XXXV
Concepto de la Hispanidad
Hemos llegado los españoles a un punto de nuestro desenvolvimiento histórico sumamente delicado para el porvenir de la raza; pues o nos dejamos arrastrar por las corrientes positivistas y materialistas que dominan en la mayor parte del mundo, o, con los pueblos italiano y alemán, volvemos a la demanda de nuestros valores espirituales y raciales, que nos permitieron civilizar tierras inmensas, todavía, ligadas a la Madre España, después de un siglo de independencia, por los lazos de una civilización común.
Un patriota español residente en la Argentina, don Zacarías de Vizcarra, propuso hace pocos años que el titulado Día de la Raza se denominase en lo sucesivo Día de la Hispanidad. El concepto Hispanidad comprende y caracteriza a la totalidad de los pueblos hispanos. Un ilustre pensador, don Ramiro de Maeztu, recogió la idea del sacerdote argentino, erigiéndose en paladín de la Hispanidad. Del libro Defensa de la Hispanidad (Editorial Fax, Madrid 1934) recogemos las siguientes ideas:
Desde que España dejó de creer en sí, en su misión histórica, no ha dado al mundo de las ideas generales más pensamientos valederos que los que han tendido a hacerla recuperar su propio ser. No hay un liberal español que haya enriquecido la literatura del liberalismo con una idea cuyo valor reconozcan los extranjeros, ni un socialista la del socialismo, ni un anarquista la del anarquismo, ni un revolucionario la de la revolución.
Lo que nos hace falta es desarrollar, adaptar y aplicar los principios morales de nuestros teólogos juristas a las mudanzas de los tiempos. El ímpetu sagrado de que se han de nutrir los pueblos que ya tienen valor universal, es su corriente histórica. La corriente histórica nos hacía tender la Cruz al mundo entero.
Hizo brillar el Padre Vitoria con su doctrina de la gracia la esperanza de la salvación en todos los mortales. Con ello se salvó en el hombre la creencia en la eficacia de su voluntad y de sus méritos, idea que inspiró la legislación de las tierras americanas descubiertas. De la posibilidad de salvación se deduce la de progreso y perfeccionamiento, no solamente ético, sino también político. Es comprometerse a no estorbar el mejoramiento de sus condiciones de vida y aun a favorecerlo todo lo posible.
El ideal hispano está en pie. Lejos de ser agua pasada, no se superará mientras quede un solo hombre en el mundo que se sienta imperfecto. Cuando volvemos los ojos a la actualidad, nos encontramos, en primer término, con que todos los pueblos que fueron españoles están continuando la obra de España. Si ha de evitarse la colisión de Oriente y Occidente, existe una necesidad urgente de que se resucite y extienda por todo el haz de la tierra aquel espíritu español que consideraba a todos los hombres como hermanos, aunque distinguía los hermanos mayores de los menores.
Hace doscientos años que el alma se nos va en querer ser lo que no somos, en vez de querer ser nosotros mismos, pero con todo el poder asequible. Estos doscientos años son los de la Revolución.
El hombre inferior admira y sigue al superior, cuando no está maleado, para que le dirija y proteja. El hidalgo de nuestros siglos XVI y XVII recibía en su niñez, adolescencia y juventud una educación tan dura, disciplinada y espinosa, que el pueblo reconocía de buena gana su superioridad. Todavía en tiempos de Felipe IV y Carlos II sabía manejar con igual elegancia las armas y el latín. Hubo una época en que parecía que todos los hidalgos de España eran al mismo tiempo poetas y soldados.
Pero cuando la crianza de los ricos se hizo cómoda y suave, y al espíritu de servicio sucedió el de privilegio, que convirtió la Monarquía Católica en territorial, y a los caballeros cristianos en señores, primero, y en señoritos luego, no es extraño que el pueblo perdiera a sus patricios el debido respeto. En el cambio de ideales había ya un abandono del espíritu a la sensualidad y a la naturaleza; pero lo más grave era la extranjerización, la voluntad de ser lo que no éramos, porque querer ser otros es ya querer no ser, lo que explica, en medio de los anhelos económicos, el íntimo abandono moral, que se expresa en ese nihilismo de tangos rijosos y resignación animal, que es ahora la música popular española.
La historia, la prudencia y el patriotismo han dado vida al tradicionalismo español, que ha batallado estos dos siglos como [113] ha podido, casi siempre con razón, a veces con heroísmo insuperable, pero generalmente con la convicción intranquila de su aislamiento, porque sentía que el mundo le era hostil y contrario al movimiento universal de las ideas.
El mundo ha dado otra vuelta, y ahora está con nosotros, porque sus mejores espíritus buscan en todas partes principios análogos o idénticos a los que mantuvimos en nuestros grandes siglos. Y es que han fracasado el humanismo pagano y el naturalismo de los últimos tiempos. El sentido de la cultura en los pueblos modernos coincide con la corriente histórica de España. Hay que salir de esta suicida negación de nosotros mismos con que hemos reducido a la trivialidad a un pueblo que vivió durante más de dos siglos en la justificada persuasión de ser la nueva Roma y el Israel cristiano.
El espíritu de la Hispanidad fortalecerá los débiles, levantará los caídos, facilitará a todos los hombres los medios de progresar y mejorarse, que es confirmar con obras la fe católica y universalista...
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