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Tema: Hª lengua, 8: El castellano, lengua escrita por obra de Alfonso X el Sabio

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  1. #1
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    Respuesta: Hª lengua, 8: El castellano, lengua escrita por obra de Alfonso X el Sabio

    .La lengua en el siglo XIV: el lenguaje popular.

    El lenguaje de don Juan Manuel: su tendencia a deslindar el vocabulario popular del latinizante, la claridad como norma suprema; un ensayo de estilo oscuro a base de los proverbios; tendencia a la concisión; influencia árabe en la sintaxis del Infante. El lenguaje del Arcipreste de Hita: exaltación del vocabulario popular y afán de mostrar su opulencia; uso del refranero.

    En el siglo siguiente al de Alfonso el Sabio, un gran escritor y guerrero famoso, nacido en Escalona, el infante don Juan Manuel (1282-1348), sobrino del Rey Sabio y nieto de San Fernando, pone todo su esfuerzo en afirmar y pulir la prosa castellana, consiguiendo perfeccionarla notablemente.

    Desde luego, don Juan Manuel, como prosista, es un discípulo directo de Alfonso el Sabio, a quien adora. En el vocabulario del Infante, lo mismo que en el de su tío, no caben más vocablos que los vulgares usados por todas las gentes. Don Juan Manuel siente el mismo empeño que el Rey Sabio por realzar la aptitud de “este lenguaje de Castiella” para la expresión por escrito. El latín sigue, pues, apareciendo como una lengua enemiga, capaz aun de arrebatar a España su nuevo instrumento imperial, que es la lengua escrita.
    Por eso don Juan Manuel sigue, como su tío, deslindando bien lo latino de lo puro castellano: huyendo de los latinismos o destacándolos como ajenos a la lengua viva: “Usad –dice a su hijo en una ocasión- de las viandas que llaman en latín licores, así como miel e azeite, e vino e sidra de mançanas...” (Libro infinido, c. II).

    Emplea, pues, don Juan Manuel el castizo vocabulario castellano, usando de palabras corrientes “nunca tan sotiles que los que las oyeren non las entiendan o tomen dubda en lo que oyeren”. De esta manera consigue el Infante la claridad en el estilo, objetivo constante de su obra, como virtud indispensable de todo lenguaje. El propio Infante, sintiéndose satisfecho de la claridad de sus libros, dice de sí mismo que escribió “muy declaradamente, en guisa que todo home que buen entendimiento haya et voluntad de lo aprender, que lo podrá bien entender” (Libro de los Estados I, cap. XCI).
    Todos sus ejemplos –en fin- son, como él dice, “muy llanos et muy declarados” (Libro de Patronio, III).

    Una vez sin embargo pecó don Juan Manuel contra la claridad; el Infante se prestó a complacer una petición de don Jaime, infante de Aragón, escribiendo en pasajes del Libro de Patronio con palabras oscuras. El nuevo estilo oscuro de don Juan Manuel consistió en ensartar unos centenares de proverbios, reformándolos para entretenerse en jugar con el sentido equívoco de los vocablos de manera análoga a los conceptistas del siglo XVII: “El rey rey reina, el rey non rey non reyna mas es reynado”, “lo mucho es para mucho; mucho sabe lo mucho” etc dice por ejemplo el Infante, en la segunda parte del Libro de Patronio

    Característica del estilo de don Juan Manuel es, además, la concisión, aprendida según él de su tío el Rey Sabio, que puso todo “complido e por muy apuestas razones, en las menos palabras que se podía poner”.
    Como discípulo fiel del Rey Sabio escribió él también “con las menos palabras que pueden seer” y sin ofender jamás a la claridad.

    En conjunto, la prosa de don Juan Manuel representa un progreso notable respecto de la de Alfonso X; pero, a pesar de todo, sigue teniendo, como la del Rey Sabio, giros sintácticos de sabor oriental, reflejo evidente de que la lengua escrita seguía ligada en parte a la sintaxis de las obras árabes traducidas en esta época:
    - la monótona repetición de la copulativa “e” (actual “y”),
    - la ambigüedad en el empleo del pronombre “él”,
    - el especial y reiterado uso del verbo “decir”, señalados ya en Alfonso X, continúan con el Infante. (En cuanto al uso de “decir.. dijo” hay ya un progreso notable respecto a la época de Alfonso X; Juan Manuel lo introduce dentro de la cláusula misma del parlamento: “Señor Conde, dijo Patronio... etc).
    Asimismo a lo largo de su obra se observa como va sustituyendo “maguer” por “aunque”.
    Lo cual no tiene nada de extraño en un hombre como don Juan Manuel, que seguramente manejaba libros árabes o por lo menos hablaba esta lengua con los moros españoles: varias frases en árabe llegó a reproducir en su Libro de Patronio.

    Es también en el siglo XIV cuando, por fin, el castellano predomina como medio de expresión lírica del sentimiento, después de dos siglos de preponderancia del provenzal y del gallego para la poesía subjetiva.
    El innovador en este caso es el grande y primer poeta lírico de la Edad Media, el Arcipreste de Hita, Juan Ruiz, hombre alegre y jovial, del centro de la meseta castellana, autor del Libro de Buen Amor, compuesto hacia 1343.
    Su vocabulario sigue siendo el popular y corriente, el mismo de don Juan Manuel, pero con un caudal de expresiones mucho más abundante que el del prosista, pues jamás se mostró el castellano antiguo tan espléndido y exuberante como en las obras del Arcipreste. Su afán de reproducir con la fidelidad del detalle, y a todo color, la vida castellana le lleva a acumular en expresiones vivas y animadas infinitos vocablos sinónimos o análogos.
    Es más, en el fondo, Juan Ruiz siente, como sintieron los prosistas sus predecesores, esa fe en la aptitud y amplitud del castellano para la expresión literaria, frente al uso del latín, y aquí del provenzal o gallego. No se explica, sino es por un afán de mostrar la opulencia del castellano, esa propensión del Arcipreste a no repetir una cosa con la misma palabra o a amontonar sinónimos que llegan a la cifra de cuarenta y tantos cuando nos habla, por ejemplo, de la alcahueta, que es lo mismo que cobertera, almadana, altaba, jáquima, almohaza, andorra, trotera, etc.

    El Arcipreste, como don Juan Manuel, usa también de los refranes (que llama fabliellas, patrañas, retraheres y proverbios), aunque sólo para intercalarlos en el verso y con verdadero arte:
    “Por amor de esta dueña fis trovas e cantares,
    sembré avena loca, ribera de Henares:
    verdat es lo que disen los antiguos retraeres:
    Quien en el arenal siembra, non trilla pegujares”.
    Pious dio el Víctor.

  2. #2
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    Respuesta: Hª lengua, 8: El castellano, lengua escrita por obra de Alfonso X el Sabio

    .La lengua en el siglo XV: el lenguaje latinizante. El aljamiado

    La corte de Juan II, pórtico del Renacimiento; repulsa del lenguaje popular; intento de creación de un lenguaje latinizante: latinismos de vocabulario; latinismos de sintaxis. Fracaso de este intento: vuelta al lenguaje popular: “El Corbacho”.
    Difusión del castellano: el aljamiado. Granada y su literatura árabe andaluza.

    En el siglo siguiente al de Juan Ruiz, en los primeros años del siglo XV, con el renacer de la antigüedad clásica, surge la admiración por el pasado de Roma, cuya cultura pónense a estudiar simultáneamente, en Castilla, Juan II (1406-1454) y sus cortesanos, y, en Nápoles, Alfonso V de Aragón, rodeado de los mejores humanistas.
    Es por aquellos años también cuando en España son conocidas e imitadas las obras de Dante y Bocaccio,cuyo lenguaje aristocrático, con su vocabulario y sintaxis latinizantes, deslumbra a nuestros escritores castellanos.

    En aquel nuevo ambiente, el estilo de don Juan Manuel o del Arcipreste ya no satisface. Los escritores lo encuentran demasiado vulgar. El lenguaje de la poesía o de la prosa no puede ser el mismo del pueblo, no puede ser -piensan- “el rudo y desierto romance, la humilde y baxa lengua del romance”, como Juan de Mena la llama. En la “romancial texedura”, en fin, “non fallaban equivalentes vocablos para exprimir los angélicos concebimientos virgilianos”.

    Creen entonces el momento de hacer una nueva lengua literaria al estilo de Italia y se ponen a escribir llenando el vocabulario castellano de voces tomadas del latín y dando a las frases un orden de colocación de sus palabras distinto al usual, para tomar por modelo el orden de la lengua latina, todo con el afán de separarse de la lengua vulgar.
    Los nuevos escritores, como el Marqués de Santillana (1398-1458), Enrique de Villena (1384-1433) y sobre todo Juan de Mena (1411-1456), someten entonces la prosa y el verso a un tratamiento tan intenso, y a veces tan violento, de adaptación al vocabulario y a la sintaxis latina, como no se ha de ver ya hasta Góngora.
    Juan de Mena, el gran poeta y humanista, tan estimado luego en los siglos XVI y XVII, siembra sus versos de cultismos, tales como belígero, armígero, penatífero, evieterno, clarífico, corusco, crinado, superno, túrbido, esculto, sciente, ultriz, exilio, tábido, funéreo, poluto, etc. Algunos de ellos son todavía patrimonio de nuestra lengua: diáfano, nítido, confluir, ofuscar, inopia, subvertir, marital, flagelo etc.

    En cuanto a la sintaxis, o mejor al hipérbaton de que hacen gala, es de lo más característico la manía de separar el sustantivo del adjetivo atributo: Villena dice, por ejemplo, “una vuestra recibí carta”, y Mena escribe “a la moderna volvíendome rueda” por “volviéndome a la rueda moderna”.

    Ni que decir tiene que esta latinización del lenguaje resultó extravagante por exagerada. El castellano no podía asimilar una tan indigesta y pedantesca carga de latinismos, ni menos forzar desmesuradamente su sintaxis tradicional.
    Por eso, la innovación lingüistica fracasó, y en una obra de 1438, “El Corbacho”, de Alfonso Martínez de Toledo, Arcipreste de Talavera, la lengua popular triunfó de nuevo, si bien tratada artísticamente, mediante una discreta latinización y tendiendo además a la prosa rimada.
    En “El Corbacho”, al decir de Menéndez Pelayo, “la lengua desarticulada y familiar, la lengua elíptica, expresiva y donairosa, la lengua de la conversación, la de la plaza y el mercado, entró por primera vez en el arte con bizarría, con un desgarro, con una libertad de giros y movimientos que anuncian la proximidad del grande arte realista español” (Orígenes de la Novela).

    La difusión del castellano por la Península continuó durante esta época, sobre todo entre los musulmanes de la España cristiana, quienes, entonces, aprendían y utilizaban el castellano o el aragonés, todavía reacio este último a su castellanización.
    Una costumbre singular empezó además a introducirse entre aquellos mudéjares o moriscos, desde el siglo XIV y durante el XV: el uso del alfabeto árabe, para transcribir la lengua hablada española. Hoy se conserva un buen número de libros escritos por este procedimiento, que constituyen la llamada “literatura aljamiada” y que son además un valioso documento para el estudio del dialecto aragonés en el que la mayoría están redactados. (Muchos fueron descubiertos casualmente bajo el entarimado del desván de una casa de Almonacid de la Sierra, en Aragón).
    Uno de los escritos aljamiados más antiguos, de la segunda mitad del siglo XIV seguramente, es el Poema de Yuçuf o historia del patriarca José, compuesto en la cuaderna vía por un morisco aragonés.

    La lengua árabe literaria era todavía cultivada en el reino de Granada, donde muy pronto iba a oírse el castellano. Más allí, en el escenario de nuestro romancero morisco, se vivía ya tan sólo de la tradición del pasado. No obstante, todavía existían poetas, como Aben Zumruk, cuyos poemas decoran hoy los muros y las fuentes del alcázar granadino, o polígrafos, como Aben al-Jatib, de Loja, el últimoy gigantesco representante del pensamiento y del arte arabigoandaluces.

    J. Oliver Asín (Hª de la lengua española)
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  3. #3
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    Respuesta: Hª lengua, 8: El castellano, lengua escrita por obra de Alfonso X el Sabio

    La construcción de la identidad cultural de Castilla bajo Alfonso VIII y Fernando III (desde 1170 a 1250)

    Habrá que esperar más de un siglo para que se realice la transmisión del lenguaje literario hablado (lírica tradicional, poesía juglaresca) al lenguaje escrito (vinculado hasta entonces a la clerecía), y plasmar mediante la nueva lengua castellana escrita, una conciencia cortesana; abriendo paso a nuevos contextos literarios: debates, crónicas históricas, leyes, poesía cortesana…

    Para que Alfonso X realizara su vasta obra cultural, había sido preciso que Castilla lograra el predominio sobre los restantes reinos peninsulares; todo gracias a la gestión de doña Berenguela, madre de San Fernando que había movido los hilos para que éste hubiera podido ceñirse las dos coronas de León y de Castilla. Pero ya previamente esa mayor importancia de Castilla se había reconocido y plasmado en la sucesión de Alfonso VII cuando éste, al dividir el reino entre sus hijos en 1157, la hubo dejado a su hijo primogénito Sancho III.

    Alfonso VIII (rey de Castilla entre 1170 y 1214), nieto de Alfonso VII y abuelo de Fernando III el Santo, fue declarado mayor de edad en 1170. Hechos decisivos de su reinado fueron la conquista de Cuenca, la derrota de Alarcos frente a los musulmanes en 1195, y su revancha contra ellos en la victoria de las Navas de Tolosa (1212), que abrió el camino castellano a Andalucía.
    Morirá poco después en 1214. Tras una serie de sucesivas muertes imprevistas, el trono de Castilla pasará a su nieto Fernando (III) en 1217.

    Castilla y León a pesar de ser reinos diferentes y tener distintas concepciones políticas estaban regidos por reyes miembros de un mismo linaje, lo cual acabó por facilitar la unión posterior. Así acabó siendo concordada numéricamente la sucesión de sus reyes. Gracias a su madre doña Berenguela, Fernando accederá, no sin dificultades, al trono de León a la muerte de su padre Alfonso IX. Su llegada fue facilitada por la clerecía leonesa, de cuyo pensamiento Fernando se hizo deudor.

    Es a partir del desastre de Alarcos en 1195 cuando Alfonso VIII implanta un modelo cultural castellano dotando de simbología a su poder, conciliando en la corte el saber eclesiástico con el poder nobiliario. Hasta entonces Castilla iba rezagada culturalmente respecto a otros reinos foráneos debido a las continuas luchas entre clanes nobiliarios.
    Castilla frente a los otros reinos peninsulares aparece estrechamente unida a un pensamiento religioso y unos saberes clericales de ideas y conceptos, que unidos a la lengua castellana, harán posible, el surgimiento del discurso literario en prosa.
    En el nuevo lenguaje escrito radicó el triunfo del modelo de Castilla sobre el arcaico latinismo de la cancillería de León. El modelo escriturístico castellano pasará de las escuelas catedralicias a las instancias y discursos de la corte.

    Tres personajes, elegidos por Alfonso VIII, forjaron el modelo cultural castellano basado en bibliotecas y escuelas catedralicias: el canciller Diego García de Campos, el obispo Téllez de Meneses y “el Toledano” Don Rodrigo Jiménez de Rada, historiador en sentido “castellanista” (frente al “leonesista” Lucas de Tuy).

    La primera plasmación de la prosa castellana se dará en el extenso Tratado de Cobreros, de 1206 entre Alfonso VIII y Alfonso IX de León. El texto servirá de base a un tipo de discurso político y cancilleresco, decisivo modelo escrito que sería continuado mediante el studium de Palencia, creado en 1214.

    Los primitivos textos castellanos parten pues de este ambiente cortesano y pueden clasificarse entre jurídicos e históricos por un lado, religiosos por otro, así como enciclopédicos:
    - Dentro de los textos jurídicos, la nueva escritura fija la redacción castellana de los fueros de entonces, tanto el modelo de fueros llamados largos como de los breves, así como el modelo jurisprudencial de las llamadas “fazañas”.

    - Las crónicas históricas hasta entonces lo habían sido en latín: la Najerense, la Silense…, y hasta el contemporáneo “De Rebus Hispaniae” del obispo Jiménez de Rada. Los textos históricos en castellano comienzan con las varias series de los “Anales toledanos”: relaciones anuales de sucesos que se irán prolongando hasta fines del siglo XIV.
    Otro es el estilo de las Crónicas oficiales, en base a una redacción pautada y explicada de los sucesos históricos, con un peculiar sesgo ideológico:
    El “Liber Regum” de raíz navarro-aragonesa, a comienzos del siglo XIII, inaugura las Crónicas en castellano: se extiende desde la historia bíblica hasta el siglo XIII, asimilando los cantares épicos de Castilla. Sirvió de base, en su versión toledana, al “De Rebus Hispaniae” del obispo Don Rodrigo Jiménez de Rada.
    Otra redacción del “Liber Regum” a mediados de siglo daría origen al “Libro de las Generaciones” con abundante material artúrico y de tema de Bretaña. Esta versión fue ajena a Castilla y tuvo gran éxito en el siglo XIV. El portugués don Pedro, conde de Barcelos, lo utilizaría para su “Nobiliario”.

    - Textos religiosos: Poca importancia tiene aun la prosa religiosa vernácula; solo en la segunda mitad de siglo alcanzará algún desarrollo.
    Cumpliendo lo dispuesto en el Concilio Lateranense, de acercar los dogmas y la catequización a las lenguas vernáculas, “La Fazienda de Ultramar”, hacia 1230, es una especie de noticiario geográfico de Tierra Santa; el texto escriturario en que se basa no proviene de la Vulgata sino de fuente hebrea.
    Dentro del contexto de la Escuela de Traductores y de la potenciación del castellano, aparecen algunas Biblias en castellano, de texto original hebreo, e incluso de tradición visigótica, a pesar de las severas restricciones eclesiásticas. No obstante, las más antiguas traducciones castellanas se hacen sobre la Vulgata.

    - Como obra de clerecía, al modo de obras gramaticales y poemas narrativos (Libro de Alexandre) aparece un reducido tratado enciclopédico: la “Semejanza del mundo” (hacia 1223), basada en un antiguo texto benedictino inglés (“Imago Mundi”) así como en las Etimologías de San Isidoro; en él se recopila una primitiva descripción de la naturaleza y de geografía del mundo entonces conocido, apelando incluso a autoridades literarias de la Roma clásica.
    Es una obra clave, que en miniatura contiene todos los saberes que Alfonso X irá ampliando en su posterior y gigantesca obra cultural.
    Pious dio el Víctor.

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