LA ZONA PERSPICAZ
Ahora bien: si el libro famoso de Ortega posee esa ingénita ''zona oscura, arbitraria, caprichuda y falsa'', también tiene otra como ya advertíamos llena de perspicuidades meridianas, subida sobre altos miraderos. Una zona desde la que Ortega otea con claridad el horizonte, entornando los ojos en supremo esfuerzo visual, y apercibiendo lo que el corazón de Ortega se niega, en última instancia, a aceptar: por timidez, por cobardía, por falta de fuerzas morales e históricas; por presentimiento vago de que aceptándolo, hubiese quedado invalidado automáticamente frente a su propia generación (la generación "francamente romántica''). Y, además, porque aceptándolo en honrada consecuencia se hubiese venido abajo toda la tesis fundamental de su propio libro: la ''invertebración española".
(...)
Me parecen suficientemente graves, rotundos y conclusivos los textos desplegados en este metódico examen de la ''zona solar y clara'' de la obra de Ortega, para preguntarnos doloridos y atónitos: ¿Cómo un ojo experto, cual el orteguiano, que afirma ser ''un defecto ocular el que impide al español la percepción acertada de las realidades colectivas" (página 13), al corregir él, ese defecto, y alcanzar la percepción acertada de algunas de las realidades colectivas, cierra los ojos y se vuelve de espaldas?
¿No será Ortega mismo esa urraca que él cita pamperamente:
Que en un lado pega los gritos
Y en otro pone los huevos?
Para mí el fenómeno de pegar en un lado el grito, la mirada, y poner los huevos en otro, es el mismo que ya sucedió en el siglo XVII y que por cierto subrayó Ortega mismo hablando de Cervantes: un fenómeno de hipocresía histórica. Es el mismo fenómeno hipócrita del siglo XVII, sólo que al revés.
Entonces, un Descartes, un Cervantes, pegaban los gritos de sus devociones en Loreto, en el Escorial, es decir, en Roma. Pero ponían los huevos en ... la Enciclopedia, nacida de esos mismos huevos. Y así ahora: Ortega pone su devoción, su pánico religioso, en el Templo de la Humanidad que es el Parlamento, el Liberalismo y Ginebra. Pero los huevos, los gérmenes, a pesar suyo, tornan al otro lado.
La misión de uno es bien sencilla; dar el grito ahora donde están los huevos. Y seguir poniendo los huevos el acento, el coraje y el valor donde también los gritos. Sin miedo a equívocos ya. Sin terror a la consecuencia. Sin importar a uno la excomunión del peor de los espíritus existentes en España desde tres siglos: el espíritu hipócrita de la urraca.
Mi misión es tan sencilla y alegre que me parece renacer a una vida pura de niño, mirando sinceramente a los ojos leales de mi madre, de mi pueblo. Me parece como en aquel método biológico elemental haber vuelto al más simple texto del alma hispánica: ''dar al César lo del César y a Dios lo de Dios''. Genio de España.
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