XXXVII

Regeneración de la raza


Sabemos que los caracteres hereditarios no se reciben exclusivamente de los padres, sino que en la masa hereditaria individual intervienen todos los ascendientes. De aquí que el saneamiento y regeneración eugenésico de un pueblo o raza requiera que se actúe sobre la «totalidad» de los individuos que le constituyen, y no limitarse a la selección de padres aislados, pues las apariencias engañan frecuentemente en biología, y la pureza de sangre –en sentido biológico– es mucho más difícil de averiguar que la limpieza de sangre que se exige para el ingreso en las Ordenes Militares aristocráticas.

La regeneración de una raza impone una política que neutralice el daño que puede venirle al plasma germinal de los agentes patógenos, tanto físicos como psíquicos, materiales como morales. Coincidimos con los nacionalsocialistas en que cada raza tiene un significado cultural particular, y unas características biopsíquicas que deben exaltarse en sus facetas excelsas. Los españoles no tememos ni hemos temido enlaces bastardos; nos hemos cruzado despreocupadamente con las más diversas razas, sin perder nuestra individualidad, antes afirmándola, mientras hemos conservado la esencia de la hispanidad que alimentaba nuestra personalidad psicológica.

Lejos de nuestro ánimo propugnar una política racial enfocada en el sentido endogámico de las sociedades primitivas. Nunca nos pronunciaremos en contra de la mezcla de las castas superiores e inferiores de nuestra raza. Pero abogaremos por una supercasta hispana, étnicamente mejorada, robusta moralmente, vigorosa en su espíritu. Para ello hemos de estimular la fecundidad de los selectos, pues en biología la cantidad no se opone a la calidad.

Dícese que las razas peligran por el incremento en la reproducción de los tarados y enfermos, e incluso afirma Grote que el médico no puede ser higienista de la raza, pues al luchar en favor de la salud de enfermos y degenerados, conserva la vida a individuos inaptos para engendrar hijos robustos. Ya hemos dicho todo lo que teníamos que decir acerca de la falibilidad de las leyes de la herencia y de los procesos de degeneración y regeneración; también hemos combatido los métodos propuestos por la eugenesia geneticista, habiendo de insistir todavía sobre algunos puntos capitales.

No es cierto en absoluto que la degeneración de una raza sobrevenga por contraselección, por ser menor la fecundidad de los individuos normales y vigorosos que la de los deficientes físicos y mentales. Hay una multitud de factores que influyen en la degeneración de la raza, por lo cual creemos que la regeneración de la raza estriba en el aumento de la natalidad, con objeto de que todas las clases sociales se reproduzcan proporcionalmente, a fin de que se mantenga el equilibrio en la transmisión de los valores raciales.

Compréndese que si es necesaria tal proporcionalidad en la reproducción, impónese urgentemente y en primer término una radical reforma social comprensiva de la totalidad de los factores físicos, culturales y morales, que mejore las condiciones ambientales en que se reproducen los individuos inferiormente dotados. Ha de abonarse el terreno con abonos de la mejor calidad, para que las generaciones futuras reciban rica savia, robustecedora principalmente de las cualidades de los inferiores. Únicamente así podremos despojar a los genes dañados de sus taras. Con suprimirlos nada adelantaremos, puesto que persisten las condiciones nocivas del medio ambiente que actúan sobre ellos perniciosamente.

Enemigos de la segregación y supresión de los tarados y enfermos, partidarios de mejorar sus condiciones de vitalidad, no por eso creemos que la higiene racial deba impulsar denodadamente la procreación de los inferiores. Pero tampoco hemos de limitarnos a estimular la fecundidad de los selectos. Nuestro programa tiende a despertar en los individuos de todas las clases sociales un deseo de ascender a las jerarquías selectas, aristocráticas de cuerpo y espíritu, ambicioso programa que reclama la colaboración de sociólogos, economistas y políticos. Nos referimos a los políticos de doctrina, no a los políticos de partido, porque éstos ejercen una influencia funesta y demoledora sobre la raza.

La regeneración de la raza ha de sustentarse necesariamente en la regeneración de la institución familiar, porque la familia constituida con arreglo a los tradicionales principios de la moral cristiana representa un vivero de virtudes sociales, una coraza contra la corrupción del medio ambiente, un depósito sagrado de las tradiciones. Si buscamos la exaltación de los valores espirituales del pueblo, necesitamos de incubadora y de estufa que los haga germinar y florecer, aun en contra de condiciones atmosféricas desfavorables. La familia viene a ser una especie de célula en el cuerpo social que forma la raza. El vigor y la salud de muchas células defiende al cuerpo de las infecciones e intoxicaciones, además de prestarle vitalidad. Muchas familias sanas y prestigiosas terminan por vigorizar una raza decadente.

Cultura y religión son consubstanciales con la familia cristiana, de la que irradia hacia el ambiente una influencia depuradora moral que consolida y mantiene los valores raciales. Las civilizaciones griega y romana han subsistido veinte siglos gracias a la depuración efectuada por el Cristianismo. El pueblo árabe, heredero también de la civilización griega, sufrió al cabo de pocos siglos un colapso degenerativo del que no ha logrado levantarse. Reflexionemos unos instantes sobre las bases de la institución familiar tal como la comprende el Catolicismo, y nos convenceremos del sólido apoyo que encuentra en ella la regeneración de la raza.

Las familias no pueden ser selectas si los individuos que las forman abandonan el autoperfeccionamiento de sus condiciones innatas de elevada jerarquía biopsíquica. El potencial energético racial almacenado en cada individuo necesita desarrollarse, para que no se extingan la familia y la raza.