La cosa es complicada, porque San Francisco de Asís o San Ignacio de Loyola tuvieron desencuentros con la jerarquía en su día. El problema de ahora yo en mi modestia veo que es distinto. No por nada, sino porque, por todas las dificultades que ha pasado la Iglesia, sí existía una comunión fuerte y un amor por el dogma, por la misión. A día de hoy, el ecumenismo se ha convertido en sincretismo, y todas las condenas a liberales, modernistas, comunistas, etc. parecen no válidas, así como la tradición litúrgica....No sé. En mi modestia, en ese aspecto, ando confiando en la labor del Papa y del Cardenal Castrillón, de la Nueva Granada.


Al respecto encontré algo:


http://montejurra.blogspot.com/2006/...dia-de-la.html

LA IGLESIA Y LA "CONCORDIA" DE LA "TRANSICIÓN"





Jurramendi

"La Iglesia quiere concordia, como en la transición", ha declarado el presidente de la Conferencia Episcopal española, monseñor Ricardo Blázquez. Quien, a lo largo de su discurso, ha llegado a proponer "la vuelta al espíritu de la transición". Tales afirmaciones, de un lado, se comprenden sin dificultad. La Iglesia, aun desde el puro orden natural, no puede sino querer la concordia, esto es, la homónoia aristotélica, amistad natural y objetiva en torno a las cosas necesarias para la vida, causa eficiente de la comunidad política. Pensemos, por ejemplo, en lo que escribe San Agustín al inicio del capitulo 13 del libro XIX de La Ciudad de Dios: "Así, la paz del cuerpo es la ordenada complexión de sus partes; y la del alma irracional, la ordenada calma de sus apetencias. La paz del alma racional es la ordenada armonía entre el conocimiento y la acción, y la paz del cuerpo y del alma, la vida bien ordenada y la salud del animal. La paz entre el hombre mortal y Dios es la obediencia ordenada por la fe bajo la ley eterna. Y la paz de los hombres entre sí, su ordenada concordia. La paz de la casa es la ordenada concordia entre los que mandan y los que obedecen en ella, y la paz de la ciudad es la ordenada concordia entre los ciudadanos que gobiernan y los gobernados. La paz de la ciudad celestial es la unión ordenadísima y concordísima para gozar de Dios y mutuamente en Dios. Y la paz de todas las cosas, la tranquilidad del orden. Y el orden es la disposición que asigna a las cosas diferentes y a las iguales el lugar que les corresponde". Pío XI, por su parte, eligió como lema de su pontificado "la paz de Cristo en el Reino de Cristo". Fuera del mismo no hay paz, y por eso el Señor dijo que no había venido a traer paz, sino guerra.

Sin embargo, el texto agustiniano tanto como la definición aristotélica o el lema pontificio remiten a unos presupuestos que no aparecen en las afirmaciones episcopales. Pues la concordia evocada no parece serlo en virtud de una "amistad natural y objetiva", y menos aún de una "obediencia ordenada por la fe bajo la ley eterna". ¿Será otra la concordia que propugna? La referencia a la transición y a su "espíritu" así lo indican. Y ahí radica lo que nos inquieta y preocupa del juicio expresado por monseñor Blázquez. Porque sus palabras vienen a revalidar lo que la transición implicó para la Iglesia, es decir, su enfeudamiento en la democracia como modo de escapar del "franquismo" en lo que tenía de "Estado católico". Y eso nos preocupa -entiéndasenos bien- porque sólo hemos tenido entusiasmo por aquél en lo que derivaba de la aceptación concordataria de éste, y no en cuanto, durante ese régimen, vinieron a sentarse en el fondo las premisas de una democracia cristiana, por fuerza preconciliar.

Destruido (ya tras el Concilio) el viejo derecho público cristiano y no sustituido sino por una retórica demócrata-cristiana, siempre en equilibrio inestable y en contradicción interna, era inevitable el choque con las tendencias nihilistas de la postmodernidad campante; pues no han de confundirse falta de luces y apostasía. Parecía que el Episcopado hubiera, tras la aceleración del proceso en los últimos tiempos, comenzado a comprender. Así ocurrió en vísperas de la manifestación del Foro Español de la Familia contra el llamado matrimonio homosexual, en junio pasado. Pero, cuando los que sabemos leer (quizá por haber aprendido antes de la LOGSE y sus precedentes) tuvimos noticia de la reunión, celebrada una semana después de la manifestación, entre la cúpula eclesiástica y la gubernamental (cómo no, en la Universidad San Pablo-CEU) con la excusa de una mesa redonda sobre las relaciones Iglesia-Estado, nos dimos cuenta de que el "vaticanismo" (como táctica política demócrata-cristiana) no permite albergar ninguna esperanza. No saben que el final depende del principio. No saben lo que quieren. O, poniéndonos ignacianos, esto es, buscando salvar la proposición del prójimo (aunque sea obispo), quieren hacer la voluntad de Dios pero no por los medios que Dios quiere. Esto es, el segundo binario de la meditación de San Ignacio.

Así están las cosas. Para hablar de concordia hay que acogerse a la transición democrática y su espíritu. Resulta más fácil adherirse a la fe democrática que recordar que la Iglesia es custodia del derecho natural y de gentes. Paradojas de negar la tesis católica respecto de las relaciones entre la Iglesia y la comunidad política.