Se que me arriesgo a ser tachado de hereje para arriba con esta respuesta que daré ahora, sin embargo, es mi opinión sobre el tema.
En primer lugar, la Iglesia no debe ser un agente económico directo como tal. Debe opinar sobre la política económica,sobre los grandes movimientos económicos y sobre sus injusticias pero nunca intervenir de forma directa en ella, la función de la Iglesia es extender la palabra de Cristo y no regular la economía, aunque de forma indirecta pueda conseguir lo segundo.
La clave creo, es una economía de mercado, donde cada uno elije lo que le apetece sin estar subyugado por las decisiones de otros que ocupan su esfera de decisión personal. El problema es que este sistema conduce a abusos si no se regula de forma correcta y completa, ya que avaricia y miedo son los sentimientos que lo mueven.
La economía de mercado que propongo tendría sentido en una sociedad cristiana, regida y movida por valores cristianos, entonces sólo entonces tendría sentido una economía libre de mercado, ya que en última instancia los principios cristianos de los participantes en el mercado serían el mejor regulador, evitarían las actuales injusticias, la avaricia y el riesgo desproporcionado que conlleva desaparecerían a cambio de una mayor prudencia y frugalidad. A la postre estaría bien que nadie interferiera ni decidiera por nostros.
Aunque esto es casi imposible, por no decir totalmente imposible, si se consiguiese se podría responder fácilmente a las tres preguntas de nuestro compañero Irmao.
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