VIII – EL TRASFONDO DEL PROTESTANTISMO CONTEMPORÁNEO
1- La historia del protestantismo lo es de una fragmentación. Cada protestante es su propio papa. 2- El movimiento ecuménico no es un movimiento hacia el protestantismo sino hacia el racionalismo. 3- El diálogo ecuménico con protestantes ha demostrado ser a la vez inútil y peligroso. 4- La única verdadera base para el ecumenismo católico es invitar a los protestantes a volver a la única verdadera Iglesia fundada por Jesucristo.
1- La historia del protestantismo lo es de una fragmentación. Cada protestante es su propio papa...
Es obvio que no se puede hacer ninguna afirmación general sobre creencias y prácticas comunes al protestantismo, ya que su historia no es sino una historia de división, fragmentación y conflicto en miles de congregaciones diferentes. E incluso su fragmentación prosigue más allá, pues, dentro de cada denominación, cada individuo es, en última instancia, su propio “papa”.
Todo ello porque el magisterio infalible católico fue reemplazado por un libro infalible: la Biblia, y la lógica irrenunciable del protestantismo consiste en que ningún individuo puede imponer su propia interpretación a otro.
Otro carácter peculiar del protestantismo es que, como cada creyente es libre de hacer de su propia razón el último juez de la verdad, el protestantismo debía desembocar inevitablemente en el racionalismo.
En 1877, el cardenal Manning comentaba las fases del proceso degenerativo del protestantismo:
- un primer período luterano de rigor dogmático, de modo similar a cómo se había creído en la religión católica;
- las contradicciones y polémicas entre los reformadores sacudieron la autoridad de la reforma, retirándose el pensamiento hacia la imprecisión dogmática del pietismo;
- una vez enfrentadas las contradicciones dogmáticas entre sí, y buscando la razón el modo de congeniarlas, quedó la razón como triunfante: uno por uno la crítica racionalista desechó como falsos todos los libros bíblicos, y la reforma luterana quedó destruida en su base. Los racionalistas del siglo XIX alemán fueron los hijos legítimos de los luteranos (2).
Eso mismo advertía el papa San Pío X en la Pascendi:
…por cuántos caminos el modernismo conduce al ateísmo. El error del protestantismo fue el primer paso; el modernismo es el segundo y el ateísmo será el próximo (3).
2- El movimiento ecuménico no es un movimiento hacia el protestantismo sino hacia el racionalismo...
Supuesta esa tesis, es evidente que el movimiento ecuménico, tal como existe hoy, se basa sobre una premisa totalmente falsa: que se puede obtener la unidad orgánica con los protestantes por medio de negociaciones ecuménicas.
Dicha creencia es absolutamente utópica.
Las estructuras de los principales cuerpos protestantes no son más que fachadas, tras las cuales solo hay una serie de sistemas mal definidos y en constante mutación hacia el racionalismo.
Eso significa que cuanto más tratan las autoridades católicas de acercar a la Iglesia al protestantismo más tienden a llevarla a un cristianismo irreligioso, al racionalismo.
Como el actual desequilibrio surge de un complejo de inferioridad, de un deseo de mimetizarse con la sociedad circundante, no terminará con un avance hacia las creencias protestantes conservadoras. Gracias al protestantismo liberal, los protestantes “duros” han perdido mucho peso. La sociedad que nos rodea es humanista, y por ello el ecumenismo no resulta un acercamiento hacia los protestantes sino un salto hacia el humanismo a través del aro de papel del liberalismo (6).
El cardenal Heenan señalaba en 1972 con qué profundidad la enfermedad racionalista se hallaba exuberante dentro de la Iglesia católica:
La controversia teológica ya no se da entre confesiones. Ortodoxia y herejía (si es que aun se puede usar el término) son ahora ya interconfesionales… (8).
Lo que sucede (gracias al “diálogo”) de hecho es la supresión de la base íntegra de toda creencia cristiana, ya católica o protestante, negando o creando dudas sobre cada dogma de fe.
Así, paradójicamente, los católicos y protestantes conservadores tienen ahora mucho más en común entre ellos que entre otros católicos o protestantes liberales de su propia confesión: resulta obvio que un católico normal se encuentra mucho más cerca, por su creencia, de un protestante evangélico que acepta la divinidad de Cristo, su nacimiento virginal, la resurreción y la doctrina de la Trinidad que de un modernista nominalmente “católico”, pero que no acepta ninguno de esos dogmas.
3- El diálogo ecuménico con protestantes ha demostrado ser a la vez inútil y peligroso...
Por todo ello, el diálogo ecuménico con los protestantes es inútil porque la lógica de su sistema implica que, en última instancia, un jefe protestante sólo puede hablar por sí mismo; porque no tienen los protestantes, realmente, otra autoridad que la Biblia. Yendo más lejos, algunas denominaciones, por ejemplo, los anglicanos, declaran admitir los Credos históricos y algunos Concilios.
Pero ¿quién puede decidir lo que significa para ellos cada artículo del Credo y cuáles de los Concilios que deben aceptar?
El arcediano Pawley, observador anglicano en el Vaticano II, reconocía que los anglicanos ni siquiera están conformes entre ellos acerca de qué Concilios aceptan; es presumible que acepten la autoridad de los primeros cuatro Concilios, en cuanto aceptan los tres Credos que en ellos fueron definidos (el de los Apóstoles, el Atanasiano y el de Nicea) (16). Aunque no dudaba en afirmar que:
los anglicanos no consideran como Concilio General al Vaticano II…, que no pasaría de ser una simple “conferencia doméstica” de la Iglesia Católica Romana (17).
Los anglicanos, por cierto, siguen la teoría de que la Iglesia se encuentra dividida en distintas ramas, una de las cuales es la suya propia; rama, por cierto, que sería mucho más “católica” que la de Roma. Asímismo creen que lejos de descartar la “antigua fe”, los reformadores la habrían mantenido intacta, y que habría sido la Iglesia “Romana” la que habría introducido innovaciones (18).
De todos modos, sería muy difícil hallar una doctrina en particular y decir de ella que representa la creencia anglicana. Todo lo más que se podría decir es que representaría la fe de algunos anglicanos.
Pues constituye un gran error imaginarse que los católicos y los no-católicos están, siempre o siquiera generalmente, de acuerdo en doctrinas fundamentales: en realidad están muy separados en materias de fe y de moral.
Por ejemplo, la doctrina de la Iglesia anglicana sobre la sagrada Comunión ha sido expuesta de cuatro o cinco formas diferentes. La verdad de la cuestión es que a dicha Iglesia no le preocupa gran cosa ser demasiado explícita y ha quedado satisfecha con establecer, primero, que la transubstanciación no es real, y segundo, que Cristo se nos da como alimento espiritual. No posee definiciones que vayan más allá de eso.
Igualmente, existen diferencias en cuanto a la doctrina moral. Los obispos anglicanos no se oponen al aborto en principio, aunque algunos se oponen particularmente; su actitud sobre la contracepción (consistente en que cada individuo debe tomar su propia decisión) es imposible de conciliar con la posición católica.
El diálogo ecuménico con los protestantes es, además de inútil (por cuanto no existe posibilidad de unirse a algo difuminado y etéreo), peligroso porque induce a los comprometidos en la discusión ecuménica a minimizar la verdad católica en aras de acuerdos espureos.
Los que se empeñan en llegar a un acuerdo hacen de alcanzar dicho acuerdo su primera prioridad; creen que si no llegan a un acuerdo han fracasado, sin advertir que el verdadero fracaso es un acuerdo no basado en la verdad.
El ejemplo más grave lo constituyó la modificación de la Misa Romana para tornarla lo más aceptable posible a los protestantes que rechazan la doctrina católica sobre el Sacrificio y la Transubstanciación.
Y es que, lamentablemente, la historia del “diálogo ecuménico” iniciado por el Concilio no ha sido más que una historia de continuas concesiones de la Iglesia Católica para con el protestantismo, sin ninguna reciprocidad a cambio.
Al mismo tiempo, el diálogo ecuménico ha abierto una puerta por la que ha entrado el virus del racionalismo, exuberante entre las denominaciones protestantes, contaminando aun más a la Iglesia, y lo que es peor, debilitando su capacidad para combatir las verdaderas fuerzas de la Revolución, hoy más poderosas que nunca.
4- La única verdadera base para el ecumenismo católico es invitar a los protestantes a volver a la única verdadera Iglesia fundada por Jesucristo.
La única forma católica de de ecumenismo es presentar la Fe claramente ante los protestantes, haciendo lo posible por aclarar equívocos, sin comprometer la verdad.
Si se les quiere dar la impresión de que una religión es tan buena como la otra, no es probable que abandonen sus errores y acepten la invitación de reintegrarse en la iglesia católica, formulada por Pío XI en la Mortalium Animos.
Cualquier forma de ecumenismo que no se base en esta invitación constituye una traición a la Fe católica.
Por último, podría parecer que lo escrito en este capítulo entraría en conflicto directo con la enseñanza explícita del Concilio, que convocaría al tipo de diálogo y cooperación ecuménicos que hemos aquí criticado.
Pero lo escrito hasta aquí no es, realmente, la resistencia a la enseñanza del Concilio mismo, sino a su aplicación en la práctica; aplicación práctica que sí contradice directamente los principios del propio Concilio.
El Decreto sobre Ecumenismo afirma:
Por supuesto, es esencial que la doctrina sea presentada claramente y en su integridad. Nada más ajeno al espíritu del ecumenismo que un enfoque falsamente conciliatorio que hiere la pureza de la doctrina católica y oscurece su confirmada genuina significación (21).
Y dado que ese enfoque falsamente conciliatorio es ahora, con certeza, el espíritu que guía al actual diálogo ecuménico, y éste es un hecho que puede demostrarse objetivamente, luego los católicos que lo resisten actúan de acuerdo con la letra del Concilio.
(Extraído de “El Concilio del papa Juan” de Michael Davies, Ed. Iction, Buenos Aires, 1981). Título original: “Pope John’s Council” 1977)
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