Desde Sefarad: Stalin y los judíos16.2.05
Stalin y los judíos
K. S. Carol escribió el pasado 15 de febrero en el diario El País un
artículo totalmente desacertado en relación con Stalin y los judíos. El autor, que dice haber vivido en la época, miente descaradamente al afirmar algo tan falaz y absurdo como que “es la URSS, país que salvó al mayor número de judíos y donde no hubo ni un ápice de antisemitismo durante la guerra, la que recibe los mayores reproches.”
En efecto, esta afirmación no se sostiene por ninguna parte. Aquellos comunistas trasnochados, tristes todos ellos desde 1989, cuando intentan dar a mostrar la benevolencia del régimen comunista y su supuesta lucha incansable contra la intolerancia tienden mucho a presentar a Stalin como aquel salvador de judíos que los acogió con los brazos abiertos. Esta afirmación puede colar en los bares y asociaciones marxista-leninistas de turno, pero no para quien tiene un conocimiento más o menos maduro de la realidad. Así pues, vayamos a los hechos.
Ya en 1924, año en el que Stalin sue convirtió en dictador de Rusia, se empezaba hablar del “problema judío”, del que luego se harían eco los nazis. Aquel problema pasaba por considerar a los judíos un
pueblo burgués que jamás podría emanciparse nacional ni socialmente. La solución a este “problema”, pues, pasaba por aislar a los judíos en un
macro-ghetto del que no pudieran salir y que convertirían en una gran cárcel aislada de todo el mundo exterior. Este territorio del que hablamos se llamaba Birobidzhán, un área de 35.000 km2 en el lejano Este. Por medio del traslado de los judíos allí, el gobierno podía detener la expansión japonesa a la vez que veían una alternativa al Sionismo. A partir de 1928 comenzó la operación. Ese año se prohibió toda publicación en hebreo y muchos escritores judíos fueron arrestados sin cargo alguno, mientras en Birobidzhán se establecían varias escuelas, un teatro y un periódico en ídish.
De especial importancia es la ardua labor de los líderes comunistas en tratar de extirpar por la fuerza todo lo que tuviera que ver con el judaísmo y su cultura fuera de Birobidzhán. En 1930 ya se había conseguido la destrucción de la mayor parte de la vida cultural judía en la URSS. Muchos de sus máximos exponentes (Dimanstein, Lirvakov) fueron ejecutados. Incluso, Osip Mandelshtan, judío con auto-odio donde los haya, murió encarcelado. Para finales de 1935 las purgas de Stalin se endurecieron incluso contra la propia Birobidzhán, en donde se cometerion verdaderas atrocidades contra colegios y centros de culto judíos.
Sin embargo, hubo un hecho que alivió la represión judeófoba por parte de los comunistas. Paradójicamente, los nazis, que acusaban a los comunistas de “lacayos de los judíos”, propiciaron que el Kremlin aparcara a un lado su línea judeófoba y expresara sus “sentimientos fraternales para con el pueblo judío en reconocimiento a su participación en el socialismo".
Lamentablemente, la llama de la esperanza para los judíos rusos se apagó en 1939, cuando se firmó el pacto de no-agresión nazi-soviético que, a posteriori, daría lugar a la Segunda Guerra Mundial. Pocos meses después tras la firma del nefasto pacto, el Kremlin felicitaba a los nazis por "su lucha contra la religión judía", y la prensa y radio soviéticas escondieron los informes acerca de la brutalidad judeofóbica del nazismo.
Pero hay más. Cuando años después comenzaba la invasión alemana sobre la URSS, el Kremlin propició la creación del CAFI (Comité AntiFascista Judío), encabezado por Salo Mijoels, cuyo principal objetivo no era otro que recaudar fondos y todo lo que se pudiera para derrotar al fascismo. De esta manera, Stalin se aseguraba un punto de apoyo para vencer a los nazis a la vez que quedaba inmejorablemente bien con la judería soviética. Sin embargo, concluida ya la guerra, todo pasó, una vez más, a ser distinto. Mijoels fue asesinado por la policía secreta soviética, y todas las publicaciones y actividades del CAFI se prohibieron. De más está decir que los cerca de 300.000 judíos que amparados en el CAFI combatieron en el Ejército Rojo fueron indignos de reconocimiento alguno. Esto dio lugar a la irreverisble desaparición (y no disolución como Carol manifiesta) de la organización.
Terminada la guerra, en todo lo relativo a los crímenes del nazismo para con los judíos, el régimen comunista se empeñó en no hacer público nada referente a ello. Para cumplirlo, Stalin adoptó una política en la que libros y películas sobre el tema eran constantemente prohibidos y toda referencia al sufrimiento judío omitida.
Seguimos, 1952. En agosto de aquel año, Stalin mandó fusilar a varias decenas de intelectuales judíos por motivos que jamás sabremos y que la propaganda roja bien se ha guardado de esconder. En aquel momento, con el pequeño estado judío naciente, la excusa de turno que se esgrimió fue que aquellos judíos estaban organizando un complot para separar Crimea de la URSS y establecer una sociedad burguesa y sionista, todo ello con la complicidad de los servicios secretos americanos; en aquel año, fueron detenidos catorce jerarcas del Partido Comunista bajo acusación de conspirar contra el Estado. Once de ellos eran judíos, incluido el Secretario General del partido, Rudolf Slansky; en aquel año, se acusó a la embajada de Israel en Chequia de ser un órgano de espionaje mundial y como consecuencia cientos de judíos checos fueron arrestados.
En enero de 1953 Stalin ordenó la detención de numerosos doctores en medicina de Moscú, principalmente judíos, acusándoles de asesinatos médicos y de conspiración contra el Estado. Se trataba del llamado ‘complot de las blusas blancas’ que parecía presagiar una nueva purga, que sólo evitó el repentino fallecimiento del dictador el 5 de marzo de 1953.
Tras la muerte de Stalin y a la vista de los hechos, se podría decir que inicialmente, Stalin, al igual que Lenin, esperaba que los judíos soviéticos desaparecerían a medida que el régimen les ofreciera la asimilación y el aislamiento forzado. Sin embargo, no pudo dominar su virulento antisemitismo y comenzó un asalto a todo lo judío. Esta campaña culminó con las ejecuciones múltiples que hemos visto dentro de las que sería justo incluir al diplomático sueco
Raoul Wallenberg, secuestrado por el Ejército soviético en 1945.
En definitiva, debería quedar claro que Stalin demostró su antisemitismo en todas las facetas de su vida. Ha sido, por detrás de Hitler, uno de los peores judeófobos que Europa ha engendrado
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