LA IGLESIA OCUPADA - CAPITULO VIII
LE RALLIEMENT *
* Aceptación de la República como régimen gubernamental y adhesión a aquélla.*
* * *
Un libro de Jacques Ploncard d’Assac publicado por capítulos en Santa Iglesia Militante por Cecilia Margarita de María Thorsoe Osiadacz. Para ver la totalidad de lo publicado puede clickear en LA IGLESIA OCUPADA.
* * *
"Todas nuestras discusiones son palabras. Podemos encontrarlas prodigiosamente bizantinas y sin embargo, en último análisis, en la palabra es donde yace la causa profunda de las cosas."
CHARLES MAURRAS
Gazette de France, 14 de enero de 1904:
"Los dos elementos que quieren juntar se excluyen."
CLÉMENCEAU
"Sólo un momento..."
LEÓN XIII
* * *
Ideas y Regímenes — El prisionero del Vaticano — La combinazzione — La ley del Número — El brindis de Argel — La carta de los cardenales franceses — “En medio de las solicitudes” — ¿Habría que parar la historia en la III República? — Los “ralliés” — Sólo por un momento — La declaración de los “realistas” — El fracaso.
* * *
Hubo, a finales del siglo XIX, una gran confusión en las conciencias. Durante el siglo, tantas veces se había discutido la legitimidad del Poder, que la misma noción de legitimidad quedaba borrada. Entre los Borbones, los Orléans y los Bonaparte, Francia no llegaba a decidirse. El principio monárquico que representaban no lograba afianzarse en una dinastía, porque, tras la persona del Pretendiente, se perfilaban principios políticos diferentes. Se veía de pronto que la Institución monárquica era susceptible de abrigar regímenes corporativos o liberales parlamentarios o jerárquicos, y llamarse MONÁRQUICO ya no quería decir nada, había que añadir de qué monarquía se trataba.
Entonces, poco a poco, se abrió paso el pensamiento de que las ideas que se profesaban tenían más importancia que la forma del Régimen. Lo esencial era llevarlas al gobierno. La monarquía ya no se presentaba como una garantía de continuidad, ni como una seguridad contra los disturbios. Se la había sustituido, restaurado, sustituido de nuevo, abolido y restablecido en forma imperial. ¿Qué se iba a hacer de ella?
En 1873, el mariscal de Mac-Mahon, consciente, después de la carta del conde de Chambord sobre la bandera, de que era imposible unir a los orleanistas, pidió que se organizase el “Septenio”. Es decir, que la Asamblea nacional proclamase al jefe de Estado por siete años. Todavía hoy, vivimos en Francia de esta fórmula de monarquía electiva temporal.
Se comprende que a ciertos hombres de la Iglesia les viniese la idea de adueñarse de la República naciente Pero cuando lo intentaron era demasiado tarde. Los francmasones que habían creado la República, la ocupaban y no estaban dispuestos a ceder el sitio, ni a compartirlo.
El 31 de julio de 1881, durante el traslado de los restos mortales de Pío IX a la basílica vaticana de San Lorenzo Extramuros, el populacho había intentado adueñarse del ataúd para arrojarlo al Tíber al grito de “¡AL FIUME LA CAROGNA!“. Roma estaba en manos de los francmasones y León XIII pensó en emigrar a Austria, España o Malta.
Papa Pio IX, cuyos restos mortales por poco son arrojados al Tiber por la turba.
¿Ha influido esta situación en la política de León XIII, en lo que concierne a Francia? Se ha sostenido esta opinión: la Italia que constituye para el Papado una amenaza inmediata, “se ha unido en el seno de la Tríplice”, a la Alemania luterana de Bismarck, comprometida ella a su vez contra la Iglesia en la aventura de la KULTURKAMPF, y a la Austria católica, pero josefista - El josefismo era el sistema imaginado por José II, emperador de Austria, para subordinar la Iglesia al Estado -, que además no podía cambiar nada en la política religiosa de sus dos aliadas (...). ¿En qué otras potencias puede apoyarse la Santa Sede? ¿En la Inglaterra protestante imbuida de prejuicios antipapistas? ¿En la Rusia cismática?“
Evidentemente, la respuesta es: no.
Queda Francia, también amenazada por la Tríplice y diplomáticamente aislada.
“Nos, ofrecemos a Francia la alianza de nuestra fuerza moral”, dirá León XIII, en 1893, a Mons. Fonteneau, obispo de Agen. Sin duda, en la encíclica Inmortale Dei, el Soberano Pontífice permanece fiel a la doctrina y recuerda que el Estado debe ser católico, pero añade que la Iglesia “no condena, sin embargo, a los gobiernos (...) que, en vistas a un bien a alcanzar o a un mal a evitar, toleran pacientemente en las costumbres y en la práctica que esos diversos cultos tengan cada uno su lugar en el territorio del Estado”. En fin, en la encíclica Libertas (1888) afirma que “es una calumnia inútil y sin fundamento pretender que la Iglesia vea con malos ojos las formas más modernas de los sistemas políticos”.
Papa León XIII
Esto no quiere decir que León XIII tuviese nunca una especial simpatía por la III República. Incluso en una ocasión confesará a Jacques Piou: “En el fondo del corazón, soy monárquico yo también”, pero “necesita a Francia, comprueba que vive con República y que esta República parece sólida y por tanto, le es necesario entenderse con ella”.
Tocamos aquí un problema muy importante: para alcanzar un objetivo determinado, ¿puede la diplomacia ceder en los principios? La experiencia da una respuesta negativa, porque al ser la apariencia todo lo que ve la opinión, a ésta se le escapa la maniobra. No ve más que el abandono consentido, la restricción mental o la COMBINAZZIONE y lo que no es más que una maniobra, le parece adhesión sincera. Confundida, la opinión pierde gran parte de su ardor para defender las ideas que son combatidas por el régimen con el que se negocia. El avance del enemigo se encuentra tanto más facilitado y sus exigencias aumentan en la misma medida en que la diplomacia se vuelve más complaciente.
León XIII piensa poder manejar a los católicos franceses según las necesidades de su diplomacia. No presta atención a que los individuos se guían por convicciones y que llevarlos a dudar de ellas, es debilitar el instrumento del que se pretende disponer.
Prisionero de la maniobra diplomática que ha decidido, León XIII tiene que ordenar a los católicos franceses, en su inmensa mayoría monárquicos, que se adhieran a la República. Decisión dramática, porque va a desorientar a la Derecha, a lanzar a muchos militantes a la abstención, forzar al disimulo a espíritus rectos y reforzar, por el contrario, la combatividad de los republicanos que ven cómo el adversario abandona sus posiciones y solicita el armisticio.
El nuncio Czalcky explicaba al marqués de Dreux-Brézé que los legitimistas, al continuar luchando a favor de los principios de los que son representantes, ya no serían escuchados y verían disminuir progresivamente el número de sus afiliados. Su influencia, reconocida como muy valiosa en muchos aspectos, desaparecería y el bien moral, que lógicamente estarían llamados a hacer, sería para ellos irrealizable en adelante.
“Este bien —añade Mons. Czalcky, según cuenta M. de Dreux-Brezé— hay que enfocarlo ahora desde otro punto de vista, nuestros adictos deberán intentar llevarlo a cabo en otro terreno; este punto de vista es el del reconocimiento del hecho de la transformación de Francia en una república y el de la aceptación de esta transformación”.
¡Estas expresiones son pasmosas! No solamente prefiguran una filosofía del “sentido de la Historia” IRREVERSIBLE, sino que parecen indicar una ignorancia total de los esfuerzos de propaganda de los republicanos para conquistar a las masas. No lo habían conseguido a la primera, ni fácilmente y, aunque el nuncio lo diga, no estaban seguros de tener siempre ventaja. Después de todo, hace solamente diez años, ¡no había más que cinco diputados republicanos en el Cuerpo Legislativo!
Parecía que el nuncio no aprendía nada de esta lección de propaganda dada por los republicanos. Lo que le interesaba era intentar formar una fuerza nueva con los católicos arrancados de sus fidelidades políticas.
“Yo me permití contestar a Mons. Czalcky —prosigue M. de Dreux-Brézé— indicándole que sus proposiciones, que su programa, eran para un legitimista, absolutamente inaceptables; que aceptándolos, si fuese posible adoptarlos, los realistas ya no serían comprendidos por nadie, que haciendo esto, en lugar de acrecentar su autoridad moral sobre la población entre la que vivían, perderían la que aún les aseguraba la estima y el respeto que les rodeaba”.
Se perdieron los principios y no se obtuvieron los votos.
Los únicos que se beneficiaron de la situación fueron los radicales. León XIII les hacía el juego anulando la oposición que más podían temer, e incluso escribiendo al presidente de la República pidiéndole que “usase de su autoridad, para que fuesen restablecidas las buenas relaciones entre la Iglesia y el Estado” Jules Grévy, presidente de la República: 1879-1887
Jules Grévy respondió fríamente que si las cosas no iban bien entre la República y la Iglesia, la causa era “la actitud hostil de una parte del clero respecto a la República, en las luchas que aún sostiene diariamente contra sus mortales enemigos”. Y añadía: “En este funesto conflicto, desgraciadamente, tengo muy poco poder sobre los enemigos de la Iglesia. Vuestra Santidad tiene mucho poder sobre los enemigos de la República”.
León XIII está cogido en este engranaje. Le obliga a exigir a los católicos su adhesión a la República. La intrusión política era flagrante y fue desastrosa. Incapaces de adueñarse del poder por las elecciones, los “ralliés” tuvieron que soportar las leyes de descristianización que votaba alegremente la Cámara de los diputados. “Los católicos podían maldecir el laicismo, pero desde el momento que no habían podido adueñarse del poder político que les habría dado la fuerza de legislar a su conveniencia, no podían reprochar con razón al gobierno que aplicase su legislación”.
Habían aceptado la ley del número y debían aceptar sus decisiones.
León XIII se dio cuenta pronto que el cuerpo electoral estaba manipulado por las Logias y que en la democracia el verdadero poder era la Francmasonería. Creo que en el fondo pensó entonces en organizar en torno a las parroquias una especie de contramasonería para entorpecer la labor de las Logias. En todo caso, no ahorró sus ataques contra la Masonería.
Masonería
“El fin de esta Secta —declara— es el de reducir a nada, en el seno de la sociedad civil, el poder y la autoridad de la Iglesia, excluir de las leyes y de la administración pública la muy saludable influencia de la religión católica y constituir todo el Estado fuera de las instituciones y de los preceptos de la Iglesia.
“Nuestra mejor y más sólida esperanza de curación está en la virtud de esta religión divina que los francmasones odian tanto, tanto más, cuanto más la temen, así pues, es sumamente importante hacer de ella el punto central de la resistencia contra el enemigo común. Que las gentes de bien se unan ellos también y formen una inmensa coalición de oraciones y de esfuerzos”.
León XIII alentó una vasta campaña antimasónica pero, atacar a la Masonería sin tocar el régimen que ella dominaba, era un combate perdido de antemano.
Sin embargo, León XIII se aferraba más que nunca a su política del “Ralliement”, que fue oficialmente propuesta a los católicos franceses por el cardenal Lavigerie, el 12 de noviembre de 1890 en Argel, en el curso de una comida ofrecida a los oficiales de la escuadra en el Palacio arzobispal.
Cardenal Carlos Lavigerie, misionero en Africa.
“Cuando la voluntad de un pueblo se ha asegurado —declaró el cardenal— de que la forma de gobierno no lleva consigo nada contrario, como lo proclama últimamente León XIII, a los únicos principios que pueden hacer vivir a las naciones cristianas y civilizadas, cuando para arrancar al país de los abismos que lo amenazan no queda más que la adhesión sin segunda intención a la forma de gobierno, llega el momento de declarar que la prueba se ha hecho y, para poner término a nuestras divisiones, sacrificar todo lo que la conciencia y el honor permitan y ordenen sacrificar a cada uno de nosotros para la salvación de la Patria.
“Esto es lo que enseño a mi alrededor, lo que deseo ver imitado en Francia por todo nuestro clero y, al hablar así, estoy seguro de que ninguna voz autorizada va a contradecirme”.
—Brindo por Su Eminencia el Cardenal y por el clero de Argelia —se limitó a responder fríamente el almirante Duperré. Después de lo cual, la orquesta tocó La Marsellesa.
Cardenal Carlos Lavigerie en su juventud.
Se había bautizado a la República.
Pero el error político no era menos evidente. El cardenal había hablado de una forma de gobierno que no tenía nada en contra de los principios, únicos capaces de hacer vivir las naciones cristianas. Ahora bien, LA LEY DEL NÚMERO NO RECONOCE PRINCIPIOS, SINO SOLAMENTE LA VOLUNTAD MOMENTÁNEA DEL NÚMERO. Si el Número —la mayoría—— dice: Dios no existe, la legislación está obligada a aplicar la negación de Dios.
—¿Podría también hacer lo contrario?
—Desde luego, pero sin mañana, sólo hasta el próximo capricho de la mayoría.
A la monarquía tradicional, católica, al Soberano al que la Consagración confería un sacramento, Roma acababa de sustituirlo por la adhesión obligatoria a un régimen sin principios, que tiene por característica incluso el no tener ninguno, y todo con el pretexto de que el partido clerical se adueñaría de él, por medio de “unas buenas elecciones”; pero estas elecciones, las pierde todas.
En enero de 1892, los cardenales franceses publicaron una carta que no dejaba de ser algo comprometida para Roma, a la que de alguna manera devolvían su dialéctica. Los cardenales franceses admitían el punto de vista de León XIII y no presentaban “oposición alguna a la forma de gobierno que Francia se había dado”, pero añadían, recogiendo por lo demás palabras del Papa, que “si nosotros levantamos la voz es para pedir que las sectas anticristianas no tengan la pretensión de identificar con ellas al gobierno republicano y hacer de un conjunto de leyes antirreligiosas la constitución esencial de la República”.
Extraña protesta, pues las sectas no introducían estas leyes por la fuerza, sino de la forma más legal del mundo, por los votos de la Cámara de los diputados, los cuales habían sido elegidos por el pueblo soberano. PROTESTAR CONTRA LA LEGISLACIÓN REPUBLICANA, ES NO RECONOCER LA LEGITIMIDAD DE LA LEY DEL NÚMERO, y desde luego, la Iglesia no podía abstenerse de hacerlo puesto que, como decían los cardenales “desde hacía doce años, el gobierno de la República… ha sido la personificación de una doctrina y de un programa en oposición absoluta con la fe católica”.
Marcadores