Fuente: Cruzado Español, Número 44, 15 de Enero de 1960, página 3.
DICTADURA ECONÓMICA DEL GRAN CAPITALISMO
Por F. Tusquets
Es un tópico universalmente aceptado la creencia de que la Revolución Francesa fue un triunfo de la clase media burguesa sobre la nobleza latifundista, y que tal hecho fue el principio de un orden más justo, más humano y progresivo, que es el que hasta ahora hemos venido disfrutando. Ello no es exacto; y, sin pretender defender a aquella clase de nobles propietarios, por haber perdido la mayoría de ellos el sentido cristiano y patriótico, intentaremos analizar en qué consistió el aspecto económico de la Revolución y cuáles han sido sus consecuencias.
A nuestro modesto entender, aquella Revolución, como casi todas las revoluciones, llevó aparejada, en lo económico, un cambio del equipo dominante, pues marcó el comienzo de la decadencia de los propietarios y el inicio del gobierno de los grandes financieros. Para lograr este objetivo, éstos se valieron de dos instrumentos maravillosos, que fueron manejados hábilmente y de una forma progresiva: nos referimos a las Sociedades Anónimas y a los Bancos.
Destruyendo previamente las cristianas, sabias y humanas corporaciones profesionales antiguas, y manejando hábilmente los dos instrumentos citados, los elementos dirigentes de la Finanza Internacional han logrado paulatinamente (y la evolución sigue todavía) crear una trustificación capitalista, prácticamente un monopolio de todas las materias primas importantes y de las diversas fuentes de energía, lo que ha puesto en sus manos un poder fabuloso, con el que manejan a los políticos, y se están convirtiendo en dueños del mundo.
El petróleo, el carbón, la energía eléctrica, la sidero-metalurgia, la minería, la navegación, los grandes transportes, los trusts alimenticios, las cadenas de grandes almacenes; todo ello, en forma de grandes Anónimas, trustificado, relacionado y dirigido por pequeñísimas minorías trabadas con los grandes Bancos. Éste es el esquema del panorama económico en el mundo occidental de hoy [1].
Se nos puede argüir que las Anónimas se rigen por el democrático sistema de votaciones y mayorías, y que las acciones están en muchas manos. Es verdad, pero estas grandes Compañías suelen radicar en las grandes capitales –Nueva York, Londres, París–, y la mayoría de las accione están repartidas por todo el ámbito de los respectivos países. Cuando se celebra una Junta General de accionistas, son muy contados los que pueden asistir personalmente a ella, y en cambio son muchas las facilidades que se dan para poder delegar la representación, delegación que casi siempre ostentan los Bancos en que los accionistas pequeños tienen depositados sus títulos. Resultado: que los accionistas cobran una pequeña prima de asistencia, pero delegan su representación en el Banco que les custodia las acciones; por tanto, las Juntas Generales se cuecen entre pocas personas: los consejeros, los delegados de los Bancos, y una minoría insignificante de accionistas, que escuchan, éstos, unos discursos monótonos, y salen llevando en la mano una Memoria muy bien impresa, repleta de datos, gráficos y estadísticas. Con algunas honrosas excepciones, esto es lo que suele ocurrir casi siempre.
Las grandes Anónimas, trustificadas, convenidas, y poderosísimas, ponen dificultades al funcionamiento de las medianas y pequeñas empresas de su respectivo ramo económico, hasta inutilizarlas o arruinarlas, empleando dos medios eficacísimos: a) Valiéndose de su influencia en los organismos económicos de los Estados, les ponen toda clase de trabas en su fundación o en su desarrollo, y procuran les sean denegados los permisos para renovar sus utillajes o adquirir sus materias primas; b) Les hacen una competencia de precios desleal, ofreciendo al mercado los mismos artículos a bajo precio, hasta absorberlas o arruinarlas.
Otro sistema, más suave y más lento, es quitarles la clientela, manejando masivamente la publicidad y propaganda –arma eficacísima en los países industrializados del Occidente, donde la uniformidad gris de las masas las hace hipersensibles a la publicidad–.
Su Santidad el Papa Pío XI, en su memorable Encíclica «Quadragessimo Anno», publicada en 1931, cuando la evolución supercapitalista de que estamos hablando no había llegado a los extremos de hoy en día, dice, refiriéndose a este problema de concentración de dinero y de poder, en la Tercera Parte de la misma y bajo el subtítulo «A la libre competencia sucedió la dictadura económica», lo siguiente:
«Primeramente, salta a la vista que en nuestros tiempos no se acumulan solamente riquezas, sino se crean enormes poderes y una prepotencia económica despótica en manos de muy pocos. Muchas veces no son éstos ni dueños siquiera, sino sólo depositarios y administradores que rigen el capital a su voluntad y arbitrio.
Estos potentados son extraordinariamente poderosos, cuando, dueños absolutos del dinero, gobiernan el crédito y lo distribuyen a su gusto; diríase que administran la sangre de la cual vive toda la economía, y que de tal modo tienen en su mano, por decirlo así, el alma de la vida económica, que nadie podría respirar contra su voluntad».
A nuestro modesto parecer, las palabras de Pío XI que acabamos de reproducir iluminan con claridad meridiana a los que quieran ver y entender; y nos parece que las Encíclicas sociales de nuestros Papas no son estudiadas suficientemente por los católicos, ni siquiera por aquellos centros sociales que, contando con medios suficientes, podrían propagarlas y difundirlas. Además, creemos que si los católicos nos fijáramos en qué consiste el capitalismo financiero moderno en su fondo, en su origen, y en sus mandos, no nos asombrarían, al producirse, en política internacional, hechos al parecer incomprensibles, como todos los que se han producido últimamente, y que siempre marcan un avance de la Revolución –fortalecimiento de la URSS, caída de media Europa en sus manos, bolchevización de la China, guerra de Corea, pérdida de la Indochina del Norte, indefensión de los patriotas húngaros, conflicto de Suez, independencia de África del Norte, problema de Argelia, crecimiento de Nasser, sucesos de Irak, indefensión moral y de derrota en Occidente, etc., etc.–.
Tampoco nos extrañaría que el Ministro soviético Mikoyan fuera objeto de repulsa por la clase media norteamericana, mientras los grandes financieros le agasajaban con un suculento banquete en el Waldorf-Astoria, de Nueva York.
* * *
La Doctrina Social de la Iglesia propugna la defensa de la clase media, el respeto, la difusión y el acceso a la propiedad privada, la desproletarización, la defensa de los agricultores y artesanos –a los que Pío XII, pide, no se dejen proletarizar–. Rechaza, por injustos, antinaturales y anticristianos, lo mismo al marxismo que al supercapitalismo. Pues bien; la Revolución anticristiana, que es la contra-Iglesia, ha logrado que el mundo se halle dividido, casi mitad y mitad, en marxista y supercapitalista, que son dos modalidades aparentemente antagónicas, pero que, en última instancia, están convenidas, porque ambas son hijas de la misma Revolución. El fin preparatorio que se persigue, es el de la proletarización, el agrisamiento, el envenenamiento y el aborregamiento progresivo de las masas humanas, haciéndolas cada día más dócil instrumento suyo.
En Occidente, y gracias al sistema sinárquico y supercapitalista que lo gobierna, se está logrando la concentración de dinero y poder en muy pocas manos, destruyendo a la mediana y pequeña empresa, y vaciando de sentido el derecho de propiedad, la cual, agobiada por leyes socializantes y atacada por el Fisco y la demagogia, queda sólo como un arcaico recuerdo honorífico; con ello, se va consiguiendo que el hombre, al vivir al día, sin poder ahorrar, con la pérdida de la libertad económica, pierda también de hecho la libertad política.
Nuestro Santo Padre Pío XII decía, en su Mensaje Radiofónico «Oggi al compiersi», el 1.º de Septiembre de 1944:
«Si es, pues, verdad que la Iglesia ha reconocido siempre “el derecho natural de propiedad y de transmisión hereditaria de los bienes propios” (Encíclica Quadragessimo Anno), no es menos cierto que esa propiedad privada es, de una manera especial, el producto de una intensa actividad del hombre, que la adquiere gracias a su enérgica voluntad de asegurar y desarrollar por sus esfuerzos su existencia personal y la de su familia, de crear para sí y para los suyos un dominio de justa libertad, no sólo en materia económica, sino también en materia política, cultural, religiosa».
Los dirigentes de la Revolución vienen desarrollando una guerra total contra la sociedad cristiana, de la que, en el presente trabajo, hemos fijado algunos de sus aspectos en el orden económico. Para evitar que se hunda la civilización cristiana, y triunfen, por tanto, sus enemigos –aunque sólo sea temporalmente–, ¿no debemos los católicos exponer con claridad sus maniobras, combatirlas en todos los terrenos, y estar siempre atentos a la voz de los Papas?
[1] Véase el libro de Henry Coston «Les financiers qui mènent le monde», traducido al castellano por Ediciones Samaran, de Madrid, con este título: «Con dinero rueda el mundo».
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