XXXVI

Esencia de la raza


La esencia de la raza radica en el patriotismo. No puede existir Raza mientras no haya Patria: habrá «población», pueblo, conjunto de habitantes de un territorio, sin características psicológicas propias que eleven y extiendan su pensamiento, y con ello su influencia, por todo el universo.

El patriotismo es un concepto muy complejo, y cada cual lo entiende a su manera. Comprende el patriotismo el territorio, la raza, los valores culturales, tales como las letras, las tradiciones, las hazañas históricas, la religión, las costumbres, &c. El concepto que tienen el intelectual, el político y el aldeano de la patria es enteramente distinto, apreciando unos el territorio, otros la raza, otros la cultura y los elementos espirituales.

El hombre normal ama el territorio nacional porque es el que le ha nutrido; quiere a las gentes de su raza porque son pedazos de su tierra y porque las entiende mejor que a las de otros países; aprecia más los valores culturales patrios porque los encuentra más compenetrados con su tierra, su gente y su alma. Hoy puede decirse que en España ha desaparecido aquel patriotismo instintivo que ya trató Cánovas de despertar con su desesperada fórmula: «Con la Patria se está con razón o sin ella, como se está con el padre y con la madre.»

Ha sido el espíritu patriótico el que ha levantado a los pueblos caídos en la miseria y en la desgracia después de la catástrofe de la Gran Guerra. Las razas que han sabido encontrarse a sí mismas, las naciones que han mirado a su historia, los pueblos que han luchado por la recuperación de sus valores espirituales y resucitado las antiguas tradiciones, éstos, cual fénix, han renacido de sus cenizas y han podido enfrentarse con el mundo entero para mantener su personalidad racial.

Mantiene el patriotismo el espíritu racial. El espíritu racial es aquella parte del espíritu universal que nos es asimilable, por haber sido creación de nuestros padres en nuestra tierra, patrimonio que nos han legado para que lo incrementemos y enriquezcamos, no para destruirlo y malbaratarlo. La raza es espíritu, España es espíritu, la Hispanidad es espíritu. Perecerán las razas, las naciones y los pueblos que por extranjerizarse no sepan conservar su espíritu.

El espíritu racista siempre ha estado latente en España, como lo pregonan los expedientes de limpieza de sangre necesarios en pasados siglos para habilitarse para los cargos públicos y pertenecer a las corporaciones gremiales. Cierto es que la limpieza de sangre se refería más bien al origen judío o morisco, pero era esto con objeto de asegurar la pureza de la fe. El extranjero que se asimilaba el espíritu de la hispanidad y la cultura hispana transformábase en exaltado patriota e hispanófilo, incorporándose gustoso a nuestra raza.

Llama la atención Maeztu (loc. cit.) acerca de que siempre se han manifestado contrarios a las supremacías raciales aquellos españoles no creyentes. Una parte de ellos son resentidos, hostiles a nuestra verdadera civilización, porque sus instintos les impulsan a combatir a sangre y fuego todo aquello que sea selecto, a causa de que su plebeyez espiritual impídeles formar en las filas de la aristocracia cultural. Otros son pedantes infatuados, sectarios de escuelas filosóficas extranjeras, astígmatas intelectuales que divisan deformado el campo visual del pensamiento universal. Para éstos carece de valor la raza hispana; les interesa tan sólo que sea fuerte la especie.

Es patriota quien quiere para su país la prosperidad, el respeto de sus derechos y su verdadero lugar en el concierto mundial. El patriotismo territorial es peligroso, porque hace olvidar que la vida de los pueblos debe ajustarse a los principios generales del derecho y de la moral. Si una nación roba y mata a otra por engrandecerse, somete a su albedrío la moral universal, es innoble en su conducta, y su pensamiento no adquirirá universalidad.

La raza es cuerpo y espíritu, y la política racial verdadera consiste en vigorizar física y moralmente al pueblo, para que fructifique su propio pensamiento tradicional, que por haber nacido de las circunstancias ambientales constituye la raigambre histórica de su existencia.