.La lengua en el siglo XIV: el lenguaje popular.
El lenguaje de don Juan Manuel: su tendencia a deslindar el vocabulario popular del latinizante, la claridad como norma suprema; un ensayo de estilo oscuro a base de los proverbios; tendencia a la concisión; influencia árabe en la sintaxis del Infante. El lenguaje del Arcipreste de Hita: exaltación del vocabulario popular y afán de mostrar su opulencia; uso del refranero.
En el siglo siguiente al de Alfonso el Sabio, un gran escritor y guerrero famoso, nacido en Escalona, el infante don Juan Manuel (1282-1348), sobrino del Rey Sabio y nieto de San Fernando, pone todo su esfuerzo en afirmar y pulir la prosa castellana, consiguiendo perfeccionarla notablemente.
Desde luego, don Juan Manuel, como prosista, es un discípulo directo de Alfonso el Sabio, a quien adora. En el vocabulario del Infante, lo mismo que en el de su tío, no caben más vocablos que los vulgares usados por todas las gentes. Don Juan Manuel siente el mismo empeño que el Rey Sabio por realzar la aptitud de “este lenguaje de Castiella” para la expresión por escrito. El latín sigue, pues, apareciendo como una lengua enemiga, capaz aun de arrebatar a España su nuevo instrumento imperial, que es la lengua escrita.
Por eso don Juan Manuel sigue, como su tío, deslindando bien lo latino de lo puro castellano: huyendo de los latinismos o destacándolos como ajenos a la lengua viva: “Usad –dice a su hijo en una ocasión- de las viandas que llaman en latín licores, así como miel e azeite, e vino e sidra de mançanas...” (Libro infinido, c. II).
Emplea, pues, don Juan Manuel el castizo vocabulario castellano, usando de palabras corrientes “nunca tan sotiles que los que las oyeren non las entiendan o tomen dubda en lo que oyeren”. De esta manera consigue el Infante la claridad en el estilo, objetivo constante de su obra, como virtud indispensable de todo lenguaje. El propio Infante, sintiéndose satisfecho de la claridad de sus libros, dice de sí mismo que escribió “muy declaradamente, en guisa que todo home que buen entendimiento haya et voluntad de lo aprender, que lo podrá bien entender” (Libro de los Estados I, cap. XCI).
Todos sus ejemplos –en fin- son, como él dice, “muy llanos et muy declarados” (Libro de Patronio, III).
Una vez sin embargo pecó don Juan Manuel contra la claridad; el Infante se prestó a complacer una petición de don Jaime, infante de Aragón, escribiendo en pasajes del Libro de Patronio con palabras oscuras. El nuevo estilo oscuro de don Juan Manuel consistió en ensartar unos centenares de proverbios, reformándolos para entretenerse en jugar con el sentido equívoco de los vocablos de manera análoga a los conceptistas del siglo XVII: “El rey rey reina, el rey non rey non reyna mas es reynado”, “lo mucho es para mucho; mucho sabe lo mucho” etc dice por ejemplo el Infante, en la segunda parte del Libro de Patronio
Característica del estilo de don Juan Manuel es, además, la concisión, aprendida según él de su tío el Rey Sabio, que puso todo “complido e por muy apuestas razones, en las menos palabras que se podía poner”.
Como discípulo fiel del Rey Sabio escribió él también “con las menos palabras que pueden seer” y sin ofender jamás a la claridad.
En conjunto, la prosa de don Juan Manuel representa un progreso notable respecto de la de Alfonso X; pero, a pesar de todo, sigue teniendo, como la del Rey Sabio, giros sintácticos de sabor oriental, reflejo evidente de que la lengua escrita seguía ligada en parte a la sintaxis de las obras árabes traducidas en esta época:
- la monótona repetición de la copulativa “e” (actual “y”),
- la ambigüedad en el empleo del pronombre “él”,
- el especial y reiterado uso del verbo “decir”, señalados ya en Alfonso X, continúan con el Infante. (En cuanto al uso de “decir.. dijo” hay ya un progreso notable respecto a la época de Alfonso X; Juan Manuel lo introduce dentro de la cláusula misma del parlamento: “Señor Conde, dijo Patronio... etc).
Asimismo a lo largo de su obra se observa como va sustituyendo “maguer” por “aunque”.
Lo cual no tiene nada de extraño en un hombre como don Juan Manuel, que seguramente manejaba libros árabes o por lo menos hablaba esta lengua con los moros españoles: varias frases en árabe llegó a reproducir en su Libro de Patronio.
Es también en el siglo XIV cuando, por fin, el castellano predomina como medio de expresión lírica del sentimiento, después de dos siglos de preponderancia del provenzal y del gallego para la poesía subjetiva.
El innovador en este caso es el grande y primer poeta lírico de la Edad Media, el Arcipreste de Hita, Juan Ruiz, hombre alegre y jovial, del centro de la meseta castellana, autor del Libro de Buen Amor, compuesto hacia 1343.
Su vocabulario sigue siendo el popular y corriente, el mismo de don Juan Manuel, pero con un caudal de expresiones mucho más abundante que el del prosista, pues jamás se mostró el castellano antiguo tan espléndido y exuberante como en las obras del Arcipreste. Su afán de reproducir con la fidelidad del detalle, y a todo color, la vida castellana le lleva a acumular en expresiones vivas y animadas infinitos vocablos sinónimos o análogos.
Es más, en el fondo, Juan Ruiz siente, como sintieron los prosistas sus predecesores, esa fe en la aptitud y amplitud del castellano para la expresión literaria, frente al uso del latín, y aquí del provenzal o gallego. No se explica, sino es por un afán de mostrar la opulencia del castellano, esa propensión del Arcipreste a no repetir una cosa con la misma palabra o a amontonar sinónimos que llegan a la cifra de cuarenta y tantos cuando nos habla, por ejemplo, de la alcahueta, que es lo mismo que cobertera, almadana, altaba, jáquima, almohaza, andorra, trotera, etc.
El Arcipreste, como don Juan Manuel, usa también de los refranes (que llama fabliellas, patrañas, retraheres y proverbios), aunque sólo para intercalarlos en el verso y con verdadero arte:
“Por amor de esta dueña fis trovas e cantares,
sembré avena loca, ribera de Henares:
verdat es lo que disen los antiguos retraeres:
Quien en el arenal siembra, non trilla pegujares”.
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