VII – LOS PERIODISTAS FABRICAN EL MITO
1-Nunca la prensa había tenido tanta influencia en ningún Concilio como en el Vaticano II. El padre Bouyer declara que el Concilio se entregó a la dictadura de los periodistas. 2- La importancia del IDOC. 3- Los periodistas liberales fabrican un mito. Ahora este mito es universalmente aceptado como la verdadera historia del Concilio. 4- Los obispos y los peritos liberales cooperaron estrechamente con los periodistas liberales. 5- La “opinión pública”… ¿voz del Espíritu Santo? 6- Incidente significativo del cardenal Ottaviani. 7- Se vuelve a recalcar la importancia de la Pascendi.
1- Nunca la prensa había tenido tanta influencia en ningún Concilio como en el Vaticano II. El padre Bouyer declara que el Concilio se entregó a la dictadura de los periodistas…
No fue sólo la acción directa de los grupos de padres y “expertos” del Rin lo único que influyó sobre el Concilio; los documentos del Vaticano II estuvieron influidos, en diverso grado, por el deseo de conciliarse a protestantes y a comunistas, y no debe descartarse, incluso, influencias de fuerzas aun más siniestras.
Aunque quizá la mayor preocupación fuera ponerse a tono con “hombre moderno”, con “el espíritu de la época”, y “entrar en diálogo con el mundo”, en realidad éstos son conceptos muy nebulosos a los que resulta difícil asignar algún significado concreto; en gran parte son creaciones de la prensa, con el significado que los “mass media” les otorgaron.
Los “mass media”, en especial la prensa, desempeñaron un papel clave en suscitar el tono del Concilio, el llamado “espíritu del Vaticano II”, cierto tono de euforia con que muchos obispos se alegraban de escuchar qué esperaba de ellos el mundo…, “más de un obispo revisó sus actitudes de toda una vida al advertir el tono del Concilio; así fue como las grandes votaciones resultaron casi unánimes en la mayoría de puntos (5).
No fue esa la primera vez que una prensa hostil a la Fe católica tradicional trató de influir sobre un Concilio General: ya que una campaña casi idéntica se organizó, sin éxito, durante el Vaticano I. Aunque si aquella campaña resultó infructuosa se debió a la valiente oposición de Pío IX, quien consagró su pontificado a rechazar todas las fuerzas que volvieron a emerger, ya triunfantes, durante y desde el Vaticano II.
Escribía el Padre Louis Bouyer: No sé si el concilio nos ha librado de la “tiranía” de la Curia Romana, pero lo que es seguro es que nos ha entregado a la dictadura de los periodistas, y especialmente de los más irresponsables e incompetentes (6).
Se refería, obviamente, al grupo del Rin, porque casi todos los periódicos y periodistas influyentes respaldaron a dicho grupo.
Entre los periodistas más conocidos estaban John Cogley, de Commonwealth; Robert Kaiser, de Time; Xavier Rynne, de New Yorker; Michael Novak; el Padre Antoine Wegner de La Croix, y quizás el más influyente de todos, Henri Fesquet de Le Monde.
La mayoría de ellos difundían sus crónicas por medio de libros que aparecieron bien mientras el Concilio tenía lugar, o poco después.
Así difundieron y consolidaron el mito que ellos mismos habían inventado, mito que para la abrumadora mayoría de católicos se transformó en el Concilio real, el único que se les ha permitido conocer.
La gran excepción fue el padre Ralph Wiltgen, cuyo libro El Rin desemboca en el Tiber cuenta la historia del Concilio “desconocido”, la realidad oculta tras el mito.
Robert Kaiser admitía la razón: los periodistas estaban casi todos en el bando progresista porque advertían por instinto que el mensaje del Cristianismo debía adaptarse al “progreso” de la historia, ya que el lema del conservador cardenal Ottaviani - Semper idem-, hubiera dejado a a la prensa católica sin trabajo en el futuro (7).
2- La importancia del IDOC…
Sin duda, la más influyente agencia manipuladora de las mentes, durante y a partir del Concilio fue, desde fines de 1963, el importante IDO-C, surgido, en un principio, como centro de información para los obispos holandeses.
Su función fue, tras el Concilio, combinar y distribuir documentación sobre los efectos estructurales y teológicos para la implementación de los decretos y el espíritu del Vaticano II. Entre sus suscriptores figuraban obispos, comisiones diocesanas, profesores de teología, estudiantes de seminarios…, protestantes y redactores de secciones religiosas de grandes rotativos.
Ya para el año 1971 su influencia era asombrosa como fuente de noticias católicas para los periódicos laicos. De ahí que no era coincidencia que casi todas las publicaciones laicas presentaran los mismos tipos de noticias y con el mismo sesgo que el “stablishment” de la prensa católica.
El hecho de que en la actualidad (1977) se publique la misma noticia, y más importante aun, de que no se publique, es algo que nunca se recalcará lo suficiente.
No es exagerado proclamar que el “stablishment” IDO-C/Concilium constituyó un magisterio paralelo que rivalizaba con el del Papa en lo que a autoridad práctica se refiere. Por supuesto entre sus miembros figuraban antiguos “expertos” conciliares, como los famosos Baum y Laurentin.
3- Los periodistas liberales fabricaron un mito. Ahora este mito es universalmente aceptado como la verdadera historia del Concilio…
En el Vaticano II se comenzó a trabajar con “slogans”.
El stablishment progresista codificó slogans al modo de un sistema completo de creencias que sus miembros encontraban más satisfactorios como base para su fe que las Escrituras o la Tradición, tales como: “leer los signos de los tiempos”, “ser abierto”, “dialogar”, “proveer a las necesidades del hombre moderno” y especialmente, hacer todo conforme al “espíritu del Vaticano II” .
Pero hay que advertir que, al modo de la neohabla ideada por George Orwell en “1984”, algunos de estos slogans significan precisamente lo contrario de lo que parecen significar: así “ser abierto” o “dialogar”, en la práctica, significa que cualquiera que se desvíe de la línea del partido se verá impedido de expresarse en público.
Según el profesor J. Hitchcock, la fórmula liberal para el cambio fue totalmente elitista: “fue la imposición de una reforma desde arriba por una minoría ilustrada: …cuando los progresistas hablan de rigidez e insensibilidad de la Iglesia para con las necesidades humanas, significan exclusivamente insensibilidad para con sus propias necesidades (15).
Una vez más, esa teoría de la “obligación de la Iglesia” a adaptarse a las “necesidades” contemporáneas había sido proclamada por los primeros modernistas.
San Pío X ya denunciaba esa teoría de las necesidades; y una de las más frecuentes de esas pretendidas “necesidades” era, en lo que a liturgia se refiere, la del “acomodamiento a las maneras y costumbres de los pueblos” (17).
Por cierto, “necesidad” esa que resultó expresamente reconocida en la Constitución sobre Liturgia del Vaticano II (18).
La primera tarea de los periodistas fue prefabricar un mito que diera como resultado que los Padres, condicionados por él, aceptaran ciertos supuestos básicos; éstos supuestos provocarían a su vez los reflejos necesarios cuando se aplicara el estímulo adecuado.
Así definía el padre Bouyer el mito básico:
Por un lado estaban “los malos”, la mayoría de los cuales eran italianos…; por el otro, “los buenos”… un partido incluía a los Ottaviani, los Ruffini, los Browne, los Heenan, y el otro a los Frings, los Leger, los Suenens y los Alfrink. El primer grupo resultaba siempre uniformemente estúpido, canallesco y miserable, mientras que el segundo era igualmente irreprochable, brillante y noble.
Esa mitología artificial respaldaba los slogans. Por un lado estaba la tradición (identificada con el más absoluto oscurantismo). Mientras que el otro partido proclamaba total novedad con claridad meridiana. La autoridad era descrita como enfrentada a la libertad (y viceversa) (22).
Y es que San Pío X ya había destacado el espíritu de desobediencia de los modernistas que los impulsaba a exigir un compromiso entre la autoridad y la libertad (23).
Algunos periodistas se posesionaron de tal forma del mito que creaban que comenzaron a deificar a sus héroes.
Ejemplo de “propaganda” que hacía Michael Novak del cardenal Suenens: “…Hombre fuerte, directo; tipo de hombre que controla la situación… Tiene voz clara y enfática… presenta sus ideas con energía… Resulta el tipo de obispo moderno por excelencia: instruido, activo, hábil y profundo” (26).
Hans Küng también se unía al mito de “buenos contra malos”, usando expresiones como “intriga”, “obstrucionismo” y “brutal abuso de poder” al describir a “los malos”... La Curia resulta lamentablemente retrógada, ligada a un ghetto y no-ecuménica… identificada a sí misma con la “Iglesia” y capaz de excomulgar al que piensa de otro modo (27).
Escribía el P. Bouyer:
Muchos de los obispos estaban mal preparados para ejercer su papel entre los estallidos de tan estruendosa publicidad… En tales circunstancias no debe sorprendernos si, sobre todo durante las últimas sesiones del Concilio, muchas de las intervenciones de los Padres estuvieron mucho más condicionadas por el deseo de agradar a sus nuevos amos (30).
Hasta tal punto que algunos Padres creían que se ganaba más con una declaración ante la prensa que con un discurso en la sala del Concilio.
4- Los obispos y los peritos liberales cooperaron estrechamente con los periodistas liberales…
El cardenal Heenan se quejaba de que, aunque se suponía que el secreto sobre los discursos en la Sala del Concilio sería mantenido (y se había tomado un juramento a tal efecto), ya incluso en la primera sesión tal secreto era con frecuencia sólo una ficción… pues el resumen o incluso el texto completo de las intervenciones estaba a disposición de los periodistas (32). Tal cosa ilustra la estrecha colaboración que existía entre los padres liberales, sus “expertos” y la prensa.
Así, los obispos franceses consideraban al diario La Croix como una parte importante de su armamento, y en la segunda sesión su jefe de redacción actuaba como “experto” conciliar y como cronista. Era obvio que muchos de los Padres y teólogos usaban La Croix y Le Monde como tribuna (34).
Hubo también gran cantidad de contactos informales entre periodistas, expertos y Padres liberales; ejemplo de ello es que el periodista Robert Kaiser y su esposa ofrecían con regularidad los domigos por la noche una cena a la que concurrían muchos de aquellos. Estas cenas resultaban verdaderas centrales de energía y de conversación, de hecho, la más influyente organización de Roma… (37).
De hecho, según Michael Novak, ningún periodista sabía más sobre el Concilio que Robert Kaiser. En el mundo de habla inglesa, al menos, no había fuente más apta que la revista Time para producir un efecto sobre la opinión fuera del Concilio, y en cierto modo incluso dentro de él (38).
5- La “opinión pública”… ¿voz del Espíritu Santo?...
R. Kaiser suponía que algunos miembros de la Iglesia se encontraban “llenos de la influencia carismática del Espíritu Santo”, así como que el único modo de que la Iglesia “institucional” (o sea, los obispos) pudieran enterarse de lo que el Espíritu Santo “que sopla donde quiere” deseaba que ellos aprendieran, ¡!…era por medio de la prensa moderna”!! (40).
Lo realmente lamentable de esa teoría, según la cuál “Dios enseña a los obispos por medio de la prensa liberal” era que parecía ser aceptada íntegramente por muchísimos obispos, que parecían rivalizar entre ellos en su afán de agradar a los nuevos amos.
Tal (extravagante) teoría era incluso reconocida por el Cardenal Suenens, cuando escribía:…fueron los fieles, presentes en el Concilio mediante el Espíritu Santo, quienes soplaron sobre los esquemas preparatorios para dirigirlos. La corriente de la opinión pública soplaba en todos los niveles… El periodista católico es el teólogo del presente (41).
Otro Padre, el secretario del IDO-C, iba más lejos aun, proclamando en la última Sesión conciliar (1965) que:
Cristo vino a comunicarse con el pueblo; todo intento de impedir la comunicación es un pecado. El Vaticano II ha demostrado a la Iglesia que ella era el pueblo de Dios antes de transformarse en jerarquía (42).
Comentaba sobre ello el cardenal Koenig, arzobispo de Viena:
La “opinión pública” ha ocupado ahora el lugar que ocuparon en otras épocas príncipes y reyes. Cuando un periodista católico tiene hoy algo que decir no necesita ya esperar permiso del obispo ni información de Roma (43).
Y es que, una vez aceptado que la “opinión pública”, la “voz del pueblo”, era como un oráculo divino y que los periodistas liberales del “stablishment” venían a ser los intérpretes inspirados y auténticos de ese infalible magisterio, la vida se hacía más sencilla para cualquier Padre conciliar.
Frente a todo ello, y previniendo sobre el alcance de la “opinión pública” el Padre Bouyer recalcaba:
El ‘consensus fidelium’ es algo muy distinto de la “opinión pública”; ésta no es sino algo manipulado y hasta prefabricado por la prensa, la cual, aparte de sensacionalismo, es apenas capaz de captar la verdadera importancia de las cuestiones en estudio y su verdadero significado (12).
6- Significativo incidente del cardenal Ottaviani...
Un incidente que sintetiza el ethos del Concilio, el verdadero “espíritu” del Vaticano II, la verdadera naturaleza del nuevo orden, sucedió durante el debate sobre la Constitución sobre la Liturgia.
La cortesía usual exige que cualquier opinión que se exprese sincera y razonablemente debe escucharse con respeto, por inaceptable que resulte.
El cardenal Ottaviani era ya anciano y estaba casi ciego; sostenía sus opiniones con la mayor sinceridad, (opiniones que la mayoría de católicos sostenían hasta 1962).
Durante el debate sobre la liturgia, la ceguera del cardenal le obligaba a hablar sin texto; habló con su corazón sobre un tema que sentía profundamente:
¿Vamos acaso a provocar la extrañeza, o quizás el escándalo entre los cristianos, al introducir cambios en un rito tan venerable, que ha sido aprobado por tantos siglos y nos resulta tan familiar? El rito de la Santa Misa no debe tratarse como si fuera un trozo de tela, que debe ser readaptada al capricho de cada generación.
El límite de cada discurso era de diez minutos. El Cardenal se excedió y sonó una campanilla. Absorto en su discurso no la oyó y continuó. “A una señal del cardenal Alfrink un técnico desconectó el micrófono. Después de confirmar el hecho golpeando el instrumento, el cardenal Ottaviani, tropezando, se desplomó en su asiento lleno de confusión.
El más poderoso cardenal de la Curia había sido silenciado y los Padres Conciliares lo aplaudieron con júbilo (46).
¡Los padres conciliares “aplaudieron con júbilo”! Y ¿por qué no? ¡El cardenal Ottaviani era uno de los “malos” y Alfrink era de los “buenos”!
El periodista Xavier Rynne comentaba que “parecía como si Ottaviani se hubiera sentido injuriado y permaneciera alejado por casi dos semanas” (47). Con otras palabras, ¡los “malos” eran también malos perdedores!
No es difícil imaginar que mientras Ottaviani se desplomaba tropezando sobre su asiento, uno de los jubilosos Padres dejara de aplaudir un momento para preguntarle: “Profetiza, ¿quién es el que te cortó?”.
Ahora bien, ¿cuál hubiera sido la reacción de la prensa en general si, cambiando los papeles, Ottaviani hubiera ordenado que se le cortara el micrófono a Alfrink en la mitad de un discurso?
Después de relatar este incidente sin el más mínimo asombro de piedad, Robert Kaiser contaba un chiste que circuló posteriormente y que resumía el “espíritu” del momento: A la mañana siguiente, Ottaviani (sic) llamó un taxi y le dijo: ‘Al Concilio”, y el conductor lo llevó a Trento” (48).
En fin, monseñor Lefevbre testimoniaba en qué forma la prensa mundial, sobre todo la prensa “católica”, prestó apoyo total a las fuerzas liberalizadoras dentro del Concilio. Hace mención de cómo se llevó a cabo la batalla clave sobre la colegialidad emprendida por los liberales con la ayuda de “toda la prensa, la comunista, la protestante y la progresista” (50).
7- Se vuelve a recalcar la importancia de la Pascendi...
San Pío X ya había advertido que nadie sabe hacer mejor uso de la prensa que el modernista.
Resulta difícil creer que lo que escribió sobre el tema en Pascendi Gregis no estaba referido directamente a la situación durante y después del Vaticano II:
Por ello, venerables hermanos, no es de maravillar que los modernistas ataquen con extremada malevolencia y rencor a los varones católicos que luchan valerosamente por la Iglesia. No hay ningún género de injuria con que no los hieran; y a cada paso les acusan de ignorancia y de terquedad. Cuando temen la erudición y fuerza de sus adversarios, procuran quitarles la eficacia oponiéndoles la conjura del silencio. Manera de proceder contra los católicos tanto más odiosa cuanto que, al propio tiempo, levantan sin ninguna moderación, con perpetuas alabanzas, a todos cuantos con ellos consienten; los libros de éstos, llenos por todas partes de novedades, recíbenlos con gran admiración y aplauso; cuanto con mayor audacia destruye uno lo antiguo, rehúsa la tradición y el magisterio eclesiástico, tanto más sabio lo van pregonando. Finalmente, ¡cosa que pone horror a todos los buenos!, si la Iglesia condena a alguno de ellos, no sólo se aúnan para alabarle en público y por todos medios, sino que llegan a tributarle casi la veneración de mártir de la verdad (51).
(Extraído de “El Concilio del papa Juan” de Michael Davies, Ed. Iction, Buenos Aires, 1981). Título original: “Pope John’s Council” 1977)
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