Fuente: Cruzado Español, Número 46, 15 de Febrero de 1960, página 5.
TENDENCIAS MARXISTAS
Por F. Tusquets
Leíamos recientemente en una popular revista deportiva [1], una entrevista con un conocido y joven economista, en la cual se resaltaba la gran importancia social y económica del fútbol como espectáculo de masas. Decía a continuación el interviuado que, por contra, un hombre, solo en una habitación, tocando la guitarra, carecía de valor social y económico.
Ahora bien, preguntamos nosotros… ¿Es que un hombre debe renunciar a su personalidad, para fundirse con la masa, convirtiéndose en un número?
Y también: ¿Es que los hombres deben someterse a las exigencias de la producción, o, por el contrario, es la producción la que tiene que estar al servicio del hombre? ¿Es lícito, invocando el aumento de la productividad, perjudicar a la empresa pequeña y caminar hacia la trustificación y el monopolio? ¿Es que el ideal del aumento continuo de la producción, como primer postulado del mundo actual, no es un absurdo principio marxista, si no se subordina a los sagrados derechos del individuo y de la familia?
Si las empresas medianas y pequeñas resultasen aniquiladas a causa de la tendencia concentracionaria y monopolista que se respira en Occidente, un sinnúmero de pequeños empresarios libres pasarían a la condición de simples empleados o asalariados de las grandes empresas financieras. ¿No sería ello un paso importante hacia la proletarización total y hacia la pérdida de la libertad? ¿Es que las docenas de pequeños comerciantes de comestibles, que hace pocos meses, en un barrio de París, asaltaron al supermercado que acababa de inaugurarse, no obraban instintivamente, defendiéndose?
Al pequeño empresario, convertido en proletario a causa de la tendencia del mundo actual, le resulta indiferente que, en su país, exista un solo empresario, el Estado (sistema comunista), o bien que existan sólo unos pocos empresarios supercapitalistas (tendencia occidental). En uno y otro caso, y para el pobre ex-empresario, el resultado será siempre el mismo: la pérdida de su libertad.
En cuanto a obreros y empleados, en un régimen cristiano, trabajan por cuenta de un empresario, que es una persona, que puede tener, y de hecho tiene muchas veces, unos sentimientos y un corazón; en cambio, si el asalariado depende de una empresa gigante y anónima, cuando tiene un problema o es objeto de una injusticia, choca contra un muro de burocracia glacial, pues desconoce quién o quiénes son sus verdaderos patronos.
Se nos puede objetar que no es posible ir contra la marcha del tiempo y contra el sentido de la Historia. Al que así hable (y no decimos piense, puesto que el que así habla demuestra que no piensa), hemos de decirle que es marxista (aunque él no lo sepa), y que, además, desconoce la Doctrina Social de la Iglesia, la cual, al defender al individuo y a la familia contra los abusos del capitalismo, defiende la verdadera justicia social, y, en definitiva, a la libertad. Cuando a una persona se le expone la Doctrina Social de la Iglesia, con el aditamento de la organización corporativa correspondiente, si ella, como único argumento, nos contesta que todo ello resulta hoy anticuado, dicha persona será también marxista, pues sabido es que el «slogan» de la revolución ininterrumpida y de la irreversibilidad de la marcha de la Historia, constituyen el único dogma en una doctrina como la marxista, que, aparte de éste, no reconoce ningún dogma.
Tanto en lo filosófico como en lo económico-social, todo parece conspirar (a uno y otro lado del telón de acero), contra el Derecho Natural y el Orden Social Cristiano. ¿Es que se puede pensar en serio que Occidente, con el camino que lleva, pueda oponerse al Comunismo?
Los Papas se han referido muchas veces al problema de la tiranía que resulta de los abusos del capitalismo. Pío XI alude claramente a ello en un conocido párrafo de su Encíclica «Quadragessimo Anno», repetido varias veces en nuestra Revista. También Pío XII, en su maravilloso Mensaje «Oggi al compiersi», de 1.º de Septiembre de 1944, se enfrenta con este tema cuando dice:
«Vemos, de hecho, el ejército cada vez mayor de los trabajadores chocando con esas acumulaciones exageradas de riquezas que, bajo la capa del anonimato, logran desertar de su cometido social y colocan al obrero casi fuera de la posibilidad de constituirse una propiedad efectiva.
Vemos a la pequeña y mediana propiedad desvanecerse y su vida languidecer, reducida como está a una lucha defensiva cada vez más dura y sin esperanza. Vemos, por una parte, a las potencias financieras dominar toda la economía privada y pública, a menudo incluso la actividad cívica, y, por otra parte, a la masa innumerable de aquéllos que, al no sentir directa o indirectamente en seguridad su propia vida, y desinteresados de los verdaderos y altos valores espirituales, renuncian a las aspiraciones hacia una libertad digna de tal nombre, lanzándose con la cabeza baja al servicio de no importa qué partido político, esclavos de quien les prometa el pan cotidiano con la garantía, por lo que valga, de su tranquilidad. Y la experiencia ha demostrado a la clase de tiranías, incluso en nuestra época, que la humanidad es capaz de someterse en tales condiciones».
El Papa, defensor nato del Derecho Natural, condena los abusos del super-capitalismo y defiende el derecho de todos a la propiedad privada. También en el mismo Mensaje nos habla de la técnica, y nos la coloca en el justo lugar que le corresponde:
«Es un error el pretender que el progreso técnico condena todo este régimen, y que nos lleva en su corriente irresistible toda la actividad hacia las empresas y organizaciones gigantescas, ante las cuales todo sistema social fundado sobre la propiedad privada de los individuos debe hundirse ineluctablemente. ¡No! El progreso técnico no determina, como una ley fatal y necesaria, la vida económica. Es bien cierto que, demasiado a menudo, él se ha plegado dócilmente ante las exigencias de los cálculos egoístas, ávidos de aumentar, indefinidamente, los capitales. ¿Por qué no se plegaría, pues, también, ante la necesidad de mantener y asegurar la propiedad privada de todos, piedra angular del orden social? De cualquier forma, no es el progreso técnico, en tanto que hecho social, quien debe ser preferido al bien general: él debe, al contrario, estarle ordenado y subordinado».
Contra la filosofía marxista, triunfante en una buena parte del mundo, y en camino de ello en el resto de él, únicamente se puede oponer el programa cristiano íntegro y total: en lo religioso, en lo moral, en lo filosófico, en lo político, y en lo económico-social.
[1] «Barça», 19 Noviembre 1959. Cf. «Cruzado Español», Núm. 41, pág. 12.
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