Lefevbre se confirmaba por alguien del campo opuesto.
    El doctor Moorman, jefe de la delegación anglicana, señalaba:
    los observadores constituían una especie de control sobre lo que se decía. Cada obispo interviniente sabía que en la tribuna había un grupo de críticos que consignaban lo que dijera para usarlo quizás en contra suya, por lo que se esforzaron en no decir nada que pudiera ofenderlos (14).

    La influencia protestante no consistió solo e ese efecto inhibitorio sino que a veces se les permitía exponer sus propios puntos de vista en los debates. El Dr. Moorman revela que a veces alguno de los Padres leía sus textos en su nombre (15).

    4 - Los observadores ejercieron considerable influencia detrás de la escena…

    Además, los observadores hacían conocer sus opiniones en las reuniones semanales del Secretariado, así como a través de sus reuniones con Padres y expertos.
    El delegado luterano Oscar Cullmann señalaba ya durante la primera sesión:
    Cada mañana me asombro del modo en que formamos parte realmente del Concilio (17).

    El cardenal Bea confirmaba la decisiva aportación protestante en la redación del Decreto sobre Ecumenismo:
    No titubeo en señalar que ellos han contribuido en forma decisiva para producir este resultado (18).

    Mc Affee Brown escribía:
    El Secretariado para la Promoción de la Unidad Cristiana disponía reuniones oficiales semanales para los observadores y los miembros del Concilio, en las que se pedía a los observadores que comentaran con franqueza los documentos en discusión y sus observaciones eran tomadas con seriedad. Frecuentes retoques en las frases o en el tono de los documentos finales del Concilio pueden ser rastreados hasta esas reuniones informativas (20).

    5 - Como resultado del Concilio, en la Iglesia actual se busca la unidad a expensas de la verdad. Por más que los ecumenistas católicos sean sinceros, esa política debe acabar en desastre…

    Esa (caótica) situación había sido prevista y condenada en una serie de documentos papales, desde Pascendi de San Pío X y Mortalium Animos de Pío XI hasta Pío XII en la Humani Generis, unos años antes del Concilio:
    “Una política de apaciguamiento puede terminar en unidad, pero sólo en la unidad de una ruina común”.
    En esa misma encíclica hablaba de un peligro “tanto más grave cuanto más se oculta bajo la capa de la virtud. Muchos, mirando la discordia del género humano y la confusión reinante, son movidos por un ardiente deseo de romper las barreras que separan entre sí a las personas buenas y honradas, proponiéndose reconciliar las opiniones contrarias aun en el campo dogmático…; abrasados por un impresionante irenismo consideran como un óbice para restablecer la unidad fraterna incluso cuanto se funda en las mismas leyes y principios dados por Cristo y en las instituciones por Él fundadas… caído todo lo cual, seguramente la unificación sería universal, pero sólo en la común ruina”.

    6 - A mayor progreso del ecumenismo, mayor declinación de todas las denominaciones interesadas...

    Y es evidente que, en lo referente al diálogo ecuménico con protestantes se refiere, el progreso en el diálogo se ve acompañado por la progresiva disolución de la verdad católica, con el agravante de que la tendencia predominante en el protestantismo conduce al racionalismo.
    Por lo cual, de continuar la tendencia dialogante y obtener esa buscada unidad, el mensaje que la nueva Iglesia pan-cristiana proclame a todo el mundo sería poco más que un eco de lo que el mundo ya está diciendo.
    De hecho, no habría nada a lo cual convertir al mundo, ya que sería el mundo el que habría convertido a la Iglesia.

    Palabras aquéllas de Pío XII verdaderamente proféticas: afuera, en el mundo real, los templos de todas las denominaciones se van vaciando; cuanto más progresan los ecumenistas, menos cristianos rinden culto a Dios los domingos.
    Cosa que, por supuesto, no preocupa en absoluto a los ecumenistas postconciliares.

    El impacto protestante en el Concilio era reconocido por el propio observador anglicano B. Pawley en 1974:
    En escasos diez años el Concilio ha tomado las dimensiones de una revolución mundial (26).
    Lo preocupante es que, como protestante, él encontraba en ese hecho un motivo de regocijo, en contraste con el pesimismo y desaliento protestante durante el anterior pontificado de Pío XII.

    7 - La misa en su nueva forma actual deja ya de ser causa de disensión. Cambios litúrgicos alabados por los protestantes…

    La manifestación más dramática, para el católico corriente, del diálogo con los protestantes ha consistido en la protestantización de la liturgia. Hecho que también observaba con alegría el observador anglicano B. Pawley, confesando que “incluso ha superado en modernidad a la liturgia anglicana de Cranmer” (31).
    Porque la actual liturgia romana ha pasado a asemejarse muchísimo a la liturgia herética de los anglicanos.

    En el siglo XVI los que controlaban la Iglesia en Inglaterra rompieron con la Iglesia Católica y establecieron la Iglesia de Inglaterra, una simple secta herética y cismática; dando expresión litúrgica a sus doctrinas heréticas.
    El papa San Pío V, oponiéndose a todas las liturgias heréticas que se habían inventado dondequiera que los protestantes ganaban poder político, codificó el Rito Romano existente, que en lo esencial remontaba al tiempo de San Gregorio Magno (siglo VI), y extendió su uso a toda la Iglesia universal.

    Sin embargo, como esa milenaria Liturgia era “una causa de disensión” para los observadores protestantes, ya que no satisfacía las herejías anglicanas, hubo que cambiarla en el Concilio para contentar a los herejes.
    El espectáculo de un ministro anglicano reprendiendo a la Iglesia universal por no colocar su milenaria Liturgia a tono con la de su secta hubiera provocado sonrisa entre los católicos de otras épocas; pero ahora, en cambio, tocaría llorar ¡¡porque los que hoy gobiernan la Iglesia tuvieron la osadía de adaptar la milenaria Liturgia católica a la de la secta anglicana para obtener de los observadores protestantes una miserable palmadita de aprobación!!

    Como de costumbre, monseñor Lefevbre juzgó perfectamente la situación:
    Todos esos cambios no tienen sino un solo motivo: un ecumenismo aberrante e insensato que no atraerá a la Fe un solo protestante, pero provocará que innumerables católicos la pierdan, e introducirá la confusión total en las mentes de muchos más que ya no sabrán qué es verdadero y qué es falso (34).

    La magnitud del desastre del Vaticano II reside en el hecho de que, lejos siquiera de pensar en entrar en la unidad católica, los jefes protestantes tienen confianza en que la Iglesia Católica ha aceptado, más bien, las doctrinas básicas de la Reforma protestante.

    (Extraído de “El Concilio del papa Juan” de Michael Davies, Ed. Iction, Buenos Aires, 1981). Título original: “Pope John’s Council” 1977)

  12. #12
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    Excelente Tema Gothico!

  13. #13
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    Respuesta: El concilio del papa Juan

    Sí, Volontario. Muy interesante
    ¿No esta el libro traducido al italiano?
    Claro, es que en la Roma "modernista" no interesará...

  14. #14
    Avatar de Cruzada Hispánica
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    Re: Respuesta: El concilio del papa Juan

    Muy buena la aportación, lástima que no se tengan medios de difusión masivos para desenmascarar el golpe de mano del diablo en el Vaticano.

    El Vaticano II fué la dinamitación de la Tradición Católica por los mismos enemigos de esta tradición, tolerados y amparados por las altas eferas. No fué un Concilio que se denominara "dogmático" si no "pastoral", el Vaticano I y el de Trento si eran "Dogmáticos" y Ad aeternis. basándose en que no se pretendía establecer o cambiar ninguna definición o dogma de Fé, se tolero la aprobación de los "experimentos modernistas" que casi se carga la Tradición. Sin embargo a la Tradición se la atacado como no se ataca ni al protestantismo, ni al judaismo, ni al Islám... pretenden un ecumenismo religioso con los enemigos ancestrales del catolicismo, y se reniega de los Católicos de siempre los que permanecen fieles a docenas de papas y no a los delirios de uno o dos papas que yo califico de "malos papas", sin negar su respeto o autoridad, pero sin dejar de decir las cosas como son. Uno puede reconocer a su padre, su autoridad y su respeto debido, pero no por ello, eso impide pueda haber padres malos y equivocados.

    La Iglesia a sufrido un golpe gravísimo, pues se han minado sus fundamentos y principios. Pese al golpe, la Iglesia prevalecerá, claro que prevalecerá, ha prevalecido a siglos de persecuciones ¿no va a perdurar a unos "malos papas"?

    Pero estamos obligados además de quejarnos, a rezar por los Papas, para que prevalezca la Tradición Católica, frente al cambio de religión que pretenden, con un "ecumenismo" y "acercamiento" a los protestantes y a otras religiones, que por cierto tienen a los Católicos, como enemigos a muerte. Claro que prevalecerá la verdadera Iglasia Católica, pero ganándose la Gracia de nuevo de Dios, permaneciendo fieles al legado heredado. Y no vendiéndose a quienes quieren destruirla.
    Última edición por Cruzada Hispánica; 28/08/2010 a las 23:56

  15. #15
    Avatar de Hyeronimus
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    Re: Respuesta: El concilio del papa Juan

    PEQUENO CATECISMO SOBRE O CONCÍLIO VATICANO II

    Por um Noviço do Mosteiro da Santa Cruz
    Primeira Parte

    1 - O QUE FOI O CONCÍLIO VATICANO II?

    O Concílio Vaticano II foi o 21 Concílio Ecumênico da história da Igreja Católica e segundo que se fez no Vaticano, realizado de 1962 a 1965. Foi, em numero de participação, a maior concentração de Padres Conciliares reunidos na Basílica de São Pedro. Mas quantidade não é sinônimo de qualidade, tão pouco de verdade. Pois esse Concílio foi à vitória do Modernismo[1].

    2 - QUEM FEZ A ABERTURA DO CONCÍLIO VATICANO II?

    Quem fez o anuncio da convocação do Concílio Vaticano II, em 25 de janeiro de 1959 no Mosteiro beneditino de São Paulo Extramuros aos 17 Cardeais, três meses depois de assumir o pontificado (já que ele assumiu como pontífice dia 28 de Outubro de 1958), e o inaugurou, ou seja, fez sua abertura, foi o papa João XXIII em 11 de Outubro de 1962, quarto ano de seu pontificado. Oficialmente, a Constituição “Humanae salutis” de 25 de Dezembro de 1961 anunciou a convocação para Outubro de 1962. Assim, o motu próprio “Consilium” de 2 de Fevereiro de 1962 estabeleceu o inicio para 11 de Outubro de 1962. Precisamente, essas são as datas fixas do nascimento do Concílio Vaticano II.

    3 - QUANTAS SESSÕES TEVE O CONCÍLIO VATICANO II?
    O Concílio Vaticano II teve no decorrer de seus quatro anos, quatro sessões:[2]
    A Primeira Sessão – de 11 de Outubro a 8 de Dezembro do ano de 1962
    A Segunda Sessão – de 29 de Setembro a 4 de Dezembro do ano de 1963
    A Terceira Sessão – de 14 de Setembro a 21 de Novembro do ano de 1964
    A Quarta Sessão – de 14 de Setembro a 8 de Dezembro do ano de 1965

    4 - QUEM FEZ O ENCERRAMENTO DO CONCÍLIO VATICANO II?

    Quem fez a celebração do encerramento do Concílio Vaticano II foi o papa Paulo VI em 8 de Dezembro de 1965, sucessor de João XXIII que devido a sua morte em 3 de Junho do ano de 1963, deu continuidade e finalidade ao Concílio.

    5 - QUANTAS PESSOAS PARTICIPARAM DO CONCÍLIO VATICANO II?

    Dos Padres Conciliares, teve mais de dois mil bispos reunidos. Fala-se de 2.400 [3]

    6 - O CONCÍLIO VATICANO II FOI UM CONCÍLIO PASTORAL OU DOGMÁTICO?

    O Concílio Vaticano II foi um concílio meramente pastoral, o próprio papa João XXIII expressou esse desejo na sua alocução de abertura de não querer dogmatiza nada do que nele fosse apresentado, ou seja, não quis usar da infalibilidade nos documentos promulgados, logo, a aplicação de seus ensinamentos não é infalível. Sendo apenas instruções, diretrizes oferecidas ao campo da vida pastoral da Igreja.

    Vejamos o que disse João XXIII no seu discurso de abertura em não querer dogmas no Concílio:

    “A finalidade principal deste Concílio não é, portanto, a discussão de um ou outro tema da doutrina fundamental da Igreja, repetindo e proclamando o ensino dos Padres e dos Teólogos antigos e modernos (...). Para isso não havia necessidade de um Concílio. (...) o espírito cristão, católico e apostólico do mundo inteiro espera um progresso na penetração doutrinal e na formação das consciências, é necessário que esta doutrina certa e imutável (...) seja aprofundada e exposta de forma a responder as exigências do nosso tempo. Uma coisa é a substância do “depositum fidei” (...) e outra é a formulação com que são enunciadas (...). Será preciso atribuir importância a esta forma e, se necessário, insistir com paciência, na sua elaboração (...), cujo caráter é prevalentemente PASTORAL”.[4]

    Recorramos as perguntas do número 26 do livro de Pe. Matthias Gaudron:[5]

    Em que o Vaticano II difere dos Concílios anteriores?

    O Concílio Vaticano II declarou não querer ser mais que um “Concílio pastoral”, que não define as questões de Fé, mas dá diretrizes pastorais para a vida da Igreja. Renunciou á definição de dogmas e assim, á infalibilidade que pertence a um Concílio. Seus documentos não são, portanto, infalíveis.

    Nunca houve, então, outro Concílio “pastoral” antes do Vaticano II?

    Todos os Concílios da Igreja foram pastorais. Mas o foram definindo os dogmas: desmascarando os erros; defendendo a Doutrina Católica; e lutando contra as desordens disciplinares e morais. A originalidade do Vaticano II foi á de querer ser “pastoral” de uma maneira nova, recusando-se a definir dogmas, a condenar os erros, e mesmo a apresentar a Doutrina Católica de modo defensivo.

    O Vaticano II não promulgou documentos dogmáticos?

    O Vaticano II promulgou dezesseis textos: nove decretos, três declarações e quatro constituições. Dentre estas, duas são ditas “Constituições Dogmáticas”: Lumem gentium (sobre a Igreja) e Dei verbum (sobre a Revelação). Isso não significa que tenham proclamado dogmas ou que sejam infalíveis, mas apenas que tratam de uma matéria referente ao dogma. O Vaticano II se recusou a definir o que quer que seja de modo infalível; Paulo VI o sublinhou explicitamente em 12 de Janeiro de 1966, algumas semanas após o seu encerramento:

    “Tendo em vista o caráter pastoral do Concílio, este evitou proclamar de modo extraordinário dogmas dotados da nota de infabilidade”.

    A “pastoralidade” do Vaticano II caracteriza-se pela adaptação da Igreja ao nosso tempo?

    Todos os Concílios adaptaram a Igreja ao seu tempo. Mas o fizeram anatematizando os erros do dia; punindo os desvios morais ou disciplinares da época; armando a Igreja contra seus inimigos. A adaptação não visava a se conformar ao século, mas a melhor resistir-lhe. Não se tratava de agradar ao mundo, mas de o confrontar e de o vencer, para agradar a Deus. João XXIII e Paulo VI procuraram, ao contrario, tornar a Igreja Católica sedutora para o homem moderno.

    João XXIII e Paulo VI exprimiram essa intenção?

    João XXIII declarou em 14 de fevereiro de 1960:

    “O fim primeiro e imediato do Concílio é o de apresentar ao mundo a Igreja de Deus, no seu perpetuo vigor de vida e de Verdade, e com sua legislação adaptada ás circunstâncias presentes, de modo a ser sempre mais conforme á sua divina missão e estar mais pronta as necessidades de hoje e de amanhã. Em seguida, se os irmãos que se separaram e que ainda estão divididos entre si virem se concretizar o comum desejo de unidade, poderemos lhes dizer então, com uma viva emoção: é a vossa casa; a casa daqueles que trazem o sinal de Cristo”.[6]

    O Cardeal Montini, futuro Paulo VI, declara, em abril de 1962:

    “A Igreja se propõe, pelo próximo Concílio, a entrar em contato com o mundo (...) Ela se esforçará para ser (...) amável em sua linguagem e na sua maneira de ser”.

    E, durante o Concílio, Paulo VI, afirmava, na sua encíclica Ecclesiam Suam:

    “A Igreja poderia se propor a realçar os males que podem se encontrar no mundo, a pronunciar anátemas e suscitar cruzadas contra eles (...); parece-nos, ao contrário, que a relação da Igreja com o mundo (...) pode se exprimir melhor sob a forma de um dialogo” (80).

    O Vaticano II se quis, desde o inicio, portanto, como um Concílio de abertura a de diálogo?

    De fato, os membros da Comissão Preparatória estabelecida por João XXIII pensavam dever organizar um Concílio normal. Tiveram um enorme trabalho para esboçar esquemas que pudessem servir de base aos debates conciliares. Mas, durante esse tempo, o Secretário para a Unidade dos Cristãos, igualmente estabelecido por João XXIII (em junho de 1960), trabalhava num outro sentido. Finalmente, a verdadeira intenção de João XXIII prevaleceu: no inicio do concílio, livrara-se dos esquemas preparatórios, julgados demasiado “doutrinais”, e o Concílio se comprometeu com a via preparada pelo Secretariado para a Unidade.

    Que conclusões se pode tirar dessa política de abertura levada a cabo pelo Concílio Vaticano II?

    Percebe-se claramente que o Concílio vaticano II não foi um Concílio como os demais. Os textos que promulgou, fruto de um “diálogo” com o mundo, são mais textos diplomáticos ou “publicitários” (destinados a dar uma boa imagem a Igreja) do que textos magisteriais (ensinando com autoridade e precisão Verdades da Fé). Nenhum dos textos conciliares é, de si, infalível.

    O Vaticano II não foi infalível enquanto órgão do Magistério Ordinario?

    Alguns pretendem que, mesmo que o Vaticano II não tenha produzido atos de Magistério Extraordinário, a infalibilidade pertencer-lhe-ia enquanto órgão do Magistério Ordinário Universal, porque quase todos os bispos do mundo nele se fizeram presentes. Além disso – dizem – o ecumenismo e a liberdade religiosa são ensinados hoje pelos bispos do mundo inteiro, o que equivale também ao exercício do Magistério Ordinário Universal, que é infalível.

    Porém essa argumentação está viciada. O Vaticano II, Concílio “pastoral”, recusou a comprometer sua autoridade para definir o que quer que fosse; não impôs a liberdade religiosa e o ecumenismo como Verdades de Fé, por isso escapando ao Magistério Extraordinário. Mas, de uma cajadada só, escapou também do Magistério Ordinário infalível. Pois não pode haver infalibilidade se os bispos não certificam, com autoridade, que o ensinamento que dispensam pertence ao Depósito da Fé (ou é-lhe necessariamente ligado) e que deve ser tido como imutável e obrigatório.[7]

    As autoridades atuais da Igreja reconhecem a não infalibilidade do Vaticano II?

    O Vaticano II não foi infalível, foi o que afirmou expressamente o Cardeal Ratzinger em 1988, dizendo:

    “A verdade é que o Concílio, ele mesmo, não definiu nenhum dogma e procurou se situar num nível mais modesto, simplesmente como um Concílio pastoral. apesar disso, numerosos são aqueles que o interpretam como se se tratasse de um ‘superdogma’ que sozinho tem a importância”[8]. [9]

    Por que as autoridades se apegam tanto ao Concílio, já que reconhecem que ele não é infalível?

    De fato, o Vaticano II é, desde a origem, objeto de um jogo desonesto. Durante o Concílio, insistiu-se sobre seu caráter pastoral para evitar se exprimir com precisão teológica; mas, depois, deseja-se lhe dar uma autoridade igual ou mesmo superior àquela dos Concílios anteriores. Esse jogo desonesto foi denunciado por um dos participantes do Concílio, Mons. Lefebvre, a partir de 1976:

    “É preciso, então, desmitificar este Concílio, que eles quiseram pastoral em razão de seu horror instintivo pelo dogma e para facilitar a introdução oficial de idéias liberais em um texto eclesiástico. Mas, terminada a operação, dogmatizaram o Concílio, o compararam ao de Nicéia, o pretendem semelhante aos outros, senão superior!”[10]. [11]

    7 – O QUE PODEMOS PRESUMIR?

    Podemos presumir que, se o próprio Concílio não definiu dogmas em matéria de fé e moral, seus documentos não são dogmáticos, não têm caráter dogmático. Isso vale de modo claro, de modo evidente a todas as suas constituições. Ou seja, todos os documentos do Concílio não são infalíveis, são falíveis, podem falhar. Nenhum está inseto de ter erros.

    Segunda Parte

    8 – QUANTOS DOCUMENTOS EXATAMENTE O CONCÍLIO VATICANO II PROMULGOU?

    O Concílio Vaticano II promulgou: 16 documentos – entre eles; 4 constituições, 9 decretos e 3 declarações.

    9 – QUAIS FORAM OS DOCUMENTOS PROMULGADOS PELO CONCÍLIO VATICANO II?

    Os Documentos foram:

    Das Constituições

    1 – Constituição sobre a Sagrada Liturgia “Sacrosanctum Concilium” (SC), 4 de Dezembro de 1963.

    2 – Constituição Dogmática sobre a Igreja “Lumen Gentium” (LG), 21 de Novembro de 1964.

    3 – Constituição Dogmática sobre a Revelação divina “Dei Verbum” (DV), 18 de Novembro de 1965.

    4 – Constituição pastoral sobre a Igreja no mundo contemporâneo “Gaudium Spes” (GS), 7 de Dezembro de 1965.

    Dos Decretos

    1 – Decreto sobre as Igrejas Orientais “Orientalium Ecclesiarum” (OE), 21 de Novembro de 1964.

    2 – Decreto sobre o ecumenismo “Unitatis redintegratio” (UR), 21 de Novembro de 1964.

    3 – Decreto sobre a atividade missionária da Igreja “Ad Gentes” (AG), 7 de Dezembro de 1965.

    4 – Decreto o múnus pastoral dos bispos na Igreja “Christus Dominus” (CD), 28 de Outubro de 1965.

    5 – Decreto sobre o ministério e a vida dos presbíteros “Presbyterorum Ordinis” (PO), 7 de Dezembro de 1965.

    6 – Decreto sobre a atualização dos religiosos “Perfectae Caritatis” (PC), 28 de Outubro de 1965.

    7 – Decreto sobre a formação sacerdotal “Optatam Totius” (OT), 28 de Outubro de 1965.

    8 – Decreto sobre o apostolado dos leigos “Apostolicam Actuositatem” (AA), 18 de Novembro de 1965.

    9 – Decreto sobre os meios de comunicação social “Inter Mirifica” (IM), 4 de Dezembro de 1963.

    Das Declarações

    1 – Declaração sobre as relações da Igreja com as religiões não-cristãs “Nostra Aetate” (NA), 28 de Outubro de 1965.

    2 – Declaração sobre a liberdade religiosa “Dignitatis Humanae” (DH), 7 de Dezembro de 1965.

    3 – Declaração sobre a educação cristã “Gravissimum Educationis” (GE), 28 de Outubro de 1965.

    10 – QUAIS OS PRINCIPAIS DOCUMENTOS QUE CONTRADIZEM A DOUTRINA CATÓLICA E OS ENSINAMENTOS DOS PAPAS ANTERIORES AO CONCÍLIO VATICANO II?

    Praticamente todos os documentos têm um ou outro erro incompatível com a Doutrina Católica. Por que neles se vomita uma noção que não é católica, de um espírito não-católico. Esse espírito é o espírito liberal, modernistas, progressista da Igreja Conciliar, oriunda do Vaticano II. É verificável que nenhum texto do Vaticano II escape de um erro, eles são ambíguos, equivocados, contrários aos ensinamentos tradicionais em muitos pontos. Mas, em evidência, os principais documentos que contradizem os ensinamentos da Doutrina Católica e dos Papas anteriores ao Concílio ( ou seja, Gregório XVI, Pio IX, S. Pio X, Leão XIII, Pio XI, etc.) são: Constituição Dogmática sobre a Igreja “Lumen Gentium”, Constituição pastoral sobre a Igreja no mundo contemporâneo “Gaudium Spes”, Decreto sobre o ecumenismo “Unitatis redintegratio”, Declaração sobre a liberdade religiosa “Dignitatis Humanae”, Declaração sobre as relações da Igreja com as religiões não-cristãs “Nostra Aetate”. Lembremo-nos que esses são apenas alguns focos (os mais ruins, os piores) dos documentos do Concílio, mas tem muitos outros que estão estragados e ainda outros que estão liberalmente podres.

    11 – QUANTAS FORAM E QUAIS FORAM AS PRINCIPÁIS QUESTÕES DISCUTIDAS NO CONCÍLIO VATICANO II, OU SEJA, AS MAIS IMPORTANTES E PROBLEMÁTICAS?

    As principais questões que se discutiram no Concílio Vaticano II, também as que foram mais importantes e problemáticas, foram três – A liberdade religiosa, o ecumenismo e a colegialidade episcopal, sendo as duas primeiras mais nocivas e perigosas a Doutrina Católica.

    12 – O QUE SIGNIFICA CADA UMA DELAS?

    Sobre a liberdade religiosa:

    O que ensina o Vaticano II sobre a liberdade religiosa? A declaração do Vaticano II sobre a liberdade religiosa, Dignitatis Humanae (n. 2), afirma:

    Este Concílio Vaticano declara que a pessoa humana tem direito á liberdade religiosa. Essa liberdade consiste no seguinte: todos os homens devem estar livres de coação, quer por parte dos indivíduos, quer dos grupos ou de qualquer autoridade humana; e de tal modo que, em matéria religiosa, ninguém seja forçado a agir contra a própria consciência, nem impedido de proceder segundo a mesma, em privado e em publico, só ou associado com outros, dentro dos devidos limites.[12]

    Como o Vaticano II justifica a liberdade religiosa?

    O decreto sobre a liberdade religiosa funda-se sobre a dignidade da pessoa humana: “O Concílio declara, além disso, que o direito á liberdade religiosa tem seu fundamento na dignidade da pessoa humana, tal como a fizeram conhecer a Palavra de Deus e a razão mesma".[13] [14]

    Sobre o ecumenismo:

    O que se entende por ecumenismo?

    O nome ecumenismo designa o movimento que teve origem no século XIX entre os não católicos e que tem por objetivo a colaboração e a aproximação das diversas confissões do Conselho Ecumênico de Igrejas.[15]

    O mesmo contorno de espírito conduziu, em seguida, a aproximar-se das religiões não cristãs. É o que se chama diálogo inter-religioso.[16]

    Qual foi a atitude da Igreja para com esse movimento ecumênico?

    No inicio, a Igreja Católica claramente tomou distancia. Só na época do Concílio Vaticano II é que o ecumenismo a integrou oficialmente.[17]

    O Vaticano II tratou do ecumenismo e do diálogo inter-religioso?

    O Vaticano II consagrou ao ecumenismo um decreto especial, intitulado Unitatis redintegratio. Promulgou também a declaração Nostra aetate, que trata das relações da Igreja com as religiões não cristãs.[18]

    Qual julgamento fazer sobre o ecumenismo a partir da Fé Católica?

    A Igreja Católica sendo a única Igreja fundada por Cristo e a única a possuir a plenitude da Verdade, a unidade dos cristãos apenas pode ser restabelecida pela conversão e pelo retorno ao seio dos indivíduos ou das comunidades separadas.

    Tal é o ensinamento de Pio XI em Mortalium animos; “A união dos cristãos não pode ser buscada de outro modo que não seja favorecendo o retorno dos dissidentes á única e verdadeira Igreja de cristo, a qual tiveram, um dia, a infelicidade de abandonar.”[19]

    É tão simplesmente a conseqüência lógica da reivindicação da Igreja de sozinha possuir a Verdade, pois somente pode haver verdadeira unidade religiosa na Verdadeira Fé.[20]

    Qual é a nova concepção de ecumenismo?

    No Vaticano II, a Igreja adotou uma nova atitude, que corresponde a uma nova doutrina. A Igreja Católica não foi mais apresentada como a única sociedade religiosa que leva á salvação. As outras confissões cristãs, e mesmo as religiões não cristãs, foram consideradas também expressões (sem dúvida menor perfeita, mas ainda assim válidas) da religião divina, de caminhos que realmente levam a Deus e á salvação eterna. Não é mais uma questão de conversão dos não católicos á Igreja Católica, mas de diálogo e de pluralismo religioso.[21]

    Sobre a colegialidade episcopal:

    O que é a colegialidade episcopal?

    Segundo a Tradição, cada bispo tem autoridade sobre sua diocese (e somente sobre sua diocese), e o papa sozinho tem jurisdição sobre a Igreja Universal. [22]

    Terceira Parte

    13 – O QUE TEM DE ERRADO NESSES DOCUMENTOS?

    Sobre a liberdade religiosa:

    Quais são as conseqüências da liberdade religiosa?

    A primeira conseqüência da liberdade religiosa pregada pelo Vaticano II foi que os Estados ainda católicos tiveram que mudar sua Constituição. A liberdade religiosa trouxe a laicização do Estado e uma descristianização sempre mais avançada da sociedade. Como se dão os mesmos direitos a todos os erros; a verdadeira Fé desaparece sempre mais. O homem que, por sua natureza decaída, tende geralmente a seguir a via mais fácil, tem necessidade da ajuda das instituições católicas. Numa sociedade marcada pela Fé Católica, muito mais homens salvarão sua alma do que numa sociedade em que a religião é um negócio privado e a verdadeira Igreja deve existir ao lado das inumeráveis seitas, que possuem os mesmos direitos que Ela.[23]

    Sobre o ecumenismo:

    Quais são as conseqüências do ecumenismo?

    As conseqüências do ecumenismo são a indiferença religiosa e a ruína das missões. É hoje uma opinião geralmente difundida entre os meios católicos de que alguém se pode salvar muito bem em qualquer religião. O apostolado missionário não tem mais nenhum sentido, e acontece com freqüência que se recuse receber na Igreja convertidos de outras religiões, que, entretanto, queriam se tornar católicos. A atividade missionária se tornou uma ajuda social. Isso está em flagrante aposição á ordem de Nosso Senhor: “Ide, ensinai a todas as nações, batizando-os em nome do Pai e do Filho e do Espírito Santo.” (Mt. 28,19).[24]

    O ecumenismo não é uma exigência da caridade fraterna?

    O ecumenismo, tal como pregado pelo Concílio Vaticano II, não é uma exigência da caridade fraterna, mas um crime cometido contra esta. O verdadeiro amor exige, com efeito, que se deseje e que se faça o bem ao próximo. Em matéria religiosa, isso que dizer conduzir seu próximo á Verdade. É, pois, um sinal de verdadeiro amor o que davam os missionários, ao abandonar pátria e amigos para pregarem Cristo em país estrangeiro, em meio a perigo e fadigas indizíveis. Muitos deram a própria vida, abatidos por doenças ou pela violência. O ecumenismo, ao contrario, deixa os homens em suas falsas religiões e mesmo nelas os endurece. Abandona-os, pois, ao erro e ao imenso perigo da condenação eterna. Se essa atitude é mais confortável do que o apostolado missionário, não é precisamente um sinal de caridade, mas sim de preguiça, indiferença e respeito humano. Os teólogos ecumênicos agem como os médicos que estimulam uma pessoa gravemente doente em suas ilusões, em vez de adverti-la sobre a gravidade de seu estado e curá-la.[25]

    Sobre a colegialidade episcopal:

    O que é a colegialidade episcopal?

    O principio da colegialidade episcopal lesa o exercício pessoal da autoridade. O papa e os bispos são convidados a dirigir a Igreja em comum, de modo colegiado. Em conseqüência, o bispo só é chefe de sua diocese, na teoria; na pratica, está ligado, ao menos moralmente, ás decisões da Conferencia Episcopal, dos Conselhos Presbiterais e das diferentes assembléias. Até Roma não ousa mais se afirmar diante das Constituições Episcopais; cede freqüentemente ás suas pressões.[26]

    De onde vem essa idéia de colegialidade episcopal?

    O principio da colegialidade episcopal se aproxima do modo como os cismáticos orientais concebem a autoridade na Igreja. Encontra-se também a influencia da idéia de igualdade propagada por Jean-Jacques Rousseau e pela Revolução Francesa. Rousseau negava a existência de uma autoridade desejada por Deus e atribuía todo poder ao povo. Está em oposição ao ensinamento da Sagrada Escritura:

    “Que cada um se submeta ás autoridades instituídas. Pois não há nenhuma autoridade que não venha de Deus. Tanto é assim que aquele que resiste á autoridade rebela-se contra a ordem estabelecida por Deus” (Rom 13, 1-2).[27]

    Quarta Parte

    14 – DE TUDO QUE FOI APRESENTADO SOBRE O CONCÍLIO VATICANO II, O QUE PODEMOS CONCLUIR?

    Podemos concluir as seguintes observações:

    As forças liberais e modernistas, que já minavam a Igreja, conseguiram colocar as mãos sobre o Concílio Vaticano II. Pode-se então dizer, que o Vaticano Ii foi à faísca que deflagrou uma crise que se preparava já de longa data na Igreja.[28]

    Graças ao apoio de João XXIII e Paulo VI, as forças liberais e modernistas introduziram nos textos do Concílio, um grande número de suas idéias. Antes do Concílio, a Comissão Preparatória havia preparado com cuidado, esquemas que eram o eco da Fé da Igreja. É sobre esses esquemas que a discussão e o voto deveriam ter sido feitos; mas eles foram rejeitados na primeira sessão do Concílio e substituídos por novos esquemas preparados pelos liberais.[29]

    Todos os textos do Vaticano II devem ser rejeitados?

    Pode-se dividir os textos do Concílio Vaticano II em três grupos:

    1) Alguns poderiam ser aceitos, pois estão conformes á Doutrina Católica, como, por exemplo, o decreto sobre a formação dos padres;

    2) Outros são equívocos, isto é, podem ser interpretados em sentido errôneo;

    3) Alguns, enfim, não podem ser compreendidos num sentido ortoxodo; na sua atual formulação, não podem ser aceitos. É o caso da Declaração sobre a Liberdade Religiosa.

    Os textos ambíguos podem ser aceitos se forem – segundo a expressão de Mons. Lefebvre – interpretados á luz da Tradição.

    Os textos do terceiro grupo não podem ser aceitos antes de terem sido retificados.[30]

    Mas por quê?

    Por que temos que levar em conta o fato de que, eles (os textos), foram feitos pelas mãos dos liberais e modernistas, que colaboraram nas redações dos documentos sem a mais elementar das virtudes: a honestidade ( como disse Dom Lefebvre), tendo como intenção a aplicação do espírito do Concílio e do Concílio, ele mesmo. Levando isso em consideração, podemos cogitar suspeitas bem fundamentadas a respeito da maioria dos sentidos das palavras nos textos do Concílio. É evidente que muitas das suas termologias sofrem de muita falta de clareza. Alguns textos para serem interpretados com fé e verdade precisam estar ao farol da Tradição e outros são inaceitáveis, devem ser rejeitados, descartados ou convertidos, retificados totalmente. A perversão do léxico do Concílio foi aberta, mundana, praticamente total no modo de expor suas idéias. Sem falar que sua linguagem é um tanto anticatólica. Seus textos são ambíguos e contribuem com a descristianização da sociedade. ( isso também disse Dom Lefebvre)

    De onde vem o caráter ambíguo de alguns textos do Vaticano II?

    Os equívocos foram introduzidos voluntariamente nos textos conciliares para enganar os padres conservadores. Enchia-se-lhes de ilusões, insistindo sobre o fato de que o texto não queria, no fundo, dizer nada diferente do que o que a Igreja havia sempre ensinado. Mas, ma seqüência, foi possível apoiar-se sobre essas passagens para defender teses totalmente heterodoxas.[31]

    Quinta Parte

    15 – O QUE PODEMOS CONCLUIR?

    Podemos concluir que o Concílio Vaticano II não foi obra de Deus, tão pouco foi o Espírito Santo que o inspirou... Esse Concílio foi perverso, desastroso, catastrófico, uma ruína nas colunas sacrossantas da Igreja Católica. Ele (o Concílio) está destruindo, ou pelo menos, contribuindo com a destruição da Doutrina Católica, da Fé de sempre, ele está contribuindo com a autodemolição da Igreja de Cristo, do Cristo Rei. E diante disso, diante dele (do Concílio), nunca calaremos nossas vozes para denunciá-lo como uma obra diabólica, dos piores inimigos da Santa Igreja, tal obra, não veio de outro lugar, se não da cabeça dos liberais e modernistas. A Igreja Conciliar subsiste[32], Ela está ocupada, ocupada por quem? Por eles, os modernistas, os progressistas, mas por quê? Um mistério... Só Deus o sabe. Isso é um fato. Pois, a Igreja de Cristo, não são as reforma conciliar (vindas do Concílio Vaticano II), a Esposa de Cristo é a Igreja Católica, e a Doutrina Católica vem e é de Nosso Senhor Jesus Cristo.

    Peçamos a Deus, a Nosso Senhor, a Maria Santíssima, a São Tomás de Aquino, a Santa Terezinha do Menino Jesus e a São Pio X a força necessária para enfrentarmos, sem desânimo, o grande e constante combate pela Fé Católica nessa crise que assola a Igreja. Pois essa crise é de Fé, é grave, muito grave, e tem por agente causador o Vaticano II. Ele causou e continua a causar a ruína, a demolição, o desaparecimento da fé católica.

    A exemplo de Santa Mônica que rezou com constância e fervor pela conversão de seu filho Agostinho, tenhamos uma firmeza na oração e uma perseverança inabalável na fé, a fim de podermos continuar, com oração e apostolado, defendendo a Sã doutrina em sua integridade e incorrupção.

    U.I.O.G.D.

















    [1] O Reno se Lança no Tibre, Prefácio da Edição Brasileira, pág. 13.

    [2] Aqui levamos em conta o ano, por isso cada ano é contado, mesmo que o Concílio não levou todo esse tempo para realizar cada sessão, mas apenas um pequeno período de tempo.

    [3] O Reno se Lança no Tibre, A PRIMEIRA SESSÃO, Nova et Vetera, pág. 19.

    [4] Discurso do Papa João XXIII na abertura solene do Concílio Vaticano II, I Sessão, 11 de Outubro de 1962 (o destaque do letreiro da palavra: pastoral, é nosso).

    [5] Catecismo Católico da Crise na Igreja, cap. IV, O Concílio Vaticano II, págs. 51, 52,53 e55.

    [6] João XXIII, discurso ao Conselho Geral da Ação Católica italiana, em 14 de fevereiro de 1960, pág. 74.

    [7] Catecismo Católico da Crise na Igreja, cap. IV, o Concílio Vaticano II, pág. 65.

    [8] Alocução do Cardeal Ratzinger diante da Conferencia Episcopal chilena, em 13 de julho de 1988 (Itinéraires 330, fevereiro, 1989, p. 4).

    [9] Catecismo Católico da Crise na Igreja, cap. IV o Concílio Vaticano II, pág. 66.

    [10] Mons. Lefevbre, Acuso o Concílio, pág. 9, Martigny [Suíça], Editions Saint - Gabriel, 1976.

    [11] Catecismo Católico da Crise na Igreja, cap. IV, o Concílio Vaticano II, pág. 67.

    [12] Catecismo Católico da Crise na Igreja, cap. V, a liberdade religiosa, pág. 80.

    [13] Declaração Dignitatis Humanae

    [14] Catecismo Católico da Crise na Igreja, cap. V, a liberdade religiosa, pág. 87.

    [15] Esse Conselho se define como “uma comunidade de igrejas que reconhecem Cristo como Deus e Salvador”. As confissões religiosas que dele fazem parte permanecem independentes. O Conselho não tem nenhuma autoridade sobre elas; podem estas aceitar ou recusar suas decisões como quiserem. Não é nem necessário que cada um dos membros reconheça as outras comunidades como igrejas em sentido estrito. A Igreja Católica não é membro do CEI, apesar de ter dele muito se aproximado.

    [16] Catecismo Católico da Crise na Igreja, cap. VI, o ecumenismo, pág. 99

    [17] Ibem

    [18] Catecismo Católico da Crise na Igreja, cap. VI, o ecumenismo, pág. 100.

    [19] Mortalium animos, 06 de Janeiro de 1928.

    [20] Catecismo Católico da Crise na Igreja, cap. VI, o ecumenismo, pág. 101.

    [21] Ibem

    [22] Catecismo Católico da Crise na Igreja, cap. IV, o Concílio Vaticano II, pág. 63.

    [23] Catecismo Católico da Crise na Igreja, cap. V, a liberdade religiosa, pág. 96.

    [24] Catecismo Católico da Crise na Igreja, cap. VI, o ecumenismo, pág. 129.

    [25] Catecismo Católico da Crise na Igreja, cap. VI, o ecumenismo, pág. 131.

    [26] Catecismo Católico da Crise na Igreja, cap. IV, o Concílio Vaticano II, pág. 63.

    [27] Catecismo Católico da Crise na Igreja, cap. IV, o Concílio Vaticano II, pág. 64.

    [28] Catecismo Católico da Crise na Igreja, cap. IV, o Concílio Vaticano Ii, pág. 55.

    [29] Catecismo Católico da Crise na Igreja, cap. IV, o Concílio Vaticano II, pág. 56.

    [30] Catecismo Católico da Crise na Igreja, cap. IV, o Concílio Vaticano II, pág. 61.


    [31] Ibem

    [32] Expressão adequada usada por Dom Bernard Tissier de Mallerais, FSSPX, “A Igreja Conciliar subsiste”.

    SPES - Santo Tomás de Aquino: PEQUENO CATECISMO SOBRE O CONCÍLIO VATICANO II

  16. #16
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    Re: Respuesta: El concilio del papa Juan

    Texto emblemático de la devastación litúrgica 4-diciembre: 50 aniversario de la “Sacrosanctum Concilium”

    El 4 de diciembre, se cumplen 50 años de la promulgación de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia, “Sacrosanctum Concilium”. Se trata de la primera Constitución aprobada por el Vaticano II y, según Benedicto XVI, representa “la más amplia renovación del rito romano que jamás se haya conocido”. En efecto, apenas unos años después, las celebraciones de cualquier Iglesia del mundo serían irreconocibles para cualquiera que las comparase con la liturgia católica vigente hasta entonces.
    Con tal motivo, reproducimos un esclarecedor artículo de Klaus Gamber en el que se da cumplida respuesta a los que pretenden presentar el resultado de las reformas promovidas por el Vaticano II como derivación natural y legitima de la liturgia romana.

    RITUS ROMANUS ET RITUS MODERNUS
    ¿Hubo reforma litúrgica antes de Paulo VI?

    En el articulo “Cuatrocientos años de Misa Tridentina”, publicado en diversas revistas religiosas, el profesor Rennings se aplico a presentar el nuevo misal, o sea el Ritus Modernus, como derivación natural y legitima de la liturgia romana. Según dicho profesor, no habría existido una Misa San Pío V sino únicamente por ciento treinta y cuatro años, es decir, de 1570 a 1704, año en el cual apareció bajo las modificaciones deseadas por el Romano Pontífice de entonces. Continuando con tal modo de proceder, Paulo VI, según Rennings, habría a su vez reformado el Missale romanum para permitir a los fieles entrever algo más de la inconcebible grandeza del don que en la Eucaristía el Señor ha hecho a su Iglesia.
    En su articulo, Rennings se hace fuerte sobre un punto débil de los tradicionalistas: la expresión Misa Tridentina o Missa sancti Pii V. Propiamente hablando una Misa Tridentina o de San Pío V no existió nunca, ya que, siguiendo las instancias del Concilio de Trento, no fue formado un Novus Ordo Missae, dado que el Missale sancti Pii V no es más que el Misal de la Curia Romana, que se fue formando en Roma muchos siglos antes, y difundido especialmente por los franciscanos en numerosas regiones de Occidente. Las modificaciones efectuadas por San Pío V son tan pequeñas, que son perceptibles tan sólo por el ojo de los especialistas.
    Ahora, uno de los expedientes al cual recurre Rennings, consiste en confundir el Ordo Missae con el Proprium de las misas de los diferentes días y de las diferentes fiestas. Los Papas, hasta Paulo VI, no modificaron el Ordo Missae, aun introduciendo nuevos propios para nuevas fiestas. Lo que no destruye la llamada Misa Tridentina más de lo que los agregados al Código Civil destruyen al mismo.
    Por lo tanto, dejando aparte la expresión impropia de Misa Tridentina, hablamos más bien de un Ritus Romanus. El rito romano remonta en sus partes más importantes por lo menos al siglo V, y más precisamente al Papa San Dámaso (366-384). El Canon Missae aparte de algunos retoques efectuados por San Gregorio I (590-604), había alcanzado con San Gelasio I (492-496) la forma que ha conservado hasta ayer. La única cosa sobre la cual los Romanos Pontífices no cesaron de insistir desde el siglo V en adelante, fue la importancia para todos de adoptar el Canon Missae Romanae, dado que dicho canon se remonta nada menos que al mismo Apóstol Pedro.
    Más por lo que concierne a las otras partes del Ordo, como para el Proprium de las varias Misas, respetaron el uso de la Iglesias locales.
    Hasta San Gregorio Magno (590-604) no existió un misal oficial con el Proprium de las varias Misas del año. El Liber Sacramentorum fue redactado por encargo de San Gregorio al principio de su pontificado, para servicio y uso de las Stationes que tenían lugar en Roma, o sea para la liturgia pontifical. San Gregorio no había tenido ninguna intención de imponer el Proprium de dicho misal a todas las Iglesias de Occidente. Si posteriormente dicho misal se convirtió en el armazón mismo del Missale Romanum de San Pío V, se debió a una serie de factores de los cuales no podemos tratar ahora.
    Es interesante notar que cuando se interrogó a San Bonifacio (672-754) que se encontraba en Roma, con respecto a algún detalle litúrgico, como el uso de las señales de cruz a efectuarse durante el canon, éste no se refirió sobre el sacramentaris de San Gregorio, sino sobre aquel que estaba en uso entre los Anglosajones, cuyo canon estaba en todo conforme a aquel de la Iglesia de Roma…
    En el Medioevo, las diócesis y las iglesias que no habían adoptado espontáneamente el Misal en uso en Roma, usaban uno propio y por esto ningún Papa manifestó sorpresa o disgusto…
    Mas cuando la defensa contra el protestantismo hizo necesario un Concilio, el Concilio de Trento encargo al Papa de publicar un misal corregido y uniforme para todos. Ahora, pues, con la mejor voluntad del mundo, yo no llego a encontrar en tal deliberación del Concilio el ecumenismo que ve Rennings.
    ¿Qué hizo San Pío V? Como ya hemos dicho, tomó el misal en uso en Roma y en tantos otros lugares, y lo retocó, tomó, especialmente reduciendo el número de las fiestas de los Santos que contenía. ¿Lo hizo tal vez obligatorio para toda la Iglesia? ¡En absoluto! Respetó hasta las tradiciones locales que pudieran jactarse, por lo menos, de doscientos años de edad. Así propiamente: era suficiente que el misal estuviera en uso, por lo menos, desde doscientos años, para que pudiera quedar en uso a la par y en lugar de aquel publicado por San Pío V. El hecho de que el Missale Romanum se haya difundido tan rápidamente y espontáneamente adoptado también en diócesis que tenían el propio más que bicentenario, se debe a otras causas; no por cierto a presión ejercida sobre ellas por Roma. Roma no ejerció sobre ellas ninguna presión, y esto en una época en la cual, a diferencia de cuanto sucede hoy, no se hablaba de pluralismo, ni de tolerancia.
    El primer Papa que osó innovar el Misal tradicional fue Pío XII, cuando modifico la liturgia de la Semana Santa. Séanos permitido observar, al respecto, que nada impedía de restablecer la Misa del Sábado Santo en el curso de la noche de Pascua, aunque sin modificar el rito.
    Juan XXIII lo siguió por este camino, retocando las rúbricas. Mas ni el uno ni el otro, osaron innovar sobre el Ordo Misae, que quedó invariable. Pero la puerta había sido abierta, y la cruzaron aquellos que querían una sustitución radical de la liturgia tradicional y la obtuvieron. Nosotros, que habíamos asistido con espanto a esta resolución, contemplamos ahora a nuestros pies las ruinas, no tanto de la Misa Tridentina, más bien de la antigua y tradicional Missa Romana, que había ido perfeccionándose a través del curso de los siglos hasta alcanzar su madurez. No era perfecta al punto de no ser ulteriormente perfectible, pero para adaptarla al hombre de hoy no había necesidad de sustituirla: bastaban algunos pequeñísimos retoques, quedando a salvo e inmutable todo el resto.
    Viceversa, se la quiso suprimir y sustituir con una liturgia nueva, preparada con precipitación y, diremos, artificialmente: con el Ritus Modernus. ¡Oh, cómo se ve aparecer en modo siempre más claro y alarmante el oculto fondo teológico de esta reforma! Sí era fácil obtener una más activa participación de los fieles en los santos misterios, según las disposiciones conciliares, sin necesidad de transformar el rito tradicional. Pero la meta de los reformadores no era obtener la mencionada mayor participación activa de los fieles, sino fabricar un rito que interpretara su nueva teología, aquella misma que está en la base de los nuevos catecismos escolares. Ya se ven ahora las consecuencias desastrosas que no se revelarán plenamente sino en el giro de cincuenta años.
    Para llegar a sus fines, los progresistas han sabido explotar muy hábilmente la obediencia a las prescripciones romanas de los sacerdotes y de los fieles más dóciles… La fidelidad y el respeto debido al Padre de la Cristiandad, no llegan hasta exigir una aceptación despojada del debido sentido crítico de todas las novedades introducidas en nombre del Papa.
    ¡La fidelidad a la Fe, ante todo! Ahora, la Fe, me parece que se encuentra en peligro con la nueva liturgia, aunque no me atrevo a declarar inválida la Misa celebrada según el Ritus Modernus.
    ¿Es posible que veamos a la Curia Romana y a ciertos Obispos -aquellos mismos que nos quieren obligar, con sus amenazas, a adoptar el Ritus Modernus -, descuidar su propio deber especifico de defensores de la Fe, permitiendo a ciertos profesores de teología a socavar los dogmas más fundamentales de nuestra Fe y a los discípulos de los mismos propagar dichas opiniones heréticas en periódicos, libros y catecismos?
    El Ritus Romanus permanece como la última escollera en medio de la tempestad. Los innovadores lo saben muy bien. De aquí parte su odio furioso contra el Ritus Romanus, que combaten bajo el pretexto de combatir una nunca existida Misa Tridentina. Conservar el Ritus Romanus no es una cuestión de estética: es, para nuestra Santa Fe, cuestión de vida o muerte.


    Mons. Klaus Gamber
    Director del Instituto Litúrgico de Ratisbona

    4-diciembre: 50 aniversario de la “Sacrosanctum Concilium” | Tradición Digital

  17. #17
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    Re: Respuesta: El concilio del papa Juan

    ¿Concilio Ecuménico o convocatoria de los Estados Generales?

    Sofronio

    Muchos piensan que un concilio es ecuménico porque lo convoca el papa. Nada más ajeno a la realidad; varios concilios fueron convocados por el emperador: Constantino convocó Nicea; Teodosio el I de Constantinopla…, Irene, madre del emperador, convocó el II de Nicea, por citar sólo unos ejemplos; otros, equivocadamente, piensan que la ecumenicidad del concilio deviene de la presencia del papa, una especie de refrendo, sentado en el concilio. Sin embargo, en muchos no estuvo presente el Vicario de Cristo, sino que fue representado por legados: Nicea, I de Constantinopla, etc.; hay también quienes caen el engaño de señalar la ecumenicidad del concilio, por el hecho de que haya, al menos, representantes enviados por el papa; sin embargo, al I Concilio ecuménico de Constantinopla, El papa Dámaso (366-384) no asistió, ni envió a nadie en su nombre, y ni siquiera asistieron obispos de Occidente. Ergo, ni la convocatoria por el papa, ni la presencia de éste por sí mismo o por legados, es esencial a la ecumenicidad de un concilio. Así es, dirán al unísono algunos sorprendidos, para proseguir afirmando: ‘pero no cabe duda de que de inmediato es aprobado por el papa para gozar de la nota de ecumenicidad’. Pues tampoco; v.g.: el I de Constantinopla donde se condena la doctrina de Pelagio y Celestio y se define la doctrina de la transmisión del pecado de Adán, etc. no fue declarado ecuménico hasta 70 años más tarde, en el 451 por el Concilio de Calcedonia; al igual aconteció en otros. Ni siquiera, para más inri, todas las sesiones de ciertos concilios son consideradas ecuménicas, no gozando por ende de la infalibilidad tales partes. ¿Pero, entonces, cómo se ha determinado que hay 21 concilios ecuménicos? La respuesta es la siguiente: La Iglesia católica nunca ha declarado de manera definitiva el número de concilios generales o ecuménicos. Tampoco hubo al principio una reflexión de los concilios acerca de sí mismos y de su ecumenicidad. Sólo en Nicea II se comenzó a discutir sobre lo que constituía el carácter ecuménico de los concilios anteriores. Y era lo siguiente: 1) concordancia y homogeneidad respecto de concilios previos reconocidos como ecuménicos; 2) la participación de autoridades competentes, de manera particular la Iglesia de Roma. Pero como hemos dicho más arriba, en el I Constantinopla no hubo representación de la Iglesia de Roma, por lo que en lo que atañe a este punto, sólo se puede entender de la siguiente manera: que, incluso con bastante posterioridad, Roma los reciba como divinamente guiados, considerándolos contenedores de la verdadera doctrina. En general, la mayoría de los teólogos han seguido a San Belarmino, y están concordes en cifrar un total de 20 Concilios generales ecuménicos, desde Nicea I al Vaticano I, aunque algunos hay que hablan de 19 y hasta de 22. La razón, en fin, de determinar si un concilio es ecuménico viene urgida porque sus definiciones en materia de fe y de costumbres, son infalibles. Sobre el denominado Concilio Vaticano II, lo primero a distinguir es que el concilio es una institución apostólica, pero no es absolutamente necesaria (1). Porque la doctrina uniforme del cuerpo docente disperso tiene el mismo carácter infalible y hace prescindible el magisterio extraordinario de los obispos. Este fue el argumento esgrimido por el papa para afirmar que no era necesaria la convocatoria de un concilio para condenar la herejía de Pelagio. Sin embargo este método no es inmediato, puesto que requiere la sanción de la Sede de Pedro, que es la única que puede dar testimonio de ese consenso. Por eso los concilios ecuménicos son aconsejables para definir infaliblemente en materia de fe o de costumbres, o para condenar las contrarias o contradictorias a la verdad que envenenan a la grey o para salvar la amenaza de un cisma. Salvo en esas circunstancias, suele ser mayor el riesgo que las ventajas. De ahí que los papas, en general, sean remisos a las convocatorias de concilios generales y se muestren muy prudentes ante tal perspectiva; prudencia que tuvo Pío XII y no pareció seguir Juan XIII. Los Concilios pueden clasificarse en eclesiásticos puros y eclesiásticos políticos o mixtos, a los cuales asisten dignatarios eclesiásticos y civiles, como ocurrió algunas veces en España, Alemania durante la Edad Media. Los eclesiásticos puros se dividen en particulares y generales (universale, plenarium, generale); a los primeros asisten los eclesiásticos de una diócesis, si es un Sínodo diocesano o los obispos de una provincia eclesiástica, de un reino, de un patriarcado, de oriente o de occidente (pueden ser infalibles o no; pero no es este artículo el lugar para el desarrollo de las condiciones de infalibilidad de los mismos). El carácter del concilio general puede ser actione, cuando reúne todos los requisitos por la parte convocante, directa o indirectamente, de suerte que convocado asisten todos los obispos o una mayoría, entendida moralmente. Ex parte celebrationis. Debe haber una participación del papa, ya en persona, bien por representantes, gozando de la completa libertad que corresponde a los que forman parte de la asamblea; ex parte confirmationis, es decir, si habiendo suscrito los obispos las actas, el papa las ha confirmado. Muchos de los primeros concilios fueron, no obstante, ecuménicos acceptatione, porque habiendo faltado una de las dos condiciones, bien en su convocatoria o en la celebración, se legaliza por el consentimiento, incluso tardío, expreso o tácito del Papa y de los obispos. Conclusión I: Respecto a la convocatoria, actione, que reúne todos los requisitos y la participación, y ex parte celebrationis del papa Juan XXIII y Pablo VI y recepción, parte confirmationinis, el Concilio Vaticano II no ofrece ninguna dificultad por esta nota para ser considerado ecuménico. En la autoridad de un Concilio cabe distinguir una parte esencial y otra accidental. Aquélla es inherente al Concilio ecuménico, ésta proviene de la santidad, erudición y cualidades intelectuales de los padres asistentes al concilio. Conclusión II: Respecto a la autoridad esencial el Concilio Vaticano II no debería tener dificultades. El relación a la autoridad accidental existen graves inconvenientes, porque desde finales del siglo XIX :
    • “El “modernismo” ganaba los seminarios donde se organizaba clandestinamente. En 1901, el padre Maignen publicó en La Vérité Française una serie de artículos denunciando una organización oculta “que abarcaba unos cincuenta seminarios y que afiliaba cerca de un millar de alumnos”. Además de las correspondencias confidenciales, se incitaba a los seminaristas a leer los periódicos modernistas: la Justice Sociale y La Voix du Siècle que se les enviaba por un precio irrisorio. Al obispo de Quimper le impresionaron las facilidades dadas para la lectura de estos dos periódicos “funestos para la disciplina eclesiástica” y el padre Naudet ofreció, por toda respuesta, un abono gratuito de tres meses a la Justice Sociale, a cualquier sacerdote que acabase de ser ordenado y que le enviase simplemente su tarjeta haciéndolo constar.” (2)
    • …Se guardó tan bien el secreto que jamás se pudo saber el nombre de la que circulaba en la diócesis de París. Cinco publicaciones diferentes eran difundidas en los Seminarios, divididos en cinco grupos: Le Trait d’Union, impreso en Lyon, comprendía dieciocho Seminarios; Le Lien, redactado en Orléans e impreso en Lyon, comprendía diez Seminarios; La Chaine de Auch, comprendía catorce Seminarios, Caritas para el norte, comprendía cinco. Una caja común era alimentada por los fondos que un misterioso “Nicodemo” traíada de los frecuentes viajes a través de Francia. “A estas pequeñas hojas sociológicas se añadía otra, la más secreta de todas, que circulaba bajo capa, o más bien bajo la sotana”. En ella se encontraban artículos prohibidos como los del padre [apóstata] Loisy.(3)

    Cabe preguntarse, a tenor de este ambiente en los seminarios ya a principios de siglo e incluso antes y luego de 60 años transcurridos desde esta denuncia hasta el comienzo del Concilio Vaticano II ¿Cuántos obispos habían sido influidos por estas ideas desde sus épocas del seminario, y con más libertad después de haber sido ordenados? Por los frutos, es legítimo pensar que muchos padres conciliares estaban ya contaminados de modernismo. Otros estaban claramente en esa línea profresista-liberal: Cardenales Döpfner, Suenens, Cardenal Bea, etc. Al igual ocurría con los teólogos modernistas y/o progresistas, peritos del concilio unos, y otros asentando golpes indirectamente, verdaderos factótum del concilio: Marie-Dominique Chenu, Henric de Lubac, Rhaner, Schillebceckx , Küng, Daniélou, Congar, etc.; todos desviados de la doctrina católica. Conclusión III: La autoridad accidental del Concilio Vaticano II es impugnable porque, por una parte, cierto espíritu modernista había empapado la mentalidad de los padres del concilio, asesorados por una pléyade de teólogos modernistas, algunos condenados en la época de Pío XII, pero luego rehabilitados por Juan XXIII y Pablo VI; no obstante la autoridad esencial no se pone en cuestión. En definitiva, estamos ante un concilio debidamente convocado, cuyas riendas fueron manejadas por la parte más progresista y modernistas de la Iglesia, controlando todas las comisiones con el apoyo de los papas; aspecto sobre el que no cabe ninguna duda y cuyo testimonio más objetivo es la estupenda obra El Rhin desemboca en el Tiber, de Ralph Wiltgen, que recomiendo leer. La calificación de la autoridad del concilio ecuménico es suprema en la Iglesia para asuntos espirituales, de manera que sus definiciones en materia de fe y de costumbres son infalibles. Las condiciones para distinguir el carácter dogmático de las decisiones de un concilio son, según el consenso común de los teólogos y apartando aquello en que divergen: 1) Es infalible y dogmática una decisión de un concilio ecuménico cuando, al exponerla, se condenan como herejes a los defensores de proposiciones contrarias. 2) Cuando se lanza el anatema contras los que se opusieren a dicha definición. 3) Cuando se intima con la excomunión latae sententiae; hay que distinguir que esta pena también se puede proponer por sostener una proposición escandalosa 4) Y por supuesto, cuando se declara como dogma de fe una doctrina para que como tal la acepten y crean los fieles católicos. Es aquí, verdaderamente, donde radica el problema del Concilio vaticano II. Sus documentos no son infalibles porque, aunque el objeto material era dogmático, es decir, las discusiones de los conciliares versaron, en parte, sobre lo que ya era antes del CV2 doctrina infalible, ni el papa que lo convocó, ni quién lo cerró, quisieron que fueran infalibles sus textos, renunciando, expresamente, a hacer definiciones y a condenar errores: Afirmación , repetida por Pablo VI en el discurso de inauguración de la sesión del concilio, el 29 de septiembre de 1963, según la cual la santa Iglesia renuncia a condenar los errores:
    • «Siempre se opuso la Iglesia a estos errores [las opiniones falsas de los hombres; n. de la r.]. Frecuentemente los condenó con la mayor severidad. En nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar de la medicina de la misericordia más que de la severidad. Piensa que hay que remediar a los necesitados mostrándoles la validez de su doctrina sagrada más que condenándolos».

    Reafirmación de la renuncia a la infalibilidad del concilio:
    • El Concilio “ha evitado promulgar definiciones dogmáticas solemnes que comprometan la infalibilidad del magisterio eclesiástico”, sino que quiso tener “la autoridad del magisterio ordinario supremo, manifiestamente auténtico” (Pablo VI: discurso de clausura del concilio, 7/12/65, audiencia de 12/01/66).

    Confirmación de no implicación de la infalibilidad en los textos del Concilio:
    • “La verdad es que el mismo Concilio no ha definido ningún dogma, y ha querido conscientemente expresarse en un nivel más modesto, simplemente como un Concilio pastoral” (card. Ratzinger. Prefecto de la C.D.F a la C.E de Chile).

    El propio Secretariado niega la infalibilidad. Los padres conciliares habían remitido la siguiente pregunta al Secretariado General del Concilio:
    • ..Cuál deba ser la calificación teológica de la doctrina expuesta en el esquema de Ecclesia y que se somete a votación”.

    El secretario General del Concilio responde, 16 noviembre 1964, en una notificación que se incorpora a la Constitución Lumen Gentium, formando parte de dicha Constitución sobre la Iglesia, diciendo lo siguiente:
    • “Teniendo en cuenta la costumbre conciliar y el fin pastoral del presente Concilio, este santo sínodo define que deben mantenerse por la Iglesia como materias de fe o de moral solamente aquellas que como tales declare abiertamente.

    Pero el Concilio no declaró ni definió nada en materia de fe o de moral abiertamente. El concilio se quiso degradar a sí mismo, apertis verbis, a «magisterio ordinario sumo y manifiestamente auténtico» (Pablo VI), figura insólita e inadecuada para un concilio ecuménico, que encarna desde siempre un ejercicio extraordinario del magisterio. Por otra parte, El magisterio mere authenticum no es infalible, mientras que sí lo es el “magisterio ordinario infalible”. Esa falibilidad es evidente, como en parte hemos visto, por el discurso de apertura de Juan XXIII, la notificación del Secretariado del Concilio (16 de noviembre de 1964), los actos mismos del Concilio, las repetidas afirmaciones de Pablo VI desde la clausura del Concilio ; el mismo Juan Pablo II, en varios textos que hemos considerado para este artículo, habla solamente de “Magisterio auténtico. La forma “extraordinaria” en la que este acto del Magisterio auténtico se ejerció, a saber la de un sínodo universal, no acrecienta su autoridad, puesto que ésta depende del grado (infalible o “simplemente” auténtico), y no de la forma de ejercicio del Magisterio ni del número de obispos. El Concilio Vaticano segundo es un acto del Magisterio auténtico no infalible, aprobado, por añadidura, por una masa de obispos, probablemente, no eminentes “amore et studio doctrina ab Apostolis traditae ac pari detestatione omnis novitatis”. El número en sí mismo nada significa. Recuerden que Cristo, vida nuestra, perdió las elecciones o si prefieren el plebiscito frente a Barrabás, donde los ‘electores’ deicidas, el pueblo judío, gritó: “¡Crucifícale, crucifícale!”. Exigir para el Concilio Vaticano II, que es un Magisterio auténtico pero no infalible y además lleno de graves errores, el asentimiento ciego que se debe sólo al Magisterio infalible, constituye -hay que decirlo- un abuso al que hay que resistir porque contiene yerros doctrinales gravísimos que conducen a las ovejas por el camino del infierno, si siguen sus directrices; véanse los frutos; significaría atribuir al último Concilio una autoridad que la misma Iglesia no le reconoce y que los mismos hombres de Iglesia no se arriesgaron nunca a reconocerle, apertis verbis. Como ejemplo, véase también la Nota Previa a “Lumen Gentium” que en la misma página del Vaticano aparece al final de la Constitución en vez de al principio como correspondería: previa; en el mismo lugar se coloca en las frecuentes ediciones del concilio. Dicha ‘Nota’ reconoce el error doctrinal de Lumen Gentium sobre la participación ontológica en la consagración de ministerios sagrados, sobre la necesidad de la comunión jerárquica del colegio episcopal con la Cabeza…, y trata de darle una interpretación en sentido recto, pero tales errores doctrinales continúan en el texto tal como fue redactado y aprobado, contradiciendo la doctrina de siempre ¿Será necesario poner en paralelo, v.g., la muchísima doctrina unánime de la Tradición sobre la Libertad religiosa absolutamente contraria a la de la Declaración de la Dignitatis Humanae? Sea suficiente señalar los títulos afectados de la perversa doctrina y los errores en general: Errores concernientes a la noción de tradición y de verdad católica, a la santa Iglesia y a la beatísima Virgen. a la santa Misa y a la Liturgia sagrada, al sacerdocio, a la Encarnación, a la Redención, al concepto del hombre, al Reino de Dios, al matrimonio y a la condición de la mujer, a sectarios, herejes, cismáticos (los denominados “hermanos separados”), a las religiones acristianas, a la política, a la comunidad política, a las relaciones entre la Iglesia y el Estado, a la libertad religiosa y el papel de la conciencia moral y a la interpretación del significado del mundo contemporáneo. Conclusión IV: Que un concilio tenga concordia con las doctrinas de los anteriores ecuménicos es una nota necesaria para su ecumenicidad, ya reconocida desde el I Nicea, (325) . Luego el Concilio Vaticano II no puede gozar de esa nota de ecumenicidad toda vez en él no sólo hay ambigüedades, las más, sino también contradicciones con la doctrina precedente y errores. He aquí una lista más exhaustiva de yerros. El Concilio que goza de la nota de ecumenicidad, necesaria para determinar la infalibilidad de su doctrina respecto a la fe y costumbres, debe condenar los errores contrarios que amenazan a la grey. Esta es una de las características constantes de los 20 Concilios señalados, los cuales han lanzado anatemas sobre las doctrina perniciosas del momento. En aras de la brevedad, consideraremos cómo el Concilio Vaticano II se negó, a pesar de haberlo pedido más de 450 padres conciliares, a condenar el intrínsecamente perverso comunismo. Veamos sólo la historia de una terrible traición. Papa Pío XI de 1937, en su Encíclica Divini Redemptoris, había condenado el comunismo:
    • el comunismo es intrínsecamente perverso; y no se puede admitir que colaboren con él, en ningún terreno, quienes deseen salvar la civilización cristiana.”

    El Pacto de Mezt:
    • “El Concilio se negó a condenar el comunismo, debido al infame Pacto de Metz, la ciudad francesa donde se reunieron en agosto de 1962 (dos meses antes de la apertura del Concilio) el Cardenal Tisserant, enviado por JuanXXIII, y Nikodim, el patriarca ortodoxo de Moscú, un títere del Politburo soviético Allí acordaron que la Unión Soviética permitiría que varios miembros de la Iglesia Ortodoxa Rusa aceptaran la invitación del Papa para asistir como observadores en el Concilio (¡las barbaridades que se cometen en nombre del ecumenismo!), y a cambio el Vaticano se comprometió a que no habría ninguna condena explícita del comunismo. Para que no piense el lector que me adentro en una oscura teoría de la conspiración, debo aclarar que este pacto, lejos de ser un secreto, fue anunciado en conferencia de prensa por el entonces obispo de Metz, Monseñor Schitt; fue detallado en el diario católico francés, La Croix; y ha sido confirmado públicamente por el que era entonces el secretario del Cardenal Tisserant, Monseñor Roche”. (5)
    • “La petición de condena al comunismo, redactada por el Coetus Internationalis Patrum , obtuvo la firma de 454 obispos, representando 86 países. Monseñor Lefebvre entregó personalmente esta petición, dentro del plazo previsto, el 9 de noviembre de 1965, al secretario del Concilio. Monseñor Tissier de Mallerais comenta en detalle cómo el Pacto de Metz fue rigurosamente respetado por Pablo VI. Creo que cualquier católico debería saber esto, por lo que a continuación ofrezco un extracto de lo que ocurrió (6)
    • ¿Qué pasó entonces? El 13 de noviembre, la nueva redacción del esquema no tomó en cuenta los deseos de los solicitantes; el comunismo seguía sin ser mencionado. Por eso, Monseñor Carli protestó el mismo día ante la presidencia del Concilio y presentó un recurso dirigido al tribunal administrativo… El Cardenal Tisserant ordenó una investigación que reveló… que, por desgracia, la petición se había “extraviado” en un cajón. En realidad, lo que pasó fue que Monseñor Achille Glorieux, Secretario de la comisión competente, después de recibir el documento, no lo hizo llegar a la comisión.
    • El “olvido” de Monseñor Glorieux fue objeto de disculpas públicas por parte de Monseñor Garrone, pero, como quiera que sea, el plazo concedido para introducir el párrafo sobre el comunismo ya había caducado. Por otro lado, una condena del comunismo habría discrepado demasiado con la intención del Papa Juan, que había decidido que el Concilio no condenaría ningún error; y además, en su encíclica Pacem in terris, del 11 de abril de 1963, Juan XXIII había evitado toda reprobación del comunismo, y aceptaba incluso que se pudiera “reconocer en él algunos elementos buenos y laudables.”
    • Eso era negar el carácter “intrínsicamente perverso” del comunismo, según el Papa Pio XI y aceptar la colaboración de los católicos con el comunismo…. Como árbitro del debate, pero heredero de Juan XXIII, Pablo VI mantuvo el silencio sobre la palabra “comunismo”, y se contentó con añadir el 2 de diciembre una mención de las “reprobaciones del ateísmo hechas en el pasado”, lo que era falsificar la doctrina de Pio XI, que condenaba el comunismo en cuanto organización y método de acción social perversos (una técnica de esclavitud de masas y una práctica de la dialéctica, en palabras de Jean Madiran), y no sólo en cuanto atea.

    Sobre la carta del card. Bea, que confirma las concesiones en Metz

    Conclusión V: Los obispos reunidos en concilio con el papa ejercen su ministerio de jueces en materia de fe y costumbres, respecto a la materia, si se dan tres conceptos: a) Examinando minuciosamente las decisiones dogmáticas de Concilios anteriores, confirmándolas al propio tiempo- objeto que no quiso asumir el concilio- b) Publicando, después de un maduro examen las verdades de fe cuya declaración ha anunciado. En este sentido, según lo que el Concilio Vaticano I nos dice respecto a la intención: “la sentencia debe ser propuesta para que los fieles la reciban como infaliblemente cierta: con fe divina, si el objeto es Revelado; o excluyendo la posibilidad de error si sólo es materia conexa con el Depósito de la fe. Esta intención debe ser manifiesta, ya por el texto, ya por el contexto”- Sin embargo, el concilio Vaticano II renuncia a esa intención-c) emitir un juicio definitivo que pone de manifiesto los sofismas de la herejía y errores. Pero el Concilio Vaticano II no sólo se niega a condenar y a confirmar la condena de los errores ya juzgados, sino que usa de acuerdos indignos, tal como el pacto de Metz, para evitar anatematizar al comunismo, ideología intrínsecamente perversa, culpable de decenas de millones de asesinatos y perseguidora de la fe con odio implacable. Lo mismo se puede decir de la negativa a condenar la masonería. Ergo, el Concilio Vaticano II no goza de la ecumenicidad, porque es tan sólo una asamblea general que versa sobre asuntos pastorales y disciplinarios. De este tipo de Concilios huían todos los papas y por eso dice San Gregorio Nacianceno “que huye de todas las asambleas de obispos, porque no ha conocido una sola que haya tenido un resultado feliz y satisfactorio”. Alude el Nacianceno a los concilios celebrados en su tiempo en que casi siempre se encontraban en mayoría los arrianos- en nuestro caso los modernistas-, como sucedió en los de Milán, Sirmium, Rímini, Seleúcida, etc.; por cuya razón se excusó de acudir al concilio proyectado por el Emperador, a pesar de las insinuaciones de Procopio. Por el contrario le vemos acudir al de Constantinopla, reconociendo la importancia del de Nicea (7). En fin, repasando los 20 concilios (lista y resumen de los 20 al final de las notas) que, mayoritariamente, se reconocen como ecuménicos, desde I Nicea a I Vaticano, encontramos que en ninguno de ellos se ha renunciado jamás a definir doctrina ni a condenar los sofismas heréticos o a resolver un peligro de cisma, fin principal de un concilio ecuménico, porque el Concilio Ecuménico es el órgano colegial del magisterio extraordinario con autoridad infalible para el objeto de definir la verdadera doctrina, condenar los errores contrarios a la fe y las costumbres y dar leyes para toda la Iglesia Universal (8). Al carecer por deseo expreso de definiciones y condenas y por su intención explicita de renunciar a la infalibilidad del magisterio extraordinario de los obispos, no goza de la infalibilidad de un concilio ecuménico. Luego si no es un Concilio Ecuménico en el sentido dogmático ¿Qué es?:
    CALIFICACIÓN DEL CONCILIO VATICANO II
    Una asamblea general de obispos de carácter pastoral y disciplinario, con expresa renuncia a la infalibilidad intrínseca propia de un Concilio Ecuménico respecto a las definiciones de fe y moral. Acoger las enseñanzas conciliares “con docilidad y sinceridad” propio del magisterio auténtico, pero no infalible, como pidió Pablo VI, sólo sería posible si no hubiera graves errores y ambigüedades, de los cuales sus textos están repletos y son más evidentes a medida que se adhieren nuevos estudiosos a la nobilísima causa de defender la fe católica¿Qué debe hacer, pues, un católico? Resistir a los errores de la Asamblea General de obispos, más conocida como Concilio Vaticano II, porque “No resistir al error es aprobarlo, no defender la verdad, es sofocarla” (San Pío X) Aunque vistas las consecuencias, más que de asamblea hubiera sido mejor declarar al concilio, tal vez, la reunión de los Estados Generales. No parece exagerado, pues algún cardenal progresista, antes que nosotros, ya comparó a este evento eclesial con 1789; las desgracias venidas tras 1789 no son mayores que las sobrevenidas al evento que culminaba 1965.
    Gozosa Natividad de Nuestro Señor Jesucristo. Sofronio (1) Zaccaria. Cfr. Francisco Hettinger. Tratado de Teología fundamental o Apologética. Madrid, 1883 (2) La Iglesia ocupada cap. 17 (3) Ibid. (4) SISINONO, 31 de marzo del 2001, edición italiana, págs. 4 ss (5) Este acontecimiento está también relatado en dos magníficos libros: Iota Unum de Romano Amerio, Angelus Press 1996 (p.65-66), y The Jesuits – The Society of Jesus and the Betrayal of the Roman Catholic Church de Malachi Martin, New York: Simon Schuster, 1987 (p.85-86). (6) La Biografía de Bernard Tissier de Mallerais, sobre Marcel Lefebvre d. Actas, 2012. (7) Tratado de Teología fundamental o Apologética. Madrid, 1883, pag.332 (8) Vizmanos & Riudor; Teología Fundamental
    RESUMEN DELOS CONCILIOS ECUMÉNICOS
    1/I de Nicea: año 325, contra el arrianismo, definió la consubstancialidad del Verbo. El Credo. Anatemas 2/I de Constantinopla: año 381, contra los macedonianos, Pelagio y Celestino. Define la unidad del Espíritu Santo en el seno de Dios, como el Padre y el Hijo. Defendió la transmisión del pecado de Adán a su descendencia. Anatemas. 3/Éfeso: año 431. Contra el nestorianismo. Cristo, Dios-hombre es un sólo sujeto (=Persona); la unión hipostática es substancial, no accidental, física ni moral. Anatemas 4/Calcedonia. Año 451. Contra los monofisistas. Las dos naturalezas en Cristo está unidas (personalmente), no confundidas ni mudadas ni alteradas de ninguna manera. Anatemas 5/II de Constantinopla: año 553. Ratifica el sentido genérico de las definiciones conciliares. Reafirma las definiciones anteriores sobre el trinitarismo y la cristología y define que en Cristo, aun en una sola persona (la del Verbo), hay dos voluntades. Anatemas 6/III de Constantinopla: año 680-681. Contra el monotelismo y condena de Honorio. Anatemas 7/II de Nicea: año 787. Contra los iconoclastas. Regula la querella de los iconoclastas, pronunciándose por el culto de las imágenes, pero distinguiendo cuidadosamente el culto de veneración del culto de adoración, que sólo es debido a Dios. Anatemas 8/IV de Constantinopla: año 869-970. Contra el cisma del emperador Focio. Confirma el culto a las imágenes y afirma el primado romano sobre cualquier otro patriarca. Anatemas 9/I de Letrán: año 1123. Contra las investiduras. Reivindicó el derecho de la Iglesia para la elección y consagración de Obispos, contra la investidura de los laicos. Condenó la simonía y el concubiato de los eclesiásticos. Anatemas 10/II de Letrán: año 1139. Condenó los amaños cismáticos de varios antipapas y los errores de Arnaldo de Crescia y publicó medidas destinadas a que reinara la continencia en el clero. Anatemas 11/III de Letrán: año 1179. Contra los albigenses, cátaros y valdenses. Regularizó la elección del Papa, declarando válidamente elegido al candidato que hubiera obtenido los dos tercios de los votos de los cardenales. Nuevas leyes contra la simonía. Anatemas 12/IV de Letrán: año 1215. Definiciones sobre la fe y la moral. Organizó una cruzada. Revisó y fijó la legislación eclesiástica sobre los impedimentos matrimoniales, impuso a los fieles la obligación de la confesión anual y la comunión pascual. Anatemas 13/I de Lyon: año 1245. Contra el Emperador Federico II y por la reforma del clero. Reguló el proceso de los juicios eclesiásticos. Declaraciones rituales y definiciones doctrinales para los griegos. Anatemas 14/II de Lyon: año 1274. Por la unión de las iglesias. Definición de que El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo como de un solo principio. Definición sobre la suerte de las almas después de la muerte. Sobre los siete sacramentos y sobre el Primado del Romano Pontífice. Anatemas 15/De Vienne: año 1311. Decidió la supresión de la Orden de los Templarios. Definición de que el alma es verdadera y esencialmente forma del cuerpo. Anatemas 16/De Constanza: año 1414-1418. Fin del cisma occidental. Se condenan los errores de Wickleff sobre los sacramentos y la constitución de la Iglesia y los de Juan Huss sobre la Iglesia invisible de los predestinados. Anatemas 17/De Ferrara – Florencia: año 1438-1442. Reforma de la Iglesia y nuevo intento de reconciliación con los griegos de Constantinopla. Definiciones para griegos y armenios sobre dogmas. Anatemas 18/V de Letrán: año 1512-1517. Normas para las instituciones religiosas y condenó las herejías contrarias a la inmortalidad del alma. Definiciones sobre el alma humana, que no es única para todos, sino propia de cada hombre, forma del cuerpo e inmortal. Anatemas 19/De Trento: año 1545-1563. Contra los errores del protestantismo y por la disciplina eclesiástica. Defensa de la Sagrada Escritura, doctrina sobre el pecado original, la santificación y la gracia, sobre los sacramentos, especialmente sobre la Eucaristía y la Misa, sobre el culto de las imágenes y las indulgencias. Condenación de los errores de Lutero. Anatemas 20/Vaticano I:año 1869-1870. Contra el racionalismo y el galicanismo. Definió la infalibilidad pontifica como dogma de fe cuando habla “ex-cathedra” (en calidad de pastor y maestro de todos los cristianos). La Iglesia es monarquía de derecho divino y el Papa recibe potestad directamente de Dios. Define el Dogma de la Inmaculada Concepción. Anatemas.

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    Re: Respuesta: El concilio del papa Juan

    La libertad religiosa de la "Dignitatis Humanae" es contraria a la doctrina de la Iglesia Padres del Concilio V2 silenciados

    28 INTERVENCIONES

    EN DEFENSA DE LA FE CATÓLICA

    HECHA POR OBISPOS FIELES A LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA

    DURANTE EL VATICANO II

    Sintetizamos algunos discursos de prelados católicos, hechos en el Vaticano II, que no fueron oídos, ni atendidos por los que regían las comisiones conciliares entregadas por los “papas” a enemigos de la fe: 1. Cardenal Eurico Dante, de la Curia Romana

    “La Declaración sobre la libertad religiosa insinúa que la Religión Católica debe ser propagada por el Derecho común. Es lo que, en el siglo pasado, afirmaron Lamennais y Montalembert, según los principios del Liberalismo. La Declaración de la Revolución Francesa afirmaba: ‘Nadie puede ser perseguido por causa de sus opiniones religiosas, a no ser que la manifestación de ellas perturbe el orden público’. Son equívocos los límites de ese derecho. En el Estado Cristiano, los términos paz, derecho de los ciudadanos, moralidad pública tendría sentido honesto y racional. En los no cristianos, sin prescindir tal vez del Derecho natural, el sentido será genérico; ellos podrán ser instrumentos de tiranía contra la Iglesia. En el Estado comunista, el sentido será diferente; los limites impuestos serán contra el Derecho Natural”. 2. Cardenal Alfredo Ottaviani, de la Curia Romana

    “Siempre tuvo vigencia en la Iglesia la doctrina según la cual nadie debe ser obligado a la Religión católica. Pero es exagerado afirmar quien erra de buena fe merece estima y honra. Es digno de tolerancia, de caridad; no de honra. Debemos hacer una Declaración sobre la libertad de los que profesan la Revelación divina; no apelar solo a los derechos naturales, sino también a los sobrenaturales. Debemos obedecer más a Dios que a los hombres. Aquí no estamos en un Congreso de Filosofía Natural sino en un Concilio de la Iglesia Católica; queremos profesar la verdad ca*tólica. Debemos tener siempre presente que nuestra consciencia tiene el deber de conformarse con la ley divina universal. No me agrada la afirmación de la incapacidad de los hombres del Estado para juzgar sobre la verdadera religión. Por ese principio deberían ser anulados nuestros concordatos. No me agrada la afirmación sobre la libertad de propaganda de las falsas religiones”. 3. Cardenal Alfredo Ottaviani, de la Curia Romana (Segundo discurso)

    “Fundamentar la libertad religiosa en la dignidad del hombre significa colocar a la Iglesia de Cristo en la misma condición que las falsas religiones. La Decla*ración debe tratar de la verdadera Iglesia, la de Cristo; no de cualquier otra. No existe igualdad entre lo verdadero y lo falso; entre la consciencia cierta y la errónea. La Declaración coloca en el mismo plano elementos contrarios. Ella recomienda que pueda ser tolerado. No es prerrogativa de la dignidad humana enseñar el error. Se debe distinguir entre la coacción física, la moral y la obligación. La obligación es impuesta por Dios y por la Iglesia. Las citas hechas de las Escrituras fueron hechas en sentido unilateral. El Magisterio de los papas no fue considerado. En este asunto se debe respetar una jerarquía de valores;“obedecer antes a Dios que a los hombres”. 4. Cardenal Ernesto Ruffini, arzobispo de Palermo

    “Es necesario distinguir entre libertad física o psicológica y libertad moral. Solo a la verdad compete la libertad moral. Como la verdad es solamente una, una sola es también la religión verdadera. Solo a esta compete “per se” el derecho a la libertad. El Concilio no puede urgir únicamente la observancia de los artículos 18-20 de la Declaración de los Derechos Humanos sobre la libertad de culto para individuos y sociedades, para la paz social. Las autoridades civiles tienen la obligación de prestar el culto debido a Dios, dentro de los límites permitidos por las circunstancias. Ellas tienen el deber de defender, de auxiliar y de favorecer la religión verdadera. No basta afirmar que nada impide que la autoridad civil en determinadas circunstancias, reconozcan jurídicamente una religión. La Declaración debe ser rehecha totalmente”. 5. Cardenal Giuseppe Siri, arzobispo de Genova

    “No podemos defender lo que va contra el proceder de Dios; la Declaración reivindica la libertad religiosa para todas las comunidades religiosas, lo mismo para las que estánlejos del orden natural y lo contradicen. Dios tolera, mas no aprueba el abuso de la libertad. Él lo castiga. Como sucesores de los Apóstoles, tenemos que defender a ley divina. La Declaración no puede ser aceptada porque concede libertad religiosa para todos”. 6. Cardenal Arriba y Castro, arzobispo de Tarragona, España

    “Solamente la Iglesia de Cristo tiene el derecho y el deber de predicar el Evangelio de Cristo. Es ilícito el proselitismo de los no católicos. Debe ser impe*dido por la Iglesia y por la autoridad civil, de acuerdo con el bien común. Que el Concilio no decrete la ruina del Catolicismo donde él es la única religión. Si todas las religiones son iguales, se debe concluir que ninguna de ellas es de interés. La religión verdadera no debe ser impuesta por la fuerza. Los no católicos tienen apenas un derecho a un culto privado”. 7. Cardenal Thomas Cooray, arzobispo de Colombo, Ceilán

    “Nuestro deber es defender la libertad de acuerdo con la verdad. Los límites del derecho a la libertad religiosa se originan de la verdad objetiva. Contra ella no puede existir derecho a la libertad de acción ‘per se’, ni ‘in re physica’, mucho menos, en materia dogmática. La norma del hacer moral y la norma jurídica solo tiene valor si es fundada en la verdad objetiva. Esto para conservar intacta la doctrina de la Iglesia Católica sobre la única verdadera religión, sobre l a única Iglesia de Cristo”. 8. Cardenal Michel Browne, de la Curia Romana

    Cardenal Michel Browne a la dcha. de la foto

    “En abstracto, es evidente que no son iguales los derechos sociales funda*dos en la consciencia individual recta, pero errónea, y en la consciencia individual recta y verdadera. Se resuelve así la dificultad deducida de la Encíclica ‘Pacem in terris’ (de Juan XXIII,). Pio XII, en la Alocución a los prelados de la sagrada Rota, en 1945, enseñó una norma doctrinaria diferente de la que está en la Declaración. La libertad de consciencia en la sociedad no se funda en derechos de una consciencia individual; se funda en el bien común universal. 9. Dom Frederico Melendro, arzobispo de Huai-ning, China

    “La libertad religiosa no contribuye a la unidad de los cristianos. En la Declaración el orden objetivo queda subordinado al orden subjetivo. Los hombres son apenas ‘convidados’ a abracar la fe; ellos están obligados a esto por precepto divino”. 10. Dom John Ambrose Abasolo y Legue, arzobispo de Vijayapuran, India

    “En materia religiosa la cuestión es más de deber que de derecho. Es de los deberes para con Dios que se deducen los derechos del hombre. No toda consciencia goza de los mismos derechos. Los derechos de una consciencia verdadera y recta son superiores a los de una consciencia invenciblemente errónea”. 11. Dom Gregorio Modrego y Causaus, arzobispo de Barcelona

    “El ejercicio de la libertad solo puede ser de acuerdo con las exigencias de la dependencia de Dios. No se puede concebir verdadero derecho natural a la libertad fuera de esos límites. El bien máximo de la sociedad es adherirse a la verdad religiosa. El Estado no puede ser indiferente a los errores en doctrinas religiosas. La Escritura citada por la Declaración no prueba el derecho natural a la plena libertad religiosa.Los textos citados solo se refieren a la religión verdadera. El Antiguo Testamento prohibió el culto de los ídolos; y estableció penas severas para los transgresores de esa ley. El Magisterio de la Iglesia Católica siempre insistió a los gobiernos contra la propagación de religiones no católicas”. 12. Dom Juan Carlos Aramburu, arzobispo de Tucuman, Argentina

    “Si el poder civil puede prohibir el ejercicio de la religión, por razón del orden público y no por las razones de la religión verdadera, de la verdadera paz publica, la legítima y natural, puede también, a su libre arbitrio, juzgar que la paz pública es perturbada ycondenar la predicación de la religión verdadera como ilegítima. En países comunistas y paganos eso ocurre. El poder civil podría juzgar ilegítima la acción misionera de la religión verdadera de Jesucristo”. 13. Dom Custodio Alves Pereira, arzobispo de Lorenzo Marques, Mozambique

    “La Declaración coloca la verdad y el error en el mismo nivel. La Iglesia de Cristo, Maestra de la Verdad, no puede ser colocada en la misma línea que las religiones falsas. La Declaración es un absurdo. Ella equivale a declarar que la Iglesia verdadera, la de Cristo, es una entre muchas falsas existentes en el mundo. No se puede admitir que negar ese derecho a la libertad religiosa sea injuria hecha al hombre”. 14. Mons. Segundo García de Sierra y Méndez, arzobispo de Burgos, España

    “La Declaración no puede ser aprobada e su substancia, por su método y por sus principios. Ella pretende conciliar el derecho exclusivo de la Iglesia verdadera, con una libertad a todos, para anunciar la verdad revelada. El derecho de la Iglesia Católica se funda en su misión divina y en la verdadera dignidad del hombre. Uno es de derecho sobrenatural y otro es de orden natural. Es oportunismo querer fundar ese derecho en los deseos de libertad del mundo actual. La Declaración favorece el Indiferentismo y el Estado neutro. Ella es contraria a la doctrina católica. Ella concede los mismos derechos al proselitismo para los errores y al proselitismo a la verdad. Este asunto debe ser tratado no para agradar a los hombres; sino para agradar a Dios”. 15. Mons. Marcel Lefebvre, arzobispo Superior de la Congregación del Espíritu Santo

    “La libertad no es absoluta; no puede ser ejercida indiferentemente para el bien o para el mal. Y debe distinguirse entre actos religiosos internos y externos. Los externos están subordinados a los poderes civiles. El dictamen de la consciencia no es el criterio último de la moralidad objetiva de los actos humanos. Las normas de la Moral están vinculadas a los preceptos religiosos. Presentar la voz de la consciencia individual como la voz de Dios coloca en peligro el celo de la Iglesia ligado a la fe universal. 16. Mons. Marcel Lefebvre (segundo discurso)

    “Esta doctrina de la Declaración tuvo inicio en los filósofos Hobbes, Rousseau, Locke… Los papas – especialmente Pio IX y León XIII – condenaron esta doctrina de la Declaración. Las aprobaciones que ella recibe de los no-católicos son significativas. Cae por tierra la argumentación de la Declaración con la definición de los conceptos de libertad, de consciencia, de dignidad del hombre. Ellas no pueden ser definidas con relación a ley divina. Solo la Iglesia verdadera tiene derecho a la libertad religiosa porque solo ella confiere dignidad al hombre. A las falsas religiones, es necesario examinar las cir*cunstancias, caso por caso”. 17. Mons. Adam Kozlowiecki, arzobispo de Lusaka, Zambia

    “No se puede aceptar un valor vago atribuido a la dignidad humana. Él se presta a interpretaciones en sentido contrario a la verdadera Iglesia. No se puede insistir en el derecho a libertad del hombre sin acentuar los derechos del Dios verdadero sobre el hombre”. 18. Dom Antonio de Castro Mayer, obispo de Campos, Brasil

    “La Declaración peca en puntos fundamentales como la igualdad de derechos entre religiones falsas con la verdadera. Solo la verdadera tiene el derecho de ser profesada públicamente. Los derechos no son los mismos. La naturaleza humana, cuya dignidad se invoca, se perfecciona solo con la adhesión al verdadero bien; la dignidad humana no es salvaguardada por la adhesión al error, aún de buena fe. Las relaciones entre la religión verdadera y la sociedad civil se rigen por la ley natural y por la ley positiva revelada por Dios. Ora es ley de Dios que todos abracen la religión verdadera. Luego, el estado no puede favorecer las religiones falsas. Nadie es condenado sino por su propia culpa. La Declaración extiende, latitudinariamente, el Derecho a la verdad y a los errores. Coloca el bien común como perfección del hombre, y a la libertad de los errores como auxilio para esa perfección. Ella concibe la dignidad del hombre de modo falso: pretende, erróneamente, la libertad de acción por derecho y no por mera posibilidad ontológica. La Declaración coloca un estado cuya estructura jurídica no se deriva de la verdad natural, ni de la verdad revelada que manifiesta las leyes de Dios y, de modo positivo, concede derechos a las religiones falsas”. 19). Dom Giovanni Canestri, Obispo auxiliar de Roma

    “La Declaración debe ser corregida en muchos puntos para que no cause equívocos y no tenga consecuencias funestas. Contiene afirmaciones inexactas, genéricas, superfluas, obscuras. No se puede condenar cualquier proselitismo; sino el ejercido de modo deshonesto. Debería proclamar, de modo inequívoco, el Derecho de la Iglesia en cuanto religión verdadera”. 20. Dom Anastasio Granado García, Obispo auxiliar de Toledo

    “Es nueva en la Iglesia la doctrina según la cual todos los grupos religiosos tienen estricto derecho de propagar sus doctrinas, sean ellas verdaderas o falsas. La doctrina tradicional afirma que solo existe derecho para la verdad y que el error puede ser tolerado. Esta nueva doctrina se opone directamente a la doctrina de Pio XII en la Alocución ‘Ci riesce’. Ella pasa, ilícitamente, del orden subjetivo al objetivo. Ella contradice el propio concepto de libertad religiosa que expone”. 21. Dom Angelo Teniño Saiz, Obispo de Orense, España

    “En el campo de la Religión, en primer lugar, es necesario saber si Dios habló claramente, indicando la manera de ser venerado por los hombres. Es in*juria a Dios someterlo a la razón humana; los que creen en Dios y aceptan su Palabra a los que no creen. La Declaración debe ser radicalmente reformada porque esta fundada en la equiparación de todas las religiones en la sociedad. Si, para el bien común de la Iglesia, fuera conveniente conceder mayor libertad en materia religiosa, esto debe ser hecho según la genuina doctrina de la Iglesia y no según los principios falsos de un Hu*manismo que, en materia religiosa, considera al hombre como la norma suprema”. 22. Dom Ubaldo Evaristo Cibrián Fernández, prelado nullius de Coro-Coro, Bolivia

    “La Declaración no puede ser aprobada. Ella no se funda en principios doctrinarios verdaderos. O, por lo menos, no son expuestos rectamente. Ella procede de modo demasiadamente filosófico y racionalista. Ella ignora o menosprecia el Magisterio ordinario de la Iglesia; de modo princi*pal, el del Pontífice Romano. Ella confunde la verdad absoluta de los principios como su aplicación práctica”. 23. Dom Juan Bautista Velasco, Obispo (expulsado) de Hsiamen, China

    “La Declaración contradice la doctrina secular de la Iglesia. Está im*pregnada de Legalismo. Puede causar el Pragmatismo, el Indiferentismo, el Naturalismo religioso. Enseña, en materia de Fe, el Subjetivismo. No distingue entre los Derechos de la verdad y los del error. No les dieron oído a las observaciones de los padres conciliares que, en consciencia, acreditan la falsedad de los principios fundamentales de la Declaración”. 24. Dom Emilio Tagle Covarrubias, Obispo de Valparaíso, Chile

    “En la Declaración se encuentran contradicciones. Ella muestra favoritismo excesivocon relación a las religiones falsas. Causa el peligro del Indiferentismo y del liberalismo. Solo la religión verdadera tiene derecho la libertad religiosa. Las falsas, según las circunstancias de hecho y las exigencias del bien común, pueden apenas ser toleradas”. 25. Mons. Abilio Del Campo y de La Bárcena, Obispo de Calahorra, España

    “La Declaración tiene sentido de humanismo naturalista. Ella no define, la verdadera dignidad del hombre. En la presente economía de la salvación, no se debe hablar de la naturaleza humana como tal, por la elevación al estado sobrenatural. La Declaración no habla de los Derechos de Dios. La libertad religiosa, proclamada y reconocida en las Constituciones civiles, son hechos que no pueden regir los principios doctrinarios de la Iglesia. El Concilio católico no toma esas Constituciones como fuentes de la doctrina católica. Si los católicos tienen el derecho y el deber de defender la Fe católica, no se puede conceder a los acatólicos el derecho de enseñar. La Declaración favorece el Subjetivismo religioso y la Moralidad de Situaciones, dado que Religión y Moral están ligadas íntimamente. Condenar toda coacción en materia religiosa es peligroso para el ambiente de la familia, para la educación cristiana de los hijos, el tesoro del cristianismo guardado durante siglos”. 26. Dom Primo Gasbarri, Obispo administrador apostólico de Grosseto, Italia

    “La Declaración abre camino al Liberalismo, el Laicismo, el Indiferentismo, el Irenismo, el Existencialismo, la Ética de Situaciones. Ella no distingue entre el Derecho verdadero, en armonía con el derecho natural y el Derecho positivista. Ella atribuye el mismo Derecho a la verdad y al error. Ella no está de acuerdo con la Doctrina tradicional de los Sumos Pontífices”. 27. Mons. Thomas Muldoon, Obispo auxiliar de Sídney, Australia

    “La Declaración trata del aspecto jurídico-civil de la cuestión, pero omite el aspecto teológico-moral. Los católicos tendrán dificultad en aceptarla; los no-católicos harán falsas interpretaciones”. 28. Mons. Paulo Muñoz Vega, Obispo auxiliar de Quito, Ecuador

    “La Declaración carece de fundamento teológico; mira la situación de pluralismo religioso, en abstracción jurídico-filosófica, deja de lado la realidad sobrenatural y las consideraciones teológicas. Mira apenas el aspecto jurídico-social. La Declaración no tiene la característica de documento de un Concilio católico. Ella debe definir el derecho del hombre a la libertad prometida por Cristo y garantizada por Dios. El Derecho a la libertad religiosa tiene por fin facultar al hombre seguir su vocación sobrenatural”. Este compendio de palabras de los cardenales, arzobispos y obispos cató*licos demuestra, de modo super-evidente, la herejía del Vaticano II y de sus papas. Esta Declaración es la base del Ecumenismo, de la Colegialidad, del culto del hombre, de la misa popular. Ella muestra la herejía del Indife*rentismo religioso y, base de la herejía del Agnosticismo, común a todos esos errores. Estos y otros obispos no fueron oídos! Más no es la mayoría numérica de votos que altera la fe universal de la Iglesia. La autoridad de esos prelados fieles demuestra, de modo clarísimo, la naturaleza falsa del Vati*cano II y de sus papas. El conjunto de esas palabras forma un discurso irrefutable al ser meditado por todos. Ella aclara las herejías del Vaticano II y de sus papas. Muestra que tal Concilio e obra de los miembros de las so*ciedades secretas, que son enemigas de la Iglesia y del Estado Católico. “De ningún modo es lícito defender la libertad religiosa como se fuera uno de los derechos que la naturaleza dio al hombre”.(León XIII — Encíclica Libertas)

    Padres del Concilio V2 silenciados | Tradición Digital

  19. #19
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    Re: Respuesta: El concilio del papa Juan



    El traje nuevo del Vaticano II

    “Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los reconoceréis.” Mateo 7, 15-20


    Imaginemos por un momento una boyante empresa, repleta de buenos resultados y con una clientela fiel. Por los lógicos avatares de la vida el gerente fallece, y el sucesor decide convocar un gran congreso interno para actualizar sus productos, y hacerlos más acordes con el mundo moderno. Allí, entre aplausos peloteriles y discusiones, se concreta redefinir su producto estrella, darle un nuevo aspecto, un nuevo y genial envoltorio que piensan será más atractivo para el hombre actual y disparará sus beneficios.


    Desde ese momento, lo que era un negocio próspero y lucrativo, se desinfló en picado en todas las estadísticas al punto de casi desaparecer. Tras fallecer el gerente promotor, su sucesor, lejos de identificar el origen del mal en el clarísimo momento del “congreso”, no se le ocurre otra cosa que exaltar el congreso como fuente de toda esperanza y poniéndose aplicar aún más esas nuevas ideas al producto, adjudicando la caída de resultados a factores “externos”, y así un gerente, y otro, y otro… mientras, los números continúan en descenso imparable.


    ¿A alguien con dos dedos de luces se le podría ocurrir determinar que la caída de la empresa no ha sido culpa directa de tan desastroso congreso y los gerentes que lo pusieran en marcha, ya sea por omisión o acción ?


    Esto es exactamente lo que viene sucediendo en la Iglesia en los últimos 50 años. Creo que a estas alturas los hechos son ya tan clamorosos que hay que estar realmente ciegos, o tener mala fe, para no querer identificar el origen de la crisis. Y el pistoletazo de salida es IN-DIS-CU-TI-BLE: el Concilio Vaticano II.


    Poco importan las intenciones que hubiera o dejara de haber, que siempre han de presumirse buenas. Sinceramente, pasados ya tantos años, da exactamente igual si los textos eran intachables, confusos, ambiguos, ortodoxos, heterodoxos o como queramos llamarlos. El papel lo aguanta todo en este tipo de discusiones. Lo que es indiscutible, señores y señoras, es que ha pasado ya ¡¡medio siglo!! de desviaros con un origen clarísimo en ese punto de partida, y que no cabe más que concluir que lo que quiera que allí pasara, llamémosle y vistamos al santo como queramos, ha sido y provocado un desastre de proporciones épicas. Si directa, indirecta, con bombas de tiempo o nucleares, sinceramente, ya da igual, porque contra hechos no hay argumentos, y los hechos no tienen discusión alguna. Ya no es una cuestión de opiniones, es una mera constatación histórica de hechos, y del origen de los mismos.


    Todos los intentos de demonizar con descalificacionesburdas a quienes señalan este origen, que si neolefebvristas, o neolefebvrianos -que siempre queda mejor por la connotación sectaria de la palabra-, no hacen más que esconder la raíz de la crisis, y pues la solución, y, en la mayoría de los casos, revelan una profunda deshonestidad intelectual de quienes lo dicen.


    Así que adelante, señores, sigamos aplaudiendo y aplaudiendo al Rey desvestido, paseándolo de calle en calle entre guitarras y globos de fiesta. Parece que nadie se atreve a decir lo que todos ven, que ese señor va completamente desnudo, y hay que vestirle… pero nadie lo hace.


    Miguel Ángel Yáñez

    El traje nuevo del Vaticano II | Adelante la Fe
    ALACRAN dio el Víctor.

  20. #20
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    Re: Respuesta: El concilio del papa Juan

    Tengo el libro que reseña a continuación Jack Tollers y es verdaderamente excelente. Mejor y de más fácil lectura que el conocido El Rin desemboca en el Tíber, por su estilo más ameno. Tremendamente documentado. Y como es habitual en el profesor De Mattei, sumamente respetuoso en todo momento hacia el Sumo Pontífice (lo que no siempre se puede decir de Tollers, como se puede apreciar en la reseña que sigue a continuación). El libro ya está traducido al castellano, y en estos momentos se está buscando editor. Recemos porque pronto pueda estar en las librerías de los países de habla hispana.





    Historia del Concilio: el polvo que engendró estos lodos




    Wanderer, acabo de terminar de leer las 600 páginas del libro de Roberto de Mattei sobre la Historia del Concilio Vaticano Segundo (en su versión yanqui del año 2012, Loreto Publications, Fitzwilliam, N.H.—no está traducido al castellano que yo sepa).


    El libro se publicó originalmente en italiano en el año 2010.

    A mí me gusta el género “Recensión de libros”, pero confieso que aquí estoy un tanto amedrentado, quizás más que nada por la brevedad que exige el formato de blog, pero también por la importancia del asunto, la variedad de cuestiones a tratar y otras cositas más, difíciles por otra parte de decir: por ejemplo, de cuánto lugar, cuánto tiempo, cuánto tiempo espiritual (o psicológico) ocupó en nuestras vidas el maldito concilio, cuántas veces no hablamos de él (generalmente pestes, claro está), cómo nuestros enemigos se valieron de él para imponer su maldita agenda, y últimamente como Buela y sus secuaces lo defendían a morir, no sé si acuerdan ustedes, etc. etc.

    Pero, bueno, dejemos eso y vamos al libro.

    Está muy bien. Está mejor de lo que me esperaba. Está excelente. Se trata de un trabajo de inmejorable factura, notable scholarship (aparentemente de Mattei leyó absolutamente todo, fíjense que lo cita varias veces a Meinvielle, créase o no, entre cientos de otros autores que también cita: italianos, alemanes, ingleses, brasileros, yanquis, holandeses y no sé yo cuántos más—yo pensé que se había olvidado de von Hildebrand y su Caballo de Troya, pero también está citado en la pág. 551.

    Es un libro bien escrito, con sabia síntesis (¡sí, créase o no!) y le deja al lector sacar sus propias conclusiones—son contadas las veces en que el autor interpola algún parecer propio (dos o tres veces, me parece, en 600 páginas), no necesariamente le da más espacio a los críticos del Concilio sino más bien al contrario, deja hablar lungo a los cardenales, obispos, teólogos, periti y periodistas progres, aprovechándose de la innumerable cantidad de diarios, memorias y cartas que se han escrito y publicado en las últimas décadas, como por ejemplo, las de Congar, Rahner, Suenens, Helder Cámara, de Lubac, Daniélou, Schillebeeckx, Laurentin, Rynne (Wiltgen), Tisserant, Bugnini, Bea, Ratzinger, Chenu, Murray (John Courtney), Alfrink, Frings, Hans Küng, Casaroli, Dossetti, entre otros muchos. Como fuente para una historia objetiva de lo que pasó, esta incontable cantidad de memorias constituyen el sueño del historiador, no sólo porque rara vez alguno miente o falsifica las cosas cuando las asienta en su diario, o cuando escribe una carta personal, sino porque los diarios de los otros, de los del lado más tradicionalista, confirman lo que dicen los del bando progre. ¿La contra? Bueno, son menos, pero allí también constan los recuerdos de Ottaviani, Bacci, Siri, Gherardini, Lefebvre, Guerra Campos, Ruffini, Luigi María Carli, Antonio de Castro Mayer, Frane Franic, Garrigou-Lagrange, Biffi y algunos más que se me olvidan.
    Insisto, me parece de máxima importancia, porque no son muchos los hechos históricos que se pueden reconstruir con tanta solvencia: en sus recuerdos de cómo sucedieron los hechos, todos, sustancialmente, coinciden.

    La primera conclusión que se desprende de la lectura de este mamotreto es que el Concilio no fue sino el escenario de una guerra furiosa, peleada de cien maneras distintas, recurriendo a toda clase de armas, con ambos Papas indiscutiblemente tomando partido, invariablemente, por el bando progre, que, también indiscutiblemente, ganó y exterminó toda pretensión de oposición, con la inestimable ayuda de los comunistas, los masones, los judíos y los medios masivos de comunicación. Ni hablar sobre lo ocurrido durante las décadas del post-concilio (a la cual el autor le dedica un interesantísimo capítulo final) en el que la reforma litúrgica, los estudios bíblicos, las misiones, los seminarios, las universidades católicas se fueron todas al mismísimo demonio, mientras se imponía la Teología de la Liberación, la lectura de Teilhard de Chardin, la comunión en la mano, el vaciamiento de seminarios, conventos y monasterios (Ecclesia depopulata), el Catecismo Holandés y no sé yo cuántas cosas más—y como perla de muestra resulta muy, muy interesante, ver lo que pasó en Italia, al final del Pontificado de Paulo VI, cuando el gobierno demócrata cristiano presidido por Giovanni Leone y con el primero ministro (amigo personal del Papa) Giulio Andreotti, sacan, el 22 de mayo de 1978, la ley de aborto, firmada por todos los parlamentarios demócrata-cristianos (según cuenta uno de ellos, Tina Anselmi, Paulo VI exhortó a los ministros demócrata-cristianos a que permanezcan en sus puestos aun cuando hubieran firmado esa ley—créase o no).



    En fin, en el 2010, de Mattei no podía ver lo que ahora sí (y eso mismo dice): que Bergoglio es la perfecta culminación del Concilio, del “espíritu” del Concilio y de la mar en coche. Esa dileccion por la ambigüedad, ese gusto por lo plebeyo, ese enfermizo odio contra la liturgia decorosa, contra el latín, contra Santo Tomás y todos los Padres… y tantas cosas más, proceden de aquí—600 páginas después, no me queda la menor duda (full disclosure, confieso que nunca tuve muchas).

    Bergoglio es la perfecta encarnación de Vaticano II y es, claro está, la perfecta porquería, no jodamos más.

    Pero es lindo el libro este, entre otras cosas porque termina de una vez y para siempre con el cuento chino ese, de que la decisión de convocar al Concilio fue una inspiración del Espíritu Santo. El Gordo quería que siempre se creyera eso. Sino que es, entre mil otras cosas, sencillamente, mentira. En su propio diario (Juan XXIII, Pater Amabilis: Agende del Pontefice, 25), el Papa cuenta que

    En una audiencia con el Secretario de Estado Tardini, por primera vez, se me ocurrió pronunciar, como por casualidad, la palabra “concilio”, como conjeturando qué cosas un nuevo papa podría proponer como una invitación a un enorme movimiento de espiritualidad para la Santa Iglesia y el mundo entero (pág. 92, el lenguaje deficiente no es culpa del traductor).

    Contra lo que esperaba el Papa, a Tardini la idea le pareció brillante y cinco días después la anunció, el 25 de enero de 1959, en la Sala Capitular de la Abadía de San Pablo Extramuros, a un grupo de cardenales que quedaron estupefactos. Como lo quiere de Mattei:

    Llegados a este punto, resulta necesaria una consideración. En los últimos cinco siglos del segundo milenio, sólo habían tenido lugar dos concilios; Trento y Vaticano Primero. La convocatoria de una asamblea de esa evergadura constituye una decisión que no se puede hacer a las apuradas y e irresponsablemente, sino que más bien supone, profunda reflexión y muchas consultas.

    Sí, bueno, tu abuela, nada de eso. Pero eso sí, quedaría en el mayín popular que la decisión había sido una inspiración del Espíritu Santo y de eso se encargó el propio Papa, como queriendo, de entrada, despachar a quienes tuvieran alguna duda de que comenzaba lo que darían en llamar “la Primavera de la Iglesia” y otras estupideces por el estilo.

    Pero, claro, en estos años se acuñaron varias cosas como estas de la primavera de la Iglesia que resultaron ser armas formidables, imbéciles locuciones de eficacia probada, de influencia demoníaca, como la del “espíritu del Concilio” con las que se hizo, terminada la malhada reunión, toda clase de canalladas, empezando por la reforma litúrgica y la nueva misa de 1969 (prohibiendo, de hecho, durante cuatro décadas, la celebración de la misa tridentina).




    Y claro, es lindo el libro este, porque uno recuerda que se le había asignado un carácter “pastoral”, que Juan XXIII había insistido una y otra vez en que no se definiría ninguna cuestión dogmática y que sólo era para “pastorear” a lo grey. ¿Y bien? Resulta que estuvo prohibido hablar del comunismo. Cuando una tercera parte del mundo padecía el comunismo (especialmente los cristianos), el Cardenal Tisserant acordó en la ciudad de Metz con funcionarios de Moscú que acudirían veedores soviéticos al Concilio con tal de que no se mencionara siquiera al comunismo. Eso lo cumplieron al pie de la letra, Juan XXIII, Paulo VI y la mayor parte de los padres conciliares (no tiene desperdicio la relación que hace de Mattei de la suerte corrida por un petitorio de parte de 435 padres conciliares para agregar una condena al comunismo a la Gaudium et spes: el secretario de la comisión mixta responsable de la preparación del esquema correspondiente, Monseñor Achille Glorieux, hizo desaparecer el petitorio, al cual nadie vio, nunca más (pág. 477). Carli protestó vehemente ante el Cardenal Felici quien a su vez le mandó un memo al Papa Paulo VI. Y este le contestó a Felici, el 15 de noviembre de 1965, con un memo, en el que le dice, entre otras cosas, que semejante declaración no sería consistente con las promesas del Concilio de no meterse en tópicos políticos, de no pronunciar anatemas y de no hablar sobre el comunismo (pág. 479).

    Yo no sé como hace de Mattei para escribir sobre todo esto sin que se le note el enojo. Juro que yo no podría: ¡las “promesas” del Concilio! Pero, ¿qué carajo?

    Y así ¿no? También estaba prohibido hablar del diablo ni del infierno, claro está, que eso no sería muy “pastoral”, ¿no?, por supuesto que no. Con todo, de Mattei documenta cosas lindas, como la intervención del Patriarca Latino de Jerusalén, Mons. Alberto Gori, de la Orden de Frailes Menores, cuando se discutía el esquema De Ecclesia:

    La omisión de mencionar con una referencia clara la posibilidad de una infelicidad eterna me parece inaceptable, tratándose de un concilio ecuménico, cuya incumblencia es la de recordar íntegramente la doctrina en asunto de tanta importancia para todos los seres humanos, y especialmente para los católicos.

    Así como se define la existencia del Juicio y del Cielo, así también debe afirmarse sencillamente la certeza de una eterna infelicidad para quienes hayan menospreciado la amistad con Dios.

    Y a mí me parece que se requiere esto por tres razones:

    La primera es que indiscutiblemente para el cristianismo la existencia del infierno constituye una verdad revelada. El mismo Salvador, que por cierto sabía más que ningún otro acerca de cuál sería el mejor método para postular su doctrina, y que a la vez era la bondad misma encarnada, sin embargo muchas veces, de manera clara y apasionadamente, proclamó la existencia y la eternidad del infierno. En la sección preliminar de este capítulo escatológico, junto con lo que se afirma sobre la existencia de un Juicio y de una eterna felicidad, debe incluirse una referencia explícita a esa verdad revelada que las complementa, esto es la certeza de que existe la posibilidad de una infelicidad eterna.

    La segunda razón por la que es necesario recordar esta verdad explícitamente, es la enorme importancia que tiene esta horrorosa posibilidad para todos los seres humanos. En verdad, los hombres que sienten tan poderosa la atracción de la concupicencia al punto tal que podrían verse inducidos a menospreciar la amistad divina, por cierto que necesitan verse disuadidos del pecado con el temor de la eterna infelicidad que amenaza a todo pecador no arrepentido.

    La tercera razón por la que debe hacerse una mención expresa de esto es porque nuestro tiempo lo requiere especialmente. Y esto porque el deseo prevaleciente en todas partes de una vida mejor en términos materialistas y el hedonismo desenfrenado que caracteriza a nuestros contemporáneos, disminuye gravemente, a los ojos de muchos, el valor de la amistad divina y el sentido de pecado. Y como consecuencia de esto la existencia del infierno, la posibilidad de una eterna infelicidad, son nociones que les resultan ajenas, que ni siquiera consideran, o que piensan como materia inapropiada para considerar, contra la que batallan con más y más ímpetu por creerlas nociones contrarias a la cosmovisión moderna. Como muchos han destacado, son muy pocos los predicadores que hoy en día se atreven siquiera a mencionar estas cosas y prefieren callarlas. Pero como resultado de este temor de los predicadores, mucho me temo que la mayoría de los fieles van a concluir que constituye una doctrina obsoleta sobre algo que, al final, no es real. Y de esta manera se promueve la corrupción de las inteligencias y de la moral.

    Por tanto urjo fehacientemente, venerables hermanos, que el texto propuesto para el artículo 48 sea brevemente afirmado, conforme a las palabras de la Biblia, pero esto muy claramente, junto con la referencia al Juicio, presentando la alternativa ante la cual se halla todo ser humano, esto es, una eterna felicidad o una eterna infelicidad (págs. 360-361).

    Ya sé, Wanderer, la cita es larga por demás y esta recensión, casi, casi, que no entra en ningún blog. Me extralimité. Pero necesitaba destacar qué clase de tipos, qué clase de cosas, fueron las derrotadas en Vaticano II (y como todos los que deliberadamente niegan el infierno… allí van).
    El Vaticano II, claramente se desprende de este libro, fue una guerra, y nosotros la perdimos (por lo menos durante este medio siglo que le siguió).

    Y una última apostilla: se desprende de este libro que uno de los agentes más furiosamente progresista, eficaz como pocos y sumamente joven era el Padre… Ratzinger. Yo no sé cómo nunca hizo un mea culpa formal por su actuación durante el Concilio, pero que se lo hayan devorado sus hijos, no me sorprende para nada.

    Y diría algo peor todavía: que se embrome.

    Perdimos la guerra, Wanderer, pero que no se diga que no hubo guerra, eso nunca, que no hay guerra, sino más bien lo de Teresa la Grande:

    Todos los que militáis
    debajo de esta bandera,
    ya no durmáis, no durmáis,
    pues que no hay paz en la tierra.


    Atentamente,
    Jack Tollers








    The Wanderer
    Última edición por Hyeronimus; 15/12/2016 a las 19:45

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