IX – COACCIONES DE LOS OBSERVADORES PROTESTANTES
1- Los efectos del Vaticano II excedieron las más descabelladas esperanzas de los protestantes. La satisfacción protestante con el Concilio debería ser causa de preocupación para los católicos. 2- La fuerte influencia protestante garantizada con el establecimiento del Secretariado para la Unidad Cristiana como cuerpo independiente de la Curia. 3- La presencia de los observadores protestantes en el Concilio tuvo un efecto inhibitorio sobre los Padres. 4- Los observadores ejercieron considerable influencia detrás de la escena. 5- Como resultado del Concilio, en la Iglesia actual se busca la unidad a expensas de la verdad. Por más que los ecumenistas católicos sean sinceros, esa política debe acabar en desastre. 6- A mayor progreso del ecumenismo, mayor declinación de todas las denominaciones interesadas. 7- La misa en su nueva forma actual deja ya de ser causa de disensión. Cambios litúrgicos alabados por los protestantes.
1 - Los efectos del Vaticano II excedieron las más descabelladas esperanzas de los protestantes. La satisfacción protestante con el Concilio debería ser causa de preocupación para los católicos…
El 450º aniversario de la Reforma protestante se celebró en Wittenberg el 31 de octubre de 1967. Cierta cantidad de representantes católicos se unieron a mil delegados protestantes de todo el mundo para homenajear a Lutero.
El doctor. K. Skydsgaard, uno de los observadores luteranos en el Concilio Vaticano II, habló sobre “la forma en que el Vaticano II parecía en muchos aspectos haber llevado a la Iglesia Católica muy cerca de las iglesias protestantes” (2).
El observador anglicano B. Pawley afirmó que “el diálogo previsto por el Decreto sobre Ecumenismo y fomentado por Pablo VI ha superado nuestras más exaltadas esperanzas” (3).
El pastor Roger Schutz, prior y fundador de la comunidad protestante de Taizé y también observador protestante en el Concilio, declaró que “el Vaticano II había excedido nuestras esperanzas” (5).
El profesor G. Lindbeck, de la facultad de teología de Yale destacaba con alegría: “el Concilio marcó el fin de la Contrarreforma” (8).
Lo lamentable es que esa “Contrarreforma” (por cierto, palabra anticatólica y tendenciosa para significar que la única y verdadera “Reforma” sería la de sentido protestante) había iniciado lo que posiblemente ha sido la mayor época de renovación de toda la historia de la Iglesia, y durante la cual Dios había enviado una cosecha abundantísima de santos.
De hecho, debería suponer un motivo gravísimo de preocupación para los verdaderos católicos que los protestantes, enemigos de la verdad católica, encuentren la enseñanza del Vaticano II mucho más satisfactoria que ninguna otra anterior presentación católica de la Fe.
2 - La fuerte influencia protestante garantizada con el establecimiento del Secretariado para la Unidad Cristiana como cuerpo independiente de la Curia…
Pero la satisfación protestante por el Vaticano II no es tan sorprendente si se considera cuánto influenciaron éstos en sus deliberaciones: la certeza de que la influencia protestante sobre el Concilio sería considerable se hizo clara cuando ya, más de dos años antes de celebrarse éste, el 5 de junio de 1960 se había creado el Secretariado para la Promoción de la Unidad Cristiana, con el fin de establecer relaciones con “organismos cristianos fuera de la unidad de la Iglesia” (o sea, protestantes) e invitarlos a enviar representantes al Concilio (10).
El doctor Mc Affee Brown señalaba que:
Es significativo que Juan XXIII creara ese Secretariado con independencia de la Curia romana para que gozara de mayor libertad de maniobra; que se previera que quedara como una estructura permanente de la Iglesia una vez que el Concilio hubiera finalizado; que se nombrara como cabeza del mismo al cardenal alemán Agustín Bea y al “ecumenista” holandés cardenal Willebrands (ambos del grupo del Rin); que los asuntos ecuménicos del Concilio estuvieran incluidos en la carpeta del Secretariado; que el Secretariado redactara el crucial esquema “Sobre Ecumenismo”; y que suministrara los polémicos textos sobre libertad religiosa y sobre los judíos (11).
3 - La presencia de los observadores protestantes en el Concilio tuvo un efecto inhibitorio sobre los Padres…
La misma presencia de los observadores protestantes dentro del Concilio estaba destinada a tener un efecto inhibitorio en los debates. Es obvio que tal hecho debió ser causa de que muchos padres minimizaran y hasta silenciaran aspectos de la Fe que podían haber ofendido a sus huéspedes protestantes.
En octubre de 1964, monseñor Lefevbre se quejaba:
Así resulta que, en aquellos puntos de doctrina específicamente católica, uno se ve obligado a redactar esquemas que atenúen o incluso supriman por completo todo lo que pueda desagradar a los protestantes (13).
Como otras tantas veces, el juicio de monseñor Lefevbre se confirmaba por alguien del campo opuesto.
El doctor Moorman, jefe de la delegación anglicana, señalaba:
los observadores constituían una especie de control sobre lo que se decía. Cada obispo interviniente sabía que en la tribuna había un grupo de críticos que consignaban lo que dijera para usarlo quizás en contra suya, por lo que se esforzaron en no decir nada que pudiera ofenderlos (14).
La influencia protestante no consistió solo e ese efecto inhibitorio sino que a veces se les permitía exponer sus propios puntos de vista en los debates. El Dr. Moorman revela que a veces alguno de los Padres leía sus textos en su nombre (15).
4 - Los observadores ejercieron considerable influencia detrás de la escena…
Además, los observadores hacían conocer sus opiniones en las reuniones semanales del Secretariado, así como a través de sus reuniones con Padres y expertos.
El delegado luterano Oscar Cullmann señalaba ya durante la primera sesión:
Cada mañana me asombro del modo en que formamos parte realmente del Concilio (17).
El cardenal Bea confirmaba la decisiva aportación protestante en la redación del Decreto sobre Ecumenismo:
No titubeo en señalar que ellos han contribuido en forma decisiva para producir este resultado (18).
Mc Affee Brown escribía:
El Secretariado para la Promoción de la Unidad Cristiana disponía reuniones oficiales semanales para los observadores y los miembros del Concilio, en las que se pedía a los observadores que comentaran con franqueza los documentos en discusión y sus observaciones eran tomadas con seriedad. Frecuentes retoques en las frases o en el tono de los documentos finales del Concilio pueden ser rastreados hasta esas reuniones informativas (20).
5 - Como resultado del Concilio, en la Iglesia actual se busca la unidad a expensas de la verdad. Por más que los ecumenistas católicos sean sinceros, esa política debe acabar en desastre…
Esa (caótica) situación había sido prevista y condenada en una serie de documentos papales, desde Pascendi de San Pío X y Mortalium Animos de Pío XI hasta Pío XII en la Humani Generis, unos años antes del Concilio:
“Una política de apaciguamiento puede terminar en unidad, pero sólo en la unidad de una ruina común”.
En esa misma encíclica hablaba de un peligro “tanto más grave cuanto más se oculta bajo la capa de la virtud. Muchos, mirando la discordia del género humano y la confusión reinante, son movidos por un ardiente deseo de romper las barreras que separan entre sí a las personas buenas y honradas, proponiéndose reconciliar las opiniones contrarias aun en el campo dogmático…; abrasados por un impresionante irenismo consideran como un óbice para restablecer la unidad fraterna incluso cuanto se funda en las mismas leyes y principios dados por Cristo y en las instituciones por Él fundadas… caído todo lo cual, seguramente la unificación sería universal, pero sólo en la común ruina”.
6 - A mayor progreso del ecumenismo, mayor declinación de todas las denominaciones interesadas...
Y es evidente que, en lo referente al diálogo ecuménico con protestantes se refiere, el progreso en el diálogo se ve acompañado por la progresiva disolución de la verdad católica, con el agravante de que la tendencia predominante en el protestantismo conduce al racionalismo.
Por lo cual, de continuar la tendencia dialogante y obtener esa buscada unidad, el mensaje que la nueva Iglesia pan-cristiana proclame a todo el mundo sería poco más que un eco de lo que el mundo ya está diciendo.
De hecho, no habría nada a lo cual convertir al mundo, ya que sería el mundo el que habría convertido a la Iglesia.
Palabras aquéllas de Pío XII verdaderamente proféticas: afuera, en el mundo real, los templos de todas las denominaciones se van vaciando; cuanto más progresan los ecumenistas, menos cristianos rinden culto a Dios los domingos.
Cosa que, por supuesto, no preocupa en absoluto a los ecumenistas postconciliares.
El impacto protestante en el Concilio era reconocido por el propio observador anglicano B. Pawley en 1974:
En escasos diez años el Concilio ha tomado las dimensiones de una revolución mundial (26).
Lo preocupante es que, como protestante, él encontraba en ese hecho un motivo de regocijo, en contraste con el pesimismo y desaliento protestante durante el anterior pontificado de Pío XII.
7 - La misa en su nueva forma actual deja ya de ser causa de disensión. Cambios litúrgicos alabados por los protestantes…
La manifestación más dramática, para el católico corriente, del diálogo con los protestantes ha consistido en la protestantización de la liturgia. Hecho que también observaba con alegría el observador anglicano B. Pawley, confesando que “incluso ha superado en modernidad a la liturgia anglicana de Cranmer” (31).
Porque la actual liturgia romana ha pasado a asemejarse muchísimo a la liturgia herética de los anglicanos.
En el siglo XVI los que controlaban la Iglesia en Inglaterra rompieron con la Iglesia Católica y establecieron la Iglesia de Inglaterra, una simple secta herética y cismática; dando expresión litúrgica a sus doctrinas heréticas.
El papa San Pío V, oponiéndose a todas las liturgias heréticas que se habían inventado dondequiera que los protestantes ganaban poder político, codificó el Rito Romano existente, que en lo esencial remontaba al tiempo de San Gregorio Magno (siglo VI), y extendió su uso a toda la Iglesia universal.
Sin embargo, como esa milenaria Liturgia era “una causa de disensión” para los observadores protestantes, ya que no satisfacía las herejías anglicanas, hubo que cambiarla en el Concilio para contentar a los herejes.
El espectáculo de un ministro anglicano reprendiendo a la Iglesia universal por no colocar su milenaria Liturgia a tono con la de su secta hubiera provocado sonrisa entre los católicos de otras épocas; pero ahora, en cambio, tocaría llorar ¡¡porque los que hoy gobiernan la Iglesia tuvieron la osadía de adaptar la milenaria Liturgia católica a la de la secta anglicana para obtener de los observadores protestantes una miserable palmadita de aprobación!!
Como de costumbre, monseñor Lefevbre juzgó perfectamente la situación:
Todos esos cambios no tienen sino un solo motivo: un ecumenismo aberrante e insensato que no atraerá a la Fe un solo protestante, pero provocará que innumerables católicos la pierdan, e introducirá la confusión total en las mentes de muchos más que ya no sabrán qué es verdadero y qué es falso (34).
La magnitud del desastre del Vaticano II reside en el hecho de que, lejos siquiera de pensar en entrar en la unidad católica, los jefes protestantes tienen confianza en que la Iglesia Católica ha aceptado, más bien, las doctrinas básicas de la Reforma protestante.
(Extraído de “El Concilio del papa Juan” de Michael Davies, Ed. Iction, Buenos Aires, 1981). Título original: “Pope John’s Council” 1977)
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