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Tema: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil

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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil


    Francia, presa de Israel


    Juan Pujol

    16-I-1937

    Con frecuencia se oye comentar la conducta odiosa que contra España viene siguiendo el Gobierno francés, y por su decisivo influjo una gran parte de la Prensa, así como todas las emisoras de radio de ese país. Es difícil que se llegue a mayor perfidia, animosidad e hipocresía. Si no se supiera que en Francia hay una enorme masa de opinión honrada que nos asiste con su simpatía y considera esta guerra española exactamente como lo que es, una verdadera cruzada contra la barbarie, podría creerse que toda la nación vecina nos aborrece y habría que guardar en la memoria este proceder para cuando la cuenta pudiera ser debidamente liquidada.

    Pero la realidad es que Francia –merced a sus instituciones republicanas y democráticas- ha caído en poder de la organización judeo-masónica que la tiene sujeta, la explota y se sirve de ella para los fines supremos de Sión. Es allí la situación muy parecida a la de España en los últimos cinco años, hasta el alzamiento de todos los patriotas y hombres de bien. Del mismo modo que el sapo de Azaña y su comparsa de monstruos y criminales imponían aquí su voluntad, a las órdenes del judeo-bolchevismo, Francia está bajo la bota de la judería, que es dueña de su Parlamento, de parte de su Prensa, que maneja sus finanzas -¡y de qué modo!- y que por fin ha logrado encaramarse en el Gobierno e impone a un gran pueblo su voluntad.

    No es, pues, el noble pueblo francés el que se ha colocado en actitud de hostilidad contra nosotros. Es la banda judeo-masónica que lo tiene dominado. Y por supuesto la canalla, la chusma innoble de las grandes ciudades industriales, ese tipo de apache, de souteneur de baja estofa, de obrero pretencioso y primario, toda esa fauna abominable que no es específicamente francesa, sino producto de la gran industria, del vicio de las grandes ciudades, del cinematógrafo manejado por los judíos y especial y deliberadamente consagrado a la desmoralización.

    Esa canalla y aquella organización judeo-masónica que opera secretamente no son Francia. Pero desgraciadamente mandan en ella y le imprimen carácter […]

    La nación francesa está en poder de los judíos. Judíos han sido todos esos estafadores como madame Hanau y Stawinsky, organizadores del despojo del ahorro francés, protegidos por las bandas de políticos profesionales. Judía es ya la mayoría del personal gobernante. Y como en este punto no sería suficiente una afirmación de carácter general, he aquí los nombres que Henri Beraud ha dado en un número de Gringoire y que nos excusarán de todo otro comentario:

    Presidencia del Consejo. Gabinete: Señores A. Blumel, judío; Jules Moch, judío; Heilbroner, judío; Grünebaum, judío; R. Hug, judío; señoras Picard-Moch, judía; Magdalena Osmin, judía.

    Subsecretariado de Estado: Señor Mumber, judío. Ministerio de Estado. Gabinete: Señor J. Schuler, judío. Ministerio de Justicia. Gabinete: Señores Weil, judío; Pedro Rodríguez, judío. Ministerio del Interior. Gabinete: Señores Bechoff, judío; Salomón, judío; Cohen, Salvador, judío. Ministerio de Hacienda. Gabinete: Señor Weil-Raynal, judío. Instrucción Pública. Gabinete: Señores Marcel Abraham, judío; J. J. Moerer, judío; E. Wellhof, judío; Adriana Weil, judía; S. Chaskin, judía. Economía nacional. Gabinete: M. J. Cohen, Salvador, judío. Marina mercante. Gabinete: Señor Gregh, judío. Agricultura. Gabinete: Señores R. Lyón, judío; R. Kiefe, judío, R. Veil, judío. Correos y Telégrafos. Gabinete: Señores Didkowsky, judío; H. Grimm, judío. Trabajo. Gabinete: J. F. Dreyfus, judío . Sanidad. Gabinete: Señores Hazemann, judío; A. Rozier, judío: M. Wussler, judío. Educación Física: Señor Endlitz, judío …

    Sin olvidar, por supuesto, que el propio León Blum, presidente del Consejo, es un judío de origen alemán, como la nauseabunda Margarita Nelken. Pues toda esa banda que es indudable que obedece las órdenes del sanedrín supremo de la judería, que es la que ha facilitado por medio del capitalismo judío internacional el dinero a la Rusia de los Soviets y que en ese desgraciado país tiene ahora establecida su dominación sobre ciento cincuenta millones de esclavos, esa banda que ampara en Francia a los estafadores como Stawiski y está dispuesta a llevar a Francia a la ruina si con ello sirve los designios del supremo y secreto organismo judaico, es la que envía armas y municiones contra los españoles patriotas, a los rusos que pelean en nuestro suelo; la que desfigura el rostro de la Francia auténtica, haciéndola aparecer como una nación pérfida y criminal, servidora de la barbarie judeo-bolchevique. Es la que actúa de cómplice de los ladrones del oro español, de las joyas, de las riquezas muebles extraídas de España por el pillaje y el saqueo de la granujería internacional. Una terrible banda de parásitos, caídos sobre Francia hace mucho tiempo, apoderados de gran parte de su Prensa, operando allí con más destreza y sutileza, pero con el mismo fin de dominación que en Rusia. Hasta que ya creen que la cosa está madura y se quitan la careta, mediante la organización del golpe comunista, cuyos prolegómenos se parecen a los antecedentes de la actual situación española.

    ¿Tendrá Francia la decisión, la voluntad, de librarse de esa canalla? ¿O corroída en gran parte por la molicie, por las ventajas del confort material, por el descreimiento religioso, por la burla de los valores del espíritu distintos de la vanidad personal, se dejará definitivamente someter a la esclavitud israelita? Porque eso es lo enorme: que los franceses se hayan pasado medio siglo obsesionados para recuperar dos pequeñas provincias perdidas y ahora lo estén para rechazar una eventual invasión de sus vecinos del Este, y entre tanto se hayan dejado ocupar por infiltración, dominar, y se hallen a punto de ser esclavizados y por el más inmundo y más duro de los invasores.

    Juan PUJOL



    Última edición por ALACRAN; 04/12/2020 a las 17:48
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

  2. #2
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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil

    Autoridades y libertad

    21-I-1937

    No puede ser el genio o la bondad de un hombre, no pueden ser los propósitos generosos de un grupo o de una facción los legítimos creadores de la esperanza: Portugal, consciente de su propia realidad, tiene que salvarse por sí mismo, por la coordinación y armonía de sus valores seleccionados. Ante la existencia permanente de los grupos de población y territorio, agregados orgánicos, verdaderas células vivas de la nación, el individualismo político es una ofensa, una tiranía y una contradicción”. (“Aula Regia”, por Hipólito Raposo).

    Estas palabras del ilustre pensador portugués, al poner de relieve, una vez más, la traición del siglo XVIII y la estupidez del XIX, traen a primer plano un problema que, si interesa a la nación vecina y hermana, es en España de una vitalidad rotunda y apremiante: el de la conjugación de la unidad patria con la diversidad regional. Problema descentrado a lo largo de muchos lustros por la interferencia política y envenenado siempre por el patriotismo deformado a capricho de quienes, desde los puestos de mando de los partidos, tenían por turno que asaltar o defender el baluarte de unos intereses privados que se esforzaban en hacer coincidir con los intereses nacionales.

    No en balde guerreamos nosotros ahora contra todos aquellos artificios de la voluntad política, que al situar al individuo en la base de la sociedad, hacían a ésta creyente o escéptica, según las urnas diesen el triunfo a conservadores o a liberales; constituían la Familia, no como célula de la Nación, sino como simple agregado numérico, daban al Ayuntamiento un valor electoral y veían en la Región un sistema coactivo para operar sobre el Poder central con el arma que la democracia ponía a su alcance.

    Por todo esto, la misión de la España auténtica no estriba tan sólo en poner un digno remate a la victoria militar, sino también en darse a sí misma una estructura espiritualista, reorganizando la Familia como asociación de personas; el Municipio, como reunión de familias agrupadas profesionalmente, y la Región, como elemento de solidaridad suma de los anteriores, en cuyo contraste con las otras regiones se encuentre, precisamente sin coacción alguna, el secreto de la Unidad patria.

    Porque, ¿qué duda cabe de que bajo los pliegues de la bandera común de una guerra de Religión, los españoles luchamos hoy por una interpretación de España, que para los unos lleva consigo, como factor primordial, un credo histórico y tradicional; para los otros, un Estatuto de justicia social compatible con el vigor de la nación y la felicidad legítima del mayor número de hijos, y para los de más allá, esa orquestación de libertades regionales municipales, personales y corporativas, sin las cuales no es posible partir para una obre de reconquista del poderío y de la virtud pasada?

    Y si de nuestro bando pasamos al contrario, ¿qué observaremos? Allí, el denominador común es la anti-Religión y el materialismo histórico, político y económico, y por estar todo tocado de los más groseros errores, lo está hasta esa aspiración de libertades regionales que se convierten en secesionismo, seguramente alentado por factores extranacionales, pero que tiene tanta fuerza local que los partidos obreros han de buscar su alianza para poder actuar revolucionariamente en sus respectivos dominios. Y que es este el “caso de España”, lo prueba la más alta jerarquía de nuestra iglesia, el ilustre cardenal primado, quien ha dado este mismo título a un escrito reciente al que pertenecen las siguientes palabras: “El verdadero caso de España sería este: Que dentro de la unidad intangible y recia de la gran Patria se pudieran conservar las características regionales, no para acentuar hechos diferenciales, siempre muy relativos ante la sustantividad del hecho secular que nos plasmó en la unidad política e histórica de España, sino para estrechar, con la aportación del esfuerzo de todos, unos vínculos que nacen de las profundidades del alma de todos nuestros pueblos “.

    ¿Qué esto no lo podrá conseguir sino un poder autoritario continuo? ¿Qué nunca podrán llegar a esta meta nacional ni el cesarismo, ni mucho menos, la anarquía? Conformes. Solamente lo logrará, al ser instaurado, ese símbolo viviente de todas las fuerzas morales que representan la trayectoria espiritual de la Patria y para el cual no existe el temor, señalado por Raposo en su libro, que puebla de fantasmas las vigilias de los curanderos de la Democracia “y que solamente pueden mantenerse en su falsa posición, ya como tiranos, ya como funámbulos”.

    Justicia social, como la preconizada por el generalísimo Franco, pero también autarquías regionales, como las que sueña el cardenal primado, y franquicias corporativas y personales: esto es, justicia social de arriba abajo. Y que, como dice el propio Primado en su magnífica carta al presidente de Euzkadi, ya que “la Historia ha fallado sobre un momento de alucinación de nuestra vida política que ha llevado a España al borde del abismo”, que nos sirvan los yerros del pasado para establecer una Patria en que exorcizada la libertad, puedan las libertades traernos el aliento de un pasado en que fuimos alegres, justos y poderosos.

    EL MARQUÉS DE QUINTANAR

    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil


    EL TIEMPO ES NUESTRO ALIADO


    21-I-1937

    No sabemos exactamente si la guerra será corta o larga. Por la suma de elementos acumulados del lado de los rojos, no es temerario inclinarse hacia la segunda hipótesis. Y, en todo caso, siempre será preferible estar apercibidos a soportarla y afrontarla durante mucho tiempo, porque si la realidad viene a resultar lo contrario, en nada nos habrá dañado haber estado preparados para la peor eventualidad.

    Con ese genio militar de Castilla –que es, por igual, el de Aragón, el de Navarra, el de todas las comarcas sumadas al alzamiento nacional-, ya el pueblo había mostrado pensarlo así. Se instala en la guerra como en un estado habitual. A la vera misma de los grandes cañones, yo he visto proseguir sus labores agrícolas a los campesinos. Labrada y, donde es época de ello, sembrada la tierra. Las tareas cotidianas continúan. Y mientras del lado infernal, donde imperan judería y la canalla del universo aliadas, surgen los clamores del hambre por la falta de cuanto es elemental para la vida, y escasea el pan, y no hay carne, ni azúcar, ni patatas, ni carbón, es una gloria ver los campos de nuestra zona, sumidos ahora en la melancolía invernal, pero bien dispuestos ya para las epifanías de la primavera. Muchas veces, en estos caminos viejos mencionados en el romancero, veo las hileras de carretas cargadas de remolacha, que van a las fábricas azucareras. Pacen en las umbrías y entre los encinares las vacadas y los rebaños de ovejas. Hay humo en todas las chimeneas aldeanas. Un amigo que tiene intereses en nuestras colonias del África Occidental, me dice que de allí nos vendrá no sólo todo el cacao que necesitamos para nosotros, sino mucho sobrante para exportar; y que precisamente este año está subiendo de precio, por lo que esta partida de nuestros productos compensará en cierto modo las que de otras tengamos que importar. También de esas colonias podremos traer y traeremos cuanto café hace falta. Que nos sobra trigo, lo sé, por habérselo oído decir al locutor de una radio roja de Barcelona. ¿Cómo puede la España de los monstruos sostener una larga contienda con nosotros, una vez que haya agotado –y es mercancía que se agota pronto- la riqueza robada y no reproducida, el oro que no fructifica, las joyas que se venden una vez, pero que no pueden sembrarse y cosecharse anualmente?

    Error profundo el de Indalecio Prieto que, como buen judío, tenía la superstición del oro atesorado en el Banco y daba por cierto que con él nos vencería. Pero si en la zona donde, al menos parcial y nominalmente, gobierna, no se trabaja y no se produce; si hay que comprar el pan, la carne y las patatas, el azúcar y el carbón, la lana y el algodón para alimentar y vestir a doce millones de seres humanos durante muchos meses, ¿cuánto va a durar ese oro, comprometido y casi agotado para las necesidades de la guerra? Y es evidente que nadie quiere trabajar allí. ¿Para qué? ¿Para que se le incauten de las cosechas? ¿Para que si se las dejan recoger y son abundantes, luego se le maltrate y despoje en concepto de rico, como hacen en Rusia con los kulaks; es decir, con los campesinos medianamente acomodados? Y de otra parte, ¿qué obrero del campo o industrial querrá trabajar con gusto en las tareas de siempre, pero más horas y con más dura disciplina, cuando creía llegado el paraíso marxista, la era de vivir sin penar sobre el surco o la máquina? Lo que quiere la mayor parte son aventuras productivas, holganza y fusil a retaguardia, rapiña y orgía, gastar y no producir. Decirles ahora que tiene que volver a lo de antes, sino que con más dureza, mientras los jefecillos dilapidan el dinero robado y van y vienen en los automóviles que quedan, ¿cómo puede agradarles? Y así, en realidad, nadie trabaja allí, sino en los campos cercanos a nosotros, donde se tiene la certeza de que la cosecha será recogida en paz y en gracia de Dios.

    Cuando en estas horas de ansia y de espera sintamos que la impaciencia –bien humana y legítima y patriótica- comienza a atormentarnos en silencio, pensemos que el tiempo, en absoluto, está de nuestra parte y contra nuestros enemigos. Y que infinitamente más que el oro acuñado o en barras, vale como riqueza económica el orden, que permite a un pueblo laborar y producir cuanto le es indispensable. Ese oro robado a España –dos mil quinientos millones de pesetas aproximadamente- no es nada en relación, por ejemplo, con lo que han aumentado de valor las tierras y los bienes inmuebles de toda nuestra zona. Hace seis meses, nada o casi nada valían prácticamente. Nada valen a esta hora las fincas de Madrid, mientras nuestros soldados no lo ocupen. Nada las mejores propiedades de Cataluña. Pero aquí donde el orden impera y está garantizado el derecho de cada uno, esos bienes tienen actualmente un valor positivo de que hace medio año carecían, y que en conjunto se cifra en muchos miles de millones. Pues esa diferencia irá acentuándose día por día, y si apenas transcurridos cinco meses de guerra ya están desesperados en las grandes ciudades enemigas por la falta de alimentos y de combustible, considérese lo que ocurrirá a medida que esta situación se prolongue. Esa fauna de los suburbios de las grandes ciudades que forma el gran núcleo de nuestros adversarios, hez de los barrios industriales, roída de vicios y de rencores, alejada de la naturaleza y de Dios, va a aprender a su costa lo que vale y significa el campesino de la España rural, el hombre austero y sobrio que ahora está trabajando la gleba, mientras con el fusil sus hijos la defienden.

    Juan PUJOL

    Última edición por ALACRAN; 04/12/2020 a las 17:55
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

  4. #4
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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil


    Eugenio Montes


    Ejemplos al revés

    (22-I-1937)

    El arma predilecta del enemigo, la única que quiere y sabe manejar, no es el fusil, ni la ametralladora, ni el cañón, sino un gas asfixiante, corruptor y corrompido que por donde va, va envenenando el aire: la mentira.

    El heroico general Queipo de Llano denuncia cada noche, con la ira justa de su temple hidalgo, esa sistemática transgresión de la verdad por parte de los rojos. Y la denuncia, por insistente que sea, nunca será excesiva. Porque hay muchos a quienes el Señor dio ojos, pero no saben ver, y se dejan empañar la mirada poco a poco por la niebla espesa y amarillenta que los bolcheviques forman con el vaho de sus envidias, sus resentimientos y sus potentes impotencias tristes.

    Primero ha sido la plebeya fiebre comicial, origen de las peores decadencias. Pues democracia y oratoria son casi lo mismo, exclamó Hobbes cuando ya Europa comenzaba a perder el sentido, a adorar flatus vocis y a encandilarse con sofismas. Después vino la insidia constante de la Prensa, que al recodo de cualquier noticia segregaba una pequeña calumnia, babeando lo noble, lo elevado y lo perdurable, invirtiendo las tablas de la ley y los valores hasta hacer creer que lo tonto es lo inteligente, el mal es el bien, lo jorobado es lo bello y el profesional de la confusión es el profesor intelectual, el que profesa el entendimiento. Y por último, para más ancha difusión de falsedades, ha utilizado, más que ningún otro medio, la radio, cosa natural en el Enemigo, pues ya decía el Apóstol que el diablo entra sobre todo por los oídos, y la esencia de la revolución es literalmente luciferina. Así el proceso revolucionario se identifica cada vez más con la perversión, hasta el punto de que se es perverso en la medida que se es marxista, y viceversa: se es marxista en la medida que se es perverso. Por eso tenía que concluir sovietizando el pervertido e invertido André Gide, y como él sus torpes remedos españoles Angel Ossorio y Bigardo, Rafael Alberti, desangelado rebelde, y el mosquito José Bergamín, que comenzó por hacer diabluras para terminar por ser demoníaco partidario del mal por el mal, poseído hasta las entrañas –hasta sus malas entrañas- por el Maligno.

    De este modo están endemoniados, con las serpientes en el alma y en el cuerpo, retorciéndose y devorándose a sí mismos, comiéndose, monos de imitación y revolución, la cola. Devorándose a sí mismos, porque no tenían hambre y sed de verdad, sino hambre y sed de mentira.

    El que tiene hambre y sed de verdad se magnifica y eleva. La verdad tiene tal grandeza objetiva, tal grandeza cósmica, que agiganta a quien se le aproxima. En cambio, la mentira empequeñece al mentiroso, y no dejándose desmenuzar, desmenuza a quien por ella es poseído. Por eso los mentirosos, los perversos, se reconocen en su impotencia de hacer cosa alguna de ancho aliento, un poema épico, con trote de paladines y de estrofas; una arquitectura lírica capaz de sustentar el firmamento; un plan con razón de Estado; una metafísica de gran estilo o una abarcadora agustiniana, síntesis histórica. En vez de hacer poesía hacen poemitas; en vez de un mundo divino, hacen diablos mundos o diablos mundillos; en vez de un Estado, hacen jarana demagógica; en vez de hacer Filosofía, aforismos; en vez de “grande y general Historia”, hacen historietas, chistes, chismes, malicias.

    Con todo ello se va progresivamente al caos, es decir, a la disolución de lo inteligible y lo inteligente. De tal manera los intelectuales mentirosos, los cultivadores de la paradoja, los sofistas, han ido llevando a España al caos y llevándose a sí propios hasta pudrir y consumir su inteligencia.

    Hay que ver, o hay que oír por la radio, los romancillos de Rafael Alberti a mayor gloria de los milicianos, para comprobar cómo el comunismo es una musa al revés, musa de pervertidos o invertidos, que enarena de prosa, de fealdad y desierto, el ánimo poético, donde un día hubo oasis, música de aguas y rosas frías patinadoras de la luna. No; esa no era, es cierto, poesía aristocrática, pues le faltaba el soplo ardiente de Dios, zarza profética y auténtica raíz de tierra y patria, surco, espiga, labranza y camposanto. No tenía virtudes señoriales y populares, profundas en lo eterno, y sí, en cambio, vicios de señorito o señorita. De señorito del barrio de Salamanca, que ve el Guadarrama desde el punto de vista del esquiador y no con la mirada del amor, como aquel arcipreste bien garrido que la corrió a lomos de mula, a la grupa, la Edad Media. Para Alberti no ha existido jamás el drama cósmico, nacional y aldeano de la lucha entre un tallo que quiere subir madurando en fruto y el viento regador que pugna por abatirlo y tronchar su rendimiento. Ignora siempre por igual las fuerzas ciegas de la naturaleza y las claras angustias defensivas de la cultura. Pero aun así, ignorándolo todo, sin letras y sin sangre, su poesía de poetiso era bonita, y porque era bonita no era plebeya. Si no palpitaba en sus versos un corazón tembloroso de noche y de infinito, tampoco esa epidermis lírica, tan débil, se sarpullía de granos, reventando en pus.

    Bastó, no obstante, que isidro en Rusia, se aturdiese con la tesis marxista del materialismo histórico, para que ya de sus versos se alejara la gracia fugitiva, embarullándose en charanga arrabalera la armonía inicial. Es que la poseía únicamente tiene sentido bajo la música pitagórica de las esferas y el cielo sereno, plateado, de Fray Luis, con un orden de números platónicos. Y ese orden sólo se percibe amándolo, y sólo regala su llovizna de coros evangélicos si el alma del poeta es armoniosa –ordo est amoris-, en paz con Dios y con Satán en guerra.

    No hay, pues, contra lo que creía o fingía creer el aturdimiento romántico, ninguna especie de satanismo poético, ni flores del alma ni hermosura o vida en el desorden. El satanismo es prosaico y el desorden afea y es mortal. Quien lo cultiva perece como ser de espíritu, o pervive en un infierno bolchevique, donde, por hambre y sed de mentira, se condena dantescamente a no saciarse nunca de crímenes y horrores y a horrorizarse de sí mismo, arrancándose los ojos para no verse, de miedo a la verdad.

    Pero aun así Goethe advierte que ni el endemoniado ni el demonio pueden realizar, como desearían, el mal absoluto. El grandioso símbolo de Fausto nos consuela con optimismo generoso y cierto al decirnos que Lucifer, agente directo del Socorro Rojo, es agente indirecto de alegría. Su ejemplo triste y recto prevalece sobre su torcida intención. Él quisiera perdernos, pero nos salva con su propia pérdida. Así, estos pobres diablos españoles, con su ejemplo y su suicidio, han contribuido y contribuirán aún más en la memoria del futuro, a salvar una generación que aprendió, escarmentando en mala cabeza ajena, a distinguir la inteligencia auténtica de la falsa. Generación que, un momento incierta, ahora ha encontrado la hermosura de la norma: y la certidumbre en la mentira: y en la guerra, la paz.


    (ABC, 22-I-1937)

    Última edición por ALACRAN; 15/12/2020 a las 18:14
    Kontrapoder dio el Víctor.
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

  5. #5
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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil

    Comentarios

    24-I-1937

    Hace ya algún tiempo ocupábamos unas líneas de estas páginas en aportar razonamientos a la afirmación de que no es guerra civil, sino de independencia, la que en España se está librando. Hoy no hacen falta ya razonamientos para comprobar ese carácter primario de esta gloriosa lucha. Los hechos lo han comprobado absolutamente. Pero se nos figura que no es inútil subrayar otras enseñanzas, hondamente alentadoras, que se derivan de los caracteres de los acontecimientos; los acontecimientos que deseaba el espíritu vidente y generoso de Eugenio Montes, cuando, en ocasión solemne, increpaba al conformismo egoísta de los incrédulos en la vida de España, con estas elocuentes palabras: “Se conforman con que no acontezca nada; pero España debe acontecer, debe ser un continuo acontecimiento universal. Y debe serlo porque puede serlo”.

    El deseo del vidente se ha cumplido. España, esta España tan escasamente estimable para los sapientísimos maestros de la famosa generación del 98, ha vuelto a ser un acontecimiento universal y con todas las características de su gran tiempo. Ni siquiera falta el detalle de tener enfrente a Francia. Como en los gloriosos tiempos de la contrarreforma, la mano hidalga y heroica de España, sin reparar en sacrificios, levanta la bandera de la civilización cristiana y cierra intrépida contra sus enemigos.

    ¿Cómo habían de sospechar esto los sapientísimos varones que se han llevado siglo y medio convenciendo a los españoles y al mundo entero de que España debía resignarse a “durar”, ya que era incapaz de otra cosa, en el concierto de las naciones modernas, todas, todas, infinitamente superiores a ella?

    Acaso lo pensaban así, midiendo el alcance de su estatura con la de sus maestros del lado de allá de los Pirineos. Porque la verdad es que ninguno de los astros de primera magnitud que en el siglo XIX formaron la plana mayor de la intelectualidad desprestigiadora de España, han logrado ser tenidos en cuenta por sus congéneres extranjeros, en virtud de la aportación de alguna novedad mental, ni en sus escuelas, ni en su política.

    Sin embargo, la España que despreciaban influyó siempre en Europa. Influyó e influye. Vitoria conserva aún en el mundo del pensamiento, y entre los pensadores del mundo, la jerarquía que conquistó a la cabeza del Derecho internacional. El Concilio tridentino, uno de los más grandes y decisivos en la Historia, fue casi enteramente español. Aun en la última centuria, de la influencia y altura que, en el pensamiento europeo de sus escuelas, lograron mentalidades como Balmes, Donoso y Menéndez Pelayo, a la de Sáinz del Río, Giner y sus discípulos, en las suyas, hay un abismo. El que media entre la nada y las cantidades positivas.

    Y esa España que ellos despreciaban, por creerla muerta, es la que se ha puesto en pie y encuentra, como entonces –ya lo hemos dicho-, enfrente a Francia y hasta del mismo modo. (…)

    Pero, como entonces, España no ceja ni depone su actitud. La actitud de siempre. Sólo dejaría de ser España si la depusiera. De pronto, por ser España, por no haberlo dejado nunca de ser más que en la apariencia –la apariencia que lograron los malos hijos de España y que sólo a ellos engañó-, es por lo que súbitamente se encuentra de nuevo en su puesto. En el corazón de la Historia Universal. Acaso el caudillo no aspiraba a tanto de un modo inmediato; se proponía sólo limpiar a España de la lepra marxista. Pero con las costras de esa lepra se ha arrastrado todo lo que desfiguraba y tullía a España, y se ha puesto en pie, limpia y vigorosa. El fenómeno ha concitado a sus enemigos de siempre. Se explica lo que ocurre. Pero es tarde para impedirlo. Por fortuna ya aconteció, y España vuelve, como siempre, a ser “un acontecimiento universal”.

    J. LÓPEZ PRUDENCIO


    Última edición por ALACRAN; 15/12/2020 a las 18:23
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil


    Los buenos y los malos vascos


    30-1-1937

    Los hay buenos: excelentes patriotas, españolistas ejemplares. Asomaos a San Sebastián y a los pueblos más importantes de Guipúzcoa y los encontraréis sinceramente contrariados por la monomanía suicida de sus paisanos, los llamados nacionalistas. Si os asomáis a la Historia contemporánea los hallaréis a millares de millares.

    Las dos guerras civiles llamadas carlistas, por haberlas iniciado un Carlos V y un Carlos VII, pretendientes al Trono, que ocuparon Isabel II y Alfonso XII, no fueron sino vesánicas manifestaciones de exaltación españolista. Los unos, como absolutistas; los otros, como liberales, sentían el mismo impulso patriótico, romántico si se quiere, pero tan hondamente sentido, que les llevaba a afrontar la muerte.

    Como intermedio de las dos guerras hubo una tercera, en la que se ventilaba cuestión de honor nacional.

    A esta guerra, llamada de África [1859-60], por ser allende el Estrecho donde surgió el choque, acudieron los Tercios Vascos y se cubrieron de gloria por su bravura y santo amor a la madre Patria.

    Existían entonces Fueros; lo que no había era “bizcaitarrismo”, ni había surgido aberración humana de los Sabino Arana, Aguirre, Irujo y Monzón.

    En las guerras civiles culminaron figuras guerreras como los carlistas Zumalacárregui, cabrera, Dorregaray, Lizárraga y liberales como Moriones, Loma, Concha, Jovellar…, y es bien consignar que todavía no se ha hecho historia completa ni plena justicia a una institución militar guipuzcoana, el Cuerpo de Miqueletes, modelo de valor y disciplina, que tuvo jefes llamados Olazábal, Arnao, Arana (Juan), Urdampilleta, algunos de ellos condecorados varias veces con la Laureada y todos con ejecutoria de verdadero hispanismo. Llegué a conocer a alguno de estos héroes; no oía a ninguno hablar de Vasconia libre, ni profanaron sus labios con algún “Gora Euskadi askatuta”. En cambio, he oído en una reunión pública y al aire libre discurrir a título de prohombre de la principalía nacionalista a quien al ponderar las excelencias del suelo guipuzcoano afirmaba que la sabia naturaleza había tenido a gala colocar un río caudaloso al lado de poblaciones industriales como Tolosa, Vergara y Azpeitia, para mover las máquinas y telares de sus fábricas.

    Entre los oyentes y creyentes de las luminosas predicaciones como la mencionada, los hay hombres de buena fe, de cierta cultura, que confunden la bondad de una máxima con la sagacidad de una utopía.

    En la tarde del día 20 del pasado septiembre conversaba yo en el paseo de la Alameda de Deva con D. Ramón Idaeta, dueño del mejor hotel de aquella villa y del también mejor de Vergara, de cuya población era vecino, destacado por su posición social y muy especialmente por las bondadosas cualidades de su carácter de buen cristiano, de hombre honrado, trabajador y caritativo. Afiliado por sentimentalismo al nacionalismo platónico, defendía así la justicia de su causa: … “por eso creo firmemente que desear el régimen foral no es apetecer la separación de estas provincias de las del resto de España. En el seno de la mejor familia puede haber hijos de diversas ideologías y hasta de muy distintas capacidades, profesando uno ideas liberales y otro, carlistas y convivir un sacerdote y un militar, un ingeniero y un médico; pero si surge una amenaza o un peligro para la madre… ¡se acabaron las diferencias! Todos los hijos se unirán como un solo hombre para defender a la santa madre”.

    Aquel honrado Ramón Idaeta, la misma noche del día en que así hablaba cayó asesinado delante de su hotel, junto a un pariente al que tenía encomendada la administración de su industria.

    ¿Qué falta o delito podía imputarse al buenazo de Idaeta? ¡Horrendo!, según puede verse: Días antes, un grupo de forajidos había llevado a San Sebastián al capitán de Ingenieros Luis Sierra, pundonoroso militar, que pronto fue fusilado en la capital guipuzcoana, y si digo que villanamente asesinado no se reirá el diablo de la mentira. La familia de la viuda, varios niños y una anciana madre, parientes de Ramón Idaeta, fueron piadosamente recogidos por éste en su hotel, y sin duda esto no sabían ni podían perdonarlo los bandidos comunistas y sus dignos aliados, los nacionalistas. En la noche mencionada, un grupo de criminales fue al hotel hizo salir al dueño y su allegado, sobre los que dispararon sus pistolas los “valientes” defensores de la anarquía y de “Euskadi askatuta”. ¿Vengaron éstos el asesinato de su excelente correligionario?

    Ni siquiera asistieron a la conducción del cadáver a Vergara. Así de piadosos son también los hoy vasallos de Aguirre, el ridículo presidente de la todavía más ridícula República de “Euskadi askatuta".

    AEMECE

    Última edición por ALACRAN; 15/12/2020 a las 18:35
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil


    No hay motivos


    30-I-1937

    Nadie duda, ni entre nosotros, y seguramente ni entre los enemigos –sean los que quieran sus esfuerzos para ocultárselo a sí mismos- de que España ganará la guerra contra el marxismo invasor. Sea el que quiera el número de combatientes que Rusia y sus aliados pongan frente a España, sea la que quiera la cuantía y la calidad de los medios combativos que el oro robado acumule, todo será impotente para vencer la fuerza arrolladora con que España cuenta en esta ocasión: la fe firme, inquebrantable en su destino, que profesada por el caudillo ha incendiado los corazones de sus huestes, haciendo de cada soldado un héroe y de cada ciudadano de la retaguardia una fortaleza inexpugnable, dispuesta a todos los sacrificios menos al rendimiento. Este es un hecho tan patente que no necesita razonamientos para su demostración.

    En lo que no es tan unánime el convencimiento es en otra cosa. La guerra se ganará, nadie lo duda. Pero no basta ganar la guerra para que la victoria sea completa y, sobre todo, definitiva. No se lucha sólo contra el enemigo que combate en los frentes, se lucha –y esta es la lucha más difícil- contra la España –o mejor dicho- la anti-España anterior a la guerra y que acabó por encender la guerra. Aquella anti-España, ya vieja en años, de siglo y medio de existencia que había logrado sobreponerse a la España verdadera. ¿Resucitará, mejor dicho, resurgirá la España auténtica en la postguerra con el mismo vigor, con la esplendorosa energía que ha resurgido en los campos de batalla? Siglo y medio de corrupción, de abyecciones democráticas y parlamentarias, de falta de fe en sí mismo y en Dios, ¿podrán borrarse con la esponja de la victoria, sin que quede una costra de lepra tan antigua y tan arraigada? Así discurren los espíritus temerosos y desacostumbrados a deambular por los caminos de la Historia, y aun a estudiar en escondido y elocuente fondo de los acontecimientos que se desarrollan a su vista.

    En estos acontecimientos está ya en parte la respuesta. Esa España maltrecha, trabajada por tantos años de corrupción, de escepticismo, ¿no ha logrado a la voz de un caudillo que le supo inspirar fe, sacudir sus lacras y levantarse, limpia y heroica, para asombrar al mundo con esta nueva gesta, tan cuajada de abnegaciones, de sacrificios y de virtudes como las de sus más gloriosos días? ¿Creería alguien –adoptando el criterio de los vacilantes-, creería alguien hace quince años o hace cinco la posibilidad del acontecimiento que presenciamos?

    Para juzgar de lo que es capaz un pueblo hay que mirar lo eterno, lo permanente de su ser, que permanece inmutable bajo el bullir de las vicisitudes de los tiempos. El que mirase con ese criterio superficial a Castilla y a Aragón en los días de Enrique IV y de don Juan II, ¿podría sospechar que con la misma generación en pie esos dos pueblos constituirían pocos años más tarde la nación que con los Reyes Católicos asombró al mundo por su grandeza, por su poderío y… ¡por sus virtudes!?

    Era que debajo de las vicisitudes corruptoras de los tiempos palpitaba, pura y fuerte, el alma de la Castilla de Fernando III y del Aragón de Jaime I y de Pedro el Grande. El cetro de Isabel y de Fernando limpió la costra de las abyecciones y se levantaron y se unieron aquellos pueblos gigantes.

    El caudillo de hoy, con su acendrada fe en España, con su fe en Dios y con la intuición de su genio, ha descubierto el secreto con que se obran esos milagros, y lo ha utilizado y lo está utilizando con esforzado valor y con genial destreza. No sólo sabe lograr la victoria, sino que sabe consolidarla y hacerla fecunda. Para esto se necesita que, además de limpiar a España de los enemigos que intentaron hacerla desaparecer del mundo como nación, se mate en ella definitivamente el morbo corruptor que hizo posible el advenimiento del peligro que conjuró la victoria. Y esto se logra “sólo cuando se enciende una nueva fe en las antiguas verdades y se emplea una actividad enérgica en la supresión del desorden que se convirtió en norma fija”, como ha dicho Landsberg.

    Los hechos y las palabras del caudillo revelan cómo va recto por el camino que conduce a ese fin. De la posibilidad de lograrlo, como hemos visto, nos habla la Historia. De la energía y firmeza de voluntad de que dispone el caudillo nos documentan elocuentemente los hechos. No hay, pues, fundamento alguno para morbosas inquietudes.

    J. LÓPEZ PRUDENCIO


    Última edición por ALACRAN; 21/12/2020 a las 20:35
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil


    ARMADA HASTA LOS DIENTES


    31-I-1937

    El ideal pacifista es la ambición más noble, la más humana y natural. Así, la intención religiosa propone para los muertos un eterno descanso en una eterna paz. Bien; pero también dice la voz religiosa que la vida es una milicia. Y si esto es exacto para las personas, lo es muchísimo más para las naciones. Una solterona inglesa filantrópica, un hebreo con oficina abierta en París o uno de esos jóvenes que hacen pinitos de sabiduría en el Ateneo, pueden, si quieren, asegurar que la paz universal es un programa factible de realizarse un próximo día cualquiera. Pero nadie que piense de cara a la realidad, cree que eso pueda verificarse nunca. Todo lo más, los políticos de los grandes países harán calurosas demostraciones de pacifismo, y darán las mayores seguridades de que su pueblo respectivo sólo anhela una absoluta paz y de que los conflictos entre naciones se resuelven siempre por medio de conferencias amigables.

    Y mienten. Nadie cree en las conferencias, porque todos los que no son lerdos saben que esas cosas tienen el mismo valor que la carabina de Ambrosio. Todos están convencidos de la razón con que exclamaba nuestro cardenal Cisneros: “Ahí están mis poderes”. Y mostraba en la plaza, en buena formación, unas magníficas compañías de soldados, con su conveniente adición de cañones. Por tanto, todos procuran armarse hasta los dientes, convencidos de que la paz es una gran cosa, pero a condición de que no sea lograda por intermedio de la indignidad, la mansedumbre vil y la esclavitud. Todos se arman hasta los dientes, lo mismo la Rusia comunista que la Italia fascista y que las democráticas Inglaterra y Francia. Porque saben que un país desarmado e inerme, pasa pronto a la categoría de “pueblo de mandato”. O se queda en medio del mundo a solas, sin nadie que le ayude en sus críticos trances y a merced de las más peligrosas inminencias. Que es lo que le ha ocurrido a España en distintos instantes de su historia de los tiempos modernos. Y no es necesario precisar más, ni a días más próximos.

    A Joaquín Costa se le ocurrió la frase que lo expresa todo. “Hay que cerrar el sepulcro del Cid con doble vuelta de llave”. Es decir, hay que hacer de España una nación mansa, que sólo se preocupe de la despensa. Como si España hubiera sido una nación pendenciera y atropelladora. España, al contrario, si ha guerreado mucho, ha guerreado siempre por necesidad, o sea por motivos de su alta jerarquía en Europa (cuando Dios quería), o por imperativos de su función de especie de gendarme de la Fe; o por defenderse, sencillamente. En España no se ha dado nunca el caso de una acción puramente militarista, de vanagloria y de brutal y franca expoliación, como en la Francia napoleónica.

    Después de Costa salieron muchos escritores a repetir su triste concepto, y a renegar del oficio de las armas en nombre de una literatura que había pasado previamente por las capillas internacionalistas extranjeras. Sólo actuando de eco del extranjero puede un intelectual español menospreciar al soldado, porque nuestra tradición literaria está henchida de reverencia marcial. Así, el dulce Garcilaso, con el escudo al brazo y la espada entre los dientes, trepa el primero a la torre enemiga y cae herido de muerte por un peñasco. Como Ercilla, que antes de cantar las épicas hazañas, las realizaba lanza en mano. Y Loyola, al principio, no era ni más ni menos que un soldado valiente. Y Hurtado de Mendoza. Ahí está Cervantes, que al solicitar un empleo civil en las Indias, no se le ocurre presentar una nota de sus méritos literarios; expone, simplemente, sus méritos guerreros y las muchas veces que sirvió a España con la espada, como un buen soldado. En cuanto a Quevedo, numerosas veces repite que el español es por naturaleza soldado, que ha nacido para serlo, y que como tal no hay nadie que le gane.

    ¿Y aquellos mezquinos o absurdos razonamientos que aquí se han manoseado tanto, a propósito de los dispendios militares? “Con lo que cuesta un acorazado se podrían construir mil escuelas…” Pero las naciones que saben y pueden construir grandes acorazados, son precisamente las que más y mejores escuelas construyen. Lo uno sigue a lo otro. Es decir, los pueblos ardidos y vivaces llevan su profundo afán a todas las ramas de la acción y la creación, y son los otros, los pueblos desalentados y tímidos, los que se abandona a la inacción y ni crean fortalezas ni escuelas. La industria de la guerra es la más delicada y especializada; requiere el concurso de cien industrias particulares, crea factorías de obreros selectos, estimula y perfecciona la técnica fabril, mueve el dinero de la nación para derramarse después sobre otras industrias civiles. Crea un plantel de técnicos y expertos. Es lo que le ha faltado a España, y es lo que ahora debe apresurarse a producir.

    Armada hasta los dientes. Así deberá presentarse España ante el mundo para que no vuelva a pasarle lo que le ha pasado. No hay razón para que España no pueda llegar a ser una potencia militar; otros pueblos de poco brillantes recursos económicos lo han conseguido, y en cuanto a espíritu guerrero, el pueblo español le brota, sin necesidad de muchos estímulos. Además de armarse hasta los dientes, debe armarse de inteligencia política, y aquí también, lo uno sigue a lo otro. Es decir, aprender el arte de negociar nuestras amistades, de fingir a tiempo, de amenazar oportunamente, de amagar y aprovecharse a su hora. El arte sutil y supremo de la diplomacia. Pero la nación desarmada y débil no puede emplear ninguna diplomacia; el diplomático necesita, como Cisneros, poder abrir la ventana en el instante preciso y mostrar los cañones apercibidos. Un pueblo débil negocia o trata siempre a pura pérdida; abusan de él; le hacen concertar Tratados comerciales ruinosos, y en último caso faltan a la palabra dada y encima se ríen de él. De estos ejemplos podríamos anotar bastantes en los últimos años.

    Y estos y otros ejemplos habrá que conservar en la memoria, cuando sea el día de elegir las amistades y las alianzas. No olvidar nunca las trastadas, los desvíos y las sucias acciones que nos han hecho, no una vez, sino numerosas veces en el curso de varios siglos. Comprender y convencerse de quiénes son nuestros enemigos naturales e históricos, aquellos que no han descansado hasta suprimirnos de la lista de las potencias europeas y que aun desearían convertir a España en una simple expresión geográfica. No hay más que una política a hacer: la del “sagrado egoísmo”.

    CAPITÁN NEMO
    Última edición por ALACRAN; 21/12/2020 a las 20:46
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil

    La Galería de los Monstruos

    El amigo de las víboras

    31-I-1937

    ¿Qué habrá sido en Madrid del “maestro” Castrovido? Muchos periódicos rojos han caído en mis manos, pero en ninguno he visto su firma: muchos crímenes se han perpetrado en esa infortunada porción de España, que todavía se encuentra en poder de la democracia librepensadora; pero aquella voz gemebunda y sarcástica que siempre sonaba en simulacros piadosos cuando se iba a castigar a algún criminal, no se ha oído ni por azar ahora que su República está exterminando a tanto inocente. ¡Poder de la letra impresa y de la propaganda judeo-masónica! Ambas han sido suficientes para eso, para crear en torno al fariseo una aureola de bondad, que le convertía en una especie de franciscano laico, transido de ternura hacia los desventurados de este mundo. Cuando todos los recursos de la violencia fracasaban, cuando los atentados se frustraban y los delincuentes caían en la red de la justicia y la necedad, en forma de Poder público, no se dejaba por azar cohibir en sus decisiones, siempre quedaba el recurso de que el “maestro” Castrovido hiciera su artículo húmedo de lágrimas en favor del reo, y el de que toda el hampa, que esgrimía la pluma en vez del puñal, se adhiriese en coro enternecido, llena de santa indignación contra los “fanáticos reaccionarios, los jueces y policías de alma inquisitorial, los gobernantes duros e incomprensivos”.

    Y era una lima eficaz su labor roedora de los más sólidos cimientos sociales, su arte oblicuo, humilde y hábil, en el que la falsa piedad alternaba con el sarcasmo y la burla de las instituciones más santas y de las más augustas magistraturas. Ahora, a distancia, se percibe bien la perfección del plan de ataque a que el “maestro” cooperaba contra España. Franciscanismo laico, en el que, lo mismo que en la apariencia física, se revelaba su secreto parentesco racial con el fundador de la Institución Libre de Enseñanza. Los pistoleros y los revolucionarios de acción operaban de frente, reclutando a todos los capaces de violencia. Pero concertadas con ellos, actuaban otras fuerzas más sutiles y venenosas, cuya misión era debilitar por dentro, en lo espiritual, haciéndolas dudar y, al final, tener asco de sí mismas, a todas las reservas vitales defensivas de España: y para esto último se empleaba la ironía contra banderas sacras, contra uniformes, que simbolizaban nuestras virtudes marciales, contra ritos y tradiciones que eran como la memoria de nuestro pueblo. Y en último término, cuando el ataque de frente fracasaba y sobre el atacante iba a recaer la sanción merecida, allí estaba el “maestro” Castrovido, hablando de misericordia, lleno de comprensión para todos los criminales que lo fueran contra España. Llamáranse Nakens o Morral, Artal o Angiolillo, Galán o García Hernández, o Pérez Farrás o González Peña. ¿Cuándo faltó el artículo del “maestro” en demanda de que se les indultara?

    Era una forma especial de la piedad la que mostraba siempre. Recaía sobre ladrones, sobre asesinos, sobre toda clase de malvados enemigos de la sociedad y de la Patria.

    -He aquí un hombre-dije yo algunas veces- que reserva toda su ternura para las víboras.

    Las desgracias y los infortunios de las gentes honradas le dejaban impasible. Lo que al parecer, le conmovía hasta lo más hondo, era la noticia de algún gran criminal iba a ser ajusticiado. En seguida aparecía el “maestro”, con su artículo a favor del miserable, pidiendo el indulto, casi exigiéndolo, con la autoridad ficticia y desmedida que sus innumerables cómplices le habían creado y para tales menesteres le sostenían. Y no era inhábil aquella comedia de generosidad y misericordia ejercida en favor de quienes no podían de ningún modo corresponder a ellas. Alguien que conocía mi convicción de que el “maestro”” era un fariseo, me preguntaba:

    -Pero, en fin, ¿qué va él ganando con eso?

    Nada personalmente. Pues en realidad se trataba de un hombre habituado a vivir pobremente, y que en el orden material no necesitaba ni quería cambiar de vida. Esa era su fuerza. Y ese el aspecto más peligroso de su personalidad dañina. Porque para la plebe esa manera de austeridad, que también practicaban en otro tiempo algunos santones republicanos, era una virtud democrática que le complacía sobremanera. La reputación de Pi y Margall se había fraguado menos por sus libros absurdos que por el hecho de que, siendo ministro, se hacía servir la comida de un modesto café y la pagaba de su bolsillo. La de Giner de los Ríos, por ir y venir los domingos a la Sierra en tercera. Pues el “maestro” pertenecía a esta secta farisaica, de la que salen los revolucionarios más tenaces y más empedernidos. Como a tantos otros, el prestigio de su pobreza voluntaria, de su probidad, de su existencia mísera, utilizábalo en servicio de una causa por la que trabajaba eficazmente: la de la revolución, a la que estaba unido por designio de su raza judía. Los hombres que en el proceso preparatorio y en el desarrollo de las revoluciones ejercen más influjo y hacen más daño son los que tienen reputación de austeros. Eso no quiere decir que no sean los más odiosos, precisamente por su fanatismo. Pues el “maestro” era de éstos. Últimamente se sustituyó en Madrid el nombre de una calle por el suyo. Se llamaba de antiguo la calle del Amor de Dios. Se le puso de Roberto Castrovido. Se completaba así, hasta en perfiles que parecían casuales, el mito del buen apóstol laico, henchido de suavidades y ternuras, cuyo nombre podía reemplazar perfectamente lo que en el viejo rótulo de la calleja legendaria había de religioso y de evangélico…

    Cuando le había observado durante algunos años, atenta y calladamente, sin descubrirle el juego, era una voluptuosidad casi de matemático verle aparecer en el momento preciso –el de la condena del revolucionario, asesino, ladrón, pistolero, salteador de bancos, dinamitero, traidor a España- con su artículo “comprensivo”, al que –con la prodigiosa estupidez característica de la sociedad española en estos últimos tiempos- se sumaban a veces las “fuerzas vivas” de la localidad donde iba a tener lugar la ejecución y que deseaban “evitar a la ciudad un día de luto”. Comedia grotesca en la que actuaban de comparsas las mismas gentes a quienes el excelente fariseo deseaba desarmar para instaurar su sanguinaria República de energúmenos.

    Y ahora que todas las víboras andan sueltas, el “maestro”, que se ha pasado medio siglo afirmando que nadie debía ser no ya muerto, pero ni siquiera perseguido por sus opiniones, calla plácidamente. Ahora ya no hay indultos que pedir ni clemencias que implorar. Los millares de mujeres indefensas y de hombres acusados de disconformidad con su República, pero inocentes de todo acto punible, asesinados por las turbas y por los Tribunales populares, no merecen su misericordia.

    ¿Qué quieren ustedes? La comedia ha terminado. Él no ha aceptado ningún cargo, ni percibido ningún dinero de la terrible orgía. Continuará en su mísera vivienda, como Marat, “el amigo del pueblo”, tomando su café con media, todavía hay quien se lo sirva. Aspirando la vaharada de sangre de esas masas de burgueses de España que contribuyó a maniatar espiritualmente y ahora ve asesinar complacido. Esa era su ambición secreta, y esa es su secreta retribución. Nada pequeña. Junto a él, los bandoleros que se han llevado un puñado de oro y han disparado algún tiro que otro por la espalda, parecen más brutales. Pero infinitamente menos hipócritas, sinuosos y siniestros.

    Juan PUJOL

    Última edición por ALACRAN; 24/12/2020 a las 10:50
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil

    La España que muere y la España que nace

    11-II-1937

    La España que muere, apartando ahora la vista de la canalla más malvada que siendo Gobierno por obra de la violencia y la falsía, asesinaba y robaba y parricida criminal quería que España fuera jardín de Rusia, en su parte menos mala, también mala era porque era amoral, inconsciente frívola y egoísta.

    Porque tenía en su alma estos pecados capitales, gritaba, aunque cuidando hipócrita que sus gritos no tuvieran estridente resonancia, ¡Viva el lujo, viva la alegría, gocemos, no tengamos miedo a nada ni a nadie: el bolcheviquismo no vendrá, no puede venir!

    Pensaba y a sus pensamientos ajustaba sus obras: España es una balsa de aceite; cumplamos lo que preconizaba Guizot, procuremos ser ricos y después que lo seamos no importa el origen, es igual que lo seamos por herencia, lotería o por robo; en los mostradores de los comercios no preguntan cómo la moneda se adquirió, lo que sólo hacen es sonarla, y siendo legítima, igual vale la que se adquirió por trabajo, como la que se adquirió por latrocinio: siendo ya ricos, a gozar, a divertirnos; por hacerlo no perdemos respetabilidad ni prestigio (…) procurad cuando vuestro hijo os pida consejo respecto a la elección de esposa, ajustaros a lo que dijo el gran orador y hablista don Francisco Silvela, el de la daga florentina, al que le hiciera igual pregunta: “Le aconsejo que su hijo se case con la hija honesta y cristiana de un padre algo ladrón”.

    Así era, tenemos que decirlo aunque nos duela y nos perjudique, porque a casi todos nos alcanza alguna responsabilidad, en la hora que corre ascética y austera y también triunfal y alegre, porque tras los dobles de agonía se escuchan los sones de aleluya; así era la España que muere, la de los dos bienios que Calvo Sotelo llamó el bienio rojo y el bienio estúpido, heredera, porque lo que se hereda no se hurta, de aquella otra España de 1898, a la que Benavente llamó “La ciudad alegre y confiada”, y que por serlo llenaba la plaza de toros de Madrid al tenerse noticias de la tragedia de Cavite y enarenaba la calle de la casa donde agonizaba Frascuelo, el gran estoqueador, viendo al propio tiempo indiferente morir a aquel Méndez Núñez gloriosísimo que realizó la más épica de las hazañas que registra la Historia Universal atacando de frente en la mañana del 2 de mayo de 1866 las fortalezas del Callao, después de decir a los almirantes francés e inglés que lo escucharon admirados: “Tenemos puntos por donde atacar al Callao sin que nos mortifiquen los tiros de sus fortalezas, pero es menester que el mundo sepa que presentamos nuestros pechos al peligro para combatir con la nobleza que se alberga en los corazones españoles. Arrollaré cuantos obstáculos, sean los que fueren, encuentre en mi camino. España preferirá que su Escuadra, toda su Escuadra quede sumergida en las aguas del pacífico a que retroceda ante fuerzas, aunque sean enormemente superiores. MÁS VALE TENER HONRA SIN BARCOS QUE BARCOS SIN HONRA.”

    Esta, la de Méndez Núñez, la que prefiere incluso honra a gloria, es la España que nace: entre ella y la que ya murió existe el mismo contraste que se observa en la naturaleza entre el día esplendoroso y la noche lóbrega, y en el mundo moral entre la reconvención y la culpa: ésta cínica, descarada, indiferente; aquélla, agria, rígida, severa. Franco, el heroico salvador; Calvo Sotelo, el excelso mártir, y José Antonio, el apóstol de la Resurrección de su Patria, inyectando en la España cadáver sangre pletórica de vida juvenil y entusiasmo patriótico, lo transformaron, y son palabras finales del interesantísimo y emocionante discurso que acaba de pronunciar el general Mola, en “La España del Cid, la de los Reyes Católicos, la de Cortés y Pizarro, la de las temidas picas y la de las letras de oro: la España inmortal”.

    José YBARROLA.
    (Cáceres, febrero, 1937)


    Última edición por ALACRAN; 24/12/2020 a las 11:09
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

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    Un español habla en Italia


    11-II-1937

    Ha llevado hasta Roma, corazón de Europa, Ernesto Giménez Caballero, el horror de una España y el caliente esfuerzo, la sangrante pasión de otra.

    Hace mucho tiempo escribíamos los españoles: “la buena Inglaterra”, “la mala Inglaterra”, y después “la buena y mala Francia”. Ahora, la Civilización, sobrecogida y aliada en la esperanza de Occidente contra el Oriente bárbaro, distingue, en nuestra geografía la buena y la mala España. Lo que nosotros, más exactamente, hemos llamado España y anti-España.

    El horror y la esperanza del mundo venían en los films documentales y en las fotografías que Giménez Caballero ha traído de nuestra tierra para que los italianos pudieran confirmar –esta es la palabra- la verdad, que andaba ya en sus corazones unidos a nuestro éxodo y a nuestra tristeza, a la universalidad de nuestra causa, a nuestra razón, porque en fin, estas fotografías, estos films, esta cálida palabra de Giménez Caballero, no son otra cosa que eso: razones de quienes tenemos razón.

    Ocho conferencias ha pronunciado Giménez en Italia, antes de ésta de Roma, con los teatros abarrotados de un público impaciente, que ha gritado nuestros gritos, que ha aplaudido a nuestros generales, que ha escuchado de pie y con la mano en alto nuestros himnos, que, en fin, ha sentenciado la visión horrible de los crímenes rojos con esta exclamación unánime: “¡A muerte al comunismo, a muerte…!”

    Ha debido de ser muy hermoso para Ernesto Giménez Caballero tomar por sí mismo, de esta manera, el pulso a la generosa hermandad italiana. Porque pocas veces podrá un orador, en misión más sagrada, sentir como él ha sentido la compenetración del público con aquellas palabras que, zumbándoles en el oído, recorrían los espíritus fraternales, estremeciéndoles de afán de justicia y de humanísima, de latina identidad segura.

    Esta vez en Roma estaban reunidos, con un público denso y de climas diferentes, los obreros del “dopolavoro” ferroviario. ¡Cómo ha prendido antes y mejor que en ninguna otra clase el fascismo en el obrero de la ciudad y en el obrero del campo el que desconfiando de los viejos estilos del capitalismo intransigente no quiso confiar tampoco su destino a los engaños de la demagogia marxista! Ellos han podido ver ahora la ruina y el dolor, la miseria y la muerte, cebándose en ese proletariado español, en sus infelices hermanos de España a los que un régimen corporativo pretende hoy salvar del mismo infierno en que ellos, los trabajadores de Italia, estuvieron a punto de caer de no haberse abrazado a la salvación de las camisas negras. Porque ese ha sido el mayor crimen comunista: el engaño de su propaganda. Hubiera ido contra la aristocracia y contra el régimen capitalista y hubiera sido un movimiento cuya ideología y efectos habría afectado a una aristocracia y a un capitalismo que sin revolución, por evolución estaba ya evolucionando en consecuencia lógica de su papel histórico. Pero el crimen ha sido ese que los obreros de Italia conocen bien y que no olvidarán nunca los obreros españoles; el crimen ha sido el engaño sangriento a las mismas clases proletarias, donde su predicación infame podía prender más fácilmente.

    Giménez Caballero, recogiendo el entusiasmo de Italia por nuestra revolución nacional, ha traído otra cosa a Italia a cambio del calor cordial que se lleva: ha traído hasta el pueblo fascista la visión horrible de lo que ellos hubieran pasado sin la intervención decisiva de Mussolini. Y ha traído la visión de lo que España sufre, en su enorme calvario, por la redención de la cultura, de la civilización, de la independencia del hombre frente a la amenaza de la tiranía bárbara de los enemigos de Europa y del espíritu.

    César GONZÁLEZ RUANO.
    Última edición por ALACRAN; 04/01/2021 a las 19:37
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil


    El cofre del Cid y el valor de nuestros billetes


    13 febrero 1937

    Esto de que los billetes estampillados, las pesetas de Franco, que en rigor no tienen garantía de oro, se coticen en el extranjero a precio más alto que las del llamado Gobierno de Valencia, teóricamente respaldadas por las reservas del Banco de España, desconcierta a la gente que no ha acabado de enterarse de que la vida económica, como toda la vida, no se rige por motivos puramente racionales; ni por consiguiente, por normas matemáticas. Verdad es que el oro que garantizaba los billetes de la banda de granujas que capitanea Indalecio Prieto, sabe Dios dónde se encuentra ya, y, por tanto, es ilusorio pensar en él para valorar dichos billetes. Pero es que aunque estuviera en una caja de hierro y de cristal, a la vista del público, bien custodiada en Valencia misma, sería igual. Los billetes de Franco valdrían siempre lo que Franco dijera. Por la sencilla razón de que merece crédito. Por la misma que un día lejano el Cid entregó un cofre cerrado y lleno de arena en garantía de un préstamo de oro, diciendo que el contenido del cofre consistía en oro también, y como tal le fue aceptado. Y eso que eran judíos los prestamistas. Como lo son quienes cotizan nuestra peseta más alta que la roja. Lo que tomaban por oro no era el cofre cerrado, sino la palabra del guerrero. Y no les fue mal en su cálculo, porque oro resultó andando el tiempo, y no salieron defraudados.

    Pero es que detrás de Franco hay, cuando se le compara con la banda de Valencia, riquezas inmensas, incalculables, suficientes a constituir reservas de oro que garanticen totalmente nuestros billetes de Banco, apenas la normalidad se restablezca. Hay orden, precisamente cuando desaparece en Francia, cuya vida económica comienza a sufrir ahora las perturbaciones sistemáticas que el judeo-comunismo introduce en todos los países que aspira a esclavizar. Hay trabajo sin sobresaltos. Hay seguridad en la propiedad, y, por tanto, aumento de valor de la misma. En un momento en que el mundo entero –con la excepción de Italia y Alemania- envenenado por las teorías judeo-democráticas, vive en agitación permanente, y, por tanto, el ahorro no sabe dónde situarse, la España de Franco va a ofrecer un refugio cierto, en país que está por utillar y que tiene enormes recursos en materias primas y en fuerza motriz inexplotada. […]

    La República estaba literalmente desacreditada. Es lo contrario de lo que sucede al Estado de Franco. Aún no está consolidado sino en parte, y ya la cotización de su moneda en el exterior muestra que se especula sobre su crédito innegable. Es un fenómeno sumamente interesante para calcular con exactitud cuál es la verdadera opinión del mundo respecto del resultado final de la lucha en que andamos metidos los españoles. Para influir sobre esta opinión, todo el oro robado al Banco de España es insuficiente. Pasa lo contrario: que para disponer de cierta parte de la Prensa internacional, cuya cooperación o cuyo silencio se compran relativamente por poco dinero. Los mismos folicularios que andan limpiando las botas a los delegados del Frente Popular español, si tuvieran que optar entre el papel moneda de Valencia y el de Burgos, no hay duda de cuál preferirían. Y contra eso sí que no valen corrupciones ni propagandas. La certeza de que tras el billete rojo no hay sino desorden, anarquía, desmoralización, inseguridad, paralización del trabajo productivo, es cosa que se filtra y se transparenta a despecho de todas las confabulaciones. El mundo entero la conoce, y los que no la conocen la presienten. En vano se procura, a fuerza de dar mordiscos al dinero robado, ocultarla. En vano la masonería opera sobre los periódicos y los parlamentarios para que aparenten ignorar la verdad terrible, o simular que todo es aquí, en la Península, poco más o menos idéntico en ambos bandos. En ese terreno de la verdad, que es la cotización de los respectivos signos de crédito, no hay modo de mantener la confusión. Otro fracaso de la interpretación materialista de la vida y de la historia.

    Y así ha sido y será siempre. Llega el Cid, hombre valeroso y caballeresco, a ofrecer un cofre cerrado, asegurando que está lleno de oro y pidiendo un préstamo sobre él, y hasta los judíos se lo aceptan como bueno sin abrirlo. Llegaría una tropa de bergantes, como la de Valencia, con su oro auténtico, y mientras no se hubiera contrastado como de ley, no se le tomaría. Quedando siempre la duda de la legitimidad con que hubiera dispuesto de él. En un artículo reciente se lamentaba Indalecio Prieto de eso precisamente: de que ciertas naciones europeas no quisieran vender al Gobierno de Valencia las cosas que le son necesarias, a pesar de ir con el dinero por delante. Era una sorpresa semejante a la del apache que penetra en un lugar habitualmente bien frecuentado y se extraña de que no le quieran servir, no obstante hacer previo alarde de llevar repletos los bolsillos. Y es que ni siquiera el oro tiene, sino teóricamente, un valor absoluto. Hay que malbaratarlo cuando en las manos de quien sale a venderlo, quedan, todavía sin lavar, las huellas de la sangre del legítimo dueño…

    Juan PUJOL

    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

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